ACTO TERCERO
Salen el REY, el CONDE de Ribagorza, la INFANTA y
acompañamiento
CONDE: Digo que don Bernardo
de Cabrera,
coronando sus sienes
verde murta,
merece entrar triunfando
en Zaragoza
como César triunfó y
Mario en Roma;
los despojos marítimos
llevando
delante de su carro
verde y negro,
entapizado de ovas y
corales.
Merece que cargados los
cautivos
de naves destrozadas y
fanales
pasen el coso y lleguen
a palacio
arrastrando estandartes
enemigos;
mas, señor, que en
palacio se reciba
cual persona real y
soberana,
merced ha sido no vista en los reinos
y temo no murmuren los
estados.
REY: Conde de Ribagorza, yo
os prometo
que quiero a don
Bernardo de Cabrera
de modo que mi amor
igual no tiene
y al Príncipe don Juan le he preferido.
Y fuéronle los astros tan benignos
que amable le hicieron de
manera
que desde el punto que
le vi le estimo.
Noble sangre le dieron
sus mayores;
naturaleza, partes personales;
su corazón, altivos
pensamientos;
su próspera fortuna,
los sucesos;
y yo riquezas, dignidades y honras.
CONDE: Si el Príncipe don Juan
que está en Valencia,
tu hijo, con la Reina mi señora,
que el cielo guarde,
sucesor legítimo
del reino de Aragón
viniese agora,
¿qué más honras le
hicieras?
VIOLANTE:
No prosigas;
que las honras que el
Rey hace a Cabrera
cortas mercedes son
para sus méritos,
y es bien que con los
reyes prive tanto
un hombre, porque así
se animen otros
a seguir la virtud y amor
del Príncipe.
REY: ¿Qué rey, qué emperador
o qué monarca
no tuvo un privado, en
cuyos hombros
estuviese la máquina
pesada
del cuidado común de la
república?
CONDE: Tu majestad me deja convencido.
Ni emulación, ni
envidia me movían,
que es don Bernardo
grande amigo mío.
VIOLANTE: Ya se llega a palacio.
REY: Aquí
hemos
de recibirle.
VIOLANTE: Es justo que le honremos.
Haya músicas y salgan los que pudieren con
banderas arrastrando, y don BERNARDO, armado de medio cuerpo
arriba, con una corona de murta y un bastón de general, y
cuatro jurados con becas, que llevan el palio y debajo don
BERNARDO, y delante don LOPE, don RAMÓN, don TIBURCIO,
ROBERTO y LÁZARO
LOPE: ¡Ah, señor don Bernardo
de Cabrera!
BERNARDO: Don Lope, ¿qué mandáis?
LOPE:
Vueseñoría
bien se acuerda de que
el Rey me aborrece;
le dijo que su gracia
perdería
si alguna vez mi nombre
refiriese.
Por su vida, señor, que
no aventure
a perder su favor
cuando refiera
su suceso felice de
esta empresa.
Calle mi nombre y mis
[nuevos] servicios
que estimo más que esté
del Rey amado
que verme a mí sin
tanta desventura.
BERNARDO: Pues, don Lope, ¿es razón que tales
hechos
al Rey no se refieren?
LOPE:
Calle el nombre
y cuente del soldado
los sucesos;
que el Rey preguntará
quién es. Entonces,
podrá decir que yo.
BERNARDO: Bien dices.
REY:
Dadme
los brazos, vencedor de mar y
tierra.
BERNARDO: Los pies estimo y pido
a vuestra alteza.
la mano.
REY: Os la daré
para subiros
a estado muy mayor. Mi don Bernardo,
la relación de vuestra
boca aguardo.
Siéntanse el REY y la
INFANTA
BERNARDO: A diez y siete del
mes
en que Virgo coronada
de espigas rubias y
negras
la estéril tierra abrasaba,
hallé en el puerto
Mayón
junta tu dichosa armada
de cincuenta y dos
galeras
y tres naves
castellanas.
Partí con próspero
viento,
y las azules espaldas
del mar rompieron los
remos
con paz del viento y
del agua.
A veinte y dos,
descubrimos
las galeras venecianas.
Eran veinte y dos, y
juntas
navegamos con bonanza.
A veinte y siete de
agosto
descubrimos las
contrarias,
que eran cincuenta y
seis naves.
Tres ligeras, tres
bastardas
mandé que a mi mano izquierda
pusiese la Capitana
de Venecia, el
General
que nuevo Neptuno
llaman.
Puse a la mano derecha
una galera bizarra
de las tuyas, y de
todas
se hicieron dos grandes alas.
El estandarte real
con el blasón y las
armas
de Aragón en mi galera
al viento se
tremolaban.
Dieron señal las
trompetas
para empezar la
batalla.
Fue tanto el rumor confuso
y las voces fueron tantas
que no volaban las aves
ni los delfines nadaban.
Suspendióse el mar
confuso
de ver tan desordenada
competencia de los
vientos
si no de fuerzas
extrañas.
Huyeron los mudos peces
a las profundas entrañas
del mar, buscando las rocas
llenas de coral y nácar.
Encontráronse tus naves,
de los tuyos arrojadas,
con las suyas ginoveses
que estaban en triste
calma.
Abriéronle los costados
y el mar, en sus mismas casas
movedizas, quitó a muchos,
sin resistencia, las almas.
Disparáronse las flechas,
arrojáronse las lanzas,
y a los bordes de las naos
usaron de las espadas.
Las olas del mar se abrieron,
venas de sangre cuajada,
y tantos cuerpos cayeron
que las naos se juntaban.
Cuál, medio muerto
caía,
y de morir acababa
bebiendo su propia sangre,
entre las aguas
mezclada.
Quisiera aquí, Rey don
Pedro,
la retórica romana
y las lenguas que
atribuyen
los poetas a la Fama
para poder referirte
las nunca vistas
hazañas
de un noble soldado
tuyo
de los que están en tu
casa.
Aferró un sutil navío
a la nave Capitana
de Génova, y a pesar
de los que en el borde
estaban,
entró dentro y dando
muerte
a tres valientes
escuadras
de soldados, su
estandarte
arrancó y echóle al
agua.
Asió a Antonio de
Grimaldos,
su General, por la
falda
del tonelete y al mar
le echó el peso de las
armas.
Socorrióle una galera
cuando anegándose
estaba,
y nadando tu soldado,
gallardamente se
escapa.
El solo dio la victoria
porque la enemiga
armada
sin general y
estandarte
con razón teme y
desmaya.
No quiero decir el
nombre
si tú, señor, no lo mandas;
aunque ya verás quién
es
pues que mi lengua lo
calla.
REY: (Grande modestia es la
suya; Aparte
es él, y como se alaba
no quiere decir su nombre).
VIOLANTE: Hazaña fue
extraordinaria.
REY: (Es gran soldado
Cabrera). Aparte
VIOLANTE: (Es el dueño de mi
alma. Aparte
Cordura y modestia
tiene
en callar su nombre).
REY: Basta,
Cabrera, lo referido,
para saber yo y la Infanta
quién es aquese
soldado.
VIOLANTE: Ya sabemos quién es.
LOPE: (¡Gracias Aparte
a Dios que tantas desdichas
tendrán fin, pues que le
agrada
al Rey esta
relación!
¡Fortuna, ayúdame!)
VIOLANTE:
Pasa
adelante, don Bernardo.
BERNARDO: En esta naval batalla
vi cosas particulares
que admira sólo el
contarlas.
Muchas lanzas, muchas flechas
que a las naves se tiraban,
errando el golpe primero
daban muerte a los del
agua.
Unos bravos ginoveses,
que en dos fustas peleaban,
tanto al borde se
allegaron,
sabiendo que a las
espaldas
enemigos no tenían,
que las fustas,
trastornadas
con el peso, fueron
tumba
en su muerte no
pensada.
Iban nadando soldados
al tiempo que se
encontraban
de rostro dos fuertes
naves,
y en medio los
despedazan.
Al fin, señor poderoso,
tan reñida, cruel y
brava
fue la batalla, que
muchos
de las naves destrozadas
se tiraban los pedazos
y los remos se tiraban;
y algunos, con sus heridas,
tiran las sangrientas
armas.
Peleó Génova tanto
que por libertad
sagrada
y no el marítimo
imperio
parece que peleaba.
Ocho mil murieron luego
de los más nobles de Italia,
y tres mil quedaron
presos
y solamente nos faltan
cinco aragoneses
nobles,
y de la gente ordinaria
doscientos. Ésta es, en suma,
la victoria que hoy
aguardas.
Mucha parte se les debe
a don Ramón de Moncada
y a don Tiburcio que
escuchan
la relación en tu
sala.
REY: Don Ramón y don Tiburcio
estarán siempre en mi
gracia
y dos títulos de Condes
les daré; que así se
pagan
los nobles que sirven tanto.
Vos, don Bernardo, que en
paga
de batallas, os dé el
cielo,
desde hoy seréis en mi
casa
mi mayordomo mayor.
VIOLANTE: No son mercedes muy
largas.
Dale más.
REY: Conde de
Osuna
sois.
VIOLANTE: ¡Qué poco le
levantas!
Dale más.
REY: Y seréis ayo
de don Juan, que ya se
trata
de traerle a
Zaragoza
y ponerle aparte casa.
VIOLANTE: Mira que merece mucho.
Dale más.
REY: Mis reinos manda.
VIOLANTE: Pienso que poco le has
dado
si conmigo no le
casas.
BERNARDO: Detén, invicto señor,
las liberales palabras,
que no hay sujeto en quien quepan
tanto amor, mercedes
tantas.
Haya música y vanse, y quedan ROBERTO,
LÁZARO y don LOPE
LOPE: ¡Válgate Dios! Si mercedes
me ha de hacer, ¿cómo
dilata
tanto el Rey el alegría
de mis tristes
esperanzas?
La Infanta no me ha mirado.
¿Si disimula la Infanta
el mucho amor que me
tiene?
¿Si está en ausencia
trocada?
¿Si ha entendido que yo
soy
aquél cuyo nombre calla
don Bernardo? ¿Si no saben
mis celebradas hazañas?
De ningún modo me mira
la discreta y la
gallarda
Violante. ¡Cielo!
¡Fortuna!
¿Si es recato, si es
mudanza?
Muda noche, date prisa
a tender tus sombras
vanas
sobre los montes del
mundo,
sobre mi mal. ¿Si me habla?
Ya se fue y no me ha
mirado.
¿Cómo puede quien bien
ama
dejar de mirar mil
veces
la persona que es
amada?
Sin el favor de
Violante
y sin ver las manos
francas
del Rey, me quedo
suspenso
en confusiones amargas.
¡Ah, desdichado de
aquél
que pone su confïanza
en rey humano! ¡Maldigo
el que bien del hombre
aguarda!
ROBERTO: Al Rey le pienso decir,
para que merced le
haga,
cómo es Lázaro el
soldado,
el valiente de su
escuadra;
pues don Lope es desdichado,
déme un memorial mañana
que yo le consultaré
...... a-a
LÁZARO: ¡Qué se desvanezca
tanto
este pícaro!
¡Mal haya
mis malos sinos! Las manos
me quiero comer de rabia.
ROBERTO: ¿Qué ventajas, cómo?
LÁZARO: Escucha:
Siempre un escudero
trata
con su crïado las cosas
más secretas de su
casa;
como él solo es su
privado,
parten la mesa y la
cama,
y suelen vestirse a
veces
un camisón y unas
calzas.
Hay escudero que ayuna
los santos de una
semana,
porque lo coma el
crïado,
y no se queje en la
plaza.
Un escudero y su mozo
son como dos camaradas;
son el ciego y
Lazarillo
que "merced"
y "tú" se llaman.
Pero un pobre
Gandalín,
que en la fantástica
sala
de un señor pasa su
vida
desde el bozo hasta las
canas,
en pie se está todo el
día
y como grulla
descansa
desde el alba hasta la
noche
y desde la noche al
alba.
El pícaro, el cocinero,
el ujier, el
maestresala,
y el otro comelitón
de los que en las mesas andan,
todos al fin manosean
lo que el cuitado
levanta
de la mesa. Esta es su vida.
¡Qué buen provecho les
haga!
ROBERTO: Pues porque entienda el
bribón
que provecho y honra
alcanza
el que sirve a gran
señor,
fuera este pícaro! ¡Salga!
Sale el portero y dale de palos
PORTERO: ¡Salga, peste, que el
señor
don Roberto se lo
manda!
LÁZARO: ¿Don Roberto
PORTERO: ¡Salga
fuera!
¿Por qué se
detiene? ¡Salga!
LÁZARO: ¡Ah, Fortuna! ¡Voto a Dios,
que sois una
mentecata!
Échale a palos y vanse. Salen al
balcón DOROTEA y don LOPE al terrero, de noche. [Luego
sale LÁZARO]
LOPE: Rayos parece que veo
que a los del sol
acompañan
si no son los que me engañan
los ojos de mi deseo.
DOROTEA: ¿Es mi don Lope?
LOPE: ¿Es
mi dueño?
DOROTEA: Es la que os confiesa
suyo.
Sale don BERNARDO, de noche
BERNARDO: (Como amante velo y
huyo Aparte
de verme en brazos del
sueño.
Crece el amor de
Violante
en mí mientras más la
veo
y con él crece el deseo
de conocer a su
amante).
DOROTEA: No vienen con alegría
a la mía semejante
la noche para el
amante
y para el enfermo el
día;
ni la libertad
sagrada
viene para el preso así
como viene para mí
presa, enferma,
enamorada.
¿Qué gloria se vio
jamás
como es el fin de una
ausencia?
LOPE: Me admira la diferencia
de los favores que das.
Hoy tu sol no me
alumbraba,
y ya en tus rayos me enciendes.
DOROTEA: ¿Es posible que no
entiendes
que entonces
disimulaba?
BERNARDO: (Mujer habla a la
ventana, Aparte
y estarme pretendo
aquí
aunque llueva sobre mí
sus lágrimas la
mañana).
LOPE: No ama el fuerte
soldado
de enemiga sangre rojo
al pretendido
despojo
en el lugar asaltado,
ni el herido y medio
vivo
ciervo, con la sed
ardiente,
la clara y risueña
fuente
con su cristal
fugitivo,
ni allá el que da en
el mar
remo al agua y lienzo
al viento
el puerto, con más contento
que yo te vengo a
buscar,
mi Infanta.
BERNARDO: (Sólo
escuchando
decir "mi
Infanta", o mi muerte
llámame próspera
suerte.
Dame lo que Amor te ha
dado;
que tengo envida de
ti).
LOPE: ¿Supiste cómo era
yo
el soldado que venció
la batalla naval?
DOROTEA: Sí.
LOPE: Pues, ¿cómo el Rey
no ha querido
hacerme merced alguna?
DOROTEA: Guardaráte la Fortuna
para ser...
LOPE: ¿Qué?
DOROTEA: Mi
marido.
BERNARDO: (Marido dijo la Infanta. Aparte
Incauta serpiente he
sido;
que he descubierto el
oído
a la voz del que me
encanta.
En envidia, amor y
pena
se empieza el alma a
anegar,
porque he venido a escuchar
las voces de mi sirena.
La plática me
fastidia.
Quiero de alguna manera
impedirla, y necio
fuera
si no muriera de
envidia).
LOPE: Mi señora, gente
suena.
Viva yo en vuestra memoria
y adiós, vida de mi
gloria.
DOROTEA: Adiós, muerte de mi
pena.
Quítase DOROTEA del balcón
BERNARDO: (Ya se quitó
Violante. Aparte
Reconocerle deseo).
¿Quién va?
LOPE: Un hombre.
BERNARDO: Ya
lo veo.
LOPE: ¿Quién sois, pues?
BERNARDO: El
Almirante.
LOPE: ¿Don Bernardo de
Cabrera?
BERNARDO: ¿Señor don Lope de
Luna?
De tu contraria fortuna
¿quién tal suceso
creyera?
Don Lope, ¿qué
hacéis?
LOPE:
Aguardo
el sol que hiere en mi
luna.
Perdonadme, don Bernardo,
si en contar de mi
fortuna
los varios sucesos,
tardo.
Vi a la Infanta, al cielo vi,
y no viendo alas en mí,
que son los merecimientos
trepé por los pensamientos
y a sus favores subí.
Para mí sale esta
estrella
haciendo Oriente el
balcón,
y de noche vengo a
vella
y espero dulce ocasión
para casarme con ella.
Cuando más
desesperado,
me viene el bien todo
junto,
que no hay hombre
desdichado
tanto, que de todo
punto
le tenga Dios
olvidado.
BERNARDO: Mitad de aquesta
alma mía,
goza en buen hora a la Infanta,
que ya te dije algún
día
que entre desventura
tanta
grande dicha se
escondía.
Tu bien no será
violento
con tan alto casamiento
porque la Fortuna escasa
tardó en hacerte la
casa
por hacer tan buen
cimiento.
Hízome el Rey, mi
señor,
las mercedes que estás
viendo.
Subí presto, y como flor
del almendro iba
temiendo
de los vientos el
rigor.
Puede el bien que el
Rey me hace
ser el primero que
nace,
y muere en tiempo muy
breve,
y ser la cometa leve
que en el aire se
deshace.
Mas tú, a la sangre
arrimado
del Rey, podrás, como
hiedra,
trepar a mayor estado;
que a mí en papel y a
ti en piedra
Fortuna nos ha
pintado.
Bien es que lo
solemnices,
pues nos da varios
matices,
a mí el temple, el olio
a ti.
Bienes muebles me da a
mí;
mas a ti, bienes
raíces.
Festeja, ronda,
pasea,
pide a la Infanta colores,
y ponlos en tu librea,
y alcances de tus amores
el bien que tu alma
desea.
Caballos, joyas,
dinero,
te he de dar, y mostrar
quiero
que nuestra amistad es
tanta
que adorando yo a la Infanta
celoso estoy
placentero.
Por seis caballos
envía
y diez mil escudos de
oro.
Vete, porque asoma el
día.
Vase don BERNARDO
LOPE: No tiene esa fe que
adoro
otra igual si no la
mía.
Vase don LOPE y sale DOROTEA al balcón
DOROTEA: (Aquí me he estado
hasta agora, Aparte
por ver que don Lope ha
estado
con otro). ¿Sois vos crïado
de don Lope?
LÁZARO: Sí,
señora;
y me dejó para
dar
un recado a Dorotea.
DOROTEA: (Ruego a Dios que por bien sea). Aparte
Yo soy; bien podéis hablar.
LÁZARO: (¡Vive Dios, que es
medio ciega! Aparte
¡Buen gusto tiene don
Lope!
Por un ojo llora arrope
y por otro girapliega).
DOROTEA: ¿Escúchanos alguien?
LÁZARO:
No.
DOROTEA: ¿Parece él?
LÁZARO: (Yo no
quisiera Aparte
que aquí don Lope
volviera).
Dice que siempre os amó,
y que le habléis de
día
porque está por vos
perdido.
DOROTEA: ¿Luego ya me ha
conocido?
LÁZARO: Como a mí.
DOROTEA: (¡Gran dicha
mía!) Aparte
LÁZARO: Dice que ha
menester,
porque es pobre, algún
dinero,
pues sabéis que es
caballero
y que os quiere por
mujer.
DOROTEA: En albricias te
daré
este anillo de mi dedo.
Dile el gusto con que quedo,
y que yo le escribiré.
Arrójale el anillo y vase DOROTEA
LÁZARO: En el sombrero topó,
pero dentro no ha
caído;
él se quedará perdido
según dichoso soy yo.
Vase LÁZARO. Salen VIOLANTE y
LEONORA
VIOLANTE: Aunque entenderme no
ha querido el alma,
don Bernardo, mi amor
lo manifiesta;
sospecho que a otra
adora, y así quiero
que delante de mí le
desengañes.
LEONORA: (Antes pretendo que mi
amor entienda). Aparte
Él viene.
VIOLANTE: Aquí le
espero retirada,
mientras le dejan los
que le acompañan.
Vanse VIOLANTE y LEONORA. Salen
don RAMÓN,
don TIBURCIO, una viuda, un criado y un labrador
BERNARDO: Conde, suplico a
vuestra señoría
que no me trate así.
RAMÓN:
Dame licencia,
vuestra señoría, para
acompañarle.
BERNARDO: ¿Yo? ¡Por vida del Rey! Que un paso
no dé.
RAMÓN: Pues, volveréme.
Vase don RAMÓN
BERNARDO:
¡Ea, señores!
Hagan lo mismo.
TIBURCIO: Éste es
nuestro oficio.
BERNARDO: Denme vuestras mercedes
memoriales.
TIBURCIO: Don Ramón de Moncada y
yo pedimos
en éste que...
BERNARDO: No paséis
adelante;
ya sé lo que
pedís. El Rey os hace
mercedes, y es razón, que luego
sean.
TIBURCIO: Hechura somos de
vuestra señoría.
Vase don TIBURCIO
VIUDA: Yo soy, señor, la viuda
del Capitán
Lupercio, que en la
guerra murió.
Y dejóme pobre y con
una hija
sin estado, y al Rey
suplico en éste
que me haga merced.
BERNARDO: Eso
es muy justo.
Fue el Capitán Lupercio
gran soldado.
Mientras su majestad merced os hace,
tomad esta cadena, y
perdonadme,
que yo despacharé
vuestro negocio.
VIUDA: ¡Vivas mil años, y
pagar me deje
el cielo esta merced!
Vase la viuda
BERNARDO:
¿Vos, hombre honrado?
LABRADOR: Señor, este papel al
Rey traía
porque sepa que
murieron mis hijos.
BERNARDO: ¿Murieron vuestros
hijos en la guerra
y así a su majestad
pedís limosna?
LABRADOR: Eso mismo, señor.
BERNARDO:
Mientras que sale
a luz la pretensión,
tomad aquesto.
Dale una bolsa
LABRADOR: Este servicio pagaré
algún día.
BERNARDO: Haberlo menester será
desdicha.
Sale la INFANTA
VIOLANTE: Almirante, muchas
veces
os he dicho lo que
agora,
porque mi amor y
Leonora
son fidedignos jüeces.
¿A Leonora no has
querido?
¿Es aquesto así,
Leonora?
BERNARDO: No, por cierto.
LEONORA: Sí,
señora.
VIOLANTE: ¿Pues ya no habéis
entendido
que no ha gustado
Leonora
que la sirváis?
BERNARDO: Es así.
VIOLANTE: ¿Y sabe que vuestra
fui?
LEONORA: Sí.
VIOLANTE: ¿No es así?
LEONORA: Sí,
señora.
Sale don LOPE
LOPE: (Preguntando por
Cabrera Aparte
entrar me dejan aquí.
¡Cielos! La
Infanta está allí.
Dichoso yo si me viera.
Mas, ¿quién duda que
me mira
alegre y disimulada?)
BERNARDO: Veros, señora, trocada
hoy me suspende y admira.
Desde que os vi, os
adoré;
como cuerdo, el alma os
di;
como loco, no creí
vuestro amor, faltó mi
fe.
Adoro vuestra
hermosura,
y viendo tanto favor,
hallo que me da el amor
tiempo, lugar y ventura.
Supe amar, porque
elegido
rayos que al sol
excedieron;
que muchos amar
pudieron,
pero pocos han salido.
Así que si esa
hermosura
se inclina a mi
voluntad,
no me deja una amistad
gozar de la coyuntura.
A serviros no me
atrevo,
ni ponerme en vuestro
nombre
pluma, porque ofendo al
hombre
que más en el mundo
debo.
Y pues que nace el
deseo
imposible de miraros,
forzado habré de
dejaros
para no morir si os
veo.
Vase don BERNARDO
VIOLANTE: Mi Bernardo, espera,
espera.
¿Por quién dirá que lo
deja?
LEONORA: Por el Rey.
VIOLANTE: ¿Pues no se
aleja?
Corre, dile que me
quiera.
Vase LEONORA
LOPE: (En rayos de celos
ardo, Aparte
¡Ay, infelice de
mí!
¿Qué es esto? Decir la oí
tiernamente, "mi
Bernardo".
¿Ha querido darme
celos?
Si no me ha visto, yo
intento
romper con el
sufrimiento.
Dad lugar, airados cielos).
¡Ingrata!, que me has subido
al cielo de tu favor
por darme pena mayor
dejándome
sumergido
en un abismo de
agravios,
de celos, penas y enojos.
¿Cómo delante tus ojos
me han ofendido tus labios ?
¿Cómo es posible que
llames
tuyo a otro hombre en
mi presencia?
Tu amor ha sido
violencia;
pero no me espanto que
ames...
VIOLANTE: ¡Jesús, Jesús! ¡Dios me valga!
¿Quién es éste?
LOPE:
¿Desconoces
el que ofendes?
VIOLANTE: Daré
voces,
porque este loco se
salga.
¡Hola! Echad de aquí este loco.
LOPE: Loco estoy, y es mi
locura
el agravio y
desventura
que ya con las manos
toco.
¡Ah, Circe, llena de
engaños!
VIOLANTE: ¡Echad un loco de aquí!
Vase la Infanta
LOPE: ¡Véngueme el tiempo de
ti,
vuelen ligeros tus
años!
Pase el REY por el tablado poco a poco
(Solo pasa el Rey
don Pedro; Aparte
gozar quiero esta
ocasión
y saber por qué razón
aunque le sirvo, no
medro.
Si de verme se
enojare,
¿qué más mal puede
venirme
que he visto?) Para oírme,
vuestra majestad, se
pare.
Y si fuere
atrevimiento
hablar de aquesta
manera,
mándeme que calle o
muera
que yo moriré contento.
Rey famoso de
Aragón,
¿en qué te ofendí
jamás?
Nombre de traidor me
das.
¿Cuándo te hice
traición?
¿Cuándo yo no te
serví
con mis armas y
caballo?
Di, ¿qué rey tuvo
vasallo
de más lealtad que hay en mí?
REY: ¿Qué dices, hombre?
LOPE:
¿Aún no quieres
ver en tu boca mi
nombre?
Bien dices, que soy muy
hombre
...... eres.
Vuelve a salir la Infanta
VIOLANTE: ¿Tu majestad se ha
topado
con este loco?
REY: ¿Loco
éste?
VIOLANTE: Vuestra majestad, no
preste
atención a este
alocado.
LOPE: Job me preste su
paciencia
para sufrir este
agravio.
REY: No le llaméis al
contrario
que yo veré su
inocencia.
¡Hola!
Sale el PORTERO
PORTERO: ¿Qué quieres,
señor?
REY: Echad luego enhoramala
este loco de la
sala.
LOPE: Bien se me paga el amor
con que este brazo
te ayuda.
PORTERO: ¡Salga el loco!
LOPE:
¡Extraños modos
de honrar! Pues lo dicen todos,
yo estoy ya loco, sin
duda.
Échanle y vase. Sale
LEONORA
LEONORA: (Gozar tengo la
ocasión, Aparte
pues vencida de amor fue,
y quiero mostrar mi fe).
Rey famoso de Aragón,
los reyes que han
alcanzado
victorias, hacen mercedes.
Pues, venciste; honrarme puedes.
REY: ¿Qué pedís, Leonora?
LEONORA:
Estado.
REY: ¿Y quién te sirve al
presente?
Dime, Leonor, la
verdad.
LEONORA: Persona es de autoridad
que tiene su nombre
ausente.
REY: Pues, Leonor, de mí confía
que vendrá a ser tu
marido,
aunque para mí has
tenido
el corazón de una
arpía.
Piedra fuiste a mi
fe rara,
y así tu rigor tirano
será piadoso.
LEONORA: A mi
hermano,
el Conde Enríquez de Lara,
escribiré.
REY: En hora
buena.
LEONORA: Besaré tus pies.
REY:
Levanta.
LEONORA: (Burlada dejo a la Infanta Aparte
y remediada mi pena).
Vase LEONORA
REY: (La Infanta he visto
llorando). Aparte
¿Qué tiene, hermana, tu
alteza?
VIOLANTE: Un vahido de cabeza
me ha dado. (Voyme rabiando). Aparte
Vase la Infanta
REY: Sospecho que algún
amor
a don Bernardo ha
tenido
la Infanta, y así ha sentido
verle casar con Leonor.
Si esto es así, el
Almirante
con ella se casará
y Leonor lo
perderá;
que aunque yo he sido
su amante
quiero de modo a
Cabrera
que ha de estar a su
elección.
Sale don BERNARDO
REY: Vienes a buena ocasión,
don Bernardo.
BERNARDO: ¿En qué
manera?
REY: Hoy quiero casar al
Conde
de Ribagorza.
BERNARDO: ¿Con
quién?
REY: Con Leonora.
BERNARDO: Está muy
bien.
REY: (Alegremente responde. Aparte
No le tiene mucho
amor).
Y también quiero
casar...
(ya se empieza a
demudar)
a la Infanta.
BERNARDO: ¿A quién,
señor?
REY: (Amor hay entre los dos, Aparte
...... -ante)
BERNARDO: ¿Con quién?
REY: Con el
Almirante.
BERNARDO: ¿Con qué Almirante?
REY: Con
vos.
Vase el REY
BERNARDO: La Infanta me quiere dar
y a la esfera de la
luna
me quiere el Rey
levantar.
¡Ah, fe! ¡Próspera Fortuna!,
que me dais qué
sospechar.
Don Lope adora a
Violante;
y yo, que los pasos
sigo
de la Fortuna inconstante,
hallo, subiendo, un
amigo
que ir no me deja
delante.
Si paso, ingrato he
de ser.
Si me quiero detener
sin pasar, queda mi
vida
en medio de la subida
y a peligro de caer.
Al juego es Fortuna
igual.
Ya dice bien y ya mal.
¡Cuántos, sin límite y
modo
por querer ganarlo todo
suelen perder su
caudal!
Pues a jugar me he
sentado
y mi fortuna ha dejado
sólo un resto de
ganar,
yo me quiero levantar
con lo que tengo ganado.
Mi retirada
apercibo.
Salen don LOPE y LÁZARO
LOPE: Triste, don Bernardo,
estoy.
BERNARDO: No lo estarás mientras
vivo,
que, porque subes, yo
soy
el mismo que me
derribo.
El Rey me quiere casar
con tu Violante
querida;
Fénix me podrás
llamar,
pues que por darte mi
vida
hoy me quiero retirar.
Que excedo a
Alejandro, creo;
porque él dio lo que gozó;
que, a veces, parece
feo
lo que se ha gozado, y
yo
te dejo lo que deseo.
LOPE: Ya, amigo, no soy
quien fui.
Ese sol que me
alumbraba
se ha eclipsado para mí;
de mi pasión se burlaba
el amor que en ella vi.
Ni la adoro, ni la
invoco;
fueron sus cosas
quimeras,
y hame tenido en tan
poco
que cuando llegué a las veras,
me respondió que era un
loco.
Sale un criado con una bolsa y una carta
CRIADO: ¿Don Lope de Luna es
vuestra merced?
LOPE: Sí, soy.
CRIADO: Pues,
ésta tome y ésta
lea.
Dale una carta
LOPE: ¿De quién es?
CRIADO: De
Dorotea.
LOPE: Yo responderé después.
Vase el criado
Don Bernardo, esto
me espanta.
Letra es ésta de la Infanta.
BERNARDO: No es suya, que escribe
bien
y aquésta es mala.
LOPE:
Detén,
Fortuna, desdicha
tanta.
"Mi don Lope,
perdonad;
que el teneros voluntad
a engañaros me ha
obligado.
Mas ya me dijo el
crïado
que vos sabéis la
verdad,
y pues vuestra alma
desea
ser esposo y dueño mío,
ocasión habrá en que os
vea.
Perdonad, que ahí os
envío
cien doblones. Dorotea".
¿Sueño, escucho,
duermo o velo?
¿Muero, vivo, hablo,
leo?
¿Esto es verdad o es
engaño?
Mas siendo mi propio
daño,
¿por que dudo y no lo
creo?
¿Qué dueña es ésta
que trata
de ser así mi homicida?
Nunca me dieras,
ingrata,
tras engaños que dan
vida
un desengaño que mata.
Arroja la bolsa
BERNARDO: Tanto, don Lope, he
sentido
verte engañado y
quejoso,
que sólo porque has
creído
que te amaba, estoy
dichoso
si es justo ser su
marido.
LÁZARO: ¡A fe que estamos
medrados!
Nuestro huésped se
ausentó
y están los seis mil
ducados
que el Almirante nos
dio
sin tener barbas, rapados.
LOPE: ¡Jesús! ¡Con cuánta razón
hoy por loco me tenía!
¡Soñaba yo su
afición
y a la fe, desdicha
mía,
que los sueños sueños son!
LÁZARO: ¡Pues, vive Dios, que
no sueña
Lázaro lo que ha
contado!
LOPE: ¡Ay, de mí! Sola una dueña
pudiera haberme
engañado.
LÁZARO: El seso tiene en
Sansueña.
LOPE: Don Bernardo, ya es
violento
mi vivir; sólo un
convento
me puede dar
acogida.
Allí acabará la vida
que tan desdichada
siento.
No vía en el siglo
más
un hombre tan
desdichado.
BERNARDO: Si así, don Lope, te
vas,
se pierde el mejor
soldado
que tuvo España jamás.
Oye, espera.
Vanse don LOPE y don BERNARDO
LÁZARO: Esta
ocasión
en mis desdichas espero.
Fraile seré motilón
pues no me tocó dinero
de mano de aquel
ladrón.
..... -eno,
Vida de tantos enojos
y más que me dio el
sereno
la noche, y tengo los
ojos
medio ciegos y estoy
lleno
de rabia, mas si
cegara,
¿pudiera andar? Si pasara
esta sala sin
caer,
quiero examinarme y ver
si estando ciego
acertara.
Bien voy, bien voy;
no ando mal.
Anda como ciego y sale ROBERTO
ROBERTO: El Rey llama al
Almirante
y en el palacio
real
no está. ¿Qué tengo delante?
¿Hay dicha a mi dicha
igual?
Alza la bolsa
¿No pasaste por
aquí?
LÁZARO: Sí.
ROBERTO: Y di, ¿cómo no
alzaste
esta bolsa.
LÁZARO: No la
vi.
Soy un puto.
ROBERTO: La dejaste
llena de oro para mí.
LÁZARO: ¡Que viniese yo a
cerrar
los ojos a este lugar!
¡Qué así Fortuna me
trate!
Pues, vivir tiene el
gaznate
no me tengo de ahorcar.
Vanse LÁZARO y ROBERTO. Salen la Infanta
con un libro y DOROTEA
VIOLANTE: Triste estoy, mi
Dorotea.
DOROTEA: Señora, elige otro
amante.
¿Mando que Lisardo
cante?
VIOLANTE: Antes gustaré que lea.
¿Qué libro es ése?
LISARDO:
Estas son
relaciones que han
salido
de cosas que han
sucedido
en el reino de
Aragón.
El Rey sale.
VIOLANTE: A darme
pena
con casamientos,
vendrá.
Sale el REY
REY: ¿Cómo está tu alteza,
ya
hermana?
VIOLANTE: No estoy muy
buena
de una celosa
pasión.
REY: Que parará en alegría.
¿Qué haces, Lisardo?
LISARDO:
Leía.
REY: Prosigue con la lición.
LISARDO: "Capítulo
segundo: De la conquista de
Cerdeña. Fuera (como se ha dicho
de la conquista de
esta isla) dificultosa,
si no la conquistara
el valor e industria
del valeroso caballero
don Lope de Luna,
Mayordomo mayor del Rey don Jaime; el
cual, después de haber dado
muerte
al General de los sardos
usó de una
estratagema digna de
su ingenio, y fue
fingir que iba huyendo
y agraviado de los
españoles, diciendo a
voces,
"Abridme, sardos
famosos, y amparadme".
Entró en la ciudad, y
otro día salió
al campo desafiando a
los aragoneses, cautivando
con esta cautela
algunos. Hizo lo mismo dos o
tres días, hasta que
tuvo dentro
número competente para
su intento,
y dándoles secreta
libertad,
abrieron una puerta
por el muro por el
cual entraron los
españoles, y
ganaron la ciudad y
rindieron la isla".
VIOLANTE: ¡Gran valor!
REY: Sin
semejante
don Lope de Luna
fue.
¿Cómo estos hechos no
sé?
Prosigue, pasa
adelante.
LISARDO: "Y es cosa
digna de consideración, que
este mismo caballero
en dos batallas que
se ha hallado, ha
muerto los dos generales;
porque en la naval de
Génova, después
de haber ganado el
estandarte de la
Señoría,
se arrojó al agua con Antonio de
Grimaldos, su
General".
REY: ¡Corrido estoy, y me
aflijo
de no haber considerado
que era don Lope el
soldado
que el Almirante me dijo!
LISARDO: "Es don Lope de
Luna de calidad que ya
se sabe: hombre cuerdo, callado, animoso
y en extremo
desdichado, pues vive tan
pobre que si don
Bernardo de Cabrera, su
íntimo amigo, no le
socorriera,
padeciera eterna
necesidad".
REY: ¡Calla ya, que
ingrato he estado
al cielo y sus
beneficios,
pues que con tales
servicios
hay hombre tan
desdichado!
VIOLANTE: Ya deseo conocer
hombre a quien el cielo
dio
tal valor.
DOROTEA: ¡Dichosa yo
que espero ser su
mujer!
Sale LEONORA
LEONORA: Hoy andan en
competencia
mis pensamientos y amor.
Salen el CONDE de Ribagorza y don BERNARDO de
Cabrera
BERNARDO: El Príncipe, mi señor,
ha partido de Valencia,
y escribe Enríquez
de Lara
que le viene
acompañando.
LEONORA: Venir y estar esperando
mi buena dicha declara.
REY: Huelgo que el
Príncipe venga
a Aragón con prisa
tanta
porque en sus bodas la Infanta
tan grande padrino
tenga.
VIOLANTE: ¿Yo, señor?
REY: Sí, mi
Violante,
porque tenéis de
casaros;
que esto he querido
callaros.
VIOLANTE: ¿Con quién?
REY: Con el
Almirante.
BERNARDO: ¿Con este humilde
hechura
del Rey, mi señor?
LEONORA: No
puedes
volver atrás tus
mercedes.
REY: Leonor, para tu
hermosura
dueño tengo
competente.
CONDE: (Si me casase con
ella, Aparte
dichosa será la
estrella
que tuve por
accidente).
VIOLANTE: (Mi gusto así se
repara; Aparte
mi sangre a su ser
volvió).
LEONORA: (Pues, no seré hermana
yo Aparte
del Conde Enríquez de
Lara
si no impido el
casamiento).
BERNARDO: Siendo muerte el
esperar
temo que no ha de
llegar
día de tanto contento.
Deshacen un buen
suceso
celos, tiempo y mundo
vario.
Sale el SECRETARIO
SECRETARIO: Tus pies besa el
Secretario
que hasta agora ha
estado preso.
REY: Mañana, sin falta
alguna,
os caséis.
VIOLANTE: Tus leyes guardo.
BERNARDO: Y aquí convida Lisardo
para la adversa
fortuna.
FIN DE LA COMEDIA