ACTO SEGUNDO
Salen el REY, el CONDE de Ribagorza y el
SECRETARIO, de noche
CONDE: Señor, ¿tan de
mañana levantado?
¿Qué novedad es ésta?
REY:
Conde, amigo,
la novedad está en que
quiero agora
acostarme.
CONDE: ¿Pues,
señor, no ha dormido
bien Vuestra Majestad
aquesta noche?
REY: Pasé jugando la mitad;
rogando
lo restante pasé.
CONDE: Ruegos
reales,
¿a quién no vencerán?
REY:
Al áspid sordo
que al encantado amor
tapa el oído.
En vano desvelé los
ojos tristes
que miran, por su mal,
montes de nieve
en el ingrato pecho de
Leonora.
Roguéle que esta noche
regalase
con sus razones dulces
mis oídos
desde alguna
ventana. Respondióme
que no; pero engañada
mi esperanza,
rondé el terreno hasta
el alba rubia
y vencido de amor, de
sueño y rabia
vengo a acostarme.
CONDE: A un
punto el claro día
y don Bernardo de
Cabrera viene.
REY: Venga en buen hora el vencedor dichoso.
Salen don BERNARDO, don
LOPE, don RAMÓN,
TIBURCIO y LÁZARO
LOPE: Favorece mi causa, don
Bernardo,
para que venza mi fatal
desdicha.
BERNARDO: Al Rey le contaré tus
grandes hechos.
REY: ¿No ha entrado?
BERNARDO: Sí,
señor, y tus pies besa.
REY: Levanta, y por mis
brazos trueca el suelo.
Como mi amigo y no como
vasallo
quiero abrazarte. Amor grande es el mío
y apenas a tus méritos se
iguala.
BERNARDO: Yo soy tu hechura.
REY:
Amparo, di, del reino
de Aragón. ¿Un mensaje propio enviaste
dándome cuenta del
feliz suceso?
BERNARDO: No, vengo a referírtelo del todo.
REY: Holgaré de saberlo.
BERNARDO:
Escucha el modo:
Rey dichoso y no vencido,
a quien señor absoluto
hagan los cielos dichosos
de las tres partes del mundo,
después que con tus
navíos
cubrí el mar, que fue
el sepulcro
de codiciosos tratantes
y de soldados robustos,
selva seca parecía,
una ciudad de Neptuno,
la armada que dar al
viento
las alas del lienzo
supo.
Favorable nos fue el
tiempo
porque a un magnánimo
Augusto
como tú, el viento y el
mar
paz le han de dar en
tributo.
Llegué a Cerdeña en dos
días
y del alto mar profundo
saqué a tierra a tus
soldados,
valerosos por ser
tuyos.
Fue mucha la brevedad,
nuestro recato fue
mucho,
y al desembarcar la
gente
no temí peligro alguno.
En los sardos
rebelados
la confusión y el
descuido
hizo que avisasen tarde
las atalayas con humo.
Y antes que con sus
caballos
bordase el planeta
rubio
los montes sardos, tu
gente
vio los rebelados
muros.
Sin gente estaban los
campos
y aunque solos, no seguros,
que receloso el
contrario
se previno, como
astuto.
Arboles atravesados
en todo el camino puso,
y en otras partes del
campo
clavos secretos y
agudos.
Ya fue invención de los
persas
contra el valeroso
turbo
para mancar los
caballos;
mas yo penetré el
discurso.
Pero saliendo del
monte
vimos un arroyo turbio,
señal que gente rompía
su cristal cándido y
puro.
Ofrecióse a nuestros
ojos;
que a este tiempo cada
uno
quisiera tener los de
Argos,
sin la vara de Mercurio,
un muy lucido
escuadrón,
y recibieron más gusto
tus gallardos
españoles,
viéndose ya en este
punto;
que el labrador
codicioso
cuando en el ardiente julio
derriba doradas mieses
haciendo montes del
fruto,
más que el próvido
piloto,
después que por varios rumbos
las verdinegras entrañas
del mar penetró con surcos
y besa la amada
tierra
alegre.
REY: (Apenas
escucho Aparte
a don Bernardo, aunque
al sueño
los tiernos párpados
hurto.
Como es el sueño
invencible,
durmiéndome estoy, y
gusto
de escucharle).
BERNARDO: Al fin,
señor,
cuando embestir se
propuso,
tantas flechas nos
tiraron
que al aire hicieron
oscuro,
y con ellas parecían
aljabas nuestros escudos.
Los andaluces caballos,
con la inclinación y el
uso,
partieron como los
rayos
de los nublados
confusos.
Trabóse la cruel
batalla;
pero el general injusto
de esta nación
rebelada,
dio muerte a un soldado
tuyo.
Mas salió abriendo dos
puertas
a la muerte este
Licurgo,
que en nuestros tiempos
merece
estatuas de bronce
duro.
Duérmese el REY
Cartago calle a Anibal,
Roma a su abrasado
Mucio,
sólo a don Lope de Luna
guarden los tiempos caducos.
El en aquesta batalla,
como un Aquiles anduvo,
que Alejandros le
envidiaran
si tuviera Homero
algunos.
Desbaratados los
sardos,
y ya el novelero vulgo,
teniendo el pálido
miedo,
los pechos casi
difuntos,
sin miedo se retiraron;
mas don Lope, que dar
pudo
honra y gloria a
nuestro siglo
y admiración al futuro,
usó de una
estratagema
digna de su ingenio
agudo:
imitando al otro griego
que a Roma en desdicha
puso.
Hirióse el rostro y el
pecho
y apretó a un caballo rucio
las piernas, diciendo a voces:
"De los españoles huyo.
Abridme, sardos famosos,
vuestras puertas, pues os busco
la libertad y la
vida,
pues la conservan los brutos".
Abrieron, entró y a todos
a crédito los redujo,
y otro día salió al
campo
desafïando los tuyos.
Dos a dos y tres a tres
cautivos llevaba, y juntos
éstos después nos abrieron
una puerta por el muro.
Entró el ejército
entonces
y, gozando de este
triunfo,
rindió don Lope a
Cerdeña
y tu católico yugo,
apellidando tu nombre
que del Ebro hasta el
Danubio
has tenido la victoria.
Fue nuestra...
Despierta el REY
REY: (De su
discurso Aparte
he perdido gran pedazo,
que mi sentido sepulto
en grave y profundo
sueño.
Por Cabrera disimulo;
que se correrá si
entiende
que de todo el fin no
escucho).
BERNARDO: ...el reino, como
primero
con más carga de
tributos.
A don Ramón de Moncada
debes gran parte del
fruto
de esta guerra, porque
en ella
se mostró...
REY: Diez mil escudos
de renta le doy al
año
y un hábito.
BERNARDO: Don
Tiburcio,
valeroso catalán,
apenas tuvo segundo.
REY: De mi cámara será.
BERNARDO: Su valor mostró don
Nuño
de Bolea.
REY: Una baronía
le doy y uno de mis
juros.
Y vos, gallardo
Scipión,
francés Carlo, inglés
astuto
Conde de Módica
sois.
BERNARDO: Tú, Alejandro sin
segundo.
REY: Y Almirante de la mar.
BERNARDO: Eres un César Augusto.
REY: Y vos sois Conde de Vas.
BERNARDO: Hormiga soy que
descubro
tu valor.
REY: Y sois mi amigo.
CONDE: Todo en don Bernardo es
justo.
Vanse el REY, el CONDE y don BERNARDO
RAMIRO: ¡Vivas, oh Rey
poderoso,
más que Nestor, que
Saturno,
que la Sibila Cumea,
que el Fénix rosado y
rubio!
TIBURCIO: ¡Alcances, Rey, más victorias
que César, Dentador Curio,
que Filipo, que
Alejandro,
Pompeyo, Camilo,
Furio!
Vanse RAMIRO y TIBURCIO
NUÑO: ¡Goces de reinos más
anchos
que el persa Sofí, que
el turco,
que el grande Imperio
Romano!
¡Falten a tu dicha
mundos!
Vase NUñO
LOPE: ¡Vivas más que todos esos
y corónente en más
triunfos,
dilátese más tu imperio
que yo mis desdichas sufro!
¿Qué desdicha natural,
qué celestiales influjos
a mis méritos se oponen?
¡Ah, don Pedro, rey injusto!
Si eres liberal con todos,
más que Alejandro y
Augusto,
¿por qué conmigo
avariento
más que Tiberio y
Postumo?
¿No son mis acciones justas
de premiarme? ¿En qué te injurio?
¡Piadoso cielo, no
lluevan
desdichas sobre
mí!
LÁZARO:
¡Juro...
Pero no quiero jurar.
¡Ah, gentilhombre!,
pregunto,
¿es cristiano el
Rey? ¿Es hombre?
SECRETARIO: No, sino moro y de
bulto.
Vase el SECRETARIO
LÁZARO: ¡Vive Dios!, que no es
cristiano,
que es un árabe, un
turco,
pues no ha honrado a mi
señor
que es más valiente que
Tulio
y más sabio que un
Aquiles.
No le culpo, no le
culpo.
La culpa tiene aqueste
hombre
más ingrato que un
trabuco;
que le ha ganado a
Cerdeña
con el favor de estos
puños.
¡Si fuera que él no
sirviera
a Rey tan sordo y tan
mudo
aunque viviera más años
que dizque vivió San
Nuflo!
Pasémonos a los moros,
tornémonos dos malucos.
O tomemos dos oficios
o entremos frailes cartujos.
Tú, don Lope, serás monje;
yo seré fraile barbudo.
Descartemos este Rey
que no es de oros y es mal
punto;
que dos encomiendas
tiene,
que dos títulos: el uno
para mí, para ti el
otro.
LOPE: Colérico estás.
LÁZARO: ¡Muy
mucho!
Sale don BERNARDO
BERNARDO: Señor don Lope de
Luna,
pluguiera al eterno
Dios,
y esto sin lisonja
alguna,
que trocara con los dos
hoy la mano la Fortuna.
Diéraos a vos el
estado
de que hoy tomo posesión,
porque a mí, aunque
bien me ha dado,
no me dio con pensión
de veros
desconsolado.
LOPE: Mil años vueseñoría
los cargos prósperos
tenga
que su ventura le envía
y adversa noche no
venga
tras de este felice
día.
La mano con que
Almirante
le hizo el Rey liberal,
sacras urnas le levante
de nácar y de coral
en columnas de
diamante.
Y estando tranquila
y surta
contrarias naves
trastorne,
y coronada de murta
triunfando de Africa
torne
como Mario de
Yugurta.
El Mar Tirreno
importuno
con sus húmedas
alcobas,
no deje tesoro alguno
y corónense sus ovas
como al cristiano
Neptuno.
De seis siglos, y
aun de diez,
le haga el tiempo jüez
con florida edad, que
alegra,
y nunca en su barba
negra
nieva copos la
vejez.
Goce de amor sin
segundo
con mujer ilustre y
bella,
y de vientre tan
fecundo
que nazcan Césares de
ella,
conquistadores del
mundo.
Amele el Rey de
Aragón
sin causar emulación
a enemigos poderosos,
de su privanza
despojos,
que ésta es mayor
bendición.
Y, al fin, entre
sueño y risa
venga tras tiempo
infinito
la muerte, y traigan
aprisa
las pirámides de Egipto
y el túmulo de Artemisa.
En sus pompas funerales
cuelguen despojos deshechos
en mil batallas navales,
epitafios que sus hechos
hagan el mundo inmortales.
Que yo, pobre y
desdichado,
en mi aldea retirado,
tendré perpetua alegría
mirando a vueseñoría
en tal pompa
levantado.
BERNARDO: Pródiga Naturaleza
dio los pies al pavón
rico
con su pintada belleza,
y al águila el corvo
pico
con la veloz
fortaleza.
Dio la cuartana al
león
con su altivo corazón,
y así en orden lo ha dispuesto
porque humillasen con
esto
su soberbia
presunción.
Que esto propio me
suceda
quiera en mi fortuna
Dios;
porque alabarme no
pueda
y así en miraros a vos
deshago mi ufana
rueda.
Nuestra iglesia
verdadera
ceniza nos suele dar
porque el hombre
considera
que en ceniza ha de
parar;
que es su materia prima.
Esto hace la Fortuna,
que en no daros dicha
alguna,
me dice, "Aunque
el bien te sobre,
acuérdate que eres
pobre,
mira a don Lope de
Luna".
Sale el CONDE
CONDE: Almirante, ¿qué
hacéis?
BERNARDO: Al ánimo más leal
doy consuelo.
CONDE: Vos
tenéis,
don Lope, desdicha
igual
al premio que
merecéis.
Contando vuestras
hazañas,
don Bernardo de
Cabrera,
no sé qué duras
entrañas
de bronce o de tigre
fiera
nacida en libias
montañas,
se dejara de
apiadar.
LOPE: Háceme vueseñoría
gran merced.
CONDE: Vamos a
hablar
al Rey, que humana
porfía
las peñas suele ablandar.
Entremos los dos adonde
esta merced le pidamos
o sabremos qué
responde.
BERNARDO: Sabio es el acuerdo,
vamos.
LOPE: Seré vuestra hechura,
Conde.
Hízome Naturaleza
noble, el cielo con
valor;
mas si hoy mi ventura
empieza,
diré que vence el favor
a la virtud y
nobleza.
Vanse y sale el SECRETARIO con
recado para
escribir
SECRETARIO: Dame, Amor,
atrevimiento,
ánimo a mi confïanza,
si en lo difícil se
alcanza
honra de sólo el
intento.
Aunque el Rey ama a
Leonora
y yo le soy su tercero,
probar mi ventura
quiero
pues que mi pecho la
adora.
¿Cuántos que a la
mesa están,
quizá apetito les
guía,
dejan por la vaca fría
el regalado faisán?
¿Cuántos en verde
jardín,
valle ameno o fresca
selva
por silvestre
madreselva
dejan el verde jazmín?
¿Qué mucho, si el
alhelí
tal vez al clavel
prefiere,
que mujer que al Rey no
quiere
me venga a querer a
mí?
Yo la escribo, que es mi dueño,
venza al temor la
osadía.
Sale el REY y mírale por detrás
REY: Que mal se duerme de
día.
La noche es madre del
sueño.
Escribiendo el SECRETARIO
SECRETARIO: "Licencia,
Leonora bella..."
REY: Este escribe aquí un
papel.
Quiero ver qué escribe
en él.
SECRETARIO: "...para amarte,
que aun sin ella..."
REY: ¡Leonora dice!
SECRETARIO:
"...la boca..."
REY: ¡Falsedad recelo!
SECRETARIO:
"...en llanto..."
REY: ¿Si la quiere aquéste?
SECRETARIO:
"...tanto..."
REY: Veré lo que escribe.
SECRETARIO:
"...loca..."
REY: ¿Qué has escrito?
SECRETARIO:
¡Señor! Nada.
Sólo probaba la pluma.
REY: ¿Qué quieres? ¿Qué no presuma
de una persona turbada?
Quítale el REY el papel y léelo
"Nunca imaginé pedirte
licencia, Leonora
bella,
para amarte, que aun
sin ella
mis penas pienso
decirte.
Pedíla para escribirte,
que el mucho amor me
provoca
a que en voz diga la boca
lo que el alma ha dicho
al llanto,
porque amar y callar
tanto
es una paciencia
loca".
REY: ¿Débese aqueste
respeto
a la persona real?
¡Por cierto en pecho leal
he guardado mi
secreto!
Pues tú escribes a
Leonora
tu necia y loca pasión,
¿no es especie de
traición
viendo que tu rey la
adora?
A secretario muy justo
fiaré secretos de honor,
si ya te hallo traidor,
en las cosas de mi
gusto.
¡Hola!
TIBURCIO: ¿Señor?
REY: Dos
soldados
de mi guarda haced que
vengan.
Yo haré que remedio
tengan
tus amorosos cuidados.
SECRETARIO: Suplícote me
perdones.
REY: Veré si Amor te
socorre.
Llevad aquése a una
torre.
Ponedle en graves prisiones.
Salen don soldados y
llévanle
SECRETARIO: ¡Señor, señor!
REY: ¡Más me ofendo!
SECRETARIO: ¡Ah, desdichado papel!
REY: No pretendo ser crüel,
ser justiciero
pretendo.
Entre el rigor y
piedad
es un medio la
justicia,
azote de la malicia
y amparo de la verdad.
Cuando livianos
errores
de ministros con
paciencia
sufre el rey, les da
licencia
de hacer cosas mayores.
Salen don BERNARDO y el
CONDE
REY: A rogar por él se
llegan
el Conde y el
Almirante.
¡Sin duda! Que en el semblante
les conoce que me
ruegan.
Conde, Almirante.
BERNARDO:
Señor,
sólo queremos piedad
de tu sacra
majestad,
no justiciero rigor.
Los dos hacemos oficio
de padrinos a un
vasallo
que otro en tus reinos
no hallo
de más honrado
servicio,
y así si los dos
valemos
con tu majestad real,
que hoy se muestre
liberal
en una merced,
queremos.
REY: (Bien sospeché que
venían Aparte
a que perdone su
exceso.
¡Apenas le llevan preso
y ya padrinos me envía!)
Bien sé por quién me
pedís,
bien sé lo que
pretendéis,
si mi enojo no sabéis,
con ignorancia venís.
No me pidáis por tal
hombre,
no me templéis el rigor,
porque perderéis mi
amor
sólo en referir su
nombre.
Ya sé lo que me ha
servido
él, y todos sus pasados,
mas son servicios
borrados
una vez que me ha ofendido.
CONDE: Quizá es mala
relación
que han hecho a tu
majestad.
REY: El sabe cómo es verdad
y que yo tengo razón.
Él mismo sabe que
vi
su delito a mi pesar.
BERNARDO: ¿No es digno de
perdonar?
REY: Es imposible.
BERNARDO: (¡Ay de ti! Aparte
Amigo del alma mía,
según eres desdichado,
al Rey tienes enojado
ignorantemente).
REY: Fía,
don Bernardo, del
amor
que te he cobrado, que
hiciera
eso, si justicia
fuera,
pero casi fue traidor
ese hombre a mi
grandeza;
si me ha servido hasta
aquí,
ya me ha ofendido, y
por ti
no le corto la
cabeza.
Pide otras cosas,
Cabrera,
y de mi amor se despida
cualquiera que por él
pida,
si su nombre me
refiera.
Vase el REY
CONDE: A nadie de aquí
adelante
acreditar nos conviene.
Pésame de lo que tiene
de vuestro amigo,
Almirante.
Vase el CONDE
BERNARDO: A mí me tiene
asombrado,
y de suerte me
lastima
que en las venas y
garganta
sangre y voz se quedan
frías.
Si considero a don
Lope,
hallo su culpa mentira,
y si al Rey vuelvo los
ojos,
la verdad me maravilla.
¡Ay, don Lope! ¡Ay, luna clara!,
que te oscurece y
olvida
tu adversa y triste
fortuna.
Pero en los cielos
confía,
que entre tantas
desdichas
alguna gran ventura
está escondida.
Sale don LOPE
LOPE: Don Bernardo, mi señor,
buscando a vueseñoría
vengo con grande
cuidado;
en su lengua está mi vida.
Dígame si ha visto al
Rey.
Lo que responde me
diga.
¿Cómo calla? ¿Cómo niega
sus palabras a las
mías?
Mas ya le entiendo,
callando
su muda melancolía
de parlera lengua
sirve,
que mis desgracias
publica.
Dime lo que pasó,
amigo,
valor tengo que resista
este golpe riguroso
que la Fortuna me envía.
BERNARDO: Don Lope, ¿en qué has ofendido
al Rey?
LOPE: ¿Yo? ¿Al Rey?
No me admira
que eso de mí se
presuma,
sino que tú me lo
digas.
¿Al Rey yo? ¿Cuándo se atreve
al león una hormiga?
¿Cuándo se vio débil
caña
que a los ábregos
resista?
¿Cuándo con el mar
profundo
compitió la fuentecilla
que sin rumor, entre juncias,
llora perlas
fugitivas?
Lo mismo es decir que
al Rey
ofendo yo. ¿Qué alcaidía,
qué gobierno, qué
papeles,
o qué varas de justicia
tengo en que pueda ofenderle?
Don Bernardo, advierte,
mira
el peligro a que te
pones
si con Rey del siglo
privas.
Dionisio puso a un
truhán
que quiso ser rey un
día,
una espada de un cabello
y una espléndida
comida;
apenas el miserable
bocado bueno comía
con el temor no
cayese
la espada que estaba
encima.
Aquello mismo sucede
a los hombres que confían
en las gracias de los reyes;
que es frágil y
antojadiza.
Gustosa es la privanza,
mesa es espléndida y
rica;
pero cuelga de un
cabello,
un testimonio, una
envidia.
Toma ejemplo en mi
desgracia
que sin pender de mi
cinta
de su cámara la llave
ni haberle visto dos
días...
BERNARDO: Amigo, tu discreción
a no encubrirte me
obliga
lo que pasa. Al Rey propuse
tu causa, que es propia
mía,
y a las primeras
palabras
me dijo, "Más no
me digas
que merced haga a tal
hombre.
Ya he sabido que él te
envía.
Quien su nombre me
refiera
de mi gracia se
despida".
Repliquéle, y
replicando
más su cólera
crecía.
Fuése y dejóme
suspenso,
porque el alma me
lastima
tu desgracia y tus
sucesos;
pero en los cielos
confía
que en tan grandes
desdichas
alguna gran ventura
está escondida.
Don Lope, tuya es mi
hacienda,
yo soy quien te la administra.
Haz cuenta, que tuya es
Módica, la de
Sicilia;
tuyo es cuanto el Rey
me diere,
de mis honras
participa,
que puede ser que me
pagues
estas obras algún día;
porque los bienes del
mundo
ya se dan y ya se
quitan,
como los tantos del
juego;
que es juego la humana
vida.
Vase don BERNARDO
LOPE: ¡Ah, gallardo catalán!,
que subiendo vas
arriba,
nunca descender te vean
ojos que subir te
miran.
Buen vasallo eres del
Rey,
no habrá quien mejor le
sirva;
y así como eres tan
bueno
sospecho que
profetizas.
Que en tan grandes
desdichas
alguna gran ventura
está escondida.
Sale al balcón DOROTEA
DOROTEA: Quien trueca el
tiempo en plata,
el oro de mi cabello,
arruga el marfil del
cuello,
vuelve en gualda la
escarlata
de mis mejillas y trata
de robarme su color,
cuando esperaba el
rigor
de las flechas de la
muerte,
hase trocado la suerte
y me hiere en la de
amor.
A don Lope en Huesca
vi,
antes de ser
camarera
de la Infanta, y que le quiera
manda Amor, que es rey
en mí;
mas él viene por allí.
Yo le amo, mas no amará
que ha pasado mi abril
ya
y no hay discreto que
dé valor a dama que fue
ni a caballo que será.
Borró el tiempo mi
hermosura.
¿Qué valor tendrá mi
habla,
sino el que tiene una
tabla
donde ha habido una
pintura.
Yo hablo; mas es locura,
Suplan embustes extraños
el estrago que los años
hacen, y el tiempo crüel.
Yo le arrojo este
papel.
Esfuerza, Amor, mis
engaños.
Arrójalo DOROTEA y se va
LOPE: Contra tu deidad,
Fortuna,
¿cuándo cometí
delito?
¿Quién echó
aquéste? ¿Ninguna
persona hay El sobrescrito
dice "A don Lope
de Luna".
¿Cartas me arrojan
los cielos?
¿O favores el balcón?
Ya temo y tengo
recelos;
que cartas, sin duda,
son
o sátiras o libelos.
Léelo
"Don Lope, en
Lérida os vi
cuando estuvo el Rey,
mi hermano,
en ella, y amor tirano,
mirándoos, triunfó de
mí.
Y agora que os hallo
aquí
he sentido el mismo
efeto.
Entrad al parque
secreto
esta noche y me
hablaréis
solo, como noble iréis,
y a tiempo como
discreto".
Amor, Amor, no me
asombres;
mas si han querido
afirmar
mil sabios de eternos
nombres
que es imposible probar
que están despiertos los hombres.
Según aquesta
opinión,
éste es sueño o
ilusión;
que mi loca fantasía
las imágenes del día
hace sutil reflexión.
Pero no, despierto
estoy,
palacio es éste, o
aquél
es el cielo. Al Rey vi hoy.
La Infanta dice el papel,
y aquí "A don Lope". Yo soy.
Sí, porque en Lérida estuve
cuando el Rey, nuestro señor,
como el sol rompe la
nube,
mis desdichas vence amor
y a las estrellas me sube.
¡Ay, cielo! ¡Ay, Fortuna santa!
¿Por qué me quejo de
ti
esperando dicha tanta?
¿Si me engañé? Sí, leí
bien esta firma: "La Infanta".
Vase y salen don
BERNARDO y LEONORA
LEONORA: Después que del Rey
estás,
con justa razón,
honrado,
con la mudanza de
estado
la inclinación mudarás.
BERNARDO: Antes si el Rey me
levanta,
y honrarme tanto ha
querido
podré ser más
atrevido
en inclinarme a la Infanta.
LEONORA: ¿No es más justo
festejar,
pues la Infanta no te ama,
en su palacio a otra
dama
con quien te puedas
casar?
¿No ves que es amor
perdido?
BERNARDO: ¿Por qué razones?
LEONORA: Por
tres:
por ser la Infanta quien es,
porque estás
aborrecido,
y porque su
inclinación
puesta en un Príncipe
tiene.
BERNARDO: Servirla no me conviene
por esa última razón.
Siendo esto cierto,
señora,
licencia pienso
pedirte.
LEONORA: ¿Para qué?
BERNARDO: Para
servirte.
LEONORA: (Es fuerza este engaño
agora). Aparte
Esta noche la verás
en el parque hablar con
él.
BERNARDO: Un desengaño crüel
pero ninguno jamás
lo aborrece deseado.
Temo el verla.
LEONORA: Sí, mas sea
de modo que no te vea.
BERNARDO: Yo estaré bien
recatado.
LEONORA: (Mentira ha sido muy
grave; Aparte
mas porque el Conde me
quiera
hurtaré a la camarera
del caracol una llave.
Dame, Amor,
atrevimiento).
Vase LEONORA
BERNARDO: Si mi enemigo es Amor,
¿de qué me sirve el
favor
que hoy en la Fortuna siento?
Conde, Vizconde,
Almirante
y de la cámara
soy;
mas, ¿qué importa? Pobre estoy
si me aborrece
Violante.
Dichoso y rico es
aquél
que la sirve.
Sale la INFANTA
VIOLANTE: (Don Bernardo Aparte
está aquí solo. ¿Qué aguardo
a declararme con él?
Que me sirva he
pretendido;
pero el tener voluntad
a Leonora o su humildad
hace que no haya entendido.
Agora le he de pedir
que aquesta noche me
vea).
BERNARDO: La gloria y bien que
desea
sale el alma a recibir.
¿Quién vio beldad
semejante?
VIOLANTE: Ya habrá hecho, y con razón,
mudanza en tu
inclinación
el título de Almirante.
¿Quién duda ya, don
Bernardo,
que en la materia de
amar
querrás ya galantear
con ánimo más gallardo?
Eres Almirante y
Conde,
y así querrás ser
querido;
porque el ser
aborrecido
a quien eres no
responde.
BERNARDO: Si el cielo y no el
alma muda
el que pase de otra parte
del mar, dejaré de
amarte;
porque mis cosas no
ayuda
la Fortuna.
VIOLANTE: Pues, ¿cuándo
me has amado?
BERNARDO: Antes dirás.
¿Cuándo he dejado jamás,
señora, de estarte
amando?
Y aun agora, con
saber
que hay en tu alteza
afición,
me obliga esta
inclinación
a que tuya venga a ser.
VIOLANTE: ¿No he dicho que
quiero bien
otras veces?
BERNARDO: Ya
sabía
que tu alteza bien
quería,
pero no he sabido a
quién.
VIOLANTE: (Aquí el alma se
declara; Aparte
pero a turbarme
comienza
la sangre, de la
vergüenza
que me ha turbado la
cara).
Basta, que me ha
entendido.
Entrar al parque podrás
aquesta noche y verás
al que afición he
tenido.
Quedarás
desengañado,
y quizás haré también,
sabiendo que quieres
bien
que no seas desdichado.
No dejes de ir.
(Yo he de hacer Aparte
que el Rey a este hombre
levante,
hasta que pueda
Violante
venir a ser su mujer).
Vase VIOLANTE
BERNARDO: ¿Qué es esto, tirano
Amor?
¿La Infanta quiere que
vea
al que la sirve y pasea?
Verdad me dijo Leonor.
Desengañarme ha
querido
con mostrarme su galán,
y así mis ojos
verán
a quién envidia han
tenido.
Aquesta noche veré
al que le tiene
afición,
me dijo. ¡Extraña visión
es para mí! Pero iré.
Vase don BERNARDO y sale al balcón
DOROTEA
DOROTEA: Noche, cuya capa
oscura
mil ladrones ha
ocultado,
mi tiempo encubrir
procura,
pues es ladrón que ha
robado
las flechas de mi hermosura.
Engañé a don Lope yo.
Él a la Infanta no habló,
y yo en la voz le
parezco;
de engañarle he, pues padezco,
para ofensas grave,
no.
Tú, cielo, serás
testigo,
que para esposo le
quiero,
y no es mucho si
consigo
que un pobre, aunque
caballero,
se venga a casar
conmigo.
Sale don LOPE, de noche
LOPE: Como el que busca un
tesoro
que va con miedo y
temor
no le salga incierto el
oro,
así me trae el Amor
a ver la Infanta que adoro.
DOROTEA: ¡Ce!
¿Es don Lope?
LOPE:
Soy la luna,
que alegre esta noche
muestro
con los rayos que al
sol vuestro
hurta mi buena fortuna.
DOROTEA: Mi atrevimiento
recelo
que se tendrá por
locura.
LOPE: No fue sino mi ventura.
DOROTEA: ¿Es grande?
LOPE: Envídiala
el cielo;
que son mis glorias extrañas
y hoy acierto para vellas
todos sus ojos de estrellas,
cuyos rayos son pestañas.
DOROTEA: Don Lope, ¿sois buen amante?
LOPE: Más que tórtola.
DOROTEA: ¿Y
prudente?
LOPE: Más que la cauta
serpiente.
DOROTEA: ¿Modesto?
LOPE: Más que
elefante.
DOROTEA: ¿Celoso?
LOPE: Más que
pavón
y palomo.
DOROTEA: ¿Agradecido?
LOPE: Más que el can.
DOROTEA: ¿Fuerte
y sufrido?
LOPE: Más que el gallardo
león.
DOROTEA: ¿Y constante?
LOPE: Mi fe
admira.
DOROTEA: ¿Secreto?
LOPE: Sabré callar
más que en las olas del
mar
el pece que no respira.
DOROTEA: De esa suerte, el
alma mía
muy segura os puede
amar;
mas pienso disimular
con vos, don Lope, de
día.
Ni os veré ni os
hablaré;
que es propio a mi
honestidad.
LOPE: Amando la oscuridad
ave nocturna seré.
Hambriento lobo de
amores
seré de vuestra
hermosura,
y saldré en la noche oscura
a cazar vuestros
favores.
DOROTEA: Gente suena por
aquí,.
mis damas serán, adiós.
LOPE: Él vaya, Infanta, con
vos.
DOROTEA: ¿Amaréisme?
LOPE: Más que a mí.
Porque en vuestro amor
me abrasan
esos ojos lisonjeros,
.....
las glorias del mundo
pasan,
aunque un siglo
fuera instante
con tal fervor.
DOROTEA: Gente
suena.
Vase DOROTEA
LOPE: Almas son que traen en
pena
las damas de mi
Violante.
Irme quiero.
Vase don LOPE y sale don BERNARDO, de noche
BERNARDO: ¿Quién desea
sus celos
averiguar,
viendo que le han de
matar
en el punto que los
vea?
Celos son, aunque
curiosos
de conocer a un galán
de quien sé que
volverán
mis deseos envidiosos.
Sale LEONORA, de hombre y rebozada
LEONORA: (¡A qué peligro se
pone Aparte
el que dice una
mentira!
¿Cuándo inconvenientes
mira
la mujer que se
dispone
a una cosa, qué el
temor
no vence con osadía?
Temeridad es la mía;
pero discúlpame Amor.
Don Bernardo ha de
creer
que tiene galán Violante.
¡Qué enredos hace un
amante,
mayormente si es mujer!
Una llave hurté del
cuarto
de la Infanta a Dorotea).
BERNARDO: (¿Quién dudara que éste
sea? Aparte
Aquí me escondo y aparto).
LEONORA (Gente he
visto. Él es sin duda). Aparte
¡Ce! Señora, ¿estáis ahí?
(¡Qué bien que le
engaño así! Aparte
Ayúdame, noche muda!)
¡Oh, dueño de la
hermosura!
¿Quién, si de noche no
fuera,
sin ser águila pudiera
resistir esa luz
pura?
¿Estáis, mi Infanta,
muy buena?
BERNARDO: ("Su Infanta"
le está llamando,
y a mí la envidia arrancando
el alma, de rabia
llena.
Conocer quién es no
puedo
con la mucha
oscuridad).
LEONORA Pena me da esa beldad.
(¡Harto mejor diré el
miedo!) Aparte
Si os amo, dadme un
abrazo,
y mi dicha
reconozco.
BERNARDO: (En la voz no le
conozco, Aparte
porque están hablando
paso).
LEONORA: A olvido Amor me
condene,
si más os causare celos.
BERNARDO: (Celos le ha pedido,
¡Ah, cielos! Aparte
¡Qué grande amor que le
tiene!)
LEONORA: ¡Ay, dueño del alma
mía,
y cómo de buena gana
saldré de verde mañana!
BERNARDO: (¡Oh, nunca llegues al
día! Aparte
Que saldrá, dice, de
verde;
así le conoceré).
LEONORA: Será perpetua mi fe
si la vuestra no se
pierde.
Tarde vine; mas
despacio
os vendré otra noche a
ver.
Vase LEONORA
BERNARDO: Yo no sé quién puede
ser
de los que sirve en
palacio
al Rey; ya se fue,
ya sigo
sus pasos con más
cuidado.
Mas la tierra le ha
tragado,
o se entró por el
postigo.
Mi mal, ¡oh, noche!,
pretendes.
Tus sombras pena me
dan.
¡Válgate Dios, el
galán!
¿Eres de casta de
duendes?
¿Si es a quien envidio yo
el Conde de Trastamara?
Mas no, que sirve a
Lisarda;
y el de Ribagorza,
no;
que es mayor.
Sale VIOLANTE al balcón
VIOLANTE: Tarde he
salido.
¿Si habrá venido
Cabrera?
¿Es don Bernardo?
BERNARDO: Sí
fuera,
señora, a no haber
venido
esta noche oscura
aquí.
VIOLANTE: ¿Por qué?
BERNARDO: Porque aquél que muere
pierde el ser.
VIOLANTE: (Decirme
quiere Aparte
que está muriendo por
mí).
Don Bernardo, yo os
llamé
porque viésedes
hablar
al que pretendo guardar
mucho amor y mucha fe.
Y aunque vuestro
intento ignoro,
vuestro desengaño
entablo,
y echad de ver a quién
hablo
y veréis a quién adoro.
Ya os dije que quiero bien
y el amor me ha
recatado
de no haberos declarado
hasta aqueste punto, a
quién.
Mas ya que sé el
gusto vuestro,
si no al espejo del
día,
a sombras de noche fría
el galán que quiero os
muestro.
El que ha hablado
conmigo
es el hombre a quien he
amado.
Mirad vos a quién he hablado;
no digáis que no os lo
digo
bien claro. Y porque se ve
ya el día, Almirante,
adiós.
Haya nuevo amor en vos
pues visteis a quien hablé.
Vase VIOLANTE
BERNARDO: ¡Ah, señora! ¿Fuése?
Fuése
porque mi muerte desea.
¡Qu&eaccute; haya
querido que vea
su galán! ¡Que me dijese
que le adora no
bastó,
y que los haya
escuchado
sino que me ha
confesado
que adora al hombre que habló!
Mas ya de su luz
parece
que la noche huyendo
fue.
Voyme. ¡Paciencia, pues sé
que la Infanta me aborrece!
Vase don BERNARDO. Salen el REY
con algunas cartas
y el CONDE de Trastamara
CONDE: ¿Tanto importan,
señor, esas dos cartas
que has madrugado?
REY: Recibí este
pliego
anoche, y desvelado
esperé el día.
Llamen a don Bernardo de Cabrera.
Lee el REY las cartas
"Pues ve tu majestad las
sinrazones
que usan los ginoveses en
Cerdeña,
no sólo en dar favor a los dos
Orias
contra ti rebelados en las islas
sino tener así usurpado a
Córcega.
Esfuércese a juntar
copiosa armada
poniéndose con esta
Señoría,
que en el mar le pondrá
veinte galeras.
Acabe de una vez, pues
ve que tantas
no guardan la concordia
prometida.
Vale. La Señoría de Venecia."
Sale don BERNARDO de Cabrera
BERNARDO: ¿Manda tu majestad a
don Bernardo?
REY: ¡Oh, Conde y
Almirante! Éste es el día
en que habéis de mostrar vuestra
fortuna.
BERNARDO: Tu hechura he sido, soy
y seré siempre.
A tus pies pongo voluntad y vida.
REY: La Señoría de
Venecia quiere
hacer conmigo, don
Bernardo, liga
contra Génova, que cual ya se sabe
los rebelados de
Cerdeña ampara;
y habiéndome hecho
relación de Córcega,
-- la apostólica
silla me la usurpa --
da veinte galeras para
esta empresa.
Las costas de Valencia y Cataluña
cuarenta y cinco
tienen, y dos naves
sin las seis catalanas
y seis combos.
La fuerza de Aragón con
todo el resto
estriba en esta
empresa, don Bernardo,
de tu valor y próspera
fortuna,
y si mis reinos y mi
honor procuras...
Pártete, General de mar
y tierra,
brevemente.
BERNARDO: Señor,
dándome el cielo
el suceso conforme a
mis deseos
vencedor me verás.
REY: Yo
te prometo,
a lo romano, dar
grandiosos triunfos.
BERNARDO: Al mar no temeré, ni al
enemigo
si don Lope de Luna va
conmigo.
FIN DEL SEGUNDO ACTO