ACTO TERCERO
Salen ABIGAÍL, ANA.
BALTASAR y JORDÁN
ABIGAÍL: Prosigue, que aunque
prevengo
lástima al alma de ver
lo que llega a padecer
Lázaro, y piedad de él
tengo,
tendré gusto de
escuchar
lo que padece en el suelo
hombre a quien regala el
cielo
para poderle alabar.
BALTASAR: Digo que si
pretendieras
en cosas que te importaran
que las peñas ablandaran
y se amansaran las
fieras,
lleno de lepra y gusanos
llega, señora, a
ocupar
como Job un muladar.
ABIGAÍL: Son sucesos soberanos.
¿Tantas penas le
lastiman?
BALTASAR: Sí, pero están engañadas
porque se ven ocupadas
a donde no las estiman.
Con paciencia tan
prudente
se consuela al fatigarle
que pienso que han de
dejarle
por pensar que no las
siente.
No es la hambre la
menor
pena que padece agora
Palestina, pues la llora
desde el pequeño al mayor.
Y como tan general
es ya la hambre crüel
ninguno se acuerda de él.
ABIGAÍL: ¿Cuándo Dios no es
liberal?
Si permite que reciban
aun los gusanos
aliento
también le dará sustento
siquiera porque ellos
vivan.
JORDÁN: Si en esta casa ha de
ser,
y hubieran de aquí
habitar,
siempre habían de ayunar
y nunca habían de comer.
También soy gusano aquí
con Nabal, porque crüel
lo que guía eterna en él
perpetuo ayuno hace en
mí.
ABIGAÍL: Calla, y trae aquel
regalo
que previne.
BALTASAR: Feliz casa.
ABIGAÍL: Porque la hambre que pasa
con mi lástima la igualo,
de Dios es bien que
asegure
la palabra. Tú también
trae paños Ana, que es
bien
que a Lázaro se [le] cure.
ANA: Voy de dolor lastimada.
Vase ANA
JORDÁN: Yo del remedio
contento
partir con Lázaro intento;
que es siempre bien
ordenada
la caridad que
primero
por sí empieza. A guardar voy
la mitad. Con hambre estoy,
y si no como me muero.
Vase JORDÁN
BALTASAR: Pues aún cuenta no te
he dado
de las penas que padece.
ABIGAÍL: Calla, que la mía crece
sólo en haberte escuchado.
Si no quieres que mis
ojos
lloren por el gran dolor
que tienen de tu señor,
y me acaben mis enojos
sus pesares, no me digas;
porque en el sentir le
excedo
cuando remediar no puedo
sus miserias y fatigas.
Sale JORDÁN con una cesta de comida
Mucho, Jordán, me ha
agradado
tu diligencia.
JORDÁN: Señora,
servirte pretendo agora.
(Ya la mitad he sisado.
Si mi señor lo supiera,
por esto que aquí he
traído
y por lo que yo he
escondido,
como a un pulpo me
moliera).
Sale ANA con paños
ANA: Aquí los paños están.
JORDÁN: (Éstos cabales vinieron
mas los dulces se partieron
entre Lázaro y Jordán).
ABIGAÍL: Ana, páguetelo Dios.
ANA: Sólo a tu servicio
atiendo.
NABAL al paño
NABAL: A estos crïados siguiendo
vengo, porque de los dos
justa sospecha he
tenido
que me disipan mi
hacienda.
JORDÁN: A Dios le haces la ofrenda
pues para Lázaro han sido.
Conservas te traigo aquí
para que en tu nombre
coma.
ANA: Yo, paños delgados.
ABIGAÍL:
Toma,
pues que tan dichosa fui,
y llévaselo a aquel
santo,
de paciencia claro
ejemplo.
ANA: En él un ángel
contemplo.
NABAL: ¡Traidores! ¿De qué me espanto
que mi hacienda no se
aumente
al paso que yo deseo,
si de esta suerte la veo
consumir?
ABIGAÍL: Señor,
detente.
No los maltrates por mí.
NABAL: ¿Cómo no? ¡Viven los cielos
que han de pagar mis
desvelos
Saca la daga
con su muerte! Pues, ¿así
la hacienda de vuestro
dueño
robáis con mano tirana?
JORDÁN: Quien tiene la culpa es
Ana;
que me engañó. ¡Fuerte
empeño!
Que tengas piedad te
pido.
NABAL: Mi enojo así
satisfago.
JORDÁN: ¿No lo dije yo? Ya pago
lo que hurté, y aún no he
comido.
Detenle, por Dios,
señora,
pues fuiste tú la culpada.
ABIGAÍL: Aguarda, esposo.
JORDÁN: No es
nada;
más emperrado está agora.
NABAL: ¡Morirás, traidor!
JORDÁN: Tu acero
a envainar puedes volver;
que no le queda que hacer
cuando de hambre me
muero.
¡Qué rigurosa es mi
estrella!
Deja a JORDÁN
ANA: Señor... piedad, ¡ay de
mí!
JORDÁN: Con Ana ha encontrado,
¡así,
así, así, péguela a ella!
ABIGAÍL: Advierte, Nabal
querido,
que con mi orden se da
lo que lleva. Deja ya
el rigor que te ha
vencido.
NABAL: ¡Suéltame!
ABIGAÍL: Yo te
confieso
que en mi nombre lo
llevaba.
Su abono a mi cargo
estaba.
No es limosna con exceso.
JORDÁN: Señor, si soy menester,
aquí estoy para azotarla.
Muy bien haces en
pegarla
porque todo es
menester.
ANA: ¡Ah, señor!
JORDÁN: No te
alborotes,
Ana, en aquesta ocasión.
Sangrías por mayo son
ocho docenas de
azotes.
ABIGAÍL: Un pobre regalo es
para Lázaro, tan
pobre,
que no hay cosa que le
sobre
sino la fama que ves.
Lázaro es santo
varón.
Halle en tu prosperidad
favor su necesidad.
NABAL: ¡Qué loca y necia opinión!
¿Ha de correr por mi
cuenta
la miseria que padece?
Demás que, ¿no lo merece,
pues que Dios no le
sustenta?
Por sus pecados llegó
a ser afrenta del suelo;
y hombre que castiga el
cielo
no es bien favorezca yo.
BALTASAR: Pechos de piedad
desnudos
mueran en su estimación.
Estásle en obligación
de mil quinientos
escudos
que te dio Lázaro un día;
que no has de poder
negarlos.
Por no avergonzarte al
darlos
fingió que te los debía.
Ellos el principio
fueron
de las riquezas que
tienes.
NABAL: Necio y enfadoso vienes.
¡Qué buena traza
advirtieron
para moverme a piedad.
JORDÁN: No es criminal, es
civil
nuestro amo.
NABAL: Abigaíl,
padezca necesidad
quien la tuviere, y en
ti
halle el pobre mano
escasa;
que la piedad en mi
casa
viene a ser ofensa en mí.
Nada le ha de dar mi
mano.
JORDÁN: Convencerle es por demás.
NABAL: ¡Mal haya yo si jamás
diere limosna!
ABIGAÍL: ¡Ah,
tirano!
BALTASAR: ¡Qué hay rico tan
avariento!
NABAL: No habrá paz en nuestros
días
si sé que a Lázaro envías
el más mínimo sustento.
Toda aquesta hacienda
es mía.
Nada tengo que me sobre.
Trabaje y gánelo el pobre.
JORDÁN: (No vi mayor tiranía).
Vase NABAL y llévase los paños y los
dulces
ABIGAÍL: Baltasar, ven de aquí a
un hora
que Ana te aguardará
en el patio, y te dará
algo que lleves.
BALTASAR: Señora,
guárdete el cielo.
Vase BALTASAR
ABIGAÍL: Ana,
ven.
ANA: Su avaricia al mundo
asombre.
JORDÁN: ¡Fuego de Dios en tal
hombre!
Mala pedrada le den.
Yo le tengo de llevar
lo que para mí escondí.
ABIGAÍL: ¡Ay, Ana, no estoy en mí!
Todo es tristeza y
pesar.
¡Qué permitiese mi
suerte
infeliz que me casara
con tal hombre!
JORDÁN: No dudara,
señora, en darle la
muerte.
ABIGAÍL: Jordán, ¡si fuera
posible
que una principal
mujer,
si llega el marido a ser
para su trato insufrible,
que vengarse de él
pudiera
sin quedar mancha en su
honor!
Algunas hay que el furor
y el enojo las venciera,
pero como la venganza
contra el marido ha de ser
perdiendo honor la
mujer,
es infame quien la
alcanza.
ANA: ¿Posible es que no te
enfada
un avaro?
ABIGAÍL: ¿Qué he de hacer?
Bien conozco que he de ser
en extremo desdichada.
Conozco que Dios
pretende
con tan justas penas mías
que llore noches y días.
Castigos son. Él se entiende.
Si mi padre no se
fuera
a Betulia, cosa es clara
que algo me consolara
y algún alivio tuviera.
JORDÁN: ¿Al fin pretendes pasar
una vida tan pesada?
ABIGAÍL: Sí, mientras fuere casada.
JORDÁN: Y un siglo te ha de durar.
Si el diablo se le
llevara,
que ruego a Dios que sea
luego,
yo estuviera con
sosiego;
que por lo menos cobrara.
ANA: ¿Agora te afliges de
esto?
JORDÁN: Daréle, si hay ocasión,
rejalgar como a ratón
que es muy amigo de
queso.
Y sin temor que me
obligue
a que yo pruebe del plato,
que aunque es ilustre
aparato
el que sus manjares sigue,
segura estará mi
vida
a su mesa celebrada,
pues que por no darme nada
no hace salva a la comida.
ABIGAÍL: Deja locuras agora;
que querrá Nabal
comer.
Vase ABIGAÍL
JORDÁN: ¡Oh, qué perfecta mujer!
ANA: ¡Oh, qué buena es mi
señora!
Vanse. Sale LÁZARO con muletas y
unos paños en
las piernas, y unas tablillas en las manos como le pintan, y
tócalas de cuando en cuando
LÁZARO: Inmenso y soberano
artífice del cielo, en
quien se puso
el poder de tu mano
cuando, estando en tu mano
el caos confuso,
en partes dividiste
con sola una palabra que
dijiste;
si el hombre que te
invoca
y ser imagen de su autor
alcanza,
el soplo de tu boca
el alma le infundió, y la
semejanza
mostrando con luz pura
la fuerza del criador y la
criatura;
si con tiernas
entrañas
das vida dentro el mar al
pez, y sabes
en el aire y montañas
sustentar a las fieras y a
las aves
que con su dulce canto
invocan tu poder y nombre
santo;
si te muestras piadoso,
Señor, de los ejércitos,
Dios mío,
y a tu pueblo dichoso
sustentas con el cándido
rocío
y por su sed ardiente
abres en peñas cristalina
fuente;
si estando tu profeta
en el lago crüel de los
leones
la hambre le respeta
y rompiendo las lóbregas
prisiones
del aire viene a vello
colgado otro profeta de un
cabello;
de mí, Señor, te
acuerda
que mi pobreza es tanta
que me obliga
a que con hambre
pierda
la vida que me das para
que diga:
"¡Oh, santo, santo,
santo!",
siguiendo del querub la
voz y el canto;
mas ya del rico ponen
las espléndidas mesas, y
confío
que cuando le coronen
la taza del licor en nieve
frío,
me dé lo que le sobre,
que de esto es acreedor
cualquiera pobre.
Segundo Job llagado
me tenéis con paciencia,
Dios del cielo,
de nadie consolado,
mal dije, Gran Señor, ¿qué
más consuelo
en tan fiero combate
que no tener mujer que me
maltrate?
Del mundo aborrecido
con mis llagas estoy, y mi
pobreza,
cuando limosna pido
doy asco al que administra
tu riqueza.
El pobre dar desea
y dice con piedad, Dios te
provea.
Mi dicha en esto es
alta,
que el pobre a quien le
falta la paciencia
y el rico a quien le falta
la dulce caridad, sin
resistencia
llorarán igualmente,
uno de avaro y otro de
impaciente.
Sacan ANA y JORDÁN la mesa llena de viandas y
muchas rosas esparcidas. Los
MÚSICOS salen tocando y
NABAL se asiente a la mesa
NABAL: ¿Qué deleite se iguala
al llegar a una espléndida
comida
donde el hombre regala
al cuerpo que es columna
de la vida,
bebiendo en mesas tales
aromático vino entre
cristales?
Cantadme agora en tanto
que a mí mismo me brindo
con aroma,
y sirva vuestro canto
de abrirme el apetito
cuando coma.
¡Dichoso yo que veo
manjares a medida del
deseo!
Come y los MÚSICOS tocan dos compases de
guitarra. LÁZARO toca otros dos
con las
tablillas
Tañed. Cantad.
LÁZARO: Si es
pía
el triste son de un mísero
llagado,
esa dulce armonía,
éste que aquí tan llagado
ha llegado,
Lázaro es él que llama.
Lágrimas tiernas de piedad
derrama.
Señor y padre mío,
que el rico es padre y
dueño del que es pobre,
en tu piedad confío.
Con hambre estoy y espero
lo que sobre
en tu mesa opulenta;
que el cielo lo pondrá por
mí a mi cuenta.
NABAL: Cantad.
MÚSICOS: "Al valle
ameno
mira envidioso el monte
levantado,
de sombra y flores
lleno".
JORDÁN: Y así mira este pobre
lastimado
con hambrientos antojos
los manjares que come por
los ojos.
Y aunque con ansia
mucha
caritativo ya le solicita,
su triste voz no
escucha;
que su dureza avara es
infinita.
Castigo tendrá eterno.
Allá se lo dirán en el
infierno.
LÁZARO: Señor, a quien el cielo
repartió liberal riqueza
tanta
que al Líbano y Carmelo
el poder de tu mano se
levanta,
de hambre me estoy
muriendo.
Un pedazo de pan sólo
pretendo.
A los viles gusanos
en las entrañas de la
tierra dura
dan sustento las manos
de Dios, que no desprecia
su criatura.
Un dios eres segundo.
Sustenta este gusano vil
del mundo.
NABAL: Tañed.
LÁZARO: Si en los oídos
regalados con música süave,
salen tristes gemidos
de lágrimas, y quejas
tiernas cabe,
enternézcaos mi
llanto
que así la providencia de
Dios canto.
JORDÁN: ¿Estás endemoniado?
Mira a tu amigo en muchas
ocasiones.
NABAL: Calla.
JORDÁN: No [estés] airado.
Un bolsillo te dio con
cien doblones.
LÁZARO: Agua me dad siquiera
porque no me la dan por
allá fuera.
NABAL: No quiero.
LÁZARO: Mansos ríos
de espacio van al mar por
verdes prados
y por valles
sombríos.
Los ricos son así, que
regalados
sus vidas largas hacen
aunque sujetos a la muerte
nacen.
La limosna piadosa
computa con sus máquinas divinas
esa fábrica hermosa
de murallas y esferas
cristalinas
en cuyo trono asiste
la luz que con sus rayos
nos embiste.
Señor, gana y
conquista
estas murallas de zafir luciente
que la angélica vista
deslumbrada cayó de
transparente
asiento luminoso
donde tú subirás si eres
piadoso.
Las migajas deseo
o los huesos que das a tus
lebreles.
Cercano mi fin veo.
JORDÁN: No tengas las entrañas tan
crüeles.
¿Cuál tigre o leona fiera
su desdichada voz no le
moviera?
Duélete de él, repara
que sin remedio ya de
hambre se muere.
¡Qué obstinación tan rara!
Ningún sustento de él
Lázaro espere.
Comes, callas y amorras.
Advierte que de gloria te
lo ahorras.
NABAL: Vete, pobre importuno,
que nada te han de dar mis
manos ricas.
Conquista con ayuno
los muros de zafir que tú
publicas,
que el manjar que has
mirado
es poco para mí, pobre
cansado.
Si son de Job tus
llagas,
son el estiércol suyo mis umbrales.
Con voces no deshagas
el gusto que me dan varios
cristales.
LÁZARO: ¡Qué seas tan ingrato!
JORDÁN: ¡Gana me da de darle con
un plato!
Alza JORDÁN un plato por detrás para
querer darle a su amo
NABAL: En otras puertas llora;
quizá te arrojarán o pan o
huesos.
LÁZARO: A Dios, pródigo adora
mi pecho y Él gobierna mis
sucesos.
NABAL: Échale luego a coces
que ya me cansan mucho
aquellas voces.
LÁZARO: Castigo es, Rey eterno,
de mis culpas no hallar
piedad humana.
JORDÁN: ¡En mi vida! Estoy tierno.
LÁZARO: Amigo, yo me iré de buena
gana.
JORDÁN: Ande, que darle quiero
en saliendo allá fuera
algún dinero.
LÁZARO: Tú, rico sin segundo,
trueques por Dios la pompa
y majestades
que tienes en el
mundo,
y vive en dulce paz largas
edades.
Mi fin se va viniendo.
No he de poder salir a lo
que entiendo.
Va andando LÁZARO, y JORDÁN saca un
panecillo del pecho y sin que le vea NABAL, se lo da a
LÁZARO
JORDÁN: Aqueste pan he hurtado.
Anímese con él y salga
aprisa.
LÁZARO: Dios te pague el cuidado.
JORDÁN: Aquí también le tengo, de
mi sisa,
dineros.
Saca una bolsa de cuero
LÁZARO: Lo agradezco.
JORDÁN: Cuanto pueda sisar, yo se
lo ofrezco
Vanse LÁZARO y JORDÁN. Levántase
NABAL de comer y quitan la mesa luego
NABAL: Canten, pues ya me
dejas,
¡mendigo pertinaz!
MÚSICOS: "El
dulce acento
regala las orejas
del que vive en el mundo
tan contento
que nada le fastidia
sino es la lengua de la ajena
envidia".
Sale JORDÁN [y encuentra a NABAL durmiendo]
JORDÁN: La música y comida
sus ojos sepultó en pesado
sueño.
Él tiene linda vida.
Dejémosle dormir. ¡Oh, avaro dueño!,
¿cuándo querrán los
hados
que hagas limosna y pagues
tus crïados?
No es temeraria pensión
la que tengo, que acabando
de comer, le esté
guardando
el sueño sin redención.
NABAL: ¿Qué me quieres ilusión?
JORDÁN: Parece que está soñando
o que está desvarïando.
¿Si es acaso borrachera?
NABAL: Nada de aquesto me
altera.
JORDÁN: Entre sí está agonizando.
Sale el DEMONIO con una culebra en la cabeza y asga al
rico del pescuezo
DEMONIO: ¡Rico, rico!
NABAL: ¿Quién me
llama
con tal espanto y
violencia?
DEMONIO: Quien tomará residencia
a tu vida y a tu fama;
quien vidas hurta, y
derrama
los tesoros que has
guardado.
Mira en sueño reputado
el bien que esperas.
NABAL: Visión,
no acometas a
traición
hombre que está
descuidado.
JORDÁN: Prodigios estoy mirando.
¿Cómo me podré escapar?
Pero no me da lugar.
¡Ay de mí! Que estoy temblando.
Hacia mí se va llegando
[.........
.........
.........
.........
.........]
Esto me faltaba sólo.
¿Qué he de hacer? Hacía mí viene.
¡Qué mala cara que tiene!
Parece imagen de
Apolo.
¿Si pensando que soy bolo,
hoy me birlase al
profundo?
Pero sin duda me hundo.
La bola quiero escurrir
que no pretendo partir
en tal posta al otro
mundo.
DEMONIO: ¿Dónde vas?
JORDÁN: (Aquí me
llego.) Aparte
A Roma.
DEMONIO: Irás a otra parte.
JORDÁN: ¿Qué quieres?
DEMONIO: No más que
ahogarte.
JORDÁN: ¿Por qué?
DEMONIO: Porque vayas
luego
con tu amo al eterno fuego
a servirle.
JORDÁN: Ese convite
mi grande miedo no admite.
DEMONIO: Tendrás salario y ración.
JORDÁN: No quiero pagas que
son
en moneda de alcrevite.
DEMONIO: Esto ha de ser.
JORDÁN: ¡Ay de mí!
Hecho una basura estoy.
Mira que rico no soy,
que lo es quien duerme
allí.
¿No hay quien me socorra
aquí?
Que es pobre Jordán,
advierte.
DEMONIO: Quédate y llore su suerte
ese rico en mortal hielo;
que sólo me manda el
cielo
que a Nabal le dé la
muerte
Vase el DEMONIO
NABAL: ¡Qué triste y pesado
sueño!
Hoy muero. Sí, no lo dudo.
La muerte quitarme pudo
un tesoro no pequeño.
JORDÁN: Sí, que el avaro no es
dueño
de su hacienda.
NABAL: Esclavo es
suyo,
y pues la vida concluyo
y mi dueño me negó,
no sólo he visto que
yo
esclavo soy pero cúyo.
JORDÁN: Mira y confía en Dios
santo,
el que los cielos
gobierna;
la temporal y la eterna
te aguarda en amargo
llanto.
No estés obstinado tanto
ya que el oro te trató
como a esclavo, y te dejó
para que todo te sobre.
Manda repartirlo al
pobre.
NABAL: Eso no lo diré yo.
Mi dueño fue mi
avaricia;
mi riqueza fue mi dueño,
y agora con este sueño
va creciendo mi
malicia;
porque es tanta mi codicia
que muero amándola yo.
JORDÁN: Bien tu mano la guardó.
NABAL: Gustó mi avaricia de ello,
y en guardarle hice aquello
que cuyo soy me mandó;
mas ya la gula me ha
dado
el fin que me prometía
la tirana apoplegía.
La voz al cuello me ha
echado.
JORDÁN: Y es infierno dilatado
su ancha boca.
Ábrese la boca del infierno y echa llamas
NABAL: Sí, soy tuyo,
dragón. Vesme aquí, no huyo.
A ti voy; bien sé el
camino
pues quiere el cielo
divino
que no diga que soy suyo.
Entra por la boca
JORDÁN: ¡Señora!, ¡Ana!,
¡Abigaíl!,
¡crïados!, ¡gente!, a mi
voz
acudid, mirad que ha
muerto
mi desdichado señor.
Con llanto le estoy
mirando
aunque no de compasión.
Mi salario que debía
consigo se lo llevó.
¡A dó está no iré a
cobrarlo!,
que en el reino de Plutón
está sin duda ninguna
por su mala inclinación.
¡Acudid presto que es
tarde.
Salen alborotados ANA, ABIGAÍL y BALTASAR
ABIGAÍL: En efecto, que murió
Lázaro. ¡Cómo me pesa!
JORDÁN: ¡La flema que traen los
dos!
ABIGAÍL: Jordán, ¿qué dices?
JORDÁN: Señora,
con impaciencia y furor
murió rabiando tu esposo.
ABIGAÍL: Téngala en el limbo Dios.
JORDÁN: Si está allá Lázaro el
bueno,
mal podrán estar los dos.
Más adelante estará
con Caín y Faraón.
Él murió de apoplegía
y el diablo se le llevó.
ABIGAÍL: Digan las lágrimas mías
la pena del corazón.
¡Ay, esposo!
ANA: A las
mercedes,
al regalo y el favor
que Dios te hace, ¿te
muestras
tan ingrata?
ABIGAÍL: Si murió
mi dueño, ¿no es de sentir
su desdicha?
JORDÁN: ¡No! Es mejor
que celebramos el día
en que esta casa salió
del cautiverio de hambre,
de prisiones, de rigor
y avarienta tiranía.
Todo cuanto me debió
lo perdono de alegría.
Mas no le perdono yo
el susto que por su causa
he pasado. Tal estoy
que aun seguro no me juzgo
de una endiablada visión,
que ya muy poco que nos
hizo
una visita a los dos.
Mostróse tan liberal
que quiso enseñarme hoy
a hacer pasos de garganta
sin haber sido cantor.
Con ella se fue mi amo.
ABIGAÍL: ¡Qué lástima, qué
dolor.
Sale JOSÉ
JOSÉ: ¿Qué voces son éstas,
prima?
ABIGAÍL: ¡Ay, José, desdichas son!
Nabal es muerto, que a
juicio
Dios eterno le llamó.
JORDÁN: Y dará tan mala
cuenta
que no merezca perdón.
JOSÉ: Tratemos de sepultarle
Ruidos de truenos
JORDÁN: De gusto nos excusó,
que su cuerpo no parece.
Oye, señora, el rumor,
los relámpagos y truenos,
la tierra se estremeció.
Aun muerto ha sido
avariento.
Por no gastar, se enterró
con el cuerpo y con el
alma.
ABIGAÍL: ¿Qué he de hacer, mísera
yo?
JORDÁN: Consolarte y darle gracias
al cielo que te sacó
del peor hombre del mundo,
de un tirano, de un
Nerón.
ABIGAÍL: Misterios son de los
cielos.
JOSÉ: Di castigos.
ABIGAÍL: Eso no,
que debo hablar con
respeto
del que fue mi esposo.
JOSÉ: Y yo,
no digo menos,
señora,
que así muestras tu valor.
ABIGAÍL: Vengan pobres a esta casa
donde respeto y temor
me impidieron la piedad.
Abierta está desde
hoy.
Y tomen de las riquezas
que mi fortuna heredó.
Vengan todo mis crïados.
Vanse ABIGAÍL y JOSÉ
JORDÁN: Pues el primero soy yo.
ANA: ¿De alegría no
dijiste
que lo perdonabas?
JORDÁN: No.
Si lo dije por entonces
agora estoy de otro humor.
Vanse. Salen el DEMONIO y
CUSTODIO, vestido de
ángel, entrambos por distintas puertas
DEMONIO: En las esferas más
bellas
de la gloria de Dios
sola,
ángel fui y dragón entre
ellas,
pues derribé con la cola
gran parte de las
estrellas.
Contra mi Autor me
levanto
dando a los cielos
espanto,
y pues el psalmista dijo
que hace el cielo regocijo
en la muerte de algún
santo,
haga fiestas el
infierno
pues tiene tal huésped hoy;
que yo también me gobierno
a su imitación, que soy
émulo de Dios eterno.
CUSTODIO: Hoy está el limbo
gustoso
con la muerte de un
leproso
que de hambre y sed se
murió.
DEMONIO: ¿Por qué no he de estarlo
yo
con un hombre poderoso?
CUSTODIO: Y en nuestra
competencia
llevamos hoy con
justicia,
y ésta fue la diligencia:
tú un rico con avaricia
y yo un pobre con
paciencia.
DEMONIO: Lázaro a vivir empieza.
y el rico entre su
riqueza
en el fuego sepultado.
Hoy le verán coronado
las sierpes de mi cabeza.
Descúbrese una boca de infierno y dentro el
rico con una tunicela de demonio, echando llamas, y CUSTODIO de
un lado y el DEMONIO de otro
CUSTODIO: Desde que naciste fui
tu custodio y compañía.
Buenos consejos te di.
Mi oficio acabó este día
dejándote, avaro, aquí.
Muchos ángeles llevaron
al limbo a Lázaro en
hombros,
que así en la muerte le
honraron
y a ti con miedos y
asombros
demonios te sepultaron.
DEMONIO: Hombre rico, éste es el
pago
que doy, porque al mundo asombre.
Bien dicen que yo me trago
las riquezas y que al
hombre
guerras con ellas le hago.
Tu vana y torpe locura
te trujo a esta
sepultura.
Padece aquí eternos días
pues que en el mundo
tenías
tiempo, lugar y ventura.
CUSTODIO: Cielo pudiste comprar
con el oro, y de
justicia
lo pudieras conquistar.
Adoraste tu avaricia,
hecho tesoro tu altar.
Lázaro que te ha
pedido,
dar puede ya, que ha
venido
con esperanza del bien
al seno piadoso en quien
muchos hay que la han
tenido.
DEMONIO: Censos son con fundamento
las limosnas que da el
rico.
Tus riquezas llevó el
viento
y así agora te predico
para darte más tormento.
Hombres que ricos han
sido,
buena ocasión han
tenido
y, ¡dichosos los que dieron!
Todos salvarse quisieron,
pero pocos han sabido.
CUSTODIO: Podrá preguntar, ¿a
quién
hice mal que pena tal
me dan? Sabe que también
el hombre que no hace mal
está obligado a hacer
bien.
Los ojos de tu locura
allá en esa sepultura
verán el bien que perdiste
pues que vivo no supiste
gozar de la coyuntura.
Descúbrese una capilla y LÁZARO
esté con una tunicela blanca, coronado de rosas, y los
MÚSICOS cantan dentro
MÚSICOS: Danos, cielo, tu rocío;
las nubes lluevan al
justo.
CUSTODIO Considera el desvarío
de tu vida. Allí está el gusto.
NABAL: Y aquí está el tormento
mío.
CUSTODIO: Allí la música suena
que a tu comida y tu
cena
dio el deleite lisonjero,
DEMONIO: Mira y padece, que quiero
prevenirte mayor pena.
NABAL: Custodio, a Lázaro
envía.
Haz que mitigue esta
llama
una gota de agua fría.
CUSTODIO: En vano a Lázaro llama
quien sus puertas no le
abría.
DEMONIO: Miserable y desdichado,
si agua o pan nunca le has
dado,
¿cómo pides y porfías
tú que en el mundo tenías
el pan y el vino sobrado?
NABAL: Vile padecer y creo
que quien tanto
padeció
puede mucho, y como veo
el lugar que mereció,
puede hacer lo que deseo.
CUSTODIO: Lázaro, que ha sido
bueno,
descansa agora en el
seno
de Abrahán. Si no has movido
la mano, ¿por qué has
querido
verle de su gloria ajeno?
NABAL: Ya que venir no le
dejas,
haz que vaya a
predicar
al mundo, porque ablandar
pueda las duras orejas
de mis hermanos, y dar
aviso que estoy aquí.
CUSTODIO: ¿Cómo está piadoso
así
quien bruto fue racional?
NABAL: Por la pena accidental
que me pueden dar a mí.
CUSTODIO: ¿Allá tienen escritura
y profetas?
NABAL: Es más cierto
que dejarán su locura
si ven levantar un muerto
de su misma sepultura.
CUSTODIO: A quien el vicio no
quita
la ley y escritura
santa,
mal dará gloria infinita
ver si un cuerpo se
levanta
del sepulcro y resucita.
NABAL: ¿Todo es imposible?
CUSTODIO: Sí.
NABAL: Pues, muera siglos
aquí,
blasfemando siempre yo
del Autor que me crïó
y del día en que nací.
CUSTODIO: Bárbaro, la boca
cierra.
NABAL: Demonio, viles
criaturas,
guerra al cielo, ¡guerra,
guerra!
CUSTODIO: Gloria al Dios en las
alturas
y paz al hombre en la
tierra.
DEMONIO: Hombres, si avaricia y
gula
vuestros ánimos
despierta,
el rico ya miserable
con premio igual os
espera.
CUSTODIO: Yo por Lázaro os convido
a las celestiales mesas.
DEMONIO: A mi centro voy, a dar
al rico tormento y penas.
Vase el DEMONIO
CUSTODIO: Yo a mi esfera do nací
a darle gracias inmensas
al que es autor de la
vida.
Y aquí acabe la
comedia
de Nabal, cuyo prodigio
escribió Mira de Amescua
para escarmiento de
muchos.
Perdonad las faltas
nuestras.
FIN DE LA COMEDIA