ACTO TERCERO
Salen el REY y ENRIQUE
REY:
Enrique, ya que a Sicilia
permite
el cielo que vengas
para
que en mi casa tengas
el
remedio en mi familia,
ya
que eres ayo y maestro
del
príncipe y su privado
y de mí
estás obligado
por el
amor que te muestro,
en
riquezas y en mandar,
a mis
sobrinos prefieres,
conde
de Módica eres
y
Almirante de la mar;
y
pues, le toca a tu oficio
dar, a
lo que digo, un medio
por
resultar su remedio,
en
general beneficio,
y
que el cuidado que ves
de que
nace mi fatiga,
por ser tú leal me obliga
a que me digas cuál es.
Que
me advirtieses querría,
cuando
mi amor te consulta,
¿de qué
al príncipe resulta
tan
grave melancolía?
¿Qué
tiene? Que siempre está
tan
rendido a su pasión
que ver
su enajenación
justo
cuidado me da.
¿Sabes acaso su pena?
¿Has la
ocasión entendido?
ENRIQUE: De
amor, sin duda ha nacido,
que es quien su dolor ordena.
El
príncipe, mi señor,
a su
prima, la duquesa,
adora,
y mudo confiesa
la
causa de su dolor.
Desde que por el oriente
saca el
sol su luz divina,
su
adorada Serafina
llama
en voz triste y doliente.
Pienso que fuera acertado
casarle, señor, con ella,
pues
cesará su querella
y faltará
tu cuidado;
porque aunque es fuerza, señor,
que
haciéndolo se traspase
la ley
que niega se case
con su
vasallo, el amor
que
te tienen es de suerte
el reino, y la voluntad,
que
podrá tu autoridad
deshacer cosa más fuerte.
REY: Sí, remedio he de buscar
para anular esa ley.
(Saben
los cielos y el rey Aparte
que en otra ley se ha de hallar).
¿Que
tú no le has conocido
otra
ocasión?
ENRIQUE:
No la tiene.
REY: Buscar
un medio conviene
para
que ponga en olvido
Carlos
este pensamiento,
divirtiéndole de amor,
si es
su enemigo mayor.
ENRIQUE: Sin
éste ninguno siento
ni
modo alguno que obligue,
señor,
en esta ocasión
que a
su amorosa pasión
los
accidentes mitigue.
REY: Yo
daré fin a sus quejas,
si no
precede de más
que de
ese amor.
Vase el REY
ENRIQUE: Mal podrás,
si a un
ángel tan sin él dejas,
dándole tal pesadumbre
por la
vana presunción
de los
jüicios que son
tan
llenos de incertidumbre.
Bellísima infanta presa,
cuya
beldad peregrina,
como a
su deidad divina,
el alma
adora y confiesa,
si
pudiera con mi pena
o con
mi excesivo amor
moderados el rigor
de
vuestra oscura cadena,
sabe el cielo que es testigo
de la
verdad, que mi vida
perdiera, a tus pies rendida,
para el
remedio que digo.
Sale la INFANTA, vestida de hombre
INFANTA: ¿En
qué te habló el rey?
ENRIQUE: Señor,
en
saber en qué consiste
tu
tristeza.
INFANTA:
¿Y qué dijiste?
ENRIQUE: Lo que
entiendo, que de amor...
que
amabas a la duquesa,
que es
de adonde nace el daño.
INFANTA: (¡Y
sabría que es engaño! Aparte
¡Sabe
Dios cuánto me pesa!)
ENRIQUE:
Díjele que te casara
con
ella.
INFANTA:
¿Y qué respondió?
ENRIQUE: A
tratarlo se partió.
INFANTA:
(¿Quién, cielos, imaginara
Aparte
tan
confuso laberinto?
Pues ya
miro mi cuidado,
de
nuevas dudas cercado
y con
término distinto
del
respeto y del temor,
dar la
rienda a mi fatiga
con tal
fuerza, que me obliga
a
buscarla yo al dolor).
Enrique, admirado estoy
cuando
en tu silencio veo
pagar
tan mal el deseo
con que
mi gracia te doy.
Condición tienes avara,
pues a
ser dichoso llegas
y tu
felicidad niegas
a quien
te la dio. Repara
en que ingrata opinión gana
tu
callar, pues no me da
parte
de cómo te va
de
visitas de mi hermana.
ENRIQUE:
Señor...
INFANTA:
Fíate de mí,
pues
tanto tu fe levanta,
que me
dio agora la infanta
este
papel para ti;
y
tanto en tu pecho fiel
fío,
que sin descubrirle
te le
traigo sin abrirle
ni
saber qué viene en él.
ENRIQUE: A tu
favor obligado
mi
agradecimiento adora.
El
papel de mi señora
me des,
pero no cerrado.
INFANTA: Aun
más pienso hacer por ti.
Pero
antes que el papel leas,
quiero mi maestro seas
de
amar, diciéndome aquí,
cuando amabas la duquesa,
qué
palabras le decías
con que
su amor reducías
al
favor que me confiesa;
que,
pues la he de pretender,
quiero
tu estilo imitar.
ENRIQUE: ¿Yo he de llegar a enseñar
de quien puedo yo
aprender?
INFANTA:
Quiero probar si la inclino
por lo
rendido y amante.
ENRIQUE: ¿Qué
estilo más importante
que el
de tu ingenio divino?
A
quien tiene tal prudencia,
¿qué le
puedo yo advertir?
INFANTA: Ea,
bien puedes decir
que
esto es enseñar la ciencia.
Esto me importa aprender.
Haz,
Enrique, lo que digo.
ENRIQUE: Si miro
a lo que me obligo...
INFANTA: Sin
replicarme ha de ser.
ENRIQUE: Pues
vaya de amor fingido.
Duquesa...
INFANTA:
No me la nombres;
no has
de pronunciar dos nombres
que me
ofenden al oído:
duquesa ni Serafina.
ENRIQUE: Pues,
¿cómo la he de nombrar?
INFANTA:
"Dueño" la puedes llamar,
"Bien tuyo" y "Prenda divina;"
"Matilde" también podrás,
como si
mi hermana fuera.
ENRIQUE: No era
justo que lo hiciera,
aunque
licencia me das;
que
no fuera acuerdo sabio,
por excusar ese intento,
llegara
mi atrevimiento
a hacer
a Matilde agravio
con
tan humildes despojos.
INFANTA: Ése,
Enrique, es conveniente.
ENRIQUE:
(Bellísima infanta ausente,
Aparte
perdonad, que estos enojos
nacen de amor).
INFANTA: Mucho tardas.
ENRIQUE:
"Bellísimo dueño mío,
¿por
qué al alma que te envío,
si la
animas, la acobardas?
¿Qué enigma es éste de amor
que en
mi pensamiento veo,
pues si
me alienta el deseo,
me pone
miedo el temor?
Y en
maravilla tan nueva
quiere,
porque el ser mejore,
mi
voluntad que te adore,
y tus
ojos, que me atreva.
¿Va
bien?
INFANTA:
Como yo deseo.
De
amante llevas la palma,
como se
regala el alma
cuando
se abrasa el deseo.
(Hechizo del alma ha sido Aparte
cuanto
escucho, miro y toco.
Con su
vista me provoco;
vencióme por el oído.
Rindióse ya el albedrío).
Mira, Enrique, si te agrada
esta
respuesta.
ENRIQUE:
Extremada
ha de
ser.
INFANTA:
"Enrique mío,
agradecida a tu amor,
no
solamente perdono
tus deseos pero abono
tu
merecido favor;
y en
premio a tus esperanzas,
pues me has debido agradar,
yo misma te pienso dar
albricias del bien que alcanzas."
¿Va bien?
ENRIQUE:
Muy bien, a ser yo
amante
de la duquesa.
INFANTA: ¿No
sabes cuánto me pesa
que la
nombras?
ENRIQUE: No advirtió
el
alma te daba enojos
mi
intento, a tu gusto fiel.
INFANTA: Ya puedes por el papel
pasar, Enrique, los ojos.
ENRIQUE:
Turbado rompo la nema
que en
tan supremo favor,
si es
fuerza me aliente amor,
es
justo el respeto tema.
Lee ENRIQUE, turbándose
"Obligada a tu cuidado,
Enrique..."
INFANTA:
Lee sin temor,
que aun en las cosas de amor
Fortuna ayuda al osado.
ENRIQUE:
"Están tan en la memoria
tus
deseos recibidos,
que
tienen ya mis sentidos
tu
imaginación por gloria.
Tú
has llegado a merecer
lo que
nunca imaginaba
poder haber..."
INFANTA: ¡Lee! ¡Acaba!
¿Ves que no sabes leer?
ENRIQUE: "Y en maravillas tan nuevas
tanto llegaste a obligar,
que te
prevengo a mostrar
de amor las más altas pruebas.
Rey de Sicilia has de
ser,
y
llegando a coronarte,
lo que
pueda, he de mostrarte,
amor,
ingenio y mujer."
Rompe ENRIQUE el papel
ENRIQUE:
Papel, ni agradecimiento
ni
respeto ha de excusarte.
INFANTA: ¿Qué
haces, Enrique?
ENRIQUE: Mostrarte
un
honrado sentimiento.
Viviendo tú, ¿ha de decir
tales
cosas un papel?
INFANTA: El amor
es un pincel
que
cuanto llega a sentir
dice
sin ningún respeto,
porque
tiene fuerza tanta.
Tuya
es, Enrique, la infanta.
ENRIQUE: ¡Señor!
INFANTA:
Yo te la prometo.
ENRIQUE:
Mira, señor, que ya alcanza
tanto
mi fe en tu favor,
que
tengo justo temor
que me
mate tu privanza;
que
con indicios menores
me he
visto en trance más fuerte
de la
vida.
INFANTA:
¿De qué suerte?
ENRIQUE: La
envidia engendra traidores,
y
anoche me acuchillaron.
INFANTA: ¿Y no
supiste quién fueron?
ENRIQUE: Con lo
oscuro no pudieron
conocerse, aunque mostraron
con
bien seguras señales
que no
erraron la intención,
puesto
que su ejecución
faltó.
INFANTA: ¿Y pretensiones tales,
no
sabes de quién saldrían?
ENRIQUE: Ni
agraviado ni quejoso
tengo.
INFANTA:
(En mi pecho amoroso Aparte
ya los
temores porfían).
Pues vive, Enrique, seguro,
que
pues en mi gracia estás,
en mi
cuidado tendrás
siempre
centinela y muro.
No
temas nada.
ENRIQUE: Señor,
si tanto
favor recibo,
seguro
del mundo vivo.
INFANTA: Ven.
ENRIQUE:
¡Qué ventura mayor!
Vanse y salen la DUQUESA y CASTAÑO
DUQUESA: Si
no hubiera conocido
antes
de esto en tu señor
discursos de hombre entendido,
creyera
que hoy el favor
le
tiene desvanecido.
El
generoso laurel
suele a
la hiedra crüel
dar
abrazos con que medra,
y despréciale
la hiedra
en
allegándose a él.
CASTAÑO: La
hiedra tiene esa maña.
DUQUESA: De tu
señor hablo agora.
Pienso
que trujo de España
mucha
soberbia.
CASTAÑO: Señora,
injusto enojo te engaña.
Si
el príncipe le ha quitado
que te
vea...
DUQUESA:
¿Eso [ha mandado]
el
príncipe?
CASTAÑO:
Claro está;
que
amándote sentirá.
Sabráslo ya si ha jurado.
DUQUESA: A
cólera me provoca.
¿Qué
juró?
CASTAÑO:
Yo lo diré.
Que ha
de ir a Roma...
DUQUESA: (No es poca Aparte
pena).
CASTAÑO:
...descalzo y a pie,
con un
zapato en la boca.
(Ya, paciencia y barajar Aparte
y echar por otro).
Sale DOMICIO
DOMICIO: ¿Ha de entrar
el
marqués, porque está aquí?
CASTAÑO: Mira,
señora, ¡ay de mí!,
que
jura me ha de matar,
que
no quiere absolución
en Roma
sino en la China,
porque
tiene en conclusión
conmigo
cierta mohina
aunque
con poca razón.
DUQUESA:
Pues, porque sin riesgo quedes,
Domicio, esconderle puedes
donde
no lo pueda ver
el
marqués.
CASTAÑO:
Así ha de ser;
la
misma piedad excedes.
DOMICIO:
Detrás de aquesta antepuerta
podéis
por agora estar,
pues
que no está agora abierta.
CASTAÑO:
Domicio, fidelidad.
DOMICIO: (Ya está mi venganza cierta). Aparte
Escóndese CASTAÑO y sale el
MARQUÉS
MARQUÉS: Como
la vela que arde
más
cuando morirse quiere,
cuando
mi esperanza muere
y no
hay remedio que aguarda,
te
vengo, duquesa, a hablar,
para
decirte que estás
ciega,
pues ocasión das
que
lleguen a murmurar
que
favoreces a Enrique,
tan
clara y tan ciegamente,
que das
lugar que la gente
tu vana
afición replique.
Mal
haces, pues de este modo,
prefieres a un extranjero
al
favor, que ya no espero
por ser
desdichado en todo.
DUQUESA:
Engañado estás, marqués,
que si
a Enrique le escribí,
fue por
defenderme así
del
príncipe, de quien es
la
privanza; y para hablarle
en
orden a mi quietud,
con
tanta solicitud
envié
ayer a llamarle.
MARQUÉS:
(Quién satisfacciones da, Aparte
amor
tiene y paz procura;
blandamente me asegura,
favorable a mi fe está).
Digo, divina señora,
que ya
satisfecho estoy,
y en
albricias de ello os doy
el
alma.
DUQUESA:
Pues, falta agora
que
yo satisfecha quede,
que no sé de qué ha nacido
el ser,
marqués, atrevido
en lo
que ofenderme puede.
¿Qué favor de mí tenéis
que os haya dado licencia
a que con tal imprudencia
ni pretendéis ni celéis?
MARQUÉS: ¿Qué
es esto, cielo?
DUQUESA: Advertid,
que con
ocasión me ofendo,
pues ni
dárosle pretendo
ni
jamás le di.
MARQUÉS: ¡Oíd!
DUQUESA: ¿Qué
he de oír, pues mi papel
te
atreves a abrir así,
y no
siendo para ti?
MARQUÉS: Quise
ver mi muerte en él,
¡Oh,
ingrata fiera homicida!
Sale DOMICIO
DOMICIO: El
príncipe viene a verte.
DUQUESA: Vete;
no encuentres tu muerte
donde
buscabas tu vida.
MARQUÉS: ¿Que
así tu rigor me trate?
DUQUESA: Pues,
si doy rienda al rigor,
haré al
príncipe un favor
en decirle que te mate.
MARQUÉS:
Dime, Domicio, ¿podrás
ponerme
do pueda oír
lo que
dicen?
DOMICIO:
Es pedir
cotufas.
MARQUÉS: Por mí lo harás.
Toma y perdona, Domicio.
Dale una sortija
DOMICIO: Tomo y
perdono, marqués;
ser
alcahuete no es
inútil
ni vil oficio.
En
esta puerta, señor,
te
encubre.
MARQUÉS: ¿Podré ocultarme?
Dentro
CASTAÑO:
¡Domicio!
DOMICIO:
(Yo he de vengarme Aparte
del
maestro purgador).
Escóndese el MARQUÉS y salen la
INFANTA y CRIADOS
INFANTA: No
sale con tal belleza
el sol
a alumbrar el día,
mi
Serafina.
DUQUESA:
No es mía
esa
gloria; es de tu alteza.
(¿Es posible que, pudiendo Aparte
lograr en tal hermosura
su favor y mi ventura,
esté su
amor resistiendo?
Queriendo emplear el mío
en un
español traidor
que
desprecia mi favor,
¿no es
injusto desvarío?)
INFANTA: ¿Qué
dices?
DUQUESA: Señor, decía
que no
haber agradecido
hasta
aquí tu amor ha sido
causa
la desdicha mía,
porque a no oponerse a ella
la ley,
que priva severa
casar
con vasallo, fuera
felicidad de mi estrella;
que
empleada en tal beldad
y en
tan divino valor,
fuera
triunfo de tu amor
mi
rendida voluntad.
INFANTA:
Pues, prima, resuelto vengo
a
deshacer imposibles
que no
lo son, si los cielos
hacen
que tu amor se anime.
¿Es posible que sufriesen
tantas mujeres insignes
las duras leyes que
infaman
vuestra
memoria felice?
¿Por
qué se ha de permitir
que,
donde la fama escribe
tantas
hazañas heroicas
de
mujeres varoniles,
consientan la tiranía
de dos leyes que prohiben
que ni en tálamos reales
ni en las herencias se
admiten,
cuando pueden dar envidia
a las
matronas que viven
do el bárbaro Termodonte
cristal
en púrpura tiñe?
¡Animo,
ilustre duquesa!
Haya un
motín que publique
que
sacudan la cerviz
del
agravio que reciben.
Pues tiene
el reino estas leyes
y agora en cortes asisten,
tratemos de quebrantarlas,
que no son montañas firmes;
y pues tienes de tu parte
tantos nobles que lo animen
y pueden a tu opinión
acudir con pechos libres,
sé tú a quien las damas deban,
por defensora invencible,
hazaña
tan valerosa
donde
tanta gloria asiste;
que si
a esta empresa te adquiere
mi fe
que en tus ojos vive,
verá
que mi amor se abrasa
entre
las rosas de Chipre.
DUQUESA: A tu
amor agradecida,
obligada a lo que dices,
por la gloria
y por el premio
que en
este caso compiten,
haré tantas diligencias
que a mis hermanos obligue
y a mis deudos que los fueros
allanen y faciliten;
y
cuando en ellos faltare
la
propia piedad que viste,
convocaré con mis voces,
entre los aires sutiles,
las mujeres de Sicilia,
las nobles y las humildes
para que todas conozcan
que sufren agravios
viles.
INFANTA: La
nobleza de Sicilia
tienes
de tu parte; diles
que
gocen de la ocasión
y con
mi favor se animen.
DUQUESA: Desde
aquí, con tu licencia,
parto a
que mi lengua incite
a la
gloria de esta empresa
los que
de verme se obliguen.
INFANTA: Ve
enbuenhora.
DUQUESA:
(Concededme
esta
gloria en que consiste,
cielos, mirar la corona
sobre
mis sienes felices).
Vase la DUQUESA y dice CASTAÑO dentro
CASTAÑO: ¿Si se
fue el marqués Nerón?
MARQUÉS: ¿Quién
está aquí?
CASTAÑO: ¿Quién lo dice?
¡Válganme cuarenta santos!
Sale huyendo del MARQUÉS y dicen sin que los
vea [la INFANTA]
MARQUÉS: ¿Ves
tus delitos?
CASTAÑO: Admite
un par
de disculpas mías
en tus entrañas de tigre.
MARQUÉS:
¡Villano vil!
CASTAÑO:
Si me escuchas,
te
diré...
MARQUÉS:
¡Los cielos viven,
que me
las has de pagar! Calla.
CASTAÑO: No
quiero.
MARQUÉS: Tus hechos viles
me has de pagar.
CASTAÑO: ¡Ah, señora!
INFANTA: ¿Quién
da aquí voces?
CASTAÑO: ¡Ay, triste!
Por
escaparme de Scila
he
encontrado con Caribdis.
MARQUÉS: (El
príncipe es éste. Quiero, Aparte
antes
que pueda sentirme,
irme
porque no me vea).
Vase el MARQUÉS
INFANTA: Llégate
[a mí].
CASTAÑO: Lo prohibe
el olfato.
DOMICIO:
Mal oléis.
CASTAÑO: Pues,
¿vengo a vender almizcle?
Fue que
con el mucho miedo
no supe
lo que me hice.
DOMICIO: Haga
cuenta que es ruibarbo
que el
miedo de todo sirve.
INFANTA: ¿No
eres tú...?
CASTAÑO: ¿Yo? No, señor,
no
puede ser, ni es posible
que lo
que ha sido no sea.
INFANTA:
...aquel médico que Enrique
trujo
consigo de España.
Turbado
CASTAÑO: Sí,
señor, mas cuando quise...
INFANTA: Dime,
¿has venido tú a caso?
CASTAÑO: Sí,
señor, acaso vine...
INFANTA: ¿Qué
trujiste?
CASTAÑO:
Mal recaudo,
mal
recaudo. Yo lo hice
por el
miedo, porque yo
no soy
amigo de chismes.
INFANTA: ¿Quiere
Enrique a la duquesa?
CASTAÑO: Como al
diablo.
INFANTA: Ya estás libre.
Vanse
y salen el REY y POMPEYO
REY: ¿Los hijos de mi hermano toman armas
contra
mí y solicitan en su ayuda
al
turco, en cuyas fuerzas se confían,
para
quitarme el reino?
POMPEYO: Así lo escriben
por cartas las espías que allá
tienes.
REY La
crueldad de su padre han heredado,
mas no tendrán efecto sus intentos.
Llamadme aquí al marqués.
POMPEYO: El marques
viene.
Sale el MARQUÉS
MARQUÉS: ¿Qué me
mandas, señor?
REY: Lo que os
importa.
Los
hijos de mi hermano vil y aleve
vienen
con prevenciones contra Italia.
MARQUÉS: ¿Con
qué intento, señor?
REY: De ser
traidores.
Hijo
sois de mi hermana y, si faltase
el
príncipe, tenéis derecho al reino,
si
aquella dura ley no lo estorbara,
que
llaman salia. Pues agora hay cortes,
hablad
los grandes y vos, de mi parte
y de la
vuestra, les pedid la anulen;
pues
con eso quedáis habilitado
y yo
descansaré de este cuidado.
MARQUÉS: Bastará
que se entienda que es tan justo
para
que todos vengan con tu gusto;
y yo beso tus pies por favor tanto.
REY: No
quiera Dios que hereden en Sicilia
nuevos
tiranos que su sangre noble
con
bárbara crueldad beber desean
y en
acechanzas su cuidado emplean.
POMPEYO: El
médico, señor, que me mandaste
llamar,
está aquí ya.
REY: D[ecid]le que
entre.
Sale CASTAÑO
CASTAÑO: (El
diablo a mí me engañó. Aparte
¿Yo
médico? Si pudiera
ir
matando cuantos viera
y
curara, pienso yo
no
se llegara a entender
que mis curas son locuras,
que encubren las sepulturas
médicos de mal hacer.
Alguna extorsión espero;
que
está aquí el Marqués.)
MARQUÉS: Señor,
advierte que no es doctor
sino un famoso embustero.
REY: ¿No
eres médico?
CASTAÑO: Serví
a un
gran médico en Valencia
y
heredéle.
REY:
¿Qué, la ciencia?
CASTAÑO: No, sino
la mula.
MARQUÉS: ¡Así!
¿Es
todo?
REY:
Como entendiste
del
príncipe el mal, y yo
vi que
en tu consejo halló
el
remedio que le diste,
sin que en otra mano hallase,
aunque
lo vieron doctores
de mi
casa los mejores,
quien
su pena remediase,
quisiera saber de ti,
¿qué
conociste en su mal?
CASTAÑO: Vuestra
majestad real
sabrá
la verdad de mí.
Dice
Esculapio, tratando
de febris...
MARQUÉS: Pues, si él empieza...
CASTAÑO: Yo
estoy hablando a su alteza.
MARQUÉS: Sí, pero
estásle engañando.
CASTAÑO:
¿Heos mandado yo sangrar,
estando
con resfrïado?
Pues,
¿por qué estáis enojado
conmigo? Dejadme hablar;
que
parece que tenéis
algún
sobrino doctor.
Pero,
en efecto, señor,
¿qué es
lo que mandar queréis?
REY:
Quisiera me declararas
qué
pasión Carlos encierra,
qué
disgusto le destierra,
y que
tú lo remediaras.
CASTAÑO:
Según de su mal se arguye
y su
tristeza confiesa,
Carlos
ama a la duquesa.
MARQUÉS: ¡Este
loco me destruye!
¿Qué
estás diciendo, ignorante?
Vuestra
alteza no le crea.
CASTAÑO: Como en
sus brazos se vea,
no irá
la fiebre adelante.
REY: (Si
el de Carlos es amor, Aparte
razón
es pena me dé;
pues en
su efecto se ve
que
encierra daño mayor.
Sin
duda que Enrique ha sido
la
causa de su cuidado.
De esto
nace el ser privado,
y su
tristeza ha nacido
de
ver la contradicción
que a
su amor pone el secreto.
Remedio
pide discreto
tan
peligrosa ocasión).
¿A
quién tal le sucedió?
Esto
saber he querido.
Vete.
CASTAÑO:
(A curar he venido Aparte
gratis. ¿Soy albéitar yo?
Mas
como es la cura corta,
en la
paga lo han andado.
Bravo
susto le hemos dado
al tal
marqués).
Vase CASTAÑO
REY: Esto importa.
Marqués, gusto e interés
hoy mi
autoridad espera,
si
muere Enrique...
Sale la INFANTA
MARQUÉS: Pues muera.
INFANTA: (Que
muera dijo el marqués, Aparte
y si
como yo sospecho,
es
Enrique a quien pretende
matar,
a mi vida ofende,
pues él
habita en mi pecho.
Llegaré disimulando).
¿Qué
hace tu majestad?
REY: La
causa en tu enfermedad
he
estado aquí preguntando.
Todos dicen que es amor,
y como
sé que no ha sido
de la
duquesa, he tenido...
INFANTA: (Declaróse. ¡Ea, favor Aparte
tuyo, Amor, es menester!
A Enrique quiero librar.
Lo que
puede, he de mostrar,
amor
ingenio y mujer).
Señor, el que te ha informado
que de
amor mi mal procede,
no
haberlo entendido puede,
y es
cierto que se ha engañado.
De
causa distinta nace
mi
pena.
REY:
Dímelo aquí,
pues
ves que mi pena así
a la
tuya satisface;
que
niegas que se publique
tu mal.
INFANTA:
Señor, si porfía
en mí
esta melancolía
es
porque me cansa Enrique,
y
quisiérale quitar
todo
aquello que le he dado;
mas
tiéneme con cuidado
ver que
me han de murmurar
de
liviano, si le quito
lo que
le di.
REY:
¿Y esa pena
a tristeza te condena?
En los reyes no hay delito.
Quítaselos; que si ha
sido
ingrato
en no darte gusto
que se
lo quites es justo
a quien
no lo ha merecido.
Sale ENRIQUE
INFANTA:
Enrique, el rey, mi señor,
como ve
que me he crecido,
me ha
hecho un grande favor.
Tente
ya por despedido
del
oficio de ayo. (Amor, Aparte
perdona a la industria mía
hacer
tal descortesía).
ENRIQUE: Beso
tus reales pies,
aunque
su ayo no es,
quien
del príncipe aprendía.
INFANTA: Al
marqués, mi primo, espero
honrar
más de aquí adelante,
y así
que le dejéis quiero
el
oficio de almirante.
ENRIQUE: Tu
grandeza considero.
INFANTA:
Pompeyo crïado ha sido
de mi
padre. Hale servido
bien, y
así le [dé] el condado
de
Modica.
ENRIQUE:
Habéis mostrado
vuestro
pecho agradecido.
INFANTA: Y
hasta que mande otra cosa,
Enrique, no me veáis.
ENRIQUE:
Solamente rigurosa
en eso, señor, mostráis
vuestra
mano poderosa.
Honrando al marqués, mi amigo,
con lo
que estoy poseyendo,
que me hacéis merced os digo;
mas ya me va pareciendo
no merced, sino castigo;
que
no quedaba agraviado,
señor,
en que hubieses dado
a otro
título y oficio,
pues
era en mi beneficio
por ser
tan bien empleado.
REY: (No es posible que lo quiera Aparte
alma
que así lo trató).
[Al MARQUÉS]
Marqués, Enrique no muera;
que mi
sospecha cesó.
Vase el REY
MARQUÉS: (Sin la
razón lisonjera Aparte
de
estado ninguno trate
de
medrar, no lo dilate,
si ve
la ocasión doblada).
[A la INFANTA]
Señor,
si Enrique te enfada,
da
lugar a que lo mate;
que aun con barruntos ligeros
de que
a tu gusto no es,
probó
anoche mis aceros.
INFANTA: (¡Su
enemigo sois, marqués! Aparte
Huélgome de conoceros).
No
soy, primo, tan crüel;
que
viva quiero, y a vos
honraros mi pecho fiel,
pero no
permita Dios,
primo,
que le mate a él.
MARQUÉS: (Por
lo menos voy vengado Aparte
de los
celos que me ha dado).
Vase el MARQUÉS
ENRIQUE: Por
premio de haber servido,
que me
digas, señor, pido
qué
culpa en mí has castigado.
¿Qué
delito mío da
ocasión
a tal rigor,
que me
veo ajeno ya
de tan
supremo favor?
INFANTA: La
infanta te lo dirá.
Vase la INFANTA
ENRIQUE: ¿Qué
es esto, suerte enemiga?
¿Aún
niegas que se me diga
la
causa de esta mudanza?
¡Ay, mal segura privanza
que a
tanto pesar obliga!
¿Quién mal de mí dicho habrá?
¿Qué culpas en mí hallaron
que airado el príncipe
está?
Sale CASTAÑO
CASTAÑO: Las malas
nuevas volaron;
todo lo
he sabido ya.
¿Qué
es esto, señor?
ENRIQUE: Y en tanta
desdicha, que el mundo espanta,
la
infanta, ¿qué ha de decirme?
Matilde, ¿qué ha de advertirme?
CASTAÑO: ¿Qué
"Matilde" ni qué "Infanta?"
ENRIQUE:
Vamos a España, que aquí
toda mi
dicha acabó.
Ya no
hay esperanza en mí.
Mas, ¿que no he de saber yo
quién me ha descompuesto
así?
Cayó
en tierra el edificio.
Presa
la infanta se queda.
CASTAÑO: Con la
grande polvareda
hemos
perdido don Juicio.
ENRIQUE: Ni
quiero estado ni oficio.
Salir
de Sicilia quiero;
veré a
la infanta primero.
CASTAÑO: Con el
furor se enloquece.
(Una
traza se me ofrece. Aparte
Dar
lástima al rey espero.)
ENRIQUE: Niño
es Carlos, y unos días
muestra
amor y otros enojos.
Inconstantes son sus ojos
para las fortunas mías.
Matilde a estas rejas frías
mercedes me suele hacer.
Fortuna, yo la he de ver;
mas,
¿qué remedio me queda
si
están moviendo tu rueda
un niño
y una mujer?
Vase a entrar y sale a una ventana la INFANTA de dama
INFANTA: ¡Ah,
conde, conde! ¡Almirante!
¡Enrique!
ENRIQUE:
Ya no entendía,
señora,
como solía,
por ser
"conde." Aunque os espante,
no seré
de aquí adelante
sino
Enrique solamente.
Ya ha
menguado mi corriente;
que el
príncipe lo permite
y la
Ocasión la remite
a que
tu alteza lo cuente.
Bien
sé que no le ha ofendido
ni aún
con sólo un pensamiento,
mi justo
agradecimiento.
Jamás
he puesto en olvido
lo que
me tiene afligido.
¿Es ver
que estoy ignorante
de
enojo tan importante?
INFANTA: No es
enojo; es justa ley,
porque
quien ha de ser rey,
¿cómo
ha de ser almirante?
ENRIQUE: ¿Qué
escucho?
INFANTA: No está enojado
el
príncipe. Antes advierte
que te
libró de la muerte
con
haberte así tratado.
Vive
agora con cuidado,
pues a tal ocasión vienes.
Conoce que amigos tienes,
porque
en ocasión estás
que muy
presto ceñirás
de la
corona tus sienes.
Di a mi padre que te quiero
y de
tal modo te estimo,
que a
ser tu esposa me animo
y sólo
tu gusto espero.
ENRIQUE: Que me
atrevo considero
mucho,
si esta empresa sigo.
INFANTA: Ve,
Enrique, y haz lo que digo;
que, pues yo te doy licencia,
importa esta diligencia.
ENRIQUE: Voy, y
a tu gusto me obligo.
Vase ENRIQUE, quítase de la ventana la INFANTA,
quédase CASTAÑO y salen el REY y POMPEYO
CASTAÑO:
Famoso rey de Sicilia,
si
suelen las duras peñas,
tal vez
del agua abatidas,
quedar blandas y deshechas,
mueva, señor, tu piedad
ver que el dolor y la
pena
privan
a Enrique de juicio;
conduélate su miseria.
Mira,
señor, que es sobrino
del rey
de Aragón, y hereda
por
muerte del rey Alfonso
mucha mar y mucha tierra.
Danos, señor, un bajel
para
que a España se vuelva;
que yo
le iré acompañando,
si las
lágrimas me dejan.
REY: Gran
fuerza tiene el delito
en pechos donde hay nobleza.
¡Tan impensada mudanza!
No me
admiro que lo sienta.
POMPEYO: La
duquesa Serafina
viene a
verte.
Sale la DUQUESA
REY:
¿La duquesa?
DUQUESA: No te
parezca, señor,
novedad
de esta manera
haber
venido a palacio
a traer
tan buenas nuevas.
El
príncipe, mi señor,
me ha
mandado que hiciera
la
diligencia que ves.
Tomé a
mi cargo esta empresa,
y en fin tengo aquí las firmas
de los grandes, en quien veas
que los dos fueros se
anulan
que
llaman en esta tierra
de
Recaredo; y por paga
te suplico que merezca
el ser
del príncipe esposa,
cuyo
amor mi fe confiesa.
Sale ENRIQUE
ENRIQUE: Señor,
escúchase aparte,
y mis
servicios merezcan
des
crédito a lo que digo
obligándote mi pena.
Si
diste a la astrología
tal
crédito, que por ella
a la
infanta, mi señora,
tienes
en clausura eterna,
no te
admire lo que digo;
pues lo que el cielo concierta,
poco
importa prevenirlo
nuestra
humana diligencia.
Yo,
señor, hablo a la infanta
entre
la oscura tiniebla
donde
está, dándome a ello
el príncipe la licencia.
Ella se
quiere casar
conmigo.
REY:
(¡Qué así enajena Aparte
el
dolor a los sentidos!
¡Qué
lastimosa tragedia!)
ENRIQUE: En fin
la infanta me elige
por
dueño de su belleza,
y por
otra parte Carlos...
REY: (¡Qué
desatinos que mezcla!) Aparte
ENRIQUE:
Matilde...
REY:
(¡"Matilde" dijo!
Aparte
¿Si alcanza la grande fuerza
de su
locura [a] este caso?
Mas ya
tomo otra sospecha;
que
diferente ocasión
la ha
dado noticia de ella).
Sale el MARQUÉS
MARQUÉS: Lo que me
mandaste hice,
señor,
con tal diligencia
que los
fueros de Sicilia
dados
por injustos quedan.
Por
premio, señor, te pido
la mano
de la duquesa.
REY: Ella te
escucha y responda.
MARQUÉS: ¿En
palacio? ¡Cosa es nueva!
Sale la INFANTA de dama
INFANTA: Donde
hay amor, no hay quietud.
Amor
venció la vergüenza;
que en
semejante ocasión
es bien
que todo se piedra.
Enrique, ¿hablaste a mi padre?
ENRIQUE: Sí,
señora.
INFANTA:
¿Y qué respuesta
te dio?
ENRIQUE:
Ninguna me ha dado.
Yo
quisiera...
INFANTA:
¿Qué quisieras?
ENRIQUE: Bella
infanta, que aguardaras
hasta
que el príncipe venga,
porque
te ayude.
INFANTA: Español,
con
ignorancia discreta,
Carlos
y Matilde soy.
[Al REY]
Señor,
no admiréis que venga
de esta
suerte.
REY: ¿Qué es aquesto?
INFANTA: Pues
que ya deshecha queda
la ley
salia,...
REY: ¡Del amor
son las maravilla éstas!
INFANTA: ...no
permitáis que más tiempo
engañe
a naturaleza.
REY:
(Rabiando estoy de furor
Aparte
pero no
quiero que vean
que me
ha pagado mi industria
con tan
rara inobediencia).
Sobrinos, Matilde es Carlos;
que
hasta aquí ha estado encubierta
con
nombre de hombre hasta tanto
que
hiciese esta diligencia.
Matilde,
abraza a tus primos.
INFANTA: Sí, haré. Pues es, señor, fuerza
el casarme con Enrique,
te pido
a tus pies que sea.
REY: Con la
casa de Aragón
segunda
vez se renueva
nuestro
parentesco.
MARQUÉS: Y yo
le pido
su mano bella
a la
duquesa.
REY:
Daos todos
las
manos.
INFANTA:
Enrique, llega.
DUQUESA: Con mucho
gusto la doy.
MARQUÉS: Con él
es bien te obedezca.
CASTAÑO:
Castaño, señor, te pide
perdón
de la grande mengua
que en
tus vasallos ha hecho
con sus purgas y recetas.
REY: Yo te
lo doy.
ENRIQUE:
Y en mi casa
por mi
mayordomo queda.
INFANTA:
Cumpliéronse ya mis dichas.
Rey
hice a mi esposo; vean
amor,
ingenio y mujer
en su
historia verdadera.
FIN DE LA COMEDIA