ACTO TERCERO
Salen ALBERTO y don JUAN
ALBERTO: Mira
que bastan, don Juan,
de
reclusión quince días.
JUAN: Para
mis melancolías
no
entiendo que bastarán.
Ya
he probado a consolarme,
y
presumo es imposible.
ALBERTO: ¡Caso,
por Dios, increíble!
JUAN: Y será
mejor dejarme.
ALBERTO:
Pues, ¿no dirás la ocasión
y la
causa de este efeto?
JUAN: A
saberla, te prometo,
tuviera
poca razón
en
negártela, pues eres
mi
padre.
ALBERTO:
Dices verdad.
JUAN: Ésta es
una enfermedad
que
cuando saber quisieres,
por
diligencia curiosa,
la
causa, la medicina
nada en
esta determina
por ser
tan dificultosa;
que
es amor con que nacemos
y
cuando empieza a reinar,
sufrir, morir y callar,
que aquestos son sus extremos.
ALBERTO:
Diviértete con amigos.
Galas y
caballos tienes.
Di,
¿con qué disgusto vienes?
Que los
cielos son testigos
que
la gente principal
de esta
ciudad te desea.
Sal
donde el vulgo te vea.
JUAN: No hay
a mi desdicha igual.
(¿Posible es que la ocasión
Aparte
que a
Lisboa me ha traído
monja
es? Pierdo el sentido
de
pena. ¡Qué confusión!)
¿Tan
grande es la que me ha dado
que
alegrarme es imposible?
ALBERTO: Ya, don
Juan, estás terrible
y me
tienes con cuidado.
¿Estuviste en Roma?
JUAN: Sí,
cuando
a Nápoles pasé.
En
Génova me embarqué
y fondo
en San Ángel di.
Tomamos tres caballeros
la posta;
a verle salimos
y a
España juntos venimos.
ALBERTO: ¿No te
faltaron dineros?
JUAN: No,
que en entrando en España
con don
Rodrigo encontré,
y al
Perol con él llegué,
puerto
ilustre que el mar baña
de la Coruña, y de allí
salió
la infeliz armada,
vistosa
cuan desdichada
y a
Ingalaterra partí
con
el duque.
ALBERTO: ¡Por mi fe
que es
mucho lo que perdió
España!
JUAN:
¡Mal sucedió!
En
todo, señor, me hallé.
La
desgracia ha sido mucha.
ALBERTO:
Holgárame de saber
la
causa. Hazme este placer.
Cuéntamelo todo.
JUAN: Escucha.
Esta
armada poderosa
que a
Ingalaterra envió
el rey,
toda ser perdió.
No hay
que decir otra cosa;
ni
sé si por tiempo airado
o
gobierno..., -- ¿atento estás? -- ,
y no
puedo decir más.
ALBERTO:
Brevemente lo has contado.
JUAN: ¿Qué
querías? ¿Que estuviese
dándote
prolija cuenta
pintándote una tormenta
y larga
relación diese?
¡No
faltará un coronista
que
escriba aquesta verdad!
¡Si
bien no es necesidad
aunque
testigo de vista!
Que
más me importa saber,
señor,
de doña María.
ALBERTO: ¡Por
Dios, donosa porfía!
Pues,
¿no acabas de creer
que
la tiene el Santo Oficio
reclusa
que el sol no ve?
JUAN: ¡Ay mi
adorada! No sé
cómo no
pierdo el jüicio.
ALBERTO:
Embustera la han hallado.
Ya su
altiva presunción
castigó
la Inquisición.
JUAN:
Brevemente lo has contado.
ALBERTO: ¿Qué
querías? ¿Que estuviera
cansándome en disparates?
Más de
esa mujer no trates.
En tu
pensamiento muera.
Déjala, que don Alberto
de
Austria, Gobernador,
General
Inquisidor,
su
embuste supo tan cierto
que
castigada la tiene
y no
con poca aspereza.
JUAN: ¿Es
posible tal belleza
rigor
tanto a pasar viene?
ALBERTO: Y a
ti también. Imagino
que
será mejor dejarte.
Vase
JUAN: No ha
de ser el tiempo parte
-- ¡Oh sujeto peregrino! --
para
dejar de quererte,
y que,
por mayor victoria,
no
estés siempre en mi memoria
a pesar
de olvido y muerte.
Sale TABACO
TABACO:
¿Dura siempre la tristeza?
JUAN: Y la
tendré eternamente
mientras que viviere ausente
de la singular belleza
de
doña María.
TABACO: ¡Bueno!
¿La
vida estimas en poco
o
quieres volverte loco?
JUAN: Tabaco,
por ella peno.
Mientras más dificultad
hay de
verla, mi deseo
más se
enciende.
TABACO: Yo te creo;
mas es
grande necedad
que
a mujer tan embustera,
tan
falsa, tan mentirosa
y ya al vulgo tan odiosa
por
diabólica hechicera,
y a
quien le dio el Santo Oficio
tal
castigo y penitencia
quieras.
JUAN:
No hace resistencia
lo que dices.
TABACO:
Das indicio
de
que te tiene hechizado.
JUAN: Dices
verdad. ¡Su hermosura!
TABACO: Del
pensamiento procura
echarla
y será acertado.
Sale LUZBEL
LUZBEL: Si en mí cupiera temor,
dijera
que le tenía.
¡Oh,
pesia la luz del día!
¡Que
pase con tanto amor
doña
María la pena
que en
tan triste prisión tiene
y a
ganar el cielo viene
ya
cautiva en mi cadena!
¿Sois vos el señor don Juan?
JUAN: Yo lo
soy. ¿Qué me queréis?
LUZBEL: No en
balde opinión tenéis
de
bizarro y de galán.
Esta
mañana llegué
aquí al
torno de un convento
a
parlar...
JUAN:
Es pensamiento
que
entre curiosos se ve.
LUZBEL: ...
y me dio una religiosa
este
papel para vos.
JUAN: Dádmele
acá, ¡vive Dios!,
que el
corazón no reposa
hasta saber qué será;
que
disparate sería
decir
que a doña María
largas
la prisión la da,
si la tienen en clausura
donde
apenas el sol ve.
TABACO: Gusto
mucho que voacé
en tal
oficio procura
emplearse; que promete
ser
hombre de agilidad.
Y si va
a decir verdad
toca un
punto en alcahuete.
LUZBEL: Si
vuesarcé mira en puntos
¿cómo
está tan consolado
si
presente ya le han dado?
TABACO: ¿A mí,
qué?
LUZBEL:
Mil palos juntos.
TABACO:
¿Dónde o cómo?
LUZBEL: En un convento
que por
las tapias entró.
TABACO: ¡Ya no
de los palos, no!
De que
lo sepan me afrento.
LUZBEL: ¿Y
no tuvieron razón?
TABACO: ¿De qué?
LUZBEL:
No faltan testigos
que le
dieron siendo amigos
a
oscuras la colación.
Diabólica fue la traza.
¿Fue
conserva de membrillo,
berenjena o limoncillo?
TABACO: No fue
sino calabaza.
LUZBEL:
[Hay] calabazas también
me han
dicho a mí. Claro hablo.
TABACO: (Sin
duda habla en éste el diablo.) Aparte
JUAN: No sé
yo en el mundo quién
tuviera
mayor ventura.
Doña
María me dice
que...
¡tendré suerte felice!
¡Y en
mí vive su hermosura!
...que del convento la saque.
¿Quién
vio de amor tanta prueba?
No pudo venirme nueva
que más
mi tristeza aplaque.
LUZBEL: Por
el gusto que mostráis
entiendo que os he servido.
JUAN: Estoy
muy agradecido
y así
ved qué me mandáis.
Llegaos acá.
Aquí me envía
a decir
mi religiosa,
la
criatura más hermosa...
LUZBEL: Sé lo
que es doña María.
JUAN:
...que vos me habéis de enseñar
el
lugar.
LUZBEL:
Dice muy bien
porque
en el mundo no hay quién
como yo
os pueda ayudar.
JUAN: Esta
pobre cadenilla
tomad
por hacerme gusto.
TABACO: Sí
hará, que no será justo,
sino
grande maravilla
no
ser cortés en tomar
quien
de su trabajo vive.
JUAN: Quien
este favor recibe,
¿ya qué
tiene que aguardar?
¿Dónde queréis esperarme?
Que me
voy a prevenir.
LUZBEL: Adonde
habéis de acudir
y con
el silencio hallarme
es a
la esquina que tiene
el
ciprés, junto a la fuente.
JUAN: Allí
acudo diligente.
Vase
TABACO: ¿Esta
estafeta nos viene?
LUZBEL:
Sírvase el señor Tabaco
de
hablar; que su amigo soy.
TABACO: El que
dijere que estoy
afrentado es un bellaco.
Y a
entender dado me habéis
con muy
claro testimonio
o que
habláis con el demonio
o la
mágica sabéis;
mas,
pues el agravio traza
que
riña y me desenoje,
pues no
hay guante que os arroje,
os
arrojo esta almohaza.
¡Mas, no!
LUZBEL:
¿Por qué si con ella
remedias agravios tales?
TABACO: Porque
me costó dos reales
y me
quedaré sin ella.
Vase
LUZBEL:
Veneno voy repartiendo
de lo
que en el pecho crío.
Y, pues
por oprobio mío,
de mis
prisiones huyendo
esta
monja, y ya esta santa,
se ha
librado por mejor,
[debo]
quitarla el honor.
¡Si a
mí, con ser yo, me espanta
viendo que estando los dos
con tan
amorosos lazos
de mis
cautelosos brazos
se ha
pasado a los de Dios!
[Sale] don DIEGO
DIEGO: No quiero entienda don Juan
que
dura el enojo en mí.
LUZBEL: Aquéste
es don Diego. Así
buenos
mis intentos van.
DIEGO:
¿Sois de casa, caballero?
LUZBEL: No,
señor, que en ella entré
a preguntar, que no sé
al fin
como forastero,
si
por ventura vivía
don
Diego de Castro aquí.
DIEGO: Yo soy
don Diego.
LUZBEL: ¿Vos?
DIEGO: Sí.
¿Qué,
vuesa merced quería?
LUZBEL: El
cuidado de buscaros
de esa
suerte me excusáis.
DIEGO: Mirad
lo que me mandáis
que en
todo pienso agradaros.
LUZBEL: Aquí
en la Consolación
me ha
dado una religiosa
un
recado.. -- Esto no es cosa
nueva
ni da admiración --
..para vos, porque sería
melindre el no conceder
al
ruego de una mujer.
DIEGO: ¿Y
quién es?
LUZBEL:
Doña María
me
dijo que se llamaba.
DIEGO:
¿Vístela vos?
LUZBEL:
Sí, señor,
y aun
pienso que os tiene amor.
DIEGO: Hoy mi
desdicha se acaba.
¿Qué
es el recado?
LUZBEL: Un papel.
DIEGO: ¿Y ella
le dio por su mano?
LUZBEL: Si le
traigo caso es llano.
DIEGO: Ya mi
boca pongo en él.
Más
besos que letras tiene
le
quiero dar. ¿Es posible
que
aquesta suerte invencible
a darse
a mis ruegos viene?
Quiero leer, si me deja
el
placer que he recibido.
LUZBEL:
(Notable industria ha sido.
Aparte
Tendrá
remedio mi queja.
No
me puede Dios hacer
más
pesar del que me ha hecho.
Y así
pienso a su despecho
imposibles emprender
aunque
venga el desengaño
con sus
luces o quimeras,
rompiendo las once esferas
por mi
oprobio y por mi daño.)
DIEGO: Ya
he leído, y no sé cómo
loco no
estoy de contento;
mas entrar en el convento,
¿cómo
ha de ser?
LUZBEL: Pues yo tomo
a mi
cargo ese cuidado.
[Entrar
al punto podréis]
si
acaso gusto tenéis.
DIEGO: Estoy
tan enamorado
que
por gozar su hermosura
perdiera el alma y la vida.
Mirad
si es de mí querida.
Mas
dicen que está en clausura
tan
grande que es imposible
aun el
día pueda ver.
LUZBEL: Yo
quiero, señor, hacer
ese
imposible posible;
que
donde la luz del día
no
entra, puedo yo entrar.
DIEGO: ¡Que en
fin la tengo de hablar!
¿Cómo
está doña María?
LUZBEL: ¿Has
visto hermosa azucena
que las
hojas quiere abrir
o
quiere el alba reír
después
de noche serena?
¿Has
visto almendro florido,
que
escapando del rigor
de
marzo, muestra la flor
elevación del sentido?
Pues
alba, azucena, almendro,
no
tienen tal bizarría
como
esta doña María.
DIEGO: De
nuevo en mi pecho engendro
amor, deseo y cuidado.
Este
diamante tomad
y el
ser pobre perdonad.
LUZBEL: Conozco
estoy obligado.
DIEGO:
¿Cuándo iremos?
LUZBEL: A la una
de la
noche.
DIEGO:
Decís bien.
LUZBEL: Yo os
pondré con ella.
DIEGO: ¿Quien
tuvo en
amor mi fortuna?
Vanse y sale doña MARÍA de
penitente
MARÍA: Si
aquí, ¡ay, mi Dios!, satisfago,
como es
razón, las ofensas
que os
he hecho, ¿qué más dicha,
ni qué
ventura más buena?
¡Qué
piadoso sois, Señor!
Pues
permitís que la tierra
no se
abra y que me sepulte,
si bien
soy indigna de ella.
En
aquesta oscuridad
oculta,
vivo contenta,
teniendo el suelo por cama,
por
cabecera una piedra.
No he
visto la luz del día
desde
que en aquesta cueva
estoy,
todo es noche oscura
y
tenebrosas tinieblas.
Penitenciada me tiene
aquí el
Santo Oficio. Sea
por
Dios. Lo que debo pago.
Sólo de
mí formo quejas.
Pienso
que las religiosas
vienen,
pues siempre con ellas
traen
luz, y ya la diviso
por el
umbral de la puerta.
Quisiera no ser nacida
por no
pasar esta afrenta,
aunque
a todo estoy conforme
y ruego
a Dios que así sea,
que mis
pecados son tantos
que
exceden a las arenas
del
mar; mas tengo consuelo
que
aunque más culpas y ofensas
os
haga, sé que es mayor
la
misericordia vuestra.
Doña JUANA y TERESA, con linterna y un vaso
de agua y un poco de pan encima
JUANA: ¡Doña
María!
MARÍA: Aquí estoy.
Muy en
hora buena vengan,
señoras, vuesas mercedes.
JUANA: Mas
¡qué humilde y qué compuesta
aquí la
señora está!
¡La
imagen de la soberbia!
Tome el
pan y tome el agua,
que no
lo merece advierta.
(Sino
que a lástima obliga Aparte
el
verla en tanta miseria!)
¡Acabe! ¿Cómo está así?
¿Cómo
no se pone en tierra?
¿Cómo ha de estar? ¿Qué es aquesto?
¡Vil,
desvanecida, necia,
la de
las llagas fingidas!
¿Que
tuvo tanta clemencia
la Inquisición? Mas es Dios
quien
allí se representa,
pues
que [son] sus atributos,
sin
ninguna diferencia,
justicia y misericordia.
TERESA: ¿Habrá
quien aquesto crea?
JUANA: Sin
duda que es mal nacida,
que la
infame sangre engendra
pensamientos afrentosos,
y no
dudo que lo sea.
MARÍA: Dígame
más, doña Juana.
JUANA:
¡Óigase! ¡Tenga vergüenza!
¡Cómo
habla!
MARÍA:
¡Diga, diga!
¡Qué
bien estas voces suenan!
¡Ay, si
fuera aquesto parte,
mi
Dios, para que yo os viera
desenojado conmigo!
TERESA: El
corazón se me quiebra
de
pesar viéndola así;
que en
fin en el siglo era
señora
a quien yo serví.
JUANA: (En
verdad que queda buena.) Aparte
Nuestra
religión, señora,
muy
lindo blasón le deja,
y podrá
bien igualarse
al que
nos vino de Siena.
Muriendo estoy de pesar.
¡Por mi
vida que quisiera
que
para mayor castigo
fuera
en público esta afrenta!
Ya sabe
que han de pisarla,
por eso
tenga paciencia
quien
fue tan desvanecida.
MARÍA: Ya
estoy a todo dispuesta.
¡Písenme bien, pisen, pisen!
Que
ajustada con la tierra
tengo
la boca y los ojos,
y crean
que estoy contenta.
JUANA: ¡Ea,
quédese con Dios!
Vanse
MARÍA: Pues,
¿cómo sin luz me dejan
siquiera para comer?
Aquí se
aumentan mis penas.
No
siento el sustento tanto
como de
la luz la ausencia,
que en
efecto es compañía.
Y si en
la paz y en la tierra
tanto
se siente, ¿qué hará
donde
habrá eternas tinieblas
mientras que Dios fuese Dios,
sin ver
la divina esencia
el
alma? ¡Qué gran desdicha!
Sale LUZBEL
LUZBEL: (De mis
oscuras cavernas Aparte
otra
vez vuelvo a incitarla
si es
que industrias aprovechan.
¿No soy quien al mismo Dios
tentó
una vez con las piedras,
atrevido, y en la torre
segunda
vez, y tercera
en el
pináculo altivo?
Pues no
me hará resistencia
una mujercilla flaca
y
puesta en tanta miseria.
El agua
y el pan la quiero
apartar
porque no tenga
qué
comer, y de esta suerte
fácil
saldré con la empresa.)
MARÍA: Desmayo es el que me ha dado.
Imagino
que es flaqueza
de no
comer. Por aquí
el pan
y el agua me dejan;
mas no
acierto adonde está.
No
puedo hallarlo. ¡Paciencia,
señor cuerpo! No hay comer
hasta
que otra vez le vengan
con más
agua y con más pan.
Y en
tanto que aquesto sea,
beberé
la de mis ojos,
y ruego
a Dios la merezca.
LUZBEL: ¡Doña María!
MARÍA:
¿Quién llama?
LUZBEL: Quien
es razón que se duela
de ver
en tal desventura
malograr tanta belleza.
Yo te
sacaré de aquí.
MARÍA: ¡Ah,
traidor! ¡Que aun aquí intentas
inquietarme! ¡Dios me valga!
¡Señor,
vuestra ayuda venga!
Vase
LUZBEL: Para
más confusión mía
a la
parte de la cueva
más
lóbrega se ha tornado.
¡Que
tan poco pueda! ¡Oh, pesia
al
cielo y cuanto hay crïado
en la
tierra y las esferas!
Juro
por el Flegetonte
y la
laguna Letea,
por el
Lago Estigio, donde
condenadas
almas tiemblan,
de no
desistir un punto
hasta
verla en mi cadena.
Doña
Juana vuelve acá.
Importará que me vea
para
proponer mi intento
y dar a
mi embuste fuerzas.
Sale doña JUANA
JUANA: Aunque
es verdad que su culpa
como
escala tiene puesta,
el
natural sentimiento
quiere
a consolarla venga.
[Parece
que hay gente aquí,]
que la luz de la linterna
me lo
dice. ¡Jesús mío!
¿Qué
novedad es aquesta?
¿Quién
eres, hombre?
LUZBEL: Yo soy
el que
servirte desea,
y en
cosas que a Dios agradan.
JUANA: Harás
que el sentido pierda.
¡Religiosas del convento,
acudid
presto!
LUZBEL: La lengua
suspende; que Dios me envía
a darte
de un caso cuenta,
para
que el remedio pongas.
JUANA: ¡Ay de
mí!
LUZBEL:
Sosiega, espera.
¿Ves
aquesta religiosa
que
encerrada en esta cueva
penitente y recogida
pasa vida tan estrecha?
No está
olvidada del siglo;
mas de
los vicios se acuerda,
pues en
tan mísero estado
dos
galanes la festejan.
con
sensüal apetito.
Cada
noche están con ella
asaltando con escalas
las
paredes de la huerta.
Dios
manda darte este aviso
y si
quieres la experiencia
ver, yo
haré que el desengaño
de los
que digo parezca.
(Yo me
voy por donde vine.) Aparte
Vase
JUANA:
Temblando quedo y suspensa
el
alma, y un sudor frío
tiene
impedidas las venas.
No en
balde está en la prisión
doña
María contenta.
Y dice
que se conforma
con
Dios. Yo te haré, embustera
que se
te aumente el castigo.
Voy al
coro que la media
ha dado
para la una.
Quien del principio no es buena
tarde
se vio reducida
o nunca
propone enmienda.
Vase y baja don JUAN por una escala
JUAN: Sin
duda que la estancia donde habita
y la
que solicita
mi amor y mi deseo,
si no
vengo engañado, es la que veo.
¡Oh,
insaciable apetito,
pues
que tal imposible solicito!
Un
hombre junto a mí vi. Me ayudaba,
y que
la escala echaba
al muro
de esta huerta
ofreciéndome entrada libre y cierta.
En fin,
verla quisiera
mas
imagino se quedó allá fuera.
Aunque
me dijo estaba rodeada
de
hiedra y enramada
la boca
de la cueva
que
como imán a mis sentidos lleva
el
silencio me ayuda
ofreciendo saber la noche muda,
que
tenebrosa que se ofrece y triste,
de negras
nubes viste
las
cándidas estrellas
sin que
muestre su luz ninguna de ellas,
y la
vista se atreve
a la
luz del relámpago, aunque breve.
Temerosos aullidos de animales
en tonos desiguales
he
oído, imagino
que
seguir esta empresa es desatino;
ya
hazaña al cielo odiosa
incitar
a una oculta religiosa.
Mas ya
el conocimiento es sin provecho;
pues
abrasado el pecho
de
amor, la busca y quiere,
y ha
siglos mil que por su vista muere.
Aquí, ¿quién me acobarda?
Esta es
la puerta. Romperéla.
Dentro
[VOZ:] ¡Guarda!
JUAN:
¡Válgame Dios! ¡Qué voz tan
temerosa,
horrible y espantosa!
Me dijo
"guarda," y veo
una
espada de fuego. Agora creo
que
esto es hechizo todo.
A no
dejar la empresa me acomodo.
Al pie
de este laurel, árbol ingrato
al
amoroso trato
del
dios Apolo, espero
la
ocasión aguardar. Aunque primero
me
importa ver si gente
es
quien salta las tapias libremente.
[Sale] don DIEGO por otra escala
DIEGO: ¡Hola,
buen hombre! Fuése y me ha dejado.
¡Vive
Dios, que a mi lado
agora
le tenía
y que me echó la escala que traía!
Confuso
y triste quedo;
mas es
la noche tal que causa miedo.
No te
llaman en balde encubridora
de
insultos, pues agora
me
ofreces lugar tanto,
dando
ayuda a mi amor tu negro manto.
Por las
señas que tengo
éstas
las ramas son. No en balde vengo.
Siente
el pez en el agua el fuego ardiente
del
amor inclemente.
En su región el ave
canta
[amor] al amor con voz süave.
La
fiera más horrible
conoce
del amor el mal terrible.
Si todo
de amor siente cruel efeto,
¿qué
delito cometo
en querer la hermosura
mayor
que el mundo tiene si ventura
aquí me
da la mano?
JUAN: Digo
que es hombre. No sospecho en vano
que ya
la noche pienso que declina
y el
alba se avecina,
y de
este modo veo
la
sospecha que más saber deseo.
DIEGO: ¡Aquí
mi amor! ¿Qué tarda
si
tengo la ocasión delante?
Dentro
[VOZ:] ¡Guarda!
DIEGO:
¡Guarda, me han dicho [ya]! El
cielo defiende
y mi
intento suspende
pues vi
sobre su puerta
una
espada de fuego. Cosa es cierta
que es
grave mi delito,
si inquietar
una monja solicito.
Detrás
de aquel laurel, si no me engaño,
un
hombre veo. ¡Qué extraño
suceso,
vive el cielo!
Sí, un
hombre es, ¡vive Dios! Y ya recelo
la
espada ilusión era
de esta
santa fingida y hechicera.
Hasta
que el sol enseñe en el oriente
su luz
resplandeciente
entre
rosados velos,
aquí
tengo de estar. Veré mis celos
si ilusiones
han sido.
JUAN:
Escondido
estaré
[yo].
DIEGO:
[Aquí yo] estaré escondido.
Sale MARÍA
MARÍA:
Aprovechemos el tiempo,
mi
Dios, que si el tiempo pasa
hallaré
tiempo sin tiempo,
porque
el tiempo que se pasa
sin
vos, no es buen pasatiempo.
Si
la gloria te asegura
el
llanto, alma, procura
tu
salvación, pues que vienes
a ver
que en las manos tienes
tiempo,
lugar y ventura.
Ventura, tiempo y lugar
tengo,
Señor, y me atrevo
con mis
lágrimas llegar
a vos
cual Ícaro nuevo,
sol
divino, mar de amar.
Tiempo y lugar conocido
veo, y
quiero así buscaros,
Señor,
con pecho atrevido
porque
la gloria de amaros
muchas
hay que la han tenido.
No
quiero por el dolor
mis
deseos malograr,
dígalo
el alma, Señor,
y vos,
pues queréis mostrar
la
quinta esencia de amor.
David viéndose perdido
a un pequé se ha reducido,
y
aunque le ven perdonado
muchos
la gloria han buscado
pero
pocos han sabido.
Pocos son, pues imaginan
que con
deleites y vicios,
Señor, al cielo caminan
y a los
torpes ejercicios
más que
a la virtud se inclinan.
Si
el descanso le asegura,
Señor,
al que por vos muere,
vuestro
amor, ¿qué bien procura?
¡Qué
ciego está el que no quiere
gozar
de la coyuntura!
JUAN: Si
no me engaño, he oído
la voz
de doña María
desde
esta rama escondido.
DIEGO: A gozar
la luz del día
ya de
la cueva ha salido.
JUAN:
¿Cómo dicen que el amor
siempre
infunde atrevimiento,
y a mí
me pone temor?
DIEGO: Aquí
turbado me siento
y el
corazón sin valor.
Yo que tanto he deseado
ver
esta ocasión, ¿qué tengo?
Siento
el pecho desmayado.
JUAN: ¿Qué es
esto? ¿Cómo a estar vengo
tan
triste y desconfïado?
MARÍA: ¡Ay
de mí! ¿Qué dirán
si de
la cueva he salido?
La
prisión me doblarán.
Ya el
sol de luz ha vestido
los
árboles que aquí están.
No
he visto la luz del día
desde
que en la cueva entré,
y como
sin luz vivía
en
ellas siempre apliqué
la
vista a la fantasía.
Por
la falta de sustento
que
tengo en esta prisión
de la
muerte el rigor siento.
¡Si ya en aquesta ocasión
de
lágrimas me alimento!
Quiero volverme, -- ¡ay de mí! --
porque
si me ven aquí
con
razón se han de enojar.
JUAN: Necedad
es no llegar
pues que lo más emprendí.
Esperad, doña María.
MARÍA: ¿Quién
me ha nombrado?
JUAN: Don Juan.
MARÍA: ¿Qué
ilusión, qué fantasía
es
ésta?
JUAN:
Tus ojos dan
ocasión
al alma mía.
MARÍA: ¿Por
dónde entraste?
JUAN: ¿Por dónde?
A amor
nada se le esconde
y que
muero por ti advierte.
MARÍA: No
tengo que responderte
si el
cielo por mí responde.
DIEGO:
Hablando con un galán
está. ¡Vive Dios! Yo llego
pues
descuidados están.
MARÍA: ¡Ay de
mí!
JUAN:
¿Quién es?
DIEGO: Don Diego.
¿Quién
lo pregunta?
JUAN: Don Juan.
MARÍA:
Señores, ¿no conocéis
el
sacrilegio que hacéis
en
escalar un convento?
Decid,
¿con qué pensamiento
entráis
si en prisión me veis
ya
en los brazos de la muerte?
Con
este sayal vestida
¿qué me
queréis? ¿Quién no advierte
que es
un sueño aquesta vida?
DIEGO: Quien
tanto pena por verte.
JUAN: Yo
por ti he sido llamado.
DIEGO: Yo por
ti llamado he sido.
MARÍA: El
demonio os ha engañado.
JUAN: Yo un
papel he recibido
tuyo.
DIEGO: Y otro a mí me han dado
que
es el que presente tengo.
MARÍA: Ya la
paciencia prevengo.
De
turbada miro y callo.
JUAN: Porque
no puedas negallo
por el
testigo [yo] vengo.
DIEGO: Mostrad,
si negocio es llano,
quien
su embuste no penetra.
No hay
qué decir. Caso es llano;
que son
de una misma letra
y los
escribió una mano.
JUAN: ¿Qué
dices, monja fingida,
embustera religiosa?
DIEGO: No hay
quien la verdad impida.
Bien
mereces, mentirosa,
estar
en tan triste vida.
JUAN:
Pues, ¿cómo a dos caballeros
traes
engañados así?
DIEGO: No seremos los primeros.
MARÍA: Señor,
responded por mí,
que mi
honor quiero ofreceros.
[Salen] el duque de VISEO, el de BERGANZA, LUZBEL y
las MONJAS
BERGANZA: El
señor cardenal Alberto de Austria,
gobernador
de Portugal, y siendo
general, por sus méritos dignísimos,
en la Suprema Inquisición
nos manda
hacer
la diligencia a que venimos.
VISEO: Vuesa
merced, señora doña Juana,
entienda
que es forzosa diligencia.
JUANA: Haga lo
que mandare vueselencia.
Las
religiosas recogidas tengo
que no
pudo ser menos.
VISEO: Justo acuerdo.
BERGANZA: ¿Con
dos hombres decís?
LUZBEL: Y fácilmente
el
desengaño se verá presente.
Y mira
vueselencia lo que digo
como
quien es de vista buen testigo.
BERGANZA: ¡Por
vida de mi rey! Que son dos hombres
los que
con ella están. ¿Qué desvergüenza
es
ésta? ¿Qué es aquesto? Éste es delito
que
merecen les corten las cabezas
por
sacrilegio tal.
VISEO: Don Juan, don
Diego,
¿qué
desacato es éste? Deudos míos
entrambos son, señor.
DIEGO: Estoy turbado.
JUAN: Yo, de
afrentado, a responder no acierto.
LUZBEL: (Con
mis industrias la quité la honra Aparte
ya que
en la vida dispensar no puedo
y a su
pesar con la victoria quedo.)
JUANA: Doña
María, ¿es bueno aqueste ejemplo?
¿Así el
castigo en vos ha aprovechado
la
humilde en prisïón?
TERESA: ¿Quién tal
creyera?
De la
que mala ha sido, ¿qué se espera?
BERGANZA:
Llévenlos a una torre con diez guardas
hasta
que se les mande lo que fuere
justo
en castigo de este atrevimiento.
DIEGO: Yo
obedezco, señor.
JUAN: Yo estoy
contento.
BERGANZA: Y a
esta mujer la doblen las prisiones,
y
quiten la mitad de la comida,
por sus
delitos pena merecida.
MARÍA: Mi
Dios, misericordia, que ya el alma
quiere
al cuerpo dejar. Perdón os pido.
TERESA: En
tierra desmayado se ha caído.
Tocan chirimías y aparécese en lo
alto un NIÑO Jesús en la cruz con alas de
serafín. Pónese
MARÍA de rodillas al pie de
la plana
NIÑO:
María.
MARÍA:
¿Señor divino?
NIÑO: Ven,
que tu esposo te llama
y ya
los brazos abiertos
para
recibirte aguarda.
MARÍA: Ya voy, Señor de mi vida,
luz y
consuelo del alma,
que
vuestra vista enamora.
JUANA: ¡Qué
maravilla tan rara!
NIÑO: Ven a
mí.
MARÍA:
Ya voy, Señor,
que
siguiendo esas pisadas
es
imposible perderme,
pues
con vos se alegra el alma.
NIÑO: Los
trabajos que has tenido,
los
disgustos, y las ansias
y
penitencias que has hecho
hacen
volverte a mi gracia.
La
noche oscura pasó;
llegó
la alegre mañana
y tras
el invierno triste
la
primavera gallarda.
En mi
corte gozarás
el
mismo premio que alcanzan
Magdalena penitente,
pues
con María Egipciaca
estarás también, María.
MARÍA: Los ángeles os den gracias
por maravillas tan grandes;
porque como andáis a caza
de almas, [...] divino
en manos y pies las alas
mostráis, alegrando al
mundo;
mas ya
el aliento me falta.
NIÑO: Valor,
esposa.
MARÍA: Señor,
esta
pecadora aguarda
que su
espíritu amparéis.
A Vos
le encomiendo.
VISEO: ¡Rara
maravilla! Ya expiró.
LUZBEL: ¡Que
tanto lágrimas valgan!
Quiero,
afrentado y corrido,
irme a
mis eternas llamas.
Húndese con fuego
BERGANZA: El
demonio era sin duda
que
perseguía esta santa.
VISEO: El
desengaño se ha visto.
BERGANZA: Y aquí,
señores, acaba
la
monja de Portugal,
tan
conocida en España.
FIN DE LA
COMEDIA