ACTO SEGUNDO
Salen CASTAÑO y DOMICIO
CASTAÑO:
Avisad a la duquesa
que
estoy aquí y que le traigo
ciertas
píldoras.
DOMICIO:
Ya caigo
en
quién es.
CASTAÑO:
Pues, daos priesa.
DOMICIO:
(¡Vive Dios, que he de gozar Aparte
la
ocasión de hallar aquí,
médico
de balde!) Oíd.
CASTAÑO: ¿Qué me
queréis preguntar?
DOMICIO: Los
médicos de esta tierra
no los
entiendo.
CASTAÑO: Ni yo.
DOMICIO: ¡Bien
haya quien lo parió!
CASTAÑO: Por
poco estudio se yerra.
DOMICIO: De
todos oigo contar
lo
mismo, sino de vos.
Esto de
"estaba de Dios"
los
hace no reparar
en
mil hombres más o menos.
CASTAÑO: Si el
pueblo se satisface
con
decir que Dios lo hace.
los que matan son los buenos;
y con mataros a vos,
entre los demás dolientes,
son ministros obedientes
a la voluntad de Dios.
DOMICIO: Si
de esto adquieren los hombres,
mejor
es que no curasen.
CASTAÑO: Si los
médicos faltasen,
¿dónde
cupieran los hombres?
Y
así es razón que te cuente
su vida
en sucesos varios.
Hay
médicos comisarios
que van
matando a la gente...
DOMICIO: Bien
la experiencia lo muestra;
pues
con haberme curado,
como
miras, me han dejado
a pique
de dar la muestra.
Gasto las noches, señor,
en toser y en escupir,
sin descansar ni dormir.
CASTAÑO: Será
falta de calor
o,
¿os han dado algún bocado?
DOMICIO:
¿Bocado?
CASTAÑO:
Pues, ¿por qué no?
DOMICIO: Si soy
un pobre hombre yo...
CASTAÑO: ¿No
habéis sido enamorado
algún tiempo? ¿Con qué
engaños
se
vive?
DOMICIO:
Señor, sí he sido;
mas fue
en mi tiempo florido.
CASTAÑO:
¿Cuántos habrá?
DOMICIO:
Sus treinta años.
CASTAÑO:
¿Treinta años habrá?
DOMICIO: ¡Y bien hechos!
CASTAÑO: ¿Y
diréis que no es bocado?
¿No os
sentís menoscabado,
flaco
de muslos y pechos?
Veneno es, según lo escribe...
Muchos
hay que lo escribieron,
pero
fue el que a vos os dieron
en polvos de bronce, y vive
hasta la putrefacción
del cuerpo con calidades
de
vanas enfermedades.
El que
se da en almidón
encubre más la cautela
y viene
más disfrazado.
Decidme, ¿habéisos sacado
en
verano una muela?
DOMICIO: Yo
no sé en qué tiempo fueron;
mas sé
que todas volaron.
CASTAÑO:
Hermano, a matar tiraron.
Entonces no conocieron
el
mal; mas creed, amigo,
que
según lo que decís,
la
enfermedad que sentís
es
bocado como digo.
DOMICIO: Una
mala hembra fue,
de
celos de un buñolero.
Señor,
el remedio espero
en
vuestras manos.
CASTAÑO: Sí, haré.
Tome
aceite de cangrejos
y polvo
de alcamonías,
y
úntase cuarenta días
lo que
quisiere.
DOMICIO: ¡Consejos
divinos!
CASTAÑO: Por las mañanas
ande en camino dos horas,
tome jarabe de moras
y cáscaras de avellanas
molidas, y eche también
piedra
pómej y una drama
de jaspe armenio.
DOMICIO: ¡Qué fama
adquiere! ¿Dios le haga bien!
Váseme hinchando también
el
vientre.
CASTAÑO:
A eso llamamos
potra.
DOMICIO:
¡Avïados estamos!
¡Otra!
CASTAÑO:
Pues, tíñase [bien].
DOMICIO:
Pues, ¿qué tiene que hacer
la
potra con el teñirse?
CASTAÑO:
¿Qué? ¿No quiere reducirse?
Mire,
cuantos llega a ver
que
se tiñen son potrosos,
y como
es mal de la edad,
encubren la enfermedad
con
remedios tan tiñosos.
DOMICIO: ¿Y
para cierta dolencia
allá en
la postrera vía?
CASTAÑO: Cuatro
onzas de alejandría
y dos
de la quinta esencia
de
ruibarbo.
DOMICIO: Tengo flaca
memoria. ¿Cómo decía?
CASTAÑO:
Ruibarbo y alejandría.
DOMICIO: Si con
esto se me aplaca
el
mal, a buen punto llego.
Vase DOMICIO y sale la DUQUESA
DUQUESA: Doctor,
seáis bien venido.
CASTAÑO: Esta
respuesta he traído
de mi
señor; que hay gran fuego.
Toda esta noche ha gastado
en
gemir y suspirar.
DUQUESA: Pues,
¿quién lo puede causar?
CASTAÑO: Lee, y
sabrás su cuidado.
Lee
DUQUESA:
"El príncipe, mi señor,
--perdonad si os causo enojos--
se
partió de vuestros ojos
con
accidentes de amor;
porque la mucha tristeza
que
ausentándose mostró,
bastantes señales dio
de la
pasión de su alteza;
y así habrá de ser forzoso,
si es
que de servirle trato,
o que
yo os olvide ingrato
o que
me pierda celoso".
De
entendimiento carece,
y su
propio ser ignora,
la mujer que se enamora
de
hombre que mujer parece.
CASTAÑO: La
mujer discreta y bella
brío
robusto procura,
que la
que busca hermosura
pretenderá una doncella.
Vase CASTAÑO y salen ENRIQUE y la INFANTA
INFANTA:
Viniéndoos a ver, duquesa
cuando
el alma se me abrasa,
que ha
nacido en vuestra casa
muda mi
inquietud confiesa;
y es
tal mi amoroso engaño,
que sin
poderlo estorbar,
no
descansa sin tornar
a donde
recibió el daño.
DUQUESA:
Viendo, señor, que no ordena
mi
deseo que penéis,
diré
que con vos traéis
la causa de vuestra pena,
puesto que reconocida
estoy
de vuestro favor.
INFANTA: (¡Qué
mal que resisto, Amor, Aparte
los efectos de tu herida!
Ama a Enrique mi deseo
y teme
mi pensamiento
la
infamia en mi vencimiento,
y entre
mil dudas peleo.
¡Ay,
Enrique! Aunque te quiero,
no es
mucho mi amor te asombre;
que si
me juzgas por hombre,
mal que
lo entiendas espero.
En
vano mi mal resisto;
que ya
se miran los dos.
Remediarélo, o por Dios...)
Enrique, porque habéis visto
que
os quiero, ¿me dais enojos?
ENRIQUE: ¿Yo os
puedo causar desvelos,
señor?
DUQUESA:
(Él se abrasa en celos).
Aparte
INFANTA: ¿No
basta que alcéis los ojos
para
ver a la duquesa?
ENRIQUE: Con
sano intento sería.
INFANTA: Salíos
fuera.
ENRIQUE:
No entendía
tu
ofensa. De ello me pesa.
Vase ENRIQUE
DUQUESA:
Señor, pues que no podéis,
según
el fuero, casaros
conmigo ni yo pagaros
el amor
que me tenéis,
no
deis, por Dios, ocasión
--que
mi honor no lo consiente--
a que
pueda hablar la gente
en mi
fama y opinión.
Enrique es igual y puede,
cuando
en mí ponga los ojos,
hacer
que con sus despojos
casada
y alegre quede;
y
vos me podéis honrar
con
olvidar este intento.
INFANTA: Mal
puede mi pensamiento
con tal
guerra descansar.
Vos
tenéis justos desvelos.
Vuelve,
Enrique, a mi presencia.
(No
entendí que era la ausencia
Aparte
aun más
crüel que los celos).
Llamadle.
DUQUESA:
¡Enrique!
Sale ENRIQUE
INFANTA: (¿A qué aspiras, Aparte
pensamiento? Yo deseo...)
Oye,
Enrique.
ENRIQUE: Ya lo veo.
INFANTA: (No lo
ves, aunque lo miras). Aparte
Enrique, quiero decirte...
ENRIQUE: Ya sé
que tienes presentes
tus penas.
INFANTA: (¡Qué mal las sientes!
¡Ay, quién pudiera
advertirte
que
en mi intricada querella
presuma
mi mal crüel
de la
duquesa por él,
y son de Enrique por ella!
Si mi rostro lo
confiesa,
mi
honor, mi estado, lo niega
y la
esperanza se anega).
ENRIQUE: (Si el
mirar a la duquesa Aparte
era
por razón de estado
y no
verdadero amor,
dejarlo
será mejor,
olvidando su cuidado;
pues
alienta mi esperanza
el
príncipe de tal modo
en su
favor, quiero en todo
dejar
el lugar que alcanza).
Sale DOMICIO
DOMICIO: Señora,
el enfermo llama.
INFANTA: Y que acudáis es razón;
que el tiempo dará
ocasión
a que
os busque quien os ama.
DUQUESA: Que
me perdonéis, os ruego.
INFANTA: Id con
Dios, duquesa bella.
Vase la DUQUESA
ENRIQUE: (Siga
el príncipe su estrella, Aparte
pues no
me abrasa su fuego).
Vanse ENRIQUE y la INFANTA
DOMICIO:
Ruibarbo y alejandría,
no sé
qué provecho hará
que
siento en las tripas ya
notable volatería.
Salen
el MARQUÉS y FABIO
MARQUÉS:
Domicio.
DOMICIO:
¿Señor marqués?
MARQUÉS:
¿Merecerá mi amistad
saber
de ti una verdad?
DOMICIO: Nunca
me mueve interés;
soy
honrado.
MARQUÉS: Este diamante...
DOMICIO: Ni por
la imaginación...
MARQUÉS: Cumplo
así mi obligación.
DOMICIO: Tómolo
y paso adelante.
MARQUÉS:
¿Sabes de lo que han tratado
el
príncipe y la duquesa?
DOMICIO: Que lo
preguntas me pesa.
¿En qué
montes se han crïado?
Di,
¿qué han de tratar, señor,
un
muchacho y una moza,
que la
sangre les retoza
en las
mejillas de amor?
MARQUÉS: (¡A
qué furia me provoco!) Aparte
Di,
Domicio, ¿cómo fue
DOMICIO: Luego
se lo contaré.
(¡Ay
ruibarbo!) Aparte
Vase corriendo como que tiene cámaras
FABIO: Éste está loco.
MARQUÉS:
Sospechas mal nacidas,
que
estáis más cerca cuando más perdidas,
no
aumentéis más mis desvelos
con la
fiera ocasión de tantos celos;
pues
que con las que paso,
el
alma, el pecho, el corazón me abraso.
¿Qué me
aconsejas, Fabio,
cuando
miras la fuerza de mi agravio?
Diré
que la duquesa
la obligación desmiente que
profesa,
pues da
ligeramente
tanta
ocasión a que mi mal se aumente;
diré
--solos estamos--
que el
príncipe la sirve.
Sale DOMICIO
DOMICIO: ¿En qué quedamos?
MARQUÉS: Quedó
en que te ha admirado
preguntarte, Domicio, qué han hablado.
Si es
forzoso que... ¡hable!...
¿de
cosas amorosas?
DOMICIO: No es notable
el
ingenio que alcanza...
Que ha
de lograr, entiendo, su esperanza.
MARQUÉS: ¿De qué
suerte, Domicio?
DOMICIO: Aguarde
un poco, si he de hacer mi oficio.
Sentáronse en dos sillas
que afrentaron las quince
maravillas.
¿Eran quince por todas?
Aguarde, contaré: El Coloso en
Rodas,
el
Mausoleo en Caria,
Monte
de Gelboé...
FABIO:
¿Muy necesaria
es
agora la cuenta?
MARQUÉS: Cuando
de furia el corazón revienta,
¿gastas
el tiempo en vano?
DOMICIO:
Sentáronse los dos y mano a mano...
MARQUÉS: ¡En
furia me resuelvo!
DOMICIO: ¡Ah,
mal haya el ruibarbo! Luego vuelvo.
Vase DOMICIO corriendo
MARQUÉS: ¿Hay
desdicha más grave?
¡Que
tal imperfección en mi amor cabe
y tras
tantos desvelos,
se
acrecientan agora nuevos celos,
cuando
remediar trato
los que
me inquietaban!
FABIO: El recato,
con que
al príncipe crían,
las mayores sospechas te
desvían,
pues tienes ocasiones
para poderla hablar por los balcones.
MARQUÉS: Pues,
de esta vez procuro
vivir
de mis sospechas más seguro.
Venga
la noche fría,
que miedo helado en los cobardes
cría;
veré lo que sospecho,
de
acero armado y de valor el pecho,
dándolo por despojos,
de cuerpos viles, monumentos
rojos,
que trepando por ellos,
mi mire
el sol entre sus brazos bellos.
Sale DOMICIO
DOMICIO: Señor,
¿en qué quedamos?
MARQUÉS: Fabio,
vámonos ya...
DOMICIO: Todos nos vamos.
MARQUÉS:
...porque la vida pierdo,
loco en mis celos y en desdichas
cuerdo.
DOMICIO: ¡Quién le viera en un día
llegar
desde ruibarbo a Alejandría!
Vanse y salen la INFANTA y ENRIQUE
ENRIQUE: Ya
estamos solos, señor;
di lo
que quieres mandarme.
INFANTA: Cierra
esa puerta.
ENRIQUE: (¿Es temor Aparte
el mío? ¿Yo he de turbarme,
si ejemplos doy de
valor?)
Ya
está cerrada. (Fortuna, Aparte
¿qué es
esto? ¿Tan importuna
conmigo vienes a estar
que no
se puede esperar
en ti
firmeza ninguna?)
INFANTA: ¿Tú
eres español, Enrique?
¿Tú
blasonas de español,
para
que el mundo publique
tu
trato, y do nace el sol
y
muere, lo notifique?
¿Por
ventura no previenes,
cuando
de España te vienes
a
reinos que extraños son,
que
habrás hurtado a Aragón
tantas
barras como tienes?
¿Tú
hablas a la duquesa,
sabiendo que yo la adoro
y de tu
intento me pesa?
¿Así
guardas el decoro
que mi
dignidad confiesa?
ENRIQUE: Noble y español nací,
y que nunca te
ofendí
en mi
defensa prevengo;
y la
obligación que tengo,
cumplo, sirviéndote aquí.
No ofende el noble jamás
sus blasones de armas llenos;
sólo al villano verás
que de
lo que tiene menos
es lo
que blasona más.
INFANTA: Saca
la espada.
ENRIQUE: ¿Señor?
INFANTA: Bien
pudiera mi valor
matarte [sin] advertir;
que no
se ha de prevenir
a la
venganza [el] traidor.
ENRIQUE: Con
ese nombre sin duda
me da
la muerte mi espada
que
está a mis ofensas muda,
vestida a tus pies honrada
más que
en mis manos desnuda.
INFANTA:
¡Traidor!
ENRIQUE:
Tu alteza repare...
INFANTA: Cuando
el alma te sacare,
porque
te la he de sacar
del pecho
(mas para entrar Aparte
en el
lugar que dejare)...
Di
en el estado que estás
del
amor que yo procuro.
Confiésalo. (Y bien podrás, Aparte
que yo
mismo te aseguro,
cuando
te amenazo más).
ENRIQUE:
Príncipe, prometo a Dios
que fue
simple voluntad.
INFANTA: Sí, que
sois muy simple vos.
¿Hubo
premiada lealtad?
¿Estáis muy firmes los dos?
ENRIQUE: Eso
a mi ser contradice,
porque
de su honor desdice
el que
descubre un secreto;
que el
que le guarda es discreto,
y
villano el que le dice.
INFANTA:
¿Estás muy favorecido?
ENRIQUE: ¿Qué
favor tendré, señor,
de
tanta humildad vestido
y
desnudo de valor?
INFANTA: Otros
habrás merecido
de
mujer más importante;
porque,
en iguales intentos,
sucede el amor constante
suplir
con atrevimientos
los
defectos del amante.
Dilo, pues que lo confiesa
la
duquesa.
ENRIQUE:
Amor profesa;
dulces papeles escribe.
INFANTA: ¿Y los tuyos?
ENRIQUE:
Los recibe.
INFANTA:
(Descuidaos con la duquesa).
Aparte
¡Débesla tú de querer
mucho!
ENRIQUE:
Nunca el pecho mío
por
ella he sentido arder;
mas mil
ternezas le envío.
INFANTA:
(Lanzadas habían de ser).
Aparte
Jura, pues, que no la quieres
para
que mi enojo esperes
ver con
menos crüeldad,
y mira
que sea verdad
todo
cuanto me dijeres.
ENRIQUE: Juro
que no la he querido,
por el
alto firmamento
de luz
hermosa vestido.
INFANTA: ¡Qué
agradable juramento,
si de
temor no ha nacido!
¡Jura más!
ENRIQUE:
Tu vida juro;
que
puedes estar seguro.
INFANTA: Esto es
quererme engañar.
ENRIQUE: Antes
lo vengo a jurar,
porque
quietarte procuro;
y
podré yo presumir
que a
ninguno darás tanto
crédito
con advertir
que, si
acaso lo quebranto,
podrás
llegarlo a sentir.
INFANTA: Dime
mal de la duquesa.
ENRIQUE: Que
esto me mandes me pesa.
Ciego en tus celos estás,
y eco de tu voz, no más,
he de
ser en esta empresa.
INFANTA:
Estoy tan ciego que quiero
digas
mal de ella, por ver
si, en
la pretensión que espero,
la
dejas tú de querer.
ENRIQUE: Mi
ignorancia considero,
mas
no me parece bien.
INFANTA: Por eso
hay muchos a quien
parece
un ángel divino.
ENRIQUE: ¿Qué
importa si no me inclino?
INFANTA: Dios te
dé salud, amén.
¿Es
discreta?
ENRIQUE: Mal podrá
serlo
una mujer rendida,
pues de
estarlo perderá
lo que adquirió pretendida,
y la
voluntad le da.
INFANTA:
Pues, porque no formes quejas
de la
pretensión que dejas,
otra mi
fe te asegura,
que
abrasará su hermosura
del sol las doradas rejas.
ENRIQUE: (Sin
duda que ha imaginado Aparte
el
príncipe divertirme,
por si
estoy enamorado,
y así
quiere persuadirme
con
otro ajena cuidado).
Yo te quiero obedecer.
INFANTA: (¿Qué
es lo que pretendo hacer, Aparte
Amor? Mas no hay que dudar,
ya que
has llegado a mostrar
la
fuerza de tu poder).
Enrique, a tu pecho fío
un gran
secreto. Mi padre...
(¿Hubo
mayor desvarío?) Aparte
...tuvo
de un parto en mi madre...
(¡Tente, pensamiento mío!)
Aparte
...dos hijos, Matilde y yo,
uno a
otro semejante
de
suerte, que se engañó,
aun
teniéndonos delante
el
mismo que el ser nos dio.
Matilde, mi hermana, vive
en esa
torre, dó apenas
del sol
los rayos recibe,
compañeros en sus penas
que en
aire sutil recibe.
ENRIQUE: La
causa saber espero,.
INFANTA:
Consultó la astrología
mi
padre; y un extranjero
le
dijeron que sería
dueño
de su amor primero.
Y
desde que el juicio sabe
mi
padre, caso tan grave
ha
querido prevenir
con no
dejarla salir.
Tú,
Enrique, con esta llave
la
irás a ver de aquí a una hora.
Dale una llave dorada
ENRIQUE: ¿Con tu
alteza podré ver
a la
Infanta, mi señora?
INFANTA: No, que
será menester
quien,
a mi padre, que ignora
este
caso, le entretenga,
para
que mi intento tenga
el
efecto prometido;
que no
podrás ser sentido,
como mi
padre no venga.
Quedando yo, será igual
con el
deseo el efeto.
Tú,
Enrique, si eres leal,
viva en
tu pecho el secreto
que
guarda un pecho real,.
Ve
solo, Enrique.
ENRIQUE: Señor,
a tan supremo favor
mil vidas no satisfacen.
INFANTA: (¡Qué de imposibles deshacen Aparte
mujer, ingenio y amor!)
Vase la INFANTA
ENRIQUE: ¿Quién oyó tal novedad
ni más singular suceso?
Vos, duquesa, perdonad,
que
aunque vuestro amor confieso,
más me
obliga esta lealtad.
Hoy
Carlos me ha revelado
su
secreto y su cuidado;
y si con razón lo mido,
ha de
ser agradecido
un
noble que está obligado.
Sale CASTAÑO
CASTAÑO: ¿Qué
haces, señor?
ENRIQUE: Admirando
tu vana
solicitud.
Decidme, ¿qué andas curando?
CASTAÑO: Si es
dolencia la salud,
a todos
los voy sanando.
Hay
enfermos a porfía,
y el
que en mis manos caía,
con
venir de dos en dos,
luego estaba en las de Dios,
que no
es poca mejoría,
porque les doy la receta
universal.
ENRIQUE:
Ya me enojo
con tu
malicia inquïeta.
CASTAÑO: No se
hallara por un ojo
una
vara de bayeta.
ENRIQUE: Bien
mis intentos ayudas.
CASTAÑO:
Mientras tú no me desnudas
de doctor, fiesta tenemos;
de ayer acá nos comemos
de huérfanos y de viudas.
ENRIQUE: Yo
no sé en qué ha de parar
éste tu
intento ambicioso.
CASTAÑO: Antes
llego a aprovechar,
pues
vengo a hacerme famoso
con no
dejar de curar.
Sale DOMICIO con un papel
DOMICIO: Cansado a buscarte vengo
con
este papel.
ENRIQUE: No tengo
licencia para tomalle.
DOMICIO: ¿Helo
de echar en la calle?
ENRIQUE: Lo que
me importa prevengo.
DOMICIO: Mira
que es de mi señora,
con el
sello de su amor,
y
tiernamente te adora.
ENRIQUE: El
príncipe, mi señor,
sus
esperanzas mejora.
Así,
Domicio, podrás
no
buscarme a mí de hoy más,
si no es, ya que hacerlo intentes,
para
cosas diferentes
de ese
intento.
DOMICIO:
Ciego estás.
¿Cómo el hermoso arrebol
de su
deidad desconoces?
¿Qué intentas, noble español?
ENRIQUE:
Endurecerme a sus voces,
para
que me abrase el sol.
Vase ENRIQUE
DOMICIO: ¿Así
te vas y me dejas?
CASTAÑO: No
tienes que formar quejas,
pues es
fuerza que lo haga,
para
que así satisfaga
a
Carlos.
DOMICIO:
¿Tú le aconsejas?
Mas
volviendo, mi señor,
a la
purga. Buena fue
la tal
burlilla.
CASTAÑO:
Al doctor
se ha
de mirar con más fe.
DOMICIO: Sois un
crüel purgador.
(Si
esos remedios ordena, Aparte
poco le
duele la pena
de los
que a sus manos van).
CASTANO: Esos remedios están
dispuestos por Avicena.
Sale el MARQUÉS
MARQUÉS:
(¿Domicio en palacio? Admiro Aparte
la
novedad. ¿Es papel
aquél
que en sus manos miro?
El
príncipe es dueño de él.
A un
hecho bárbaro aspiro.
Loco
me tienen los celos;
perderé
a los mismos cielos
el
respecto).
DOMICIO:
Sois crüel
físico.
MARQUÉS: ¡Suelta el papel!
Quítale el papel
DOMICIO: ¿Aun
nos quedaban más duelos?
No
es justo de mí se arguya.
MARQUÉS: ¡Sois
un infame tercero!
DOMICIO: (¿Qué
dice? ¡Dios me destruya Aparte
si no
es tonto!) Caballero,
suélteme el papel. ¡Concluya!
MARQUÉS: ¿Qué
he de soltar, vejezuelo?
¡Ya
sois alcahuete!
DOMICIO: Apelo
para el
tribunal de Dios,
y el castigo de los dos
me dará
el Señor del cielo.
¿Hase visto tal afrenta?
(¿Qué
será lo que éste intenta? Aparte
Los dos
vienen ya de manga).
CASTAÑO: Pues,
quínola con pendanga
que ha
de pasar de setenta,
¿qué
queréis?
MARQUÉS:
Tu intento fiero
con
ésta acabar espero.
Saca la daga para el viejo
DOMICIO: Vuelva
el acero a esconder.
¿No basta purgarme ayer,
sino
tomar el acero?
Vase DOMICIO
CASTAÑO:
Léalo, vueseñoría,
que es
muy gran bellaquería
y no se
ha de consentir.
MARQUÉS: ¿Qué le
queda que sufrir
hoy a la paciencia mía?
Lee
"Don Enrique, mucho me importa hablarte,
si los
celos del príncipe y la ocupación
de tu
privanza te dieren lugar; ven, o
enviarásme a Castaño, tu criado."
¿Aún
tiene Amor escondido
más
daño y riesgo mayor?
¿Sois Castaño vos?
CASTAÑO: No he sido
sino rucio; mas, señor,
úsase, y heme teñido.
MARQUÉS: ¿No sois el doctor Castaño?
CASTAÑO: Soy el
doctor Albarcoque.
MARQUÉS: ¡Qué un
acreditado engaño
a
venganza no provoque
a quien
participa el daño!
¡Español, bajo crïado!
CASTAÑO: Tráteme bien, caballero,
que soy
un doctor honrado.
MARQUÉS: No sois
sino un embustero.
CASTAÑO: Héme
aquí desgradüado.
Vase CASTAÑO
MARQUÉS:
Villano Amor, ¿dónde vas
con
tantas alevosías?
Ya bien
vengado estarás,
pues
hallo en las penas mías
siempre
un enemigo más.
Mas
yo sacaré del pecho
a
Enrique el alma arrogante,
pues
que no es en mi provecho,
o ya
tercero o ya amante.
Papel, pedazos te he hecho,
por no admitir tus delitos;
mas poco remedio dan
a mis
celos infinitos,
pues en
cada letra están
todos mis celos escritos.
Vase el MARQUÉS y sale la INFANTA, vestida
de dama
INFANTA: Con
la fiebre y sed, iguales
en el
calor y el tormento,
con un
volcán en la boca
yace en
la cama el enfermo.
¡Cuántos arroyos y fuentes
dan a los prados amenos,
en competencia del alba,
vidrios
y aljófares tiernos!
Adora
con la memoria,
se bebe
con el deseo,
hidrópico, el apetito
y el
espíritu sediento;
mas entre flores y ramos
que fueron de abril trofeos
le muestra fingidas
fuentes
el
piadoso lisonjero.
Él,
alentado su engaño,
sus
puros cristales viendo,
con el
alma les ofrece
el
hospedaje del pecho;
y entre
las contradicciones
que
reprimen sus deseos,
siempre
apetece la causa
sin temor de sus efectos.
Igualmente me sucede
en el
intricado enredo
de
amor, pues viendo mi daño,
a quien
lo causa apetezco.
Ardua
empresa, rara industria
conozco
que es la que emprendo.
Si lo
digo, soy perdida,
y si lo
callo me pierdo.
Tres montes y tres abismos
se oponen a mis intentos,
todos fuertes e invencibles:
la vana
ambición de un reino,
la
vergüenza de las gentes,
y de mi
padre el respecto.
Y por
otra parte, a Enrique,
a quien
con el alma ofrezco
deseos
enamorados,
víctima
de su trofeo,
el alma
me solicita;
que ya,
admitiendo su imperio
en su
memoria descansa
y en él
espera remedio.
La
puerta abrieron; sin duda
es él, porque pasos siento.
Temblando estoy. Dame ayuda,
Amor,
cuando ves que intento
un caso
que es tan difícil
al más
dilatado ingenio.
Sale ENRIQUE como tentando parte oscura
ENRIQUE: Por
laberintos de dudas
voy
entrando, y no discierno
con la
vista cosa alguna;
mas ya
miro lo que espero.
El
príncipe no me engaña.
Yo le
ofendí, ¡vive el cielo!,
pues
dudé de su palabra.
¿Qué
deidad es la que veo?
INFANTA: ¿Quién
eres, hombre, que entraste
con
osado atrevimiento
donde
nunca pies humanos
osadas plantas pusieron?
¿Quién eres tú que has venido
a este lóbrego aposento
que ha
estado siempre guardado
con el
castigo y el miedo?
ENRIQUE: Señora,
a tal majestad,
a tan
soberano pecho,
si el príncipe no me diera...
Turbado
porque
yo tu sol eterno...
INFANTA: Ten
ánimo; no te turbes.
ENRIQUE: Los excelentes objetos
suelen turbar los sentidos
más agudos y más diestros.
El sol deslumbra los ojos,
con soberanos reflejos,
al Águila, mariposa
de las
regiones del fuego.
El
Nilo, que al mar no llega,
como
revuelto y soberbio,
tributo
de sus cristales,
sino
batallas de viento,
con el
estruendo ensordece
sus vecinos. Y en los cielos
tan alta y dulce armonía
ordena su movimiento.
Y, como no son capaces
nuestros sentidos, corriendo
hacen
sus círculos de oro
con
hermosura y silencio.
¿Qué
mucho que un sol divino,
un
cielo claro y sereno
y un piélago de hermosura,
dé
confusión a mi pecho,
dé adoración a mis ojos,
dé a mi voz y lengua
miedo,
dé
ignorancia a mi discurso
y a
todos juntos respecto?
INFANTA: ¿Tan
soberana me juzgas?
¿Tan
hermosa te parezco?
ENRIQUE: Díganlo
el tiempo y la fama,
que yo,
señora, no puedo.
Ni el
mar en serena calma,
que
blandamente batiendo
con
trabucos de cristal
los
escollos, forma en ellos
montes
de nieve y de espuma,
que
deshaciéndose luego
son
tornasoles azules,
son
damascos verdinegros;
ni el
sol cuando en horizonte
entre celajes diversos
de nubes muestra a pedazos
sus rayos y sus cabellos,
y escondido entre
cortinas
de
púrpura, entre los fluecos
de
nácar y oro se duerme
entre
las sombras y hielos
de las
noches; ni aquel ave
que
vive siglos eternos
con
alas y pies de rosa,
cuello
azul, dorado pecho,
y en aromas
de Arabia
su
hermosura entrega al fuego,
y ya
ceniza y gusano
vuelve
a renacer más bello
no
tienen tanta hermosura,
ni en
nuestras almas pudieron
causar sus mudas bellezas
tanto
amor, tanto respecto.
INFANTA: ¿Qué es
amor?
ENRIQUE:
Una pasión
con que
el alma que tenemos
en la
ajena se arrebata
y vive
en el ser ajeno.
INFANTA: Y dime,
¿puede el amor
causarse en tan poco tiempo
como ha
habido agora?
ENRIQUE: Sí;
como se
ve en este ejemplo.
Cuando
las nubes se rasgan
con el
oprimido fuego,
trueno,
relámpago y rayo
resultan del rompimiento.
Cuando
el alma se enamora,
nacen
también tres efectos
que son
la delectación,
la admiración y el deseo.
Al
trueno se corresponde
la
admiración del sujeto,
y al
relámpago luciente
la
delectación de verlo,
el
deseo al rayo ardiente;
y de la suerte que vemos
que
espanta, deslumbra y mata
con
furia el rayo violento,
la
admiración nos espanta,
la
delectacion es cierto
que
deslumbre, y luego mata
el amor con los deseos.
Y así
de repente, amor,
sin dar
dilación al tiempo,
nos da
la muerte, porque es
rayo,
relámpago y trueno.
INFANTA: Gran
filósofo de amor
te
juzgo y te considero.
ENRIQUE: Antes,
jamás he querido,
porque
las veces que veo
singulares hermosuras,
parece
me están diciendo,
"No te enamores, aguarda;
que más
divino sujeto
te han
prevenido los hados
por
dueño de tu hemisferio."
[........................]
INFANTA: En
aquese mundo vuestro
hay muy grandes hermosuras,
hay soberanos sujetos.
Una duquesa me dicen,
de
Montehermoso, que es cielo.
ENRIQUE:
Comparada a tu hermosura,
es un
humilde arroyuelo
entre
las rústicas flores
junto
al mar cano y soberbio,
es una estrella pequeña
que en
el alto firmamento
mendiga
rayos del sol
para
servirte con ellos.
INFANTA: ¿Qué te
admira más de mí?
ENRIQUE: Aquel
singular extremo
de semejanza
que tienes
con tu
hermano.
INFANTA:
Ya lo ha hecho
naturaleza otra vez.
Tú
pareces extranjero.
ENRIQUE: Sí, lo
soy.
INFANTA:
¿De qué nación?
ENRIQUE: Español.
INFANTA:
¡Oh, monstruo fiero!
Quítate
de mi presencia;
no
estéis aquí. Vete luego.
ENRIQUE:
¿Monstruo llamas al que es hombre?
INFANTA: ¿No lo
son? Pues me dijeron
que por
uno me privaban
de ver
la luz de los cielos.
ENRIQUE: ¿Y
podré volverte a hablar?
INFANTA: Si mi
hermano gusta de ello,
sabe
agradarle.
ENRIQUE:
¿Y sin él
no veré
tus ojos bellos?
INFANTA: Quizá
por aquestas rejas
alguna
vez. Vete presto.
No te
encuentre nadie aquí.
ENRIQUE: Entré
cobarde y voy ciego.
Queda a
Dios.
INFANTA:
Y ve con Él.
ENRIQUE: (¿Qué enigmas son éstas, cielos?) Aparte
INFANTA: (Amor,
ingenio y mujer, Aparte
¿qué
imposibles no emprendieron?)
FIN DEL SEGUNDO ACTO