ACTO PRIMERO
Salen FEDERICO y MARÍN, de soldados muy
pobres
FEDERICO:
¡Ésta es Génova!
MARÍN: ¡Por Dios,
conforme nuestra pobreza,
que ha
menester su riqueza,
si nos remedia a los dos!
FEDERICO:
¡Bellos edificios!
MARÍN: ¡Bellos!
Los
lienzos de Flandes son
cifra,
sombra e ilusión
si se
comparan con ellos.
¿Pero tenemos de andar
viendo
casas todo el día,
sin
buscar una hostería
donde
podamos manjar?
Volvámonos, si te agradas,
a ver
si en los bodegones
a
trueco de macarrones
reciben
estas espadas,
pues no nos sirven de más
que de traerlas lïadas,
que
aquí se riñe a puñadas.
FEDERICO:
Hambriento y prolijo estás.
¿No causa extraña alegría
después
de varias tristezas,
las infinitas grandezas
de esta noble señoría,
ver tan hermosas
pinturas
en las casas, el Senado,
que a Roma atrás ha
dejado,
heredando sus venturas?
¿Ver...?
MARÍN:
El verte con dineros,
Federico, es mi deseo;
que ya
de hambre no veo,
y mi
cuenta es todos ceros.
Cuando contigo salí
de la
Pulla a ser soldado,
no
pensé verme quebrado
como me
veo por ti.
Servimos al de Pescara
sobre
el Parque de Pavía;
y con
papeles te envía
y sin
blanca...
FEDERICO: Cosa es clara,
ésa
es la paga mejor
con que
voy a pretender,
que el
César me puede hacer
capitán.
MARÍN:
¡Gracioso humor!
¿Con
qué carga de moneda
vas a
pretender a España?
Que con
nación tan extraña,
no hay
Scipïón que más pueda.
¿Qué
presente le has de dar
al
secretario? ¿Qué joya
al que
tus hechos apoya
para
poder negociar?
FEDERICO:
Filósofo estás, Marín.
MARÍN: Como en
ayunas estoy,
estoy
agudo.
FEDERICO:
Ya voy
viendo
de mi intento el fin.
Necio he sido en procurar
papeles.
MARÍN:
La duda es llana.
¡Qué
esperanza tan liviana!
¿Qué provecho puede dar?
FEDERICO: A la
Pulla me volviera,
dejando
mi pretensión,
si la
pasada cuestión,
Marín,
no me lo impidiera.
No
sé qué tengo de hacer.
MARÍN: Pide limosna.
FEDERICO:
Eso no.
A dar estoy hecho yo;
y pedir es padecer.
MARÍN: Mas
no comiendo, padeces
este
trabajo y crisol;
y
pidiendo a lo español,
pienso
que no desmereces.
FEDERICO: El
español, ¿cómo pide?
MARÍN: Llega
arrogante y severo,
y, de
la espada al sombrero,
primero
los tiempos mide;
y
dice: "Déle vuesé
su
caridad a un soldado
pobre,
desnudo y honrado."
Y el
bergamaza que ve
el
aspecto con que avisa
del
daño que le previene,
si
parpallonas no tiene,
se
quitará la camisa.
FEDERICO: Yo
soy, Marín, caballero,
y no
tengo de pedir.
MARÍN: Pues,
dejémonos morir.
¡Qué
pobre tan majadero!
Yo
pediré.
FEDERICO: ¡Enhorabuena!
Pide tú
para los dos.
MARÍN: De esta
suerte dará Dios
para la
comida y cena.
Aquesta casa parece
de
algún rico ciudadano.
FEDERICO: Pide
con estilo llano,
pues la
vergüenza enmudece.
La
portada y patio son
del
dueño bastante abono.
MARÍN: Ahora
bien, la voz entono
para
causar compasión.
FEDERICO:
Caballeros salen.
MARÍN: ¿Quieres
hüir?
FEDERICO:
Apartarme quiero.
MARÍN: Muy
corta limosna espero
de
poltrones mercaderes.
Salen CARLOS, FABRICIO, OCTAVIO, JORGE y CRIADOS, y
CARLOS sale dando barato
JORGE:
¿Cuánto perdéis?
CARLOS: No lo sé.
Esto se
queda, tomad
de
barato.
OCTAVIO:
Es necedad
que
deis barato.
CARLOS: ¿Por qué?
OCTAVIO:
Porque cien doblas perdéis.
CARLOS: Si
ganara y no perdiera,
poco en
dar barato hiciera.
CRIADO: Largos
años os gocéis.
MARÍN:
(¡Oh, beatísimos escudos! Aparte
Sin ver
a quien los reparte
yo
quiero entrar en la parte.
¡Oh, si
hubiera pajes mudos!
¡Ciégale tú, Santantón!
Dios
ponga tiento en tu mano).
CARLOS: Tomad.
CRIADO: Apartaos, hermano.
MARÍN: (Ganóme
la bendición). Aparte
CARLOS:
Quiero ver si quedan más.
Tomad.
MARÍN:
(¡Oh, caso importuno! Aparte
Aun no
me ha cabido uno
de los
que da[n] por detrás).
CRIADO: ¿Queréis quitaros, hermano?
¡Quitaos!
OCTAVIO: ¿Qué picarón
es ése?
MARÍN:
¡Paso, pajón!
Que
aunque roto, soy cristiano.
No soy moro ni judío.
Barato
quiero alcanzar.
CRIADO: Dadle,
Fabio.
MARÍN:
¿Cómo dar?
¡Juri a
Cristi, si deslío...!
FEDERICO: (Sin
duda ha hecho Marín Aparte
de las suyas. Llegar quiero).
CARLOS: Para la
gloria que espero,
aguardo
felice fin.
FEDERICO: ¿Qué
es eso?
MARÍN: ¡Estos pajarotes,
que
maltratan los honrados!
FEDERICO: ¡Paso,
señores soldados!
MARÍN: Espera;
no te alborotes,
señor, hasta que deslíe.
FEDERICO:
Sosiégate, majadero.
Por ser
pobre y forastero,
nadie a
ofenderle porfíe;
que habrá quien vuelva por él.
OCTAVIO: ¿Y
defenderéisle vos?
JORGE: ¡Buena
arrogancia, por Dios!
MARÍN: El
lance ha sido crüel.
FABRICIO: Muy
maltratado venís
para
ser tan atrevido.
FEDERICO: Jamás miréis al vestido
si de
sabio presumís;
que
quizá este traje encubre
más
valor de que pensáis.
MARÍN:
Deslío...
CARLOS:
Bien lo mostráis,
que el
proceder los descubre.
¿Quién sois?
FEDERICO: Un soldado soy,
por
mala paga perdido.
CARLOS: Antigua
querella ha sido.
FEDERICO: A
España a pretender voy.
CARLOS:
Reportaos.
FEDERICO: De vos me fío,
si el
traje al ser corresponde.
CARLOS: Decid quién sois y de dónde.
MARÍN: Pues hay amistad, deslío.
FEDERICO: En
la Pulla, que es provincia
del
noble reino de Nápoles,
nací,
para tantas penas,
de
nobles y ricos padres.
Con
regalo me crïé,
aunque
no sin mil desastres,
que el
que ha de ser desdichado
muere
en el día que nace.
Fue mi infancia prodigiosa,
hasta
que en edad bastante,
al peso
del sentimiento,
fueron
creciendo mis males.
Faltaron mis padres luego,
para
que mozo heredase;
que riqueza y pocos años
no hay
leyes que no traspasen.
Amor,
que mejor sujeta
los
pechos más arrogantes,
se
mostró, siendo tan niño,
para mi
ofensa gigante.
De una doncella hermosa,
de tan
excelentes partes
que a
verla primero Apolo
no
siguiera tanto a Dafne,
me
cautivaron los ojos;
que no
hay alma que no abrasen
tan divinos soles negros,
que
miren libres y graves.
Solicité muchos días
su
favor sin que alcanzase,
si no
esperanzas inciertas,
preeminencias de casarme.
Tuve por competidor
un
mancebo cuya sangre,
hirviendo de puro noble,
fue
lumbre en que se quemase.
Entrando en el Domo a misa,
para mi
desdicha un martes,
nuestra
dama, la seguimos
los
solícitos amantes.
Al
tomar agua bendita
se cayó
al descuido un guante;
y a un
mismo tiempo llegamos
entrambos a levantarle.
Fue la
porfía de suerte,
que,
dividido en dos partes,
quedó partido el favor,
y los celos más pujantes.
Desafïóme atrevido,
y sin
que a ver aguardase
la
misa, el mancebo loco
al
campo se fue a esperarme.
Salí
yo, y a un mismo tiempo
vio los
aceros el aire
de
nuestras espadas nobles,
donde
el sol pudo mirarse.
Apenas del
primer tercio
pude
los filos tentarle,
cuando
por ellos camino,
sin que
pudiese librarme.
Rompe
el animoso pecho,
por
donde, envuelta en granates,
salió el
alma y dejó el cuerpo
para
difunto cadáver.
Viendo
el desastrado caso,
por
entre secretos valles
huyo
con este crïado,
que fue
mi querido Acates.
Vine al
fin a Lombardía
adonde
los generales
del
ilustre Carlos Quinto
sus
ejércitos reparten:
Próspero, Borbón y Leiva
y el de
Pescara, pilares
adonde
estriba el imperio
y a
quien Roma estatuas hace.
El
invencible Francisco
de
Angulema, a quien levante
la
fama, de cuyos lirios
temblaron tantos alarbes,
para
ocupar a Pavía,
que es
una fuerza importante,
entra
con furia francesa
a mirar
del Po la margen.
El
ejército imperial
le
espera en medio del parque,
adonde
Francisco llega
a
levantar su estandarte.
La
batalla le presenta,
pensando a muy pocos lances
ver de
Milán el castillo,
besar
sus plantas reales.
Llegado
el amargo día
el estrépito de Marte
suena
en los vecinos bosques,
temerosos de escucharle.
Trabóse
al fin la batalla;
aquí mueren, y allí salen
contra bridones franceses
los españoles infantes.
Al fin, los franceses
rotos,
el de
Pescara al alcance
sigue;
y el francés furioso
no
quería retirarse.
El
valeroso francés,
sin que
el peligro le espante,
desea
morir valiente,
para no
vivir cobarde.
Yo,
después de haber ganado
una
bandera, bastante
indicio
de valor, vi
al rey,
que teñido en sangre,
en un
caballo español
de los
que al Betis le pacen
la
verde juncia y le beben
los
fugitivos cristales,
con el
estoque sangriento
furioso
procura entrarse
en el
paso de una puente,
donde
los suyos le amparen.
Llego
entonces, y al bridón
que
espuma mascando esparce,
de un
revés corto las corbas,
para
que Francisco salte
desde
la silla a la arena,
adonde
no quiso darse,
sin que
cortés y amoroso
el de
Pescara llegase.
Viendo
el marqués lo que hice,
no supo
con qué pagarme
sino
con darme papeles,
esperanza leve y frágil.
Con
ellos a España voy,
aunque
es bien que me acobarde,
pues sin dinero y favor
no habrá quien merced
alcance;
que aunque es Carlos
dadivoso
y otro
segundo Alejandre,
suelen
regir y mandar
mil
codiciosos magnates.
Cansado, en efecto, y pobre
llegué
a Génova esta tarde
donde,
viendo sus grandezas,
se
aliviaron mis pesares.
Llegué
a ver este palacio;
y os
vido aqueste ignorante
dar
barato. Llegó y tuvo
esta
cuestión con los pajes.
Si sois
noble caballero,
como le
declare el traje,
remediadnos; que hacer bien
es acto de pechos grandes.
CARLOS:
Huélgome que hayáis contado
vuestras desgracias; que espero,
como
noble caballero,
quitaros de ese cuidado.
Ningún bien os puede hacer
España,
aunque el bien le sobre;
que es
necio el que va tan pobre
a la
corte a pretender.
Vuestro término me agrada.
Vivid,
si queréis, conmigo;
que no
seré mal amigo.
FABRICIO: ¡Franqueza bien excusada!
FEDERICO: Tus pies beso.
MARÍN: Y yo las losas
adonde tocan tus plantas;
que tras de tormentas tantas
son las bonanzas gustosas.
OCTAVIO: Como
le costó tan poco
granjear tanto dinero,
gasta como caballero.
JORGE: Es
amante, mozo y loco.
FABRICIO: Ya
es tarde, Carlos. Adiós.
CARLOS: Él
mismo, Fabricio, os guíe.
OCTAVIO: Yo os
aseguro que fíe
sus secretos de los dos.
JORGE: Será
en eso impertinente.
OCTAVIO: De su
mal seréis testigos;
que no
se hallan amigos
verdaderos fácilmente.
Vanse
los tres
FEDERICO: Ya ningún daño recelo
si tan buen norte nos
guía.
MARÍN:
¿Diráme, vueseñoría,
por
dónde se va al tinelo?
CRIADO:
Luego iremos.
CARLOS: De manera
me
agrada vuestro valor,
que de
mi bien y mi amor
daros
relación quisiera.
FEDERICO: Bien
os podéis confïar
de
quien desea serviros.
CARLOS: Venid,
que habéis de vestiros.
MARÍN: ¿No
fuera mejor cenar?
FEDERICO:
Calla, necio.
CARLOS: Iréis conmigo
esta
noche; que a mi lado
quiero
llevar un soldado
para
defensa y testigo.
FEDERICO: Bésoos los pies.
MARÍN: Tripas mías,
ir a rellenaros quiero.
No os
embargue algún barbero,
viendo
que estáis tan vacía[s].
Ya
no tenéis qué sentir.
FEDERICO: Todo el
fin es perecer.
MARÍN: Bueno es servir por comer.
FEDERICO: Mal es comer por servir.
Vanse y
salen HORACIO, JULIA y LAURA
HORACIO:
Suelta, loca.
JULIA: ¿Qué le quieres?
HORACIO: Saber
mi celoso efeto.
¿Cómo
procuras secreto,
no cabiendo en las mujeres?
JULIA:
Siempre en la que es noble vive.
HORACIO: Suelta
el papel.
JULIA: Vesle aquí.
Necia
en esconderle fui.
HORACIO: Carlos
sin duda te escribe.
JULIA: Es verdad.
HORACIO:
Así lo creo.
No es
poco decir verdad.
JULIA: ¿Es
acaso liviandad
un
casto y noble deseo?
HORACIO: ¿Qué
pecho el ser padre vale
con
pecho tan importuno?
JULIA: ¿Pues,
hay en Génova alguno
que en
noble y rico le iguale?
¿Es
error poner los ojos
en un
rico y bien nacido,
con
intento de marido?
¿Para
qué te cause enojos?
Si
tú procuras casarme,
¿no es
bien que a mi gusto sea?
HORACIO: Siempre
tu gusto desea
destrüirme y deshonrarme.
JULIA: ¿No
ves con cuánta afición
en diversas ocasiones,
en juegos y en invenciones,
me declara su intención?
¿No
ves que gasta y consume
su
hacienda por agradarme?
¿No ha
de poder obligarme
pues su
valor se presume?
¿No
adviertes con cuánto exceso
es en
mi amor liberal?
¿Por
qué te parece mal
que le
quiera bien?
HORACIO: Por eso.
¡Oh,
Julia, qué poco sabe
la
mujer que sabe más!
¡Qué de
atributos le das
de
liberal y de grave!
Lo
que en él más te contenta
es lo
que me desagrada.
La hacienda
no importa nada
si el
dueño no la acrecienta.
Alabas que dé libreas
del
color de tu vestido,
que
gaste, por ti perdido,
en los juegos que deseas.
Y eso en mis entrañas cría
la cólera, que me basta
que
quien su hacienda gasta,
también
gastará la mía.
Vase HORACIO
LAURA: De
cólera va perdido.
¡Qué a
un viejo vivas sujeta!
JULIA: Lo que
al famoso poeta
Virgilio me ha sucedido.
LAURA: ¿De
qué suerte?
JULIA: Componía
un paso
en cierta ocasión
donde
la reprehensión
de un padre al hijo escribía.
Estaba confuso; entró
su
padre, que se ofendía
de su
heroica poesía,
y allí
le reprehendió.
De
modo que él, advirtiendo
sus razones arrogantes,
halló
conceptos bastantes
en lo
que estaba escribiendo.
Así,
agora, Laura mía,
sus
razones escuchaba
[y conceptos encontraba]
mientras me reprehendía.
LAURA: Bien tus favores merece
Carlos, pues es principal;
que antes por ser liberal
más se
ilustra y ennoblece.
JULIA: En
el papel escribía
que el retrato le envïase
y a la
ventana aguardase
esta
noche, que quería
verme.
LAURA:
¿Piensas aguardar?
JULIA: Sola en
mi lugar te dejo,
Laura,
por no dar al viejo
agora
que sospechar.
Arrójale este papel;
que en
él digo que a la esquina
aguarde.
LAURA:
¿Qué determina
tu amor
agora con él?
JULIA: A Porcia he de visitar
esta
noche, y así trato
darle a
Carlos el retrato
que me
ha pedido al pasar.
LAURA: Ya
es tarde.
JULIA: A la reja acude;
que a
mi padre voy a ver.
LAURA: A una
resuelta mujer
no
habrá fuerza que la mude.
Vanse las dos y salen CARLOS, FEDERICO y
MARÍN, de noche
CARLOS: Ésta
es la calle en que mi Julia vive.
MARÍN: Sin
duda alguna que es mujer caliente.
CARLOS: De sus
ojos el sol la luz recibe.
Estas
ventanas son su bello oriente.
FEDERICO: De
propia voluntad es bien me prive,
porque
a servirte con amor asiente.
MARÍN: ¡Buen
vestido te pillas!
FEDERICO: ¡Calla, necio!
CARLOS: El celo
estimo, si las obras precio.
Adoro esta mujer de tal manera
que el
juicio pierdo y de mi ser me olvido.
MARÍN: ¿Es acaso
bonita la platera?
La que
friega, te digo, ¿está advertido?
FEDERICO: Pues,
¿qué te importa a ti cuando lo fuera?
MARÍN: Suelen
tomar los puntos a un vestido;
y es
mía de derecho, y aun de tuerto;
que traigo el coramvobis
descubierto.
CARLOS: En
la reja estará, sin duda alguna.
Sale LAURA a la ventana
LAURA: ¿Es
Carlos?
CARLOS:
Sí, mi bien.
LAURA: Menos terneza,
que no soy mi señora.
CARLOS: ¿La Fortuna
me
priva de su hielo y su belleza?
LAURA: El
padre la persigue y la importuna;
mas no
veréis mudanza en su firmeza.
Tomad
ese papel, y en esa esquina
a que
salga, aguardad.
CARLOS: ¿Qué determina?
LAURA: A
una visita va, y de espacio quiere
daros
aquel retrato.
CARLOS: ¡Oh, gloria mía!
LAURA: Tened
cuidado, adiós.
CARLOS: Haré que espere
la
clara luz del venidero día.
FEDERICO:
Dichoso, pues a todos te prefiere.
Pierde
el temor, señor, y al puesto guía.
MARÍN: ¡Por
Dios, que habla bien la fregoncilla!
Bestia
de albarda quiero y no de silla.
Está en la pared una imagen de Nuestra
Señora, de bulto, y una lámpara sin luz
CARLOS: La
esquina es ésta, mas la luz no veo.
La
lámpara está muerta.
FEDERICO: ¿Qué has hallado?
CARLOS: De los
vecinos el descuido creo.
La luz
os falta, y sois quien la ha cuidado.
Encender esta lámpara deseo,
aunque está todo, al parecer,
cerrado;
que no
ha de estar sin luz la imagen bella
de la
que siendo madre fue doncella.
FEDERICO: ¿Qué
ves en la pared, o qué alboroto
te
priva de quietud?
CARLOS: Oh, Federico,
de esta
divina imagen soy devoto,
pues me
concede cuanto le suplico.
FEDERICO: ¿Imagen
hay aquí?
CARLOS: La falta noto,
y así a
encender la lámpara me aplico.
FEDERICO: ¿Y si
viene tu dama y no te halla?
CARLOS: Confuso
estoy.
FEDERICO: Después podrás
buscalla.
CARLOS:
Piérdase la ocasión.
MARÍN:
Quedas perdido.
CARLOS: Voy a
buscar la luz; que me acobarda.
Federico, pues tienes mi vestido,
en esta
esquina a la que adoro aguarda;
que no
serás de noche conocido
entre
las sombras de su capa parda.
Toma el
retrato con astucia cuerda;
que
aquesta devoción no es bien se pierda.
FEDERICO: Al
fin, ¿me quedo aquí?
CARLOS: Yo vendré
luego;
pero, por si tardare, esto te aviso.
MARÍN: ¡Oh,
qué devoto amante!
CARLOS: Eso te ruego.
FEDERICO: Aquí te
aguardo, pues amor lo quiso.
CARLOS: ¿Cómo,
siendo la zarza, os falta fuego
y el ángel del divino paraíso?
Mas vuestras luces son puras y
bellas,
y junto al sol no lucen
las estrellas.
MARÍN:
Pues, por Dios, que no parece
nada
devoto el galán.
FEDERICO: Mil
inspiraciones dan
como la
ocasión se ofrece.
MARÍN:
Ventura ha sido encontrar
este
mozo. Loco es;
el seso
tiene en los pies.
Puedes
vivir y triunfar.
FEDERICO: Vendrá presto.
MARÍN: Caso es llano.
El
preguntarle es error.
Yo
aseguro que el amor
le
vuelva al puesto temprano.
FEDERICO:
Deseo tengo de ver
aquesta
dama que alaba
y de encarecer no acaba.
MARÍN: Eso
tiene el pretender.
Gente suena. ¿Si es acaso
la
susodicha?
FEDERICO: Ella es.
Tardó
Carlos.
MARÍN: ¡Ea, pues!
Cubre
el rostro y ponte al paso.
pues hay tan buena ocasión.
FEDERICO: La luz
de las hachas temo.
¡Es hermosa!
MARÍN: ¡Por extremo!
Cortas alabanzas son.
Salen
don PAJES con hachas encendidas, y
detrás HORACIO, JULIA y LAURA, con mantos
HORACIO:
Gente hay al paso, ya sé
quién
es, poco más o menos.
LAURA: ¡Qué
extremos de juicio ajenas!
FEDERICO: (Más hermosa es que pensé. Aparte
¡Oh,
qué divina mujer!)
HORACIO: Quitad
la luz.
FEDERICO:
(Razón tienen; Aparte
que
donde sus ojos vienen
otra
luz no es menester).
MARÍN: (¡Ah, señora, la de atrás!) Aparte
FEDERICO: (Sin
duda quedo perdido Aparte
si echa
de ver el vestido).
Dale JULIA el retrato de presto
JULIA:
Guardadle.
FEDERICO:
No pido más.
HORACIO: ¿Qué fue aquello?
JULIA: Tropecé.
HORACIO: Ya que
ciega camináis,
tropezad y no caigáis.
MARÍN: ¡Hola,
trasera! ¡Ce, ce!
Hablad con Inés.
FEDERICO: (¡Ay, cielos, Aparte
qué
hermosura y discreción!)
HORACIO: Julia,
basta un tropezón.
FEDERICO: (Ya de
Carlos tengo celos). Aparte
MARÍN:
¡Hola, chica!
LAURA: ¡Ah, ganapán!
¡No tire!
Vanse HORACIO, JULIA, y LAURA
MARÍN:
¡Lindos extremos!
Federico, hablar podemos,
que
conocido nos han.
FEDERICO: ¡Ay,
amigo!
MARÍN:
¿Qué te duele?
FEDERICO: Loco
estoy.
MARÍN:
Días ha ya.
FEDERICO: Sin luz
quedo, pues se va
quien
me alumbre y me consuele.
MARÍN: Si
te picó la fregona,
mira
que es mía.
FEDERICO: ¡Ay, Marín,
otra
intención, otro fin
mi
justa pérdida abona!
MARÍN: El
viejo no pudo ser.
FEDERICO: Deja
las burlas ligeras,
pues
ves que muero de veras.
MARÍN: Mira,
que ha de ser mujer
de
Carlos.
FEDERICO:
Fuerza es que calle
si es
de mis yerros jüez.
Quiérola ver otra vez
a la
vuelta de esa calle.
MARÍN: Tu
pérdida determinas.
FEDERICO:
Sígueme.
MARÍN:
En peligro estamos;
que hoy
a Génova llegamos,
y
andamos tomando esquinas.
Vanse y sale CARLOS con una luz
CARLOS: El
aire ha reconocido,
aunque fue siempre atrevido,
al
dueño de mi cuidado,
pues en
sus cuevas se ha estado
mudo,
absorto y escondido.
Pero
que es razón colijo,
si es
de todo actor y padre,
como al Águila lo dijo:
"Que respeten a la madre
los que
obedecen al Hijo."
Luz os traigo, aunque sois vos
quien puede darla a los
dos,
norte
que a los puertos guía,
y el
alba clara del día,
del sol
de justicia, Dios.
Sois
la Estrella de Belén,
cuya
luz, como contemplo,
nos
lleva al cielo también;
y el
candelero del templo
de la
gran Jerusalén.
Pues
nunca luz encendida
os
faltó, reina escogida,
antes que naciese Adán,
pues en Palmas os vio Juan
con el mismo sol vestida.
Mas
Federico se fue.
Mi
Julia lo habrá llevado.
Notable
ocasión dejé,
pero si
luz os he dado
más que
he perdido gané.
Quiero subir y encender
la
lámpara; para ver
mejor
vuestros ojos bellos;
que si
Dios se miró en ellos,
espejos
deben de ser.
Va subiendo por unas gradillas que ha de haber
debajo de la Virgen, y enciende la lámpara
Luz
tengo, y nadie parece.
Para
leer el papel
buena
ocasión se me ofrece,
pues el
noble dueño de él
mejor
cuidado merece.
Saca el papel y léelo
"Mi bien, aunque el padre mío
con
caduco desvarío
quiere
mi intento estorbar,
es
querer medir el mar
o
volver atrás un río.
A su
pesar, tuya soy
Mientras va leyendo el papel, va dando vuelta la
imagen hasta ponerse de espaldas a CARLOS
y a tu
amor agradecida.
El alma
propia te doy;
que sin
ti no quiero vida,
pues a
ti sujeta estoy".
¡Oh, palabras, que me dais,
aunque
pintadas estáis,
nueva
vida y nuevo ser!
¿Cómo,
si sois de mujer,
tanta
firmeza mostráis?
Vuelve a leer
"Para acabar tu recelo
saldré
contigo, mi bien.
¡Nuevo
y no visto consuelo!
Perdone
el cielo también,
si se
ofende [de] esto el cielo".
¡Raro amor! ¡Ojos! ¿Qué veis?
¿Las
espaldas me volvéis,
siendo,
entre varios errores,
la que
a tantos pecadores
buenas
espaldas hacéis?
¿Pero de qué estoy quejoso
si
Moisés que a Dios habló
afable,
manso, amoroso,
por las
espaldas le vio,
y se
tuvo por dichoso?
Mas
sin duda os ha ofendido
ver que
el papel he leído
que
tiene locuras tantas;
que a
las imágenes santas
mayor
respeto es debido.
El
alma tengo turbada.
Mayores desdichas creo;
pues ésta es, Virgen sagrada,
la primera vez que os
veo
con
pecador indignada.
Que
si los vanos antojos
y tan
lascivos despojos
tratan
delante de vos,
parece
que al mismo Dios
le
quieren tapar los ojos.
Mas,
si el haberle leído
os ha
podido enojar,
en la
luz que os he traído
podrá,
señora, quedar
en
ceniza convertido.
Arda
el confuso Babel,
tan
soberbio y tan crüel.
Y
volved, madre piadosa,
el
rostro más amorosa
pues
veis que es llama el papel.
Vuelve el rostro la imagen como quema el papel, y
cae
CARLOS por las gradas desmayado, y sale MARÍN
¡Jesús!
MARÍN:
Al fin no he podido
traerle, perdido está.
Ya
Carlos habrá venido,
pues
trajo luz; pero habrá
nuestra
derrota seguido.
¡Oh,
Federico, qué loca
intención tu honor apoca!
¡Pero
Carlos está aquí
sin
vida! ¡Triste de mí!
A
lástima me provoca.
¡Señor, señor! Yo he perdido,
si es que la vida perdió,
un muy honrado vestido
CARLOS: ¡Ay,
Dios!
MARÍN:
Sin duda cayó
de
aquestas gradas dormido.
¡Carlos!
CARLOS:
¿Quién eres?
MARÍN: Yo soy
Marín,
que llorando estoy
verte
así.
CARLOS:
Desmayo fue.
MARÍN: ¿Qué
fue la ocasión?
CARLOS: No sé.
Vamos,
que asombrado voy.
¿Y
Federico?
MARÍN: Siguió
a tu
dama.
CARLOS:
Eso creí.
MARÍN: Pienso
que a casa volvió;
que
quiere aguardarte allí.
¿Aguardas la vuelta?
CARLOS: No.
Vamos que voy sin sentido.
MARÍN: Así
Federico ha ido.
¿en qué
parará su amor?
CARLOS: Si no
caí de temor,
sé que
en la cuenta he caído.
Vanse y sale FEDERICO con el retrato
FEDERICO:
Ciegas sombras de la noche,
que
disteis luz, siendo ciegas,
para
que viese unos ojos
cuyas
niñas me sujetan,
dad
lugar al claro día,
para que, abriendo la puerta
a su
horizonte de nácar,
el
retrato hermoso vea.
Ya el
alba divida el día
de la
noche oscura y negra,
llorando de compasión
de oír mis amargas quejas.
Y
porque las mira el sol,
pierden
su luz las estrellas;
y él entre rosadas nubes
saca las doradas hebras.
Mas, ¿por qué los cielos
miro,
si está mi sol en la tierra,
y miro
en tan breve espacio
más
excelente belleza?
¡Hermosa frente, a quien ciñe
el
cabello que desprecia
el
ámbar y el oro fino;
que mejor color les queda!
¡Los ojos negros y graves
cuyas pestañas aumenta
la hermosura, haciendo
sombras
sobre
párpados de perlas!
No hay remedio en mis
desdichas;
que estoy pobre en tierra ajena,
y
sirviendo a quien procura
gozar
mi divina prenda.
Entrad
al pecho, retrato,
pues el
alma y sus potencias
os han
dado puerta franca
en el corazón por fuerza.
Sale el DEMONIO vestido de galán, con botas
y espuelas
DEMONIO: ¿Sois
vos el que daba voces?
Estéis
muy enhorabuena;
que
habéis hecho que dejase
mi
caballo entre las hiedras.
FEDERICO: ¿Quién
sois, señor?
DEMONIO: Un hidalgo
cuya
rara descendencia
antes
que el mundo ha traído
su
generación eterna.
FEDERICO:
¡Notable encarecimiento!
DEMONIO: Y soy a
quien más le pesa
de que
padezcan trabajos
los que
viven en la tierra.
Dame
pesadumbre el pobre
cuando
sufre con paciencia
desdichas y enfermedades,
desventuras y pobrezas.
A los que tristes están
procuro
que se diviertan,
que se
alegren y regalen
en
juegos, gusto y fiestas.
Nadie
tiene mi amistad
que conozca a la tristeza.
Todo es
gusto, todo es risa,
hasta
que la muerte venga.
FEDERICO: Buena
condición tenéis.
DEMONIO: ¿Sois,
por ventura, de Génova?
Que
parece que os conozco.
FEDERICO: Desde
hoy vivo y muero en ella.
DEMONIO:
¿Fuisteis soldado en Pavía?
FEDERICO: Allí
gané una bandera.
DEMONIO: Ya os
conozco; que Fortuna
mueve
tan grande tormenta.
¿No os
amaba el capitán
y os
honraba con su mesa?
¿Quién
os engañó
FEDERICO: Engañóme
una
codicia sedienta.
Iba a
pretender a España,
y me
siguió de manera
la desdicha que no pude
conseguir mi honrada empresa.
Quedéme
a servir. ¡Ah, cielos!
DEMONIO: ¿Un
hombre de vuestras prendas
ha de
servir a ninguno?
¡Por mi
vida, que es afrenta!
¡Servir! Sirva algún villano
que,
cansado de las tierras,
busca
hambriento la ciudad,
y le
falta industria y letras!
¡Yo,
servir! Por no servir,
del cielo
mismo me fuera;
que aun
los que sirven a Dios
me
afligen y me avergüenzan.
¿A
quién servisteis?
FEDERICO: A Carlos.
DEMONIO: Yo
tengo cierta pendencia
con él.
FEDERICO:
¿Y por qué ocasión?
DEMONIO: No ha
sido ocasión pequeña.
Iba
conmigo, y dejóme
por
llevar a una doncella
que
tuvo hijo y marido,
una
luz. Bien me desprecia.
Pero
así lo paguen todos.
¡No
sirváis!
FEDERICO:
¿De qué manera
puedo
dejar de servir
sin
dineros y sin prendas?
No es
el servir lo que siento.
DEMONIO: Yo soy
amigo de veras,
y podéis fïar de mí
secretos de más esencia;
que yo prometo ayudaros.
FEDERICO: Las
palabras y presencia
me
obligan a que os estime,
y de mi mal os dé cuenta.
Tiene
Carlos una dama
cuyo
donaire y belleza
me
cautivaron el alma
a pesar
de mi soberbia.
DEMONIO: ¿Es
Julia acaso?
FEDERICO:
Ella es.
DEMONIO: Pues,
¿qué sentís?
FEDERICO: Que no pueda,
por ser
pobre y ser crïado,
gozarla
ni pretenderla.
Que si
fuera poderoso,
con
servicios, con ofertas
la
ablandara.
DEMONIO:
Oídme agora;
veréis de quien soy las muestras.
¿Qué me daréis [si] os
daré
mayor
poder y riqueza
que
tiene Carlos?
FEDERICO: Pedidme
alguna
cosa que tenga.
¡No
tenga prenda ninguna;
la vida
y el alma os diera!
DEMONIO: Aquesa
palabra estimo;
que es
lo que más me contenta.
FEDERICO: ¿Qué pedís?
DEMONIO:
Lo que me dais.
FEDERICO: ¿El
alma?
DEMONIO:
¿De qué te alteras?
FEDERICO: ¿Eres
el demonio?
DEMONIO: Sí.
¿Qué te
admiras? ¿De qué tiemblas?
¿No me ves manso y afable,
Federico? ¿Acaso piensas
que
somos como pintores
necios
nos pintan y muestran?
No
perdimos la hermosura
ni
aquella profunda ciencia,
aunque perdimos la gracia
sin
esperanza de enmienda.
Y
advierte que muchos hombres
nacen
con tal inflüencia
de
estrella que nos obliga
a
servirle, y nos apremia.
Yo
vengo forzado así
a
ayudarte, porque crezca
tu
riqueza y tu esperanza,
que ya
por difunta entierras.
Cuanto
cría el padre rubio,
y cubren las once esferas,
poseo, gobierno y mando:
oro,
plata, aljófar, piedras.
El mar en conchas y ramos
con las ondas verdinegras
para mí cría el coral,
los nácares y las perlas.
Los montes me dan la plata
cuando
les sangro las venas
de las
encubiertas minas,
sangre
que tanto aprovecha.
Esto, y
Julia, será tuyo;
y porque mejor me creas,
mira entre estos verdes ramos
si son
sombras mis ofertas.
Descúbrese
entre los ramos cantidad de oro y
joyas
¿Es mejor servir a Carlos,
donde sufras y padezcas
celos
que matan a espacio,
que ser
dueño de esta herencia?
Acepta,
pues, mi amistad;
que tu
juro si lo aceptas,
que te respeten los orbes,
y los hombres te obedezcan.
FEDERICO: Turbado
y confuso estoy.
¡Oh, Amor, grandes son tus
fuerzas!
Tú me animas, tú me
incitas.
No hay
valor ni resistencia.
Interés
es poderoso.
No hay
muralla que no venza,
cuanto
más un pecho amante
convertido en blanda cera.
Oro,
perlas, dïamantes,
mujer,
gusto, honor, grandeza,
el amor
y la ambición
a los ojos me presentan.
¡Poderosos enemigos!
DEMONIO: ¿En qué
dudas? ¿En qué piensas?
FEDERICO: Balas
tiran a la vista;
derribarán las almenas.
El
corazón se me abrasa.
DEMONIO: Ese
retrato contempla.
Mira si
el original
será
justo que la pierdas.
FEDERICO: Venció
Amor. Y tú venciste.
DEMONIO: Dame
los brazos, y espera
de mí mayores favores.
FEDERICO: Ya tus palabras me alegran.
DEMONIO: Yo te
juro, Federico,
que has de ver por experiencia
mi valor. Yo haré que Carlos
pobre y
humilde se vea,
y
llegue a servirte a ti.
Compra
un palacio que exceda
los
alcázares de Mino.
Busca
pajes, da libreas;
que
aquí tiene un millón.
FEDERICO: ¿Qué
haré para las sospechas
que
tendrán, viéndome rico?
DEMONIO: Di que
te envïó tu hacienda
la
justicia de la Pulla,
y que
te han dado por pena
un
destierro de por vida
que fue
piadosa sentencia.
Sube en
mi caballo, y carga
de esas joyas cuanto puedas;
que después vendrás de
noche
para
llevar las que restan.
FEDERICO: Presto,
mi Julia querida,
aguardo
que bien me quieras,
y gozar
tus dulces brazos
en la
cama y en la mesa.
DEMONIO: Sube,
pues.
FEDERICO:
¡Grande amistad!
De
amigo son claras muestras.
DEMONIO: Yo soy
amigo del alma;
que de
Dios me vengo en ella.
Vanse
FIN DEL ACTO PRIMERO