ACTO PRIMERO
Salen NABAL y JORDÁN,
lacayo
NABAL: Deja que blasfemias diga.
JORDÁN: No has de decir tal blasfemia.
NABAL: Si Dios con trabajos
premia,
¿qué dará cuando castiga?
JORDÁN: Consolémonos los dos
que hambres pasamos iguales,
y en los bienes y en los males
gracias le demos a Dios.
NABAL: ¡Que dé gracias me aconsejas
a Dios de ser pobre! ¡Bueno!
De rabia y de afrenta lleno
le daré voces y quejas.
El rico soberbio y vano
se las dé; que yo afligido
solamente he recibido
pesadumbres de su mano.
Gracias dé el
favorecido;
que yo, que no soy
dichoso,
si le doy gracias quejoso,
¿qué le daré agradecido?
En vano intentas,
Jordán
importuno, aconsejarme;
que para desesperarme
tus consejos servirán.
Tales efectos se ven
de ardor que en mi pecho
lidia;
muero rabiando de envidia
si miro el ajeno bien.
¡Qué en pesar tan
riguroso
para aumentar mi desvelo
conmigo es avaro el cielo
y con los demás piadoso!
Pues su mano -- ¡pena rara! --
para hacer mayor mi mal
es con todos liberal,
y sólo conmigo avara.
Todo me falta, ¡ay de
mí!
Ninguna hacienda poseo.
Pobre y mísero me veo.
JORDÁN: Eso es peor para mí.
Que me admire, señor,
deja,
de oírte este sentimiento.
¿En vez de agradecimiento,
del cielo previenes queja?
Tan pobre como tú estoy
pues sin esperanza alguna
sigo tu misma fortuna;
y al cielo gracias le doy.
Repara alabanzas tantas
que a su criador dan
leales
sensitivos animales
y vegetativas plantas.
Todos en su estado
viven
conformemente contentos,
porque en agradecimientos
retornan lo que reciben.
Y así es justo que me asombre
que en instinto natural
agradezca un animal
y llegue a ignorar un
hombre.
NABAL: Ya persuadirme no es
bien
cuando estoy desesperado.
Yo solo soy desdichado;
todos dichosos se ven.
Nace una fuente, y
apenas
brota la líquida plata
cuando arroyo se desata
entre doradas arenas,
y aunque en humildes raudales
antes corrió bullicioso,
río le forman undoso
los adquiridos cristales.
Y después que llega a
estar
rico de inmensa corriente,
el que nació pobre fuente
muere caudaloso mar.
Nace en el verde botón
aprisionada la rosa
y después con pompa
hermosa
es del prado ostentación.
En suave fragrancia
crece,
y, de las perlas que
llora,
liberal, la aurora
rico tesoro le ofrece.
Sale el sol con brilladores
rayos de la blanca espuma
para dar belleza suma
a las plantas y a las
flores;
pues con el claro
arrebol
que pródigo se acredita,
cuánto la noche marchita,
tanto reverdece el sol.
¿Y yo en pena rigurosa?
Tal pobreza me fastidia
que llego a tener envidia
del sol, la fuente y la
rosa.
JORDÁN: Ten, señor, más
confïanza
aunque el hado te
persigue,
porque todo lo consigue
la paciencia y la
esperanza;
que aunque tu pena
importuna
durar se ve de este modo,
el tiempo lo muda todo
y lo acaba la Fortuna.
No hagas extremos tales,
y estos trabajos que tienes
recíbelos tú por bienes
y dejarán de ser males.
NABAL: Enigmas me estás diciendo.
Yo no entiendo esos amores,
que no quiero esos favores
del cielo. No los pretendo.
Soy hombre muy liberal:
a ningún mal quiero bien,
el bien admito por bien
y el mal recibo por mal.
¿Regalos de Dios se
llaman
los males que desestiman,
las miserias que lastiman,
las desventuras que
infaman?
Si Dios tiene tanta
cuenta
con el pobre, ¿para qué,
adventurando su fe,
le da por vida una afrenta?
JORDÁN: El que es bueno, ¿no
está lleno
de bien?
NABAL: Sí.
JORDÁN: Luego la
queja
ya es injusta, pues le deja
Dios poder para ser bueno.
NABAL: Yo estoy de pobreza
loco.
Sólo conozco, y me fundo
en que yo soy en el mundo
quien debe al cielo más
poco.
JORDÁN: Tus discursos son ajenos
de hombre. Si eres desdichado,
yo que nací tu crïado,
seré quien le debe menos.
No has hecho tanto por mí.
Mira cual somos los dos:
que tú no sufres a Dios,
y yo te he sufrido a ti.
Dale, pese a Bercebú,
gracias de que no eres yo;
que ya mi amor se las dio
de que no soy como tú.
NABAL: Eres tú muy virtüoso.
JORDÁN: Yo que a ser pobre he
llegado,
estoy de mí lastimado
mas no del cielo quejoso.
NABAL: Yo no diera
sentimientos
al cielo en cosa ninguna
si con mi baja fortuna
midiera mis pensamientos.
Ya que pobre nací yo,
sin gusto y amor naciera
porque pobre me sufriera,
¡mas pobre y amante, no!
¿Qué concierto, qué
armonía
harán, de apetitos llenos,
bienes que son tan ajenos
y desdicha que es tan mía?
Si a la hermosa Abigaíl
quiero ver, en mis enojos,
se oponen luego a mis ojos
nubes de pobreza vil.
Si en pasión tan ciega
y loca
quiero pedir su belleza,
luego pone mi pobreza
lazos de miedo a mi boca.
Aquí del templo, a la
puerta,
triste aguardo su
hermosura
con una muerte segura
y una vida muy incierta.
Sentiré, de verme,
enojos;
que en la mujer ¿qué rigor
tiene crédito mayor?
¡La ignorancia de los
ojos!
¡Qué interesable y
terrible!
Piensa con villano modo
que para los pobres todo
lo hizo Dios imposible.
JORDÁN: ¿Cómo sabes que ha de
ser
mujer tan noble y amable,
y tan bella, interesable?
NABAL: ¡Ay, Jordán, como es mujer!
Salen LÁZARO muy galán y
BALTASAR, su
criado
LÁZARO: ¡Qué honesta, qué
virtüosa
es Abigaíl! Que fuera,
si honestidad no tuviera,
una culpa el ser hermosa.
Su belleza y su cordura
me agrada con igualdad,
que a faltar la honestidad
me ofendiera su hermosura.
BALTASAR: Tiene fama generosa
en todo Jerusalén.
LÁZARO: Es el vivir y obrar bien
más beldad que el ser
hermosa.
NABAL: Ya ha venido este
enfadoso.
Éste puede a Dios muy bien
dar gracias. ¡Miren en quien
pone el cielo el ser
dichoso!
¡Qué tanto a Lázaro
sobre
y tanto me falte a mí!
JORDÁN: ¿Lázaro se llama?
NABAL: Sí.
JORDÁN: ¡Lindo nombre para pobre!
Don Lázaro suena mal.
¿Y es muy rico?
NABAL: Cosa es
clara,
si es necio.
JORDÁN: Yo le llamara
el Caballero Hospital.
El será muy virtüoso
pues tanto llega a tener.
NABAL: ¿Quién dice que es
menester
virtud para ser dichoso?
Antes sigue la desdicha
a la virtud, que si fuera
tal que méritos pidiera,
¡qué pocos tuvieron dicha!
Sale ABIGAÍL con manto y ANA, su criada
ABIGAÍL: ¡Hermosas damas!
ANA: Entre ellas
en el templo has parecido
la hermosa.
ABIGAÍL: Dirás que he
sido
un sol en tantas
estrellas.
A lisonjas te acomodas.
Eso no me lisonjea.
No quiero tener de fea
que me lo parezcan todas.
Quien tiene mayor
beldad
hable con menos mentira,
y quien sin envidia mira
juzga con mayor piedad.
Tuya la censura sea,
porque en juzgar de lo
hermoso
es siempre el más riguroso
el tribunal de una fea.
Nada miro con desdén;
no hay en mí soberbia
alguna.
Como no envidio a ninguna
todas me parecen bien.
LÁZARO: Si es tan bella una
criatura
y merece tanto amor,
¿cuál será de su criador
la celestial hermosura?
Bien parece imagen suya
su divina cara hermosa.
¡Oh, mil veces tú dichosa!,
si es tan bella el alma
tuya;
mas beldad tan
peregrina
santa será. Es cosa llana.
Si es la caja más que
humana
la joya será divina.
NABAL: ¿No es hermosa Abigaíl?
¿Qué dices? ¡Por vida mía!
JORDÁN: Digo que con ser judía
me ha parecido gentil.
¿Qué te suspendes?
NABAL:
Repara
en tan bella gentileza,
que el cielo armó de
belleza
los peligros de su cara.
¡Qué tiernos, qué
dulces brazos,
para amistades posibles!
¡Qué blandas y qué
apacibles
las prisiones de sus
lazos!
¡Qué presto ardiente y
robusto
robara, a tener ventura,
el campo de su hermosura
con ejércitos de gusto!
JORDÁN: Pías consideraciones
has hecho.
NABAL: Todos me crean,
que sólo mientras desean
son fuego los corazones.
Acompáñala LÁZARO
Mira como la acompaña
y ella admite su locura;
que de la hacienda y
ventura
aún la sombra sólo engaña.
ABIGAÍL: No habéis de pasar de
aquí.
¡Por mi vida! No paséis
que para que vos me
honréis
no hallo méritos en mí.
LÁZARO: No dejaros determino,
que voy respetando en vos
de las fábricas de Dios
un edificio divino.
NABAL: Siempre seguirla
procura.
ABIGAÍL: Como noble sois cortés.
NABAL: Mal haya tanto interés.
LÁZARO: Bien haya tanta hermosura.
Vanse ABIGAÍL, LÁZARO, ANA y
BALTASAR
NABAL: ¡Cuánto la riqueza
engaña!
¡Oh, qué de afrentas que
paso!
¡Qué de mí no hicieron caso!
¡Soberbia y locura
extraña!
¡Qué cosa más
desvalida!
Y lo que pobre se vive
no sé yo quien lo recibe
para en cuenta de la vida.
¡Ah, mujeres codiciosas!
¡Ah, ricos locos y
altivos!
¡Los más viles más
esquivos,
más necias, las más
hermosas!
¿Sálvase el pobre?
JORDÁN:
¿Estás loco?
Antes los más ricos vienen
a peligrar, porque tienen
en qué merecer más poco.
Para todos igualmente
seguro el salvarse está,
el rico por lo que da
y el pobre por lo que
siente.
A todos el cielo aguarda,
no hay sobornar su favor,
que para el grande y menor
hay sus ángeles de guarda.
NABAL: Mientes, miente tu
simpleza.
¡Ángel el pobre! Me fundo
en que no se vio en el
mundo
más ángel que la riqueza.
JORDÁN: De tus locuras me
espanto.
NABAL: Jordán, si rico me viera,
mejor que Lázaro fuera,
que tiene fama de santo.
JORDÁN: Será mayor tu crueldad,
pues quien con tanta inclemencia
pobre no tiene paciencia,
rico no tendrá piedad.
NABAL: Salvarme pobre y con
penas,
difícil es.
JORDÁN: ¡Grave exceso
de impiedad! Mas dar en eso
encierra dos cosas buenas.
Escúchalas brevemente;
porque si das en discreto,
en dichoso, en ser
perfeto,
en lindo, en sabio, en
valiente,
podrás quererlo y no
sello;
mas si dieres en decir
que a los infiernos te has de ir,
luego te saldrás con ello,
y en dolor tan
importuno
otra cosa mejor tienes,
que para que te condenes
no has menester a ninguno.
NABAL: Si no soy rico, no
siento
modo de salvarme.
JORDÁN: Tente;
que si eres pobre
impaciente,
serás un rico avariento.
Sale CUSTODIO, de peregrino o pobre
CUSTODIO: (De este bárbaro
crüel Aparte
confundir quiero, y que vea
que aún hay quien más
pobre sea,
pues remedio espera en él.
Mi paciencia en su
rigor
ha de enseñarle a sufrir,
pues no ha llegado a pedir
que es la desdicha mayor).
A este pobre peregrino
dad limosna, por amor...
NABAL: ¡Ay, rabia! ¡Ay, pena mayor!
¡Ay, desdicha! ¡Ay, desatino!
¿Limosna yo? ¡Cielo airado!
Llegue y partiré con él
rabia y envidia crüel;
que es lo que el cielo me
ha dado.
¿Qué me tienta y me
provoca?
Si con esta impertinencia
quiere probar mi
paciencia,
ya se ve que tengo poca.
JORDÁN: Que perdone le suplico;
que es tan pobre, y no se
asombre
este buen...(Digo
mal) Aparte
...hombre,
que hasta un Lázaro es más
rico.
Pero aunque en esta ciudad
tantas sus miserias son,
es más pobre de razón,
de paciencia y de piedad.
NABAL: No soy pobre, soy
demonio.
Infame nombre me das.
JORDÁN: Créalo porque jamás
se levanta testimonio.
NABAL: ¿Limosna a mí? ¡Vagamundo!
CUSTODIO: Que eres pobre, yo lo
creo,
mas de hacer bien el deseo
a nadie faltó en el mundo.
¿Cuándo al pobre no se
ayuda
y sin limosna se deja?
Ya que fue sorda la queja,
la lengua parezca muda.
NABAL: Tras ser pobre
imaginero,
y bachiller y enfadoso,
da en necio. ¡Qué virtüoso!
¡Qué cansado consejero!
Vaya con Dios.
CUSTODIO: ¡Qué
impiedad!
JORDÁN: (Con Dios dijo. A fe que es dicha). Aparte
CUSTODIO: Pobre y necio, ¡qué
desdicha!
NABAL: ¿Porfía tu necedad?
CUSTODIO: ¿Así un pobre se
despide?
Vase [CUSTODIO]
NABAL: De su agravio así me
vengo,
pues los bienes que no
tengo
me acuerda quien me los
pide.
Sale LÁZARO con un bolsillo
LÁZARO: (Paréceme que miré Aparte
a Nabal con gran tristeza.
¿Si es la causa la
pobreza?
Pero, ¿quién triste se ve,
-- ¡ay Dios!, aunque pobre esté --
si Dios la pobreza envía?
¡Oh, si quisiese algún día
en santa necesidad
ya que sabe mi piedad
probar la paciencia mía!
Quisiera dar a Nabal
algún socorro, y sí
pruebo,
sin que él pida. No me atrevo;
que puede llevarlo mal,
Mas no hay bien al bien
igual
si ha de costar que se
pida;
que en la honra
introducida,
aun recibir, que es
mejor,
cuesta mucho del honor,
de la paciencia y la vida.
Un cuerdo modo he
buscado
con que poderle ayudar;
que aun de pedir y tomar
no quiero darle cuidado).
Nabal, amigo.
NABAL:
(Agraviado Aparte
estoy de que éste hable
así).
LÁZARO: Huélgome de verte aquí.
¿Cómo estás? ¡Suerte dichosa
es la mía! Di.
NABAL: (¡Qué
cosa Aparte
tan cansada para mí!)
LÁZARO: Esta bolsa a la salida
del templo topé. Si acaso,
Nabal, has de estar al
paso,
hazme merced, por tu vida,
que si hubiere quien la
pida
o la busque, se la des
si las señas ciertas ves;
que a un negocio voy y es
tarde.
Perdóname. Dios te guarde.
JORDÁN: ¡Qué discreto! ¡Qué cortés!
NABAL: Harélo así.
LÁZARO: (Alegre
está). Aparte
Si no viniere por ella,
Nabal, quédate con
ella,
que Dios quizá te la da.
Vase [LÁZARO]
JORDÁN: Bolsa tienes. Guardalá.
NABAL: ¿Restituiréla?
JORDÁN: Menguado,
¿eso dices?
NABAL: ¿Y lo honrado
y lo perfecto
también?
JORDÁN: Ninguno es hombre de
bien
en dinero de contado.
NABAL: Nada el pobre ha de
tener;
todo el rico lo ha de
hallar.
¿Siempre al pobre han de
durar
las injurias del nacer?
¡Bolsa a mí! ¿Qué puede ser?
Ya lo sé, que me da pena,
que restituírme ordena
éste algún dinero a
mí;
que los más de ellos así
son ricos de hacienda
ajena.
Sale CUSTODIO
CUSTODIO: Agora limosna espero
de tu mano generosa
que ya puede ser
piadosa.
NABAL: ¡Qué presto que olió el
dinero!
Ni me da gusto, ni quiero.
CUSTODIO: ¡Por amor de Dios!
NABAL: ¡Por
vida!
¡Ah, pobreza aborrecida!
Más quisiera no
tenello
que estar sujeto con ello
a que un pobre me lo pida.
CUSTODIO: Mira, como tienes ya
qué dar, y estás más
tirano,
más fiero y más
inhumano.
NABAL: ¡Qué necio y pesado está!
CUSTODIO: Castigo tuyo será
ser rico, que un pecador
con la abundancia es peor,
y peca con más
licencia;
y lo que ha sido
impaciencia
es soberbia y es rigor.
(Custodio soy y ángel
bueno Aparte
de este infiel, que en
tanto engaño
se verá, para más
daño,
de bienes del mundo lleno.
Que entrar no puede en el
seno
de Abrahán tanta avaricia.
Mi Dios, si por su codicia
no llevare mi verdad,
fruto para tu piedad,
llevaréla a tu justicia).
Vase [CUSTODIO]
NABAL: Si el pobre me ha de
cansar,
Jordán, más quiero sufrir
la bajeza del pedir
que la nobleza del dar.
Si a rico puedo llegar,
será regalado, entiendo,
mi cuerpo, mi bien eterno,
que otro Dios mi vida
ignora
y no hay más Dios.
JORDÁN: Desde
agora
pido albricias al
infierno.
Vanse y salen JOSÉ y ABIGAÍL
JOSÉ: Bellísima Abigaíl,
de quien aprenden colores
para matizar sus
flores
los pinceles del abril,
amor es flecha sutil
que en mi alma va
formando
tu bella imagen, y cuando
la adora, amante y
fïel,
como es flecha y es
pincel
va rompiendo y va
pintando.
Tu primo soy, y la
parte
de tu sangre fiel, sin duda,
que a las estrellas
ayuda
a inclinarme para amarte.
Amor es puro, y sin arte.
Las fuerzas del alma
empleo
en amar el bien que veo,
y como es casto el
ardor,
nunca manchan este amor
la esperanza ni el deseo.
ABIGAÍL: José, amarme pudieras
sin darme noticia a mí
de esos amores; que
así
verdadero amante fueras,
pues que premio no
quisieras;
que amor que se da a
entender,
claro está, que quiere ver
premio que le
satisfaga;
y amar pretendiendo paga
no es amar sino querer.
JOSÉ: ¡Oh, qué sutil diferencia
entre el querer y el amar!
¿De modo que he de
callar
un amor que no es
violencia?
ABIGAÍL: O busca
correspondencia
o quiere agradecimiento
quien dice su sentimiento;
y si el fin que amor buscó
es puro amor, mal amó
quien no calla su
tormento.
JOSÉ: ¡Extraña filosofía
y sofísticos extremos!
Pues que amando a Dios,
queremos
que él nos ame, y no sería
razón que en el alma mía
tan bárbaro amor cupiera
que la ley de amor
rompiera
y en sí mismo
reprimido
no quisiera ser sabido
ni ser pagado quisiera.
ABIGAÍL: Diferencia no has
hallado
entre el amor y el deseo
si tiene amor por
trofeo
ser sabido y ser pagado.
JOSÉ: ¿Amor, lo que ha deseado,
cómo a su efecto contiene?
Mas, ¡ay!, que Lázaro
viene
a interrumpir mi razón.
ABIGAÍL: Los celos envidia son.
El celoso envida tiene.
JOSÉ: ¿Qué amante no fue
celoso?
ABIGAÍL: No me permiten los cielos
amor de quien nacen
celos,
ni amante que es
envidioso.
JOSÉ: Luego ¿perdí temeroso
lo que ganaba atrevido,
o porque el otro ha venido
pierdo el bien que amor
concede?
ABIGAÍL: No, que perderse no puede
lo que no estaba
adquirido.
Sale LÁZARO
LÁZARO: La buena conversación
que entre los dos
considero
me alegra tanto, que
espero
celebrar esta
ocasión.
Primos, las almas que
son
de Dios imágenes bellas,
como del sol las estrellas,
gozan sus rayos
supremos,
y así los hombres debemos
comunicarnos con ellas.
Proseguid. ¿De qué se trata?
ABIGAÍL: Del amor honesto.
LÁZARO: Bien.
Yo os amo, prima
también
de este modo, y me
arrebata
el alma beldad tan grata,
que la de Dios considero.
Y en amor tan verdadero
que nos lleva el alma a
Dios
bien podéis hablar los dos.
Proseguid, que escuchar
quiero.
ABIGAÍL: ¿Luego, amado, tú no
sientes
el tener competidor
en la causa de tu
amor?
LÁZARO: No, que fueran accidentes
de firme amor, varias
gentes,
reinos, climas, paralelos,
la tierra, el mar y los
cielos.
En todos su luz
influye
y ni el sol se dio ni
huye,
ni a los que alumbra da
celos.
ABIGAÍL: ¿Ves, José, como este
amor
tiene calidad más pura?
JOSÉ: ¿El amor de la
criatura
no ha de tener el valor
que el de Dios?
LÁZARO: Ése es
error
porque la hermosura humana
aunque nos parece vana
es un retrato, un
espejo,
un relámpago, un bosquejo,
de la beldad soberana.
Un arroyo, ¿no es
tesoro
dulce, hermoso y
transparente
del rüido de una
fuente?
Y luego, en arenas de oro
es instrumento sonoro
que alaba su original,
haciendo un son natural
a los pájaros
cantores,
con lazo y traste de
flores,
y con cuerdas de cristal.
Los once cielos,
aquellas
esferas y orbes supremos
en quien tachonadas
vemos
mil y veinte y dos
estrellas,
¡qué por imágenes bellas
y la fábrica exterior
que nos descubre el valor
que hay dentro y nos
asegura
que aunque es grande su
hermosura,
la del imperio es mayor!
Cualquiera mortal
belleza
de Dios su principio
tiene,
y derivándose viene
a nuestra naturaleza.
Es inmensa su grandeza
de suerte que no declina,
y así amor que nos inclina
a la hermosura mortal
ha de ser amor igual
al amor de la divina.
ABIGAÍL: Ésa es honesta opinión.
JOSÉ: Es rico y tú eres mujer.
Bien claro está que ha de
ser
preferida su razón.
ABIGAÍL: Primo, estos celos no
son
dignos de un amor honesto.
Salen NABAL y JORDÁN
JORDÁN: Ocupado está ya el puesto.
Poco lugar te darán
entre un rico y un galán.
NABAL: La dicha he de obrar en
esto.
JORDÁN: Yo pienso que en este
amor,
solo el dichoso has de ser;
porque en efecto es
mujer
y escogerá lo peor.
NABAL: Siempre vienes de este
humor.
JORDÁN: Todos somos maldicientes
a tu sombra.
NABAL: Si consientes
una demanda cortés,
ya que somos todos tres
de una tribu y tus
parientes.
Yo, señora, te suplico
que des de esposa la mano
hoy al deudo más
cercano
o ya sea pobre o ya rico.
Así mi amor significo.
ABIGAÍL: ¡Extraña resolución!
NABAL: Es éste mi condición,
y siendo ardiente un
deseo
ninguna esperanza veo
que me dé satisfacción.
ABIGAÍL: Aún no da prisa mi edad
para que yo tome estado,
y Dios tendrá ese
cuidado
pues tiene mi voluntad.
JOSÉ: ¿Cómo cabe en tu beldad
tal esquivez, tal rigor?
Dale siquiera un favor
al que más te estima y
quiere,
porque cortesmente espere
premio de este honesto
amor.
Quítase una flor con tres cintas:
verde, encarnada y blanca
ABIGAÍL: Este lazo y esta rosa,
que de colores distintas
forman y tejen tres
cintas,
daré afable y generosa,
aunque no en señal de
esposa,
al que probare mejor
que merece mi favor.
LÁZARO: (Es discreta
Abigaíl). Aparte
Tu entendimiento es sutil
como es inmenso tu honor.
JORDÁN: ¡Oh, qué bellas
necedades
dirán agora los tres!
NABAL: En el hombre el valor
es
de más altas calidades
que riquezas ni beldades.
Ni soy rico ni galán,
mas tan unidos están
el amor y ánimo en mí
que esa rosa merecí.
JORDÁN: Pienso que no se la dan.
ABIGAÍL: ¡Qué soberbia
presunción!
Diga, José.
JOSÉ: Yo me ofrezco
a probar que la
merezco
con una fuerte razón.
Cuantas damas ve Sïón
me han estimado, y
querido.
Pagué a todas con olvido,
a ti sola con
cuidado.
Luego, mucho te he
obligado.
JORDÁN: También éste la ha perdido.
ABIGAÍL: ¡Galán desvanecimiento!
LÁZARO: Yo, aunque tu amante me
llamo,
tan sin esperanzas
amo,
que ni tengo atrevimiento
a pedirla, ni en mí siento
razón para merecella.
Quédate, prima, con ella,
que habiéndola de
estimar
por ser tuya, ¿qué lugar
podré darle, o qué tesoro,
donde esté con más decoro
que en ti misma?
ABIGAÍL: ¡Esto es amar!
Yo la recibo y me
voy,
que están mis padres
esperando.
[Vanse ABIGAÍL y ANA]
JORDÁN: ¡Cuál se la quedan mirando
los tres! Riéndome estoy.
LÁZARO: Nabal, José, queda en
paz.
[Vase LÁZARO]
NABAL: ¡Vive Dios, que me
fastidia
su humildad! Todo es envidia.
JORDÁN: El Lázaro es muy sagaz.
¡Con qué discreción...
JOSÉ: Yo
siento...
JORDÁN: ...se despidió!
JOSÉ: ... con
enojos,
que nos quebrase los
ojos.
NABAL: Tormento añado a tormento.
JOSÉ: De los tres es el
dichoso.
Aquí no hay más que
esperar.
Yo me voy.
[Vase JOSÉ]
NABAL: Todo es pesar.
JORDÁN: Parece que va celoso.
Buenos habemos quedado,
como dicen a la luna.
NABAL: Maldiga Dios mi fortuna.
¡En todo soy desdichado!
JORDÁN: Señor, ya reparo en
ello.
De tu original pecado
participo por crïado
sin comerlo y bebello.
Tu mismo error te
condena.
NABAL: No es olvidarla
posible.
JORDÁN: ¿No miras que es
invencible?
NABAL: Más invencible es mi pena.
JORDÁN: Pues, siguiendo su
desdén
vendrás, señor, a quedar
sin ella y con gran
pesar.
Mirad con quién y sin
quién.
Mas yo, aunque tan poco
valgo,
si en este empeño me
hallara,
luego al punto la envïara...
NABAL: ¿A dónde?
JORDÁN: ...a espulgar
un galgo;
que es lo demás
necedad.
NABAL: Más disparates no digas;
que en vano a mudanza
obligas
mi constante voluntad.
Dé Abigaíl los
amores.
Rendido de su belleza,
aunque miro su entereza,
aunque advierto sus
rigores,
aunque su virtud no
ignoro,
y su favor no
merezco,
sus desprecios apetezco,
sus desdenes enamoro,
sin que pueda resistir
en mi amante desear
un bien que todo es
penar,
un mal que todo es morir.
JORDÁN: Bien se ve.
NABAL: ¡Qué pena tal
es rabia!
JORDÁN: Pues, saludarse;
que puede ese mal pegarse
y es incurable ese
mal.
NABAL: Ya hallé medio.
JORDÁN: ¿Cuál
será
si tu locura se advierte?
NABAL: Darme a mí mismo la
muerte.
JORDÁN: ¡Oh, qué bien pensado
está!
Alabo tu buen
intento
y puedes ir consolado
que no has pagado crïado
ni hecho ningún
testamento.
Esta acción que haciendo estás
no es acción que te
alborote.
Un bobo de capirote
no pudiera decir más.
NABAL: Jordán, ¿qué tengo de
hacer?
JORDÁN: Que moderes la porfía
aconsejarte quería.
NABAL: ¿Qué no causa una mujer?
¿Cómo saldré de esta
calma?
JORDÁN: ¿Cómo? ¡Muy fácil, señor!
Dejar de tener amor,
que es pesadilla del
alma.
Yo quiero darte un
consejo.
NABAL: Ninguno habrá que me
cuadre.
JORDÁN: Ve y pídesela a su padre.
NABAL: Soy pobre y es rico el
viejo;
pero tu consejo
aquí
elijo por mejor suerte.
JORDÁN: Mejor es que darte muerte.
NABAL: Pues, Jordán, vente tras
mí.
Vanse. Salen LÁZARO con un papel,
y BALTASAR
LÁZARO: Baltasar, yo deseo
hacer bien a Nabal, y dudo
el modo.
BALTASAR: Señor, a un hombre
ingrato,
soberbio y sin piedad,
¿cómo te inclinas?
Siendo opuestos los dos, ¡qué estrellas
pueden
con sus luces divinas
hacer bien a un
tirano?
LÁZARO: Maravillas de Dios, rey
soberano.
No debemos los hombres,
mayormente los ricos,
examinar las almas y
conciencias
de los pobres a quien tan
de justicia
se debe la limosna.
¿Qué piensas tú que son
los que son ricos?
Mayordomos de Dios,
dispensadores
que su hacienda
administran
repartiéndola bien entre los
pobres.
Nabal es noble, y de mi
misma tribu,
y quizá la pobreza
le da con la condición su
aspereza.
Podrá ser que teniendo más
descanso
reduzca sus costumbres
dulce y manso.
BALTASAR: Pues bien, ¿y cómo
piensas,
si él no te pide nada,
hacerle bien alguno?
LÁZARO: Esta dificultad tengo
mirada;
que dar a quien no pide
algunas veces
es dar vergüenza y pena,
porque ya la pobreza, el
mundo loco,
siendo amiga de Dios, la
estima en poco.
Saca un papel
Por esto tengo escrita
esta cédula en que finjo
le debo
a su padre Eliázar este
dinero,
y tú se la has de dar.
BALTASAR: ¿De
qué manera?
LÁZARO: Diciendo que la hallaste
entre algunos papeles.
BALTASAR: Ya lo penetro. Baste.
Haces en esto lo que
siempre sueles.
Piadoso y sabio estás.
LÁZARO: Si
Dios me ha dado
riqueza singular, y las
riquezas
prestadas las tenemos
del mismo Dios, pagárselas
debemos.
Allí le ha visto. Voyme
porque puedas hablarle.
Dale el papel y vase [LÁZARO].
Salen NABAL y
JORDÁN
NABAL: Jordán, yo tengo sed. En esa casa
podrás, pues eres hombre
despejado, pedir un jarro
de agua.
JORDÁN: Arrójate a la orilla de mi
nombre
y así podrás beber.
NABAL: ¡Acaba,
necio!
JORDÁN: Acaba tú también de ser
durazo.
Dineros tienes y aguadores
pasan
que en cándidos
cristales,
y en barros que parecen de
claveles,
vendiendo van el agua
dulce y pura,
y una moneda vil sólo es
el precio.
Dales limosna y bebe; que
limosna
es comprar de los
pobres.
NABAL: Así no me aconsejes;
que sufriré la sed
ardiente y dura
antes que hacer piadoso
un átomo de bien, y el
cielo airado
se muestra para mí. ¿Qué ley consiente
que liberal me muestre con
la gente?
Se acerca BALTASAR
BALTASAR: Mis albricias
ofrecidas,
buenas nuevas te daré.
NABAL: Ni habrá por qué yo las dé
ni por qué tú me las
pidas.
BALTASAR: Cumplir podemos los dos
si ésta te vengo a
ofrecer,
que la debió de perder
tu padre; que quiera Dios,
revolviendo unos
papeles,
hallé esta cédula en quien
el cielo pinta tu bien.
Dale el papel
NABAL: ¡Con soberanos pinceles!
Lee
"Confieso por esta
cédula que debo a
Eliázar, del tribu de
Judá, mil y quinientos
escudos de oro, y los
pagaré a él o a Nabal
su hijo, siempre que los
pidan, y lo firme
de mi nombre.
Lázaro"
BALTASAR: Pues tu padre no cobró
esa partida, bien
puedes
si le heredas y sucedes
pedirla a Lázaro. Yo,
que he hallado este
papel
le traigo y no lo difiero.
Bien mis albricias
espero.
NABAL: ¡Que esto pase en Israel!
¡Qué haya ricos que las
venas
del pobre sangrar intentan
y sus tesoros aumentan
con las haciendas
ajenas!
Los ríos más eminentes,
compitiendo con el mar
se suelen tras sí llevar
los arroyuelos y fuentes.
Eran charcos, ya son
ríos
que, sus tiranos raudales
robando ajenos cristales,
cobran fuerzas, cobran
bríos.
Los ricos, de esta
manera,
exentos de humanas
leyes,
compitiendo con los reyes,
quieren dilatar su esfera.
Y al pobre con tiranía
bien en Lázaro se ve.
¿Qué mucho que rico esté
si ocultó la hacienda mía?
Y tú, lisonjero amigo,
que esta cédula
encubriste,
¿cómo albricias me pediste
cuando mereces
castigo?
Cómplice disimulado
de este latrocinio,
advierte
que pues no te doy la
muerte
buenas albricias te he
dado.
BALTASAR: ¿Quién vio tal
ingratitud?
Ya lo dudo aunque ya vi;
mas, ¿cuándo no paga así
la malicia a la virtud?
Hoy Lázaro liberal
su mismo bien
apercibe
y al tiempo que lo recibe
le ofende y le trata mal.
Vase BALTASAR
NABAL: ¿Qué dices?
JORDÁN: ¡Mil y
quinientos!
Ya tendrás de qué
pagarme.
NABAL: No empieces a
importunarme.
¡Oh, crïados!
JORDÁN: ¡Oh,
avarientos!
NABAL: Sirve y calla, que he
de ser
rico al fin.
JORDÁN: ¡Jornada es larga!
Llevaba un hombre una
carga
de vidrios para
vender.
Preguntóle otro: "¿Qué trae
en esa carga,
mancebo?"
Él le respondió: "¿Qué llevo?
Nada si el asno se
cae."
A ser este vidrio
llega
la esperanza de tus
bienes,
porque en la cédula tienes
nada si Lázaro niega;
mas él viene por
aquí.
Háblale sabio y
cortés,
que lo merece, pues es...
Sale LÁZARO
NABAL: Basilisco para mí.
Señor Lázaro...
LÁZARO: ¿Señor?
NABAL: ¿Esta firma es
vuestra?
LÁZARO:
Sí,
confieso que la
escribí
y que soy vuestro deudor,
Nabal amigo.
JORDÁN: ¡Pardiez,
que en el anzuelo está
asido!
El asno en fin no ha
caído.
Vidrio tienes esta
vez.
NABAL: ¿Y cuándo podréis
pagar?
LÁZARO: Pagaré de aquí a seis
días.
NABAL: Ésas son vanas porfías.
Seis horas no han de
pasar
a una cosa tan
debida.
Harto mi padre esperó
pues que nunca lo cobró
en los días de su vida.
JORDÁN: Señor Lázaro,
pagar
o ir a la prisión.
LÁZARO: Si eso
ha de ser, por no estar
preso,
¡vamos! Venidla a contar.
Muy bien me pueden prender.
No son rigores ni
extremos
porque los ricos
debemos
lo que el pobre ha
menester.
JORDÁN: Vamos por ello al
momento.
LÁZARO: (¡Oh, qué bien ha
sucedido!) Aparte
[Vase LÁZARO]
NABAL: Mi dinero, ¡dicha ha
sido
que confesase!
JORDÁN:
¿Contento
estás agora, señor?
Muy bien me puedes pagar.
NABAL: ¿Cuánto va que te he de
echar
de mi casa?
JORDÁN: ¿Hay tal
rigor?
Ya la sed que te
afligía
se habrá pasado.
NABAL: No pasa.
Pídeme agua en esta casa.
JORDÁN: ¿Avaro estás todavía?
[Vase JORDÁN]. Sale [CUSTODIO]
vestido de pobre
CUSTODIO: (¡Con qué amor, con qué
cuidado Aparte
dulces caminos
prevengo
a esta alma que a cargo
tengo
desde que Dios la ha
crïado!
Soy compañero del
hombre.)
¡Nabal!
NABAL: ¿Quién eres,
mendigo...
CUSTODIO: Soy tu verdadero
amigo...
NABAL: ...que así has sabido mi
nombre?
CUSTODIO: ...quien las desdichas
previene.
Ten tú lástima de mí.
NABAL: No he de tenerla de
ti
si Dios de mí no la
tiene.
CUSTODIO: Confía de su clemencia.
NABAL: Oyes, pobre porfïado,
pedir al necesitado
es darle más
impaciencia.
Si de Dios fío o no
fío,
Dios me ha de juzgar, no
el hombre.
Vete pues, y sabe el
nombre
de los ricos y no el mío.
CUSTODIO: Mil y quinientos
escudos
rico te pueden hacer.
NABAL: ¡Por eso habían de ser
los pobres sordos y mudos!
CUSTODIO: Si hoy piensas
tenerlos, mira
que vivas más generoso.
NABAL: Pobre importuno y
curioso,
con esto me das más ira.
En las repúblicas
buenas
no andan pobres
indiscretos
sabiendo ajenos secretos
y oliendo vidas
ajenas.
Esta pobre cantidad
hoy me la ha dado mi
estrella
para remediar con ella
mi propia necesidad.
Haz que cual Lázaro
sea
rico, y entonces verás
si sufro más y doy más.
CUSTODIO: ¡Plegue a Dios que yo lo
vea!
Sale JORDÁN con un vidrio de agua
JORDÁN: El cristal y el agua
fría
te brindan y hacen merced.
NABAL: Ya me ha quitado la sed
la mucha bachillería
de este mendigo. Volver
puedes el vidrio. Aquí espero.
CUSTODIO: Sed padezco, de sed
muero;
pues no la quieres beber,
dámela a mí.
NABAL: ¿Cómo dar?
La sed tu enfado provoca,
y hay un volcán en mi
boca.
Bébela [NABAL]
JORDÁN: (Pues, bebe hasta
reventar.) Aparte
CUSTODIO: Dame el agua que ha
sobrado.
Mira que al pobre le debe.
JORDÁN: ¿A lástima no te mueve?
[¿Por qué este agua no has
dado?]
NABAL: ¡Tómala!
Arroja el agua y el vidrio
CUSTODIO: ¿Cómo creeré
que has de dar, si rico
estás,
cuando así el agua me das?
NABAL: Entonces responderé.
JORDÁN: Yo temo tu
perdición.
Dale limosna.
NABAL: No
quiero.
Anda, cobra aquel dinero.
JORDÁN: No vi mayor ambición.
Vanse [NABAL y JORDÁ:N]
CUSTODIO: Dios, que eres lumbre
de lumbres
y belleza de bellezas,
dale a este monstruo
riquezas.
Quizá mudará costumbres.
Sale el DEMONIO muy galán
DEMONIO: En vano a Dios
solicitas,
celestial inteligencia
cuya hermosura perdí.
CUSTODIO: Por ambición y soberbia.
DEMONIO: Tu igual soy desde aquel
día
que derribé las estrellas
como soberbio dragón.
CUSTODIO: ¡Bien me acuerdo de esa guerra!
DEMONIO: Ya ves que da
admiración
al reino de las estrellas
mi ciencia.
CUSTODIO: Sé que
perdiste
la caridad, no la ciencia.
DEMONIO: Desde que tuvo principio
el alma dura y proterva
de Nabal, la acompañamos.
CUSTODIO: Sí, mas con tal diferencia
que yo la guardo de ti.
DEMONIO: Es verdad, ¿mas por qué
intentas,
-- si sabes su inclinación --
que el cielo le dé
riquezas?
CUSTODIO: Porque si a Lázaro imita,
con una limosna pueda
ir al limbo con los
padres.
DEMONIO: ¿Y es razón que todos
sean
ricos y que sin trabajo,
sin fatiga y penitencia,
con sólo dar lo que sobra
el cielo esperen? Merezcan
con su paciencia y ayuno.
CUSTODIO: Si Nabal está a mi cuenta,
sólo pretendo su bien
y a las celestes estrellas
lo pediré.
DEMONIO: Pues yo no.
Antes le pienso dar
quejas
al que es la misma
justicia,
al que solo vive y reina.
¡Ah, Custodio! ¿Qué me quieres?
Mira al cielo
CUSTODIO: ¡Ah, Potestad y Cabeza
de mi santa jerarquía!
Suplicar a Dios quisiera
que dé riqueza a Nabal.
Quizá el corazón de peñas
ablandará en la mudanza.
Este bien sólo
merezca.
Mira al cielo
DEMONIO: ¡Angélica Potestad!
Basta que Lázaro tenga
riquezas con cuyas sobras
conquiste la vida eterna.
¿Qué mucho que con
descanso
agradar al cielo
puedan
los hombres en los trabajos,
la fe, y el amor se muestran?
Si fuere rico Nabal,
Lázaro mísera sea,
y verán si su virtud
se convierte en
impaciencia.
CUSTODIO: Si los ángeles debemos,
con la claridad eterna,
guardar al hombre, yo
puedo,
dándome Dios su licencia,
dar a Nabal lo que pide
para que así le convenza
si fuere rico avariento.
DEMONIO: Mucho pueden las riquezas;
y así temo no conquiste
al reino de Dios con
ellas.
Pero a Lázaro asiré
si acaso Nabal se suelta
de mis prisiones.
CUSTODIO:
Nabal,
prosperidades espera.
DEMONIO: Y tú, Lázaro, desdichas
que yo no doy cosa buena.
FIN DEL PRIMER ACTO