ACTO SEGUNDO
Salen HERRERA y Juan GARCÍA
GARCÍA: ¡Vive Dios, que he
de probar
mi intención donde no
hable!
HERRERA: En casa del
Condestable
he de sufrir y callar
con respeto y cortesía.
GARCÍA: Y cuando llegue a
perder
el respeto, ¿qué ha de
hacer?
HERRERA: Temple, señor Juan
García,
el enojo, que está
en casa
de Ruy López, mi señor,
a quien respeto y amor
debemos ambos.
GARCÍA: Me abrasa
esa flema. Si habla mal
a espaldas vueltas de
mí,
¿para qué está humilde
aquí?
HERRERA: Hanle engañado; no hay
tal.
Y si agora humilde estoy,
ya he dicho por qué, García.
GARCÍA: ¡Oh, qué cortés cobardía!
HERRERA: Eso no, que noble soy.
Cobardes son los
villanos.
Perdone esta vez la
casa.
GARCÍA: Agora veré si pasa
desde la lengua a las
manos.
Meten manos. Sale RUY López
RUY: ¿Qué es esto? ¿Así se atropella
el respeto que se debe
a mi casa? ¿Así se atreve,
sabiendo que estoy en
ella,
vuestra soberbia,
rapaces?
¡Vive Dios, que os mate
a palos!
Necios, locos, hombres
malos,
y que derramáis solaces
como dicen en
Castilla!
¿Así turbáis mi
sosiego?
Y tú, que pusiste luego
en la vaina la
cuchilla,
¿quién duda que la
ocasión
diste al enojo?
HERRERA:
Prometo
que ha sido por tu respeto.
RUY: Ya sé vuestra condición
soberbia y
presuntüosa;
también sois de Andalucía
y tenéis por bizarría
no sufrir ninguna cosa
los andaluces. Ya sé,
de veros así a los dos,
que tenéis la culpa
vos.
No me engaño, bien se
ve.
Andad, andad,
noramala,
no estéis delante de
mí.
HERRERA: Debo obedecerte.
Vase HERRERA
RUY: Di,
¿qué fue aquesto?
GARCÍA: No
le iguala
ninguno a su
parecer;
revienta de caballero.
RUY: Como ve que bien te
quiero,
celos debe de tener.
Sed amigos; no haya más.
Tened paz, tened amor
a vuestro dueño.
GARCÍA: Señor,
si un hábito no me das
como a Herrera,
viviré
siempre de él
menospreciado.
No tengas sólo un
crïado
con hábito, amor y fe.
Me debes honrar mi
pecho
como al suyo, porque
así
mire tu poder en mí
y Herrera esté
satisfecho
de que no ha de
atropellar
tus crïados.
RUY: Otro día
hablaremos más, García,
en esto.
GARCÍA: ¿Qué se ha de
hablar?
Si tú quieres, ¿qué
no puedes?
¿Qué maestre no es tu
amigo?
Mi señor, si es que te
obligo,
no me hagas más
mercedes
que ésta, y en ella
confío
que mi suerte se
mejora.
RUY: ¿Te bastará por agora,
si te doy un lugar mío?
GARCÍA: Pues, señor, ¿dificultades
hallas con tanta aspereza?
¿No es bastante mi
nobleza?
RUY: ¡Oh, qué mal te
persüades!
Temo el pedir, y así
quiero
darte un lugar.
GARCÍA: Pues,
¿qué aldea
puede haber que merced
sea
como hacerme caballero
de hábito?
RUY: Bien
está;
yo lo trataré, García.
Antes que se ausente el
día
que remontándose va,
he de ir a palacio,;
mira
si hay qué firmar;
dejaré
despachado.
GARCÍA: (¿Y yo
tendré Aparte
con justas razones ira?
Sí, tendré; pero,
¿con quién?
Con el que me dice
aquí
o que no hay nobleza en
mí,
o que no me quiere
bien).
Vase GARCÍA
RUY: ¡Con qué furor, con
qué extremos
de soberbio y loco
error
nos engaña el propio
amor
y nunca nos conocemos!
Nadie sus defectos ve;
amor propio es amor
ciego.
Bien dice el proverbio
griego
que la mayor ciencia
fue
el conocerse a sí mismo.
Es hombre humilde
García;
no es hombre noble, y
porfía
con tan loco barbarismo
por un hábito, y
recelo
desengañar su ambición,
porque le tengo afición
y le daré desconsuelo.
Mas iréle
divirtiendo
hasta que conozca
ya
que su descrédito está
en lo que está
pretendiendo.
Sale un PAJE
PAJE: Este memorial me ha
dado
un pobre.
RUY: Y con mucho
gusto
le veré yo. Esto sí es justo.
¿Memorial y tan
cerrado?
Lee
"Mire bien
vueseñoría
lo que firma, que conviene
este recato a quien
tiene
por secretario a
García".
¿Hay desvergüenza
como ésta?
Grande envidia la
escribió.
Dile que entre a quien
le dio
y llevará la
respuesta.
Vase el PAJE
¡Qué pueda
descomponer
la malicia a un buen
crïado
con mercedes obligado!
¿Yo tenía de creer
fácilmente deslealtad
en quien mucho amor merece?
Sale el PAJE
PAJE: Quien me le dio no
parece.
RUY: ¡Qué conocida maldad!
Ya he conocido de
quién
ha procedido, sí,
sí.
Sale GARCÍA con papeles y tinta
GARCÍA: Qué firmar tienes aquí.
RUY: ¿Qué porque te quiero
bien
testimonios te
levanten?
¡Oh, envidia! ¡Soberbio trueno!
Vómitos das de veneno,
porque la virtud
espanten.
¡Salte afuera! Juan García,
no sé si tienes memoria
de un suceso de la
historia
de Alejandro, que
tenía
un médico muy
privado,
y escribiéronle un
papel
que se recatase de él
porque había concertado
darle la
muerte. El famoso
y magnánimo señor,
como le tenía amor,
nunca estuvo temeroso.
Trújole cierta
bebida
un día el médico, y
él
entregándole el
papel
tomó la copa, y la vida
segura en caso tan
nuevo
dijo con gallardo brío,
"Mira si de ti me
fío;
lee tú mientras yo
bebo".
El mismo caso
confirmo,
sin ser Alejandro yo,
mira si te quiero o no.
Lee tú mientras yo
firmo.
Dale el papel y firma mientras
lee GARCÍA
GARCÍA: "Mire bien
vueseñoría
lo que firma, que
conviene
este recato a quien
tiene
por secretario a
García".
(¡Esto se escribe de
mí! Aparte
¿Quién duda que Herrera
ha sido
soberbio y desvanecido
autor de esto? ¡Qué no fui
hombre para darle
muerte!
Mas si bien lo
considero,
agradecérselo
quiero,
pues me avisa de la
suerte
que podré vengarme
yo
si el hábito no me
dan).
RUY: Todas firmadas están.
GARCÍA: ¿No las has leído?
RUY: No,
así viva y así vivas.
Soy confïado, aunque viejo.
Dos firmas en blanco dejo
porque dos cartas escribas
a Luis y a Pedro, mi
hijo,
y sepan que bueno
estoy.
Mira si crédito doy
a lo que la envidia
dijo.
GARCÍA: ¿Y en lo del
hábito?
RUY: Calla,
que ya es necia tu
porfía.
Esa pretensión, García,
es menester...
GARCÍA: ¿qué?
RUY:
Pensalla.
GARCÍA: (¿Con Herrera ánimo
franco, Aparte
conmigo tanto
recelo?
Si no me le dan
apelo
a las dos firmas en blanco).
Vase GARCÍA
RUY: ¡Qué engañada aprehensión
en algunos mozos veo
cuando apoya su
deseo
su misma
imaginación!
Sale HERRERA
HERRERA: ¿Estás ya
desenojado?
¿Podré llegar a tus pies?
RUY: No, ingrato, loco,
porque es
mi enojo agora
doblado.
Cuando acabas de
reñir
con García, porque de
él
no me fíe, ¿este papel
te has atrevido a
escribir?
¿Un hombre tan bien
nacido
ha de hacer cosas mal
hechas?
¿Ponerse deben
sospechas
en crïado que ha
servido
tan fielmente? Mira, di
si aquesta letra
conoces.
HERRERA: Así de buen siglo
goces,
que ese papel no
escribí.
¿Yo tenía de dudar
de la fe del
secretario?
RUY: Pues, ¿quién es el
temerario
que me pudo a mí
envïar
tal papel?
HERRERA:
Reconocer
quiero la letra, que yo
la he visto.
RUY: ¿Y quién
la escribió?
HERRERA: De fray Vicente
Ferrer,
el santo que está en
Valencia,
es sin duda. Él te escribía
otro tiempo, cada día
y haciendo la
conferencia
con las cartas que
tú tienes,
verás que es una la
letra
y que el misterio
penetra.
RUY: ¿Milagritos me previenes?
Muy cansado estoy de ti.
Mientras se templa mi
enfado
has de hacer lo que he
mandado.
No estés delante de mí.
HERRERA: Ni le absuelve ni
condena
mi lengua, pero colijo
que si acaso verdad
dijo
don Enrique de
Villena,
aunque a mí me
quieras mal
y a él le tengas tanto
amor,
que él ha de ser el
traidor
y yo he de ser el leal.
Vanse y salen el REY y
don ÁLVARO
REY: Salir esta noche
quiero.
ÁLVARO: ¿Y adónde has de ir, señor?
REY: A pasear hacia el río,
o a rondar hacia el
terrero;
que hay una dama a
quien tengo
una grande
inclinación
y quiero que la afición
crea con que a verla vengo.
Quisiérame declarar
con ella, aunque su
valor
es tan grande, que mi
amor
más en esto he de
mostrar.
ÁLVARO: ¿Quién es la dama,
señor?
REY: De doña Elvira me
agrado.
Parece que te ha
pesado;
¿tiénesla tú acaso
amor?
ÁLVARO: Hasta aquí mi
pensamiento
ni le he, señor,
reprimido,
ni es cobarde ni
atrevido.
REY: ¿Amor fuera
atrevimiento?
ÁLVARO: El cortés
galantear
de palacio no es amor
como el del vulgo,
señor,
es un linaje de amar
sin celos, sin
esperanza,
sin cuidado, sin
porfía,
sin amor, sin fantasía,
sin intento, sin
mudanza.
Es respetar las
deidades
de un cielo humano; tal
es
el palacio de un rey.
REY: Pues,
con esas dificultades,
¿amas a Elvira?
ÁLVARO:
Señor,
esta inclinación la
tengo,
pero ya hielos
prevengo
al pensamiento
menor.
REY: Después que sabes
que a hablalla
vengo yo, ¿dices que
quieres
olvidar? ¡Gracioso eres!
ÁLVARO: Señor, mira...
REY: Álvaro,
calla;
que doña Elvira ha
de ver
por su infinito valor,
que si la trato de
amor,
sólo del tuyo ha de
ser.
Por ti sólo hablarla
quiero;
y, si te agrada,
será
tu mujer, Álvaro, ya
que yo vengo a ser
tercero.
ÁLVARO: ¿Quién tantas dichas
alcanza?
Dame esos pies, que
presumo...
REY: Necio, que agradeces
humo,
¿doyte yo sino esperanza?
Sale PABLILLOS
PABLILLOS: Éntrome, que llueve.
REY:
¿Qué hay,
Pablillos?
PABLILLOS: Vengo
podrido
de un poeta, que ha
venido
de allá de Córdoba, y trae
un libro que ha
dedicado
a tu majestad. ¿Qué importa
que con ciencia lega y
corta
haga un libro un
licenciado
y me dedique su empeño,
para que por eso yo
le haya de dar lo que
no
vale el libro ni su
dueño?
Algunas veces reviento
por decir muchas verdades.
Escribe mil necedades
un cortesano
hambriento,
dedícalas a un señor
con seis renglones en
prosa
dura, extranjera,
escabrosa,
y pretende con rigor
que le dé para la
imprenta
a escudo por necedad;
y hay quien tenga
vanidad
de lo que llamo yo
afrenta
y lo dé. ¡Qué barbarismo!
REY: ¿De un arbitrio, pues,
te espantas?
PABLILLOS: Que haga el señor otras
tantas
y se las dedique a él
mismo.
REY: El insigne Juan de
Mena
tiene ingenio soberano.
También yo al amor
tirano
que la libertad
condena,
en versos míos espero
alabar, porque
también
los hago, aunque no muy
bien.
Don Álvaro.
ÁLVARO: Lisonjero
quisiera ser. Vanaglorias
puedes recibir con ellos.
¿Quién duda que del
hacellos
te han de alabar las historias?
PABLILLOS: Entrad, señor Juan de Mena,
que sois hombre muy
sonado.
Pero, ¿cuánto habéis
ganado
a este oficio?
Sale Juan de MENA
MENA: ¡Fama y
buena!
Dejad, señor
soberano,
príncipe de España
augusto
que se me cumpla este
gusto
de besaros vuestra mano.
Juan de Mena soy,
aquél
que el castellano poeta
llaman hoy, y si
profeta
es el corazón fïel
del hombre, yo he
dedicado,
por saber la inclinación
vuestra y notable afición
a los versos inclinado,
este libro a vos. En él
no sé si con dicha
alguna,
las mudanzas de
Fortuna
escribo, César novel.
Sírvase tu majestad
de recibirle.
Trescientas
son las coplas. Tú me alientas,
tú eres, señor, mi
caudal.
Mi voluntad
manifiesta
es de escribir tus hazañas,
siendo Rey de dos
Españas.
La dedicatoria es
ésta:
Lee
"Al muy
prepotente don Juan el segundo,
aquél con quien Júpiter
tuvo tal celo,
que tanta de parte le
hace del mundo
cuanta de parte se hace
del cielo:
al gran Rey de España,
al César novelo,
al que es en las lides
bien afortunado,
aquél en quien caben
virtud y reinado,
a él las rodillas
postradas al suelo".
PABLILLOS: ¡Ay!, que me mata
aquel prepotente,
pudiendo decir al muy
poderoso.
¡Ay, ay!, que ese metro
es tono famoso
para los ciegos cantar
de repente.
¡Ay, ay!, que ya temo
que pueda la gente
oír tales versos sin
dar aullidos,
tirando los bancos por
mal admitidos.
MENA: Atiende y no hables, bufón
imprudente.
REY: Mucho estimo
conoceros
que muy inclinado soy
a los versos, y desde hoy
por maestro he de
teneros,
pues sois castellano
Apolo.
Aunque yo en tan corta edad
versos hago.
MENA: Y calidad
das a las musas tú solo.
Mas no eres el rey
primero
que escribe versos,
señor.
REY: A las mudanzas de amor
leerte unos versos
quiero.
Oye.
PABLILLOS: Mis arbitrios
santos
son esta vez para
vos.
Versos leéis. ¡Vive Dios!
Que paguéis con otros
tantos.
Saque un papel y lee el REY
REY: "Amor, amor, no
pensé
que tuvieras tal poder
que pudieras
deshacer
la firmeza de una
fe
hasta agora que lo sé.
Es tu fuerza sin
igual
pues lleva tu
inclinación,
para en pena de su mal,
al más fuerte
corazón,
rendido a tu
tribunal.
Ya en tus cárceles se ve
un alma libre hasta aquí.
Nunca la fuerza
creí
del poder que en ti
miré
hasta agora que lo
sé".
MENA: Descubren con
bizarría
gracias y afectos
extraños.
PABLILLOS: ¿Ven esto? De aquí a cien años,
habrá quien de ellos se
ría.
MENA: En mi libro los
pondré.
REY: Y en mi nombre.
MENA: Dasme honores.
REY: Y sepan mis sucesores
que las letras
estimé.
¿No eres, Álvaro
inclinado
a los versos?
ÁLVARO: Mucho a
oírlos
y estimarlos, no
escribirlos.
Mi inclinación me ha
llevado
a las armas y a justar
y si vuestra alteza
gusta,
mantener pienso una
justa
cuando comience a
reinar.
MENA: Y yo he venido a
escribir
la real
coronación.
PABLILLOS: Oiga, pues, una
cuestión
que se tiene de decir
en los siglos
venideros.
Juan de Mena, a su
pesar,
conmigo quiere
trobar
apostando, y no dineros.
Vuestra majestad me
ahorque
de aquella más alta
almena
si el poeta Juan de
Mena
diere consonante a
alcorque.
MENA: Vuestra majestad le
ahorque
por no quebrantar la
ley,
pues en la huerta del
Rey
hay quien los cardos aporque.
REY: ¿Veslo?
PABLILLOS: ¡Ay, qué mal! ¡Aporque!
Mal consonante. A ese modo
consonante será todo:
albacorque, y
alconorque.
¡Toquilimboque!
REY:
Venid
a verme.
MENA: Tu esclavo
soy.
PABLILLOS: Y entre tanto, Mena, os
doy
con los dos cofres del
Cid.
Vase MENA
ÁLVARO: Dale, señor, por tu
vida
alguna cosa.
REY: Después,
cuando reine.
ÁLVARO: Luego
es
cualquier cosa
recibida
del pobre con mayor
gozo.
Dale esta cadena mía.
REY: Álvaro, tal bizarría
no se vio en hombre tan
mozo.
Llámale, Algún día
podré
pagártela.
PABLILLOS: ¡Ah, Juan de
Mena!
El Rey os pone en
cadena
pero no será en el pie.
Sale MENA
MENA: ¿Qué manda tu
majestad?
PABLILLOS: No es manda que es de
contado.
REY: No os vais sin haber llevado
alguna cosa. Tomad.
MENA: Beso tus pies.
Vase MENA
REY:
Bien habemos
divertídonos.
ÁLVARO:
Entiendo,
señor, que va anocheciendo
y que ya salir podemos.
REY: Sin que Ruy López
nos vea,
porque es mi ayo en
efeto.
ÁLVARO: Sí, señor, y ese
conceto
es muy digno de su
alteza.
Vanse y salen a la ventana doña ELVIRA e
INÉS, criada
ELVIRA: Ya que en esta
galería
corren los vientos
templados,
y está con nuevos
cuidados
de mi amor el alma
mía,
del fresco quiero gozar
esta noche. Inés.
INÉS:
¿Señora?
ELVIRA: Si me quieres bien,
agora
podrás un rato cantar.
INÉS: ¿Aquí, señora? ¿No ves
que se juntarán despacio
los galanes de palacio
a escuchar?
ELVIRA: No importa,
Inés.
INÉS: Pues, ¿dirásme una
verdad?
ELVIRA: Sí, diré.
INÉS: ¿Sírvete alguno?
ELVIRA: Inés, no; si bien hay
uno
que me muestra
voluntad.
INÉS: ¿Correspóndesle?
ELVIRA: En mi
vida
le hablé palabra
ninguna.
INÉS: ¿Es don Álvaro de
Luna?
ELVIRA: El mismo.
INÉS: ¡Qué
conocida
tengo yo tu
inclinación!
ELVIRA: Pues, ¿en qué lo
conociste?
INÉS: En que tú sola
advertiste
en palacio su
ocasión.
Sale PABLILLOS de ronda
PABLILLOS: Gente hay en la
galería
si el oído no me
engaña.
Señor soy de la
campaña,
la tierra esta noche es
mía.
A mí me pudre el
mirar
lo que llaman
galanteo.
Ahora bien, yo me
paseo;
el terrero he de
ocupar.
No ha de haber ánima
en pena
que llegue esta noche
aquí
viéndome ocupar a
mí
el puesto.
Música suena.
Canta INÉS
INÉS: "Manzanares, de buen gusto
son, aunque pobres, tus aguas,
pues por llegar a Madrid,
de la sierra se
desatan".
Sale a la ventana la
INFANTA
INFANTA: ¿Música dan y sin
mí?
INÉS: Su alteza viene.
INFANTA: No vengo
a estorbaros, porque
tengo
gusto también. Inés, di.
Canta
INÉS: "No dan blasón a los ríos
grandes corrientes de
plata,
arroyos recibe el mar
con más aplauso y más
fama".
Sale el INFANTE y un CRIADO
INFANTE: Como es la noche
serena,
damas a las rejas hay
y al golfo de amor me trae
la voz de aquella sirena.
Salen el REY y don ÁLVARO
ÁLVARO: Pienso que canta una
dama.
REY: ¿No fuera lícito
aquí?
ÁLVARO: ¿Es de la cámara?
REY: Sí;
Inés de Torres se
llama.
[Ella sirve de]
crïada
de doña Elvira
[...-ida]
Escuchemos, por mi
vida,
su voz dulce y
regalada.
Canta
INÉS: "Basta que bese
los pies
a los Césares de
España;
no envidien ondas del
Tajo
cuando tributo le
pagan".
PABLILLOS: (Duendes vienen; yo les doy Aparte
estorbo, cuidado y
celos).
Ha cantado de los
cielos;
muy agradecido estoy.
Como muchas noches
cante,
le serviré de
escuchar.
Soy goloso de oír
cantar.
REY: ¿Quién habla?
ÁLVARO: Será el
Infante.
INFANTE: Llega a ver si
reconoces
quién es.
CRIADO: Difícil
sería.
PABLILLOS: Cante más,
vueseñoría,
que esa voz es voz de voces,
es un trueno
celestial,
es un chillido
excelente,
es la trompeta
valiente
del gran jüicio
final,
pues los muertos
resucita.
¡Oh, bien haya gracia
tanta!
¡Oh, bien haya quien lo
canta!
¡Oh, bien haya quien lo
grita!
INÉS: Uno con voz
lisonjera
gracias da de haberme
oído.
ELVIRA: Curiosidad habrá sido.
(¡Oh, si don Álvaro
fuera!) Aparte
Pregúntale tú quién
es.
(Amor, detén tu
violencia). Aparte
INÉS: ¿Dame tu alteza
licencia?
INFANTA: Licencia te doy, Inés.
INÉS: ¿Quién es el
agradecido?
PABLILLOS: Si lo soy desde la
cuna,
soy don Álvaro de
Luna.
(Sólo esta vez he
mentido,
...y otras mil).
CRIADO: ¿Oyes, señor?
Don Álvaro dice que es.
INFANTE: Huélgome mucho; hable, pues,
que el tercero de mi
amor
por medio de doña
Elvira
intenta ser; aguardemos.
ELVIRA: Prosigue, Inés, y
sabremos
si es discreto o si es
mentira
lo que dicen de
él.
PABLILLOS:
Señora,
¿fue Tapaboca mi
nombre?
¿Es acaso hablar a un
hombre
buey de hurto? No habrá agora
quien os riña, mamá
o taita.
INÉS: ¿Qué música fue más
buena
para vos?
PABLILLOS: La que más
suena:
un órgano, una gaita
y el gruñido de un
cochino
cuando le quieren matar
porque está cerca de
dar
añagazas para el vino.
ELVIRA: O se burla o está
loco
quien habla.
PABLILLOS: Mi
inclinación
es de justar, lanzas
son
los instrumentos que
toco.
Mantener pienso una
justa
cuando mi Rey se
corone;
toda dama me perdone,
que de la color que
gusta
cada cual he de vestirme.
INÉS: Saldréis de muchas colores.
PABLILLOS: Saldré en mi traje.
REY: En amores
anda el Infante muy
firme.
ÁLVARO: ¿Y tenemos de
aguardar
a que acabe?
REY: Hasta
saber
quién le habla.
INÉS: El
mantener
una justa es singular
acción y dificultosa
para mozos.
PABLILLOS: ¡Lindo aliño!
Aunque soy algo
lampiño
tengo yo la edad añosa.
¿Venme con aquesta
cara
tan rasa y fea? A fe mía,
que en la gran
carnicería
de los Infantes de Lara
me hallé yo; y en Aragón
mantuve en el mes de abril
un torneo contra mil.
¿Mil he dicho? Pocos son;
y de todos ellos, solos
en pie me quedaron dos.
Birlábalos, ¡vive
Dios!,
con mi lanza como
bolos.
Uno salió muy galán,
sin botas y con
espuelas,
vestido todo de telas
de cedazo de Milán.
Su invención era una arpía
que en su garra sucia y
fea
se llevaba a
Galatea.
INÉS: ¿Y la letra?
PABLILLOS: Así decía:
"Polifemo tenía
un ojo;
vos, señora, tenéis
dos.
No sois Polifemo vos
[aunque ya de un pie
sois cojo]".
Otro sacó, a lo que
entiendo,
la humana naturaleza
con un mote en la
cabeza.
Médicos la iban
siguiendo.
Era el mote: "Intento es mío
que crezca el género
humano
y éstos me van a la
mano,
pues matan más que yo crío".
Otro...
INÉS: Etcétera es
mejor
porque mil irán
cansando.
CRIADO: De justas están
tratando.
INFANTE: ¡Ah, necio! Trate de amor.
ELVIRA: Apenas ha renovado
Amor sus líneas en mí
cuando el desengaño vi
que todas las ha
borrado.
Iba creciendo por
puntos,
pero ya es fuerza morir
oyendo a un hombre
decir
tantos disparates
juntos.
Vase ELVIRA
ÁLVARO: Pienso que no es el
Infante.
REY: ¿Quién será?
ÁLVARO: Pablillos
es,
no me engaño.
REY: Pague pues,
la burla de hacerse
amante.
ÁLVARO: ¡Loco! ¿Qué estás bobeando?
REY: ¡Ah, necio! ¿Qué estás diciendo?
Péganle
PABLILLOS: De esos nombres no me
ofendo
cuando estoy
galanteando;
y agradézcanme...
ÁLVARO:
¿Qué, loco?
PABLILLOS: Que he conocido quién son.
REY: Si está la Infanta al balcón,
don Álvaro, espera un
poco.
CRIADO: Otros llegan.
INFANTE: ¡Qué
rigor!
REY: Bien la música asegura
que vuestra alteza
procura
hacer cielo el mirador.
INFANTA: ¿Y quién tiene ese
cuidado?
REY: El Infante de Aragón.
INFANTE: ¿Oíste aquella razón?
CRIADO: A vuestra alteza han
nombrado.
INFANTA: El Infante se podía
quietar ya con más
razones,
pues que son sus
pretensiones
para tratadas de día.
No con armas ni
denuedo
mi inclinación vencerá;
que es mi condición,
dirá,
muy fuerte. Yo lo concedo;
pero ser de otra
manera
me pesara, porque
estoy
contenta de ver que soy
poco afable.
Vase la INFANTA
REY: Escucha, espera.
INFANTE: ¡Válgate Dios por
mujer!
Si entro armado de
Aragón
en Castilla, agravios
son;
si en servir y
pretender
me humillo, también
te ofendes.
¡Vive Dios!, que he de inquietar
a Castilla hasta
alcanzar
la deidad que me
defiendes.
Vase el INFANTE
REY: Enojada fue mi
hermana.
ÁLVARO: Cánsale el atrevimiento
del Infante.
REY: Andar
intento
hasta que de la mañana
la luz nos vea.
Sale RUY López con rodela
RUY: Rey
mío,
cuando tenga voluntad
de salir tu majestad,
aún no he perdido yo el
brío
de galán y de
soldado;
avíseme, pues
procuro
su gusto; irá más
seguro
llevándome a mí a su
lado.
REY: Con calor ha entrado
mayo
y el fresco salí a
gozar;
¿siempre me habéis de
buscar?
Cansada cosa es un ayo.
RUY: No, señor, como ayo
no;
como vasallo y crïado
te busco, que mi
cuidado
a esta esfera se
extendió.
Pero ya que es tarde
agora,
suplico que te recojas,
porque ya sabes que
enojas
a la Reina, mi señora.
REY: Ruy López, yo lo
haré.
Vase el REY
RUY: ¡Ah, don Álvaro! Esperad,
que en vos a su
majestad
la salida reñiré.
Sin vos el Rey no
salía;
sale por salir los
dos.
Por sí miraba sin vos;
tal es vuestra
compañía.
La salud y autoridad
andando de noche
pierde,
y es menester que se
acuerde
de las dos su majestad.
Y así aunque vos no sois
viejo,
sois hombre ya de razón,
y tenéis obligación
de darle el mejor
consejo.
Nieto de ilustres
abuelos
nacisteis. ¿Quién os
iguala?
Norabuena o noramala,
no causéis estos
desvelos.
Al Rey seguir e
imitar
es bien a vuestro
linaje;
que aunque ya barbáis, sois paje
que os mandaré castigar.
Vase RUY López
ÁLVARO: Cuando tal oigo
decir,
¿tengo yo mudos mis
labios?
Del Rey son estos
agravios;
con él los pienso
sufrir.
Sale el REY
REY: Álvaro, ¿qué es
esto?
ÁLVARO: Enojos
de Ruy López. Me ha reñido.
Porque de noche has
salido
hame quebrado los ojos
con tres injurias aquí.
REY: ¿Cuántas fueron?
ÁLVARO: Cinco
o seis.
REY: Tantos estados tendréis
como sufristeis por
mí
baldones de
Condestable;
que he de ser
agradecido,
pues con vos, Álvaro,
ha sido
mi voluntad tan
notable.
ÁLVARO: Hacerme de nuevo
puedes,
y si yo ambicioso
fuera,
más agravios
pretendiera
habiendo de ser
mercedes.
Sale Juan GARCÍA
GARCÍA: (Perdone si soy
tirano, Aparte
el Condestable
imprudente,
pues me dijo claramente
que soy un hombre
villano).
¿Es vuestra alteza?
REY:
¿Quién es?
GARCÍA: Crïado del Condestable.
Permitid, señor, que os
hable.
REY: Levantad.
GARCÍA: Beso tus pies.
A la Reina, mi señora,
di cuenta de una
traición
y he sentido obligación
de darla a mi Rey agora.
El Condestable ha
envïado...
REY: Mirad bien lo que
decís.
GARCÍA: ...[una carta] a su
hijo Luis,
que es de Murcia
Adelantado,
un correo en que le
manda
que al Rey de Granada
entregue
a Lorca, y antes que
llegue
con esta injusta
demanda,
vendrá a Madrid el
correo,
porque ya han ido por
él.
REY: Vedme después.
GARCÍA: (Muy crüel Aparte
ando en esto; ya lo veo.
Ciego me traen mis
antojos.
Vase GARCÍA
REY: Pues veré las cartas presto;
suspendo el crédito en
esto.
Sale RUY López
RUY: No hace provecho a los
ojos,
mi Rey, aqueste
sereno.
REY: Si a los ojos hace mal,
no a la majestad real
con que traiciones
condeno;
de éstas está el pecho
lleno
de un hombre, que
habiendo sido
tan leal, ha pretendido
a la vejez desdorar
su buena fama y
mostrar
que es traidor y mal
nacido.
¿De qué sirven los
blasones
que en la guerra habéis
ganado,
si tan mala cuenta han
dado
vuestras locas ambiciones?
De las aleves traiciones
que en vos descubro esta
vez
testigo soy y soy jüez.
¿No fuera mucho mejor
morir mozo, que el
honor
ultrajar a la vejez?
Gracias a la noche
doy
por los bienes que me
ha hecho,
por ella, de vuestro
pecho,
conocí la maldad
hoy.
Agora sí que Rey soy,
pues conozco la
engañosa
fe que en vuestra alma
reposa,
traición que el pecho
os abrasa.
No salgáis de vuestra
casa
hasta que os mande otra
cosa.
RUY: Mudo obedezco,
señor,
que no quiero disputar
si me los podéis mandar
siendo yo
Gobernador.
Déme Dios, déme un
dolor
tan excesivo y tan
fuerte
que no se acabe, y de
suerte
se atormenten mis
sentidos,
que en ellos estén
vencidos
los asombros de la
muerte.
Vase RUY López
ÁLVARO: Turbar hacen tus enojos,
como alientan tus mercedes.
Topando por las paredes
va Ruy López; a los
ojos
les falta luz.
REY; Los despojos
son que la traición ha
dado;
que siempre turba el
pecado
y así no es mucho que
ciegue
el que a tal bajeza
llegue.
ÁLVARO: Sucesos son de
envidiado.
Él no ha hecho acción
liviana;
pienso que has de
arrepentirte.
REY: Álvaro.
ÁLVARO: ¿Señor?
REY: Ceñirte
quiero la espada
mañana;
darte ha la espuela mi
hermana.
ÁLVARO: Beso tus pies.
REY: Gentilhombre
de mi cámara se nombre
ya don Álvaro de Luna
que de su grande
fortuna
quiero que el mundo se
asombre.
Vanse y sale RUY López
RUY: ¡Hola! Crïados. García.
¿Aún no hay luces en mi
cuarto?
Sombras y figuras son
de las desdichas que paso.
Reventando estoy, ¿qué es
esto?
Etnas en el alma traigo;
y aun mi vestido me
cansa.
Mas, ¡Qué mucho si me
abraso!
¿Palabras de un niño
rey
pesan tanto, pueden
tanto,
que mi valor
atropellan?
¿Fueron palabras o
rayos?
¿Yo sin honra, yo traidor,
y yo mala cuenta he
dado
de mi honor a la vejez
¿Cómo, o por qué? ¿Dónde o cuándo?
¡Ah, cielos! ¿Este rigor
me guardáis? Así diez años
antes yo me hubiera
muerto,
dichoso fuera y
honrado.
¡Qué siendo amable la
vida,
a mí solo me haga daño!
¿Qué mucho, si era
forzoso
que naciese
desdichado?
Salen el REY y don
ÁLVARO
ÁLVARO: Voces da sin luz y a
oscuras.
REY: No parece gente;
oigamos.
RUY: Niño Rey, ¿eres
gigante?
¿Cómo de ti está
temblando
quien ejércitos de
moros
venció en andaluces
campos?
¡Ah, Fortuna! ¿DE qué sirve
que en estos siglos pasados
me dieses honra y riquezas,
si de un golpe me has
quitado
el honor a la vejez,
cuando suelen los
ancianos
tener ya su honor
seguro
y vencidos los
naufragios
de la juventud
ociosa?
Bien dicen que el
hombre es árbol.
Hojas y flores produce;
sus bellezas son los ramos,
sus riquezas son las flores,
compitiendo con los
rayos
del sol y los arreboles
de las nubes del ocaso
en colores y hermosura.
Sopla el cierzo, sopla
el austro,
y antes de llegar el fruto
pimpollos verdes y blancos
derriban en la campaña
verdes blasones de mayo.
¡Ay, honor! ¡Ay, vejez mía!
¡Ay, hijos ausentes,
tanto
que ya verme no
podréis!
Líneas de la muerte
paso.
Rey de Castilla, yo
llego
al tribunal recto y
santo
de tu justicia. ¿Por qué
me has hecho tales agravios
que traidor me llamas? Yo
honrosos timbres he dado
a las armas de Castilla
con esta espada, este
brazo;
seis batallas he vencido
y serví treinta y dos años
a tu padre y a tu abuelo.
Con amor de padre y ayo
te crïé, tu bien
deseo.
¿En qué te ofendo? ¿Qué hago?
"Ruy López, a mí
me han dicho
que sois traidor, y me
espanto
que deis vos tan mala
cuenta".
Rey mío, mirad que
engaños
padece el hombre, y la
envidia
a veces suele
causarlos.
"Ya, Ruy López, he creído
lo que me han dicho, y
no hallo
disculpa a vuestro
errores.
Estad preso,
retiraos".
Pues apelo al tribunal
de Dios, que es Rey
soberano.
Señor, yo vengo a jüicio;
leal soy al
castellano
monarca. Bien lo sabéis.
¿Por qué sufro este
trabajo?
"Ruy
López..." Señor, ya tiemblo,
Rey eterno, de
escucharos.
"Ojalá hubieras
servido
a mi madre y a mis
santos
como al Rey. Tú fueras bueno,
como el mundo te ha
llamado".
Señor, si los corazones
veis vos sólo, y los
humanos
reyes no los pueden ver,
sólo a vos, Rey justo y santo,
servir debemos los
hombres.
ÁLVARO: Lástima da el
escucharlo.
REY: Pienso que no tiene
culpa.
ÁLVARO: Gente baja con luz.
REY: Vamos.
Vanse el REY y don
ÁLVARO
RUY: ¿Con quién me
consolaré,
sin mis hijos?
¡Ah, crïados!
¡Ah, Juan García! ¡Ah, hijo mío,
contigo sólo descanso!
¿Dónde estás que me
consueles?
Sale HERRERA con luz
HERRERA: Señor, esta luz te
traigo,
con recelo de enojarte,
triste de haberte
escuchado.
Si yo fuera tan
dichoso
que, como prudente y sabio,
te sirviera y agradara,
me echara a tus pies,
rogando
que me dijeras qué
tienes.
RUY: Herrera, desdichas
paso.
García, quizá, por
verte,
a consolarme no ha entrado.
Vete allá fuera. ¡García!
Vase HERRERA
Hijo, mira que te
llamo.
El ánimo
desfallece,
¿cómo y por qué me
desmayo?
Tengamos valor,
conciencia,
pues que seguros
estamos.
Mas, ¿qué valor puede
haber,
si en la honra me ha
tocado
un Rey de España? ¡Ah, García,
hijo, mira que te
llamo!
FIN DEL ACTO SEGUNDO