ACTO PRIMERO
Salen el REY, POMPEYO el mayordomo, y CRIADOS
POMPEYO: Sólo
a vuestra majestad
se
aguarda.
REY:
Pues, ¿ya ha llegado
el
cardenal?
POMPEYO:
Ya ha dejado,
con su
rara autoridad,
muda
la Envidia. A su ejemplo,
los
grandes del reino todos
hacen
por diversos modos
esfera del sol el templo.
Y en
Sicilia, que está ufana
con
Carlos, a ver juralle,
cabe un
sol en cada calle
y un
cielo en cada ventana,
por
donde las damas bellas
ostentando su alegría,
se
muestran, cual a porfía,
en la
noche las estrellas.
REY:
¿Viene el Príncipe?
POMPEYO: Ya acaba
de
vestirse.
CRIADO 1: Incomparable
es su
hermosura.
POMPEYO:
Admirable
su
belleza.
CRIADO 2:
No imitaba
la
regia severidad
Augusto
con tal valor.
POMPEYO: Él es natural señor
del
reino y la voluntad.
Sale el príncipe, que es la INFANTA Matilde,
bien aderezado, con capa y gorra
INFANTA: El
perdón de haber tardado
me dé
vuestra majestad.
REY: Merécelo tu humildad.
Si en
algo hubieras errado,
tiempo hay bastante; y primero
a solas
te quiero hablar.
INFANTA: Haced
luego despejar
la
sala; obediente espero.
Vanse los CRIADOS
REY: Ya
tendrá clara noticia
de
aquella ley tan tirana
que
tuvo en Roma principio,
dándole
por nombre salia.
Ley que
a las hembras prohibe
heredar,
y que se guarda
con
inviolable costumbre
en
Sicilia como en Francia.
¡Dura
ley! ¡Pluguiera al cielo
que de
sus duras palabras
salieran llamas veloces
que a su inventor abrasaran!
Pues no desmerecen, no,
las valerosas hazañas
de las mujeres famosas
que las historias alaban.
El bárbaro no advertía
que varias historias hablan
de mujeres valerosas
por las letras y las armas,
para no agraviar así
cuántas
en valor igualan
a las pasadas ilustres
mujeres. Si fue venganza,
bien lo
ha mostrado su efecto,
que
tanto su ser agravia.
Yo,
pues, temiendo si acaso,
viendo
tu madre preñada,
pariese
hija que diese
fin al
reinar a mi casa;
porque
siendo así, venían
a este
reino y le heredaban
los
hijos de un mi enemigo,
que
quiso por acechanzas
darme
la muerte un mi hermano,
que
huyendo de mi venganza
salió
de Italia, previne,
según
el caso importaba,
escribanos y matronas
que
diesen fe, pero falsa,
si importante. Llegó el día
en que
viste al sol la cara;
murió
tu madre del parto;
partió
a la región más alta.
Crïéte
con el cuidado
que al
grave caso importaba,
encomendado a la industria
vencer
la suerte contraria.
Los que
sabían del caso
ya
todos del mundo faltan,
y sólo
en los dos consiste
del
secreto la importancia.
Tan varonil te he crïado
que en
tus acciones se engaña
la
propia naturaleza.
Hoy,
pues que el reino te aguarda
para
jurarte, he querido
saber
si Amor, que a las plantas,
a las
aves y animales
rinde a
su púrpura y nácar,
obligando con su fuego,
a ti te
provoca y llama
al
nombre de madre, y quieres
serlo. Aquí me desengaña
porque
yo lo diga al reino,
que
convocado te aguarda,
y trate
tu casamiento
en
Italia o en España.
Y si
por el cetro olvidas
tu ser,
imitando a tantas
que en
más extraña clausura
y por
menos esperanzas
viven,
podrás, imitando
la
Semíramis bizarra,
dar
leyes a aqueste reino
y dar contento a estas canas.
¿Qué me
respondes?
INFANTA:
Señor,
que si
por ley heredaran
hembras
tu reino y que fuera
preciso
que yo mostrara
serlo, el ser reina perdiera
por
encubrir esta falta;
porque
si aquella opinión
de los filósofos de Asia,
que dicen que en otros
cuerpos
suelen
mudarse las almas,
fuera católica y firme,
justamente blasonara
que el
alma del griego Aquiles
mi
experiencia gobernaba.
REY: ¿Qué
más pudiera escuchar
si en
Macedonia aguardara
esta
respuesta Filipo
de su
Alejandro? Descansa
en mis
brazos, hija mía.
INFANTA: Aun con
los ecos me infamas;
olvida,
señor, tal nombre,
si mi
obediencia te agrada.
REY: Mira si
estimo tu brío,
pues que sirvas a las damas
te aconsejo.
INFANTA:
Desde hoy,
otra
Venus más gallarda,
sirvo a
la hermosa duquesa
de
Montehermoso.
REY:
Bien andas.
Sale un CRIADO
CRIADO: Ya está
todo apercibido.
REY: Ven,
príncipe.
INFANTA:
Vamos.
CRIADO: ¡Plaza!
Vanse
y salen ENRIQUE, galán, y
CASTAñO su criado
CASTAÑO:
Pienso que hemos de morir
en
Sicilia desterrados,
de dos
diluvios cercados
para no
poder salir.
ENRIQUE:
Cércale el mar con espumas
y las montañas con fuego.
CASTAÑO: Que nos
volvamos te ruego;
que no
es razón que presumas
del
rey de Aragón, tu tío,
que ha
de durar el enojo.
ENRIQUE: Por
medio el vivir escojo
aquí.
CASTAÑO:
Gentil desvarío.
¿Dónde comen macarrones
quieres
vivir?
ENRIQUE:
Fuerza es,
pues
procede como ves
de tan
justas ocasiones.
Yo
soy segundo en mi casa
y tan
pobre caballero,
que en
vano de España espero
más
favor.
CASTAÑO:
Anduvo escasa
contigo, que yo también
soy de
mi casa el noveno.
ENRIQUE: De mi
casa me enajeno
para buscar mayor bien.
Entre todos mis crïados,
por prudente y por
leal,
hice de
ti más caudal
para
fïar mis cuidados;
y
pues está obligado,
agora
mi intento advierte.
CASTAÑO:
Cualquier fortuna divierte
un
ingenioso crïado.
(No
se entienda que lo digo Aparte
por
mí).
ENRIQUE:
Pues, oye mi intento.
CASTAÑO: Sombra
de tu movimiento
he de
ser.
ENRIQUE:
Castaño, amigo,
ya
sabes que me hospedó
en Nápoles con afable
término
el gran condestable,
y la
condesa me dió
cartas para la duquesa,
su
prima, en quien he hallado
tal
favor.
CASTAÑO:
Gentil bocado,
si no
hubiera ley expresa
de
que no hereden mujeres
en
Sicilia.
ENRIQUE:
Sin que herede
a su
hermano, hacerme puede
dichoso.
CASTAÑO:
Di lo que quieres.
ENRIQUE:
Tiene de por sí un estado
rico y,
cual ves, pobre soy,
y sé
que a sus ojos doy
un
apacible cuidado.
CASTAÑO:
Pues sigue, señor, la empresa.
Pues te
llama la Ocasión
a tan
dulce pretensión,
solicita a la duquesa;
que
ya reviento por verme
en
Italia señoría,
que
aunque es común cortesía,
podré del "vos"
defenderme.
ENRIQUE: Como
te digo, me estima,
y con
pecho nada ingrato
me
pidió ayer un retrato,
con que
mi esperanza anima;
pero
no sé de qué suerte
podrá a
sus manos llegar.
CASTAÑO:
¿Qué? ¿Te atreves a dudar
de
aqueste ingenioso? Advierte.
Su
hermano, el duqueso, está
enfermo, mas es cansera.
Dame el
retrato y espera
en la
calle. Muestra acá
esos
guantes. ¿No hay visita
de
médicos?
ENRIQUE:
Ya han entrado.
CASTAÑO: Pues
médico soy, que el grado,
cualquiera
lo solicita
por
dinero; en conclusión
todo
médico me infundo
que
tendrá en el otro mundo
su
lugar junto a Lerón.
Y de
su impiedad lo infiero
pues, obediente a su voz,
viene
el verdugo feroz
con la
capa del barbero,
y
sin moverse a piedad
de la
dueña resfrïada,
le da
cinta colorada,
símbolo de la crueldad.
¡Oh,
mal nacido Interés!
¡Lo que
puedes ambicioso!
ENRIQUE: Pero
mira, que hay celoso
competidor.
CASTAÑO: ¿Y quién es?
ENRIQUE: El marqués.
CASTAÑO:
Aunque murmure,
Yo me
atrevo a asegurar
que ha
de venir a enfermar
sólo
porque yo le cure.
Vete. Aguarda donde digo;
que aquí
sale un pajezuelo.
ENRIQUE: Déte su
favor el cielo.
Vase ENRIQUE
CASTAÑO: ¿Cómo
en un campo enemigo,
sin
que puedan agotallos,
hay
médicos Sacripantes
que
matan dos mil infantes
y
cuarenta mil caballos?
¿Pero cómo puede ser,
que
habiendo caballería,
le
toque a la infantería?
Mas,
¿Quién ha de echar de ver
que
en la batalla trabada
de
albéitares y doctores
vienen a ser los mejores
los que no curan de nada?
Sale DOMICIO, vejete
DOMICIO: (Que
éste es médico barrunto). Aparte
CASTAÑO: ¿Quién
son de la junta?
DOMICIO: Son
el
doctor Julio Polión...
CASTAÑO: Por el
número pregunto.
DOMICIO:
Cuatro son.
CASTAÑO:
Pues avisad
que un
médico forastero
quiere
ver al duque.
DOMICIO: Espero
que os
pagarán la amistad.
Su
hermana, que al sol alegra,
sale y
la podéis hablar.
Vase DOMICIO y sale la DUQUESA
CASTAÑO: (Ya me
muero por matar. Aparte
¡Oh,
quien topara una suegra!)
Señora del alma mía,
¿puédote hablar?
DUQUESA: Sí, Castaño.
CASTAÑO: Menos
que con este engaño,
que la sospecha desvía,
fuera imposible el hablarte;
que
éste es el vero retrato
de
aquél que, a su patria ingrato,
vive
sólo de adorarte.
Médico soy contrahecho;
guárdese el que me creyere.
DUQUESA:
Mientras el Duque estuviere
mal,
será de provecho
la
industria.
CASTAÑO: Si importa así,
deja
que una vez le cure,
para que el engaño dure
un
siglo.
DUQUESA:
Dichosa fui
en
ver lograda mi fe
en tu
ingenio y tu señor.
CASTAÑO: Esclavo
de este favor
soy;
dime, ¿qué le diré
a
Enrique?
DUQUESA:
Que me ha envïado
prenda
tal, que me contenta,
y que
corre por mi cuenta
agradecer su cuidado;
y
que esta tarde me vea
porque tengo que tratar
con él.
CASTAÑO:
¿Cómo te ha de hablar?
DUQUESA: Con
aquesta carta sea,
que
de mi prima he tenido,
y dirá
vino en su pliego.
CASTAÑO: (¡Por
Dios, que es diestra en el juego! Aparte
¡Bien
el caso ha prevenido!)
DUQUESA:
Pues, vete, porque no demos
en casa
que sospechar.
CASTAÑO: Primero
he de visitar
al
Duque; no nos fïemos
de los que le están curando,
que nos
le podrán matar.
DUQUESA:
¿Atreveráste a curar?
CASTAÑO: Muy
presto.
DUQUESA:
¿Cómo?
CASTAÑO: Matando.
Vase CASTAÑO y queda la DUQUESA. Sale
DOMICIO, vejete, muy alborotado
DOMICIO:
Señora, la novedad
encarezco, no el suceso.
DUQUESA: ¿Qué
queréis decir en eso?
DOMICIO: Si
importa la brevedad,
yo
lo diré, que me precio
de compendioso.
DUQUESA:
Dejad
las
arengas y abreviad;
que
dais de prolijo en necio.
Decid a lo que venís.
DOMICIO: Pues,
¿es buñuelo?
DUQUESA:
Es la muerte.
DOMICIO: El
príncipe viene a verte.
DUQUESA: ¿De ese
modo lo decís?
DOMICIO:
Pues, si me doy a entender,
¿es mal
modo habl[ar] poesía
que has
menester todo un día
para
poderlo entender?
DUQUESA: ¿El
príncipe? Estoy turbada;
cosa es
nueva.
DOMICIO:
Causa tiene
la
novedad. Hélo. Viene
el moro
por la calzada.
Salen la INFANTA, que es el Príncipe,
POMPEYO y CRIADOS
DUQUESA:
Pues, ¿cómo, señor, el día
en que
estáis tan ocupado
y
Sicilia os ha jurado
honráis
la memoria mía?
Si
lo hacéis por imitar
los
césares que triunfaban,
que con
prudencia buscaban
ocasión
con que templar
su
gloria, imitando aquí
su
estilo...
INFANTA:
El de Roma quiero
saber,
duquesa, primero,
para
saber si es así.
DUQUESA:
Entre diversas naciones,
entre
arneses abollados
de los
bárbaros soldados,...
DOMICIO: Y entre
sangrientos pendones,...
DUQUESA:
¿Quién os mete en eso a vos?
DOMICIO: Sé mi
poquito de historia.
DUQUESA: ¿De eso
tenéis vanagloria?
DOMICIO: Mejor
salud me dé Dios.
DUQUESA:
Entre el imperial decoro
y el
aplauso popular,
saliendo el triunfo a gozar
en
carros de perlas y oro,
que
así a su lado llevaba,
virtud
moral parecía,
quien a
voces repetía
las
faltas de quien triunfaba;
porque si acaso cobrase
con el
triunfo presunción,
tuviese
luego ocasión
con que
la gloria templase.
INFANTA: Con
fin diferente vengo,
duquesa, si bien se advierte;
pues en
la gloria de verte
librado
mi triunfo tengo.
Y
para tener en él
seguro
el honor que gano,
vengo a
que de vuestra mano
me
adorne el verde laurel.
Decid que nos dejen solos.
DOMICIO: ¿Y
cerraré las ventanas?
INFANTA: Si en
belleza son Dïanas,
serán
en la luz Apolos,
y
será bien los veamos
a su
mismo resplandor.
DOMICIO: (El
trae nublados de amor. Aparte
Verálos
un lince). Vamos.
Vanse [DOMICIO y POMPEYO]
INFANTA:
Duquesa, el atrevimiento
victorias de amor adquiere,
que
vemos que Amor se muere
en su
mismo alojamiento.
Ni
terceros ni papeles
pide mi
intento amoroso,
que en
su efecto riguroso
serán,
por tibios, crüeles.
Vos
sois divino sujeto
de mi
amor, y no penséis
que en
la libertad que veis
os he
perdido el respeto;
que
así a decirlo me obligo
y es
fuerza que lo sepáis.
Mejor
es que lo entendáis
siendo Amor solo testigo.
DUQUESA:
Agradecida al favor
quedo
de vuestro cuidado,
aunque
habérmelo callado
hubiera
sido mejor;
que
en mí tal estado alcanza,
no obstante que sois mi rey,
que el
parentesco y la ley,
acorta
vuestra esperanza;
y
así os quiero suplicar
tiréis
la rienda al deseo,
que os
entrega por trofeo
a quien no os puede premiar.
INFANTA: Tan
resuelto llego a veros,
que
miro en vuestro rigor
que
nace de ajeno amor,
duquesa, no enterneceros.
DUQUESA:
Injustamente culpáis
cumplir con mi obligación.
INFANTA: Crece
mi ardiente pasión
en ver
que la desdeñáis.
Y
como mi firme amor
en
obligaros porfía,
pediros, mi bien, querría
algún honesto
favor;
no
porque pueda obligaros
a
imaginar que me amáis,
sino en
señal que me dais
licencia honesta de amaros.
DUQUESA: Que
advirtáis ruego, señor,
lo mal
que me puede estar.
INFANTA: ¿Un
guante os ha de faltar?
DUQUESA: Pues,
es batalla de honor.
[La INFANTA] vale a tomar la mano y ve el retrato
INFANTA:
¿Retrato, y de hombre, duquesa?
¿Veis
como no me engañé?
DUQUESA: ¿Qué
importa, si yo no sé
quién
es? (¡Oh, cuánto me pesa!) Aparte
Ayer
al romano Apeles
le pedí
me retratase
y para
muestras sacase
retratos de sus pinceles.
Tomé
éste de los más bellos,
de una
caja de retratos,
para
divertir a ratos
el
pensamiento con ellos.
INFANTA:
Duquesa, en amor no hay fuerza.
Si el
vuestro ha sido trofeo
de las
partes que en él veo,
¿quién
habrá que su ley tuerza?
Y
así sólo me animo
a saber
a quién amáis,
para
que luego veáis
cuánto
le amparo y estimo.
No
lo neguéis.
DUQUESA:
Que es forzoso...
INFANTA: No
tenéis por qué dudar;
bien me
lo podéis contar.
Decid,
que no estoy celoso.
DUQUESA: Don Enrique de Aragón,
en cuyo
apellido
se
conoce que sus reyes
dan a
su casa principio,
dejó a
España con temores
del rey
de Aragón, su tío,
porque
el valor y nobleza
tienen
por premio el castigo.
Llegó a
Nápoles, adonde
el
condestable, mi tío,
le
hospedó, y dándole cartas
para
mí, a Sicilia vino.
Diómelas, y de sus ojos
los rayos de fuego vivos,
lisonjeros del deseo,
hicieron guerra a los míos.
Hallé
de nuevo cuidado,
mi
pensamiento vestido,
y en sus ojos y en su voz,
también vive el suyo
escrito.
Ésta ha
sido la ocasión,
señor,
de haber resistido
tu
cuidado, porque él es
el
dueño de mi albedrío.
Si es
bizarro, ya lo veis;
si
valiente, ya os la he dicho;
pero
entre todas sus partes
el ser
discreto no afirmo,
pues a
serlo contradice
estar
tan favorecido.
INFANTA: Por la
buena información
que en
vos y en su rostro miro,
disculpo nuestro rigor.
Ya a
hacerle merced me animo;
que
quiero que conozcáis
vos por
él lo que os estimo.
Envïádmele, duquesa,
para
que esté en mi servicio.
DUQUESA: Bésoos los pies, gran señor;
pero pues que ya os he
dicho
el
dueño, dadme el retrato.
INFANTA: Quiero
ver si es parecido
al dueño;
que los pinceles
suelen
con mudo artificio
ser,
acreditando engaños,
muerta
lisonja de vivos.
DUQUESA: (¡Que
necia que hubiera andado Aparte
si le
hubiera encarecido
sus partes a otra mujer!)
Sale DOMICIO
DOMICIO: Un
español ha venido
con una
carta.
DUQUESA:
Éste es.
Decid
que entre.
Sale ENRIQUE
ENRIQUE:
Ésta han traído
en mi pliego para vos.
DUQUESA: En
mucho el cuidado estimo.
Llegad
a besar la mano
al
príncipe.
De rodillas
ENRIQUE:
Estoy corrido,
señor,
de no conoceros
cuando a los remotos indios,
de
vuestra rara belleza
llegan
retratos divinos.
INFANTA: Alzad.
ENRIQUE:
Permitid que llegue
al
suelo, soberbio y rico,
el
favor de ser alfombra
de
vuestros pies.
INFANTA:
Bien me han dicho
vuestras partes. Levantad.
Decid,
¿qué os ha parecido
de las damas de Sicilia?
¿Pueden ya las que habéis
visto
competir con las de
España?
ENRIQUE: Sin
lisonjero artificio
respondo, señor, que es tierra
imagen
del paraíso
donde hay tales hermosuras.
Las demás del mundo admiro.
INFANTA: Si las
hizo el cielo hermosas
como a
vos cortés os hizo,
no dudo
que podrán ser
justa
admiración del siglo.
Aparte [las dos]
(No
finge nada el retrato,
duquesa).
DUQUESA:
(Bien lo acredito).
INFANTA: Pues,
en Sicilia os halláis,
empleaos en mi servicio
y en mi
cámara.
ENRIQUE: A esos pies
los labios humildes rindo;
soy vuestra hechura.
INFANTA: Advertid
que
desde agora sois mío.
DUQUESA: (Por la
merced que me hacéis,
de
nuevo el alma os obligo).
INFANTA: (Buen
gusto tenéis, duquesa).
DUQUESA: (Señor,
pues que ya habéis visto
el
original, volvedme
el
retrato).
INFANTA:
(No es tan tibio,
duquesa, el amor que os tengo
que, si
os lo doy, no me obligo
a que,
volviéndooslo, hagan
los
celos en mí su oficio).
DUQUESA: (Pues,
al dueño os encomiendo).
INFANTA: (Que le
haré merced os digo,
más que
vos le deseáis).
ENRIQUE: (Bien
la Fortuna me quiso).
Vanse
todos y salen el MARQUÉS y FABIO
FABIO: ¿En
qué te puede ofender
el
príncipe en visitarla?
MARQUÉS: ¿No es
hombre? ¿No puede amarla?
¿No hay
qué sentir ni temer?
A no temer abrasada
el alma
en mayores celos,
aumentará mis desvelos
esta
ocasión no pensada.
FABIO:
¿Quién la puede pretender
con
igualdad?
MARQUÉS:
No [me] impida
esa
ocasión.
FABIO:
En mi vida
vi tan
servida mujer.
MARQUÉS:
Fuerza es que mi amor publique,
pues
ella la causa ordena.
FABIO: Pues,
da remedio a tu pena.
MARQUÉS: Para
eso he llamado a Enrique.
FABIO:
Pienso que debes temer
si es
él que va a hablalla.
MARQUÉS: ¿Él
había de ser? Calla,
necio;
aquí lo podrás ver.
Sale ENRIQUE
ENRIQUE:
Estimo, señor marqués,
que de
mí queráis serviros.
MARQUÉS: Antes
quiero advertiros
que
juzgo a gran interés
saber que en Sicilia estáis;
que
estimo que hayáis venido
porque ocasión
haya sido
para
que de mí os sirváis.
Conoced en mí un amigo,
que
tendrá ya por favor
serlo
de vuestro valor,
por
quien mi suerte bendigo.
ENRIQUE: Poco
pudieran valer
mis
partes a estar sin vos.
FABIO: (Lisonjeros son los dos). Aparte
ENRIQUE: Pero en
lo que puedo ser
de
vuestro servicio, espero
que
mandándome me honréis,
cierto
de que en mí tendréis
un
amigo verdadero.
MARQUÉS: El
estar bien informado
de
vuestro valor me obliga
a que
de mi pecho os diga
el más
oculto cuidado,
satisfecho que podéis
empeñar vuestro valor
en los negocios de honor.
ENRIQUE: Seguro
decir podéis.
MARQUÉS: La
duquesa...
ENRIQUE:
¿Qué duquesa?
MARQUÉS: La
hermana del duque Octavio.
ENRIQUE: (¿Yo
soy autor de mi agravio? Aparte
¡Cielos!)
MARQUÉS:
Parece que os pesa
de
oír mis penas.
ENRIQUE: No es eso;
por ser
mujer principal
y decir
que os paga mal,
que me
ha pesado os confieso.
MARQUÉS:
Habla por unos balcones
a un
embozado; y si empeño
la
vida, he de ver el dueño
de tan
locas pretensiones;
que
a mi lado vuestra espada,
no
temerá mi osadía
los
fuegos que exhala y cría
esa
montaña abrasada.
ENRIQUE: Que
os serviré, imaginad,
cuando
la Ocasión lo pida.
MARQUÉS: Con el
alma agradecida
reconozco esta amistad,
que
árabes tesoros son
corto
premio a tanta fe.
Cuando
importe, avisaré.
Vanse el MARQUÉS y FABIO
ENRIQUE: ¿Hay
más grande confusión?
El
lance de amor prevengo
más
arduo de imaginar,
pues he
venido a ayudar
al
competidor que tengo;
y
que haya tan ciego abismo
que el más lince no lo
entiende,
pues que contra mí pretende
hallar favor en mí mismo;
y en iguales desvaríos,
aumentando mis desvelos,
iré
confuso en sus celos,
y él irá ciego en los míos.
Vase y salen el REY, la INFANTA y el MARQUÉS
REY: Hijo
Carlos, ¿cómo vienes
de
tanto gusto tan triste?
Alegre
y bueno saliste.
¿De qué
tal tristeza tienes?
Si
sabes que son dos vidas
las que
padecen agravios,
mueve,
príncipe, los labios
para
que remedio pidas;
que
de tu mudo callar
y la pena de tus ojos,
creo
que por darme enojos
no
quieres, príncipe, hablar.
INFANTA: No
sé mi mal os prometo;
pero si
digo verdad,
conozco
en la soledad
menos dañoso el efeto.
MARQUÉS: ¿Y
podrá causarte enfado
un
acordado instrumento,
blanda
lisonja del viento?
INFANTA: Mucho,
aunque venga templado,
y
aun húrtase el armonía
entre
compases diversos
a los
dulcísimos versos
que
Mantua escuchó algún día.
MARQUÉS:
Siéntate.
INFANTA:
No me consueles.
MARQUÉS:
Medicina sea a tu mal
este rompido cristal
que va
animando claveles.
Mira
aqueste margen frío
donde
salen rosas juntas,
al sol
coronando en puntas,
para
volver el rocío.
Mira entre flores y peñas...
INFANTA:
Marqués, basta, que ya infiero
que soy huésped extranjero
a quien el jardín enseñas.
Del dueño has de
presumir,
cuando
te llegue a escuchar,
licencia para admirar
pero no
para advertir.
¿Tú
piensas que puede haber
en
término tan sucinto,
flor en
algún laberinto
que se me pueda esconder?
Pues, ¿por qué en discurso varios
me pintas flores y peñas?
Que lisonjero te enseñas,
o te
precias de herbolario.
Soledad busca mi pena;
vete.
MARQUÉS:
¡Gran melancolía!
REY: Pues de
su mal la porfía
las
potencias le enajena,
vengan médicos que vean
al
príncipe; su remedio
traten,
aplicando un medio.
INFANTA: Los que
mi salud desean,
sé
que han de ignorar mi mal
y
aplicar remedios vanos,
que no
vieron los humanos
jamás otro mal igual;
mas
si vos de eso gustáis,
vengan
médicos, señor.
MARQUÉS: Con
opinión del mejor,
que es
bien que le conozcáis,
cura
un médico español
al duque de Montehermoso,
por sus
letras más famoso
que por
su eclíptica el sol.
REY: Pues, vámoslos a buscar,
porque de su salud traten
Vanse los dos
INFANTA: ¡Qué de
penas me combaten!
Cielos,
¿en qué han de parar?
¿Qué
es esto, Fortuna mía?
¿Dónde
me llevas así
con tan
loco frenesí
que de
mi ser me desvía?
No me acabe tu porfía
en tan
confuso penar;
da a mi
remedio lugar
y pues
que nunca estás queda,
dame
lugar en tu rueda
por
tener qué derribar.
¿Qué mal no podrá tener
quien
de [t]í su bien espera?
Si así
te mueve ligera
un niño
y una mujer,
¡ay de
mí!, que vengo a ser
en el sufrir sin hablar...
¡Fuera!
Mas bien es penar
y que tienen advertir,
mudar, razón de sufrir,
y yo, razón de callar.
Salen
el REY, el MARQUÉS, CASTAÑO, de
médico,
y otros dos MÉDICOS y ENRIQUE
REY: Príncipe, en humanos medios
libra
el cielo la salud,
y es
cuerda solicitud
valerse
de sus remedios.
Los
médicos alcanzaron,
llenos
de docta experiencia,
los
provechos de esta ciencia.
INFANTA: Dices
bien. Los que estudiaron...
Aparte
[los dos]
ENRIQUE: (¿Hay suceso semejante?
Bárbaro, ¿en qué me has metido?)
CASTAÑO: (¿Qué
he de hacer, si me han traído?)
ENRIQUE: (Si
eres un bruto ignorante,
¿qué
respuestas puedes dar
con que
tu engaño autorices?)
CASTAÑO: (Pues,
si por eso lo dices,
muy
pocos saben curar).
ENRIQUE: (Si
al primer intento mío,
pudiste
ser de provecho,
agora
en mayor estrecho
de
remedio desconfío).
Los MÉDICOS dicen aparte
MÉDICO 1:
(Agora es bien que mostremos
nuestro cuidado en saber
su
mal.)
MÉDICO 2:
(Darálo a entender,
si él
calla, el pulso.)
MÉDICO 1: (Lleguemos.)
¿Qué
siente su alteza? ¿Tiene
su
estómago alborotado
de
alguna cosa?
INFANTA: (¡Qué enfado Aparte
este
necio a darme viene!)
MÉDICO 1: ¿Ha
tenido algún disgusto?
INFANTA: Nada
siento.
MÉDICO 2:
Pues, veamos
el
pulso.
CASTAÑO:
Siempre curamos
los
españoles al gusto
del
enfermo.
MÉDICO 2: No hay señal
de fiebre.
CASTAÑO:
La curación
es
difícil. El pulmón
tiene
extrañez. Tiene igual
todo
vital nutrimento.
MARQUÉS: ¡Es
notable su agudeza!
CASTAÑO: Déme el
pulso, vuestra alteza.
Sí, ha
habido algún corrimiento
de
humor vaporoso. Tiene
lánguida sofocación.
Dice el un MÉDICO [aparte] al otro
MÉDICO 1: ¿Éstos,
los médicos son
de
España?
CASTAÑO:
Templar conviene
las
médulas. ¿Hay orina?
Mas no
será menester.
Aquí es
menester hacer
consulta la medicina;
retirémonos allí.
Retírase con los MÉDICOS y dicen
aparte
Señores, ¿qué les parece?
MÉDICO 1: Por lo
que el pulso me ofrece
y las
señales que vi,
su
enfermedad se compone
de ojo
maligno, y es llano
según
lo escribe Elïano,
libro
de Fascinacione;
y
esto se deja inferir
por ser
tanta la hermosura
del
príncipe.
MÉDICO 2:
Gran locura
es
quererme persuadir
que
sea ojo, que Avicena,
si
tales señales veía,
daba
por melancolía
aquel
mal; que aquella pena
tan profunda está fundada
en abundancia de humor.
¿Qué dice el señor doctor?
CASTAÑO: Que
entrambos no dicen nada.
Vos
nescitis quid petatis.
Este
mal se llama en griego
cacatritutos,
y es ciego
quien
no lo ve.
MÉDICO 1: Satis, satis.
Doctor, la consulta espere,
pero no
se ha de alegar
más en griego.
CASTAÑO: Yo he de hablar
en lo que mi Dios
quisiere;
y
hablaré sin ceremonia
turco,
armenio y persa yo,
y en
cuantas lenguas oyó
la
torre de Babilonia
porque los buenos doctores
algo han de saber en griego
[. . . . . . . . . . . . . .]
por ser lengua de aguadores
y lacayos.
MÉDICO 2:
Yo me rijo
en esto
por Avicena.
CASTAÑO: Ave
como o ave cena,
no supo
lo que se dijo.
MÉDICO 1: La
misma opinión verás
en
Hipócrates divino.
CASTAÑO:
Confieso que bebo vino,
pero
n[o] vino hipocrás.
MÉDICO 2: Diga
autoridad alguna.
CASTAÑO:
Gatatumba lo afirmó,
que es
un autor que escribió
sobre
la sarna perruna
cien
libros; y Galfarrones,
autor
que en España vive.
MÉDICO 1: ¿De qué
enfermedad escribe?
CASTAÑO: De la
tos y sabañones.
Y
acredita la opinión
de los
autores que alego,
que
está su doctrina en griego.
¡Aprended, ignorantón!
MÉDICO 1:
Vuestra merced ha alegado
autores sin opinión.
CASTAÑO: Físicos modernos son.
MARQUÉS: A los
dos ha barajado.
Mire
vuestra majestad
si
sabe.
REY:
De la consulta
aguardo
lo que resulta.
MARQUÉS: Tiene
gran profundidad.
[A los MÉDICOS]
El rey
la consulta espera.
MÉDICO 1:
¿Vuesamerced se conforme
con mi
opinión?
MÉDICO 2: Pues, informe
al rey.
CASTAÑO:
¡Qué gentil zorrera!
MÉDICO 1:
Señor, el príncipe está
aojado, que su belleza
da la
ocasión.
INFANTA:
(¡Qué simpleza!) Aparte
REY: Pues,
¿qué remedio tendrá
su
mal?
MÉDICO 1:
Fácil y seguro:
tome,
si agora se alienta,
sahumerios.
CASTAÑO:
No por mi cuenta,
médico
silvestre y duro.
¿Dijera más un barbero
ni una
comadre? Señor,
la enfermedad
es mayor,
y este
remedio es grosero.
[Aparte los dos]
ENRIQUE:
(Bárbaro, ¿qué es lo que intentas?
¿Quieres ponerme a peligro
de la
vida?)
CASTAÑO: (¿Y no es mayor
el de los dos mediquillos?
Déjame y verás milagros.)
Licencia para hablar pido
al
príncipe a solas.
REY: Llega.
Llégase a la INFANTA
CASTAÑO: Por las señales que he visto
en tu rostro y la
inquietud
de tu
pulso...
INFANTA:
Habla.
CASTAÑO: Digo
que es
tu enfermedad amor,
o yo
quemaré mis libros
aunque
he de quemar muy pocos.
(Seguramente me han dicho
Aparte
su mal
porque a la duquesa
miraba
tan a lo niño,
que le descubriera el fuego
cualquier doctor invernizo).
INFANTA: No
puedo negar que aciertas,
porque
amor la causa ha sido,
que el
pensamiento atormenta
y que
turba mis sentidos;
mas,
¿qué remedio tendrá
cuando
a un imposible aspiro?
CASTAÑO: ¿Cómo
imposible, señor?
¿Adoras
algún prodigio?
¿No es
mujer? Dile tu pena.
Si hay
galanes, si hay maridos,
hazlos
ahorcar a todos,
que
amor no tiene delitos.
Habla
al dueño. Di tu pena
a estas
fuentes, a estos lirios.
INFANTA: (Ojos,
ya lo estáis mirando, Aparte
mas no
lo digáis os pido).
CASTAÑO: En los negocios de amor,
en cuñados y sobrinos,
suele cometer un gato
siete u
ocho gatifinios.
INFANTA: Tu remedio
es importante,
y en fe
de lo que le estimo
y me ha
aprovechado, toma
esta
cadena.
CASTAÑO:
Reclino
en tu
cordobán mis labios.
Dice un MÉDICO al otro
MÉDICO 2: ¿Qué
vano embuste le dijo
este
español que le premia?
MÉDICO 1: ¿Agora
veis que en el siglo
se
premian los embusteros?
Vanamente hemos perdido
el
tiempo en estudios vanos,
que ya mercedes y oficios
huyen virtudes y letras
como si fueran delitos.
Vanse [los dos]
REY: Grande
hombre es el español,
pues
tan diferente miro
al
príncipe.
INFANTA:
¿Oyes, Enrique?
Esta
tarde determino
ir a
ver a la duquesa,
y para
que vais conmigo,
os
prevengo.
MARQUÉS:
Mejor fuera
te
dieras al ejercicio
de la
caza en esos sotos.
INFANTA: Dueño
soy de mi albedrío,
marqués.
MARQUÉS: (Yo me abraso en celos). Aparte
REY:
Príncipe, ven.
Vanse entrando
ENRIQUE:
¿Qué le has dicho
que
quiere ver la duquesa?
CASTAÑO: Pues,
¿faltará otro aforismo
para
quitarle el amor?
Los
doctores tan peritos
como yo
con un remedio
hacemos
cuatro caminos;
que,
como damos a bulto
las
recetas, nos servimos
para
cámaras, y pujo
siempre
de un récipe mismo.
FIN DEL ACTO PRIMERO