ACTO SEGUNDO
Salen JORDÁN y NABAL
bien vestido
JORDÁN: Agora sí es ocasión
de ir a pedir por
esposa,
supuesto que estás tan
rico,
a tu Abigaíl hermosa.
NABAL: En mi pensamiento estás.
JORDÁN: (Más quisiera yo en tu
bolsa.) Aparte
Sólo una cosa me espanta;
el ver cuán a poca costa
tienes cantidad de
hacienda,
de ganados tanta copia.
Ajustemos, señor, cuentas
que no he de esperar una
hora
si al instante no me
pagas.
Señor, mis raciones todas.
NABAL: Linda flema es la que
gastas.
JORDÁN: Dime, ¿no quieres que
coma?
¿Soy camaleón crïado
que al aire he de abrir la
boca?
Servir y no manducar
nunca, señor, se
conforman.
¿En qué mis tripas te ofenden?
Ten de ellas
misericordia.
Mira que pueden prenderlas
por vagamundas y ociosas.
Toda la hambre de Egipto
en mí considero agora
porque estando, aquesto es
cierto,
soñando anoche esta
historia,
fui el intérprete yo
mismo:
pues, hallé tan a mi costa
al imaginar las vacas
que al rey Faraón congojan
ser las flacas para mí
pero para ti las gordas.
Tu bolsa es, señor, sin
duda
Argel en cuya mazmorra
para cautiverio eterno
todo el dinero aprisionas
sin que rescatarle
puedan
piedad ni misericordia,
que falta la redención
cuando no hay en ti
limosna.
NABAL: Cansado, Jordán, estás.
No me aprietes, pues no ignoras
que unas tierras de labor
en esa vaga espaciosa
compré, y ganado
también
con que es imposible cosa
poder pagarte tan presto.
JORDÁN: Pues que no quieres que
coma,
¿posible es que cuando
amor
al más avaro
transforma
en liberal avariento,
tú, que a Abigaíl adoras,
ni lo miserable olvides,
ni lo pródigo conozcas?
Yo no he de estar más contigo.
Tú como una vaca engordas;
yo me enflaquezco y me voy
a la muerte por la posta.
Saca un papel
Ésta es la cuenta, señor.
Escucha atento y
perdona;
que entré a servirte ha diez años
tres semanas y una hora,
con ración y quitación.
La quitación es forzosa
que ya me la hayas
pagado;
pero nada en mí se logra
porque es Argos de cien
ojos
tu avaricia en su
custodia.
Fue dos reales el
concierto
cada día, con las
sobras
de tu mesa, mas ningunas
habrá, ni ha habido hasta
agora.
Si te pones en la mesa,
te incorporas de tal forma
que piensas que han de
quitarte
los manjares de la boca.
Y, si hay de vino algún
frasco,
aunque sea de una arroba,
brindándote tú a ti mismo,
no me dejas una gota.
Si cualquier manjar te
sacan,
quedan los platos de
forma,
limpios, que no han
menester
estropajo ni fregona.
Y, finalmente, los dos
estamos a cualquier hora,
yo con el ojo tan largo,
tú con la hambre tan
gorda.
Las raciones, bien lo
sabes,
me las debes casi
todas,
y por no perderlas voy
aumentando unas con otras.
NABAL: Calla y vete, que ya
sale
Abigaíl como aurora
imán, que mi alma
sigue,
sus dos estrellas
hermosas.
JORDÁN: ¿En fin no tiene remedio?
NABAL: No le tiene por agora.
JORDÁN: Mucho quieres el dinero.
(En los infiernos lo
comas.) Aparte
Salen ABIGAÍL y JOSÉ
ABIGAÍL: ¿A qué venís?
JOSÉ: A
deciros,
sin acción que admite
engaños,
que me costáis en dos años
infinidad de suspiros.
El alma vengo a pediros.
Dádmela, que prenda ajena
ni aun para mirada es
buena;
que sin alma y con amor,
en custodia de temor,
habré de guardar mi pena.
ABIGAÍL: No soy mía.
NABAL: ¡Airados
cielos!
¿Qué estarán los dos
hablando?
¿Qué haré?, que muero
rabiando
entre celosos desvelos.
No me aflijáis tanto,
celos.
No me atormentéis,
congojas.
Envidia, ¿por qué me arrojas?
La indomable furia
enfrena;
mas, ¡ay!, que tiene mi
pena
más hidras que un árbol
hojas.
JOSÉ: Amada prima...
ABIGAÍL: ¡Oh,
Nabal!
¿En mi casa?
NABAL: Sí, señora,
que quien tu hermosura
adora
está en otra parte mal;
y más cuando liberal
de esperanza me enriquece
el cielo y me favorece
en darme riquezas tantas
para ofrecer a tus
plantas,
pues mi amor te lo
merece.
Sale LÁZARO
LÁZARO: Sin licencia y sin
llamar,
en vuestra casa me entré
porque asegura mi fe
los temores del dudar.
NABAL: Si otra rosa le has de
dar,
ya está aquí.
LÁZARO: Ni yo he
venido
por ella ni la he
merecido.
NABAL: Pues, ¿qué tu intento
procura?
LÁZARO: Adorar esta hermosura
que imagen de Dios ha sido.
NABAL: ¿Y amar puedes sin
deseo
belleza tan celestial?
LÁZARO: La del alma es inmortal
y ésa estimo y ésa creo;
que la hermosura que
veo
es breve y no satisface.
JOSÉ: Luego, ¿del cielo no nace
la hermosura exterior?
LÁZARO: Sí, mas con menos valor
porque el cielo la
deshace.
¿No suele pintar el
arte
una imagen y figura
en quien forma la
hermosura
y los colores reparte,
proporcionando la
parte
con el todo hasta quedar
con perfección y dejar
naturaleza ofendida?
Y, al fin, le falta la
vida
que el pincel no puede
dar.
ABIGAÍL: La hermosura dulce y
grata
de la mujer más famosa
es una fábrica hermosa
que a la vejez desbarata.
El oro convierte en
plata
y en violetas el clavel;
porque su belleza infiel
del tiempo no la asegura.
Sólo en Dios hay
hermosura;
que eterna ha de ser en
Él.
Sale BALTASAR
BALTASAR: Oye, señor, si no
niegan
el sentimiento y congoja
las palabras y la lengua
y el suceso a la memoria.
Preven montes de
paciencia
en el alma generosa,
porque abismos de
desdichas
con menos lágrimas oigas.
En los campos idumeos,
que de palmas se
coronan
y de tu adversa fortuna
significan la victoria,
dichosos se apacentaban
tus ganados, y en dos
horas
los que en número
excedían
del mar las arenas hondas,
los que con la sed solían
minorar las blancas ondas
del Tigris y del Jordán,
de una peste lastimosa
yacen muertos; que las
hierbas
de Tesalia venenosas
tu desdicha han trasladado
a Sïón para que coman
su misma muerte con
ellas.
O ya en las fuentes
hermosas
los áspides africanos
venenaron su ponzoña.
ABIGAÍL: Bien dicen que la Fortuna
tiene el pie sobre una
bola,
porque no hay firme edificio
fundado en basa redonda.
Lázaro, mucho perdiste.
Si en prosperidad dichosa
te dan modestia los
cielos,
paciencia te den agora.
Sabe Dios lo que me pesa.
NABAL: El alma tengo gozosa.
¡Vive el cielo que me
huelgo!
Caiga ya la vanagloria
y soberbia de este rico
y la pobreza conozca.
LÁZARO: Baltasar, ¿cómo no sabes
que los trabajos son obras
del mismo Dios, y que el
darlos
es usar misericordia?
¿De paciencia me previenes
al referirme una cosa
de que yo debo alegrarme?
Muera el ganado. ¿Qué importa?
¿Dios no es señor de la vida?
¿Y a los brutos y personas
los reparte y quita Él
mismo?
¿Tiene el hombre cosa
propia?
¿No es todo de Dios? Pues, ¿cómo
te lastiman y alborotan
nuestros sucesos? Advierte
que entre las débiles
hojas
de los árboles sustenta
las avecillas que
cortan
la esfera del aire, y
tiene
su providencia memoria
del pececillo pequeño
que entre los mariscos y ovas
del mar está
sumergido.
Luego su mano piadosa
bien me puede sustentar
sin ganados si soy obra
y hechura suya más bella
que el ave más caudalosa.
Sale JORDÁN
JORDÁN: Señor, señor, ¡buenas
nuevas!
NABAL: ¡A tu humor antiguo
tornas!
¿Qué hay de nuevo?
JORDÁN: Dame
albricias
si quieres saber agora
tu ventura.
NABAL: Necio estás.
Acaba.
JORDÁN: Señor, perdona;
que esta vez no he de
decirlas
si con mano generosa
no me das algo primero.
Sea una vez manirota
tu condición ya que
siempre
de avarísima blasona.
NABAL: Vete, loco, y dejamé.
JORDÁN: Pues siquiera alguna cosa
a cuenta de mis
raciones
me has de dar. ¿Qué te alborotas?
NABAL: Ya no intento que me digas
nueva que feliz pregonas,
porque no quiero saberlas
si es que ha de ser a mi
costa.
Nunca me pidas albricias
que aunque ha sido
ceremonia
usada, soy yo excepción
de regla tan perniciosa.
JORDÁN: En fin, ¿por no darme
nada
no escuchas el bien que
ignoras?
Pues yo quiero referirlo
para que cuando me oigas
adviertas de dichas tuyas
en atenciones gustosas
que soy pródigo en hablar
cuando avaro en dar te
nombras.
Sabrás que todas tus
mieses
ya con las espigas
tocan
en los ramos de las
plantas
tan fecundas y copiosas
que darán ciento por una.
Las ovejas, aunque pocas,
cristal del Jordán
bebieron,
ya con sus vellones
doran
los campos, que
multiplican
con prisa maravillosa.
Benigno el cielo te mira
con favor, riqueza y
pompa.
Obligarte quiere a
amar
el camino de su gloria.
Simeón vino a decirlo.
LÁZARO: Siento el alma más gozosa
con estas nuevas, Nabal,
que si fueran mías
propias.
Doyte alegre el parabién.
JORDÁN: ¿No me das alguna cosa?
ABIGAÍL: ¡Con qué modesta paciencia
Lázaro el pecho conforma
con el cielo!
JOSÉ: ¡Aún eso
agrada!
ABIGAÍL: ¡Qué locura tan celosa!
[Sale un CRIADO de LÁZARO]
[CRIADO]: Señor, si desdichas dejan
la prudencia y la memoria
del hombre con fuerza y
vida,
bien has menester
agora
valerte de ellas oyendo
que innumerable langosta
va entrando en tus verdes
mieses
y la tierna espiga
cortan.
Plaga de Egipto parece
pues las ranas y las
moscas
que a Faraón afligieron
no fueron tantas.
LÁZARO: No pongas
nombre de fiera desdicha
a la voluntad notoria
del cielo, ni sientas
tanto
las mudanzas de las cosas.
¿No es muy poderoso Dios?
¿No son secretas sus
obras?
Él la langosta crïó.
Hechura es suya. Pues coma
en hora buena las mieses;
que al hombre todo le
sobra.
Sale [ELIÁZAR] un criado de NABAL
ELIAZAR: ¡Dame albricias!
JORDÁN: ¿Cómo dar?
Bien su condición
ignoras.
De las mías que me ha dado
tomarás las que te tocan
que para los dos habrá;
que son de una data todas.
ELIAZAR: En la heredad que
compraste,
surcando la tierra agora
con los bueyes, un tesoro
de cantidad tan preciosa
hallamos que maravilla;
metales, piedras y
joyas.
¡Las riquezas de
Sïón!
¡El oro de Arabia! Roban
las entrañas de la tierra
que compraste humilde y
poca.
ABIGAÍL: En dos balanzas están
bien distintas y
remotas.
Allí pesan la justicia
y aquí la misericordia.
LÁZARO: Vuelvo otra vez a
alegrarme.
¡Oh, qué nueva tan
gustosa!
NABAL: Abigaíl, la más bella
del mundo, la más hermosa,
riquezas me ha dado el
cielo.
Agora serás mi esposa.
ABIGAÍL: Con la de mi viejo
padre
mi voluntad se
conforma.
Hija obediente he de ser.
Para nada hay
"sí" en mi boca.
NABAL: Pedírsela [he] a su padre.
Voy a guardar las
preciosas
riquezas que
justamente
con mis méritos conforman.
JORDÁN: En eso no te embaraces
que es civilidad notoria.
Como mayordomo tuyo
lo haré yo si no te
enojas;
que es grandeza de señores
no ocuparse en esas cosas
cuando [les] sirven
crïados
que de tan fieles
blasonan.
NABAL: ¡Para robarme mi
hacienda!
JORDÁN: Seguirle pretendo agora
su humor, porque si le
aprieto,
yo apostaré que se ahorca.
Vanse NABAL y JORDÁN
LÁZARO: Vengan de mano de Dios
mis trabajos, que
memoria
tiene de mí pues me envía
tantos bienes, tantas
honras.
ABIGAÍL: El cielo te dé consuelo.
JOSÉ: Lázaro, mi hacienda
toda
es tuya.
LÁZARO: Yo la
agradezco.
ABIGAÍL: Y yo, aunque no soy señora
de los bienes de mi padre,
la parte que a mí me toca
te la ofrezco liberal.
LÁZARO: Dios os haga tan
dichosa
como mi amor lo desea.
Vase [LÁZARO]
ABIGAÍL: Mucho siento sus congojas.
JOSÉ: De sus desdichas me pesa.
ABIGAÍL: Adiós, José.
JOSÉ: Adiós,
señora.
Vanse. Salen NABAL y el PADRE de
ABIGAÍL
NABAL: Ya mi riqueza has
sabido.
Agora, señor, quisiera
(pues a ocasión he
venido, Aparte
si me amor se considera),
ser de Abigaíl
marido.
Del tribu de Judá soy
como tú, noble nací,
y rico ya ves que estoy.
Lo que tengo escucha aquí;
que esto le ofrezco y le
doy:
El Tigris, que el muro
besa
de Babilonia, me baña
la más famosa dehesa
que corona esa montaña
de antiguos robles
espesa.
Luego una viña al
volver
que se mira desde allí
con su casa de placer
que a las viñas de Engadí
competencia puede
hacer.
De mis espigas doradas
a cualquier parte que
vuelvas
verás parvas
levantadas
en agosto, y esas selvas
cubiertas de mis
vacadas,
que a competencia del
cielo
llueven leche sobre el
suelo
haciendo sierpes de plata
como cuando se desata
por las montañas el
hielo.
Y de tanta leche llenas
están, que en toda ocasión
a las dulces Filomenas,
las que verdes hierbas
son,
engañan por azucenas.
Y en una granja
adornada
una casa noblemente
a mi traza fabricada
con un pensil excelente
de abril eterna
posada,
cuya hermosa variedad
aventajan los deseos
de la humana voluntad
y los jardines hibleos
vencen en fertilidad,
por cuyas plantas y
flores,
cuando el agua se desata,
los arroyos corredores
parecen franjón de plata
sobre felpa de
colores.
Que hasta mirar la
beldad
de tu hija, no es jardín;
que es sombra de esta
verdad,
y mi corazón, al fin,
jardín de mi
voluntad.
PADRE: Nabal, estimo el deseo
de hacerme merced, y creo,
por lo que gano este día,
su voluntad fuese mía
que es dichosísimo
empleo.
Yo quisiera darle dote
tal, que envidiarlo
pudiera
rey o sumo sacerdote;
mas la común muerte fiera
que fue de Israel
azote,
me dejó no con riqueza.
No está mi casa sobrada.
Esto me causa tristeza;
pero está privilegiada
de cantidad de
nobleza.
Mas mi hija hallarás,
Nabal, cuanto tú le das;
y si entre los hechos
llenos
de honor, la hacienda es
lo menos,
yo te vengo a dar lo más.
Que te pienso
enriquecer
con una prenda que el
cielo
para ti quiso escoger;
que no hay riqueza en el
suelo
como la buena mujer.
Que aquél que mujer
halló
sabia, honrada y virtüosa,
a la Fortuna venció,
porque es en el mundo cosa
que a pocos se
concedió.
Y no hay cosa al
parecer
más difícil de emprender;
dos cosas, que son hallar
un amigo y acertar
a elegir buena mujer.
Que la mujer escogida
para alivio de la vida
ha de entrar, no tengas
duda,
como la Verdad, desnuda,
y de su fama vestida.
Mas, pues tú parte me
has dado,
Nabal, de tu hacienda,
quiero,
a tu amistad obligado,
de los que en mi hija
espero
darte, hacerte un fiel
traslado.
Todo el oro del Arabia
llevarás en su cabello,
que al sol en rayos
agravia
y quiso con él vencello
la naturaleza sabia.
El africano marfil
está más fino en su
frente,
y en sus mejillas abril,
enseñándose en su oriente
la primavera gentil.
Ventas son de cristal
de la casa de esta huerta
sus ojos, luz celestial,
y su boca hermosa puerta
con umbrales de coral.
En aquesta casa vive
un alma hermosa de quien
nobleza inmortal recibe,
dotada de mayor bien
que el mundo discreto
escribe.
Tiene joyas estimadas
del oro de su opinión
con su virtud esmaltadas,
que las guarda la razón
con mil llaves
encerradas.
Una margarita es,
su memoria siempre en Dios
engastada, y de interés
famosas potencias dos
que se le siguen después.
Éste es todo su caudal
y el mío. No soy ingrato
en ser, Nabal liberal;
mas si escuchaste el
retrato
contempla el original.
Sale ABIGAÍL muy alegre
NABAL: ¡No llega al balcón
dorado
del sol a llamar el día
más bella el alba! ¡Qué agrado!
ABIGAÍL: El corazón me decía
que aquí estabas, padre
amado.
Dame tu mano.
PADRE: El Señor
te bendiga, Abigaíl
NABAL: ¡Qué belleza y resplandor!
¡Qué entendimiento sutil!
El Amor mata de amor.
PADRE: Nabal ha venido aquí
a pedirte por esposa.
Yo la palabra le di.
NABAL: Como la purpúrea rosa
se quedó.
PADRE: ¿Qué dices? Di.
Es rico y de calidad
y de nuestra tribu, y
tiene
este intento.
NABAL: Es gran verdad.
ABIGAÍL: Si tú ves que me conviene,
yo sigo tu voluntad.
Tan ajustada nací
que puedes saber de ti
lo que puedo responder.
PADRE: Nabal, ya es vuestra
mujer.
NABAL: Doyme el parabién a mí.
ABIGAÍL: Y tanto imito a tu amor
siempre, que tu
pensamiento,
como ha de ser en mi
honor,
es el primer movimiento
de mi voluntad,
señor.
PADRE: Eso conozco, hija mía,
y agradezco juntamente.
Nabal, llega.
NABAL: Hoy es el día
más feliz que eternamente
gozó amorosa porfía.
PADRE: Llega, Abigaíl es tuya.
NABAL: Ya gracias le doy al
cielo.
La vida que tengo es tuya.
No hay mayor dicha en el
suelo.
Haz que aquesto se
concluya.
PADRE: Cuando tú quisieres
sea.
NABAL: Luego imagino que es
tarde,
pero para quien desea
un bien, no hay plazo que
aguarde
bien cuando tal bien se
emplea.
PADRE: Dios, en lo que
procuramos
mire nuestra voluntad
de quien la paga
aguardamos.
Vamos, hijos.
NABAL: ¡Qué beldad!
PADRE: ¿No venís?
ABIGAÍL: Ya, señor,
vamos.
Vanse. Salen JORDÁN y ANA, criada
JORDÁN: Ana ilustre, así te vea
ara de un tapiz famoso
y ansina en tu rostro
hermoso
no haya lunares de fea.
Así tu errática
estrella
haga su virtud persona
del título de fregona
al estado de doncella.
Así el tiempo a quien
se humilla
cuanto encuentra y cuanto
roba,
lo que agora en ti es escoba
haga después almohadilla.
Y tus manos que
difuntas
están por lo flaco, en vez
de la mano de almirez
mires bolillos de puntas;
que cases a mi señor.
ANA: ¿Pues soy yo casamentera?
JORDÁN: Mira, has sido cobertera
y emplastadora de
amor.
Esto que llaman unir
voluntades discordantes,
no es oficio de
ignorantes.
Maestros se han de decir
de capilla, el que
acomoda
los desdenes más feroces,
pues une distintas voces
en el compás de una boda.
La voz del bajo se
encuentra
con el reino de
Plutón,
la del tiple es un punzón
que en el alma se nos
entra.
Una al infierno le
envía,
otra sube a las estrellas
y el maestro forma de
ellas
con la unión dulce
armonía.
Así puedo decir yo
que en contrabajo mi amo
está diciendo: "Yo amo",
y ella responde: "Yo no".
Entra tú, linda
maestra,
concuerdas el no y el sí.
Haces su boda y así
se va ordenando la
nuestra.
ANA: Padre tiene
Abigaíl.
JORDÁN: Ya entró mi amo a pedilla;
mas puede una palabrilla,
dicha acaso y con sutil
ingenio hacer cosas
graves.
Di bien de Nabal.
ANA: ¿Qué
bien?
JORDÁN: Yo te lo diré también
para que tú se lo alabes.
Dile que antípoda ha
sido
del hijo pródigo. Infiero
que es infierno del
dinero
pues de él ninguno ha
salido.
Que era malo le dirás
para reloj, y no miento
pues viviéramos a tiento
sin saber hora jamás.
ANA: Luego, ¡nunca da?
JORDÁN: Le
igualo
al mayor señor en eso.
Es muy cuerdo, tiene seso.
ANA: Al fin, ¿para todo es
malo?
¿Ninguna cosa le
salva?
JORDÁN: Sólo para calvo es bueno
porque es descortés.
ANA: ¡Qué
bueno!
JORDÁN: Y no le verán la calva.
No será nada perdido
que no da, ni aun
esperanzas.
ANA: ¿Y con estas alabanzas
le ha de querer por
marido?
JORDÁN: Si, le querrá, porque
en fin
se guardan, si bien se
nota,
la mujer y la bellota
para el puerco más rüín.
¿Qué elección de hombre
bizarro
supiera jamás hacer,
si es animal la mujer
que come carbón y
barro?
Las que tienen tan mal gusto,
¿en qué pueden acertar?
ANA: Esto, Jordán es hablar
a lo malo.
JORDÁN: Y a lo justo.
Sale JOSÉ
JOSÉ: Ana dichosa y más
bella
que los campos del abril,
pues del sol de Abigaíl
eres alba, eres estrella,
tú que mereces tener
por dueño y bien sin
segundo
la mejor mujer del mundo
si es que un ángel es
mujer,
alienta mis esperanzas.
Dile a tu dueño dichoso
que merezca ser su
esposo.
Tú que de su pecho
alcanzas
tal parte, sé
intercesora
con sus ojos soberanos.
ANA: Yo voy.
JORDÁN: Nacéis a dos manos.
Vos sois linda
embarradora.
Vase ANA
JOSÉ: ¿Eres Jordán el crïado
de Nabal?
JORDÁN: Jordán seré.
Su crïado no.
JOSÉ: ¿Por qué?
JORDÁN: Su enemigo no excusado.
JOSÉ: ¿Tanto dinero
tenía
que campo y vacas compró?
JORDÁN: Cierta partida cobró
que Lázaro le debía.
JOSÉ: ¿Y es cantidad la del
oro
que halló?
JORDÁN: Por darle pesar
se lo tengo de contar.
Alto, pues, ¡Va de tesoro!
Hay riquezas infinitas.
JOSÉ: Gustaré de ellas,
contaldas.
JORDÁN: Dos hanegas de
esmeraldas
y cuatro de margaritas.
Un juego de bolos hay
que las bolas son dos
perlas
que se holgarán de verlas
los reyes de
Girlinbay.
Los bolos son filisteos
de oro de grande fineza
y que tienen por cabeza
cama hermosos camafeos.
Un grande mortero
vi
de piedra como un gigante.
El mortero es un diamante
y la mano es un rubí.
Cuando se maja con él
se forma tan dulce son
que sin cuenta ni razón
bailamos todos con él.
Muchas riquezas verás
y no quiero ser prolijo
pues por aquesto se
dijo
y trescientas cosas más.
Doblones hay de dos caras
tan grandes como un
harnero.
JOSÉ: Dime, Jordán, ¿estás
cuero?
JORDÁN: Y más de siete mil
varas
de oro, de plata y de
estaño
sin otras cosas muy ricas,
y, si mucho me replicas,
perlas hay de mi tamaño.
Sale ANA
ANA: Tú eres, Jordán,
desgraciado
que Nabal llegó primero.
JORDÁN: Sonó sin duda el mortero
y a su música han bailado.
ANA: A su padre la ha pedido
y a este punto se la
entrega,
porque la Fortuna ciega
ya la dicha ha repartido.
JORDÁN: El alba será esa boda
de mi gusto, tigre mía,
y la nuestra será el
día.
ANA: Quiéreme bien y me apoda.
No se verá en ese bien.
JORDÁN: Triste el pésame te doy.
ANA: Y al uso del mundo voy
a darles el parabién.
Vanse los dos
JOSÉ: Pues ya no tengo
esperanza,
no quiero estar más aquí.
Gócela Nabal, y a mí
el cielo me dé venganza.
No os gocéis en paz los
dos,
pues yo no la he de tener.
¿Qué no causa una mujer?
Remédieme sólo Dios.
Salen cantando los MÚSICOS y NABAL y ABIGAÍL,
de las manos. [Salen] ANA, JORDÁN
y el PADRE de ABIGAÍL
MÚSICOS: ¡Viva mil años Nabal,
y también viva otros
mil
la discreta Abigaíl!
Nunca conozcan el mal.
NABAL: Felice, esposa, has de
ser
pues vivirás siendo mía
con honra y con
alegría
más que ninguna mujer.
En esta casa has de ver
tantas riquezas unidas
que exceden a las de Midas
como las sepas
guardar;
que ya las empieza a dar
el cielo, autor de las
vidas.
A tu padre agradecida
estarás mientras viviere,
pues tanto te estima y
quiere
que te entrega a tal
marido.
También yo dichoso he sido
pues Fortuna con largueza
a hacerme próspero empieza
y a un tiempo vengo a
tener
la riqueza y la mujer
que me guarde la riqueza.
PADRE: La bendición del Señor
te alcance. ¡Ay, hija querida!
ABIGAÍL: Y Él guarde, señor, tu
vida.
¿Lloras?
PADRE: Es llanto de amor,
no de pena ni dolor,
[cuando así te alegrarás].
Pienso no te he de ver más
porque pienso
retirarme
a Betulia.
ABIGAÍL: ¿Para darme
penas y tristezas vas?
JORDÁN: (Aun no le dijo el
cobarde Aparte
que su riqueza conoce,
"Tengo mujer que la
goce"
sino "mujer que la
guarde".)
ABIGAÍL: Aunque la Fortuna tarde
en darte prosperidad,
con gusto y con humildad
tendrás una esclava en
mí.
De mi padre fue hasta
aquí,
tuya es ya mi voluntad.
JORDÁN: La gente que a
acompañar
se ha venido, está allá
fuera
sin irse, a comer; que
espera
que la hemos de convidar
como es uso. Mas no tienes
prevención y estoy
confuso.
NABAL: Quebrar la pierna al mal
uso,
dice el refrán. Necio vienes.
JORDÁN: Haz que algunos dulces
traigan
y entre todos los reparte.
NABAL: Convídales de mi parte.
JORDÁN: ¿A qué diré?
NABAL: ¡A que se
vayan!
Así el pobre
satisfaga;
que el rico con su poder
basta que lo pueda hacer.
No es menester que lo
haga.
Los ricos eso tenemos;
que nos han de
acompañar
porque los podemos dar,
pero no porque les demos.
JORDÁN: Ése es un gentil
amparo.
NABAL: Muy pródigo estás, Jordán.
Despídelos.
JORDÁN: ¿Qué
dirán?
NABAL: Que soy discreto.
JORDÁN: ¡Y avaro!
NABAL: Así como así lo dicen
del rico no se contentan.
Si lo han de decir, no
mientan.
¿No vas luego?
JORDÁN: Hoy se
eternicen
tus hechos en el
infierno.
No doy por tu
salvación
un cornado. ¡Qué ambición!
NABAL: De esta suerte me
gobierno.
¿Qué haces?
JORDÁN: A
despacharlos
voy al momento.
Vase JORDÁN
NABAL: Señora,
no he querido darte agora
cuidado en el regalarlos.
Huéspedes hartan, y
olvidan
al momento el
beneficio,
y los hombres de mi juicio
ni prestan ya ni convidan.
Sale JORDÁN
JORDÁN: Ya que a nadie has
convidado,
pobres, si a piedad te
mueves,
esperan a los relieves
de la boda y se han
juntado.
¿Dales algo?
NABAL: ¡Qué indiscreto!
De tu ignorancia me pesa,
necio. Si la causa cesa,
¿no ves que cesa el
efecto?
Si convite no hay, ¿qué
quieres?
Nada sobra. Dales nada.
JORDÁN: ¡Qué regla tan acertada!
¡Qué jurisperito eres!
Y estos músicos, ¿qué
harán?
Pobres son; ya los
conoces.
NABAL: No me dieron ellos voces.
Dales voces tú, Jordán.
¿No basta haberlos oído
cantando mal?
JORDÁN: ¿Y es razón?
NABAL: Si les he dado atención
ya pagué lo que he debido.
JORDÁN: Ya cantaron. Piedad haya.
NABAL: Diles que si oí cantar,
que también les oí
templar,
que uno por otro se vaya.
JORDÁN: Jamás avaricia vi
tan puesta en razón y en
arte.
Alto, a contar a otra
parte;
que estamos sordos
aquí.
Sale LÁZARO vestido pobremente y los
MÚSICOS se van
LÁZARO: Sálveos Dios, que no
podía
esperar humano bien
sin daros el parabién
en medio de esta alegría.
Vivan vuestras
voluntades
en paz tan larga y unida
que le quede vuestra vida
por años, no por edades.
En dulce amor y sosiego
vuestra lengua a Dios
invoque
y a vuestra hacienda no
toque
peste, langosta ni fuego.
No lleguéis los dos a
ver
en fortuna singular
ni la cara del pesar
ni la espalda del placer.
Tú, Nabal, cuanto
deseas
logres sin mudanza alguna.
La Ocasión y la Fortuna
a tus pies se
inclinen. Veas
hijos de nietos, que así
al año parecerías
con sus meses y sus días.
ABIGAÍL: Lástima tengo de ti.
A llanto me has
provocado.
No te quisiera escuchar
pues no te puedo pagar
el parabién que me has
dado.
Y ya envidio el mal que
tienes
pues que con paciencia
tal,
cuando has de sentir tu
mal
te alegran ajenos bienes.
Y así, Lázaro, prevengo
que, pues lástima me das,
valen tus trabajos
más
que las dichas que yo
tengo;
porque, si en la dicha
mía
llego a sentir tu pesar
y te puedes alegrar
de mi gusto y mi alegría,
claro está que valen
más
los trabajos que tuviste
pues yo dichosa, estoy
triste
y tú tan alegre estás.
JORDÁN: Pobre de él, a comer
viene
por una tablilla, di,
¿hoy no convidan aquí
aunque ya puesta la tiene
tu fama?
NABAL: ¡Bárbaro,
calla!
JORDÁN: Sólo consejos me has
dado.
PADRE: Lázaro, ¿cómo has quedado
de la sangrienta batalla
que la Fortuna te dio?
LÁZARO: Señor, ya todo es
violento,
y así me dejó
contento,
pues con salud me dejó.
Para pagar mis crïados
hasta el vestido vendí,
porque todo lo perdí
pero quedé sin
cuidados.
Cualquier hombre que no
deba
se puede llamar felice,
y como el proverbio dice,
"No tengo cosa en que
llueva
el cielo, pero
tendré
esperanzas y
consuelo",
que son las lluvias del
cielo
más seguras.
ABIGAÍL: ¡Grande fe!
Dueño, esposo,
convidemos
a Lázaro, que quizá
para comer no tendrá.
NABAL: Buen envidioso tendremos
a nuestra mesa. Es forzoso
que tengan antipatía
la pobreza y la
alegría,
el desdichado y dichoso.
Esposa, convites tales
entre iguales han de ser,
porque el brindis y el
placer
puedan también ser
iguales.
PADRE: Estando enfermo, me ha
hecho
muchos bienes en su vida.
ABIGAÍL: Pues yo quiero,
agradecida,
quitarme aquésta del
pecho.
Toma, Lázaro, por paga
Dale una joya
aquesta joya, y podrás
vestirte mejor.
LÁZARO: Me das
el remedio. Dios te haga
tanto bien como deseo.
No al quitar, seguro y
firme,
porque así podré vestirme
sin ser fábula y trofeo
de la Fortuna.
NABAL: ¡Mujer,
que apenas te viste mía
cuando luego al primer
día
me has comenzado a
ofender!
¿Tú puedes, sin mi licencia,
dar cosa ninguna ya?
¿Sabes del modo que está
la mujer en la
obediencia
del marido? A no mirar;
que es el tálamo primero.
Más colérico y más fiero
te llegaré a castigar.
Y tú, necio codicioso,
que la tomaste, ¿no ves
que sólo su dueño es
la voluntad de su esposo?
Dame, loco.
PADRE: ¡Qué
arrogancia!
LÁZARO: Tienes, amigo, razón;
pero la buena intención
en ella, en mí la
arrogancia,
disculpa nos puede dar.
Tómala pues, sin enojos.
Dásela
ABIGAÍL: (¿Qué bodas son éstas,
ojos? Aparte
Empecemos a llorar).
Vase ABIGAÍL
PADRE: ¡Oh, avaro!, aunque más
te sobre
y el pródigo esté perdido,
rico, el pródigo habrá
sido
y tú siempre serás
pobre.
Vase el PADRE
ANA: ¡Pesadumbres al entrar!
¡Éstos los regalos eran!
Vase ANA
JORDÁN: Diluvios de hambre me
esperan.
¡Ea, aprender a nadar!
Vase JORDÁN
LÁZARO: No te enojes tú, yo
voy.
Unid vuestras voluntades.
NABAL: No quiero estas
humildades;
que colérico estoy.
Salen el DEMONIO en traje de pobre, y CUSTODIO
CUSTODIO: ¿Dónde vas, opuesto a
Dios?
DEMONIO: Donde me lleva el
destino,
por si por este camino
hago pecar a los dos.
[A NABAL]
Dame limosna, pues dijo
un filósofo moral
que el hombre es tan
liberal
cuando tiene regocijo.
El que su boda celebra
franco tendrá el corazón.
NABAL: ¿Qué regla hay sin
excepción?
¿Qué costumbre no se
quiebra?
¿Qué fe duró en los
amigos?
¿Qué esperanzas no hay
inciertas?
¡Hola! Cerrad esas puertas,
que van lloviendo
mendigos.
Vase NABAL
DEMONIO: El primero soy que
pide
que huelga que no le den.
CUSTODIO: Pide a Lázaro también.
Veremos si te despide.
DEMONIO: Una limosna procura
uno que cautivo ha estado.
LÁZARO: A mal tiempo habéis
llegado.
¡Oh, criador de la
criatura!
¡Oh, quién tuviera qué
dar!
El corazón me traspasa.
El alma en fuego se
abrasa.
Bien me puedes perdonar.
Amigo, piadoso vengo
a ver tu necesidad,
sólo puedo dar piedad
que sólo lágrimas
tengo.
Si este vestidillo
fuere
bastante a tu mal, no dudo
de quedar por ti desnudo
como el hombre nace y muere.
Ayer, amigo, podía
con tal huésped regalarme.
Hoy no tengo donde
entrarme
cuando se nos vaya el día.
Ya no habrá, según
estoy,
quien me pueda
conocer.
Llamábanme "el
rico" ayer
y "el pobre" me
llaman hoy.
Pero con pobreza tal,
sano estoy, gracias a
Dios,
y os podré llevar a
vos
en hombros al hospital
si estáis enfermo.
DEMONIO:
Impaciencia
es la enfermedad que veo,
y soy tal que apenas creo
que tiene Dios
providencia.
¿Por qué tan mudos
estamos
en miserias tan feroces?
¿Y por qué no damos voces
y del cielo nos quejamos?
Vos tan pobre y yo tan
pobre,
¿esto habemos de sufrir,
destinados a vivir
de lo que a otros les
sobre?
LÁZARO: Amigo, amigo, no os den
así impulsos de
impaciente.
Dios es pródigo y
consiente
nuestro mal por nuestro
bien.
Aunque en riqueza me
vi,
tantos males me cercaron
que los que allí me
envidiaron
hoy se lastiman de mí.
Mas no por eso, a Dios
gracias,
blasfemias al cielo digo,
pues son piedad o castigo
lo que llamamos
desgracias.
Pecado podré decir,
que oprimen hoy nuestros cuellos.
Arrepintámonos de ellos.
DEMONIO: No me puedo arrepentir.
LÁZARO: Tal decir, sólo se
entiende
del demonio. [Eso es] pecar,
porque no puede olvidar
lo que una vez aprehende.
DEMONIO: ¿Qué sabes tú si lo
soy?
LÁZARO: (Dejarlo es mayor
prudencia Aparte
pues que le da mi
paciencia
los consejos que le doy.
Mi consuelo este hombre
ha sido,
mi Dios, más pobre le
tienes,
pues si yo perdí mis
bienes,
la paciencia no he
perdido).
Vase LÁZARO
CUSTODIO: ¿Ves, enemigo del
hombre,
como pobre y provocado,
humilde Lázaro ha estado?
DEMONIO: ¡Qué milagro!
¿No te asombre?
Porque si tiene salud
y la riqueza es la vida,
¿qué pasión habrá que
impida
la fuerza de su virtud?
Dame tú que le faltara
y echaras luego de ver
lo que puede mi poder;
que luego desesperara.
CUSTODIO: Pues yo licencia te doy
de parte de Dios que
quites
su salud.
DEMONIO: Si lo permites,
a darle una lepra voy;
que asco y horror dé a la gente.
No estuvo Job tan llagado
como él será.
CUSTODIO: Ni habrá
estado
el mismo Job tan prudente.
FIN DEL ACTO SEGUNDO