ACTO PRIMERO
Salen en orden los que
pudieren, con algunos despojos
y banderas y a la postre FILIPO
FILIPO: Invicto César famoso,
cuya mano poderosa
temen la blanca Alemania
y la abrasada Etïopia;
tú, que en los hombros
sustentas
el Africa, Asia Europa,
volando tu nombre eterno
en las águilas de Roma;
tú, que ceñiste la frente
con esa inmortal
corona,
al polo del otro mundo
quieres llegar con tus
obras;
ya que del ártico helado
hasta la tórrida zona
pagan tributo a tu
imperio,
sal a ver nuestras victorias.
Triunfando, señor, venimos
a la gran Constantinopla
de los fieros esclavonios
que de Misia huyendo
tornan.
Restaurado queda el reino;
tus empresas prodigiosas
que son espanto del mundo
piden guirnaldas de
gloria.
Sube a los muros
soberbios
que de estrellas se
coronan
porque su altas almenas
la triforme luna tocan.
Verás tu ejército ufano
con la gente
victoriosa,
que con bárbaros despojos
los gallardos brazos
honran.
Verás la región del aire
que la entapizan y adornan
las enemigas banderas
que tus soldados tremolan.
Verás que en cadenas de
oro
cuatro mil cautivos lloran
la pérdida desdichada
de su libertad
preciosa.
Treinta mil hombres me
diste;
treinta y tres mil traigo agora,
que a precio de mil
cristianos
sólo he comprado esta pompa.
Veinte mil dejo sin
almas
y otros con vida tan poca
que está esperando la
muerte
a sólo que abran las
bocas.
Ya la fama bachillera
tocó en el aire la
trompa;
va publicando en el mundo
esta jornada famosa.
Temblando están de tu
imperio
los Alpes, Nervia,
Borgoña,
Galia, Germania,
Bretaña,
la Trapobana y Moscovia,
la fiera invencible
Escitia,
la Tartaria belicosa,
la inculta y áspera
Armenia,
la celebrada Panonia.
Ya de todas las naciones
más bárbaras y remotas,
tributo te ofrecen unas
y treguas te piden otras.
Los indios vienen con
oro,
los samios vienen con
rosas,
los tirios con carmesí,
los alarbes con aromas,
los scitas con algodones,
los egipcios con aljófar,
los corinto con sus vasos,
los fenicios con sus conchas.
Cada nación en tributo
te da las riquezas propias,
porque las crezca el
valor
en tu mano poderosa.
Todos repiten tu nombre,
todos tu fama
pregonan,
con más lenguas que tenía
la confusa Babilonia.
Sírvete de ver la entrada
de tu gente victoriosa,
porque los ojos del rey
con sólo mirar dan honra.
Remunera con palabras
sus hazañas victoriosas,
que aun en boca de los reyes
son necesarias lisonjas.
Mostrándote agradecido,
podrá una palabra sola
más que el tesoro guardado
en tus doradas alcobas.
Descubre en público el
rostro
que a las gentes aficiona,
porque será ver tu
cara
el triunfo de mi victoria.
No me premian majestades
ni plata me galardona;
sólo quiero la presencia
que tantos reyes
adoran.
Solamente con tocar
la púrpura de tu bola
dejaré de todo punto
a mi fortuna envidiosa.
Mi inclinación es
servirte,
premios no me
correspondan,
porque la virtud se mueve
con el precio de sí sola.
Deja besarte los pies
y tus sumilleres corran
esa cortina, que cubre
tu majestad grandïosa.
Corren una cortina, y está en un tribunal, en
la grada alta, el Emperador MAURICIO, y en otra baja el
Príncipe TEODOSIO, su hijo y la Infanta TEODOLINDA,
su
hija, y dos criados en pie
bajo las gradas
MAURICIO: Hoy, capitán vencedor,
corona en tus sienes vea.
El sol dé su
resplandor.
Tu misma victoria sea
el premio de tu valor.
Hacerte inmortal
procuro,
y harán tu nombre seguro
desde el Betis al Hidaspes
columnas de varios jaspes
y estatuas de bronce duro.
Todas tus empresas ricas
pondré en aceradas planchas
pues que mi fama
publicas,
mi temido imperio
ensanchas,
mis tesoros multiplicas.
Si a los bárbaros
enojas,
y tu espada en sangre
mojas,
un laurel he de
ponerte
que ni el tiempo ni la
muerte
pueden marchitar sus
hojas.
FILIPO: Sólo, señor, me
aficiona
besar tus pies; que ellos
solos
enriquecen mi
persona.
Llega a besar el pie al Emperador
MAURICIO: Cuanto abarcan los dos
polos
te diera, con mi corona.
TEODOLINDA: (Capitán gallardo y
bravo, [Aparte]
bien verá cuando te alabo,
que en amarle me
anticipo).
TEODOSIO: Es muy gallardo Filipo.
TEODOLINDA: Es gran varón.
FILIPO: Soy tu
esclavo.
TEODOLINDA: Por tan dichosa venida
en albricias vuelvo a
darte
de mi alma y de mi
vida
aquella pequeña parte
que me quedó a la partida.
Tocan cajas destempladas y trompa ronca, y arrastrando
un, estandarte, salen en orden LEONCIO, detrás, de luto,
armado, y lleva en la cabeza una corona de ciprés y un
bastón quebrado, y MITILENE, de cautiva
LEONCIO: Ronca la trompa bastarda,
destemplado el atambor,
y vestido el cuerpo de
luto,
y de ánimo el corazón;
arrastrando el estandarte,
que ufano en algo se vio,
con sola aquesta cautiva,
aunque de extraño
valor,
el pecho lleno de heridas,
porque nunca atrás volvió,
coronado de ciprés,
hecho piezas el bastón;
si son ceremonias
tristes
(¡Oh famoso Emperador!)
usadas de el que es
vencido,
ya verás cual vengo yo.
Nunca tu ejército viera
el levantado pendón
de los persas victoriosos
tan a costa de mi honor.
Nunca yo volviera vivo,
(¡Pluguiera al eterno Dios
que entre mi sangre
vertida
diera el alma a su
creador!)
pero quiso mi desdicha
librarme en esta ocasión
de la pena de la muerte
para dármela mayor.
Nunca logró sus deseos
quien desdichado nació,
que aun la muerte le
aborrece,
si el vivir le da dolor.
Uno sintiera muriendo
y viviendo siento dos:
la pérdida de tu gente
y de mi noble opinión.
Mi vida sólo llorara;
mas, ¡ay!, que llorando
estoy
un ejército de vida
que el fiero persa quitó.
Llegué un desdichado día
cuando está el dorado sol
entre los cuernos del
toro
cobrando fuerza y calor.
Mil prodigios, mil agüeros
nos causaron confusión;
en un funesto ciprés
la corneja nos cantó;
tembló la preñada tierra
de lástima o de temor;
los montes se
estremecieron,
sonó en el aire una voz;
mostróse el sol
encendido
en un encarnado arrebol,
sudaron las naves sangre,
y llovieron el sudor.
Antes de dar la batalla
cuyo fin contando
voy,
infinitos buitres vimos
cortar el aire veloz;
acobardóse la gente,
porque la imaginación
puede más que la
verdad,
cuando tiene aprehensión.
Animéla dando voces,
pero no me aprovechó,
y no hay fuerza en las razones
que dé al cobarde
valor.
Y aunque puede al
desmayado
animar la exhortación,
y el ejemplo puede tanto
que a veces es vencedor,
si el temor es
general,
tímida la inclinación,
la fortuna adversa cierta
y el enemigo mayor,
no animarán las palabras;
que en guerras jamás suplió
faltas de fuertes Aquiles
un Ulises orador.
Acometimos primero
porque esta aceleración
es parte de la
victoria
si hay igual competidor.
El nuestro fue desigual,
en número nos venció;
cien mil personas juntaron
de su bárbara nación.
A los principios fue
nuestra
la victoria; mas, señor,
la Fortuna siempre tiene
[mudable la condición;]
vueltas de ruedas
veloces,
humo negro, tierna flor,
blanca sombra, débil caña,
cosas inconstantes son.
No hay cosa firme y estable;
los que cuerpo vivo es
hoy
mañana es cadáver frío;
toda va en declinación.
La melancólica noche,
triste para mí, cubrió
los horizontes del
mundo
con su negro pabellón;
no descubrió el sol
hermoso
su lucido aparador
de estrellas, porque entre
nubes
la alegre luz se
escondió.
Cósroes, primer jefe
persa,
que desde el fuerte
español
hasta el antípoda oculto
eterna fama ganó,
sobrevino de repente,
y vimos más confusión
en el ejército nuestro
que en la torre de
Nembrot.
Derramada y fugitiva,
nuestra gente el alma
dio,
de pena y de rabia, al
punto
que pronunció esta razón;
digo al fin que, desmayada
nuestra gente del rumor
[de las voces y los
gritos]
que hicieron, nuevo son,
en tropel desordenado
nuestro ejército huyó,
cogiendo los enemigos
de copete a la Ocasión.
¡Ay, pérdida desdichada!
¡Ay, cielo santo! ¡Ay, rigor
de la mudable Fortuna
y de la Parca feroz!
Infinitas muertes
dieron
sin engaño ni traición;
que yo alabo al enemigo
porque envidio su valor.
Entre los persas andaba
como un antiguo
Sansón,
y como soy desdichado,
nadie a matarme acertó.
Hasta la tienda real
pude entrar; que el
escuadrón
de guarda, con la
victoria
segura, se descuidó.
En ella estaba esta dama,
que a la lumbre de un
farol
se ligaba dos heridas
que en pecho y brazo
sacó.
Llegué a asirla,
defendióse,
y aunque más se defendió,
Anquises fue de estos
hombros,
Medea de este Jasón;
por causar algún enojo
al Príncipe vencedor
la he cautivado y traído
con no pequeña aflicción.
Vencido vengo del persa
pero de mí mismo no,
pues no he llegado a su
mano
aunque le tenga afición.
Esta es la trágica
historia;
no tengo la culpa yo.
Sucesos son de la
guerra;
mátame o dame perdón.
MAURICIO: (¿Cómo es posible que
he oído Aparte
razones de hombre que
viene
infamemente vencido?
¡Qué poca vergüenza
tiene
el que cobarde ha nacido!)
¿Vivo delante de mí
has atrevido a ponerte?
Cobarde, bárbaro, di,
¿para todos hubo
muerte,
y la faltó para ti?
¿Cómo la muerte
inconstante
en mi ejército arrogante,
habiéndote de encontrar,
a ti en el primer
lugar,
te dejó y pasó adelante?
Sentimiento natural,
cuando de otro está
vencido,
tiene cualquier animal;
mas tú, que no lo has
tenido,
no eres hombre natural.
Justo de hoy más ha de
ser
que a tu honrado proceder
Parca de la patria
nombres,
pues que truecas cien mil hombres
por una flaca mujer.
La deshonra y vituperio
tu corazón idolatra;
basta que en nuestro
hemisferio
ha nacido otra
Cleopatra
para asolar el imperio.
No es razón que así
esté armado
un capitán que ha huído
ni ese pecho afeminado
de acero esté
guarnecido,
pues de miedo está
aforrado.
Del lado le sea quitada
la espada, siempre
envainada;
que hombre por mujeres
trueca
hile ya con una rueca
pues no riñe con espada.
Vanle desarmando, como va diciendo
Atarle también conviene
las manos, porque sagaz
huyendo del persa viene;
no tenga mano en la
paz
si en la guerra no la
tiene.
Y ya que en él está mal
ser capitán general,
tú, Filipo, lo has de ser.
TEODOLINDA: Muy bien sabrá defender
tu corona imperial.
TEODOSIO: El soldado victorioso
que a su rey hace famoso,
es razón que premio
aguarde;
que el castigo del
cobarde
le hace más animoso.
FILIPO: Poderoso Emperador,
casos de Fortuna han sido;
y así no ha de estar,
señor,
desconfïado el
vencido
ni seguro el vencedor.
No hay en el mundo
igualdad
ni estado en seguridad;
espera quien desconfía
que a la noche sigue el
día,
bonanza a la tempestad.
Los estados son
violentos;
y así, con estas memorias
los humano pensamientos
esperan grandes
victorias
tras de grandes
vencimientos.
Tal afrenta no le des,
que según el mundo es
inconstante, adversa y
vario,
hoy le venció su
contrario
para que él venza después.
LEONCIO: Gran César, en quien
confío,
antes que mi afrenta
mandes,
considera el caso mío.
En los ejércitos
grandes
de Jerjes y de Darío
los sucesos semejantes
de tu memoria no borres;
verás soberbios gigantes
con máquinas y con
torres
en espaldas de elefantes;
alcázares torreados,
chapiteles levantados,
que, perdiéndose de vista,
sus pirámides
conquista
los rayos del sol dorados.
Escuadras podrás hallar
que, cubriendo el ancho suelo,
se pudieran comparar
a las estrellas del
cielo
o a las arenas del mar;
y estando en pompa
dichosa,
las derriba y pone en
tierra,
o la Fortuna envidiosa,
ve el suceso de la
guerra,
trágica, triste y dudosa.
MAURICIO: No a la Fortuna atribuyas
las que son flaquezas
tuyas
LEONCIO: ¿Por qué, señor, tanta
infamia?
MAURICIO: [Aún si fueras Hipodamia,]
porque mueras y no huyas.
Atanle las manos atrás y
pónenle una
rueca
Vayan las cajas delante
y esté así en la plaza un
día
para que el vulgo
inconstante
destierra su cobardía
con castigo semejante.
LEONCIO: Cielos, cuyo amparo
sigo,
sed testigos y jüeces
de la afrenta que ha
tenido
el que vencía tantas
veces
por una vez que es vencido.
Comienzan a mirar con cuidado a MITILENE el Emperador
MAURICIO, TEODOSIO, Príncipe, y FILIPO
Bien es que venganza os
pida
cielos, un alma ofendida;
Atropos tengo de ser,
que es hilar y torcer
el estambre de mi vida.
Plega a Dios que
revelada
esté la tierra en que
reinas,
y los filos de tu espada
la blanca nieve que
peinas
en sangre dejen bañada.
Hoy se acaban tus sucesos,
castigados tus excesos,
aunque el mundo forme
aprisa
los túmulos de
Artemisa
para sepultar tus huesos.
¡Ay, famosa Mitilene!,
no te estima como yo
el que en tan poco le
tiene
al hombre que te
venció.
Vanse los que pudieren, en orden y con el estandarte
arrastrando; llevan a LEONCIO, tocando cajas
MITILENE: (Volver por mí me
conviene.) Aparte
No es ley ni bien que deshonres
lo que honrado debe ser;
Vencedor es, no te
asombres,
porque hay en Persia
mujer
de más valor que mil
hombres.
Y yo, que a este
agravio salgo,
más que mil persianas valgo,
pues si traes mil veces
mil
por un ejército vil
mira tú si ganas algo.
Y el Príncipe que ha
vencido
tu ejército acobardado,
tanto el vencer ha sentido
que diera lo que ha
ganado
por sólo lo que ha
perdido.
Y aun te diera la
corona
porque estima mi persona;
que también el arco flecho
aunque no he cortado el
pecho
como bárbara amazona.
Tu capitán es valiente,
atrevido con valor,
y reportado prudente;
que ésta es la virtud
mayor
para quien gobierna gente.
Si vencedor no escapó,
la Fortuna lo ordenó,
dudosa, adversa y esquiva.
MAURICIO: Agora digo, cautiva,
que mi capitán venció.
MITILENE: El que victoria ha
tenido
salga a probar mi valor;
y así verás cómo ha sido
más fuerte que el
vencedor
el mismo que me ha
vencido.
MAURICIO: (Su hermosura es
celestial, Aparte
mi apetito natural,
y en cosas de inclinación
tiene fuerza la Ocasión.)
Salte afuera, General.
TEODOSIO: (O le ha cobrado
afición, Aparte
o con celosos enojos
quiere doblar mi pasión.
Dándole está por los
ojos
a beber el corazón.)
Filipo, el Emperador
manda que salgas.
FILIPO:
(Amor, Aparte
¿qué veneno me estás
dando?)
TEODOSIO: ¿No has oído lo que
mando?
FILIPO: ¿Qué me mandas?
TEODOLINDA: (¡Ah,
traidor! Aparte
¿Divertido en mi
presencia
contemplando otra mujer?
FILIPO: (¡Ay, Amor! ¿Con qué
violencia Aparte
muestras en mí tu
poder?)
TEODOSIO: Filipo, ¿tanta licencia?
Vase FILIPO
MAURICIO: Tú, Teodosio, sal
también,
y todos lugar me den,
¡Ah, Príncipe, saLte afuera!
¿Ya estáis vos de esa
manera?
Parecido os habrá bien.
¡César!
TEODOSIO: Señora, ¿me
llamas?
MAURICIO: Yo soy quien llamó.
TEODOSIO: ¿Qué quieres?
MAURICIO: Que así no mires las
damas.
TEODOSIO: Agrádanme las
mujeres,
y ésta más.
MAURICIO: ¡Qué fácil
amas!
Repórtate y salte
afuera
a enfrenar esos intentos.
TEODOSIO: ¡Ay, persiana! ¡Quien tuviera
más almas que
pensamientos,
y en tu altar las
ofreciera!
Vase TEODOSIO
MAURICIO: Ya, cautiva, en quien
confío,
es tan grande tu poder,
que aunque el tiempo es
como río,
que atrás no puede volver
hoy has vuelta atrás el mío.
Con tus partes más que humanas
las fuerzas del alma ganas,
tus ojos me dan pasión,
porque hacen refracción
en la nieve de mis canas.
Con amorosa inquietud
siento un honrado temor
de fénix en mi virtud,
que, abrasándose en tu
amor,
ha vuelto a la juventud.
MITILENE: Esa nueva alteración,
que tu vieja edad
pretende,
merece mi corrección,
pues, si mi rostro la
enciende,
la temple mi condición.
Persiana soy.
MAURICIO: Yo, el
monarca
que el orbe esférico
abarca,
y en el ancho mar es mío
desde el más veloz
navío
hasta la más débil barca.
El mundo de polo a polo
tendrás, si no eres
ingrata;
oro te dará el Pactolo,
los franceses montes
plata,
Arabia su fénix solo.
Mal fin en mis reinos haya
si en las faldas de tu saya
no me parece que miro,
en conchas del mar de
Tiro
los olores de Pancaya.
El alarbe que hoy
sujeto,
ciñendo corvado alfanje,
dará el bálsamo perfeto,
sus blancas perlas el Ganges,
sus panales el Himeto,
el elefante marfil,
la ballena ámbar sutil,
Scitia verdes esmeraldas,
y para hacerte
guirnaldas,
todo el año se hará abril.
MITILENE: Si tu sacra majestad,
porque su cautiva vivo,
muestre en mí su potestad,
el cuerpo tengo
cautivo,
pero no la voluntad.
Nunca lascivos amores
me enseñaron mis mayores;
de una pica me enamoro,
no de perlas, plata y
oro,
guirnaldas, bálsamos y
flores.
MAURICIO: ¿Quién eres?
MITILENE: Una
persiana
que en los ejércitos vengo.
MAURICIO: Pues, ¿quién te ha hecho
inhumana?
MITILENE: Mi noble sangre; que
tengo
odio a la nación romana.
MAURICIO: ¿Qué romano fue
atrevido
a ofender tanta belleza?
Sale el Príncipe TEODOSIO
MITILENE: De ningún hombre lo he
sido;
mi misma naturaleza
la inclinación me ha
traído
su memoria y su valor;
de la memoria no aparto.
TEODOSIO: (Perdone el Emperador, Aparte
que está mi pecho de
parto
y ha de nacer este amor.)
El ejército desea
ver tu rostro.
MAURICIO: Cuando
sea
tiempo saldré.
TEODOSIO: (Mi pasión Aparte
no pide esa
dilación.)
MAURICIO: Lugar daré a que me vea.
Vete, César.
TEODOSIO: (Es
violento
el irme en esta ocasión,
porque es la gloria que
siento
rémora del corazón
que para su movimiento.
¡Ay, mi persiana
gallarda!
Aunque el alma tiempo
aguarda
para hablarte, desespera,
porque aun el alma, si
espera,
ofende, cuando se tarda.)
Vase. Sale FILIPO por otra puerta
FILIPO: Aunque la maten mis
celos,
vuelvo ya determinado
a ver los rayos o cielos
del sol que Persia ha
creado
entre sus montes y hielos.
[Sale TEODOLINDA]
TEODOLINDA: (Otra vez la torna a
ver. Aparte
¿Qué hago, que no persigo
su vida? Pues la mujer
es el mayor enemigo
cuando da en aborrecer.
Pónese delante de MITILENE TEODOLINDA, y FILIPO
habla con el Emperador, mirando a MITILENE
No la tiene de mirar;
luna soy, que he de
eclipsar
este sol para sus ojos.)
FILIPO: ¿Dónde pondré los despojos
de esta guerra?
TEODOLINDA: ¿No hay lugar
para tratarlo después?
FILIPO: Los gallardetes no cuelgo
hasta que bese tus pies.
(¡Ay, cautiva!) Aparte
TEODOLINDA: (Yo me
huelgo, Aparte
ingrato, que no la ves.)
FILIPO: (Como entre nubes
parecen Aparte
unos pedazos de cielos,
que en mis ojos
resplandecen.)
TEODOLINDA: (Muriendo estoy de estos celos; Aparte
no la has de ver.)
FILIPO: (Me oscurecen
tus brazos mi sol
divino.)
Hace ademanes de cubrirla la
Infanta, y él
porfía por verla
MAURICIO: Mientras que lo determino,
rige la gente.
TEODOLINDA:
(Traidor, Aparte
mal disimulas tu
amor.)
FILIPO: (¡Ay, qué rostro
peregrino Aparte
sobre mis hombros
estriba!)
Vase FILIPO
MAURICIO: El poder de tierra y mar
todo es tuyo; haces reciba
tu alma, que a
cautivar
viniste, a no ser cautiva.
Dará el mar, si me
regalas,
el nácar de sus espumas,
y el fénix rosadas alas
para que sirvan sus plumas
de penachos en tus galas.
Teodolinda, favorece
mi causa, pues entristece.
Quite el jardín tus enojos,
y en él harán estos ojos
lo que el sol cuando amanece.
TEODOLINDA: Servirte y obedecerte
mi pecho humilde desea.
Sale TEODOSIO con una daga en la mano
TEODOSIO Si impidiere mi mal
fuerte,
aunque más mi padre
sea,
le tengo de dar la muerte.
Aunque no lo debe ser,
ni me parió su mujer;
que, según le aborrezco,
hijo de tigre parezco
o fui trocado al nacer.
MITILENE: Soy muy dichosa, digo,
[si ese alivio mereciera.]
Vanse las dos de la mano
TEODOSIO: Adentro van; yo la sigo.
Vase TEODOSIO
MAURICIO: Esta es la gloria
primera
que dio al hombre su
enemigo.
¿Otra vez Teodosio
aquí?
No son presunciones
buenas;
y pues siempre que lo vi,
se me han helado las
venas;
ninguna sangre le di.
No es mi hijo y si lo
es,
me aborrece. Muera pues,
no contradiga mi gusto,
que quien quiere mi
disgusto
querrá mi muerte después.
Vase. Salen HERACLIANO, con un gabán
y
báculo, y HERACLIO, de villano
HERACLIANO: Heraclio, ¿qué te
parece
la corte y esta
arrogancia?
HERACLIO Que no es hombre de
importancia
quien la corte no
merece.
HERACLIANO Muchos hay que,
retirados,
buscaron la soledad.
HERACLIO: Cansóles la voluntad
el peso de los cuidados.
esta pompa y
edificios,
las damas, la bizarría,
el trato, la policía,
el orden de los oficios
mueven más mi corazón
que el ganado, caza y
sierra.
HERACLIANO: ¿Te agradan cosas de guerra?
HERACLIO: Es mi propia inclinación.
Yo confieso que en el
yermo,
aunque más el perro ladra,
mejor que en la dicha
cuadra
entre mis ovejas duermo.
Como las gobierno y domo
cuando mis silbos las
llaman,
sus tiernas ubres derraman
la blanca leche que
como.
Danme la fuente y el
río
entre plata y cristal
tierno,
nieve por agua el
invierno,
leche pura en el estío.
Los campos, con su
quietud
mis espíritus levantan;
las dulces aves me canta,
todo es gusto y aun salud.
Mas la trompa y el
atambor,
la gente, la
urbanidad,
la corte, la majestad
de un rey, un
emperador,
más me inclina y más me
alegra.
HERACLIANO: Todo me cansó una vez,
cuando nevó la vejez
copos en la barba negra.
La Emperatriz ha salido
despachando al limosnero.
Es un ángel.
HERACLIO: Verla
quiero.
Sale la
Emperatriz AURELIANA sin galas, dando dineros
al LIMOSNERO
AURELIANA: Pocos pobres han
venido.
LIMOSNERO: Nos manda el Emperador
no darles, y me recelo.
AURELIANA: Si es la limosna en el
cielo
como en el suelo el favor,
¿la niega?
LIMOSNERO: Ya todo es
vicio.
AURELIANA: De la mujer ni el vasallo
no es decirle ni
escuchallo.
Fe y alma tiene Mauricio.
Da limosna.
Vase el LIMOSNERO enojado
HERACLIANO: Pues la mano
nunca merecí, los
pies
será razón que me des.
AURELIANA: ¡Oh, famoso Heraclïano!
HERACLIANO: Perdone Tu Majestad;
que con el traje que vengo
en la montaña le
tengo.
Ya posó mi urbanidad.
AURELIANA: ¿Traes a Heraclio?
HERACLIANO: Sí, señora,
sin él no puedo venir.
AURELIANA: ¿Es éste?
HERACLIANO: Y podrás decir
que ves un Héctor agora.
En las cortes de los reyes
no hay mancebo más bizarro;
el movimiento de un carro
detiene, con cuatro
bueyes.
Tan ligero corre y
salta,
que alguna vez ha
alcanzado
al corzuelo remendado
por la montaña más alta.
Es una cuartana fría
del león bravo y
furioso,
es un vaguido del oso,
del lobo melancolía.
Porque al lobo, oso y
león
los acobarda y destierra;
y sobre todo a la
guerra
tiene extraña inclinación.
HERACLIO: (Sin duda tratan de
mí. Aparte
La Emperatriz me ha
mirado.
Si me querrá hacer
soldado,
en signo alegre nací.
No sé qué deidad me inclina
a respetar su presencia
con amor y reverencia,
como a una cosa divina.
Inquietos están mis
brazos
para llegar a abrazalla.
¡Heraclio, bárbaro, calla!
¿Tú, a la Emperatriz abrazos?
Para quitarse mejor
lo que mi pecho
desea,
me retiro, y aunque sea
silla del Emperador,
me siento.)
Siéntase HERACLIO en el tribunal
HERACLIANO: Yo he
deseado
que este galardón me des
sólo en decirme quién
es
Heraclio, a quien he crïado;
que como Tu Majestad
me lo envió tan pequeño,
discurro, imagino y sueño
y no doy en la
verdad.
Quédase dormido HERACLIO en la silla
AURELIANA: Yo descubriré quién es;
sírvame tu corazón
agora con atención,
y con secreto después.
Desposéme, como sabes,
siendo César, con Mauricio
que ya es monarca del
mundo
desde el Austro al polo
frío.
Mi esposo y mi Emperador
mostróme amor al
principio
y aborrecióme después;
hombre, al fin, y amor del
siglo.
Pero, como son la paz
de los casados los hijos,
pedí al cielo me los
diese
y soñé extraños prodigios.
(¡Ay, cielos, ay, rigor, ay,
cruel castigo! Aparte
Cumpla estos sueños Dios
sólo conmigo.)
Durmiendo, a mi parecer,
temblaban los
edificios
de la gran Constantinopla,
corriendo de sangre ríos.
Dentro del mar y en la
tierra
sonaban grandes gemidos;
hasta los pájaros daban
articulados suspiros.
Entre arreboles de sangre
el sol estaba escondido;
era un crepúsculo el día,
la noche un oscuro
abismo.
Yo, confusa y temorosa,
no de mi propio peligro,
iba al templo, y admirada
de los secretos jüicios,
hallábalo profanado
de bárbaros enemigos,
que es el castigo mayor
que da Dios al
cristianismo.
Entre estas calamidades
un trágico caso he
visto,
que el corazón me suspende
las veces que lo imagino.
(¡Ay, cielos, ay, rigor, ay,
cruel castigo! Aparte
Cumpla estos sueños Dios
sólo conmigo.)
Un traidor, aunque
cobarde,
de humildes padres nacido,
ya en el ejército nuestro,
vanaglorioso y altivo,
del gran imperio
triunfaba,
pasando a cuchillo
a mis hijos, a mi esposo,
y a este cuello triste
mío.
Dábanos Dios esta muerte
por los pecados y vicios
del Emperador, mi
esposo.
¡Triste caso, a estar
cumplido!
(¡Ay, cielos, ay, rigor, ay,
cruel castigo! Aparte
Cumpla estos sueños Dios
sólo conmigo.)
Aunque es verdad que los sueños
no tienen de ser
creídos,
por ser confusas especies
de aquellas cosas que oímos;
cuando son males se temen,
porque suelen ser avisos
de Dios, que en sus obras
tiene
investigables caminos.
Todos los casos adversos
parece que traen consigo
más crédito y certidumbre
que los sucesos
propicios.
(¡Ay, cielos, ay, rigor, ay,
cruel castigo! Aparte
Cumpla estos sueños Dios
sólo conmigo.)
Al fin, tras de muchos
sueños
de la manera que digo,
parí a Heraclio; desde
entonces
le tienes a tu servicio.
A tu casa le llevaron,
y en su lugar puse un niño
hijo de una esclava escita
y de un esclavo
fenicio;
fue la culpa de esconderlo
porque suceda en mis hijos
el imperio si se escapa
del riguroso martirio.
(¡Ay, cielos, ay, rigor, ay,
cruel castigo! Aparte
Cumpla estos sueños Dios
sólo conmigo.)
Sospecho que ya se cumple
el influjo de estos
signos,
porque ya el Emperador
su conciencia ha
distraído,
aunque ya viejo, es crüel,
es avariento y lascivo,
y aun a la fe de cristiano
le va corriendo peligro.
Mas, ¡ay de mí! ¿Cómo juzgo
defectos de mi marido?
Yo he mentido, Heraclïano.
¡Júzguele Dios que le
hizo!
HERACLIANO: ¡Sueños extraños! Inquieta
estarás con el temor.
Habla HERACLIO como si fuera entre sueños
HERACLIO: Pues que soy Emperador,
¡el ejército acometa!
¡Heraclio soy, viva
Cristo!
Con su cruz he de vencer;
ya se puede acometer,
buenos presagios he visto.
Emperador del Oriente
y del Occidente soy,
vengando la muerte estoy
de una cordera
inocente.
HERACLIANO: Dormida habla consigo.
Despierta, Heraclio,
despierta.
HERACLIO: ¡Capitán, cierra la
puerta!
¡No se escapa el enemigo!
HERACLIANO: ¿Quién en palacio y de
día
de espacio a dormir se
pone?
Despierta HERACLIO y bájase del trono
HERACLIO: Tu Majestad me perdone
mi necia descortesía;
porque, como allá
dormimos
sin respeto ni
atención,
no mudamos condición
cuando a la corte venimos.
AURELIANA: ¿Qué soñabas?
HERACLIO: Niñerías,
imposibles confusiones
que causan las ilusiones
del sueño y sus fantasías.
Cosas que ni pueden
ser;
sueños, al fin, mal
formados
de casos imaginados.
AURELIANA: Yo los tengo de
saber.
HERACLIO: Soñaba que Emperador
era de toda la tierra,
y que estaba en una guerra
y escapaba vencedor
--
¡mil disparates! --
HERACLIANO:
Sería
cómo te asentaste mal
en esa silla imperial
y te dormiste.
Salen TEODOSIO, con una daga desnuda y asido de
MITILENE, y ella con otra
TEODOSIO: Porfía,
y verás de tu hermosura
en cristal
ensangrentado
si estás a mis ruegos
dura;
que un amor demasïado
suele parar en locura.
Siento, después que te
vi,
un letargo, un
frenesí;
y he de curar mal tan
fuerte
con tu amor o con tu
muerte;
que hay dos extremos en mí.
Elige, pues, lo mejor,
que en tu mano está.
MITILENE: No
quiero
[ni mi muerte ni tu amor.
TEODOSIO: Pues, ¿qué?]
MITILENE: Que pruebes
primero
si hay en tus brazos valor.
TEODOSIO: Son tus ojos muy humanos
y fáciles mis antojos.
MITILENE: (¡Por los cielos soberanos, Aparte
que si muere por mis ojos,
que ha de morir por mis
manos!)
Humane el pecho; que en
él,
si el fuego de amor no
mata,
le entraré esta daga.
TEODOSIO:
Infiel,
premia mi amor.
MITILENE: Soy ingrata.
TEODOSIO: Dame vida.
MITILENE: Soy crüel.
TEODOSIO: Sosiégate.
MITILENE: Soy un
mar.
TEODOSIO: ¿No me quieres ver ni
hablar?
MITILENE: Soy basilisco y sirena
que con ver y hablar doy
pena.
TEODOSIO: Dámela, que al fin es dar.
Denme pena tus enojos,
tu vista y tus labios
rojos,
mas tú no hablaras ni
vieras,
si la ponzoña tuvieras
en la boca y en los ojos.
AURELIANA: ¿Qué es aquesto? ¿En mi presencia
solicitándola estás?
¿Sin recato y con
violencia?
TEODOSIO: ¿Qué mujer tuvo jamás
verdadera resistencia?
Si es violencia o
voluntad
desacato o liviandad,
deja de darme consejos.
AURELIANA: Si los padres y los viejos
tienen esa autoridad,
¿no la puedo yo tener,
que tu propia madres
soy?
TEODOSIO: Mi gusto tengo de hacer.
TEODOSIO tira de MITILENE
MITILENE: Un monte de mi honor soy
que no me podrás mover;
pues ofenderme deseas,
aunque más Príncipe
seas,
¡vive el cielo, que te
mate!
AURELIANA: ¡Teodosio!, ¿tal
disparate?
Porfía el Príncipe de llevar a MITILENE,
y defiéndela la
Emperatriz
TEODOSIO: Ni me hables ni me veas.
AURELIANA: ¿Hay tan ciega
obstinación?
Tus apetitos reporta.
TEODOSIO: Yo sigo mi inclinación.
AURELIANA: Déjala.
TEODOSIO: Daréte.
AURELIANA: ¡Corta!
TEODOSIO: Toma, pues, un bofetón;
dejaré en tu rostro
escrito
que mi voluntad
confirmes,
y no impidas mi apetito.
HERACLIO: ¡Ejes del cielo, estad
firmes
a tan bárbaro delito!
¡Estrellado firmamento,
planetas que vueltas
dais
con el rapto movimiento,
montes, casas, no os caigáis
con tan extraño portento;
Angeles santos y buenos,
¿cómo no os dais desmayos?
Nubes en aires serenos,
¿cómo no os rompéis con rayos
ni nos asombráis con
truenos?
¿Cómo tú, tierra
pesada,
que de metales
preñada
nombre de madre mereces,
no tiemblas ni te
estremeces
viendo una madre
agraviada?
Vosotros, ojos, que
atentos
contemplasteis tal mujer,
llorad, haced sentimientos,
pues no los quieren hacer
el sol ni los elementos.
A tener razón, lo
hicieran.
Sosiega ya, corazón.
¿Qué movimientos te
alteran;
que siento aquel bofetón
más que si a mí me lo
dieran?
Mano infame, mano
ingrata,
mano que muerde
rabiosa
al dueño que bien la
trata,
y víbora ponzoñosa
que a su misma madre mata,
buho que aborrece el
día
y con hambrientos
antojos
matar sus padres porfía,
cuervo que saca los ojos
a la madre que le cría,
toma la espada,
inhumano,
bárbaro más que
cristiano,
pues que piedad no te enseña
con los padres la cigüeña,
apréndela de un villano.
TEODOSIO: Este villano, ¿qué
intenta?
HERACLIO: Darte muerte.
TEODOSIO: ¡Ah, de mi guarda!
HERACLIO: Ira soy de Dios
sangrienta,
porque el castigo no tarda
a quien sus padres
afrenta.
Llévanle dentro a palos, a
HERACLIO
AURELIANA: Hecho pedazos te vea
brevemente, aunque esto
sea
con la muerte de los dos.
Pero no, que ofende a Dios
quien mal a nadie desea.
Sale TEODOSIO
HERACLIANO: ¿No sabrá el Emperador
tanta infamia, tanta
mengua?
AURELIANA: Callarlo será mejor.
MITILENE: Inmóvil tengo la lengua
de cólera y de dolor.
Sale HERACLIO
HERACLIO: Haz que le den muerte
dura.
AURELIANA: No importa, que fue
locura.
HERACLIANO: Gusano de seda fuiste,
que en tus entrañas trajiste
tu muerte y tu sepultura.
Eres muro y planta altiva,
que en tus brazos has crïado
la hiedra que te derriba.
AURELIANA: Di que soy quien ha
engendrado
ese amor y esa fe viva.
HERACLIO: En venganza y
desagravios
no has meneado los
labios;
con tu paciencia me
aflijo.
AURELIANA: (¡Qué bien pareces mi
hijo Aparte
en el sentir mis
agravios!)
Para quitar la ocasión
a un loco, será razón
que se lleve Heraclïano
a la persiana.
HERACLIANO: Yo gano
un dichoso galardón.
MITILENE: Venirme más bien no
pudo,
porque allí las piernas quiebre
al jabalí colmilludo,
corra la tímida liebre,
saque del agua el pez
mudo.
Seguiré la veloz gama,
el otoño, cuando
brama,
hasta que caiga herida
en la hierba guarnecida
con la sangre que derrama.
Daré a las aves ligeras
ya a prisión, ya a
rescate.
HERACLIO: Cuando no sigas las
fieras,
aquí tienes quien las
mate,
como sus servicios quieras.
Las montañas de su
altura
destilarán agua pura,
si a honrarlos tus ojos
van,
y en el cristal dejarán
los rayos de tu hermosura.
AURELIANA: Idos luego a las
montañas,
que es peligroso el
palacio.
HERACLIO: Son bárbaras sus hazañas.
AURELIANA: ¡Quién te volviera
despacio
otra vez a sus entrañas!
MITILENE: Ya por los montes suspiro.
HERACLIANO: De tu modestia me admiro.
AURELIANA: Toma, Heraclio.
Dale a HERACLIO una sortija, y él le besa la mano
HERACLIO: Eres muy franca.
(Esta Emperatriz me
arranca Aparte
el alma cuando la miro.)
Vanse todos
FIN DEL ACTO PRIMERO