ACTO PRIMERO
[Salen
don JUAN, don DIEGO, don LUIS y don PEDRO,
con espadas desnudas]
DIEGO: La
suerte fue bien juzgada.
JUAN: Miente
quien lo dice.
DIEGO: ¡Muera!
¡Apartaos! ¡Dejadme!
JUAN: ¡Fuera!
Y si
punta de mi espada
no
quieren que pase el pecho
al
primero que llegare,
téngase
afuera, y repare
en mi
razón.
Salen acuchillándose
LUIS:
Fue mal hecho,
y
bastaba estar aquí
dos
caballeros diciendo
la
verdad.
PEDRO:
Y yo me ofendo
de que
se pierdan así
el
respeto; que en mi casa
ha sido poca prudencia
por el
juego esta pendencia,
y ya
los límites pasa
de
desvergüenza, ¡por Dios!
LUIS: Ha sido
muy mal mirado.
PEDRO: Vuelvo
a decir que han andado
muy descorteses los dos.
LUIS: Señor don Pedro, ya he visto
que se pudiera excusar
daros
aqueste pesar.
[Salen
don DIEGO y don JUAN]
DIEGO: ¡Mal el
enojo resisto!
¡Vive Dios, que de afrentado
apenas
a hablar acierto.
JUAN: Áspid
no verá encubierto
entre
la hierba pisado
el
cazador más furioso
que yo
para la venganza.
DIEGO: Lograr
pienso mi esperanza
aunque
aquí será forzoso
disimular.
LUIS: Las espadas,
caballeros, no están bien
desnudas.
JUAN:
(Sólo un desdén Aparte
en razones mal fundadas
parte ha sido y, ¡por los cielos!,
que
tomé por ocasión
el
juego; que el corazón
es el
que [s]e abrasa en celos.
¿Cuándo tan dichoso día
veré que de mi esperanza
coja el
fruto? ¿Hay tal mudanza
que me
dé doña María
favores y que a don Diego
trate
con tanto rigor?)
DIEGO: (No el
juego, celos y amor Aparte
causan
mi desasosiego).
[Sale] ALBERTO, viejo
ALBERTO:
Caballeros, por mi vida,
se me
diga la ocasión
de este
disgusto. Pasión
de
padre os lo pide. Impida
este
silencio mi ruego,
que don
Juan, me ha parecido
que
tiene el color perdido.
LUIS:
Disgustóse con don Diego
y
las espadas sacaron.
ALBERTO: Saber
la ocasión gustara.
PEDRO: Sobre
el juego.
ALBERTO: Cosa es clara
que
entre pechos que se hallaron
términos de cortesía,
el
juego viniera a ser
quien
les hiciese perder.
Don
Diego, por vida mía,
me
dad la mano de amigo.
Mirad
que os lo ruego yo.
DIEGO: Aunque
descortés habló,
señor,
vuestro gusto sigo.
ALBERTO: Sus
mocedades livianas
aquí
perdonar podréis.
Esto os
suplico pues veis
a
vuestras plantas mis canas.
DIEGO:
(Vive el cielo, que ha venido
Aparte
mi
padre en esta ocasión
para
más indignación).
ALBERTO: Aquesto
os suplico y pido.
DIEGO: No
solamente la mano
pero
los brazos os doy.
ALBERTO: Digo
que obligado estoy
a es[te
hi]jo tan cortesano.
DIEGO:
Quédese vuestra merced
con
Dios.
ALBERTO:
Él vaya con vos.
Acompañadle los dos.
PEDRO: Señor
Alberto, creed
que
le somos muy amigos
a don
Juan.
ALBERTO:
Créolo así.
Vanse don PEDRO, don LUIS y don
DIEGO]
JUAN: (Mi
padre me ofende a mí. Aparte
Los cielos me son testigos).
ALBERTO: Don
Juan, ¿es bueno que andéis
dándome
a mí pesadumbres?
Vuestras antiguas costumbres
ya es razón que las dejéis.
¿No hay mil
entretenimientos
[par]a
un caball[er]o tal?
Noble
sois en Portugal.
Levantad los pensamientos.
La
espada negra podéis
jugar,
ejercicio honrado.
JUAN: ¿Señor?
ALBERTO:
Estoy enojado
de ver
lo que vos hacéis.
Alborotáis a Lisboa
a cada
instante. Yo quiero
ver,
pues que soy caballero,
si
dejáis más nombre o loa,
don
Juan, en la tierra extraña.
Edad y
valor tenéis.
Quiero
que a España dejéis.
No
habéis de estar en España.
El gran duque de Medina
va con
valor inmortal
por
capitán general
de esta
armada peregrina.
Yo
os alcanzaré favor
para
que de vos le acuerde.
Reparad
en que se pierde
el
tiempo, y será mejor
hacer [una heroica] guerra
a
devaneos y a vicios
por
honrados ejercicios
y
servir siempre en la [tierra.]
Con
mi sangre y con mi espada
me hizo
el emperador
capitán, dándome honor.
JUAN: Si mi
disculpa te agrada,
oye...
ALBERTO:
La ciudad inquieta.
De
cierto sé que améis.
Más en mi casa no entréis
que os
tiraré una escopeta.
Vase [don ALBERTO]
JUAN:
Cuando la luz entendí
gozar
de aquella hermosura,
la
noche triste y oscura
vino. ¿Qué [pasó]? ¡Ay de mí!
Ya,
hermosa doña María,
te
pierdo por esta ausencia,
pues la
forzosa obediencia
de
tanto bien me desvía.
[Sale] LUZBEL, de galán
LUZBEL: De
mi estancia tenebrosa,
pues ya
saben lo que valgo,
[a
hacer guerra] al cielo salgo,
tan
reñida y espantosa
que
no esté de mí segura
el
alma, pues mi rigor,
pues
que no puede al Criador,
ha de
coger la criatura.
Y sé
que mi diligencia
igualará a mi desgracia;
que
aunque he perdido la gracia,
infusa
tengo la ciencia.
Y
tiemble todo de mí
pues es tan justo te asombre
que no ha de gozar el
hombre
la sala
que yo perdí.
Pues
no, aunque fuerte y bizarro,
es bien
si no lo permite
que a
un ángel de ella le quite
y ponga
un poco de barro.
JUAN:
¿Pasáis de camino, hidalgo,
que
parecéis forastero?
LUZBEL: A que
me mandéis espero,
si os
puedo servir en algo
que parece que estáis triste.
JUAN: Tengo
bastante ocasión.
LUZBEL: Que me
digáis la razón
me
holgará, y en qué consiste.
JUAN:
Pártome de la ciudad
cuando
empezaba a tener
favores
de una mujer
que es
un ángel en beldad,
y es forzoso hacer ausencia.
Si queréis venir
conmigo,
en mí
tendréis un amigo;
que
vuestro rostro y presencia
dicen que sois principal.
¿Habéis
estudiado?
LUZBEL: Sí.
No hay
oculta para mí
cosa
alguna natural.
Mi
saber comprehende hasta hoy
del
mundo el primero ser,
y si
queréis entender
lo que
puedo, aquesto soy:
De la Alemania más alta
soy, y
mi naturaleza
es la
más noble que hizo
quien
formó cielos y tierra.
De
aquesta eminente patria
contarte las excelencias
quisiera, sin ser prolijo,
como
allá Agustín lo cuenta
en Civita[s]
Dei, don Juan.
JUAN: Gusto
que mi nombre sepas,
donde
infiero me conoces.
LUZBEL: Y sé
mucho más que piensas.
Aquesta
ilustre ciudad
se
ilustra con once puertas,
de
labor imprehensible,
que la
adornan y hermosean.
En la
primera da luz
con
cuerpo opaco una densa
antorcha de cera blanca
a las
tinieblas opuesta.
En la
cuarta otra bizarra,
que doce casas pasea,
y a las plantas con sus rayos
las vivifica y engendra.
En la
octava hay tantas luces
que la
astronómica ciencia
de mil
y veintidós trata,
porque en las demás no hay cuenta.
Después otra de cristal
que a
no estar donde está puesta
las
once se penetraran,
y el
palacio real se viera.
Luego
se ve otra movible
y ésta
da cada año vuelta,
por un espíritu a todas
por
divina providencia.
Aquí,
pues, tuve mi ser
y con
tan rara belleza
que al
que me crió me opuse
y quise
en civiles guerras
intentarlo, mas fue en vano;
que a
mi arrogante altiveza
cual
Faetón desvanecido,
lo
derribó la soberbia.
Bandos,
disensiones puse,
confusión, discordias, guerras,
y con trémulo rumor
se tocó
una arma tremenda.
El Rey
a un alférez suyo
da su
poder y éste enseña
su
valor, diciendo en alto
quien
como él y sin fuerzas
los de
mi bando quedaron,
y
asientos cándidos dejan;
mas si
puede haber consuelo,
aunque
ninguno me queda,
es ver
que el arrepentimiento
no es
de mi naturaleza.
Y ver
que con mi poder
pude
derribar la tercia
parte,
que cayó conmigo
sin que
de ello se arrepienta.
Tremulando tengo al aire
en el
orbe mis banderas.
Más
gente la sigue al día
y se
alista que allá en treinta.
De la
región más hermosa,
más
pura, cándida y bella,
he
caído, donde en fin
tengo
por luz las tinieblas.
Ésta,
don Juan, es mi historia
y sólo
quiero que entiendas
que so
un amigo del alma
y la
sirvo muy de veras.
Bien sé
que a doña María
adoras,
y te desvela
su
hermosura, y que don Diego
estima
sus altas prendas.
Mira si
sé pensamientos.
Y agora
quiero que entiendas
otro
secreto, que tú
es
imposible lo adviertas.
Religiosa la has de ver
y si es
que no lo remedias,
tus pensamientos verás,
don Juan, echados por tierra.
JUAN: De tu
prodigiosa historia
puedo
decir que me pena,
aunque
apenas la he entendido.
LUZBEL: Pues yo
me entiendo con penas.
Sale TABACO, gracioso con un papel
TABACO: Presumo
que es excusado
pedirte
de tales nuevas
las
albricias.
JUAN:
¿De qué forma?
TABACO: Pienso
que traigo respuesta
muy a
tu gusto.
JUAN: Tabaco,
premiaré tu diligencia
con
esta sortija.
TABACO: Vivas,
si es
que disgusto se llevan,
más que
una suegra de un yerno,
y más
si heredas, es pena
que el
deseo inmortaliza.
LUZBEL:
Agrádame la estafeta.
Óigame,
señor hidalgo,
galán
de calceta y cuera.
TABACO: ¿Qué me
quiere?
LUZBEL: Por mi vida,
que en
buen oficio se emplea.
No está
la sortija mala.
¿Quiéreme feriar la piedra?
TABACO:
Pondréle la de un molino,
si me
enojo, en la cabeza.
LUZBEL: ¿Cómo
llamas a este oficio
de
llevar billetes? ¡Ea,
no se
ha de enojar!
TABACO: Hidalgo,
¡vive
Cristo que me pesa
que dé tan curioso pique!
LUZBEL: Dejemos
burlas afuera
y déme
la mano.
TABACO: Tome.
¡Cuerpo
de Dios, suelta, suelta!
¡Qué me
abraso!
LUZBEL:
¿De tan poco,
señor
Tabaco, se queja?
JUAN:
¡Cielos! ¿Es ésta ilusión?
¡Loco
el contento me lleva!
¡Oh,
esperanza bien lograda,
pues
tuvo en favor sentencia!
¿Sabéis
mi casa, hidalgo?
LUZBEL: Muy
bien la sé.
JUAN: Pues en ella
aquesta
tarde os aguardo.
LUZBEL: Iré sin
falta.
TABACO: A Teresa
doy un
abrazo de a cuatro.
LUZBEL: Pues yo
sé cierto que queda
con
Vallejo en este punto.
TABACO: ¿Con
Vallejo?
LUZBEL:
Es cosa cierta.
TABACO: ¿Cómo
desde aquí lo sabes?
LUZBEL: Son prodigiosas mis letras.
TABACO: Sin
duda habla en ti el demonio.
LUZBEL: Vaya, y
verále con ella.
TABACO: ¿Teresa
y Vallejo? ¡Celos!
¡Toca
al arma! ¡Guerra, guerra!
Vanse y
salen doña MARÍA, dama, y
TERESA, criada, don DIEGO y VALLEJO, criado
MARÍA: No
imagino que es prudencia
amar
viendo el desengaño.
DIEGO: ¡No vi
rigor más extraño
ni tan
crüel resistencia!
MARÍA: Ya
digo, señor don Diego,
que me
pesa que os canséis.
DIEGO: Más de
esa suerte encendéis
mi amor
y aumentáis mi fuego.
VALLEJO: Y
voacé, señora mía
¿tiene
condición tan dura?
TERESA:
¡Óigale, señor figura!
VALLEJO: Ésa es poca
cortesía.
DIEGO:
Ícaro seré, señora,
que con
amoroso celo
quiero
volar a este cielo
donde
mi bien se atesora;
mas
como al sol igualáis
en
belleza y resplandor,
temo
que con el rigor
las
alas no deshagáis,
y
dejando esta presencia
como
necio inadvertido
caiga
en el mar del olvido
donde
anegue la paciencia.
MARÍA:
Estimo, como es razón
tanto
amor y voluntad.
DIEGO: Pues,
¿cómo con tal crueldad
dais el
premio a mi afición?
¿Os confesáis obligada
y no pagáis?
MARÍA: Es así;
mas quiero entendáis de mí
que yo estoy enamorada.
VALLEJO: ¿Es Tabaco más galán?
Diga, señora Teresa.
TERESA: Eso,
¿quién no lo confiesa?
VALLEJO: Conformes los dos están.
DIEGO: A
Anajarte en piedra dura
los
dioses la convirtieron
por
ingrata, y en fin dieron
tal
pago a tanta hermosura;
mas
cuando en vos otro tanto
quieran,
viendo mi sentir,
¿en qué
os han de convertir
si ya
sois piedra a mi llanto?
MARÍA: No
tuvo Anajarte amor
a
ninguno, y yo le tengo.
Y si a
desengañaros vengo,
no es bien tengáis rigor.
Decís que quiero a don Juan
de
Almeida.
DIEGO:
¡Viven los cielos
que
rabio de amor y celos!
¿Es
bizarro? ¿Es galán?
MARÍA: Es a
quien yo quiero bien,
que
basta.
DIEGO:
Bien empleáis
vuestro
amor, discreta andáis.
(Muerte
me dio este desdén. Aparte
Aunque es bien evite el daño.
Yo
gustaba del rigor
que
camina en fuego amor
y por
hielo el desengaño.
No
me quiero dar agora
de
aquesto por entendido).
VALLEJO: Yo
imagino que ha perdido
la
vergüenza mi señora.
TERESA:
¿Yo? Ni sé qué color tiene.
VALLEJO:
Colorada dicen que es.
TERESA: Yo me
informaré después.
VALLEJO: ¿Tan
poca vergüenza tiene?
DIEGO: En
fin, entre doce y una...
MARÍA:
Entonces mi amor espera.
DIEGO: No
entendí, señora, fuera
tan
dichosa mi fortuna.
MARÍA:
Porque se vaya de aquí
digo
que esta noche vuelva.
VALLEJO:
¿Posible es que se resuelva
dama
melindrosa así?
¿No
pondrá su condición
algo de
madurativo?
DIEGO: Ya con
esperanza vivo
de
alcanzar mi pretensión.
VALLEJO: ¿Qué
tenemos, que te veo
un
poquito más templado?
DIEGO: Tomó
puerto mi cuidado.
Lograráse mi deseo.
Aquesta noche me dice
que la
vea por la reja.
VALLEJO: No es
razón que formes queja.
¿Hay
amante más felice?
¡Agora sí que encajaban
cuatro
o seis exclamaciones
poéticas!
DIEGO: Tus razones
sentido y vida me acaban.
VALLEJO:
Refiere los disparates
de
"Apresura sol, tu coche,
venga
la enlutada noche
porque
mi bien no dilates",
y
otras cosas de esta suerte
al vulgo tan enfadosas
por necedades odiosas.
TERESA: Señor
Vallejo, ¿no advierte
que
yo también gustaré?
Acompañe a su señor
donde
veré si su amor
es
constante y tiene fe.
VALLEJO: Fe,
esperanza y caridad
en mi
pecho junto viene.
TERESA: Pues
sólo con eso tiene
rendida
mi voluntad.
MARÍA: Id
con Dios.
DIEGO: Esclavo estoy
de vos
por más triunfo y palma
que
como acá queda el alma
con vos quedo aunque me voy.
VALLEJO: Yo
otro tanto decir puedo,
Teresa,
pues tuyo soy.
TERESA: ¿Vaste?
VALLEJO:
Sí, aunque me voy
lléveme
el diablo si quedo.
Vanse [VALLEJO y don DIEGO]
MARÍA:
¿Fuéronse ya?
TERESA: Mi señora,
no vi
amante más pesado.
MARÍA: Fingido
un favor le he dado
si bien
pienso que lo ignora,
y él
venga esta noche a verme
por el
balcón del jardín,
todo
con intento y fin
de que
se fuera.
TERESA: No duerme.
¿Qué
es esta noche? ¿En doscientas?
MARÍA: ¿Si dio
Tabaco el papel
a don
Juan?
TERESA:
Sí, pues con él
su amor
y esperanza aumentas.
Y
yo, por disimular
conociéndote, cedí
esperanza de que aquí
Vallejo
me venga a hablar.
MARÍA: O es
que lo forma el deseo,
Teresa,
o veo a don Juan.
TERESA: Ciertos
impulsos te dan
y aun
yo entiendo que le veo.
Mira
tú si le han traído
las razones del papel.
MARÍA: Ya sé
de cierto que en él
mi amor
está agradecido.
Salen don JUAN y TABACO
JUAN:
Aunque es verdad que es razón,
señora,
el pedir licencia
para
entrar, desengaño
me ha
dado franca la puerta.
Y más
donde una deidad
asiste
y naturaleza
puso
con pródiga mano
el
"plus ultra" en tales prendas.
Perdonad si me he tardado,
señora,
que yo quisiera
en
cosas de vuestro gusto
mostrar
mayor diligencia.
MARÍA: Don
Juan, mi bien, ¿qué es aquesto?
¿Cómo
con tanta tibieza
vos a
esta casa venís?
No sé
el alma qué recela.
Alce
del suelo los ojos.
¿Qué
tenéis que os da pena?
Que yo
no sé de mi parte
que
ningún disgusto os venga.
JUAN: Ya,
hermosa doña María,
diciendo verdad empieza
la
lengua en llamarla hermosa.
¡Ay de
mí!
MARÍA:
No hay quien te entienda.
TERESA: Mas,
¿qué hay celados duelos?
MARÍA: ¿Celos? ¡Qué viles sospechas!
¿De un amor tan
obediente?
TERESA: ¿Mas
que tenemos mareta?
TABACO: Y aun
tormenta conocida.
TERESA: Luego,
¿también él se queja?
TABACO: Para
todo habrá lugar.
MARÍA: No des
al alma más penas.
¿Qué es la causa de tu enojo?
JUAN: Apenas
el alba enseña
por el
oriente su luz
y el sol sus caballos muestra,
cuando por mayor
castigo
se
opone una nube negra
volviéndola en caos confuso.
MARÍA: Don Juan, entender te deja.
JUAN: Apenas mostró sus flores
la agradable
primavera
cuando
el cierzo de un disgusto
las
abrasa, tala y quema,
cuando la pobre barquilla
fluctüando por tormentas
no bien
al puerto ha llegado,
cuando
huracanes la anegan.
Mas,
¿de qué sirven discursos?
¿De qué
el sentir aprovecha
si todo, en fin, es mudable
nada
hay firme, todo rueda?
Los
cielos no están parados.
Jamás
su armonía cesa.
Al mar
caminan los ríos.
Nunca
sus aguas se quietan.
Por el zodíaco hermoso
da su
ordinaria carrera
el sol,
la luna le sigue.
Movibles son las estrellas.
Desnuda el invierno helado
los troncos y los
renueva
al tiempo de hojas y fruto.
MARÍA: ¿Qué
intención es la que llevas?
¿Tú
quieres que desespere?
JUAN: Si todo
es mudable, necia
petición fuera la mía
que
firme mujer hubiera.
A tu centro natural
te
volviste. ¡No aprovechan
fingidas satisfacciones!
MARÍA: Pues, aunque inútiles sean,
las quiero dar por mi
gusto.
JUAN: ¿Qué
puedes dar por respuesta
si aqueste papel conoces?
MARÍA: Mía es
la firma y la letra,
que no
lo puedo negar.
JUAN: Y aquí,
¿quién duda viniera
don
Diego de Castro a verte
por
otra, pues a la puerta
le encontré cuando yo entraba?
MARÍA: ¿Y
todas esas quimeras
de mar,
primavera, nave,
cielos,
zodíaco, estrellas,
invierno, troncos y fruto
vienen
a dar en aquesa
fantasía
o frenesí?
¡Ah,
don Juan, que cosa es cierta
que el
que sabe que es querido
está de
grosero cerca!
Por la
puerta de los celos
entráis. Mirad que esa
puerta
ha de estar eternamente
cerrada, que hay diferencia
de
quien soy a quien pensáis,
y
porque es bien se agradezca
a su
tiempo el desengaño,
ni
vuestros ojos me vean
ni vengáis eternamente.
JUAN: (¡Por
Dios, que al alma le pesa Aparte
de
haberla dado disgusto!)
MARÍA: (Ya mi
corazón se anega Aparte
en
llanto. ¡Ay, si está enojado
porque
la vida me lleva!)
TABACO: Esto
acabó. ¡juro a Cristo!
No hay
que replicar, Teresa.
¿Más falsas lágrimas?
Bronce soy, no soy manteca,
¡oh falsa! ¿Tú con Vallejo?
TERESA: Si tan
sin causa te alteras,
no sé,
Tabaco, qué diga.
TABACO: Pues,
¿por un lacayo dejas
este
talle y este brío?
Por
dicha, ¿en la plaza entra
cuando
hay toros, cuando hay cañas,
nadie
que los ojos lleva
del
vulgo más que Tabaco?
Pues si
a mí el toro se acerca,
dejando
solo a mi amo,
busco
la mejor taberna.
Pues si
saco la de Juanes,
¿no
pongo yo en la pendencia
delante
cinco o seis calles?
¿Qué
Rodamonte lo hiciera?
JUAN: Dadme
licencia, señora.
MARÍA: Vos os
tenéis la licencia.
JUAN:
(Importa mostrar valor).
Aparte
MARÍA: (Muerta soy si va de veras). Aparte
TERESA: ¿No se
va, señor lacayo?
TABACO: Iránse;
que no son bestias.
Adiós,
ninfa de cocina,
de las
de escoba y espuerta.
Vanse [don JUAN y TABACO]
MARÍA: ¿Fuéronse ya?
TERESA:
¿Esto preguntas?
Muy
melancólica quedas.
MARÍA: ¿Qué
quieres? Llévame el alma.
¿Qué
quieres? ¿Dejarme muerta?
Llámale, así Dios te guarde.
Entra LUZBEL, de marinero
LUZBEL: ¿El
señor don Juan de Almeida
está en
casa?
MARÍA:
No, señor,
porque
su casa no es ésta.
Mas,
¿para qué le buscáis?
LUZBEL: Quieren
ya tirar la pieza
de leva
y se va la nave.
MARÍA: ¿Qué
nave?
LUZBEL:
La que le lleva
a
Sevilla; que se casa
con la
más rara belleza
que
tiene el Andalucía.
MARÍA: (Aquí es bien el juicio pierda). Aparte
¿Que a
casarse va don Juan?
LUZBEL: Sí, y
ya quieren dar las velas
al
viento.
MARÍA:
¡Ruego al cielo
que tu
vil sepulcro sea
el centro frío del mar
en sus
pálidas arenas!
¡Júpiter rayos despida
que
esta fábrica soberbia
desde
la gavia a la quilla
la deje
en cenizas hecha!
¡Derrotados huracanes
y
cerúleos montes vengan
que en
pedazos la dividan
sobre
las espumas crespas!
¡Infernal rémora estorbe,
ingrato, el rumbo que llevas
y falte
un delfín piadoso
que en
hombros te saque a tierra!
¡Aguarda, tirano, ingrato,
desagradecido! ¡Espera
aunque
es verdad que no más
de
pensamiento me llevas!
Teresa,
un manto me da.
TERESA:
¿Señora?
MARÍA:
No me detengas,
que amor y celos me abrasan
el alma y me la
atormentan.
Vase
TERESA:
Desesperada la miro.
Sin
duda que aquestas nuevas
las ha
traído el demonio,
que
otro no.
[Vase]
LUZBEL:
(Ignorando aciertas). Aparte
Tiran a un perro con violenta mano
piedra,
en castigo de que rabia o muerde,
si bien
huye el rigor no el tiempo pierde
el
diestro brazo sin tirarla en vano.
Mas
viendo, al fin, el animal villano
que a
quien se la tiró no coge, en verde
espuma
el canto masca, que recuerde
es
justo del dolor fiero inhumano.
Piedra es el hombre, si por él desmedra
de la
gracia de Dios, y los lucientes
coros
muralla de su débil hiedra.
Y así, yo con mortales accidentes,
tengo,
si cojo esta arrojada piedra,
[de]
hacer menuda arena con los dientes.
Vase. Salen el
DUQUE de Viseo y la DUQUESA,
de
camino, y tres PESCADORES
PESCADOR 1: ¡Hermosa
y fresca mañana!
Al mar
sopla vendaval
levantando espuma cana,
y en la
tumba occidental
sepulta
el carro Dïana.
Y
del oriental farol
se ve
luz y haciendo salva
las
aves a su arrebol,
pide la
camisa al alba
para
levantarse el sol.
PESCADOR 3:
Parece, hermosa señora,
que con
sus lenguas el mar
la
bienvenida os da agora,
y respira blanco azar
en
aquestos campos Flora;
que
aqueste jardín procura
con su
amorosa frescura
decirlo
en voces süaves
y en
simple solfa las aves
celebran vuestra hermosura.
DUQUESA: Dios
os guarde, que mostráis
el amor
que me tenéis.
PESCADOR
2: Vos en todo nos honráis
y así servida seréis
en lo
que aquí nos mandáis.
PESCADOR 1: ¿Qué
causa, señora, ha sido
de que
el duque mi señor
a Belén
haya venido?
DUQUESA: De una
novena el amor
presumo
que le ha traído.
DUQUE:
Nueve días estaremos
en este
convento santo.
PESCADOR 3: En este
tiempo os haremos
lisonja, aunque me adelanto
con la
barca y con los remos;
que
esta mañana en el mar,
señores, la red echamos
y
espero en Dios de sacar
pescado
con que os sirvamos
ya que
no os podemos dar
otra
cosa.
DUQUE:
¿Qué queréis
por el
lance que saquéis
primero?
PESCADOR 3: Habéisme afrentado,
que
todo el mar dilatado,
a ser
mío, bien podéis
entender que mi deseo
lo
pusiera a vuestras plantas
por más
insigne trofeo,
sin
pagar mercedes tantas;
que
siempre nos hacéis.
DUQUESA: Creo
que
te ha levantado el mar
un
poco.
PESCADOR 1:
Señora, sí,
la
esfera quiere tocar
y el elemento turquí
quiere en las olas frisar.
DUQUE:
Fortuna corre un bajel
si no
me engaño.
PESCADOR 1: Y la mar
está
bramando por él.
PESCADOR 2: No sé
si podrá librar
la
gente que viene en él.
DUQUESA: Dios
te libre y dé favor.
Pésame
de haber salido
a la
ribera.
PESCADOR 1:
Señor,
yo
pienso que sumergido
le tiene
el mar.
DUQUESA: ¡Qué rigor!
PESCADOR 3: En
nuestras redes ha dado
fondo,
y a pique se fue.
DUQUE: Tirad,
tirad con cuidado,
amigos.
PESCADOR 2:
Bien cierto sé
que no traeremos pescado,
mas
por lo que se ofreciere,
compañeros, ¡venga, venga!
¡Y
venga lo que viniere!
PESCADOR 3: No he
visto qué peso tenga.
DUQUE: Yo os
mando, por lo que fuere,
para
un barco mil escudos.
PESCADOR 2: En tu
alabanza los mudos
pueden
hablar, gran señor.
PESCADOR 3: Ya la
red pasó el rigor
de
aquestos peñascos rudos,
y en
el arena la vemos.
PESCADOR 1: Pienso
que un bulto traemos
con que
el cuidado se abona.
PESCADOR 2: ¡Vive
el cielo, que es persona
que del
mar librado habemos!
PESCADOR 3: Si
no me engaño, es mujer
de
bizarro parecer,
suelto
el cabello, desnuda.
DUQUE: ¡Digo
que es mujer! ¡No hay duda!
Sacan a doña MARÍA, desmayada
DUQUESA:
Dejádmela, amigos, ver.
¡Eso
es sin duda! No vi
rostro con
tanta hermosura.
PESCADOR 2:
¿Levantarémosla?
DUQUE: Sí.
pues
Dios la dio tal ventura
casi
anegada.
MARÍA:
¡Ay de mí!
DUQUE: El
cielo santo es testigo
que en extremo lo he estimado.
DUQUESA:
¡Prodigioso lance!
PESCADOR 1: Digo
que lo
es. En sí ha tornado.
¿Señora?
MARÍA:
Dios sea conmigo.
DUQUESA:
Ponedla esta ferreruelo
para
que se abrigue.
MARÍA: El cielo
os
pague esta diligencia.
DUQUESA: ¡Qué
hermosura! ¡Qué presencia!
DUQUE: Tomad,
señora, consuelo;
pues
de la muerte os habéis
librado
y con vida os veis.
MARÍA: Ya
saber quién sois deseo.
DUQUE: Es el
duque de Viseo
el que
presente tenéis,
y la
que veis a mi lado
mi
esposa. Y si os ha dejado
aliento
el mar, nos decid
aqueste
suceso.
MARÍA: Oíd
si no
os canso o no os enfado.
Nací, príncipes excelsos,
de
gente ilustre en Lisboa
espantándose de mí
la
naturaleza propia;
porque
entendió que nacía
una
mujer y dio forma
a una
fiera, a un basilisco
de la Libia ponzoñosa.
Mi madre murió del parto
y cual
víbora me arroja
a sus
pies casi sin vida
y la
suya Átropos corta.
Nací a
catorce de Marzo,
crítico
al fin cuando toman,
si es que hay hados, las desdichas
y fortuna rigurosas.
Aquella
noche temblaron
estos montes y estas rocas
y las naves de este mar
se abrieron unas con
otras.
Oyeron tristes aullidos
de animales en las bocas
de la cuevas de estos
riscos,
luces a
modo de antorchas,
de mil
lóbregos nublados
el
cielo su espacio entolda
y relámpagos y truenos
todo
este horizonte azotan.
Y a
media noche un cometa
cuyos
efectos asombra
a
España y Ingalaterra,
dicho por personas doctas.
A tres amas arranqué
el pecho, no habiendo en
toda
Lisboa
quien me crïase
sino
una cabra piadosa,
que
quitándole el hijuelo
su
pezón puso en mi boca,
alimentando un sujeto
de
tantos buenos deshonra.
Llegué
a edad de dar cuidado
y a
pasiones amorosas
rendí
mi libre albedrío
porque
el tiempo a nada estorba.
Pretendida de galanes
más que
Zaida, Lamia y Flora
he sido, a quien los antiguos
celebraban tanto en Roma.
Por mí
ha habido mil pendencias,
escándalos y deshonras,
alborotos, muertes, siendo
principal causa de todas.
Puso los ojos en mí
un mancebo, y cuando
llora
por él
el alma, me dicen
-- no
sé si es pasión celosa --
que va
a casarse a Sevilla,
y yo
entregando a las olas
mi vida
y mis esperanzas,
tomé la
misma derrota.
Alteróse el mar cual veis
y
visité las alcobas
del
alcázar de Neptuno
entre bascas y congojas.
Y
cayendo en estas redes,
sacada
he sido a la roja
arena,
a pesar del viento
y
desenfrenado Bóreas.
Y ya al
cielo agradecida
si bien
que tanto me importa,
prometo
ser de Domingo,
aunque
indigna, religiosa.
De
Santo Domingo quiero
el
hábito, gran señora,
y pues
siempre el hacer bien
es en vos
acción tan propia,
amparad
una mujer
que
humilde a vuestros pies llora
por
afligida y por triste,
por
desdichada y por sola.
DUQUE: ¿Y cómo
os llamáis?
MARÍA:
María.
DUQUE: Gustaré
que correspondan
con el
nombre vuestros hechos.
DUQUESA: Mi
prima doña Victoria
es en
el Consolación,
según
me han dicho, priora.
Yo os
daré para ella cartas.
MARÍA: Ya
pongo a esos pies mi boca.
DUQUE: En fin,
¿monja queréis ser?
MARÍA: Si el
cielo no me lo estorba.
DUQUE: Divino
es aqueste impulso,
que a
una grande pecadora
Dios
puso en su apostolado.
PESCADOR 1: ¿Viose
suerte más dichosa?
PESCADOR 2: Turbado
estoy y confuso.
PESCADOR 3: ¡De
nuevo el mar se alborota!
DUQUE:
Vamos.
DUQUESA:
Ruego a Dios, María,
que por
santa os llame Europa
la
monja de Portugal.
DUQUE: Dios os
haga buena monja.
FIN DEL PRIMER ACTO