ACTO SEGUNDO
Salen FILIPO y TEODOLINDA, Infanta
TEODOLINDA: Como el tiempo
antiguo y fuerte
los edificios
deshace,
y la vida de el que
nace
la pálida y triste
muerte,
y como la vanidad
consume cualquier
riqueza,
y la cobarde
pobreza
estraga la calidad;
así, Filipo, la
ausencia
es la muerte del amor.
FILIPO: Antes lo hace mayor
cuando es breve.
TEODOLINDA: En la
apariencia:
fuiste ausente y
olvidaste.
FILIPO: Por tus ojos o mis
cielos,
que esas sospechas y
hielos
con el amor
engendraste.
Salen el Príncipe TEODOSIO y la Emperatriz
AURELIANA
TEODOSIO: Madre injusta, tigre
Hircana,
¿Cómo tan fiera
anduviste?
Quítame el ser que me
diste,
o vuélveme a mi
persiana.
AURELIANA: Hijo, si fui tigre
fiera,
no te podré querer
mal,
porque no hay otro
animal
que más a sus hijos
quiera.
Mas tu mano cruel y
avara
tornarse a entrar pretendió
al vientre de quien
salió,
y quiso entrar por la
cara.
Hijo, enmendarte
procura,
de ofenderme no te
cuadre;
que Dios respetó a su
madre
con ser Dios.
TEODOSIO: ¡Gentil
locura!
¿Por qué me tiene
escondida
la que al amor de amor
mata,
la que es bella como
ingrata,
la que es alma de esta
vida,
la que es honra, luz
y palma
de mi honrado
pensamiento,
la que es rapto
movimiento
de los cielos y de mi
alma?
¿Por qué has ligado y deshecho
los ojos que luz me daban,
y centro donde paraban
los suspiros de mi
pecho?
Vuélveme la persa, o
muera,
aunque, muramos los
dos.
AURELIANA: Considera, pues, que
hay Dios
y que es justo
considera.
Si el deleite humano es sueño,
y el desenfrenado amor
es un caballo traidor
que arrastra a su mismo
dueño,
resista tanta
flaqueza
la memoria del
infierno;
si es "hijo"
nombre más tierno
que nos dio naturaleza.
De rodillas
Hijo, hijo
regalado,
tenme respeto y temor,
que en el vientre del
amor
muchas veces te he engendrado.
Contigo fui liberal,
columnas mis brazos
fueron,
en peso un tiempo
tuvieron
este edificio mortal,.
Hijo de mi corazón,
pues que no te pido que
seas
con tus padres otro Eneas,
huye de ser Absalón.
TEODOLINDA: Tu Majestad, ¿para
qué
arrodillada se ha visto
a mi hermano? Sólo Cristo
mejor que su madre
fue;
sólo la Virgen podía
arrodillarse a sus
pies.
Y tú, Teodosio, ¿no ves
que ésta es nueva
tiranía?
¿No has visto que no
conoce
la paternal reverencia?
TEODOSIO: ¿Quien me dio tanta
paciencia?
AURELIANA También él la reconoce.
TEODOSIO: Algún demonio me ha
hecho
que os aborrezca y me
incita.
FILIPO: César y Príncipe, quita
esa cólera del pecho.
La Emperatriz, mi señora,
y vuestra, además de
ser
madre, Emperatriz,
mujer,
como ídolo te adora.
Por cuatro razones,
debes
su respeto y
reverencia.
TEODOSIO: ¿Quién te dio tanta
licencia
que a mi persona te
atreves?
FILIPO: El ver que de buena
gana
me has hecho siempre merced.
TEODOSIO: Hidrópico soy. Mi sed
es beber la sangre
humana.
La tuya
derramaré
si aconsejas de esa
suerte.
FILIPO: Si te sirves con mi
muerte
mi espada propia daré.
Dale su espada
Saca con ella,
señor,
vida y alma
racional
del vasallo más leal
que ha tenido
emperador.
Mas, mi palabra te
empeño
que, aunque le falte
razón,
no cometerá traición
por no volverse a su
dueño.
A tu voluntad ofrezco
este cuello y esta
espada.
TEODOSIO: ¡Oh, quién la viera
empleada
en las vidas que aborrezco!
Sale el Emperador MAURICIO y un criado con él
MAURICIO: No me da mi rabia
espacio,
porque en cólera me enciendo,
y con un rayo pretendo
asolar este palacio.
¿Cómo el cuerpo de
esta casa
que vida y alma no
tiene,
faltándole Mitilene,
no se deshace y abrasa?
¿Cómo no das esta
vez
muerte a aquesta que ha
escondido
el claro sol que ha
salido
al alba de mi vejez?
Dame, falsa, dame,
ingrata,
una cautiva que adoro;
guarneceré con su
oro
esos cabellos de plata.
Su cristal hermoso
trae,
trae su alabastro,
importuna,
porque sirve de coluna
a esta vida que cae.
Dame el alma que
deseo,
dame mi espejo infïel,
porque si [me] miro en
él
de menos edad me veo.
Hipócrita, ¿dónde
tienes
el ídolo de mi
amor?
Arrastra a AURELIANA de los cabellos
AURELIANA: Espera, aguarda, señor;
lleno de cólera vienes.
MAURICIO: Este cabello villano
por fuerza te
arrancaré.
AURELIANA: A la montaña se
fue
en casa de Heraclïano.
No entendí darte
disgusto;
perdona, no estés con
ira,
que ofendes a Dios, y
mira
que es riguroso aunque
justo.
MAURICIO: ¿Qué dices y
reprehendes,
hipócrita? Sal de aquí.
No estés delante de mí
que me enojas y me
ofendes.
[Vase la
Emperatriz AURELIANA]
TEODOLINDA: Amor, si remedio
esperas,
a seguir su sol
disponte,.
que ya se puso en el monte
porque es galán de las
fieras.
FILIPO: Con la razón que
tenía,
viendo el mal que
ausente estaba,
mi corazón palpitaba;
pero yo no lo entendía.
MAURICIO: Filipo, partirte
puedes
por mi cautiva
gallarda;
serás el águila
parda
de mi bello Ganimedes.
Alba serás del sol
mío
que traerás sus rayos
de oro;
serás mi claro Pecloro,
Argos serás de otra
Io;
pues su venida
empiedra
de granates los
caminos;
viste los montes y
pinos
de arrayán y verde
hiedra;
alumbren la negra noche
cuando niegan luz los
cielos,
volcanes y Mongibelos;
tiren paveses tu coche,
como pintan a el de
Juno;
y al Fénix que arriba
tiene
trajera a el de Mitilene,
a no ser Fénix uno.
Al Príncipe te
anticipo,
César te hago de Roma,
mi púrpura propia
toma;
tu Alejandro, soy
Filipo.
Sale la
Emperatriz AURELIANA con una casta del Padre
Santo
AURELIANA: Nuestro santo
pontífice Gregorio,
que ahora en Roma está
con gran peligro,
señor, ha despachado
dos legados
con esta carta para ti;
recibe
el recado que traen, si eres
servido.
MAURICIO: ¿Ya no sabe Gregorio
que aborrezco
sus cosas? ¿Para qué cartas me envía?
Déjeme el Papa ya.
FILIPO: La
carta leo.
Lee
Gregorio, obispo de
Roma, siervo de los siervos de
Dios, a ti, Mauricio,
Emperador de Oriente y
Occidente, salud y
gracia y bendición apostólica,
hijo en Cristo, la Sede apostólica y la Iglesia:
En estas partes occidentales y reinos de
Italia
muy perseguida de infieles,
principalmente en la
ciudad de Roma, que está cercada de
lombardos, y
yo dentro sin poderla favorecer, si Dios
por su
divina misericordia no la ampara de
parte suya,
encarecidamente pido favor y bástale
representar
el peligro al Defensor de la Iglesia para que
acuda con su ejército. Dios sea en vuestra
gracia, Amén. Fecha en Roma, en las calendas de
mayo del año de mil trescientos y tres.
MAURICIO: Imposible ha de ser
darle socorro;
sus trabajos padezca,
si los tiene;
vuélvase el portador y
déle aviso
del mucho desamor que al Papa tengo.
AURELIANA: Señor, mire tu
grandeza
que un cuerpo son los
cristianos,
y no es bien que estén
las manos
contrarios de la
cabeza.
Cabeza es la Iglesia, señor,
y sufrirá muchos males
si los miembros principales
no le prestan el favor.
Cuerpo el Papa, y el
Rey es
brazos de este cuerpo
mixto;
la cabeza sólo es
Cristo,
y los demás somos pies.
Si al cuello favor no
dan
los brazos con
fortaleza,
enojarse ha la cabeza
y los pies
peligrarán
como el Papa por su
oficio.
De la Iglesia eres coluna,
pues si de dos falta
una,
¿no se caerá el
edificio?
Dios con ella se
desposa,
tu brazo su escudo es;
repara los golpes,
pues,
porque no den en su esposa.
Su mano da el
cortesano
cuando cae una
mujer;
la Iglesia quiere caer,
dale, señor, la mano.
MAURICIO: Hipócrita, mal
nacida,
no me cansen tus sermones.
¡Vive el cielo, que en
prisiones
tienes de acabar la
vida!
Llevadla luego a una
torre.
TEODOLINDA: ¡Señor!
MAURICIO: No más me
prediques
ni a mis órdenes repliques.
Llévala tú.
CRIADO: ¡Señor!
MAURICIO:
Corre,
que padezca y sufra
es justo,
pues no me tiene
afición
la que niega mi opinión
y contradiga mi gusto.
Llevan a la Emperatriz
y suena ruido
¡Válgame Dios! ¡Qué rüido!
¡Qué extraño temblor de
tierra!
FILIPO: Será la gente de guerra
que algún motín ha
movido;
ponte, señor, tras
de mí,
porque estando de esta
suerte,
desdargue el golpe la
muerte
en mis hombros y no en
ti.
Cuando no fuere a la
vista
de tus ojos de provecho,
un muro será mi
pecho
que el ejército
resista.
Torna a sonar
MAURICIO: No, es tierra; que
son, creo
batallas de hombres armados
en el aire congelados.
¿No les veis?
FILIPO: No los veo.
MAURICIO: ¿No veis el cielo
teñido
con la sangre que se
vierte?
¿No veis la pálida
muerte?
FILIPO: Solamente oigo el
rüido.
Sale FOCAS con una espada
MAURICIO: ¿Veis una persona
airada
que me mira con rigor?
FOCAS: Mauricio el Emperador
morirá con esta espada.
MAURICIO: ¿Viste en el aire
pasar
con una espada de
fuego
un monstruo?
FILIPO: Sí, señor.
MAURICIO: Luego
mi muerte no [ha de
tardar].
¿Oístelo?
FILIPO: [Sí, lo
oí].
MAURICIO: ¿Vístelo?
FILIPO: También.
MAURICIO: No
son
casos de
imaginación.
¡Ay, infelice de
mí!
Mi sangre está hecha
hielos,
el alma empieza a
temer;
nadie se puede esconder
del castigo de los
cielos.
Viva el hombre con
recelos
de la justicia divina,
que a los soberbios
declina,
sólo al humilde
levanta;
al fin, es justicia santa,
que ni tuerce ni
[inclina].
Desde el Austro al
polo frío
llegan con ancho
hemisferio
los límites de mi
imperio.
Dios hizo el mundo, y es mío;
mas es mundo, en él no fío.
Volver quiero el
pensamiento
a Dios, que es el
fundamento
donde el alma ha de
estribar.
David soy; quiero
llorar
sin suspender mi
tormento.
CRIADO: En sueño y
melancolía
está; a solas le
dejemos.
FILIPO: Cosas prodigiosas vemos
en este trágico día.
Vanse. Queda durmiendo el Emperador,
y sale Focas,
como la visión, con una espada, y la pone al pecho de
MAURICIO
MAURICIO: Rey ni emperador se
escapa
de padecer mal tan
fuerte.
FOCAS: Focas te ha de dar la
muerte
porque aborreces al
Papa.
Vase FOCAS
MAURICIO: ¡Que me matan! ¡Que me matan!
Filipo, socorre, ayuda,
con una espada desnuda
mi vida vieja desatan.
¡Que me muero! ¡Que me muero!
¡Ay, Jesús, dame la
mano,
que me mata un villano!
Sale FILIPO
¡Ay, qué tribunal
espero!
FILIPO: El Emperador da
voces.
¡Ay, señor, señor! ¿Qué tienes?
MAURICIO: Filipo, a buen tiempo
vienes.
¿Esas sombras no
conoces?
Saca, Filipo, la espada;
líbrame de estas
visiones.
FILIPO: ¡Si son imaginaciones!
MAURICIO: ¿Los que me dan muerte
airada?
Dales, Filipo.
FILIPO: No
veo
quien te ofende.
MAURICIO: Aquí a
este lado.
Dales, Filipo.
Saca la espada FILIPO
FILIPO:
Admirado
estoy y verles deseo.
MAURICIO: Filipo, aquí se
vinieron;
castiga su atrevimiento.
FILIPO: Ya les doy y nada
siento.
MAURICIO: Déjalos, que ya se
fueron.
¡Ay, Dios justo es
mi Dios bueno!
¿Conocerás un villano,
¡dichoso caso!, lozano,
bajo de cuerpo y moreno?
FILIPO: Buscaré bien.
MAURICIO:
Advïerte
que aquí me lo has de
traer;
porque éste tiene de
ser
el que me ha de dar la
muerte.
Dios me quiere castigar,
y mi pecho lo desea,
como en esta vida sea.
Favor al Papa he de
dar.
La Emperatriz es muy
santa,
ella será intercesora
con el Justo Juez, que
agora
con su sentencia me
espanta.
Vanse. Salen HERACLIO y músicos
HERACLIO: Esta es la fuente
que tiene
por guijas, cristal y perlas,
porque cuando a cazar
viene,
llegue a coger y
beberlas
la gallarda Mitilene.
Cuando aquí está
calurosa,
bebiendo su agua
dichosa,
le doy voces y le aviso
no muera como Narciso
viendo su imagen dichosa.
MÚSICO 1: Delante se nos
ofrece.
MÚSICO 2: Venus en Chipre parece.
HERACLIO: Hacedle una alegre
salva,
Sed ruiseñores del
alba,
que a mis ojos amanece.
Cantan
MÚSICOS: "Hela por do viene la cazadora
que cautiva y prende en
red amorosa.
Sale MITILENE con arco y flechas
Del monte desciende
más linda y hermosa
que el sol cuando sale
siguiendo el aurora;
a la fuente viene,
que corre envidiosa
de ojos y labios
que sus aguas doran.
Fieras y hombres mata la
cazadora
que cautiva y prende en
red amorosa."
HERACLIO: Me pareces,
descendiendo,
si verdad quieres que
trate,
al sol que se va
poniendo,
garza que al suelo se
abate,
y alba que viene rïendo
su tardanza. Por mi mal,
la fuente está
murmurando
entre dientes de
cristal,
entendiendo está y
brindando
esos labios de coral.
Hizo que a tus
movimientos
tenga mis ojos atentos
por podérteme ofrecer.
Sangre quisiera
tener,
como tengo
pensamientos.
MITILENE: ¿Son honrados?
HERACLIO:
Bien nacidos
y como en creer no
tardan,
salen del alma
atrevidos,
llegan a ti y se
acobardan,
y vuelven arrepentidos.
Después que entre fieras
tratan,
tus manos matan las fieras,
nuestras vidas arrebatan,
y a mí tus ojos me matan,
que son del sol sus
esferas.
MITILENE: ¿Cómo estás tan
cortesano?
HERACLIO: Con amor teme el
tirano,
oye el sordo y habla el
mudo,
calla el loco, entiende
el rudo
y es político el
villano,.
MITILENE: Yo en el grado que
te quiero
a ninguno quise bien.
HERACLIO: Dulce amor, ¿qué más
espero?
Dadme alegre
parabién
de este favor lisonjero.
MUSICO 1: ¿Cómo de caza te ha
ido?
MITILENE: A tiempo has
interrumpido
su plática regalada.
En la espesura
intricada
un ciervo dejo herido.
Entre robles se
escondía,
paciendo tomillo tiernos,
y como el cuerpo
encubría,
mostrando un árbol de
cuernos,
roble seco parecía.
Movióse en espacio
breve.
Así dije: "Lo que
veo
ciervo es que pace, o bebe,
porque aquí no canta
Orfeo,
el que los árboles
mueve".
Disparéle satisfecha
una jara tan derecha,
que al medroso ciervo
dio
y por el monte
abajó
más ligero que una
flecha.
Por heridas bocas iguales
sangre y espuma vertía,
y así dejaba
señales,
que la tierra
parecía
copos de nieve y
corales.
Corrió al fin tan
diligente,
que llegó a una clara
fuente,
y allí bebiendo y
bañando
se está agora
desangrando
para morir dulcemente.
HERACLIO: Eres hermosa Dïana,
eres el margen florido
de esta fuentecilla
ufana
cuyo cristal has bebido.
Siéntate.
MITILENE: De buena
gana.
Échase a sentar MITILENE
HERACLIO: Con la música y
rüido
del agua blanda, mi
dueño
dulcemente se ha
dormido,
y su rostro, con el
sueño,
rosado está y
encendido.
Al valle quiero
bajar
por rocas, para enramar
sus cabellos y sus faldas.
Cantan
MÚSICOS: "Vamos todos por guirnaldas,
dejémosla reposar".
Vanse. Queda durmiendo MITILENE y
sale LEONCIO, todo
vestido de pieles
LEONCIO: Puede la música
tanto,
que como unicornio
vengo
de una cueva que tengo,
húmeda ya con mi
llanto.
Castigóme el cielo
santo
con afrenta amarga y
dura;
mas hoy en la espesura
ha suspendido mi pena
esta voz, que fue
sirena
del mar de mi
desventura.
A vencer los persas fui,
y en cuernos de la luna
la rueda de la Fortuna
me subió, pero caí;
y en una plaza me vi
con una rueca en el
lado;
y así, viéndome
afrentado,
a los montes me subí
yo mismo, huyendo de
mí
ya que le honor me ha
faltado.
¿Qué ninfa por agua
viene
a esta fuente clara y
pura
que sueño a su margen
tiene?
¡O ésta es la misma
hermosura
o es la bella Mitilene!
¡Oh, dulcísima ocasión
del estado en que me
veo!
¿Si es ella? ¿Si es ilusión?
¿Si es imagen del
deseo
que está en la
imaginación?
El corazón se ha
alterado
como a su dueño ha
mirado.
¡Ella es! Yo la despierto;
mas no querrá a un
hombre muerto
que tal es un
afrentado.
Despierta no me ha
querido,
y así he de abrazarla yo
agora que se ha dormido.
Tente, apetito, eso
no;
que es amor
descomedido.
Entre estos
lentiscos quiero
mirarla con afición,
y seré el hombre
primero
que se venció en la
ocasión
teniendo amor
verdadero.
Sale el Príncipe TEODOSIO, con dos criados
TEODOSIO: Bosques oscuros, que
por peregrinos
merecían los célebres pinceles
de Timantes, de Zeuxis y de Apeles,
tenido en el mundo por
divinos,
cuyos frondosos y elevados pinos,
verdes hayas, lentiscos y
laureles,
cipreses imitáis los chapiteles
y os miráis en arroyos
cristalinos,
si de sombra servís a
mi enemiga
cuando viene a las
fiestas con despojos
de las fieras que mata
en la espesura,
decidme dónde está
porque la siga
si acaso de las hojas hacéis
ojos
para mirar despacio su
hermosura.
CRIADO: Sin ser de estos
montes planta,
yo podré decirte de
ella.
Mírala allí.
TEODOSIO: Imagen
bella
de la gloria bella y
santa,
luciendo va como
viento
entre enebros y
lentiscos,
[entre peñascos y
riscos]
que en verla me dan
tormento.
Atad, pues, a la
crüel
que claramente me
mata,
más hermosa y más
ingrata
que fue otro tiempo el
laurel.
Llegan y átanla a MITILENE y toma el arco TEODOSIO
MITILENE: ¿Qué es aquesto?
TEODOSIO: Una
afición.
MITILENE: ¿Quién me ató?
TEODOSIO: Quien te ha
adorado,
un príncipe
apasionado.
MITILENE: Mejor dirás tu pasión.
Traidores viles, villanos,
¿qué intentáis, qué pretendéis?
El miedo que me tenéis
os hizo atarme las
manos,
fantasmas del blando
sueño
en que he estado
divertida.
¿Qué queréis?
TEODOSIO: Hallar
mi vida.
MITILENE: ¿Quién te la quita?
TEODOSIO: Mi dueño,
yo te di mi
libertad
y agora me has de querer,
o por fuerza he de vencer
tu rebelde voluntad.
MITILENE: ¿Cómo has de poder
forzarla,
pues aún no la fuerza Dios?
TEODOSIO: Dándote muerte. Los dos
de un árbol podéis
atarla;
con sus flechas ha
de ser
muerta, si mi gusto
niega.
Átanla
LEONCIO: (Yo quiero ver dónde
llega Aparte
el brío de esta mujer).
MITILENE: Bárbaro, que nombre
cobras
de traidor en
pensamientos,
en el alma, en los
intentos,
en palabras y en las
obras.
Plega a Dios que te diviertan
el alma eternos pesares
y las flores que
pisares
en serpientes se
conviertan.
Sígate un oso
herido
para que más bravo sea,
un tigre que no vea
los hijuelos que ha
parido,
un toro agarrocheado
encuentres y un
elefante;
que tengas siempre
delante
un áspid recién pisado;
fieros leones
encuentres
que salgan de la
cuartana,
porque con rabia
humana
te sepulten en sus
vientres.
Haz desatarme,
traidor,
y nuestras fuerzas
probemos.
TEODOSIO: En mi pecho hay dos
extremos:
que aborrezco y tengo
amor.
Si en la parte que
te adoro
no me dan tus ojos
guerra,
de las peñas de la
tierra
sacaré la plata y oro;
de las entrañas
saladas
del mar, que sorbe las
vidas,
sacaré perlas asidas
de conchas
tornasoladas.
Tuyas serán, tú mi
dama,
mientras con rayos
eternos
dore al toro el sol los
cuernos,
y el pez argente la
escama.
Pero si te
demuestras fuerte,
del extraño amor que
siento,
saldrá el
aborrecimiento
procurándote la muerte.
MITILENE: Rompe mi pecho,
traidor,
y un pelícano seré,
que con él sustentaré
mis hijos, que es el honor.
¡Tira! ¡Acaba!
¡Tira!
TEODOSIO:
Advierte
que en este mortal
estrecho
lo que hay de la flecha
al pecho
hay de la vida a la
muerte.
MITILENE: Y lo que hay del
suelo al cielo
habrá de mis
pensamientos
a tus cobardes
intentos.
TEODOSIO: (Que me ha de vencer recelo). Aparte
A desnudarla
comienza
que, pues presume de
fuerte,
menospreciando la
muerte
tema su misma
vergüenza.
MITILENE: Leona es mi honra,
villanos,
que ligada se defiende,
y con los dientes
ofende
si está herida en las
manos.
Perro seré, que
guardando
este honrado proceder,
cuando no pueda morder,
llamaré gente ladrando.
¡Montes, aves, plantas, fieras!
¡Tened en esta ocasión
alma, piedad y razón!
LEONCIO: Sí, tendrán, porque no
mueras.
CRIADO 1: Las hojas vienen
hablando
a amparar a esta mujer.
CRIADO 2: ¡Huye, señor!
TEODOSIO:
Descender
quisiera al valle
volando.
Vanse el Príncipe y los
criados
MITILENE: ¿Qué fiera, qué
labrador,
qué deidad ha pretendido
mi defensa? Angel ha sido
de la guarda de mi
honor.
Salen FILIPO, mirando un retrato, y un criado
FILIPO: Mientras que yo
descanso un rato,
pregunta por algún
hombre
a quien llamen de este
nombre
y parezca a este
retrato.
¡Qué espectáculo
divino!
¿No es la gloria que
deseo?
En un espejo me veo
mirando lo que
imagino.
Dulce jüez y testigo
de mi amorosa pasión,
¿qué es aquesto?
MITILENE: Una traición
que usó el Príncipe
conmigo.
Desátame,
General.
FILIPO: (Con mi amor, esta
ocasión Aparte
ha de perder la opinión
de cortesano y leal.
¡En qué peligro me
veo!
Los cielos me están
mirando
y aquí me va despeñando
el caballo del deseo.
[El amor me ha desafiado],
la buena ocasión
esfuerza.
Gozarla quiero por
fuerza;
pero no, que soy
honrado.
Yo la voy a
desatar.)
MITILENE: ¿No me desatas?
LEONCIO: (Ya tengo
Aparte
cuando a desatarla
vengo,
otro caso que
mirar).
FILIPO: (La ocasión es
poderosa: Aparte
hace al cobarde crüel,
ladrón hace al hombre
fiel,
a la verdad mentirosa;
traidor hace a el
que es leal,
lascivo al más
contingente,
riguroso a el que es
clemente,
y corto a el que es
liberal.
¡Cuántos hombres han
estado
en esta resolución
y una pequeña ocasión
ciegos los ha
derribado!)
Mitilene, tu
hermosura
sirva a esta planta de
hiedra
y tú del todo eres
piedra
estando inmóvil y dura;
desde el punto que
te vi
te adoré; como el soldado
en las batallas que he dado,
nunca la ocasión
perdí.
Si ves que te doy la
muerte,
¿has de dejarte gozar?
MITILENE: Mil muertes pienso
pasar.
FILIPO: (¡Una mujer es tan
fuerte Aparte
que la vida ha
aventurado
por su honra! No es razón
que venza una tentación
al que quiere ser honrado.
Noble soy y temo a
Dios,
honra quiero y Dios es
gloria).
Desátala FILIPO
LEONCIO: (¡Ay, Filipo, esa
victoria Aparte
hemos ganado los dos!)
MITILENE: Buscando voy,
deseosa,
uno que me dio la vida.
Luego vuelvo.
Vase MITILENE
FILIPO: Esa
huída
es honrada y animosa.
LEONCIO: (Solo queda. La amistad
Aparte
que me ha tenido
consiente
que agora salga y le
cuente
mi extrema
necesidad.
Como afrentado he
vivido
en los montes retirado,
me siento necesitado
de dineros y vestido.
De pasar me
determino
a los persas; y así salgo
a pedir que me dé algo
para ponerme en camino.
Pero dudo, y no
estoy cierto
si con este nuevo estado
la condición ha
trocado.
Mejor es llegar
cubierto.
Vergüenza y desdicha
están
en el que a pedir
comienza
y es más desdicha y
vergüenza
si pidiendo no le dan.)
Llega
Caballero, si hay
piedad
en los capitanes
fuertes,
mi vida está entre dos
muertes:
agravio y
necesidad.
Yo, como vos, fui
soldado
y tuve riqueza alguna,
pero la adversa Fortuna
soberbia me ha
derribado.
Rico pensaba
morir
y ya vivo pobremente
si no soy como la fuente
que baja para subir.
Otro es ya lo que yo
fui;
lo que fueron otros
soy.
Mandé en el mundo y ya
estoy
sin poder mandarme a
mí.
Envidiáronme el
estado;
mas ya es mayor en la gente
la lástima del
presente
que la envidia del
pasado.
Di otro tiempo y no
pedí;
no era pobre aunque más
diera,
y agora rico estuviera
con lo menos que yo di.
Fue mi estado como
un sueño
que gozándolo soñé,
y perdido desperté
y halléle en otro dueño.
Fui arcaduz, siendo
mío,
lleno. En la rueda subió
y en otro el agua se
vio,
y así he bajado vacío.
Hoy me obliga a que te
pida
limosna. Así tu privanza
no padezca la mudanza
de mi desdichada vida.
FILIPO: Tú has mostrado en
el cubrir
el rostro que noble has
sido,
porque siempre al bien
nacido
causa vergüenza el
pedir.
Quien viendo al
necesitado
a darle no se comide
y a el que con
vergüenza pide,
aunque lo pida
prestado,
noble no se ha de
llamar.
Y así será caso cierto
que tú has de pedir
cubierto
y que yo tengo de dar.
Yo en la corte voy
subiendo;
mas con miedo de vivir
porque he encontrado al
subir
otro que viene
cayendo.
Lo que con favor se
gana
decir no se puede
estado
sino dinero prestado
que es de otro dueño
mañana.
Y así, el mío te
daría,
mas tanto de él
desconfío,
es tan común, que hoy es mío
y tuyo será otro día.
Un grande amigo se
vio
en mi peso, en mi
privanza;
bajó al mundo su
balanza
y así en otra subí
yo.
Procura, pues,
remediarte
con esos pobres
despojos.
Dale un bolsillo
Más te diera, y aun los
ojos
sus lágrimas quieren
darte,
el corazón su
piedad,
los brazos un lazo
estrecho,
su misma vida mi pecho,
y el alma su voluntad,
mas ya que en adversidades
a ejemplo imitas muy bien,
imítalo aquí también
en recibir voluntades.
Y el irme así no te
asombres
que el corazón me has
quebrado
en verte tan
desdichado
que has menester otros
hombres.
Vase FILIPO
LEONCIO: Es pedir mal tan
airado
que, después de haber
pedido,
y con haber recibido
tiemblo de haberlo
pasado.
Sale MITILENE y LEONCIO se cubre
MITILENE: Si no hay causa que
lo impida,
honra y luz de los
mortales,
yo te pido agradecida
esas mano liberales
que saben dar una
vida.
Más tu venida me
honró
que el padre que me
engendró,
porque si yo la
perdiera
mayor mi deshonra fuera
que la honra que él me
dio;
y si saberla guardar
es más que darnos la
honra,
padre te puedo llamar
que en guardarme vida y
honra
hoy me vuelves a engendrar.
¿Quién eres?
LEONCIO: Dos fui
y soy uno.
MITILENE: Extraña naturaleza:
dos hombres asido en
uno.
LEONCIO: Dos fuimos yo y mi
riqueza;
ya soy pobre y soy ninguno.
MITILENE: ¿Tanto has sentido
el perder
que pierdas también el
ser?
LEONCIO: Sí, que en haberlo
perdido
tan otro soy de el que
he sido
que no me has de
conocer.
MITILENE: ¿Qué es tu riqueza
perdida?
LEONCIO: Vida y honra.
MITILENE: ¡Gran
deshonra!
¿Quién fue causa?
LEONCIO: Tu venida.
Por ella perdí mi
honra,
quizá mi hacienda y mi
vida.
MITILENE: Si te la puedo
volver,
como sin deshonra sea,
pídeme.
LEONCIO: Podrás hacer
lo que mi pecho desea
sin ganar y sin
perder.
MITILENE: Harélo pues, pero
advierte
que tengo de conocerte.
LEONCIO: Cuando ya vivir me sienta.
MITILENE: ¿No vives?
LEONCIO: No, que
una afrenta
es mayor mal que la
muerte.
[No me pidas más,
señora.
MITILENE: Mi sortija te
daré].
Esta será desde agora
prenda y fe.
Dale una sortija
LEONCIO: Estará esa fe
en el alma que te
adora.
Vase LEONCIO. Salen HERACLIANO y
HERACLIO y los
MÚSICOS cantando
MÚSICOS: "El alba en las
flores su aljófar vierte
para la cabeza de
Mitilene".
HERACLIANO: Todos guirnaldas te hacen
de flores cultivadas;
amapolas encarnadas
entre los trigos se
nacen;
romero que en las
montañas
flor [olorosa] nos deja
de quien saca miel la
abeja
y ponzoña las arañas;
flor de gayomba amarilla
[verde aún en el
invierno];
toronjil y trébol
tierno
que nos quita la
polilla;
poleo, con que las
garzas
suelen purgarse en las
selvas;
[. . . . . . . . .
. . . . . . . . . .]
[. . . . . . . . . .
.
. . . . . . . . . .
.]
HERACLIO: Flores son, pero
ningunas
tan finas como mi amor.
MITILENE: Por esas flores
pudieras
hallarme ya de otra
suerte.
HERACLIO: ¿De qué modo?
MITILENE: Con la
muerte.
HERACLIO: ¿Siguiéronte algunas
fieras?
MITILENE: Más
que fieras -- un traidor
que me ha ligado
durmiendo;
pero no volverá. Huyendo,
él probará mi valor.
HERACLIANO: Es tanto tu
atrevimiento
que ya este viejo desea
saber quién tu origen
sea.
MITILENE: Contarélos, estáme
atento:
Yo, famoso
Heraclïano,
nací en el reino de Persia,
y el cielo me dio aquel
nombre,
la desdicha y la
nobleza.
Gozó el Rey una
serrana,
enamorándose de
ella,
que es el rey como le
muerte,
que no tiene resistencia.
Encinta quedó aquel
día,
y ojalá el cielo le
diera
la esterilidad de
Sara
aunque entonces no era
vieja.
Cumpliéronse nueve
meses,
llegó mi parto, y mi
estrella
me sacó al mundo,
llorando
sus desdichas y
miserias.
Nací, pues, y fui
crïada
entre los montes y
fieras,
y así a la guerra y a
la caza
me inclinó naturaleza.
Cazando el Príncipe un día,
con el calor de una
siesta,
llegó a la sombra de un
pino
y me vio durmiendo en
ella.
Desperté sin conocerle;
me avergoncé en su
presencia,
que naturalmente todos
a su Príncipe respetan.
La majestad de los reyes
es tan grande y tan severa,
que aunque no los
conozcamos,
no provoca reverencia.
Pero la sangre real
que da vida a nuestras
venas,
nos dio la afición
entonces
con su amistad
estrecha.
Nunca fue el Príncipe a
caza
que yo a su lado no
fuera,
ni sin tenerme presente
descansó en la verde
hierba.
Al fin llevóme a la
corte;
fui sin gusto, porque
en ella
anda la verdad vestida
con máscaras de
vergüenza.
Después en su compañía
iba también a las
guerras
y más de cuatro
naciones
de sólo mi nombre
tiemblan.
Creció nuestro mutuo
amor
cuando supimos quién
era,
y apartónos la Fortuna
con sus mudanzas
adversas.
El desdichado Leoncio,
que agora llora su
afrenta,
desterrado del imperio,
llegó una noche a mi
tienda.
Defendíme de sus
brazos,
pero vine sin defensa
por dos livianas heridas
y fui en las suyas presa.
Nunca el Príncipe, mi
hermano,
me vio, porque las
tinieblas
de la noche lo
impedían,
y el ser su victoria
cierta.
Pero después no ha
sabido
de mí; que, si lo
supiera,
mi libertad procurara
a costa de su cabeza.
HERACLIO: Detente, no digas más;
calle, señora, tu
lengua
porque me llevas el
alma
a tus razones atenta.
Nunca el Rey enamorado
tu dichosa madre viera,
nunca gozara aquel día
su recatada
belleza;
nunca tuviera ocasión
de gozarla; nunca fuera
tan generoso y fecundo,
para que tú no
nacieras;
nunca el Príncipe
cazara;
nunca llevarte quisiera
a la guerra ni a la
corte;
nunca al imperio
vinieras.
Y ya que todo fue así,
para darme mayor
pena,
nunca te vieran mis
ojos
que en vano tu luz
desean.
Pluguiera al eterno cielo
que humildes padres te
diera
el generoso
principio
que tiene ya tu
grandeza.
Fuera un villano tu
padre,
tu patria una noble
aldea,
tu sangre como la mía
porque yo te
mereciera,
que ya un tosco
labrador
no es posible que
merezca
mirar el rostro divino
de una gallarda
Princesa.
¡Esperanzas mal logradas!
¡Imaginaciones muertas!
¡Afición desengañada!
¡Loco amor, alma
indiscreta!
Pero si los propios
hechos
suelen suplir la
nobleza,
que a los que nacen
humildes
la naturaleza niega,
a los ejércitos voy.
¡Y por el Dios que
gobierna
un mundo, cuatro
elementos,
once cielos y una
Iglesia!,
que en las ásperas montañas
no has de verme hasta
que tenga
ganadas por estas manos
honra propia y fama
eterna.
Mis hazañas han de
darme
lo que a ti naturaleza,
si acaso querrás
entonces
que tus favores
merezca.
Vase HERACLIO
MITILENE: Escucha, Heraclio,
detente.
HERACLIANO: Hijo, aguarda, oye,
espera.
Una vez determinado,
difícil será su vuelta.
¡Ah, sangre conocida,
cómo te inflamas y
alteras
con la bizarra memoria
de generosas empresas!
Algún día querrá el
cielo...
MITILENE: ¿No es labrador?
HERACLIANO: Sí, que
siembra
esperanzas de un
imperio
y ha de coger fruto de
ellas.
Vanse. Salen el Emperador MAURICIO y
un criado
CRIADO: La Emperatriz, mi señora,
viene a verte.
MAURICIO: Enhorabuena,
que si ha llegado mi
hora,
culpas que esperan tal
pena
piden tal intercesora.
Siéntase. Sale la Emperatriz AURELIANA
AURELIANA: Llámame Tu Majestad
y así he venido, señor,
a tu voz con humildad,
con paciencia a tu
rigor
y con gusto a tu
piedad.
Bien puedes ser
riguroso,
que tanto como piadoso
te he de querer y estimar.
MAURICIO: Hoy ha empezado a temblar
mi corazón animoso.
Devota, santa,
piadosa,
pacífica, religiosa,
discreta, humilde,
obediente,
mártir que sufre
paciente
mi condición rigurosa,
ruega a Dios, pues
es tu amigo,
que en la muerte que me
envía
se resuelva mi castigo;
ampárame, santa mía,
yo mismo fui mi
enemigo.
Ave soy, que no he
volado
porque, del cebo
engañado,
en la red del mundo di;
pez he sido, que me
así
del anzuelo del pecado.
Nave del mundo es mi
pecho,
que de vicios se cargó;
mas ya llegando al
estrecho,
mis pensamientos y
yo
pedazos nos hemos
hecho.
Árbol he sido lozano
que en flores pasé el
verano,
pero el invierno ha
venido
y sin fruto me ha
cogido,
que tal es un mal
cristiano.
Ha sido con
propriedad
primavera mi [niñez],
otoño mi mocedad,
y así será mi
vejez
el invierno de mi edad.
Virgen he sido
dormida,
que sintiendo la venida
del Esposo, desperté,
y sin aceite hallé
la lámpara de mi vida.
Préstame lo que has
guardado,
Virgen cuerda, mujer
fuerte,
que ya mi Esposo ha
llamado
a las puertas de la
muerte
y temo verle enojado.
Levántase, y salen FILIPO y FOCAS, labrador
FILIPO: Con diligencias no
pocas,
entre los montes y rocas
un labrador he hallado
con las señas que me has
dado
y con el nombre de Focas.
MAURICIO: Este es el mismo
villano
que yo soñaba; éste viene
a ser conmigo inhumano.
¡Qué extraño aspecto
que tiene!
¡Cómo parece tirano!
Tiemblo de haberle
mirado;
éste será mi cuchillo.
FILIPO: Con su muerte estás
guardado.
MAURICIO: ¿Cómo podré yo
impedillo
si Dios lo ha
determinado?
FILIPO: Es un cobarde.
MAURICIO: Pues
de él
será razón que se
guarde
el valiente y el fïel,
porque siempre, el que
es cobarde
es traidor y así es crüel.
Mas yo no me he de
guardar;
mis culpas quiero pagar
y a mi Dios tendré
contento,
regalando el
instrumento
con que me ha de
castigar.
¿Quién eres?
FOCAS: Un
monstruo fui.
MAURICIO: ¿Y tus padres?
FOCAS: Mi
fortuna
y el mar, porque en él
nací,
y una barca fue mi cuna
hasta que a tierra
salí.
Un pescador me sacó
y como a mí me crïó
con palmas y verdes ovas
y leche de mansas lobas,
soy melancólico yo.
Con esta melancolía
me suele dar un furor
que imagino cada día
que mato al
Emperador.
Esta locura es la mía.
Salí, crïéme, y crecía;
entre estos montes viví;
en tus palacios estoy;
yo mismo no sé quién
soy
quién he de ser ni
quién fui.
MAURICIO: Este prodigio se
note.
FILIPO: Mátalo, ten confïanza;
tu sangre no se
alborote.
MAURICIO: Mira que es mala
crïanza
quitarle a Dios el
azote.
FILIPO: Si es, al contrario,
mentira
cualquier suceso
soñado,
en él se convierta.
MAURICIO: Mira
que tengo a Dios
enojado
y será darle más ira.
FILIPO: La defensa es
natural
y hasta el bruto
irracional
quiere conservar la
vida.
MAURICIO: Mata, pues, a mi
homicida.
Pero no, que es mayor mal.
Si he de pagar de
esta suerte
mis pecados, ¿no es
mejor
que los pague con la
muerte?
FILIPO: Dios perdona al
pecador.
MAURICIO: Mátalo. Mas oye, advierte
Si Dios me ha de castigar,
y yo le quiebro esta
vara,
¿otra le puede faltar?
FILIPO: Claro está, no
faltara.
MAURICIO: Pues no le quiero
matar.
FILIPO: Quizá Dios te ha
perdonado.
MAURICIO: Dale la muerte. Detente.
¿No será mayor pecado
matar a un hombre
inocente
en sueños sólo culpado?
Viva pues.
FILIPO: Temo,
señor,
tus sueños.
MAURICIO: También los temo;
dale muerte.
FOCAS: ¿Qué
rigor,
qué mal, qué agravio,
qué extremo
cometió este labrador?
MAURICIO: Déjalo, bien
dice. Espera,
no me niegue Dios su luz;
darle un abrazo
quisiera
por abrazarme a la
cruz
donde Dios quiere que
muera.
Llégate a mí, labrador,
llégate, que ya es amor
la amenaza de matarte;
llega, que quiero
abrazarte.
FOCAS: Pues, ¿ cómo a mí, gran
señor?
MAURICIO: Tus brazos un lazo
son
de mi vida muy
estrecho.
¡Ay, Dios, qué extraña pasión!
Un gran mal siento en el pecho
que me abrasa el
corazón.
Si a ser mi muerte
has venido
con el temor que he
tenido
vencer mi muerte
pretendo;
que no la teme
muriendo
quien viviendo la ha temido.
Como un hombre de
importancia,
regalado ambos a dos,
perdónete tu
ignorancia.
FOCAS: ¿Qué es aquesto?
AURELIANA: Déle
Dios
su don de perseverancia.
Vase FOCAS
MAURICIO: Figura que, pasando
el tiempo, engaña,
flor que marchita el
caluroso estío,
ampolla hecha en el
agua ya por frío,
correo de la muerte,
débil caña;
sombra que hace tela
de una araña,
ave ligera, despeñado
río,
hoja del agua y veloz
navío
que navega este mar a
tierra extraña;
un punto
indivisible, un breve sueño,
corrido sueño y muerte
prolongada
es la vida del hombre
desabrida.
¡Miserable de mí!,
si es tan pequeño
el curso de mi edad,
que es casi nada,
¿por qué pasé tan mal
tan corta vida?
Vanse
FIN DEL ACTO SEGUNDO