ACTO TERCERO
Salen HERRERA y otro
HERRERA: Pues llegas a Madrid hoy, de Sevilla,
escucha, Garcerán, las
novedades
de este imperio español
y de esta villa,
metrópoli y dosel de
majestades.
Del segundo don Juan,
Rey de Castilla,
que del Fénix alcance
las edades,
ayer se coronó la heroica frente,
ya sea con los rayos
del oriente.
Quererte yo decir la
diferencia
famosa de aparato,
gente y galas,
sin retórica griega ni
elocuencia,
era pedir a Dédalo sus alas.
Excedió la católica
prudencia
las fábulas de Júpiter
y Palas,
y la historia de
espanto y gloria llena,
en metro está
escribiendo Juan de Mena.
Ruy López no lo vio, mi ilustre dueño;
en su casa le tienen
retirado,
asombro de Castilla y
no pequeño;
mas, ¿qué ilustre varón
no es envidiado?
Aquel valor altivo y
zahareño
con que estuvo este reino alborotado
del Infante ha cesado y
preso viene;
que la soberbia humana
este fin tiene.
Ese concurso popular
que miras,
ese tropel confuso de
la gente,
que en esa plaza ves y mudo admiras,
una justa es real y
acción valiente.
¡Ah, aragonés
bizarro! En ella aspiras
a eternizar tu nombre
eternamente.
Mantiénela don Álvaro
de Luna,
mancebo a quien aplaude la Fortuna.
Dentro ruido
Mas, ¿qué rumor es
éste tan violento?
Alguna novedad ha
sucedido.
El Rey desciende aprisa
de su asiento.
Don Álvaro cayó. ¿Si estará herido?
Con lástima común y
sentimiento
el pueblo se alteró,
que es bien querido.
Con lágrimas el Rey a
verle sale.
¡Oh, cuánto la virtud
de un hombre vale!
Sacan a don ÁLVARO desmayado entre dos.
El
REY, PABLILLOS y gente desarmándole
REY: ¿Está muerto?
PABLILLOS: No, señor.
REY: Buenas albricias te mando;
idle las armas quitando,
no le atormente el calor.
Don Álvaro, vuelve
en ti;
advierte que esa caída,
si da peligro a tu
vida,
me ha de dar la muerte
a mí.
Nunca yo me coronara
si me había de costar
tal disgusto, tal pesar;
nunca yo a ser rey
llegara,
pues no hay reino, no hay blasón
mayor al que quiere bien
que estar gozando de
quien
es dueño de su afición.
Si con mi pena te obligo,
esta afición
galardona,
que no quiero la corona
si he de perder tal
amigo.
PABLILLOS: Alguna vieja bellaca
de mal ojo le miró.
¿Por qué a aquélla que
llegó
a cuarenta no se saca
los ojos por no
matar?
Si yo algún poder
tuviera,
cuervo de las viejas
fuera,
y aprendieran a
rezar.
¡Viejas, ni vivan ni
beban!
REY: Sus pulsos sin fuerza
están.
¡Ah, señor de
Montalbán!
¡Ah, Marqués de
Santiesteban!
¡Ah, Duque de
Atienza! ¡Ah, Conde
famoso de Santorcaz!
¿Oís, Duque de Gormaz?
Muerto está, pues no
responde.
PABLILLOS: Si es discreto y
socarrón,
aunque oiga, ha de
estar callando,
porque le vayas
llamando
con más títulos, que
son
pistos de sazón gustosa
que le volverán la
vida.
Yo vi estar
amortecida
una dama melindrosa
porque comprado no
había
cierto coche su marido;
y él, llegándose al
oído,
salmos en vano
decía.
Quité al marido de
allí
más triste que oscura
noche;
llegué y dije
"coche, coche".
Al momento volvió en
sí.
REY: ¡Amigo, amigo!
ÁLVARO:
Señor,
¿con ese nombre queréis
darme vida?
PABLILLOS: Ojos, ¿qué
veis?
¿Ésta es lástima o
amor?
REY: Castigo debió de ser
que inobedientes contrasta;
pues diciéndote yo
"Basta",
volver quisiste a
correr.
ÁLVARO: Ejemplo fue mi caída
de que, aun en burlas,
es ley
que la palabra del
Rey
sea siempre obedecida.
Si la vida o muerte
das
con mandarlo de esta
suerte,
yo aprenderé a
obedecerte
sin replicarte
jamás.
REY: Sángrese agora que
empieza
a alentar con prisa
tanta.
PABLILLOS: Su mucha afición me
espanta.
ÁLVARO: Los pies beso a vuestra
alteza.
Vase don ÁLVARO
PABLILLOS: Luego bien dice a
ese intento
un doctor moderno que
hay
que en soñando uno que
cae
ha de sangrarse al
momento.
Sale un CRIADO
CRIADO: Un alcalde quiere
ver
a tu majestad.
PABLILLOS:
¿Alcalde?
No ha venido acá de
balde.
Hüid, que os querrá prender.
Sale un ALCALDE
REY: Entre y despejad.
PABLILLOS:
Despejo
y entre.
ALCALDE: Como me
mandaste,
tengo, señor
secrestados
los bienes del Condestable.
Ya trajeron el correo,
porque le alcanzaron
antes
que entrase en
Murcia. Estas cartas
son los despachos y el parte
que llevó.
REY: ¡Válgame Dios!
¡Con qué temores las
abre
la mano, que ya en el
pecho
mil temores me reparte!
Carta, si no eres
leal,
flecha serás
penetrante,
tocada en yerba crüel,
que el corazón me
traspase.
Mas, ¿cómo es posible, cielos,
que en aquellas canas
falte
la generosa lealtad,
timbre de su ilustre
sangre?
Temerosamente leo.
¡Plega al cielo que no halle
en vez de tinta
veneno,
y en vez de letras un
áspid!
ALCALDE: (Piadoso se muestra el
Rey; Aparte
Dios muchos años le guarde.
¡Qué tristemente las lee!
Miedo me ha dado el
mirarle).
REY: Esto es hecho. ¡Ah, Dios, pluguiera
que palabras semejantes
leer no hubiera podido!
¿Hay mayor
traición? Alcalde...
ALCALDE: ¿Señor?
REY: Para hacer
justicia
os doy mi poder
bastante.
Toma estas cartas y
haced
lo que importa a casos
tales.
Id luego a reconocer
la casa del
Condestable;
ponedle guardas en ella.
ALCALDE: ¿Y el correo?
REY:
¿Ése? Soltadle
que sin duda está
inocente;
que si llevaba el
mensaje
sin saber a lo que
iba,
¿qué culpa tiene?
Vase el ALCALDE
¿Ah,
mudable
Ruy López, que a tu
vejez
tales afrentas
buscaste?
Sale don ÁLVARO con banda
ÁLVARO: Señor, a pedir me envía
en su prisión el
Infante
que le vea y que te
pida
licencia.
REY: ¿Ya te
sangraste?
ÁLVARO: Sí, señor.
REY: ¿Cómo te
sientes?
ÁLVARO: Mejor.
REY: Visítale.
ÁLVARO: Dasme
mil favores.
Tus pies beso.
Pero, señor, tu semblante
muestra tristeza. ¿Qué tienes?
REY: Álvaro, que son verdades
las sospechas de Ruy López.
ÁLVARO: Señor, envidiosos hacen,
tal vez, aparentes culpas.
¡Cuántos pequeños y
grandes
han padecido sin culpa!
¿Aquellas canas y
sangre
tan ilustres, aquel
hombre
que a tu abuelo y a tu padre
sirvió tanto, puede ser
traidor?
REY: Su verdad le
ampare.
Vase el REY
ÁLVARO: Corazón, temamos esto;
sírvanos de ejemplo
grave
la desdicha de Ruy López.
Mas el mismo
Condestable,
"Obrar bien es lo
que importe"
dijo una vez; semejante
es mi parecer. Fortuna,
o ya firme o ya
inconstante,
obremos bien y subamos.
Yo he de poner de mi
parte
obrar bien; tú, de la
tuya,
haz aquello que
gustares.
Vase don ÁLVARO. Salen RUY López y
GARCÍA
RUY: Si mi descanso
deseas,
al paso que te he
querido,
¿es bien que estando
afligido
ni me hables ni me
veas?
Si con la ausencia
me aflijo
de mis hijos, ¿cómo
así,
viéndolos todos en ti,
que amor te ha hecho mi
hijo,
te has retirado de
verme?
Ya sé que pena te
doy
en el estado en que
estoy;
bien sé que tu amor no
duerme,
que mi mal le ha
despertado;
pero en el varón
constante
no ha de mostrar el
semblante
la fatiga ni el
cuidado.
Ten paciencia y, pues que sabes
mi inocencia y mi verdad,
no te admire la
crueldad
porque en los sucesos
graves
se ve el ánimo leal.
Mira, Juan, lo que te
estimo,
que yo soy el que te
animo
a que no sientas mi
mal.
Mas, ¿qué mucho, si
lo sientes
más que yo, que yo te
anime
y que tu presencia
estime?
¡Ea, rapaz! No te ausentes
ni te alejes más de
aquí;
que el verte me ha
consolado
y teniéndote a mi lado
lluevan desdichas en
mí.
GARCÍA: ¿Un villano te
consuela
y es tu hijo?
RUY: Calla,
necio.
No fue el decirle
desprecio
de tu honrada
parentela;
que espero en Dios
que has de ser
cabeza de un gran
linaje
como la envidia no
ultraje
mi verdad y mi
poder.
GARCÍA: ¿Y puede vivir con
gozo
quien ve así a
vueseñoría?
RUY: Sí, mañana es otro día.
(¡Lo que me quiere este
mozo!) Aparte
Cuando mis bienes,
hoy males,
secrestaron, escondí
cierto cofrecillo allí.
Tráela acá y dará señales
y muestras mi grande
amor
de la afición que te
debo;
aunque contigo no es
nuevo
ser liberal tu señor.
Saca GARCÍA un cofrecillo
Toma esta joya,
García;
quizá será la postrera
que he de darte. ¡Ay, si la viera
mi hija doña María
no la olvidara
jamás!
Estímale tú, y así
culpa a los hados, no a
mí,
si ya no te diere más.
GARCÍA: Mi señor, merced es
ésa
que agradezco. Excede y pasa...
Sale un CRIADO
CRIADO: Un alcalde ha entrado
en casa.
RUY: Vuélvele a esconder
aprisa.
Esconde el cofrecillo y sale el
ALCALDE
ALCALDE: Dios guarde a
vueseñoría.
RUY: Señor Alcalde, en buen hora
a esta casa venga.
GARCÍA:
(Agora Aparte
ha de conocer que es
mía
la causa de su
prisión.
Retirarme me
conviene,
que, aunque viejo,
valor tiene
y le ayuda la razón).
ALCALDE: Dejadnos solos.
GARCÍA: Sí,
haré.
Vase GARCÍA
ALCALDE: Vueseñoría dé licencia
para cierta
diligencia.
RUY: No es menester que la
dé;
ya la dio el Rey, mi
señor,
dueño feliz de
Castilla.
Quiere el ALCALDE sentarse en la silla del
REY
Señor Alcalde, esa
silla
es una silla de
honor;
mi casa la reservó;
no la vuelva ni use de
ella.
Reyes se han sentado en
ella,
pero ricos hombres no,
cuanto y más hidalgos. Hola,
traed en que esté sentado
aquí el señor
licenciado.
ALCALDE: (La vanidad
española Aparte
murmuran los extranjeros.
¡En qué puntos se
entremete!)
Sale un CRIADO con un taburete
CRIADO: Aquí está ya un
taburete.
ALCALDE: Ministros y caballeros
estimados han de
ser.
De un modo y sin excepción
padres de la patria
son.
Señor Condestable, ayer
érades, por hado incierto,
Gobernador de Castilla,
ni a mí me dábades silla
ni yo os hablaba
cubierto.
Trocó Fortuna esta vez
el viento, como
mudable;
ya soy más que
Condestable
pues que soy vuestro
jüez.
La diferencia de
asiento
no es justa; otro mando
es hoy.
No soy Alcalde, Rey
soy,
pues su poder
represento.
RUY: Tanto respeto ese
nombre
que me confieso
rendido.
Mucha razón ha tenido;
que el que es justicia
no es hombre
como los demás.
Rey es
o imagen suya, y así
quita ese asiento de
ahí
que ya quiero que le
des
aquella silla, y concluya,
pues sus acciones son leyes;
a donde se sientan reyes,
siéntase la imagen
suya.
ALCALDE: La prudencia y
cortesía
son, sin poderse
encubrir,
diamantes que han de
lucir.
Dígame vueseñoría,
¿qué enemigos tiene?
RUY:
¿Yo?
Ningunos puedo tener,
porque jamás mi poder
a los ricos se atrevió,
ni a los pobres; pues, ¿a quién?
Siempre recto, siempre
igual,
a los unos ni hice mal
y a los otros hice bien.
Que el hombre de bien,
el día
que agradando al
enemigo
le ganó para su amigo,
hizo rica granjería.
El ejemplo en Dios
se ve;
fiesta manda hacer
mayor
cuando gana a un
pecador
que antes su enemigo
fue.
ALCALDE: No conocerla podría
dañar en esta ocasión.
¿Cuyas estas firmas son?
RUY: Una y otra es firma mía.
ALCALDE: Reconozca bien.
RUY: No
crea
que las tengo de negar
volviéndolas a mirar;
ambas son mis firmas.
ALCALDE: Lea.
Lee
RUY: "Hijo don Luis. Luego que viéredes
ésta, entregad la
ciudad de Lorca al Rey
de Granada. Hacedlo luego y sea de suerte
que se entienda que se perdió acaso y no
la entregasteis".
¡Válgame Dios! ¿Cómo acierto
a decir tales razones,
y leyendo estos renglones
en piedra no me
convierto?
¿Cómo no me caigo muerto
mirando visión tan fea?
¡Qué haya un hombre que
esto lea
y qué pueda estar así!
¡Qué me llamen
"bueno" a mí
y vivo esta casta vea!
Ruy López, ¿con el veneno
de estas razones
vivís?
Mentís, Ruy López,
mentís.
No sois Avalos ni el
Bueno.
¿Para cuándo guarda un
trueno
con un relámpago fuerte
el vapor que se convierte
en nube, luna de mayo?
¿Para cuándo guarda un
rayo...?
¡Agora, agora la
muerte!
Lee la otra
"Poderoso Rey
de Granada, para cumplir
con vuestra majestad,
he escrito al Adelantado
de Murcia, mi hijo, que
os entregue a Lorca.
Harálo al punto, y
cumpla vuestra majestad lo
que ha prometido."
Si saber no puede
otro mal
tan espantoso y tan
fiero,
y con este mal no
muero,
debo de ser inmortal.
¿Qué demonio escribió
tal?
Acción fue de Juan
García.
¿Cómo, si la culpa es
mía?
A Cristo parezco yo,
que siendo Dios, le
vendió
el que en su plato
comía.
¿Cómo no es mi
corazón
vengativo ni
crüel?
Más me ha pesado por él
que por mí de su traición.
Éstas las fábulas son
del villano que vio
helado
el áspid, y le ha
abrigado
para su mal en el
pecho.
Aspid fue, lo mismo ha
hecho;
áspid fue, mas no pisado.
Muévate tanto dolor,
García, di la
verdad;
pero, ¿cuándo hubo
piedad
en el pecho de un
traidor?
¿Así se paga un amor?
¡Ah, cielos! Tomad ahí
cartas que yo no
escribí,
cartas que yo he de
llorar,
cartas que me han de
costar
la vida y honra. ¡Ay de mí!
ALCALDE: Cuando entraba, vi
esconder
mesa y escritorio
allí.
Perdonad, señor, que
así
mi oficio debe ejercer.
Sus joyas deben de ser.
Vase el ALCALDE
RUY: ¿Cuándo hallará el alma
mía
consuelo en tanta
agonía?
Dentro de mí me he perdido.
García, ¿en qué te he ofendido?
¿Qué mal te he hecho, García?
¡Oh, quién al traidor
cogiera
y la vida le
acabara!
¡Oh, villano!
¿Esto dije?
No lo hiciera;
que el azote a Dios
quitara
de su mano.
No en balde fue mi
enemigo.
Dios castiga mi pecado.
Instrumento
fue el traidor de mi castigo;
aplaque a Dios enojado
mi tormento.
Yo vine en mi
juventud
con mi capa y con mi
espada
a palacio;
diome dicha la virtud,
subí a gran señor de
nada,
bien despacio.
Cuarenta años he
vivido
con dicha y honra
infinita,
y aunque aprisa,
de estas pompas he
caído
si Dios las da y Dios
las quita,
no me pesa.
Al ataúd y a la cuna
una misma forma dimos.
Nuestra muerte
fue línea de la Fortuna.
¡Qué mucho! Todos nacimos
de una suerte.
Sale HERRERA
HERRERA: Aunque no quieras,
señor,
he de arrojarme a tus pies;
perdone esta vez tu enojo
y mi respeto también.
Cuando a un hombre,
como tú,
llegan señor, a
prender,
bien fundada está la
culpa,
bien informado está el
Rey.
Bien sé que tu gran
virtud
en Castilla un Fénix
es;
bien sé que eres
inculpable,
tu virtud y tu honor
sé;
mas si envidiosos han
hecho
que zozobre tu bajel
en las Indias de palacio,
salvar las vidas es bien.
Huye, que el Rey de
Aragón
dará amparo a tu vejez;
tu inocencia será sol,
nubes deshará después.
RUY: Herrera, ¿tal me
aconsejas?
Pues si yo me ausento,
¿quién
volverá por mi honra?
HERRERA: Yo,
que tu esclavo pienso
ser.
Mi hacienda vendí,
señor,
cuando secrestar miré
la tuya. Diez mil escudos
tengo agora en mi poder
en una cama escondidos;
lleva para ti los seis
a Aragón; y yo adelante
con los cuatro
pleitaré
hasta defender tu
honra,
y Castilla ha de saber
que Ruy López es leal.
RUY: Y que tú lo eres
también.
¡Ay, hijo del alma
mía!
Ya conozco que pequé,
no contra el Rey contra
ti;
pues a un villano crüel
quise más.
HERRERA: Un buen
caballo,
fuerte de manos y pies,
te está aguardando;
camina.
RUY: ¡Qué mal me puedo
mover!
Como no estoy enseñado
a hüir...
HERRERA: Pues yo seré
Eneas de un nuevo
Anquises.
RUY: ¡Ah, doctísimo Marqués
de Villena! Bien dijiste.
Los dos ejemplos se ven
de traición y de
lealtad.
Páguete Dios tanto
bien.
Vanse y salen don ÁLVARO
y el
REY
ÁLVARO: Vi al Infante, y
aunque espera
que venga el Rey de
Aragón
a sacarle de prisión
con guerra o paz, no
quisiera
la libertad de ese
modo;
sólo servirte pretende.
De tu aliento y voz
depende;
ya está arrepentido, y
todo
se rinde a tu
voluntad,
para que su dueño
seas.
Señor, si quietud
deseas,
cásele tu majestad.
Cásese ya, norabuena,
con la Infanta mi señora,
cuyo dote será
agora
el estado de Villena.
REY: ¿Qué rodea tu
quimera?
Álvaro, ¿no has
conocido
que es el Infante atrevido?
Y aunque casado,
pudiera
sosegar de su valor
el ímpetu fervoroso,
siendo de la Infanta esposo,
temo que ha de ser
peor.
ÁLVARO: No te quiero
responder.
La mano te beso y
callo;
la elocuencia del
vasallo
es callar y obedecer.
Sale PABLILLOS con un cofrecillo
PABLILLOS: ¿Qué joyas son las
que tiene
un cofrecillo
cerrado
que con él me habéis
cargado?
REY: ¿Viene la Infanta?
PABLILLOS: Ya
viene.
REY: Ruy López las recataba;
sin duda que joyas son
de estima.
ÁLVARO: ¡Qué a tal varón
Fortuna este fin
guardara!
¿Has visto lo que
hay en él?
REY: Agora le romperán
y lo veremos.
ÁLVARO: Ya están
sus riquezas contra
él.
Salen la INFANTA,
doña ELVIRA e
INÉS
INFANTA: Vengo con gran
compasión.
Pésame de haber sabido
que el Condestable se
ha ido.
REY: ¿Dónde?
INFANTA: Dicen que a
Aragón.
ÁLVARO: ¡Aquel viejo venerable
culpado en esto se ve!
REY: Si el Condestable se
fue,
¿quién será mi
Condestable?
PABLILLOS: Yo, señor.
REY: Ya de un
tirano,
que me quería
vender,
libre me he venido a
ver.
Ruy López, el
castellano,
que tal traición
cometió,
por justo derecho y ley
en desgracia de su Rey
por sus delitos cayó.
De sus estados y
hacienda
le despojo; a otros se
den
que los merezcan más bien;
y porque el dueño se
entienda,
don Álvaro solo
hereda
lo que en este papel
van.
Dale un papel el REY a don ÁLVARO.
Lee
ÁLVARO: De don Álvaro serán
Arcos, Arjona, Maqueda,
[el] aduana de
Sevilla;
es Conde, Duque, y Marqués
de estos tres estados, y es
Condestable de Castilla.
ELVIRA: Inés, darme el
parabién
de estos estados bien
puedes.
ÁLVARO: Los cielos a tus
mercedes
agradecimientos den,
y dente la edad
suprema
de aquel ave generosa,
que plumas de nieve y rosa
en ascuas de mirra quema.
La que cuna y tumba
hace
donde acaba y se
eterniza,
pues gusano, ave y
ceniza,
muere, espira, vive y
nace.
Pero, señor, yo no
quiero
que las llamen
ambiciones;
deja que gane blasones,
deja servirte primero.
En la guerra peleando,
ya venciendo, y
muriendo,
honras iré mereciendo,
mercedes iré ganando;
porque no escriban de mí
apasionadas historias
que sin sangre y sin victorias
tus favores recibí.
PABLILLOS: Acepta, bárbaro, acepta;
que es mucha descortesía.
ELVIRA: ¡Oh, qué vana bizarría!
INFANTA: Acción gallarda y
discreta.
REY: Ya que mercedes no
quieres
sin que las ganes
primero,
darte aquese gusto
quiero,
pues todo lo que soy
eres;
que más fineza ha de
ser
el desearte yo dar
que el pretender
estorbar
tú mi largueza y poder.
PABLILLOS: Basta, señor, las
que llamas
finezas y ésta
rompamos.
REY: Sí, abrir puedes,
repartamos
las joyas entre las damas.
Para mi hermana ha de
ser
la que sacaremos
antes.
Abren el cofrecillo y sacan una disciplina
PABLILLOS: ¡Lindo ramal de
diamantes!
¿Monja la queréis
hacer?
REY: Para doña Elvira
quiero
una joya.
PABLILLOS Y sea de
fama.
Saca un cilicio
¡Lindo moño para
dama
de palacio! Lisonjero
es el señor
cofrecillo.
¡Qué donosas bujerías
para estas señoras mías!
¡Caprichoso
cabestrillo!
Su nombre ilustre no
pierda.
Portocarrero ha de ser;
¿por qué la queréis
hacer
doña Elvira de la Cerda?
Saca una mortaja
REY: ¡Qué ésta es mortaja
imagino!
INFANTA: Joyas son éstas de nombre.
REY: ¡Qué esto tuviese tal
hombre!
PABLILLOS: Entierro de Saladino
es este
repartimiento
de joyas.
ELVIRA: Todas son tales.
REY: ¿Qué son ésos?
Lee
ÁLVARO:
"Memoriales
de pobres."
REY: Lástima
siento.
Lee
"Cartas que el
Rey me escribió
cuando en la guerra
asistía
de Granada." Letra es mía.
Don Álvaro, ¿quién tal
vio?
ÁLVARO: ¿Pudo tener mal
intento
quien puso en esto
cuidados?
Lee el REY
REY: "Memoriales de soldados."
"Mandas de mi
testamento:
A mi hija doña María
aquestas joyas le dejo
porque le sirvan de
espejo
en que verse cada
día."
Estoy en llanto
deshecho
viendo caso tan
extraño.
Don Álvaro, aquí hay engaño.
ÁLVARO: Ese secretario ha hecho
sin duda alguna
traición,
y mal por bien ha
pagado.
Sale un CRIADO
CRIADO: Señor, en Castilla ha entrado
Alfonso, Rey de Aragón.
A librar su hermano
viene
con armas y gente.
REY:
Vamos,
porque al paso le
salgamos.
Sin mí este caso me
tiene.
Vanse y salen soldados y
ALFONSO, Rey de
Aragón
ALFONSO: Suenen cajas de
guerra,
ya que pisamos enemiga
tierra
y sepa el de Castilla
que Alfonso, el de
Aragón, tiene cuchilla
cuyo luciente acero
al Africa venció y
tembló primero.
El Infante, mi hermano,
saldrá de la prisión
hoy por mi mano.
Sale RUY López
RUY: Rey de las islas de este Mar
Tirreno,
Rey don Alfonso de Aragón, atiende
a un varón infeliz de
agravios lleno
que, agonizando, tu
favor pretende.
Éste, de cuyo rostro al
campo ameno
un arroyo de lágrimas
desciende,
ayer,... ¡Ay, qué vejez
sin culpa alguna,
espectáculo vil de la Fortuna!
Esta espada que
agora es simple ornato,
báculo y compañía de
estas canas,
asombro fue del bélico
aparato
de las huestes inglesas y africanas.
Por persuasión artera de
un ingrato,
caí de las esferas
soberanas
a los senos profundos
del abismo;
que toda esta distancia
[hay] en mí mismo.
Por extranjeros reinos peregrino,
Belisario español,
aunque inocente,
me lleva a la vejez
fuerte destino,
enojo de mi Rey y Rey
prudente.
El Condestable de
Castilla vino
huyendo, a tu valor,
joven valiente.
A nuevo Rey, a nuevo
sol renace
el que a tus plantas
generosas yace.
ALFONSO: Ruy López, el
castellano
Condestable,
levantad;
que hombre a quien
llaman "el bueno"
en la tierra no ha de
estar.
En mis brazos, sí.
RUY: Señor,
¿pues vos mismo os
humilláis
para levantarme a
mí?
ALFONSO: Dichoso me han de llamar
de ser vos tan desdichado,
pues ya es fuerza que
viváis
en mi reino, y, ¡vive
Dios!,
jurélo, no ha de
faltar,
que no volváis a
Castilla
aunque el Rey, como
leal
y buen caballero,
quiera
haceros mercedes. Ya
Nápoles ha de ser
hoy
la gentil, ella os dará
los títulos que en
Castilla
injustamente dejáis.
RUY: Dichosa fue mi desdicha.
No es perder, sino
ganar
el hüir al Rey Alfonso
del enojo de don Juan.
Sale HERRERA
HERRERA: Dadme albricias, dueño
mío,
el bueno, el santo, el
leal,
el que Castilla perdía,
por sus pecados, quizá.
RUY: Pues, amigo, ¿qué hay de nuevo?
HERRERA: Salí con el pleito ya.
La sentencia es
ésta. Toma,
que no quebró la
verdad.
Lee
RUY: Vistos los méritos y actos de
este
proceso, hallamos que
debemos absolver
y dar por libre de la
culpa que se le
imputaba a don Ruy
López de Avalos, el
bueno, Condestable de
Castilla, y le de-
claramos por leal y
fidelísimo vasallo
del Rey, nuestro
señor. Y así debemos
condenar y condenamos a
Juan García, su
secretario a ahorcar y
hacer cuartos, por
autor de la falsedad y traición.
RUY: Tres sentimientos a un
tiempo,
tres efectos en mí
están
peleando por salir
y hallando dificultad
por competir y ser grandes,
el primero es de abrazar
al que es padre de mi
honra;
el segundo es la piedad
del cuitadillo que
muere
con afrenta y pena
tal;
y el gozo de verme
honrado.
Pero ingrato no seáis,
corazón, salga primero
el afecto natural
del amor que te he
debido.
Hijo, abrázame, que ya
mi amor te engendra en
mis brazos;
mi hijo te has de
llamar.
¿Qué fuera de mí sin
éste,
gran señor?
ALFONSO: Yo he de
premiar
su lealtad.
HERRERA: Yo he de servirte.
Sale un CRIADO
CRIADO: Mucha luz y majestad
en pocos años te busca.
El Segundo Rey don
Juan,
con su hermana y el
Infante
ha llegado.
Sale toda la compañía
REY: Aquí nos
trae
buscando, Rey de Aragón,
el amor, vuestra
amistad.
ALFONSO: A mí el amor de mis
primos.
REY: Yo, primo, vengo de
paz.
ALFONSO: Yo también sólo a
pedirle
la mano a tu majestad
y a su alteza.
INFANTA: Bien venido
hoy a Castilla seáis.
ALFONSO: Don Enrique.
INFANTE: ¿Mi
señor?
ALFONSO: Con tan dulce libertad,
¿qué prisión no ha sido
breve?
RUY: No sé si osaré llegar
a los pies de mi buen Rey.
REY: ¡Oh, Ruy López! ¿Aquí estáis?
RUY: Señor, temí..., no temí...
Llegué a pensar..., no a
pensar...,
turbado estoy de
miraros;
tenéis un sol en la
faz.
ALFONSO: Yo, primo, para mis
reinos
tenía necesidad
de un consejero
prudente,
de un famoso capitán.
La Fortuna me ha traído
a Ruy López.
REY: Libre está,
y así, volverá conmigo.
ALFONSO: Perdone tu majestad,
juré de nunca dejarle.
REY: ¿Y sus estados?
ALFONSO: Ya están
repartidos, ¿quién lo duda?
Y será dificultad
quitarlos a quien se
dieron.
Tantos títulos tendrá
en mi reino.
REY: De esa
suerte
no ha sido más que
trocar
las suertes, pues en Castilla,
a Ruy López os lleváis
y a mí me deja Aragón
al hombre más singular
en don Álvaro de
Luna
en quien España verá
que solamente el ser
Rey
conmigo le ha de faltar.
ALFONSO: Yo estimaré esta vejez.
REY: Yo estimo esa
mocedad.
ALFONSO: Ruy López merece mucho.
REY: Y éste ha despreciado
más.
ALFONSO: Avalos tendrá mi reino.
REY: Lunas Castilla tendrá.
ALFONSO: Familias serán
ilustres.
REY: Pues de esa manera, en
paz
todo queda. Doña Elvira
mañana se casará
con don Álvaro, y mi
hermana
al Infante le ha de
dar
la mano, pues de ella
ha sido
tan cortesano galán,
y el ducado de Trujillo
para dote se le da.
INFANTE: Sólo ese título
agora
en arras debo aceptar.
REY: Aquí se queda suspensa
esta historia, por
dudar
si hasta la segunda
parte
nuestras faltas
perdonáis.
FIN DE LA COMEDIA