ACTO PRIMERO
Sale RUY López, Juan GARCÍA y HERRERA,
vistiéndole, y un PAJE
RUY: ¿Qué hora es?
GARCÍA: Señor,
las nueve.
RUY: A la vejez cualquiera
mal se atreve.
Tarde me he levantado.
Mis continuos achaques
lo han causado.
Hijos, vestidme
aprisa,
porque antes que a
palacio, vaya a misa.
Herrera, Juan García,
mucho huelgo de veros,
a fe mía.
GARCÍA: Tu vida el cielo
aumente.
Gritan los pobres diciendo "limosna"
RUY: Amigos, ¿qué se debe a
aquesa gente
que he sentido allá fuera?
HERRERA: Nada, señor, son pobres.
RUY: Pues,
Herrera,
¿no es deuda y muy debida
la limosna que piden, por
mi vida?
Que nunca el pobre
aguarde;
la limosna deshace el
darla tarde.
Dadme capa y espada;
que sale alegre el día,
y si le agrada
salir al campo agora
al Rey, nuestro señor,
pienso que es hora
de verle; que ha tres
días
que no le vi por las dolencias mías.
PAJE: Este papel te envía
el Marqués de Villena.
RUY: El
que solía
tener tan gran
estado,
y agora, con sus
libros, retirado,
contempla las estrellas
adivinando lo futuro en
ellas.
Sal y cierra esa
puerta.
Aunque no nos predice
cosa cierta
la docta astrología,
a Enrique consulté la dicha
mía,
y en éste me responde
el fin que a mi vejez
el cielo esconde,
de varios astros
lleno.
"A don Ruy López
de Avalos el Bueno".
Mejor es que lo fuera,
y que el mundo este nombre no me diera.
Lee
"Cuando lea
vueseñoría este papel, estará
con dos criados suyos,
los que más quiere (Es
verdad); el uno será
espejo de la lealtad, y
el otro de la traición; el uno causará su
ruina y el otro será
restaurador de su honra.
De ahí a pocos días,
entrará en su casa quien
le ha de suceder en sus
estados y vueseñoría
será feliz en sucesión,
si desdichado en sus
últimos días. Don Enrique"
RUY: ¿Qué decís de esto
los dos?
HERRERA: Que el prudente
predomina
los astros de luz divina,
y sobre todos es Dios.
Si voy siguiendo tus
huellas,
y tus ejemplos seguí,
claro está, señor, que
en mí
han mentido las
estrellas.
GARCÍA: Si fe al papel se
debiera,
como a precepto de
Dios,
me pesara a mí por vos,
Álvaro Núñez de
Herrera;
pues hallándome fïel
con Ruy López, mi
señor,
o vos seréis el
traidor,
o ha mentido ese papel.
HERRERA: Córdoba, mi patria,
sabe
que jamás agravio he
hecho,
y el hábito de mi pecho
nos dice que en él no
cabe
semejante
deslealtad;
y así, es consecuencia mía
que el traidor es Juan
García,
si el papel dice
verdad.
RUY: Basta, hijos, que
señales
vencen virtud y
prudencia,
que esa honrosa
competencia
os da a los dos por
leales.
Sale el PAJE
PAJE: ¡Señor, señor...!
RUY:
¡Con qué susto
entras! Prosigue.
¿Qué pasa?
PAJE: Su majestad entra en
casa.
RUY: ¡Grande amor y gran disgusto!
Buenas albricias mereces;
mas no es nuevo para mí
que reyes entren aquí;
su padre entró muchas
veces,
aunque ésta me
maravilla.
A recibirle saldré.
Sale el REY y acompañamiento
REY: Ya no tenéis para qué,
Gobernador de Castilla.
Condestable, amigo,
así
se han de visitar los
hombres
como vos.
RUY: Dente renombres
de Alejandro, César...
REY:
Di
de Enrique, mi
padre, pues
a su nombre se es
debido
más honor.
REY: (Gracia ha
tenido). Aparte
Fue agudeza y verdad
es.
Hónrame el besar tu
mano.
REY: Los brazos, padre, te
debo.
RUY: Otro honor es ése
nuevo,
nombre es ése
soberano.
REY: Mi padre, cuando
murió,
por ser tú el mejor vasallo
que en todos mis reinos hallo
mi niñez te encomendó.
Como a hijo me has
crïado,
y pues que mi padre has
sido
y mi ayo, este apellido
justamente te ha
cuadrado.
RUY: Tanto estimo que me
cuadre
el de súbdito, que aún
hallo
en el nombre de vasallo
más honor que en el de
padre.
Habrá un dosel con silla
Sentaos, señor, y
reciba
honras despacio esta
casa;
y no es nuevo lo que
pasa
en ella, que así yo
viva,
que vuestro padre la
honró
tres veces, y en esta
silla
ningún señor de
Castilla
después acá se
sentó.
Vuelta ha estado a
la pared
en señal honrosa y
bella,
que el Rey se sentaba
en ella
haciéndome a mí merced.
REY: En mí vive el mismo
amor.
Oíd aparte.
RUY: Despejad;
que quiere su majestad
quedar solo.
HERRERA: ¡Gran favor!
Vanse
REY: ¿Cómo no os cubrís?
RUY: No
pasa
esa honra a mi
cabeza;
porque es tanta la
grandeza
del estar vos en mi
casa,
Rey y monarca
español,
que me deslumbro con ella,
y cualquier merced
estrella
será delante del sol.
REY: Cubríos, dadme contento.
RUY: No he de ser grande este día.
REY: Acabad. ¡Por vida mía!
RUY: Obligóme el juramento.
REY: Mi padre, a quien
llamó el mundo
el Enfermo don Enrique,
murió cuando daba yo
los primeros pasos
libres
de la vida, dando al
reino
su muerte lágrimas tristes.
Quedé yo muy niño
entonces,
y mi padre me prohibe
que pueda gozar el
reino
hasta que quince años libres
goce, y a vos, Condestable,
Gobernador os elige,
con otros grandes, mas pues
el cielo santo permite
que para los quince
años
medio me falta,
suplidle,
Ruy López, para que yo
estos reinos administre.
Hoy a los grandes y al
reino
esta petición
humilde
les proponed,
Condestable,
si en algo queréis
servirme,
pues a vuestra casa,
amigo,
sólo a este negocio vine.
RUY: A estar, señor, en mi
mano,
que siempre
experiencias hice
de vuestra capacidad
no fuera hacerlos
difícil.
¡Oh, qué bien, qué
sabiamente,
ya severo, ya apacible,
hizo temerse y amarse
vuestro padre don
Enrique!
Acuérdome que una vez
cazaba por divertirse
en las riberas de Arlanza
palomas y codornices,
y como todas sus rentas
se gastaban en las lides
con los moros, pobre estaba,
pero no por eso
triste.
Llega al Rey su
despensero,
y con turbación le dice
que no tiene qué
yantar
ni crédito con que fíen
el bastimento a su
alteza.
Oblígale a que se quite
un balandrán que tenía
para que le empeñe y
guise
algo que coma. Empeñóle;
no compraron
francolines,
una espalda de carnero.
¡Qué pobreza tan
insigne!
¡Qué riqueza tan
gloriosa!
¡Qué modestia tan
felice!
Acuérdome que le
escucho
muchas veces que repite
esta sentencia
discreta:
"Más temo yo, más
me afligen
las maldiciones del
pueblo,
que con mucho amor me sirve,
que las armas de los
moros".
Sentencia de rey
sublime.
Llevósele Dios
temprano,
porque Dios que nos
redime
para sí quiere los
buenos;
perdonad, que bien le quise.
Débole el ser, y así el
alma
por los ojos se derrite
en lágrimas si me
acuerdo
del Enfermo Rey
Enrique.
Sus memorias me
enternecen
y estas lágrimas me piden
como legítima deuda.
¡Llorad, ojos
infelices!
REY: Condestable, si en el
cielo
agora mi padre vive,
el mismo amor hallaréis
en mis años juveniles.
RUY: Así, señor, lo he sentido;
mas son afectos gentiles
del alma tales efectos
y así suelen convertirse
en lágrimas. Perdonad.
<
Sale el INFANTE de Aragón
INFANTE: Siguiendo los pasos
vine
de tu majestad.
REY: ¡Oh,
primo!
¿Qué hay de nuevo? ¿A qué viniste?
INFANTE: Una novedad extraña
le traigo a tu
majestad.
REY: Infante, ¿qué novedad?
INFANTE: Que está en los reinos
de España
el Pontífice romano,
porque juntándose van
a Concilio en Perpiñán
con un hijo de su
hermano.
Ésta escribe para ti.
REY: Yo lo agradezco y
estimo.
Abrid vos la carta,
primo.
INFANTE: Su santidad dice así:
Lee
"A nuestro muy
caro y amado hijo, el Rey de
Castilla, don Juan el
Segundo. Los cuidados y
diferencias en que está
la Iglesia
romana por la
elección de tres Papas,
me han traído a España a
hacer concilio para
unirla y concertarla. De
todo doy aviso a
vuestra majestad, a quien envío
a don Álvaro de Luna,
mi sobrino, para que le
sirva. De nuestro palacio.
Benedicto
Décimotercero"
REY: ¿Qué os parece,
Condestable?
RUY: Que en vuestro palacio viva
ese mancebo y reciba
con rostro alegre y
afable
vuestra majestad,
porque es
hijo de un gran
caballero.
REY: Hacer vuestro gusto
quiero.
RUY: Mil veces beso los pies
de tu majestad, señor.
Siendo del Papa
sobrino,
lisonja os hizo si vino
buscando vuestro
favor.
REY: Entre don Álvaro.
Salen don ÁLVARO y
PABLILLOS
PABLILLOS: Luna,
tu norte he de ser; ya
sigo
tu luz.
ÁLVARO: Entre Dios
conmigo.
Santíguase
PABLILLOS: Entre tu buena
fortuna,
y no hagas por desdichas
reverencias con corcovos;
encomiéndate a los bobos
que son dueños de las dichas.
INFANTE: Álvaro, besad la
mano
a su majestad.
ÁLVARO: Los
pies
besaré al Príncipe que
es
más ilustre y soberano.
REY: Levantad. ¿Cómo ha venido
el Papa?
ÁLVARO: A España ha
llegado
con salud y con
cuidado.
Esta cisma le ha traído
REY: En la suya me da
aviso
de vuestra virtud, y
aquí
quiere que os valgáis
de mí.
ÁLVARO: Sí, señor, y bien me
quiso.
REY: ¿Cómo le dejáis?
ÁLVARO: Por ser
crïado vuestro; que así
seré más de lo que fui.
REY: Ya os tengo que
agradecer.
ÁLVARO: Natural
inclinación
es pretender vuestro
aumento.
No pido agradecimiento.
REY: ¿Cómo, siendo de Aragón
vuestro padre,
habéis dejado
vuestra patria?
ÁLVARO: Fue
copero
del Rey Enrique el
Tercero
y cuatro villas le ha
dado,
porque mi abuelo
sirvió
con la hacienda de
importancia
cuando Enrique pasó a
Francia
y en Aragón le venció
el Rey don Pedro.
REY: Vos dais
muy buena cuenta de todo
y por vuestro honrado
modo
deseo que me
sirváis;
y creo que
acertaréis
porque ya se han
confrontado
nuestras sangres y he
pensado
que buen vasallo
seréis.
ÁLVARO: Felicidad será
mía
el saberos agradar,
que no se puede
alcanzar
si no es con dicha.
PABLILLOS: ¿Qué
día
podré yo besar la
mano
de tu majestad, señor?
REY: ¿Quién es?
ÁLVARO: Un loco.
PABLILLOS:
¡Qué error!
ÁLVARO: ¡Qué necio!
PABLILLOS: Muy cortesano
estáis; muy
introducido
os veo. ¡Gentil desprecio!
Fui vuestro ayo, y ya
soy necio.
Caí como habéis subido.
REY: ¡Qué ingenio tiene!
PABLILLOS: Ya el modo
de mi ingenio te
prevengo.
Estos arbitrios que
tengo
son el remedio de
todo:
Saca papeles y lee
"Arbitrio para
que el Rey de Castilla sea
Rey de Granada, de
Aragón, de Navarra y de
Portugal, de los antípodas y nuevos mundos.
"Arbitrio para
que Manzanarillos compita en
corriente con el río
Nilo, horror de cocodrilos.
"Arbitrio para
que no se halle un necio por
un ojo de la cara
aunque sea menester para una
medicina.
"Arbitrio para
que en España no haya pecados,
ni falta de dineros,
sino que todos sirvamos a
Dios y estén
ricos. ¡Hay grandes arbitrios!
REY: Alguno de ellos,
amigo,
será forzoso saber.
PABLILLOS: Como el premio llegue a
ver,
a declararlos me obligo.
Vanse don ÁLVARO y
PABLILLOS, y dice el REY,
yéndose
REY: No os olvidéis, Condestable,
de lo que os pido.
RUY:
Señor,
serviros debe mi amor.
REY: ¿No es, primo, muy
agradable
don Álvaro?
INFANTE: Y ha de
ser
hombre prudente y
sagaz.
RUY: (Mas, ¡si fuese este
rapaz Aparte
el que me ha de
suceder!)
Vanse y salen la INFANTA
y doña
ELVIRA
ELVIRA: El Infante de Aragón
hoy me ha escrito este
papel.
INFANTA: No habrá finezas en
él
sino loca presunción.
Inquietos príncipes son
mis primos. Pues, ¡qué te escribe?
ELVIRA: Dirá que amándote vive.
INFANTA: Luego, ¿tú no le has
leído?
ELVIRA: Agora le he recibido.
INFANTE: ¿Qué mujer cuerda
recibe
papel del Infante;
que es
quien me enfada cada
día?
ELVIRA: Temí la descortesía.
INFANTA: Hazle pedazos, no des
crédito a antojos.
ELVIRA:
Después,
¿qué responderé al
Infante?
INFANTA: Que deje de ser amante,
Rasga el papel
o que aprenda
urbanidad;
que es libre mi
voluntad
y es su término
arrogante.
ELVIRA: ¿Cómo rompes
impaciente
papel que no es para
ti?
INFANTA: Pues, si fuera para
mí
rompiérale solamente
sin que la mano
insolente
que le escribió se
rompiera.
Sale el INFANTE
INFANTE: Tan atrevido no fuera,
ni tan dichoso
contigo,
que mereciera en
castigo
lo que por favor tuviera.
Salen el REY, don
ÁLVARO, RUY López y
gente
REY: ¿Dónde, Infanta?
INFANTA: Al
cuarto voy
de la Reina, mi señora.
REY: Conoced, hermana,
agora,
a don Álvaro, a quien
hoy
su tío, el Papa, ha
envïado
a servirme, y yo deseo
honrarle mucho, que
creo
que ha de ser bien
empleado.
Miradle bien, que me
hallo
tan inclinado a su amor
que no le tendrá mayor
ningún rey a su
vasallo.
Vanse el REY y RUY López
ELVIRA: (Quiero mirar muy
atenta Aparte
esto que el Rey
encarece.
Buen talle tiene, y parece
que majestad representa
su aspecto con
bizarría.
Con dicha en palacio
entró,
pues que con el Rey
halló
siglos de amor en un
día).
INFANTA: Huelgo que el Rey,
mi señor,
se sirva de vos y
espero
que como buen
caballero
mereceréis su favor.
Vase la INFANTA
ELVIRA: Luna sois, palacio
os vea
siempre con luz no
eclipsada.
Feliz ha sido la
entrada,
así la salida sea.
Vase ELVIRA
INFANTE: Don Álvaro.
ÁLVARO: Mi
señor,
¿qué me manda vuestra
alteza?
INFANTE: Ampare la sutileza
tu ingenio del grande
amor
que tengo a la Infanta. Creo
que has de ser
favorecido
tanto del Rey que
excedido
halles tu mismo deseo.
Si haces mis partes
desde hoy,
con prudencia y con
recato,
de que nunca seré
ingrato
palabra y mano te doy.
Yo te prometo, yo
juro
de ser tuyo si encamina
esto tu industria.
ÁLVARO:
¿Adivina
vuestra alteza lo
futuro,
o burla de mí? ¿Qué fuente
en los abismos del mar
no ve morir y atajar
el cristal de su corriente?
¿Qué luz de breve
farol
o qué centella atrevida
tiene aliento, tiene
vida,
si está delante del
sol?
Yo, fuente, ¿puedo
tratar
misterios del oceano?
Yo, centella, ¿al sol
humano
podré nunca aconsejar?
INFANTE: Vanas retóricas son
las de la modestia,
amigo.
Sí, podrás, y yo me obligo
de nuevo a tu pretensión.
Tú podrás lo que deseas:
vencerás humanas suertes.
Vase el INFANTE
ÁLVARO: Plega a Dios que en eso
aciertes
aunque tú ingrato me
seas.
Sale el REY
REY: Álvaro, poco me
quieres,
pues sin mí puedes
estar
cuando te vengo a
buscar.
ÁLVARO: Mi propio ser, mi Rey,
eres,
y poder estar sin ti
es querer que el sol
esté
sin la luz que en él se
ve.
REY: Pues, ¿cómo huyes de mí?
ÁLVARO: Humildad, no
desamor
me detiene.
REY: ¿Y osadía
no te da la amistad
mía?
ÁLVARO: Mucho alienta tu favor.
REY: Como tienes poca
edad,
como yo, fuerza es
tener
tu amistad.
ÁLVARO: ¿Favorecer
a un crïado es amistad?
No, señor, no dé tal
nombre
tu majestad al favor.
REY: La amistad nace de
amor.
ÁLVARO: Siendo desigual el
hombre
que el favor recibe,
es llano
que no es amistad, y
así...
REY: En fin, yo te quiero a
ti,
y tu pensamiento es
vano.
Siéntate y dime qué damas
viste más bellas.
ÁLVARO:
Señor,
sentarme será favor
desproporcionado.
REY: ¿Llamas
desproporción el hacerte
yo favor? Siéntate aquí.
ÁLVARO: ¿Qué dirá, señor, de mí
quien me viere de esta
suerte?
REY: Nadie nos ve, y así digo
que no es ajeno de
ley
que por ser un hombre
rey
tener no pueda un
amigo.
Siéntate.
ÁLVARO: Obedezco,
pues,
y digo que sólo agora
con la Infanta, mi señora,
vi una dama.
REY: Elvira es
Portocarrero, y es
hija
del señor de Moguer.
ÁLVARO:
Ella,
ya nacido de mi
estrella,
o para que yo
cobija
mi arrogancia, si
desea,
altivez demasïada,
me dijo, "Feliz
entrada;
así la salida
sea".
REY: ¡Donosa
bachillería!
Si tú en mi gracia has
entrado,
no temas que pueda el
hado
quitarte la gracia mía.
Préciase Elvira de
ser
quien todo amante
acobarda.
¿Qué te pareció?
ÁLVARO:
Gallarda.
REY: Es muy hermosa mujer.
Sale RUY López y túrbase de
verlos
RUY: (Hablando está el Rey don
Juan Aparte
con don Álvaro de Luna,
que a sus pies está
sentado;
privará con él, sin
duda.
La juventud de los dos
sus nobles ánimos junta,
que no siempre la razón
contradice la Fortuna.
Niño el Rey, Álvaro
joven,
que sobre el labio las
puntas
del vello de oro se
muestran,
aunque en la barba se
encubran,
claro está que han de
tener
amistad. Siempre son unas
nuestras acciones
humanas,
aunque con la edad se
ocultan.
Lo mismo pasó por mí.
Muchas veces fueron, muchas,
las que yo estuve sentado
entre las alfombras
turcas
de la cámara de Enrique
a sus
pies, que sus hechuras
tiene cada rey, y
quiere
parecer a Dios, y gusta
de hacer de nuevo los hombres
a su imagen. Las profundas
y cristalinas corrientes
de los ríos, que
procuran
llegar con ansias al
mar
y una vez montes
inundan
otras valles, otros
prados,
pero siempre el agua es
una.
Varios climas va
ilustrando
el sol, con sus trenzas
rubias
diversas cosas lumina,
nuevos hemisferios
busca,
y siempre es una su
luz.
De esta suerte es la Fortuna:
siempre corre, siempre
vuela,
siempre adelante, atrás
nunca;
nuevos campos fertiliza,
nuevos caminos procura,
nuevas hechuras levanta
que son imágenes suyas
agua y sol. Quiero escuchar
lo que dicen).
REY: La más pura
fe y amistad que los
libros
en sus historias
ocultan,
Álvaro, ha de ser la
nuestra;
y en reinando, te
asegura
mayores honras mi
pecho,
como lo verás.
ÁLVARO: Quien
usa
de ese favor que le has
dado,
harto ha merecido.
REY:
Injurias,
Álvaro, mi grande amor.
Si tú fueras, por
ventura,
rey, ¿qué me dieras a mí
a quererme?
ÁLVARO: Fuera
tuya
mi potestad, fueras
rey;
yo fuera una estatua
muda
a tu voluntad. Mi ser
al tuyo pasara y juntas
nuestras dos
naturalezas,
parecieran ambas una;
y así, no te diera nada
porque fueras la
absoluta
potestad del reino y
mía.
REY: Que así de darme te
excusas...
ÁLVARO: Hiciérate Condestable
de Castilla, fueran
tuyas
Arcos, Arjona, Ladrada,
Ribadeo y Villaescusa,
Aillón, Betanzos,
Vivero,
Montalbán y Villarrubia;
fueras conde, marqués,
duque.
RUY: (Amagos son estas burlas Aparte
de los sucesos del
tiempo;
sin malicia y sin
industria
le ha dado rapaz mi
hacienda.
¡Ay, del pobre que lo
escucha
si hubiera de ser
verdad!
Las puertas estaban juntas;
hacer quiero que las abro).
ÁLVARO: ¿Quién entró agora?
REY: ¿Te turbas?
¿Qué tienes?
ÁLVARO: Me vio
sentado
Ruy López.
REY: Pues disimula.
ÁLVARO: Digo, señor, que el
halcón
con sus engañosas
puntas
de la garza se remonta.
RUY: (¡Qué bien la plática
muda!) Aparte
Señor, ya traté en las cortes
que los seis meses se suplan
y que reines luego.
REY: Y
pues,
¿qué fue la respuesta
suya?
RUY: Parece al reino,
señor,
que siendo una ley tan
justa
la que dispone la edad,
que reprimas y que
sufras
los deseos de reinar,
pues falta poco.
REY: ¿Quién
duda
que por mandarlo vos
todo
me ponéis tales excusas?
Sois Gobernador del reino,
y haráseos de mal, y es mucha
esa ambición,
Condestable,
en una vejez caduca.
RUY: ¡Vive Dios que no he
podido
hacerlo porque se
juzga
a liviandad el intento!
Rey don Juan, ¿cómo me
culpas,
cómo dudas de mi amor?
(Moriscas
escaramuzas Aparte
no temí como a este
niño.
Alguna deidad oculta
vive en los reyes).
ÁLVARO:
Señor,
siempre en los ayos se
culpa
la severidad; mas ellos
el bien del público
buscan.
REY: ¿Quién os mete a vos en esto?
Mucho sus cosas me
injurian.
RUY: ¡Señor...!
REY: ¡Basta, Condestable!
ÁLVARO: (La lengua suspendo
muda; Aparte
quédome sin ir con
él).
REY: ¡Álvaro!
ÁLVARO: ¿Señor?
REY: Escucha.
Vase el REY
ÁLVARO: Yo le quitaré el
enojo.
Condestable, con
industria.
RUY: Obrar bien es lo que
importa,
don Álvaro; no me
turban
accidentes, que Dios
tiene
en su mano la Fortuna.
FIN DEL PRIMER ACTO