LOA FAMOSA
Hala de echar mujer en hábito de
labradora
Perdióse en un monte un
Rey
andando a caza una tarde
con lo mejor de su gente:
duques, príncipes y grandes.
El sol hasta mediodía
abrasó con rayos tales
que el mundo a Faetón, su
hijo,
temió, otra vez arrogante.
Pero revolviendo el tiempo
y levantándose el
aire
se cubrió el cielo de
nieblas
y amenazó tempestades.
Huyó a la choza el pastor,
y a la venta el caminante
y amainaron los
pilotos
todo el lienzo de las
naves.
Díjole al Rey un montero
que al pie de aquellos
pinares
estaba una casería
en tal ocasión
bastante.
Bajaron por una peñas
entre mirtos y arrayanes,
guiándoles el rumor
que remolinaba el aire.
Vieron que en un manso
arroyo
se bañaban los umbrales
de un mal labrado cortijo
con olmos delante.
Apeóse el Rey, y entrando,
primero que se sentase,
quiso ver el dueño y
huéspeda
y como en su casa
honrarle.
Supo el labrador apenas
que las personas reales
ocupaban su aposento,
cuando en hielo se
deshace.
Entró su pobre familia
a decirle que no aguarde,
pues le quiere ver el Rey,
a que al mismo Rey le
hable.
Tiembla el labrador de
nuevo,
mira el sayo miserable,
las abarcas y las pieles,
y de vergüenza no sale.
El pobre cortijo mira
como vigüela sin trastes,
hecho de pajas el techo
sobre unos viejos pillares.
Llamó a su mujer, y dice
"Mujer, a huéspedes
tales,
si no es el alma, no tengo
casa ni mesa que darles.
Salid y decidle al Rey
que no es mucho me
acobarde
ver su persona real
en mis pajizos portales,
que coma en la voluntad,
que es mesa que a Dios
aplace,
y duerma en el buen deseo,
que no tengo más que
darle;
que vos, como sois mujer,
pues no hay cosa que no
alcancen,
hallaréis gracia en sus ojos,
y al fin podréis
disculparme".
Dicen que entró la
mujer
muy temerosa a hablarle
por la obligación que tienen
de cuanto el marido mande,
y el Rey, muy agradecido
a su vergüenza
notable,
cenó y durmió más contento
que entre holandas y
cambrayes.
Yo pienso, senado ilustre,
que es esto muy semejante
de lo que hoy pasa a
Riquelme
con este humilde
hospedaje.
En cada cual miro un rey,
un César, un Alejandre;
su pobre familia mira,
que es la que a serviros
trae.
Si no salió el labrador
teniendo a su Rey delante,
quien ve tantos, ¿qué ha
de hacer
sino lo que veis que hace?
Mandóme, como mujer,
que saliese a disculparle;
fue la obediencia forzosa,
aunque rústico el
lenguaje.
No os ofrece grandes
salas,
llenas
de pinturas graves,
de
celebradas comedias
por
autores arrogantes.
No os ofrece ricas mesas
llenas de gusto y donaire,
sino voluntad humilde,
que es la que con reyes
vale.
Perdonad al labrador,
pues hoy en su casa
entrasteis,
porque me agradezca a mí
las mercedes que hoy
alcance.
Oíd la pobre familia;
ya los labradores salen,
mientras que vuelvo a la
corte,
bésoos los pies, Dios os guarde.