ACTO TERCERO
Salen SILVA y VIVERO
SILVA: Y no sé
desde aquel día
lo que en
la corte ha pasado,
que me han
tenido ocupado
fronteras
de Andalucía.
Y
aunque las nuevas derrama
la Fama, que éste es su empleo,
nunca soy
fácil ni creo
lo que
publica la Fama
pues
suele mentir y así
de sucesos
y accidentes
cualquier
cosa que me cuentes
será nueva
para mí.
VIVERO: El
infante de Aragón
hoy a la
paz reducido,
entra en
la corte, que ha sido
un
generoso blasón
de don
Juan no ser crüel
a tantos
atrevimientos.
Ya sabes
los casamientos
del rey
don doña Isabel
de Portugal, que ya vino,
siendo
octava maravilla
de las
damas de Castilla;
y con ella
fue padrino
el rey, prudente y afable,
de don Álvaro; ambos fueron
padrinos
que honrar supieron
las bodas
del condestable.
Doña
Juana Pimentel
fue el
favor que la Fortuna
dio a don
Álvaro de Luna
más
supremo, porque en él
el
condestable ha librado
toda su
dicha y al fin
la quinta
de su jardín
fue el
tálamo deseado.
Mas si
el sol suele correr
al auge, y
de allí no sube,
algunos
indicios tuve
de que esto
ha de suceder
al
condestable, y que ha sido
el auge de
su ventura
ser dueño
de esa hermosura.
SILVA: ¿De qué lo
habéis presumido?
VIVERO: De que,
viniendo el infante,
le han de
volver sus estados;
y los
grandes, incitados
de la
ambición arrogante
de don
Álvaro, se unieron
a hacer
cargos rigurosos.
SILVA: ¿Y vos
llamáis ambiciosos
pecho y
ánimo que os dieron
tanto
honor? ¿Ése es buen pago?
¡Vive
Dios, que es inculpable
la vida
del condestable,
maestre de
Santïago!
Ni
arrogante ni ambicioso
en sus
obras se ha mostrado;
mas es siempre el envidiado
lo que
quiere el envidioso.
De
ingrato y desconocido
retaros
puedo, y prometo
que a no
mirar el respeto
de
palacio...
Vase SILVA
VIVERO: Ya ha salido
el rey. Yo responderé
donde os deje satisfecho.
Declaréme. Mal he hecho
mas yo me disculparé.
Sale el REY
REY: ¿Qué
hay, Vivero?
VIVERO:
Gran señor,
lo que
siempre digo. Presto
no
tendréis hacienda; y esto
lo sé como
contador.
Mucho a
don Álvaro dais,
todos los
grandes lo sienten.
¡Plega a
Dios que ellos no intenten
remedios
que vos sintáis!
Remediadlo como sabio.
rico está;
basten, señor,
tanta
amistad, tanto amor.
REY: ¿Os ha
hecho algún agravio?
VIVERO: No,
señor, ni de él lo espero.
REY: Ingrato
sois.
VIVERO:
El crïado
a su dueño
está obligado.
REY: Bueno
está, basta, Vivero.
Salen ISABEL y
el INFANTE
ISABEL: Señor,
el infante viene
más humilde y más humano.
Suplícoos le deis la mano.
REY: Cuando tal
padrino tiene,
mis
brazos daré al infante.
INFANTE: Si la
reina, mi señora,
me da este
favor agora,
bien osaré
estar delante
de tu
majestad, señor.
Dadme la
mano.
REY:
Yo estimo
la persona
de mi primo;
levantaos.
INFANTE:
Sin el favor
de
vuestra mano, ¿quién puede
levantarse
de su estado?
REY: Tomad,
pues.
INFANTE:
Ya ha perdonado
quien la
mano me concede.
Señor,
si algunos enojos
os he dado
sin razón,
válgame
para el perdón
el sagrado de esos ojos.
Ya
arrepentido los vi
y
obediente os seré yo;
soldado
sí, opuesto no,
primo no,
vasallo sí.
REY: Yo lo
creo.
ISABEL:
Y yo lo fío.
INFANTE: Pues
conocéis mis intentos
perdonad
si tengo alientos
de
aconsejaros, rey mío.
No
llevan los grandes bien
tanto
favor y amistad
con don
Álvaro.
ISABEL:
Es verdad.
REY: ¿Y vos, señora, también?
¡Pobre
don Álvaro! Creo
que una
vez os dio la vida.
INFANTE: No hay
obligación que impida
el buen
celo, el buen deseo
de que
esté tu majestad
en su
reino con quietud.
REY: (¡Ah,
villana ingratitud; Aparte
que aún se
atreve tu impiedad
a una
reina y a un infante!)
INFANTE: Muchas
culpas nos refieren
del
maestre los que quieren
que no le tengáis delante.
Señor, oídlas, que es justo;
cargos le quieren hacer.
No es bien
dejaros vencer
de la
amistad y del gusto.
ISABEL: Y
cuando culpa no hubiera,
si las
hay, sábelas Dios.
El
apartarle de vos,
¿qué
inconveniente tuviera?
Sale ZÚÑIGA con una carta
ZÚÑIGA: Ésta mi
hermano os escribe.
REY: ¿Quién?
ZÚÑIGA: El
conde de Plasencia,
el que,
con vuestra licencia,
retirado
en Béjar vive.
REY:
Levantaos, Zúñiga.
(Tema Aparte
y
obstinación de Fortuna
quiere
eclipsar esta luna.
Turbado
rasgo la nema.)
Lee la carta
"Señor, todos los que aquí firman desean
como
leales la paz y quietud de vuestro reino.
Éste está
por perderse respeto de gobernarlo
todo el
condestable, con cuyo poder tiene cargos
y culpas
que se dirán a vuestra majestad, estando
él
desterrado o preso. Vuestra majestad lo
remedie. El rey de Navarra, Pedro
de Belasco,
Camarero
Mayor, don Pedro de Zúñiga, conde de
Plasencia,
el conde de Haro, El marqués de
Santillana, don Luis de Guzmán, maestre
de
Calatrava, don Juan de Sotomayor,
maestre de
Alcántara,
Pedro Manrique."
¿Qué es
esto? ¡Ah, reino envidioso!
¡Que sea culpa la dicha
y que
venga a ser desdicha
el ser
conmigo dichoso!
Si el
merecer mis favores
no es
dicha, sino justicia,
¿qué
quiere aquí la malicia?
Como el áspid en las flores,
con capa de celo bueno,
con
máscara de fïel,
viene la
envidia crüel
derramando
su veneno.
Vedme
vos.
Vase ZÚÑIGA.
Salen ÁLVARO y LINTERNA y el
músico MORALES
ÁLVARO:
¿Aquí has venido?
LINTERNA: Soy de
buen gusto y curioso.
A la
sombra de un dichoso,
¿quién no
entró donde ha querido?
ÁLVARO: Tenga
vuestra majestad
felices
días.
REY: (Si son Aparte
como el de
hoy, no es bendición
sino
especie de crueldad).
ÁLVARO: ¿No me
dais la mano?
De
rodillas
REY: (¿Quién Aparte
tales injusticias vio?
Desdicha es quererle
yo,
delito es
quererme él bien.
¿Posible es que éste se emplea
en
culpas? No las espero.
Pues soy
sólo quien le quiero,
sea yo quien no las crea).
ÁLVARO: ¿Qué
tristeza hay que os suspenda?
REY: (Si yo le
di cada día Aparte
aun más de
lo que él quería,
mal
ursurpara mi hacienda.
Si a
todos piedad mostró,
que mis ojos son testigos,
¿cómo ha ganado enemigos?
Es
envidia, culpa no).
ÁLVARO: Besar
la mano osaré,
para mí
tan liberal,
sin que
vos me la deis.
Retírala el REY
REY: (Mal Aparte
si es
culpado la daré).
ÁLVARO: ¿Son
tristezas o castigos?
Habladme,
señor, por Dios.
Levántase
REY: Álvaro,
mirad por vos
porque
tenéis enemigos.
ÁLVARO: Si vos
no miráis por mí,
mal podré
saber el modo.
REY: No todos
lo pueden todo.
Vase el REY
ÁLVARO: Todos no,
pero vos sí.
¡Válgame el cielo! ¿Qué es esto?
¿Han reventado las minas
de la
envidia? Si declinas,
presto
fue, Fortuna, presto.
Señor
infante, en los ojos
del rey he
visto mudanza;
en vos
tengo mi esperanza;
sabedme si
son enojos.
INFANTE: No sé
cómo puede ser
que el
negocio está apretado.
ÁLVARO: ¿No os
acordáis que habéis dado
palabra de
agradecer
mi
voluntad?
INFANTE:
Sí, me acuerdo,
mas, ¿quién
basta contra tantos?
Vase el INFANTE
ÁLVARO: Basta
Dios, bastan sus santos,
basta mi
verdad. No pierdo
el
ánimo cuando os hallo,
majestad piadosa, aquí.
Reina sois, volved por mí.
ISABEL: Sed,
maestre, buen vasallo,
y eso
volverá por vos.
Vase ISABEL
ÁLVARO: Yo os hice
sólo en un día
majestad
de señoría.
Reina os
hice, ¡vive Dios!
El ser
me debéis, y así
veros ingrata es consuelo,
pues sé
que es obra del cielo,
y que no
nace de mí.
Los
mismos cielos envían
a un
magnánimo este mal
para
ejemplo universal
de los
hombres que confían
en los
hombres, y si vengo
a ser
ejemplo del mundo,
aun
cayendo en lo profundo,
soy
singular, dicha tengo.
Bien
sé, Vivero, que aquí
andáis con
algún engaño.
Yo mismo labré mi daño;
gusano de
seda fui.
Bien
conozco en estos modos
que por
bien me pagáis mal.
Vase don ÁLVARO
VIVERO: ¡Oíd, oíd!
LINTERNA:
¡Pesia tal!
San Martín
hay para todos.
¡Ah,
envidia, que eres polilla
de la
próspera fortuna!
A don
Álvaro de Luna,
condestable de Castilla,
el rey
don Juan el segundo
con mal
semblante le mira.
MORALES: Cosa es
común, mal se admira
de tales
casos el mundo.
¿Quién
no dio tales primicias
a la Fortuna voltaria?
LINTERNA: Dio vuelta
la rueda varia,
trocó en
saña sus caricias.
MORALES Quizá
el rey la frente esquiva
mostró
para algunas trazas.
LINTERNA: El amor en
amenazas
privaba,
mas ya no priva.
MORALES: ¿Cuándo
la Fortuna
esquiva
al poder
no da esta guerra?
LINTERNA: Ejemplo
que da en la tierra
porque el
hombre mire arriba.
MORALES: Si hoy
parece que declina,
volverá a
su ser mañana.
LINTERNA: No hay
seguridad humana
sin
contradicción divina.
MORALES: Todo
pasa y vuela aprisa;
no hay
firme y seguro estado.
LINTERNA: Hoy el rey
no le a fablado,
miróle de
mala guisa.
Tras él
voy, porque diría,
"¿Dó
está mi lacayo, adó lo?
Dejáronme
venir solo
la gente que me seguía."
Vanse todos.
Sale don ÁLVARO
ÁLVARO: ¡Oh,
casa, humano reposo!
¡Oh,
cuántas veces me viste
más
dichoso, menos triste,
más
fuerte, menos quejoso!
A ti
vengo pensativo;
seas en
trance tan cierto
tumba de
un ánimo muerto,
sepulcro
de un cuerpo vivo.
Aquí de
Dios, importuno
pensamiento, hablad por mí.
¿Hice bien a muchos? --Sí.
¿Y agravio a quién? --Ninguno.
¿Soy traidor? --De ningún arte.
¿Qué he merecido? --Laureles.
¿Tengo
enemigos? --Crüeles.
¿Qué
pretenden? --Derribarte.
¿Quién
lo dice? --La experiencia.
¿Qué dice
el vulgo? --Es confuso.
¿Por qué me envidian? --Es uso.
¿De quién?
--Del mundo. ¡Paciencia!
¡Qué
extraña melancolía!
¡Moralicos!...
Sale MORALES
MORALES:
¿Mi señor?
ÁLVARO: Tú sueles,
cual ruiseñor
que
despierta el claro día,
divertirme. Si cantares,
ya que mi
fatiga es tanta,
canciones
tristes me canta
para
hartarme de pesares.
MORALES: ¿Cuándo
quieres que te cante?
ÁLVARO: Luego.
MORALES: Voy.
ÁLVARO:
Canta allá fuera,
por si mi
cólera altera
la
gravedad del semblante.
No me mires mis acciones,
porque suele delirar
el que se
deja llevar
de las
humanas pasiones.
Siéntase
¿Qué
hay, mi fortuna, qué hay?
¿Qué me he
cansado? Es mi oficio.
Ya ha temblado el edificio;
esta
máquina se cae.
Cantan dentro
MÚSICOS: Lo de
ayer ya se pasó;
lo de hoy
cual viento pasa,
lo de
mañana aun no llega,
así
aqueste mundo anda.
En él lo firme perece
a manos de
la mudanza;
lo más
sano luego enferma,
el deseo
no se alcanza.
ÁLVARO en pie
ÁLVARO: Si
humo, nada, sombra, viento
es la
vida, ¿qué será
el bien
que el mundo nos da?
Por fuerza
ha de ser tormento,
pues no
le queda otro ser.
Si es nada
la vida amada;
¿no han de
ser menos que nada
la riqueza
y el placer?
Y la
misma muerte son
los bienes
siendo esto. Pues
que sentís
lo que no es,
ánimo, mi
corazón.
¡Qué
mal un triste reposa!
No hay
discurso que mitigue
la
imaginación. Prosigue,
muchacho; canta otra cosa.
Cantan
MÚSICOS: Los que
priváis con los reyes,
notad bien
la historia mía,
catad que
a la fin se engaña
el hombre
que en hombres fía.
Apenas
tuve quince años,
de Aragón
vine a Castilla
a servir al rey don Juan,
que el Segundo se decía.
ÁLVARO: Servíle
treinta y dos años,
y siempre
bien me ha querido.
En pie
¿Cómo
agora se ha creído
de
mentiras y de engaños?
Pienso
que en vano me quejo,
que quizá
no eran enojos
los que
mostraban sus ojos;
que como
el rey es espejo
de toda
humana criatura,
los que mi
bien envidiaban
en su
rostro se miraban
y él
mostraba su figura.
Mas si
mi agravio sentía
como
piadoso y humano,
¿por qué
me negó la mano?
Amistad no
quería;
retiróla, enojo ha sido;
pero,
¿cómo me ha avisado?
No lo
entiendo, estoy turbado;
no lo
entiendo, estoy rendido.
Adentro ruido.
Salen LINTERNA y
MORALES con la guitarra
ÁLVARO:
¡Ola! ¿Qué es esto?
LINTERNA:
No es nada.
Cayó un
balcón infïel;
estaba
Vivero en él
y dio tal
pajarotada,
que
como huevo estrellado
hace la
figura de Hero.
MORALES: Alonso
Pérez Vivero,
a ese
balcón arrimado,
esperaba para hablarte;
era
antigua la madera...
ÁLVARO: Salir no
quiero allá fuera,
no digan
que tengo parte
en su muerte; aunque si es
mi dicha
toda accidentes,
hoy lo
dirán los presentes
y las
historias después.
Si para
ejemplo nací
de la Fortuna crüel,
lo que fue
accidente en él
vendrá a
ser desdicha en mí,
LINTERNA: Hacer
pienso a esta ocasión
un
epitafio.
MORALES:
Pues di,
¿haces versos buenos?
LINTERNA: Sí,
respeto de cuyos son,
porque más agrada al fin
y más
contento se toma
de ver
sobre la maroma
al mono
que al volatín.
Diré
"itinerar" a bulto,
"númen" y "morbo" diré,
macarrónico seré
y habrá quien me llame culto.
Sale JUANA
JUANA:
Condestable, mi señor,
dícenme
que habéis venido
melancólico. ¿Qué ha sido?
¿Vos
triste, vos sin valor?
Sólo el
hombre sin honor
ha de
turbar el semblante,
no el
magnánimo y constante.
¿Cómo se
ha de entristecer
varón que
debe tener
el corazón
de diamante?
¡Ea! Señor, ¿dónde está
del ánimo
la grandeza,
del valor
la fortaleza?
¿Accidente
humano os da
perturbación cuando, ya,
con la
experiencia y los años,
la luz de
los desengaños
debe
alumbraros? ¿Qué es esto?
ÁLVARO: Retiraos.
LINTERNA:
Morales, presto
verás
sucesos extraños.
Vanse LINTERNA y MORALES
ÁLVARO: Mi
señora, yo he mirado
que ha
sido vuestro valor
el bien
último y mayor
que la Fortuna me ha dado.
Principio,
aumento y estado,
y
declinación tendré
como
cuanto el cielo ve.
Comencé
cuando serví,
títulos
tuve, crecí,
vuestro
fui, mi estado fue.
Y si el
tiempo y la Fortuna
a un mismo
paso caminan,
y en ese
cielo declinan
los
aspectos de la luna,
si no hay
constancia ninguna
en cuanto
el cielo crïó,
mi declinación llegó,
ya mi
rüina prevengo.,
Muchos
envidiosos tengo;
la mano el
rey me negó.
JUANA: Mi
señor, mi bien, mi amigo,
ni os
animo ni aconsejo,
que a
vuestra experiencia dejo
uno y
otro; pero digo
que al que
es fatal enemigo
no puede
la humana suerte
resistir,
y el varón fuerte
no tiene
cólera alguna
con el
tiempo y la fortuna,
con la
vejez y la muerte.
Lo que
importa es que, en el trance
de
cualquier de estos cuatro,
se exponga
el hombre al teatro
del vivir
sin que le alcance
culpa
alguna, y que balance
su virtud
y acciones de hombre;
porque
cuando más le asombre
fortuna o
muerte atrevida,
quitaránle
estado o vida,
mas no
borrarán su nombre.
Sale LINTERNA
LINTERNA: Subid,
señor condestable,
en aquel
trotón aprisa;
fugiréis
del rey la saña,
porque a prenderos envía.
Inconstantes son los omes,
sus palabras son fingidas,
cautelosas sus mercedes,
y sus falagos mentiras.
Volved los ojos, señor,
a las pasadas rüinas
y furtad el cuerpo agora
a la que
vos viene encima.
Tenedes espejos claros
de las pasadas desdichas,
el tiempo vos da lugar,
las señales vos avisan.
A las pasadas mercedes
non miréis, que ya declinan
y entregan
un home bueno;
no vos
fïéis más. Fugildas.
Y pensad
que avedes sido
el extremo
de la dicha;
la
levantada privanza
vos
amenaza caída.
La muerte
viene con alas,
puestas las faldas en cinta;
non hay plazo que no llegue
ni deuda
que non se pida.
Muchos grandes conocéis
que vos tienen grande envidia;
el rey es fácil, vos solo.
Catad no vos fagan minas.
Non vos sugetéis a fierros
de las cárceles esquivas,
que enemigo aferrojado
más sus
contrarios aviva.
No seáis
en vuesas cosas
la flor de
la maravilla,
que crece
al salir del sol
y el mismo
sol la marchita.
ÁLVARO: Linterna,
¿qué estás diciendo?
LINTERNA: Como fablo
en lengua antigua,
a guisa de
nuesos padres,
pensáis
que es burla o mentira.
Nuestra
casa está cercada,
ya las
puertas nos derriban,
gente
sube, fugid luego,
que otro
remedio non finca.
Cortesanos
palaciegos
que entre
lisonjas se crían
no guardan
los mandamientos
y nos
guardan las esquinas.
Salen ZÚÑIGA y gente con armas
ZÚÑIGA: Señor
condestable, daos
a prisión.
LINTERNA: A
cosa linda
se ha de
dar.
ZÚÑIGA:
El rey lo manda;
él a
prenderos me envía.
JUANA: Hüid,
señor, mientras yo,
amparando
vuestra vida,
fuere
cristiana amazona,
fuere
segunda Camila.
¡Vive
Dios!, que el gran maestre,
condestable de Castilla,
no se ha
de dar a prisión
ni sujetar
a injusticias.
Toma una espada a uno y acuchíllalos
Tomad las
armas crïados.
ZÚÑIGA: Señora, en
vano porfían
vuestro
amor y vuestro aliento.
Cien
hombres traigo.
JUANA:
A la ira
de mi
pecho serán pocos.
Huye,
señor, por mi vida.
ÁLVARO: Ni me
suelta mi destino,
ni mis
discursos me animan,
ni me deja
dar un paso
el peso de
mis desdichas.
ZÚÑIGA: Esta
cédula es del rey;
aquí promete y avisa
que será
vuestra persona
salva
siempre.
ÁLVARO:
No se diga
que si don
Álvaro huye,,
algunas
culpas tenía.
Ni digan
que contra el rey
tomó las armas. Justicia
guardará
mi rey; bien sé
que no
hallará culpas mías.
Y si el
hombre es breve mundo,
obra de
mano divina,
pequeño
Dios es el rey.
¿Dónde,
pues, dónde podía
hüir yo de
su poder?
Preso voy.
JUANA: Y
yo sin vida.
LINTERNA: Yo sin
tomar mi consejo.
MORALES: Yo dando
lágrimas vivas.
Vanse
todos. Salen ISABEL y el INFANTE
INFANTE: Que
mengüe luna tan llena
más que a
nadie me conviene,
pues los estados me tiene
de Trujillo y de Villena.
Sabe Dios que no deseo
ni su mal
ni su disculpa,
y entre el
descargo y la culpa,
ni bien
dudo, ni bien creo.
Neutral
tengo la pasión,
sólo
quiero la justicia,
como
envidia ni malicia
no causen
su perdición.
ISABEL: Que
reina por su orden fui
pretende,
y es gran rigor
el tener
un acreedor
siempre
delante de mí;
que
deuda grande sería,
y su queja
cierta estaba,
viendo que
no le pagaba
o que
pagar no podía.
Sale el REY
REY: ¡Ya
estará el reino contento,
porque
jüeces nombré
que
examinen bien la fe
y lealtad
de este portento
de
desdichas!
ISABEL:
En la muerte
de Vivero
poco habrá
que
examinar; claro está.
REY: No muy
clara; de otra suerte
agora
la han referido.
Sale ZÚÑIGA
ZÚÑIGA: A esta
torre traigo preso
a don
Álvaro.
REY:
Confieso
que si amor me ha enternecido.
¿Preso
dijo? ¡Qué rigor!
¡Qué
aprisa que le persiguen!
¡Plegue a
Dios que no me obliguen
a otra
palabra peor!
Dentro ÁLVARO
ÁLVARO: He de
entrar.
ZÚÑIGA:
No puede ser;
no querrá
el rey que le vea
hombre
preso.
ÁLVARO:
Aunque lo sea;
¡vive Dios
que lo he de ver!
Sale fuera
Rey don
Juan, rey mi señor,
perdonad
si preso os hablo,
que este
privilegio tiene
quien está
preso en palacio.
Bien os acordáis, señor,
que son ya treinta y dos años
los que os serví con
lealtad,
más de
amigo que vasallo.
La
libertad que hoy no tengo
muchas veces os he dado,
cuando grandes, cuando
primos,
niño y
hombre os la quitaron.
Recibí grandes mercedes,
no las niego, no, antes hallo
que no ha recibido tantas
ninguno de
rey humano.
Nada os
pedí, vos me disteis
esta
máquina que traigo
encima, de
las riquezas
que ya me
van derribando.
Si me las disteis, señor,
por darme
lugar más alto
de que
arrojarme, pregunto:
¿fueron
mercedes o agravios?
¿Por qué
me hicisteis dichoso
para
hacerme desdichado?
Crüel sois
haciendo bien;
dando
vidas, sois tirano.
Que
secrestaron, me dicen,
mi riqueza
y mis estados;
todo era
vuestro, señor,
todo
estaba en vuestra mano.
El hombre
vuelve a la tierra,
las aguas
al mar salado;
a su
centro, a su principio
vuelve
todo; no me espanto
que a vos
volviese mi hacienda
como a su
origen sagrado.
Pluguiera
a Dios yo pudiera
dar al
mundo ejemplos claros,
que como
la merecí
la sé
despreciar, y tanto,
que de
quitármela siento
sólo que
me hayáis quitado
el poder
para volverla
con
desprecios de Alejandro.
Retirarme
quise, ¡ah, cielos!
¡Y quien
hubiera imitado
muchos ilustres varones
que imperios menospreciaron!
Por serviros no lo hice;
pensé que
agradaba, ¡falso
es el
humano discurso!
Erré pero
ya lo pago.
Hoy lástima, ayer envidia;
hoy fatiga, ayer descanso;
hoy prisiones, ayer triunfos;
bien se ve que está
jugando
la Fortuna con los hombres,
y vos, rey, y rey cristiano,
su instrumento sois. ¿Qué mucho?
Los
instrumentos contrarios
y amigos,
entre sí mismos,
de su
poder blasonaron.
A veces la
madre tierra
tiembla y derriba los altos
montes,
cuya verde cumbre
se coronó
de peñascos;
navega el
bajel hermoso
entre
globos de alabastro,
y en un
instante las aguas
le rompen
y hacen pedazos;
poco a
poco se nos muestra
la verde
pompa de un árbol,
y en un
momento es cadáver
a los
gemidos del austro;
tarda un
supremo edificio
en trepar
el viento vago,
y en un instante es rüinas
de la
potencia de un rayo.
Monte,
bajel, árbol, torre
fue mi
vida en vuestros brazos;
agua,
tierra, viento y fuego
sois,
señor. Crecí despacio
y aprisa
me derribáis.
Acordaos
de mí, acordaos.
No borréis
la imagen vuestra;
no
deshagan vuestras manos
crïado que
tanto os quiso,
hechura
que os cuesta tanto.
REY: (No le
puedo responder
Aparte
con la
gravedad y el llanto
de rey,
amigo y jüez).
¡Zúñiga!
ZÚÑIGA:
¿Señor?
REY:
Llevadlo
a
Portillo. ¡Ay, infelice!
ZÚÑIGA: Señor
condestable, vamos.
ÁLVARO: ¿Hablarme
no me queréis?
¿Y menos
me habéís mirado?
¿No me
dais consuelo, rey?
¡Démelo el
Rey Soberano!
Vanse ZÚÑIGA y don ÁLVARO
REY: (¡Qué me
obligue a mí el reinar Aparte
con
quietud al trance amargo
de ver
preso al que bien quise!
Mas
padecer puede engaño
este
amor. Llevarme dejo,
ya fácil o
ya cristiano,
del error
o del acierto
de mis grandes).
ISABEL:
No turbaron,
como
pensé, los afectos
del rey
sus palabras.
INFANTE:
Vano
dijeron
que era el discurso
contra el
destino y los hados
los
filósofos gentiles.
Sale un SECRETARIO con recado de escribir
ISABEL: Aquí
espera el secretario.
REY: ¿Qué queréis vos?
SECRETARIO: A
firmar
los jüeces me envïaron
la sentencia del maestre.
REY: ¿Sin
escuchar sus descargos?
¿Son
comedia estas acciones?
¿Es
nuestra vida teatro
que todo
pasa en una hora?
Pero,
¿quién vive despacio?
¡Presto
dieron la sentencia!
INFANTE: Los cargos
justificados,
bien hacen
en darse prisa
sosegando
el reino.
REY:
Cuando
es la
pasión el jüez,
amor
propio el abogado,
la envida el procurador,
¡ay, del
reo! No firmaron
reyes con
tanto temor.
Toma la cartera y la pluma
¿A qué,
pues, le sentenciaron?
¿Le
destierran otra vez?
SECRETARIO: A que muera degollado.
Cáesele todo
REY: ¡Válgame
Dios, que llegaste,
gallarda
luna, al ocaso!
¡Qué
tinieblas mereciste,
al fin del
camino largo
de tus
servicios!
ISABEL:
Señor,
¿valor
falta en vuestros brazos
para tener
una pluma
y un
papel, que es justo? Agravio
hacéis a
vuestra justicia.
INFANTE: No borren
amor y llanto
el blasón
de la prudencia.
Si los
jüeces nombrados
lo
ordenan, firmad, señor.
REY: Con siete
letras deshago
lo que en
muchos años hice.
¡Qué pueda
un hombre en un rasgo
dar la
muerte, siendo dueño
del vivir
sólo la mano
de Dios!
¿Qué tiranos reyes
a este
trance no temblaron?
La pluma
es áspid; veneno
es la
tinta; el papel blanco
es retrato
de la vida;
marchemos,
pues, el retrato.
No acierto
a escribir.
El INFANTE tiene la cartera. ISABEL le va llevando el brazo para que
firme
ISABEL: Así
moverás, señor, el brazo.
REY: "Yo el rey," diré. ¿Cómo, si es
"Yo
el crüel" más acertado?
¿Yo he
decir que lo firmo?
¿Yo he de
decir que lo mato?
Va firmando poco a poco, turbado
"El" se sigue.
"Ellos" diría,
envidiosos
y tiranos.
"rey,"
digo, Dios en la tierra.
Si otros
rigen este paso,
¿cómo he firmado "Yo el
rey?"
¿Cómo firmé lo que es falso?
Letras, si lleváis borrones,
caracteres sois de encantos,
líneas de la misma
muerte,
no os lean ojos humanos.
¡Oh, pluma, flecha con yerba
que
disparada del arco
de la
desdicha, penetras
dos pechos
de cera y mármol!
¿Pluma,
pincel que borró
la imagen
y el simulacro
de la
privanza de un rey,
¡mal os
haga Dios!
Arrójalo todo
ISABEL:
¡Qué tanto
pueda en
un rey la piedad!
INFANTE: Sentir
debe el propio daño;
si era otro él el que muere.
REY: Quien dice
que es ser privado
dicha,
miente; de la envidia
es un
objeto bizarro.
Vanse todos.
Salen don ÁLVARO, con cadena, MÚSICO y
MORALICOS
ÁLVARO: Un
filósofo griego ha dividido
la humana
suerte en cuatro, porque es una
la que
sigue feliz desde la cuna
al hombre
hasta el sepulcro, y otra ha sido
la que
infeliz y adversa le ha seguido
del nacer
al morir siempre importuna.
Con uno
fue piadosa la Fortuna;
tardó y al
declinar su voz ha oído.
Con
otro tuvo el curso presuroso;
vino a la
juventud y le ha negado
a la vejez
el gusto y el reposo.
La
cuarta diferencia me ha tocado,
y si en el
mundo he sido el más dichoso,
¿quién
duda que soy ya el más desdichado?
Canta MORALICOS
MORALICOS: Aquella
luna hermosa
que sus
rayos le dio el sol,
que con un
mortal eclipse
pierde luz
y resplandor;
en lo más
alto subía
del cielo
de su valor,
baja a la
casa de Toro
y muere en
la del León.
Sale el SECRETARIO con la sentencia
SECRETARIO: Don
Álvaro, mi señor,
aquí
importa la prudencia,
aquí
conviene paciencia,
aquí es
menester valor.
ÁLVARO: ¿Cuándo
permiten que os hable?
"Álvaro" escuchando estoy;
sin duda
que ya no soy
maestre ni
condestable.
¿Siendo
yo el mismo valor,
de valor
me prevenís?
¡A gran desdicha
venís!
SECRETARIO:
Y no puede ser mayor.
A muerte os han
condenado,
y ésta se
ha de ejecutar.
ÁLVARO: ¿Quién
oyéndola nombrar
no ha
gemido y no ha temblado?
Deja caer la cadena
¡Válgame
Dios! ¡Trance fuerte!
¡Miseria
fatal del hombre!
Si me
espanta sólo el nombre,
¿qué será
la misma muerte?
Un vaso
de agua me trae;
porque
escucho con desmayo
esta
sentencia, este rayo
que del
mismo cielo cae;
y la
sangre, en tal estrecho,
oyendo el
trueno ha temblado
y dejó
desamparado
el corazón
en el pecho.
La
firma quiero mirar.
SECRETARIO: "Yo el rey" dice.
ÁLVARO:
¡Oh, injusta ley!
¡Pobre de
mí; si otro rey
no me
hubiera de juzgar!
¡Pobre
de mí, si en la calma
de mis
dichas conocida,
el rey que
quita la vida
pudiera
quitar el alma!
Sale MORALICOS y un MÚSICO
MORALICOS: Aquí
hay agua.
ÁLVARO:
¡Cómo espanta
la muerte
con su bramido!
Aunque
entró por el oído,
se
atravesó a la garganta.
Pasarla
quiero bebiendo.
Bebe
SECRETARIO: ¡Sentimiento natural!
MÚSICO: ¡Pensión
del último mal!
MORALICOS: ¡Sabe Dios
qué estoy sintiendo!
ÁLVARO: ¡Ea!
Alentad, corazón;
horror no debéis sentir,
porque el nacer y el morir
actos semejantes son.
Siempre a miserias
nacimos,
siempre en
miserias estamos,
cuando
nacemos lloramos,
lloramos
cuando morimos.
El que
nace, salir quiere
de un
sepulcro; en otro yace.
Sepulcro
deja el que nace,
a sepulcro
va el que muere.
La cuna
es bien y es trabajo,
porque es,
sin distancia alguna,
cuando
está hacia arriba cuna,
tumba
cuando está hacia abajo.
Bien sabéis, Rey Verdadero,
pues sois el original
de mi rey, que es rey
mortal,
que por su
ofensa no muero;
por las
vuestras sí. Hoy asombre
vuestra
gran piedad, mi Dios,
que
ofenderos pude a Vos
sin hacer
ofensa al hombre.
Y
ofender como infïel
no puede
al hombre, Rey Sabio,
sin que Vos sintáis su agravio,
no
sintiendo el vuestro él.
Bien sé
que atalaya soy,
que subí
desde la cuna
al monte
de la Fortuna,
y avisos
al hombre doy;
porque
se guarde y asombre
diciendo
con voz incierta:
"¡Alerta hermanos, alerta!
no
confïéis en el hombre.
Sírvaos
yo de ejemplo a vos
cuando doy
avisos tales:
¡Alerta,
alerta mortales,
confïad en sólo Dios!"
SECRETARIO: Escuchadme la sentencia.
ÁLVARO: Sin oírla
la consiento.
A MORALICOS
Niño, tu
pérdida siento;
huérfano
estás, ten paciencia.
Con sólo este anillo vengo,
daréte
este último bien
y mi
sombrero también,
pues ya
cabeza no tengo.
Dale un anillo y el sombrero
Di tú
al príncipe jurado
que, a
quien sirve con amor,
aprenda a
pagar mejor
que su
padre me ha pagado.
Vase don ÁLVARO
MORALICOS: ¡Qué
este pago le dé el rey!
Hasta
mirarle difunto,
no pienso
dejarle un punto.
Paje soy de buena ley.
Vase
el SECRETARIO
Tomen ejemplo en los dos
cuando doy avisos tales:
¡Alerta,
alerta mortales,
confïad en
sólo Dios!
Vanse todos.
Salen el REY, el INFANTE, ZÚÑIGA, SILVA y
otros
REY:
Fantasmas, melancolías
que me
seguís de esa suerte;
sombras
que sois sueños y muerte
en que
descansan los días,
basten ya las ansias mías.
Dejadme, ¡oh, rigor extraño!
Con verdad
o con engaño,
todo es
pensar y sentir
que sólo
puedo vivir
más que
don Álvaro un año.
Si me
cita al tribunal
de Dios y
estoy engañado,
que fue
siempre el desdichado
tan
piadoso y tan leal,
que no me
hará tanto mal.
Y ser
culpado no espero
permitiendo el trance fiero
con razón
o con malicia.
Todos dicen que es justicia
y
quebrantarla no quiero.
Sale doña JUANA con manto
JUANA: Rey don
Juan, rey de Castilla,
y
merecedor del mundo,
en el
título Segundo,
y primera
maravilla,
a tus
pies, señor, se humilla
la misma
lealtad, la fe,
la que sin
alma se ve
sin don Álvaro, y es ya
sombra de lo que será,
no sombra
de lo que fue.
Rey
piadoso, ¿cómo puedes
matarnos
con impiedad,
que siendo
yo su mitad
el mismo
fin me concedes?
¿Desdichas son tus mercedes?
Una de dos, rey airado,
si él erró, tú estás culpado
en darle honor imprudente;
si no erró
y es inocente,
¿por qué
ha de ser desdichado?
¡Ea!
Rey, que es singular
la piedad
en la grandeza.
La misma
naturaleza
pelea por
conservar
lo que ha
sabido crïar.
Imita a
Dios, si renombre
pretendes
que al mundo asombre,
que antes
quiso padecer
que borrar
ni deshacer
esta
fábrica del hombre.
REY: (Con el
alma enternecida, Aparte
entre
piedad y rigor,
yo vengo a
estar como flor
de dos
vientos combatida.
Pesando
estoy muerte y vida.
¡Oh, tú,
justicia! ¿Aquí estás?
¿Aquí,
amor, lágrimas das?
Pelead con
esperanzas,
muera,
viva en las balanzas.
¡Pesó la
justicia más!
JUANA: Dueño
mío, no hay piedad;
trofeos de
la Fortuna
serán tu
pompa veloz
y tu
majestad caduca.
Hoy
morirás, y tan pobre
que te
falte sepultura;
mas no
importa, prodigiosas
serán las exequias tuyas.
Los montes serán, del mundo,
pirámides y columnas
de tu
risco monumento.
No le
igualará el de Numa.
El cóncavo
de los cielos
será la
fúnebre tumba
que la
temerosa noche
con sus
bayetas la cubra.
Las estrellas serán hachas
pues son faroles que alumbran
en el entierro del sol,
en la
tristeza nocturna.
Lágrimas
serán las fuentes
que el mar
anhelando buscan,
y las voces de la fama
epitafios que reduzcan
a alabanzas tus desdichas.
Si el rey falta, Dios te
ayuda,
porque tan
grande varón
no cabe en
menores urnas.
Vase doña JUANA
REY: Movido de
aquellas voces,
más
piadosas que importunas,
ya que la
noche ha salido
tenebrosa,
triste y muda,
seguidme
todos, seguidme,
y esta
acción tened oculta,
porque
historias no la digan
a las
naciones futuras.
Porque
nadie nos conozca,
los que
vinieren se cubran
que quiero
ver el teatro
donde
trágicas figuras
representan mi justicia.
INFANTE: ¿Dónde
vas, señor? ¿Qué buscas
por estas calles?
REY: La plaza
donde los hados sepultan
mis mercedes, mis favores,
en agravios y en injurias.
¡Vive Dios, que si no es
muerto,
que aunque
el reino se conjura
contra él,
ha de vivir;
mas ya mi
tardanza es mucha!
SILVA: Ya estás,
señor, en la plaza
que parece
que con plumas
has venido.
ZÚÑIGA: Y
allí tienes,
si los
ojos no lo dudan,
el
espectáculo triste.
REY: ¿Quién
habla en él? ¡Oye, escucha!
Descúbrese la mesa enlutada, la cabeza aparte y el
cuerpo a un
lado, una vela en un candelero, y MORALICOS enlutado
pidiendo
MORALICOS: Dadme,
por Dios, hermano,
para ayuda
a enterrar este cristiano.
REY: ¡Ay, Luna,
luna triste!
Saliste
tarde y presto te pusiste.
Nunca a
crecer llegaras,
porque si
no crecieras, no menguaras.
MORALICOS: Dadme, por
Dios, hermano,
para ayuda
a enterrar este cristiano.
REY: Si la
vida no le di,
¿qué
importa la sepultura?
Honras le
hiciera en la muerte
pero de
hacerlas resultan
inconvenientes agora
que de su
bien me descuidan.
Arrepentido estoy ya.
Reyes de
este siglo, nunca
deshagáis vuestras acciones
ni borréis vuestras hechuras.
¡Oh, quién a mis
descendientes
avisara
que no huyan
de los que
bien eligieron
para la
privanza suya!
Y acabe
aquí la tragedia
de la
envidia y la Fortuna.
Acabe aquí
el gran eclipse
del
resplandor de los Lunas .
FIN DE LA
COMEDIA