ACTO PRIMERO
Salen LIVIO y FLORO
LIVIO:
Apenas del mar salí
y a sus espumas negué
la vida que le fïé
cuando al viento me atreví,
hallo
que en Palermo es día
festivo de tal manera
que puede la primavera
copiar en él su alegría.
Refiéreme, amigo Floro,
la ocasión.
FLORO:
Estáme atento:
comuníquese el contento
como el sol por líneas de oro;
mas es bien que te prevenga
primero un caso infelice:
así en Sicilia se dice,
no sé qué verdad contenga.
Cuentan que el rey Edüardo,
rey último de esta tierra,
rey que en la paz y la guerra
fue prudente y fue gallardo,
tuvo dos hijos que un parto
echó
a la luz permitiva.
Temió la reina su esquiva
condición, y en otro cuarto
hizo al uno retirar,
temiendo, como imprudente,
que era suceso indecente
ser fecunda y singular.
Entregóse con secreto
a un villano el mismo día;
y el rey, que a la astrología,
no como varón discreto,
daba fe demasïada,
por las estrellas halló
que el hijo que reservó
la reina mal avisada
un rey tirano sería,
injusto, sin Dios ni ley
que, como bárbaro rey,
este reino perdería.
Creyólo el padre, de suerte
que, siendo el bárbaro él,
el injusto y el crüel,
le dio un género de muerte
nunca visto: en esa mar
que montañas sube y baja,
encerrado en una caja
le mandó el tirano echar,
y quedó sin heredero.
Esto en mi reino no fue;
no sé qué crédito dé
a espectáculo tan fiero.
Solo supe que murió
sin sucesión en Mesina,
y Matilde, su sobrina,
como sabe, le heredó.
Esta, pues, según los fueros
de Sicilia, hoy ha mandado
que
se junten al estado
de los nobles caballeros
y la plebe más lustrosa,
porque ella sola ha de ser
la que esposo ha de escoger.
LIVIO:
¡Qué costumbre inoficiosa!
¡Qué
bárbara ley! ¿Así
las reinas deben tomar
estado que ha de durar
una vida? Pero di:
¿para qué viene la plebe?
FLORO:
Porque en la plebe también
elegir puede.
LIVIO:
¡Qué bien
armó de fuego y de nieve
estas montañas el cielo!
¡Qué bien Sicilia solía
llamarse bárbara! Cría
en su seno el Mongibelo
esa ley, esa costumbre.
¿Plebeyos han de ser reyes?
FLORO:
Loco estás si de estas leyes
recibes tal pesadumbre.
Los normandos poseyeron
este reino, y esto usaron;
pero nunca en él reinaron
populares. Siempre fueron
los nobles los escogidos,
porque las reinas ya tienen,
cuando a tales actos vienen,
en su mente los maridos
a su propósito.
LIVIO:
¿Y quién
sospechas que es el dichoso
que ha de elegir por esposo
la reina?
FLORO:
Escogiendo bien,
será el duque Federico,
que es su deudo y es un hombre
que ha adquirido fama y nombre
en la guerra; es sabio, es rico,
y el más prudente varón
de Sicilia. Vesle aquí.
Él te informará por mí
con su talle y discreción.
Salen el DUQUE y OCTAVIO
OCTAVIO:
Ya, señor, cuantos te ven
pronosticándote están
que has de reinar, y te dan,
como es justo, el parabién;
y es tan grande la alegría
de que todos están llenos,
que ya reinas, por lo menos,
en las almas este día.
Mas yo, como lo deseo
con afecto superior,
entre esperanza y temor
ni bien dudo ni bien creo.
DUQUE:
Dar puedes crédito, Octavio,
a esa voz sin duda alguna,
que aunque es mujer la Fortuna,
no ha de hacerme tanto agravio.
Yo soy el hombre primero
de este reino, y si me estima
tanto la reina mi prima,
con razón su dicha espero.
Rey he de ser, que ya vi
en sus ojos celestiales
algunas veces señales
que me dijeron que sí;
y siempre los ojos fueron
llamados con propriedad
lenguas de la voluntad,
y lenguas que no mintieron.
Perdone, Porcia, perdone;
ame de veras o olvide;
que no es amor el que impide
que el amante se corone.
Subir a la majestad
es dejar de ser humano,
y un amago soberano
de la infinita deidad.
Hombre, adoraba su nombre;
mas diademas inmortales
de puntas piramidales
mudan la especie del hombre.
OCTAVIO:
Ya sale la reina.
DUQUE:
Y sale
un cielo majestüoso
que, en lo grave y en lo hermoso,
no hay planeta que le iguale.
Con otros ojos la miro,
con otra alma reverencio
esta deidad; y en silencio
me suspendo, si la admiro,
porque juzgándome suyo,
es
amor propio el que tengo
cuando a estimarla en más vengo.
OCTAVIO:
Porcia sale también.
DUQUE:
Huyo
los ojos de esa hermosura
porque ya míos no son,
y no quiero ser ladrón
de fe verdadera y pura.
Salen la REINA y PORCIA, el conde POMPEYO y un
NOBLE,
y CARLOS y BARLOVENTO y todos
los demás. Siéntase
la REINA en silla, y PORCIA en almohadas;
el DUQUE, el CONDE, y
el NOBLE se quedan al lado derecho donde habrá
un banco, y
CARLOS se queda con ellos, y BARLOVENTO y los
demás pasan
al otro lado
CONDE:
En esta parte han de estar
los nobles, y se les debe
este lugar; y la plebe
allí tiene su
lugar.
BARLOVENTO:
Pásome a la plebe, pues
que soy un mirón plebeyo.
REINA:
Por cierto, conde Pompeyo,
que esta ceremonia es
bárbara, si rigurosa.
¿La mujer, cuya flaqueza
tiene por naturaleza
ser honesta y vergonzosa,
se ha de obligar a decir
en público cuál le agrada
para dueño? ¡Oh, ley
cansada!
Sólo te pueden seguir
los que ignoran policía.
CONDE:
Tus mayores la observaron
y razones nos dejaron
en su abono, que algún día
las verá tu majestad.
No sólo en nuestras memorias
viven hoy, que en las historias
de esta famosa ciudad
están escritas; y así,
excusando esos temores
es este ramo de flores
la lengua que dice el sí.
Dale un ramo de flores el CONDE a la REINA
A quien la reina le da
aclaman rey y su esposo.
No es trance tan riguroso
como piensas, porque ya
habrás hecho la elección
con acuerdos superiores;
y así ese ramo de flores
sólo ceremonias son.
Y el reino que mereciste
sepa en tal publicidad
que es libre tu voluntad
y que forzada no fuiste,
pues pudiera acontecer
contra tu gusto casarte,
o por violencia o por arte;
pero así no puede ser.
REINA:
Sentaos, los grandes.
DUQUE:
Debemos
obediencia, amor y fe.
BARLOVENTO: Nosotros, estando
en pie,
oyentes grullas seremos.
Siéntase el DUQUE, el CONDE, el NOBLE y
vase
CARLOS a sentar
CONDE:
Aquí no tenéis lugar,
soldado; en el otro lado
habéis de estar.
CARLOS:
Si soldado
me habéis sabido llamar,
¿cómo, conde, no sabéis
que soy noble?
DUQUE:
Esa arrogancia
es hija de la ignorancia.
Soldado, no porfiéis;
pasad a vuestro lugar.
CARLOS:
No soy necio ni porfío.
El lugar que es noble es mío.
Si éste es noble, aquí he de estar.
Cualquier soldado adquirió
nobleza y blasón honrado;
pues, ¿qué ha de hacer un soldado
tan valiente como yo?
Hijos de sus obras son
los hombres más principales,
y con ser mis obras tales,
hoy no quiero ese blasón.
Hijo de mis pensamientos
soy agora, y noble tanto
que hasta los cielos levanto
máquinas sobre los vientos.
El valor los nobles hace,
y así, por examen, sobra
mirar cómo el hombre obra
y no mirar cómo nace.
BARLOVENTO:
A quien digo, yo me llamo
Barlovento, y sé también
que es Carlos hombre de bien,
porque basta ser mi amo.
Señor es de Barlovento:
los dos en la lid más brava
rayos fuimos, yo le daba
para pelear aliento
con que fuese nuevo Atila,
con que pudiese vencer,
pues le daba de comer;
que llevaba la mochila.
REINA: ¿Qué
es esto?
CONDE:
Un hombre atrevido
que, siendo humilde, pretende
asiento.
CARLOS:
Y a nadie ofende
el haberle pretendido.
Todas las cosas crïadas,
si se dan, se disminuyen,
tienen fin y se concluyen,
perdidas, muertas o dadas.
Solamente la honra está
entera, y contenta vive,
no sólo en quien la recibe,
sino en aquél que la da.
Poca debe de tener
quien a darla, no se atreve
o, por lo menos, no debe
quien la niega de querer
aumentarla; y así soy
más honrado yo este día,
pues quiero aumentar la mía
y pidiéndola os la doy.
BARLOVENTO:
¡A pagar de mi diné -- ,
ha dicho muy bi -- !
REINA:
¿Quién eres?
CARLOS:
Si atención, reina, me dieres,
lo que sé de mí diré.
REINA:
Oye, Porcia, éste es el hombre
que te he dicho tantas veces.
PORCIA:
Grande reprehensión mereces;
mira tu fama y tu nombre;
sujeta esa inclinación.
REINA:
Me arrebatan las estrellas
el alma.
PORCIA:
No fuerzan ellas
las almas, que libres son.
CARLOS:
La piedad de un pescador
de
esas playas me ha crïado,
que los cielos rigurosos
aún el padre me negaron.
Como se cuenta de Venus,
podré decirte que traigo
origen del mar: mis padres
son sus olas y
peñascos.
A ser bárbaro o gentil,
pensara, como Alejandro,
que Júpiter me engendró,
dios de los truenos y rayos.
Como Rómulo nací,
y entre las redes y barcos
insidias de lienza y aya
contra peces argentados,
sólo a los peces del signo
daba mi ambición asalto
trepando esferas y cielos
pensamientos soberanos.
Niño, penetraba el mar,
y de mí no se ha librado
el coral que nace verde,
muere rojo y vive blanco.
Calé sus senos oscuros
dando treguas con mis brazos
a las batallas civiles
de los delfines bizarros.
Globos de nieve formaba
entre azules campos,
adonde forman los vientos
promontorios de alabastro.
Crecí y crecieron conmigo
el valor y ánimo tanto,
que no cabiendo en la esfera
de prudentes y templados,
rompían, por dilatarse
a extremos de temerarios;
que
el valor, sin este extremo,
ni es famoso, ni es honrado.
A la guerra me incliné
que su opinión y mi brazo
es el crisol que examina
los pensamientos más altos.
Seguí
con ánimo noble
las banderas de Edüardo,
cuando en la fértil Calabria
venció a los napolitanos.
El primero fui, y primero
que en el muro de Casano,
trepando por una pica,
un tafetán encarnado
por bandera tremolé,
la victoria apellidando
por Sicilia, a cuya voz
con horror y con espanto
los cercados se rindieron,
los nuestros se coronaron,
el rey dilató su fama,
yo qué por buen soldado.
Blasfemaba un calabrés
que en nuestro ejército y campo
no habría quien cuerpo a cuerpo
saliese con él. Llegaron
sus arrogancias a oídos
de mi rey, y con cuidado
buscó en su ejército un hombre
que de tan fiero contrario
derribase la soberbia.
Cúpome la muerte; salgo
animoso al desafío
en un ligero caballo
que bebió el aliento al Bétis,
hijo sin duda del austro.
Era el calabrés valiente,
un
Mongibelo animado,
el fuego estaba en sus ojos,
la muerte estaba en sus brazos,
en sus dientes la braveza,
los crujidos en sus labios;
que a su voz vi estremecer
en las orillas un árbol
y en las aguas un escollo.
Salió en un rucio rodado
tan grande que parecía
la máquina de un troyano.
Al aliento de un clarín
tan fuertes nos encontramos,
que estribos, sentido y riendas
perdí yo por breve espacio.
Cobréme, volví a buscarle,
y según desacordado
le hallé, pienso que había
sucedídole otro tanto.
Arrojo el pequeño trozo
de la lanza y meto mano,
y a los tres primeros golpes,
más con industria que acaso,
corté las riendas y herí
aquel elefante bravo,
no caballo coronado
de plumas en las espaldas;
y, matizando los prados
de bruta sangre, saeta
pareció, pareció rayo
que entonces se desataba
de las nubes y del arco.
Dejó el calabrés la silla,
viendo el peligro, y de un salto
colocó un monte de miembros
en el círculo de un llano.
No quise ventaja yo;
hice los mismo, y negando
urbano agradecimiento
al español porque el campo
desocupado dejase,
le di un golpe, y a tres pasos
hallé la espada enemiga
que, blandiéndose y vibrando,
formaba tres contra mí.
Recibíla en un reparo
con que me oprimió la mía,
volviendo atrás ; y animado
con ver entre la armadura,
cuando levantaba el brazo,
paso desnudo a mi acero,
arrojéme tras un tajo
con una punta, que puso
fin al duelo, y con aplauso
de los nuestros, cayó el monte,
de su pecho desatando
fuentes de púrpura humana.
Testigos son de este caso
los que el asiento me niegan,
los que humilde me llamaron.
Y cuando el laurel debido
a mi frente estaba ufano,
porque había de ser premio
de mis hazañas, y cuando
honores me prometían
mis esperanzas, faltaron
las columnas de este reino:
derribólas el letargo
de la muerte, durmió el rey
eterno sueño y descanso
nunca más a despertar.
Cesó la guerra, y en vano
mi esperanza y mi fortuna
sus quimeras fabricaron.
Mi principio, reina, es éste,
éste es el caudal que alcanzo.
Ni soy más, ni tengo mas,
el mundo me llama Carlos,
los soldados el prodigio,
el cuerdo los cortesanos,
éstos me llaman plebeyo,
y yo tu hechura me llamo.
BARLOVENTO: ¡Cuerpo de
tal! ¿Quién te mete
en origen tan aguado?
¿Eres Venus que en el mar
la engendraron no sé cuántos?
Refiere una letanía
de los varones más claros,
y di que son tus abuelos;
que éste es el uso ordinario
de estos tiempos. Di que Adán
un hijo tuvo bastardo
que se llamó Faraón,
y éste fue padre de Caco.
Caco engendró al Tamorlán,
el Tamorlán a Alejandro,
Alejandro al gran Sofí,
y
el Sofí a Poncio Pilato,
Pilatos al Preste Juan,
Preste Juan al Minotauro,
el Minotauro a Babieca,
y Babieca a Arias Gonzalo,
padre de tu madre Dido,
la gran reina de Cartago.
Llama primos a los duques.
¿Quién te ha de ir averiguando
curiosamente las líneas,
si muestras pintado un árbol
con ramos y laberintos
que no entienda un boticario?
Alábate como todos.
CARLOS:
¡Calla loco!
BARLOVENTO:
Cuerdo callo.
REINA:
Mis pensamientos se inclinan
prodigiosamente a Carlos
sin que pueda sujetarlos
la razón, sueltos caminan
sin freno. Porcia, ¿qué haré?
PORCIA:
Vencerte y considerar
que eres reina y has de dar
a Sicilia rey que esté
de todos bien admitido.
Corrige el gusto a tus ojos;
no te entreguen tus antojos
a un hombre no conocido.
REINA:
Siéntate, Carlos, que yo
instituyo en ti nobleza.
CARLOS:
¡Viva, señora, tu alteza
los años del Fénix!
Vase CARLOS a sentar
CONDE:
No
porque la reina lo mande
se debe perjudicar
la nobleza titular
de Sicilia, que es tan grande
que no cabe en este banco;
y así, no tenéis lugar.
CARLOS:
Bien pudiera yo tomar
lo que con ánimo franco
me da su alteza, por fuerza;
mas déjolo, porque intento
tener más honrado asiento.
BARLOVENTO: ¡De esta vez
se los almuerza.
si pilla cólera!
Dobla la capa y siéntase en ella CARLOS
CARLOS:
Así
sobre mi honor me he sentado,
porque el banco del honrado
dicen que ha de dar de sí,
y siendo leño ese escaño,
duro será y avariento,
y así es más noble este asiento,
pues
dará de sí, que es paño.
La espada y la capa fue
honor del hombre mejor;
y así he partido mi honor
y en la mitad me senté,
y que es de más calidad
este asiento humilde; que
ése
lo defenderá aunque pese
a todos, la otra mitad.
DUQUE:
Señora, si vuestra alteza
a los títulos no guarda
sus derechos, acobarda
y aniquila la nobleza
de su reino.
REINA:
¿Yo no heredo
en aqueste reino mío
las deudas del rey mi tío?
Siendo así, no sólo puedo,
sino debo con derecho
dar a un soldado gallardo
las mercedes que Edüardo
viviendo le hubiera hecho.
Y así, aunque ese asiento es
vuestro honor, y yo le fío,
tomad esta vez el mío;
pasad al banco, Marqués.
BARLOVENTO:
¡Buena va, por Dios, la trova!
Mas, ¿si él, de donde se escapa,
será Marqués de su capa?
REINA:
Marqués sois de Terranova.
CARLOS:
Competir, señora, puedes
en magnífico blasón
con Alejandro, pues son
más pródigas tus mercedes.
Como es tu deidad sagrada
imagen de Dios, también
le imitas haciendo bien
y en hacer algo de nada.
Beso mil veces tus pies.
¡Tu reino exceda a este mar!
Caballeros, den lugar.
CONDE:
En hora buena, Marqués.
Siéntase CARLOS
PORCIA:
No manches y no desdores
tu opinión, que temo ya
que quien títulos le da
le querrá dar esas flores.
REINA:
¡Ay Porcia, no puedo más!
Darle más honras quisiera,
pero no lo haré. Modera
los consejos que me das,
pues cuando diera estas flores,
que no haré si no es decente,
fuera reinar solamente
sin recelos y temores
de
que un señor arrogante
quiera mandar, y que yo
obedezca.
PORCIA:
Quien subió
a la dicha en un instante
se desvanece más presto.
REINA:
No lo sientas, Porcia, así;
que éste fuera para mí
rey humilde, rey modesto.
Yo solamente reinara
en mi reino; y de otro modo
querrá el rey mandarlo todo;
mas no lo haré, cosa es clara.
CARLOS:
Ya que el honor que hay en mí
alentará mi razón,
quiero disculpar la acción
de haber concurrido aquí.
No se atribuya a locura
el llegar a donde estoy,
diciendo que águila soy
que me opongo a la luz pura.
Vosotros habréis venido
sedientos de majestad;
pero a mí curiosidad
solamente me ha traído.
Vosotros tres pretensores,
confïados y ambiciosos,
no venís como curiosos,
mas pensando llevar flores,
y aunque mi justa humildad
este lugar pretendió,
no por eso se atrevió
Faetón de tal majestad.
Halléme en él empeñado
sin saber donde llegué,
y después le conquisté
por no verme deshonrado.
DUQUE:
Pues tú das satisfacción
de que no vienes a ser
pretendiente de mujer,
hija de la perfección,
¿tú podías, tú podías
ser osado girasol
de aquellos rayos del sol
que da hermosura a los días?
¿Lo que sólo he merecido
disculpable te parece?
CARLOS:
Si ninguno lo merece,
iguales habemos sido.
Tiene el cielo soberano
tan alta circunferencia
que con él no hay diferencia
entre los montes y el llano;
cualquier hombre que se halle
en cumbre que al cielo va,
tan lejos del cielo está
como aquél que está en el valle.
Con la máquina estrellada
punto breve es todo el mundo,
que entre el monte y el profundo
es la diferencia nada.
Eres monte, valle soy,
la reina tan alta estrella
que, comparados con ella,
en igual balanza estoy.
REINA:
¿Ves, Porcia, la confïanza
del Duque y la presunción
de que aquestas flores son
el fruto de su esperanza?
Quien se juzga rey tan presto,
¿qué ha de hacer cuando lo sea?
PORCIA:
Aquello que se desea
siempre nos parece honesto.
Como engaña el propio amor,
da presunción y osadía;
y advierte, señora mía,
que, siendo el duque el señor
más ilustre en ser tu primo,
no es el presumir exceso.
REINA:
¿Cómo tú me dices eso,
queriendo al duque?
PORCIA:
Si estimo
más tus aciertos, ¿no es justo
que la verdad te aconseje,
aunque perdido se queje
de mis consejos mi gusto?
REINA:
Ya, Porcia, estoy envidiando
tu valor; no eres mujer
pues que te sabes vencer
si yo me voy despeñando.
DUQUE:
La respuesta imaginé
hasta agora, y si esperáis...
CARLOS:
Pues, duque, no lo digáis,
que aunque dije aquello, sé
quién es digno de alcanzar
las flores de aquella esfera,
y sé bien a quién las diera,
si yo las debiera dar,
con justa razón y ley.
(Mi lengua fue la que erró).
Aparte
DUQUE:
(Por mí lo dice: temió,
Aparte
como ve que he de ser rey).
CONDE:
Ya es tiempo que dé tu mano
flores, beldad y grandeza.
BARLOVENTO: Despéñenos
vuestra alteza;
dé flores, como el verano.
REINA:
(No tiene esta ley acierto, Aparte
rey bárbaro la
inventó;
pero sin romperla yo,
me he de casar por concierto.
Todo el ingenio lo alcanza;
medios y terceros son
los que casan. Mi elección
ha de perder su esperanza).
Carlos.
CARLOS:
¿Señora?
REINA:
Tú dices
que sabes bien quién merece
la corona que hoy se ofrece.
Haz estas bodas felices;
da tú este ramo de flores
al varón que reine y venza,
para que así la vergüenza
no me dé nuevos colores.
DUQUE:
Bien hace, si a Carlos fías
las flores y majestad.
(Él pretende mi amistad
Aparte
y ya sabe que son mías).
CARLOS:
Tómolas agradecido
de que resignes en mí
tu voto y gusto, y así
al que las ha merecido
las daré. No quiera el cielo
que quite reino y honor
al hombre de más valor;
mas segunda vez apelo
a tu majestad, señora,
¿darás la mano al que aquí
diere yo estas flores?
REINA:
Sí.
CARLOS:
Pues sepan todos agora
que el que más las mereció,
y el que digno de ellas es,
es solamente el Marqués.
DUQUE:
¿Qué Marqués es ése?
CARLOS:
Yo.
A mí mismo me las doy.
Rey por rey, Carlos lo sea.
Dame tus manos y vea
Sicilia que asombro soy
del mundo, y
que fue misterio
Pásase a la plebe
nacer yo de las espumas.
Si han de coronarme plumas,
¡las águilas del imperio!
DUQUE:
¡Ése es engaño y traición!
Suba a títulos la plebe,
no a reinar.
CONDE:
¿Cómo se atreve
este soberbio Faetón
al carro del sol dorado?
NOBLE:
El engaño y la milicia
no saben guardar justicia.
¡Muera, muera despeñado!
BARLOVENTO:
La plebe es mujer honrada,
y reinar no es cosa nueva.
Hijos son de Adán y Esgueva
los plebíferos.
FLORO:
Echada
la suerte una vez, no
debe
faltar.
BARLOVENTO:
Eso sí; ¡espantarlos!
NOBLE:
¡Viva el duque!
LIVIO:
¡Viva Carlos!
NOBLE:
¡Aquí nobleza!
LIVIO:
¡Aquí plebe!
Carlos
habrá de reinar,
si paz al reino conviene,
porque de su parte tiene
el aplauso popular.
NOBLE:
¿Cómo a los nobles se atreve?
BARLOVENTO: Muchos son.
Bueno es dejarlos.
NOBLE:
¡Viva el duque!
Dice BARLOVENTO y la plebe
BARLOVENTO:
¡Viva Carlos!
Dicen los NOBLES
NOBLE:
¡Aquí nobleza!
BARLOVENTO:
¡Aquí plebe!
PORCIA:
¿Qué has hecho?
REINA:
Porcia no sé.
Por eso dicen los sabios
que el cielo mueve los labios
a veces. El cielo fue,
sin duda, quien esto quiso.
PORCIA:
Di que es engaño.
REINA:
¿No ves
conjurado al pueblo, que es
monstruo sin razón ni aviso?
LIVIO:
¡Déle la reina la mano.
La PLEBE
[VOCES]: ¡Dé
la mano!
REINA:
Caballeros,
si amenazan los aceros
del pueblo y vulgo tirano,
ya es prudencia moderar
su confusa alteración.
En parte tienen razón,
aunque me queráis culpar.
El cielo, sin duda, ordena
que reine Carlos, y así,
a los hados me rendí.
¡Reine muy en hora buena!
Levántase la REINA y dale la mano y
siéntanse los dos
DUQUE:
Este error cuidado ha sido;
no es orden del cielo, no:
en tu pecho se engendró,
de tus labios ha nacido.
¡Vive Dios, que fue rendirte
a tu gusto, no a los hados,
y los nobles agraviados
han de saber persuadirte
la verdad!
CARLOS:
¡Hola! ¿Qué es esto?
¿A la reina habláis así,
y más, delante de mí?
Sed a la reina modesto,
y no perdáis a su alteza
el decoro, o ¡vive el cielo!,
que os derriben en el suelo
la soberbia y la cabeza.
DUQUE:
Los nobles no han de jurar
a rey que ellos no conceden.
CARLOS:
Bien dices, jurar no pueden
si yo los mando matar.
¡Prendedlos!
CONDE:
Nos despeñamos
si el pueblo las armas toma.
Así su furia se doma.
Todos los nobles juramos
a Carlos, por rey, marido
de Matilde.
CARLOS:
Eso os conviene.
CONDE:
Otro remedio no tiene,
pues la reina lo ha querido.
FLORO: Todos
juramos también
ser tus vasallos leales.
CARLOS:
Besadme la mano.
DUQUE:
¡Tales
sucesos mis ojos ven
que me parecen soñados
y confusos mis sentidos!
Ni a la duda están dormidos
ni al crédito desvelados.
LIVIO:
Los nobles y caballeros
llegan ya.
NOBLE:
Vamos nosotros...
CARLOS:
¿Quién os ha dicho a vosotros
que habéís de ser los primeros?
CONDE:
Razón y costumbre son.
CARLOS:
Yo, así el cielo lo dispuso,
tengo poder sobre el uso.
CONDE:
Mas no sobre la razón.
CARLOS:
Los que merecen coronas,
si quieren saber reinar,
a Dios tienen de imitar,
y Dios no excepta personas.
Quien más le sirve es mejor,
y el vasallo más leal
es sólo el más principal.
Llegad vosotros.
REINA:
Señor,...
CARLOS:
Dadme, señora, licencia
de ordenar esto a mi modo.
PORCIA:
Pienso que lo erraste todo.
REINA:
También lo pienso. ¡Paciencia!
LIVIO:
Besamos, agradecidos
a tantas honras, la mano.
DUQUE:
El pueblo le hará tirano;
los nobles somos perdidos.
BARLOVENTO:
También Barlovento llega
a dar su beso de paz;
ministro de su solaz
será ya. ¿Quién me lo niega?
CARLOS:
Bueno está.
BARLOVENTO:
¿Bueno está? ¿Cómo?
Tu ceniza he de ser hoy.
Mi rey, Barlovento soy;
Carlos eres: ¡Memento homo!
CARLOS:
Para sólo su ocasión
el gracejar es bien hecho.
BARLOVENTO: (¡Vive el
cielo, que sospecho Aparte
que ha mudado condición!)
CARLOS:
Los populares reciban,
de hoy más, honras y blasones.
FLORO:
Robar sabes corazones.
Todos los PLEBES
[VOCES]:
¡Carlos y Matilde vivan!
CARLOS:
Vamos, señora.
REINA:
¿No ves
que la nobleza te espera?
CARLOS: Está
soberbia, está fiera;
abata el vuelo y después
llegará a besar mi mano.
CONDE:
Oye, rey.
CARLOS:
¡Nadie me hable!
DUQUE:
(¡Ah, Sicilia miserable, Aparte
nunca te falta un tirano!)
PORCIA:
Yo profetizo a este error
bien larga melancolía.
REINA:
Rey apacible quería,
no rey de tanto valor.
Vanse todos y queda el DUQUE
DUQUE:
¿A cuál hombre ha sucedido
tal engaño y desengaño?
Para hacer mayor el daño
uno tras otro ha venido.
Mas, ¿qué lloro, si han caído
otros de esfera sagrada,
a los cielos levantada,
y yo solamente aquí
de mi esperanza caí
que es caer de nada en nada.
Humo es la esperanza, y yo
de ser el rey la tenía;
mintió la esperanza mía,
mi
presunción me engañó.
Fue mujer la que eligió.
¿Qué mucho que mis cuidados
vanos fuesen engañados,
si elegir lo malo debe,
y el engaño no se atreve,
si no es a los confïados?
¿En qué fábula o historia
tal suceso se ha leído,
que un hombre no conocido
suba a majestad y gloria
de repente? En la memoria
ejemplo ninguno siento
de tal acontecimiento;
ni se acuerda, ni se sabe.
Mas, ¿qué mucho, si no cabe
en humano entendimiento?
Sale PORCIA
PORCIA:
Duque, confusa este día
entre sucesos tan raros,
el pésame vengo a daros
que yo por rey os tenía.
Sea testigo la fe mía
que a la reina aconsejé
lo que justo y recto fue,
sin sombra de envidia y
celos.
Testigos serán los cielos
cuando no baste mi fe.
Sois, gran señor, sois su primo,
y en mí es fuerza el desear
ver a mi reina acertar
y ver reinar lo que estimo,.
DUQUE:
Con ese pésame animo
la pasión que siento en mí,
no porque un reino perdí
con que servirte pudiera,
si bien confieso que fuera
reinar más amarte a ti;
mas viendo que un hombre humilde,
ya soberbio como vano,
por fuerza he de ser tirano,
y viendo errar a Matilde
como una loca.
PORCIA:
Decilde,
duque, vos a esa pasión
que deje la posesión
del alma, dando lugar
para que puedan entrar
mi firmeza y mi afición.
Sale FLORO con un papel, y BARLOVENTO
FLORO:
El caso es grave.
BARLOVENTO:
Pues yo
he de escuchar lo que pasa;
el podenco soy de casa.
Todo lo he de oler.
FLORO:
Mandó...
Pero ya el duque nos vio,
aquí lo sabrás.
Al DUQUE
Ordena
su majestad, y con pena
de perdimiento de bienes...
DUQUE:
Estos son, Porcia, vaivenes
de la Fortuna, sirena
que regala y mata.
A FLORO
Di.
FLORO:
Que salgan los nobles hoy
de la corte.
BARLOVENTO:
Quedo estoy;
popular hombre nací.
Duque, a pelo viene aquí
una cosa de buen gusto
que dijo César Augusto
de Herodes, como veía
que tocino no comía
y
mataba como injusto
los niños. El César dijo
de hombre tan necio y crüel,
que más quisiera ser él
su cochino que no su hijo.
Hoy vale más ser cortijo
que corte, ser popular
que noble.
DUQUE:
¿En qué han de parar
tales principios?
PORCIA:
¿En qué?
En desdichas de mi fe,
en que comienzo a llorar
tus desdichas. Yo temía
perderte rey coronado;
mas perderte desterrado
sólo fue desdicha mía.
DUQUE:
Un día sigue a otro día.
El bien y el mal duran poco.
Si a los títulos convoco,
podrá ser que muestren brío.
BARLOVENTO: ¿Qué
responde, duque mío?
DUQUE:
No respondo nada, loco.
Vase el DUQUE
BARLOVENTO:
Hable con más devoción,
que soy plebeyo. ¿No ve
que es noble? Conozcasé,
señorazo, señorón,
noble, noblisimón.
¿No ve lo poco que vale?
FLORO:
Vamos, que la reina sale.
BARLOVENTO: Aunque Heliogábalo
hacía
de la oscura noche día,
no hay cosa que a ésta se iguale.
Vanse. Sale la REINA
REINA:
Porcia, buscándote vengo,
reventando el corazón.
Desdichas fatales son
de que yo la culpa tengo.
Otras mayores prevengo,
que un rey tirano he dado
a este reino desdichado.
Pensé tenerle obediente
a mi gusto, y es serpiente
que entre mi seno he crïado.
Mi eterno llanto comience.
¡Mal haya la inclinación
que se opone a la razón!
¡Mal haya la quien no la vence!
PORCIA:
Tu mismo error te avergüence,
pues no tomaste consejo.
El conde viene y te dejo
a solas con él; quizá
el remedio te dará
como sabio y noble espejo.
Vase PORCIA. Sale el CONDE
CONDE:
Cuando se ven desterrados
los señores que han de honrarte,
cuando el vulgo se reparte
oficios y magistrados,
¿en qué pones tus cuidados?
REINA:
Conde, en remediar el daño,
en dar disculpa a mi engaño
enmienda a tan grande error.
CONDE:
Aquí tengo un labrador
que con un prodigio extraño
al nuevo rey se parece.
En una aldegüela mía
ha nacido, y él venía...
REINA:
No digas más; se me ofrece
el remedio, resplandece
el ingenio en el aprieto.
Tráele, conde, con secreto.
CONDE:
Aquí está en el corredor
esperando.
Vase el CONDE
REINA:
¡Oh, labrador,
si acaso fueses discreto!
Un antojo mal seguro
me trae a este grave paso;
aun en comedia era el caso
no verosímil y duro.
Sin ver el daño futuro
di las flores a quien era
sombra humilde de mi esfera;
mi vergüenza me engañó,
no me culpa nadie, no;
pensé que al duque las diera.
Salen el CONDE y ENRICO, de labrador
CONDE:
Vesle aquí.
REINA:
(Naturaleza Aparte
puso un milagro en los dos!
Maravillas son de Dios
con que da al mundo belleza.
El fin de mi mal empieza).
¿Tendrás valor para...?
ENRICO:
Sí.
REINA:
¿Cómo respondes así
antes de saber el modo?
ENRICO:
Valor tengo para todo.
Valor hallarás en mí;
que aunque villano, soy rico
de pensamientos honrados,
y entre silvestres cuidados
a guerras y armas me aplico.
REINA:
¿Cómo te llamas?
ENRICO:
Enrico.
Vasallo del conde soy.
REINA:
¡Admiraciones te doy!
¿Conoces al rey acaso?
ENRICO:
No, señora.
REINA:
(Al postrer paso
Aparte
de mis desdichas estoy.
Fin han de tener aquí.
Verán que el ingenio excede
sus fuerzas mismas, y puede
volver tal vez sobre sí).
Enrico, vente tras mí.
ENRICO:
Ya mi pecho se dispuso
a cualquiera acción. El uso
falta ya. Manda de espacio.
REINA:
Reinar tengo, o mi palacio
será el palacio confuso.
Éntrate en este aposento.
ENRICO:
Entraré por un volcán,
si tus palabras me dan
la obligación y el aliento.
CONDE:
Después sabrás el intento.
REINA:
¡Mi ingenio verán agora!
CONDE:
....... [-ora],
tuyo soy.
ENRICO:
Soy tu vasallo.
REINA:
Cierra y calla.
ENRICO:
Cierro y callo.
REINA:
¿Viéronle entrar?
CONDE:
No, señora.
Vanse. ENRICO por la puerta de en medio, y
la REINA
por una puerta y el CONDE por otra
FIN DEL ACTO PRIMERO