ACTO SEGUNDO
Salen ENRICO vestido como CARLOS y la REINA,
cada uno
por su puerta, ENRICO por la de en medio
REINA:
Sal, Enrico.
ENRICO:
Y en el traje
que ha mandado vuestra alteza.
REINA:
Pluma blanca traerá siempre
porque conocerte pueda.
ENRICO:
¿Tanto le parezco?
REINA:
Sí;
necesarias son las señas.
Enrico, la industria suele
vencer la naturaleza,
y a cada paso miramos
a
las dos en competencias.
¿Quién dijera que una garza,
que en las celestes esferas
hecha del sol mariposa
las alas azules quema,
rayo de plumas bajara
a hacer túmulo la yerba
a los pies del cazador
que le flechó dos saetas
con almas en dos halcones?
¿Quién las montañas soberbias
del piélago verde y negro,
que amagan a las estrellas
impelidas de los vientos,
hollar pensara y, sujetas
las olas, de nieve ricas,
desatar pensara perlas
de sus nácares? ¿Y quién
domesticados creyera
dientes, garras y veneno,
que son armas de las fieras,
si le faltara la industria
al ingenio humano? Puedan
la fortuna y la desdicha,
atropellando miserias,
darnos batalla campal;
que la industria es la defensa
contra el rigor de sus manos,
contra el girar de su rueda.
Un rey tirano tenemos,
garza que la luz desprecia
del sol con atrevimientos,
mar que amenaza inclemencias,
fiera que armó de crueldades
el pecho. La industria sea
quien deshaga este prodigio,
quien a este bárbaro venza.
ENRICO:
Señora, cuanto el invierno
o deshace con la fuerza
de los vientos que respira,
o con escarchas platea;
cuanto en las plantas destroza
arrugando las cortezas,
descabellando las copas,
renueva la primavera,
las colores restituye,
a los pájaros alegra,
a las fuentes causa risa
y a los pradillo belleza;
y estos dos tiempos contrarios
en un círculo se alternan,
robando y restituyendo
en hermosa competencia.
Dos reyes tendrá Sicilia,
si dura el engaño, Reina;
y yo, a tu voz obediente,
rayo de esa luz inmensa,
como vasallo leal
viviré con alma atenta
a tu gusto, deshaciendo
cuanto manda, cuanto ordena
un rey tirano; y seremos,
mientras que esto no se entienda,
él diciembre y yo el abril
coronado de violetas.
REINA:
Ya que sois tan semejantes
que un lunar os diferencia
que tienes en una mano,
las condiciones opuestas
serán, Enrico, distantes;
mientras él durmiere, reinas,
y yo, con arte y cuidado,
seré siempre centinela
que te avise y que te esconda.
Disimula, pues. ¡Elena!
Sale ELENA
ELENA:
¿Mi señora?
REINA:
Avisa a Floro
que el rey madrugó y le espera.
ELENA:
Voy a llamarle.
Vase
REINA:
¡Oh, si el cielo
diera a mis desdichas treguas!
Ama el rey a Porcia; a mí
con razones me desprecia,
que mis fáciles antojos
me obligaron a esta deuda.
El reino me tiraniza,
la voluntad me sujeta:
castigos son de mi error.
¡Animo, industria o paciencia!
Vase la REINA
ENRICO:
Venme aquí representando
la majestad y grandeza
del rey, y mis pensamientos
atrevidamente vuelan
por regiones de aire y fuego
hasta penetrar planetas
con sus alas. Un villano
era ayer entre las selvas
que miran en ese mar
su verde pompa y belleza.
Ya soy imagen y sombra
del mismo rey; y si vuela
el alma cuando en el sueño
yace un cuerpo, un alma sea
del rey mi voz mientras duerme;
he de usurpar su potencia:
Cástor y Pólux seremos,
la luz tendremos a medias;
que es dulce cosa reinar
y peligros atropella.
Vuelve a salir ELENA
ELENA:
Ya viene Floro, señor.
ENRICO:
Y en ti, hermosísima Elena,
viene Flora, a cuya imagen
la antigüedad hizo fiestas
como a Venus; en ti viene
la hermosura de la griega
con quien compite tu nombre,
no tu beldad. Oye, espera.
Deja que sólo contemple
con elevación honesta
la fábrica de ese rostro
que a la del cielo remeda.
Ni es alabarte lisonja,
ni es el mirarte flaqueza,
ni ambas cosas son amor;
que la hermosura deleita
naturalmente a los ojos
y en cualquier sujeto alegra.
ELENA:
En la reina, mi señora,
es la hermosura más cierta
y digna de admiración.
Si tu majestad contempla
aquel cielo, no le llamen
otros cuidados.
ENRICO:
Despierta
la atención del alma siempre
cualquiera hermosura nueva.
ELENA:
Ni yo la tengo, ni escriben
que quien la máquina eterna
del hermoso cielo mira
alabe una flor pequeña,
que es un átomo del sol.
Ojos que ven las estrellas,
lunares del firmamento,
en su misma luz, no dejan
la verdad por el retrato,
que en las olas que se quiebran
nos dibujas los reflejos
de la luz. Cielo es la reina,
un átomo suyo soy.
Tu majestad dé licencia
que
vana y ociosamente
sus cuidados no divierta.
Vase ELENA
ENRICO:
Imperio tiene en las almas
la hermosura, con que fuerza
y arrebata los sentidos,
y el afecto desordena.
Sale FLORO
FLORO:
El capitán de la guarda
y el gobernador esperan
tu licencia.
ENRICO:
Entren. (Aquí
Aparte
me sucede lo que cuentan
de aquel gran representante,
que, en viéndose con diadema
y con púrpura sagrada,
el espíritu de César
en su pecho se infundía.)
Salen LIVIO y el Gobernador ARNESTO
Floro, yo quiero que vuelvan
hoy a mi corte los nobles,
y algunos están ya cerca;
que la reina les dio aviso.
No quiero que la nobleza
se agravie tanto de mí.
Y así, cuando alguno venga
a darme gracias, y yo
con ira y cólera inmensa
lo mandare prender, tú,
capitán, no me obedezcas,
que será enojo fingido
por ciertas causas secretas
que sabréis después. Tú,
Floro,
dame siempre por respuesta
que lo mandé, y si me enojo,
disimula con prudencia.
Tú, gobernador, si yo
mandare que armas prevenga
el pueblo contra los nobles,
no lo has de hacer, porque es ésta
para gobernar mi reino
bien pensada estratagema.
Esto conviene; y así,
le cortarán la cabeza
al que no lo obedeciere.
ARNESTO:
Haráse como lo ordenas.
ENRICO:
También quiero que cedáis
los tres oficios; y tenga
Octavio vuestros papeles,
el conde, de la guarda, y sea
el duque gobernador.
porque en títulos y rentas
pienso aumentaros, y agora
hallo ciertas conveniencias
en esto.
LIVIO:
Somos hechuras
y
rasgos de tu grandeza.
Vanse los dos
ENRICO:
¡Vive Dios, que no creí
que la semejanza nuestra
era tanta! Con recelo
el alma daba a la lengua
las palabras; ya el aliento
con más vigor, con más fuerza,
atrevimientos infunde
en tan difícil empresa.
Sale la REINA
REINA:
¿Cómo va, Enrico?
ENRICO:
Muy bien.
REINA:
Éntrate, pues. No te vean.
Reine Carlos otro rato.
ENRICO:
De Artemio, un esclavo, cuentan
las historias esto mismo.
No pienses que es cosa nueva.
Vase ENRICO
REINA:
Mientras durare el engaño
desharemos las violencias
que causó a mi reino amado
un mar, un monte, una fiera.
¡Tened lástima de mí,
cristales azules, ruedas
de
zafir, celos hermosos,
diáfanos, vidrïeras
por quien no están mirando
la verdad y providencia!
¡Borre mi amor vuestra luz,
como imagen imperfecta!
Sale CARLOS con un papel
CARLOS:
(Con rigor Porcia me escribe, Aparte
respondiendo a mi papel.
¿Qué hermosura no es crüel?
¿Qué mujer gallarda vive
sin soberbia, aunque recibe
de otra mano la belleza?
¿En qué vanidad tropieza
la que en su beldad se fía,
si se la da para un día
prestada Naturaleza?
Quiero volver a leerte,
papel tirano, mas, ¿quién
ver quiso que hiciese bien
la sentencia de su muerte
dos veces? Amo de suerte
esa bella ingrata mía
que si el alma desconfía
se incita luego a furor;
y así, pienso que este amor
no es amor sino porfía.
La reina está aquí). Señora,
si esa deidad reverencio,
¿cómo con tanto silencio
miráis a quien os adora?
Despliegue rubís la aurora,
abra claveles y mueva
labios a quien perlas deba.
No esté la belleza muda.
REINA:
Con razón la lengua duda
de ver lisonja tan nueva.
Sale el DUQUE
DUQUE:
Tu majestad dé su mano
a quien viene agradecido
del favor que ha recibido
de su generosa mano.
Ya, señor, podré decir
que es mayor, a mi entender,
el contento del volver
que la pena del partir,
ya, si el alma está obligada
a agradecer cuando siento,
que es más la merced presente
que fue la injuria pasada.
CARLOS:
Reina, ¿qué es esto?
REINA:
No sé;
tu majestad lo sabrá.
Sale el CONDE
CONDE:
Bastante premio será
de mi mucho amor y fe
besar tu mano, señor,
pues que ya trocar nos dejas
en alabanzas las quejas
y en mercedes el rigor.
CARLOS:
¿Qué engaño, qué atrevimiento
es el que miro?
Sale OCTAVIO
OCTAVIO:
A tus pies
está obediente quien es
el mismo agradecimiento.
Al cielo de tu deidad
con amor pienso venir,
para que puedan lucir
los rayos de mi lealtad.
Sale FLORO
CARLOS:
Floro, ¿qué traición es ésta?
FLORO:
Es lo que mandaste.
CARLOS:
¿A mí
se puede atrever así
tan necia y loca respuesta?
¿Yo mandé volver a aquellos
que desterré? ¡Vive Dios,
que es hechura de los dos
este engaño! No son ellos
los atrevidos. Tú debes
la pena de esta traición,
que en alas de presunción
a mi grandeza te atreves.
Rodará por las esferas
Faetón, que muerte merece.
FLORO:
Basta, señor; que parece
que va el enojo de veras.
CARLOS:
¿Cómo de veras? La muerte
no pisa en pálidos senos,
sombras, áspides, venenos
de más horror. ¿De esta suerte
a mi cólera te opones?
¡Ah, capitán
de mi guarda!
Sale LIVIO
LIVIO:
¿Qué me mandas?
CARLOS:
Quiero que arda
en las cóncavas regiones
de ese Mongibelo Floro.
Él y el duque vayan presos.
Sirva de tumba a sus huesos
el Paquino y el Peloro.
Sepa Sicilia que soy
no rey, sino rayo ardiente
que, en asombro de la gente,
señas de Júpiter doy.
LIVIO:
Ese enojo es de gentil,
y no de rey tan cristiano,
a quien presto el oceano
entre espumas de marfil
dará tributo. Señor,
tu ardiente enojo modera.
No siempre el sol reverbera
dando a los campos calor;
no siempre produce hielos
con su sombra; antes alcanza
una compuesta templanza,
dando vueltas a los cielos.
CARLOS:
¿Qué replicas? Lleva presos
a los dos.
LIVIO:
No puede ser.
CARLOS:
De ti no pueden nacer
esos bríos. No son ésos
aliento de tu traición.
Reina, de vos han nacido.
Sola la luna ha podido
estar en oposición
con el sol; mas es tan breve
y tan corta su grandeza,
que no eclipsa la belleza
de oro, de nácar, de nieve.
Vuestro fue el reino; ya es mío.
No me coronaron, no,
vuestras flores porque yo,
con heroico aliento y brío,
del pueblo lo[s] recibí.
Él se entregó a mi valor.
¡Ah, Arnesto! ¡Ah, gobernador!
Sale ARNESTO el gobernador
ARNESTO:
Señor, ¿qué me mandas?
CARLOS:
Sí,
que el pueblo las armas tome
y a los nobles prenda, que éstos
querrán ocupar los puestos
que al pueblo se deben; dome
su soberbia vuestra furia
que mejor diré lealtad.
ARNESTO: No
es bien que tu majestad
haga
a su reino esta injuria;
vivan los nobles en él,
pues su grandeza blasonan,
si visten y si coronan
la púrpura y el laurel.
CARLOS:
¿Vos también, gobernador?
ARNESTO:
Hago lo que mandas.
CARLOS:
Esto,
sin duda, que está dispuesto
con acuerdo superior.
REINA:
Sí, del cielo; que los cielos
enseñándonos están
a reinar, si su luz dan
en iguales paralelos
sin pasiones y porfías
a los astros; y por eso,
pintan un signo con peso
que iguala noches y días.
No ha procedido de mí
ese acuerdo. Oculto fue;
que si ultrajada se ve,
vuelve la razón por sí.
Ella misma, en su grandeza,
de nuestros ánimos nace
y en las repúblicas hace
segunda
naturaleza.
Las almas del cielo dadas
con razón se han de medir,
o las sabrán producir
las cosas inanimadas;
pues cuando en la edad primera
perdió el
hombre esta hermosura,
se rebeló la criatura;
sus dientes armó la fiera.
Bramó el mar en su región,
que en acuerdo soberano
todo se opone al tirano
de la justicia y razón.
No es pueblo el que te ha hecho
rey de Sicilia. Y si fue,
en él ha faltado fe
y en ti ha faltado el derecho.
Pues, siendo Sicilia mía,
la usurpará quien la diere,
si derecho no se adquiere
con fuerza y con tiranía,
aunque fuera para mí
más decente el confesar
que el reino se pudo dar
y no que yo te le di;
que menos el alma siente
el ajeno error. Desde hoy
reina de Sicilia soy,
y tú, Carlos solamente.
Vase la REINA
CARLOS:
¡Oye, espera!
DUQUE:
Dime, Arnesto,
¿para qué nos has traído
si el rey se enoja?
ARNESTO:
Es fingido.
Acuerdo del rey es esto,
y vuesexcelencia será
gobernador.
LIVIO:
Con razón
venga a tomar posesión
que el rey lo manda.
FLORO:
El rey da
hoy mis papeles a Octavio.
LIVIO:
Y la guarda al conde. Vengan,
porque así los nobles tengan
satisfacción de su agravio.
DUQUE:
Yo beso por el oficio
tu mano otra vez.
CONDE:
Los dos
lo mismo hacemos.
Vanse. Quedan CARLOS y FLORO
CARLOS:
¡Por Dios,
que estoy perdiendo el jüicio!
O este reino se rebela
contra mí, o mi daño aspira.
No quiero encenderme en ira
mas vestirme de cautela.
Proseguir quiero la guerra
de Nápoles. Hagan gente,
que con ella fácilmente
podré allanar esta tierra,
pues que cuando atrevimientos
a tal confusión me obligan,
ni se aplacan ni mitigan
mis soberbios pensamientos.
Si a la esfera de la luna
me he sabido levantar,
la industria ha de conservar
lo que me dio la fortuna.
¡Ah, secretario!
Sale OCTAVIO
OCTAVIO:
Señor,
¿qué me mandas?
CARLOS:
¡Otro agravio!
Secretario han hecho a Octavio.
¡Paciencia! ¡Ah, gobernador!
Sale el DUQUE
DUQUE:
¿Qué me manda vuestra alteza?
CARLOS:
¿Qué paciencia ha de bastar
a vencer y moderar
mis
enojos, cuando empieza
una villana osadía
a descubrirse? ¿Tú eres
gobernador?
DUQUE:
Tú lo quieres.
Tuya es la elección, no es mía.
CARLOS:
¡Ea, que no hay sufrimiento
que conserve mi templanza!
Ya es forzosa la venganza.
¡Capitán!
Sale el CONDE
CONDE:
¿Señor?
CARLOS:
¿Qué aliento
me puede dar la prudencia
cuando postrado se halla
el discurso en la batalla
del agravio y la paciencia?
Pregunto, ¿quién os ha dado
estos oficios?
FLORO:
Tú mismo.
CARLOS:
Sigue un abismo a otro abismo
y un cuidado a otro cuidado.
Loco me quieren hacer.
FLORO:
No finjas, señor, olvido,
que solamente fingido
el enojo había de ser.
Modera y temple el rigor
pues tus palabras son leyes;
que el enojo de los reyes
aun fingido da temor.
CARLOS:
(Éste trazó esta quimera.
Aparte
Pagarálo con la vida).
Duque.
DUQUE:
¿Qué mandas?
CARLOS:
No impida
la paz blanda y lisonjera
que este reino se dilate.
Si sólo ensancha la guerra
los términos de la tierra,
de guerra y armas se trate.
Junta la gente que fue
de Edüardo honra y blasón,
y el reino para esta acción
un donativo me dé.
A
Nápoles pasaremos,
porque quiero dilatar
los términos de este mar,
de ese monte a los extremos.
DUQUE:
Haces bien; seré puntual.
Brillen al sol tus banderas
y
den temor tus galeras
a ese reino de cristal
Vase el DUQUE
CARLOS:
Octavio.
OCTAVIO:
¿Señor?
CARLOS:
No quiero
dar sólo al Conde esta acción.
Prended
a Floro.
FLORO:
¿Éstas son
la merced y honra que espero?
Enojarte has prometido
no prenderme.
CARLOS:
De ese modo
no te aflijas, pues que todo
imaginas que es fingido.
CONDE:
El duque anduvo discreto,
bien nuestro engaño dispuso;
el palacio anda confuso,
sólo yo alcanza el secreto.
Vanse. Queda CARLOS y sale BARLOVENTO
BARLOVENTO:
A pedir vengo justicia
a mi rey.
CARLOS:
¿Quién habla ahí?
BARLOVENTO: Querellas me traen
aquí,
no pretensión ni codicia.
A tus pies, señor, postrado
te he de suplicar, si acierto,
que me deshagas un tuerto
de un señor que me ha agraviado.
CARLOS:
Si quién es.
BARLOVENTO:
Carlos se llama.
Mi amo diez años fue;
si
su comida guisé,
él fue el amo y yo fue el ama.
Haz, rey, que me satisfaga
diez años que le serví.
CARLOS:
¿Él niega la deuda?
BARLOVENTO:
Sí;
que harto niega quien no paga.
Sordo a mis quejas está.
Darle una urraca pretendo
que siempre le esté diciendo:
"Paga, paga."
CARLOS:
Y él lo hará.
BARLOVENTO:
Pero no se dice cuándo.
CARLOS:
Hombre es de bien, yo le fío.
BARLOVENTO: Si le conoce, rey
mío,
pague por él.
CARLOS:
Yo te mando...
BARLOVENTO:
¿Dádivas de testamento?
Eso no, que pobre estoy.
Cuanto es mejor "yo te doy..."
Pero mande, soy contento.
CARLOS:
Yo te mando que te vayas
sin pedir y sin hablar.
BARLOVENTO: ¿Dónde
me he de ir? ¿A tirar
la jábega en esas playas?
CARLOS:
A traerme una libranza
para que yo te la firme.
BARLOVENTO: Y de cuánto
has de decirme.
CARLOS:
De dos mil ducados.
BARLOVENTO:
Panza,
¡Albricias!, que ya los dos
salimos de pan y queso.
Yo te beso... mas no beso
hasta ver la firma. Adiós.
Una cosa se me olvida,
y así vuelvo por la posta.
¿Fueron de ayuda de costa
o de renta de por vida?
CARLOS:
De ayuda son. ¿Quién lo duda?
BARLOVENTO: Yo, que puedo
vestir jalma,
boticario de mi alma,
no me ordenes esta ayuda.
CARLOS:
Vete; que de renta son.
BARLOVENTO: Dos mil de renta,
¿es quien quiera?
¡Vengan peto y bigotera !
¡Venga un coche y venga un dos!
Vase BARLOVENTO y sale PORCIA
PORCIA:
Pasaba la galería
de la mar, y está aquí el rey.
Vuélvome.
CARLOS:
¿Es razón, es ley,
o especie de tiranía,
que huya la luz del día
y se niegue a quien la adora?
El sol, divina señora,
nunca vuelve atrás el paso,
siempre camina al ocaso
desde el pecho del aurora.
PORCIA:
La sombra no ha de tener
competencias con el sol.
Su púrpura y arrebol
inimitable
ha de ser.
El magnífico poder
del rey es sol; los demás
sombras son, y donde está
que sol del mundo te nombras,
no pueden estar las sombras.
¿Qué mucho vuelvan atrás?
Aunque la llames crueldad,
tus lisonjas me dan pena;
en tu palacio está Elena.
Dígale tu majestad
o lisonjas o verdad.
Otras damas hay también
con gran hermosura a quien
podrá alabar.
CARLOS:
Procura
que no crezca tu hermosura
con el rigor y el desdén;
que cuando estás desdeñosa,
más hermosa, Porcia, estás;
y más ocasión me das,
si te miro más hermosa.
Muéstrate en algo piadosa.
Tendrás menos hermosura,
y este amor o esta locura
que de tus ojos serenos
procedieron serán menos,
y estarás de mí segura.
Otras damas de palacio
no me pudieran causar
afecto tan singular,
ni yo las miro de espacio.
¿Qué amatista o qué topacio
brillarán, si ven delante
la majestad del diamante?
¿Y por qué a Elena me nombras,
si son sus ojos dos sombras
de tu sol? No fuera amante
de esa mujer, no le diera
un átomo de alabanza,
si cuanto ciñe y alcanza
el mar en su húmeda esfera
límite a mi reino fuera;
que
le tengo antipatía.
Por la fe y palabra mía,
no hay oposición más fuerte
entre la vida y la muerte,
entre la noche y el día.
Sale ELENA y halo estado oyendo
ELENA: Gracias
al cielo, señor,
que estás ya desengañado,
y que no te da cuidado
aquella pequeña flor
comparada al resplandor
de la reina mi señora.
Cuando me llamaste Flora,
diosa de la antigua edad,
disfrazaste la verdad
que manifiestas agora.
CARLOS:
Elena, ¿qué dices? ¿Yo
Flora ni flor te llamé?
¿Yo tu hermosura alabé?
¿Yo cuidado en ti?
ELENA:
¿Pues no?
PORCIA:
Si Elena lo mereció,
prosigue, no te arrepientas.
CARLOS:
Espera, que me atormentas
con desdenes y con hielos
que tienen forma de celos.
PORCIA:
Piensas mal.
CARLOS:
¿Por qué te ausentas?
PORCIA:
Porque ya tienes contigo
la misma hermosura.
CARLOS:
Cuando
tu luz estoy adorando,
¿huyendo me matas?
PORCIA:
Sigo
tu gusto en esto.
CARLOS:
Si digo
que se ha burlado, ¿atropellas
tanto amor?
PORCIA:
Sus luces bellas
merecen esa porfía.
CARLOS:
Oye.
PORCIA:
Delante del día
no paramos las estrellas.
CARLOS:
Pensarán que vas quejosa.
PORCIA:
Piénsenlo, y váyame yo.
CARLOS:
¿Celos llevas?
PORCIA:
Eso no.
Sin amor, ¿quién fue celosa?
CARLOS:
¿Pues cómo vas?
PORCIA:
Rigurosa.
CARLOS:
¿Y por qué?
PORCIA:
Porque es virtud.
CARLOS:
¿No es vicio la ingratitud?
PORCIA:
No.
CARLOS:
¿Pues qué?
PORCIA:
Honor siendo tal.
CARLOS:
Tú me has causado este mal.
¡Nunca Dios te dé salud!
Vanse PORCIA y CARLOS
ELENA: ¡Cuán
fácil, cuán engañada
estuviera la mujer
que se obligara a creer
cuando se escucha alabada!
¿Quién hay que se persüada
a imaginar que es querida,
si es un engaño la vida
en que todos caen? ¡Dichosa
la que viendo que es hermosa
no queda desvanecida!
El rey vuelve
Salen ENRICO y la REINA
REINA:
Enrico, atiende
a las cosas que has de hacer;
yo me voy a entretener
a Carlos, al que pretende
usurpar con tiranía,
ingrato a mi necio amar,
este reino. Tu valor
es
el norte y luz que guía
la justicia y la razón.
Tú eres voz, lengua, instrumento
con que gobierno y aliento
mis vasallos.
ENRICO:
Tuyos son
mi honor y vida, señora;
mande y ordene tu alteza,
que estoy a naturaleza
más agradecido agora,
pues me dio esta semejanza
con que te sirva y ampare.
REINA:
Mientras yo no te avisare,
seguro estás.
ENRICO:
No me alcanza
el temor; mientras los dos
gobernamos de esta suerte,
no temo a la misma muerte.
REINA
Pues, adiós, Enrico.
ENRICO:
Adiós.
Vase la REINA
Elena hermosa, ¿aquí estás?
ELENA:
Aquí estoy, pero no hermosa.
ENRICO:
Parece que estás quejosa.
¿Desdenes callando das,
cuando
admiro tu hermosura,
alabando a quien el ser
te dio, pues de su poder
es un rasgo la criatura?
Niegas tu misma beldad.
Ingrata al cielo pareces,
pues
que así no le agradeces
las vislumbres de deidad
que en esos ojos ha puesto
y en tus labios de rubí,
dándome ocasión a mí
a un amor noble y honesto,
no
imperfecto, torpe, no;
que si admirada te veo,
no se me atrevió el deseo,
que la razón lo enfrenó.
ELENA:
Si me ha dicho que soy fea;
si acaba de dar favores
a Porcia; si sus colores
dice que dan a Amaltea
favor para producir
la hermosura de los prados.
(Con labios disimulados Aparte
lisonjas vuelve a decir
que no le serán oídas
ni escuchadas).
ENRICO:
Oye, Elena,
que a tu luz clara y serena
no hay otras, no, parecidas.
Porcia es una noche oscura
que a los rayos de tu sol
con el nácar y arrebol
que le presta tu luz pura
puede lucir solamente;
y si a Porcia quiero bien,
¡mal me haga Dios, amén!
Aquel desaire de frente,
aquellos ojos dormidos,
aquella color robada,
y aquella voz, no me agrada
los ojos ni los oídos.
ELENA:
¿Tanta mudanza y tan breve?
ENRICO:
(El rey anda por aquí). Aparte
Sale PORCIA, y lo ha escuchado
PORCIA:
¡Albricias me den a mí
el carmín, el sol, la nieve,
que alabando mi hermosura
ya los dejarás, señor,
pues sanaste del amor
que tú llamabas locura.
Elena estos desengaños,
bien que creídos no fueron,
grandes lecciones nos dieron.
ELENA:
Mucho sé ya en pocos años.
Vase ELENA
ENRICO: Escúchame,
Elena mía,
no hay oposición tan fuerte
entre la vida y la muerte,
entre la noche y el día.
Sabe, Porcia...
PORCIA:
¡Qué capricho!
"Y si a Porcia quiero bien,
¡mal me haga Dios, amén!"
ENRICO:
Pues, Porcia, lo dicho dicho.
Y porque agora me creas,
con el Duque has de casarte
esta noche.
PORCIA:
Quiero darte
cuantos imperios deseas.
¡La Fortuna, agora sí
que me quiere bien, señor!
ENRICO:
Sé que le tienes amor.
PORCIA:
¡Así me le tenga a mí!
Vase PORCIA. Sale BARLOVENTO con papel y
pluma
BARLOVENTO:
Magno Alejandro, a qué fue
ya mi venida penetras.
Píntame aquí siete letras
si sabes el abecé.
Toma un pincel que voló
en alas de un ganso.
ENRICO:
¿Pues,
qué papel es ése?
BARLOVENTO:
Es
la puta que me parió.
¿Agora sales con eso?
Los dos mil de renta son.
No
te muestres socarrón;
que un rey ha de hablar en seso
con cualquier sabandija,
enano, bufón o dueña,
que la majestad enseña
a respetar porque es hija
de las deidades. Y así,
¡feliz tú que la penetras
y pagas con siete letras
diez años que te serví!
Firma, rey; firma, señor;
firma, amigo; firma, dueño;
firma este don que es pequeño
para tu mucho valor.
ENRICO:
No me acuerdo.
BARLOVENTO:
Pues voy...
ENRICO:
¡Bien!
¿Dónde vas con tal cuidado?
BARLOVENTO: A preguntar si han
hallado
tu memorial.
ENRICO:
Haz también
pregonan mi voluntad.
BARLOVENTO: Veleta, niño
o mujer,
que no sé qué pueda ser
quien con tal velocidad
se ha olvidado,
¿cómo dejas
la merced que haces en vano?
Firma, ingratísima mano,
"Oh, más dura que mármol a mis quejas."
ENRICO:
Dame ese papel.
BARLOVENTO:
En mí
puedes
aprender franqueza.
¡Mira con cuánta presteza
doy lo que pides!
Dale el papel. ENRICO rompe el papel
ENRICO:
Así
firmo yo cuando no es mía
la hacienda que te he de dar,
porque el rey no ha de pagar
lo que Carlos te debía.
No serviste al rey. No puedes
proponer cédula tal,
que el patrimonio real
no es deudor de esas mercedes.
Sólo estas rentas alcanza
gran ministro o gran soldado.
BARLOVENTO: ¡Vive Dios,
que me ha pagado
en menudos la libranza!
Si es tirana tu malicia,
de este reino con violencia
¿sólo para mí hay conciencia,
sólo para mí hay justicia?
¿Mi amor pagas de ese modo?
Págame ya tanto afán
o acuérdate del refrán
que
dice, "A Roma por todo."
ENRICO:
¡Hola!
Salen dos CRIADOS
CRIADO 1:
¿Señor?
ENRICO:
Mentecatos
nunca hicieron cosa cuerda;
dadle dos tratos de cuerda.
BARLOVENTO: No soy hombre de
esos tratos.
ENRICO:
Lo mal hecho o lo bien hecho
nunca lo ha de murmurar
en sus burlas el juglar.
Téngalo oculto en su pecho,
que el vasallo no es
jüez
del acuerdo superior
de los reyes. Lo que error
parece al hombre, tal vez
fueron acuerdos divinos,
que en la justicia conviene
el rey con Dios, porque tiene
investigables caminos.
BARLOVENTO:
Grandes saltos das, señor.
De soldado marqués fuiste,
de marqués a rey subiste,
de rey a predicador,
y a este mismo punto aquí
hacerte a los cielo plugo
predicador y verdugo.
¿Dos tratos de cuerda?
ENRICO:
Sí.
BARLOVENTO:
Tijeretas son aún.
¿Qué ha de hacer un rey pescado,
entre las aguas crïado?
Rey marrajo, rey atún,
¿es de veras?
ENRICO:
Sí.
CRIADO 2:
Ya enfada.
BARLOVENTO: ¡Hermosa
renta me das!
En
dando otro paso más,
será burla muy pesada.
Llevan a BARLOVENTO. Sale el DUQUE
DUQUE:
Ya, señor, se van juntando
los soldados de tu reino,
y doscientos mil escudos
de donativo te hicieron.
ENRICO:
Duque, despedid la gente;
no tengo acción ni derecho
a esta guerra, y las victorias
las da con justicia el cielo.
No aceptáis el donativo
cuya paga, cuyo peso
carga en los pobres vasallos.
DUQUE:
Eres Numa de estos tiempos.
ENRICO:
Vos, duque, por gusto mío,
hoy seréis esposo y dueño
de Porcia.
DUQUE:
Beso tus pies.
Sale OCTAVIO
OCTAVIO: Ya
está en el castillo preso,
como me mandaste, Floro.
ENRICO:
De su prisión me arrepiento.
Salga libre, y advertid
que, estando sano, confieso
una enfermedad que paso,
un delirio que padezco.
Yo siento, yo reconozco
que algunas veces no tengo
memoria de muchas cosas
tocantes a este gobierno.
El
cielo me da este olvido,
porque he sido rey soberano,
y así, la reina ha de ser
quien os gobierne.
DUQUE:
Yo acepto,
en nombre del reino agora,
la renunciación que has hecho.
Avisa, Octavio, que ya
no son menester los tercios
ni el dinero del senado.
OCTAVIO:
Sabio está el rey y discreto.
Salen la REINA, PORCIA, ELENA y el CONDE
REINA:
Ya puede su majestad
retirarse a su aposento
antes que los accidentes
le vuelvan.
ENRICO:
Soy el primero
que a la reina da obediencia
para daros buen ejemplo.
Vase ENRICO
CONDE:
(Lindamente lo hace Enrico). Aparte
REINA:
(Mucho, conde, le debemos). Aparte
DUQUE:
Ya, señora, reinas sola,
que Carlos, prudente y cuerdo,
su incapacidad confiesa.
REINA:
Acá vuelve, y aun sospecho
que le ha vuelto su locura.
(Carlos viene).
Aparte
CONDE:
(Ya lo entiendo). Aparte
Sale CARLOS
CARLOS:
Huélgome de hallaros, duque.
De soldados y dineros,
¿cómo os va ya?
DUQUE:
Despedidos
están ya, porque si el cielo,
como dices, da victorias
a quien tiene más derecho,
y a Nápoles no le tienes,
guerra injusta no queremos.
¿Esto se olvidaba ya?
CARLOS:
¡Vive Dios, bárbaro necio,
que te he de sacar el alma
que obró tales desconciertos!
¿Eso me respondes cuando
la resolución espero
de las órdenes que di?
DUQUE:
¡Qué desdicha! Ya le ha vuelto
la enfermedad que tenía.
CONDE:
Yo te suplico y te ruego
que te retires, señor;
sosiega un rato.
CARLOS:
¿Qué es esto?
¿Conjurados estáis todos?
Salen FLORO y OCTAVIO
FLORO:
Los pies, gran señor, te beso
por la merced del perdón
si hay perdón donde no hay yerro.
CARLOS:
¿Yo no te mandé prender?
OCTAVIO: Y
soltar también.
PORCIA:
No puedo
estar sin lástima aquí.
ELENA:
¡Qué extraño olvido!
DUQUE:
Ya es tiempo
de hacer lo que me mandaste.
Porcia hermosa, si debemos
obedecer, a tu mano
la palabra y alma entrego,
tuyo soy.
PORCIA: Yo
soy tuya,
pues el rey lo manda.
CARLOS:
¡Cielos!
Esto no podré sufrir;
no hay paciencia para esto.
¡Apartad, que si estos lazos
juntan las almas, los cuerpos
no han de enlazarse en su vida!
¿Qué tirano atrevimiento
es el tuyo? Vos, Matilde,
tenéis confuso y revuelto
mi palacio.
REINA:
¿Hay tal desgracia?
CARLOS:
¿Luego loco estoy?
PORCIA:
Si vemos
que me mandas desposar
con el duque, y sentimiento
muestra después vuestra alteza,
¿qué podemos pensar de esto?
CARLOS:
¿Yo he mandado tal? ¿Yo mismo?
PORCIA:
Tú lo mandaste, diciendo
en la presencia de Elena:
"¡Mal me haga Dios si quiero
a ¡Porcia!," y "Lo dicho dicho,"
dijiste engañando luego.
¿Es verdad, Elena?
ELENA:
Sí.
CARLOS:
¡Loco de esta vez me han hecho!
¡Rebelados contra mí
tiene la reina sus deudos
y vasallos! ¿Qué venganza
merece este menosprecio?
Sale BARLOVENTO llorando
BARLOVENTO: Déjenme
entrar o, pues soy
aire siendo Barlovento,
me entraré sin que me vean.
Príncipe, a pedirte vengo
que a España quiero partirme,
porque son justos y buenos
los reyes de aquella tierra.
CARLOS:
Amigo, que así te debo
llamar, porque sólo tú
me tienes amor, ¿qué es esto
que todos me llaman loco?
BARLOVENTO: Eso ha sido muy
mal hecho
aunque no mienten, señor.
CARLOS:
¿Tú también? ¿Codicia o miedo
te rebelan? ¿Yo estoy loco?
BARLOVENTO: Loco a secas no,
que pienso
que estás loco y locazo
y loquísimo. ¿Fue bueno
darme dos tratos de cuerda?
¿Éstas las mercedes fueron
que yo esperaba de ti?
¿Los dos mil de renta en esto
se resolvieron? ¡Ah, injusto!
CARLOS:
¿Qué me dices, Barlovento?
BARLOVENTO: Lo que tú
mismo mandaste
con esa boca que presto
comerá la tierra.
CARLOS:
¿Y tú
lo oíste de mí?
BARLOVENTO:
No tengo
orejas de mármol yo,
como tú tienes el pecho.
CARLOS:
¡Alto! Pues lo dicen todos,
loco estoy, yo lo confieso,
o quieren por mi soberbia
castigarme así los cielos.
Aquel rey que en Babilonia
bestia pareció en un tiempo
por su soberbia soy yo.
Loco estoy y no lo entiendo.
Discurro bien, siento bien,
de mis acciones me acuerdo;
a mí vienen los baldones
y la locura está en ellos.
Reina, este mal me precede
o del cielo o de tu ingenio.
Quédate, reina, con Dios.
Goza en paz de aquese reino.
Y tú, Porcia, goza al duque
mientras yo rabio y padezco
una locura insensible,
un mal que no comprehendo,
en un palacio confuso,
en un laberinto ciego,
en un reino que perdí
por desvanecido y necio.
REINA:
Lágrimas causa en mis ojos.
DUQUE:
¿Quién vio accidente tan nuevo?
BARLOVENTO: ¡Ah, señor!,
¿sabrás firmar
antes que te deje el seso
a buenas noches?
CARLOS:
Sicilia,
prevénme tus Mongibelos,
aunque en mi cólera están
más abismos y más fuego.
FIN DEL ACTO SEGUNDO