ACTO TERCERO
Salen CARLOS y FEDERICO
CARLOS: Más
conmigo os declarad.
Basta ya la confusión.
FEDERICO: Ya,
Carlos, será razón
que os
declare la verdad;
que ver
vuestra calidad
de la
pobreza ofendida,
que no
hay gusto que no impida
hacer que
pierda el temor;
que
entre pobreza y amor
no es
posible que haya vida.
¿Qué
noble ha sido estimado
como la
hacienda le falte?
Que es
el más perfecto esmalte,
pues sólo el oro es honrado.
¿qué
rico no es celebrado
aunque
tenga sangre oscura?
¿Quién
servirle no procura?
Que es
el logro la ocasión
y en
cualquiera pretensión
la posesión asegura.
Ya de Julia os enseñé
los favores que he tenido
porque el interés ha sido
sólo el
blanco de su fe.
Yo, que
estas cosas noté,
y que en
el mundo no había
más
noble del que tenía,
quise
tener satisfecho
de que
el oro en cualquier pecho
otra
alma de nuevo cría.
No
penséis que me envïó
hermano,
sobrino o primo
la
hacienda con que me animo,
porque
aquélla se perdió.
Un
amigo tengo yo
de
linaje y ser eterno
por
quien me rijo y gobierno,
porque yo soy de opinión
que fieles amigos son
buenos aun en el
infierno.
Éste
me dio la riqueza
que
tengo.
CARLOS:
La amistad es
notable, que el interés
es prueba de su firmeza.
Mas si
la naturaleza
os ha
dado esa ventura
y mis
desdichas procura,
no
aliviará mi cuidado;
que en
el hombre desdichado
no ha
habido amistad segura.
FEDERICO: ¡Oh,
Carlos, no conocéis
el
amigo que he hallado!
No es
banco que está cerrado,
para
que de él no cobréis.
Sin que
libranza llevéis
a letra
vista, os promete
la
riqueza que compete
a
vuestro honor y opinión,
que es
padre de la Ocasión,
y está
seguro el copete.
CARLOS: ¿Es
posible, Federico,
que
tanta riqueza tiene,
que
enriquecerme previene,
habiéndote hecho rico?
A tu
amigo significo
un
César. No igualó.
Ser
Alejandro mostró.
FEDERICO: No hay
que igualarme con ellos;
que a
sus haciendas y a ellos
éste,
mi amigo, llevó.
Esos
Césares romanos
eran
guïados por él.
CARLOS:
Milagros me cuentas de él,
que no
tesoros humanos.
FEDERICO: Tu vida
pon en sus manos
que él mirará por tus cosas.
CARLOS: En las tuyas poderosas
toda mi esperanza fundo
porque
me libre en el mundo
de ocasiones afrentosas.
Mas, dime, ¿en qué le he servido
para que mercedes pida?
Pues
hasta agora en mi vida
noticia
de él no he tenido.
¿Cómo
llegaré atrevido
a
presencia tan honrada
con el alma confïada?
Esta
vergüenza me impide,
que es
necio quien premio pide
sin
haber servido en nada.
FEDERICO: Su
extraordinario valor
hace
esas dudas ligeras;
que si servido le hubieras
ya era
debido el favor.
Ésa es
grandeza mayor
poner
en altivo estado
a quien
menos le ha buscado
y sin
servicios honrosos;
que es prueba de generosos
el
pagar adelantado.
Demás que puede haber sido
por lo
soberbio e hidalgo
haberle
servido en algo
sin
haberlo tú sabido.
CARLOS: Di,
¿cómo no es conocido
si es
tan rico y si procura
mostrar
riqueza y blandura?
Y, ¿por
qué no se descubre?
Que
persona que se encubre
no le
tengo por segura.
FEDERICO: No
hay por qué tengáis temor,
que,
aunque vive en parte oscura,
bien
claramente procura
daros
ayuda y favor.
No
conoce superior,
aunque
un enemigo tiene
de
quien hüir le conviene.
Por eso
se encubre de él.
CARLOS: Vamos a
vernos con él
pues a
mi vida conviene.
¿Dónde le podré yo hallar?
FEDERICO: Conmigo
llevaros quiero.
(Con
esta industria espero Aparte
de su
devoción triunfar;
que no
le puede olvidar
la
ingrata que me desprecia,
ya por
constante o por necia;
que a
darle el necio grosero
por la
deshonra dinero,
no se
matara Lucrecia).
CARLOS:
¿Vive acaso en la ciudad?
FEDERICO: En
cualquiera parte vive,
y
voluntades recibe.
CARLOS: Pues a
su casa guïad,
que yo
acepto su amistad
si a mi bien le persüades,
contándole las verdades
de mi
pobreza y desdén,
que ése
es buen amigo quien
remedia
necesidades.
FEDERICO:
Aunque en mi casa pudiera
hablaros y hablarle vos,
pienso
que es mejor, por Dios,
que
vamos a hablarle fuera;
que
quien tanto bien espera
es bien
que vaya a buscallo.
CARLOS: Seré su
esclavo y vasallo.
FEDERICO: En el
campo lo hablaremos,
y juntos los dos iremos.
Venid, y os daré un
caballo.
CARLOS:
¿Pues tan lejos ha de citar?
FEDERICO: Será
una legua de aquí.
CARLOS: ¿Habéis
de ir sin pajes?
FEDERICO: Sí,
que
esto secreto ha de estar,
y pocos
saben guardar
secreto.
CARLOS:
Tenéis razón;
pero,
por cierta ocasión,
quisiera presto volver.
FEDERICO: Pues,
¿tenéis algo que hacer?
CARLOS: Cumplir
con mi devoción.
Tal
noche como ésta suelo,
por ser
de la Candelaria
víspera, la luminaria
que
alumbra la tierra y cielo
visitar, por mi consuelo
en
cierto cerro una ermita
de la
Virgen. Solicita
que
presto la vuelta demos,
y los dos juntos haremos
tan saludable visita.
FEDERICO:
(Antes del anochecer Aparte
podrás,
si vuelves con vida;
que
entre tantos vicios pida
ayuda
para vencer).
Para
que puedas volver,
partamos luego.
CARLOS: Eso es justo
para
que vuelva con gusto.
FEDERICO: Que
vendrás con él espero.
CARLOS: Ya de
Julia considero
vencido
el término injusto.
¡Qué tales han de quedar
mis émulos envidiosos,
mis amigos engañosos,
viéndome rico triunfar!
FEDERICO: De
ellos os podréis vengar,
viéndoos con oro y diamantes.
¿No los
honréis como antes?
CARLOS: No, a
fe, ni por pensamiento,
porque
hace el escarmiento
sabios
a los ignorantes.
Vanse y
salen GARAVÍS y MARÍN
MARÍN: Digo
que la moza es mía
aunque
pese al bachiller.
GARAVÍS:
¿Suya? ¿Cómo puede ser
si en
darme gusto porfía?
MARÍN: A mí
me tiene afición
por el
talle y por la edad,
porque
la desigualdad
le
niega la posesión.
Sale LAURA
LAURA: No
me desagrada, a fe,
la
contienda y pretensión.
GARAVÍS: Es
prueba de mi afición.
MARÍN: Aquí mi
intento se ve,
y
que servirte deseo
con la
vida y con dinero.
LAURA: No es
mal invite el postrero.
GARAVÍS: Con más
llaneza te quiero;
que
te pienso el alma dar.
MARÍN: Yo, gusto.
GARAVÍS: Y galas después.
MARÍN: Yo,
contento.
GARAVÍS:
Yo, interés.
MARÍN: Yo,
sortijas.
GARAVÍS:
Yo, lugar.
LAURA: Esto
de lugar me agrada;
que es
pesado y enfadoso
un
marido melindroso
que de
mujer hace espada.
MARÍN: No
me debes exclüir
por eso
de tu favor;
que yo
pienso que es mejor
hacerlo
y no lo decir.
LAURA: No
me determino en nada.
Si se
casa mi señora
con
quien la sirve y adora,
pues ya
de Carlos se enfada,
a su
gusto admitiré
el
marido o el galán.
MARÍN: De
espacio las bodas van;
yo
espero.
GARAVÍS:
Yo esperaré.
MARÍN: Mas dime, ¿ya Julia olvida
a Carlos?
LAURA:
Tiénele amor,
pero
del padre el rigor
la
tiene ya convencida.
La
causa de su tristeza
es
pensar que ha de casarse.
MARÍN: No es
bien que tanta belleza
pueda
cautiva quejarse
del don
de naturaleza.
Laura, yo la quiero hablar,
y
desengañarla quiero.
Sale JULIA
JULIA: ¡Qué siempre
tengo de hallar
del
enemigo que quiero
ministros por quien callar!
Mi
desventura lo ordena,
que el
amor pierde el respeto,
y así
la lengua me enfrena;
porque
quejarse, en efeto,
ya es
alivio de la pena.
¿Qué
buscas, Marín?
MARÍN: Hablarte
a
solas, que no es razón
que
puedas de mí quejarte.
JULIA: Quejas
ordinarias son.
MARÍN: Yo
quiero desengañarte.
Carlos ha dado lugar
a mi
señor Federico
para
servir y rondar,
por ver
si un hombre tan rico
puede
tu afición mudar.
Ver
tu constancia desea
tu
amante. Pierde el temor;
que no
hayas miedo que sea
tu
marido mi señor.
JULIA: ¡En
tales pruebas se emplea!
Aunque tal aviso precio
pues
alivia mi cuidado,
su mal
intento desprecio,
y digo
que me ha pesado
de
tener amante necio.
Para
culparle quisiera
hablarle.
MARÍN:
¿Cómo podrás?
Tu
peligro considera,
aunque
a la mujer jamás
le
faltó trama y quimera.
JULIA: Hoy,
[sí] que la devoción
de
Carlos me da lugar
a que
logre mi intención;
que a
una ermita va a rezar.
MARÍN: Mira si
tengo razón.
JULIA: Muchas damas suelen ir,
y así a mi padre también
licencia quiero pedir,
que
allá estará.
MARÍN: Dices bien.
Ser devota has de fingir.
Muchas de aquesa
manera
hacen
varias estaciones.
JULIA: Mi
padre es aquéste. Espera.
[A LAURA]
GARAVÍS: A
quererme te dispones;
que
querré cuanto te quiera.
Salen
HORACIO, JORGE, OCTAVIO y FABRICIO
HORACIO:
Determinado estoy a que se case,
pues
merece más honra Federico.
FABRICIO: No hay
quien más lo merezca en toda Génova.
OCTAVIO: Las
fiestas ordenad, para que os sirvan
vuestros amigos.
JORGE: Señalad el día.
Ya
admite los crïados, ya se alegra.
FABRICIO: ¡Cómo
discreto y cuerdo habrá él sentido
que ha
de ser de estas partes el marido!
Hablan aparte JULIA y MARÍN
JULIA: ¡Qué
ciego que le tiene la codicia!
MARÍN: Da
principio a tu intento, y no des muestras
de disgusto ninguno.
HORACIO: Julia mía,
ya
parece que veo en tu semblante
que obedeces contenta mis preceptos.
JULIA: Eres padre, en efecto, y reconozco
que tengo en tu elección
mejor ventura
que
esperaba mi amor o mi locura.
HORACIO: Dame los brazos.
Hablan
aparte OCTAVIO y JORGE
OCTAVIO:
Carlos, me parece
que
pierde el juicio.
JORGE: Ya perdió el dinero,
que es
lo mismo que el juicio.
HORACIO: ¿Qué me
pides?
JULIA:
Quisiera ir a la ermita en que celebran
la
Candelaria.
HORACIO:
Pongan luego el coche;
que
quiero acompañarte.
JULIA: No te canses;
que
sola iré.
MARÍN:
(¡Pegóse por un lado!) Aparte
HORACIO: Tu
escudero he de ser.
JULIA: Pierde el cuidado.
FABRICIO: Todos
queremos ir a acompañarte.
HORACIO: Pues
prevengan la cena; y esta noche
nos
quedaremos en mi casería
pues
está cerca de la ermita.
JORGE: Vamos,
y
empiece a celebrarse el casamiento
con
músicas y bailes esta noche.
JULIA: (Por
cualquier parte impiden mi deseo).Aparte
MARÍN: Ya es
forzoso que vayas.
JULIA: Ya lo veo.
Vanse y salen CARLOS y FEDERICO con espuelas y
botas como que dejan los caballos
FEDERICO:
Tenle.
CARLOS:
La crin erizada
vuelve
atrás, se altera y bufa.
FEDERICO: Átale a
ese tronco seco
falto
de hojas y fruta.
CARLOS: Ese
animal español,
crïado
en la grama y juncia
del
Betis, atado queda;
y mi
corazón se turba.
¿Dónde
me traes, Federico?
¿Qué
selva es aquésta oscura
donde
pájaros no cantan
ni las
tórtolas arrullan?
No han
entrado aquí jamás
rayos
del sol ni la luna;
que las
copas tan estrechas
el suelo guardan y enlutan.
¡Vive
el cielo, que el cabello
levanta
en delgadas puntas
el
sombrero, Federico!
¡Qué
aquí tu amigo se encubra!
Di
quién es; que estoy helado.
FEDERICO:
Detente, Carlos, y escucha.
A ver
al demonio vienes.
¿Qué
temes? ¿Qué dificultas?
Éste es
el amigo, Carlos,
cuya
hacienda sin suma
me da
honor y me enriquece,
me
favorece e ilustra.
Éste
saca de los montes
y sus
minas más ocultas
la
plata, y con varias armas
fácilmente las acuña.
Las
perlas, que en blancas hostias
el
airado mar sepulta,
de
alcobas de nácar coge
dejando
las aguas turbias.
Ése es,
Carlos, el que quiere
acabar
tu desventura.
No
temes.
CARLOS: ¡Oh, Federico,
mal
animarme procuras!
FEDERICO: ¿Es
mejor que vivas pobre?
CARLOS: Ya
estoy entre varias dudas:
ver que
todos me desprecian
y que
por loco me juzgan,
me anima para esta empresa;
que no
hay ánimo que sufra
ver que
los que yo di honra
de
hablarme y de verme huyan;
por
otra parte me alteran
los
disfavores de Julia;
que los
causa mi pobreza,
pues
sólo el interés busca.
¡Venganza de mis enemigos
de mi
pasada locura!
¡Celos
y ambición! ¿Qué es esto?
Ved que
hay Dios.
FEDERICO: ¿La paz rehúsas?
CARLOS: Temo
esa paz, Federico,
porque
sé que es la de Judas.
FEDERICO: Pues,
¡vuélvete y vive pobre!
CARLOS: ¿La
riqueza me aseguras?
¡Ea,
que Dios es piadoso
y
perdona inmensas culpas!
¡Venga
el demonio!
FEDERICO: Ya viene.
¿Por
qué la daga desnudas?
CARLOS: Debe
alterar a un cristiano
el
nombre.
FEDERICO: Bien es que cubras
la
cruz.
CARLOS:
Ya la cubro y guardo,
aunque
es el norte que alumbra.
Sale el DEMONIO
FEDERICO: Tus
pies mil veces pido.
DEMONIO: Amigo,
Federico, no he de darlos.
Tú seas
bienvenido.
FEDERICO: No
temas; llega. No te turbes, Carlos.
CARLOS: Pesar
del miedo infame
he de
aguardar por fuerza a que me llame.
FEDERICO:
Recibe, caro amigo,
a Carlos,
que la vida y alma ofrece.
CARLOS: A
servirte me obligo.
DEMONIO: Noticia
tengo de él. Mucho merece
su
intento y su buen celo,
pues
por el interés olvida el cielo.
Ya
mis brazos te esperan.
CARLOS: De
ellos aguardo nuevo ser y vida.
¿Qué
príncipes me dieran,
tras la
esperanza larga y consumida,
el oro
que apetezco
con
este nuevo dueño que obedezco?
FEDERICO: Bien
sabes su pobreza;
que
estuvo rico, y vive enamorado,
que es
la mayor tristeza.
Sus
amigos y deudos le han negado.
Verse
rico desea.
DEMONIO: Haré
que nuevos títulos posea.
Ves cuánto el padre cría
con
rayos de oro, y con su llanto riega
la
blanca aurora fría;
y el
mercader solícito navega,
en
casas sin cimiento,
de los
indios tesoros avariento;
cuánto la luna blanca
llega a
ver con su vuelta presurosa,
a los
mortales franca;
cuánto
besa la margen bulliciosa
de los
cansados ríos
que ya
corren furiosos, y tardíos.
De
todo soy el dueño.
Yo
atajo el curso y vuelo de las aves.
Mi
grandeza te enseño
si
darme gusto y agradarme sabes.
Que
eres dueño imagina
del promontorio austral hasta la
China.
Llenas verás las salas
de tapices de seda y pedrería,
tus crïados de galas;
y al
romperse los párpados del día
chapiteles de plata
retratarán las nubes de escarlata.
Contra el ligero curso
de los
tiempos tu vida será larga
con
prolijo discurso;
contra
la muerte, que la edad embarga,
sin que te corte Atropos
tu
blanca hebra de sus negros copos.
CARLOS: ¡Oh,
mil veces felice
quien
tiene tu amistad, raro monarca,
que
hace cuánto dice,
y todo
el mundo en su poder abarca!
Desde
luego soy tuyo.
Por tu
siervo menor me constituyo.
Haz
que mi Julia bella
vuelva
a ver cómo rondo sus umbrales,
que el
temor de perdella
ha sido
causa de mis nuevos males,
porque
mi bien espere;
que no
puede olvidar el que bien quiere.
FEDERICO:
Cumplióse mi deseo.
DEMONIO: (Aquí,
doncella, perderás los bríos). Aparte
CARLOS: Cuanto
me dices creo.
DEMONIO: Hoy
triunfarás de necios desvaríos.
FEDERICO: Hoy sin
estorbo quedo.
DEMONIO: Más
tendrás que perdiste. Pierde el miedo.
CARLOS: ¿Qué
me mandas que haga?
DEMONIO: Cosas
leves y fáciles te pido.
Porque
me satisfaga,
niega
la crisma y fe que has recibido;
que el
que a mí se encomienda
no ha
de buscar a Dios que le defienda.
CARLOS: ¿Que
niegue a Dios me pides?
FEDERICO: Ya
están en la ocasión, ¿de qué te alteras,
si con
el oro mides
esa fe
conservada tan de veras?
CARLOS: Negar a
Dios es poco.
Con
amor y codicia me provoco.
Obedecerte quiero;
haré lo
que me pides. ¿Qué más quieres?
DEMONIO: ¡Oh, noble caballero,
corona y cetro con
negarlo adquieres!
Ya que lo más has hecho,
de lo que es menos quede
satisfecho.
Ya que a Dios has negado,
niega a su madre que es
el enemigo
de mí
menos tentado.
Su Hijo
puede ser cierto testigo,
pues le tenté tres veces.
FEDERICO: Carlos,
¿de qué te turbas y enmudeces?
CARLOS: ¡Oh,
sagrada María!
¿Yo
negaros a vos por la riqueza?
¡Alba
clara del día,
incorruptible palma cuya alteza
al
trono de Dios toca,
antes
el alma salga por la boca!
Si
pensara salvarme
por
negar a María, antes quisiera
mil
veces condenarme.
¿Yo
negar a la casta vidrïera
adonde
sin quebrarse
pudo
Dios nueve meses retratarse?
Ni
tu riqueza estimo,
por no
jugar la vid de donde pende
el
intacto racimo,
ni la
pobreza ni el amor me ofende.
DEMONIO: ¡Oh,
necio, que a Dios niegas,
y de
esa vana devoción te ciegas!
¿No
es Dios el que ha de darte
la
gloria eterna? ¿Puede esa María
solamente salvarte?
CARLOS: Tan
buena madre, di, ¿qué pediría
que el
Hijo no la diese?
¡Déjame
que la adore y la confiese!
DEMONIO:
Volverás necio y pobre,
perdida
el alma y sin ganar la hacienda.
Porque
la deuda cobre,
tu alma
es mía. Déjame esa prenda.
FEDERICO: Carlos,
¿en qué reparas?
Desde
hoy por mi enemigo te declaras.
Descúbrese en el tronco de un árbol
JULIA y una mesa con las muestras de grande riqueza, y
dice el
DEMONIO
DEMONIO:
Mira, Carlos, tu dama
que, viéndote tan próspero, te
espera
en el
tálamo y cama,
de
quien tendrás en la ocasión primera
los
hijos regalados,
dulce
alivio y descanso de casados.
Cuanto tu casa adornes
del oro
que en mi vaso te apercibo,
cuando
a tus vicios tornes
y
apenas pongas al dorado estribo
el pie,
cuando entre pajes
la
silla ocupes y en sus hombros bajes,
y
cuanto te reciba
tu
hermosa Julia, entonces verás cierto
que
aquí la gloria estriba.
FEDERICO: Di,
pues, ¿qué haces? De tu bien te
advierto.
CARLOS: Riqueza
y hermosura
María por su medio me asegura.
DEMONIO: A
pesar de los cielos
tu alma
es justo que en mi reino guarde
en
tantos desconsuelos.
¿Perdonaráte Dios, necio cobarde?
CARLOS: ¿Quién
como Dios?
DEMONIO: Venciste,
nuevo
Miguel, y vuelvo al reino triste.
Ábrese el tablado y húndese el
DEMONIO echando mucho fuego y desaparece lo demás
CARLOS:
¡Jesús!
FEDERICO:
¡Jesús, Dios mío!
¡Qué me abraso y enciendo en vivas llamas!
CARLOS: Yo quedo helado y frío.
Los troncos arden y las secas
ramas,
vueltas en brasas rojas
del negro ardor, las verdinegras
hojas...
Federico, ¿qué has hecho?
Quisísteme perder, y estás perdido.
FEDERICO:
Quéjaste sin provecho.
Deja
que vuelva, del temor vencido,
a
Génova.
CARLOS:
Detente.
FEDERICO: Deja que acuda a la piadosa fuente.
Vase FEDERICO
CARLOS:
Huyendo el aire mide,
y yo de
miedo entre mi llanto muero.
¿Quién
el paso me impide?
No me
atrevo a llegar por el sombrero.
Vestiglos son los troncos,
voces me dan en los peñascos
broncos.
Desatar puedo apenas
de aquestas riendas los confusos
nudos,
que ya heladas las venas,
parece que los ramos, aunque
mudos,
me culpan y amenazan.
Las manos tiemblan y los pies se
enlazan.
¡Ay, Virgen! ¿Quién me sigue?
¿Quién me tira del
brazo? ¿Quién me asombra
porque
a morir me obligue?
Desde dentro
DEMONIO: En vano
huyes, Carlos.
CARLOS: ¿Quién me
nombra?
¡Favor,
madre piadosa,
amparo
de los hombres, alba hermosa!
Vase
CARLOS y salen HORACIO, JORGE, OCTAVIO,
FABRICIO, MARÍN, LAURA y JULIA, bailando. Cantan
MÚSICA:
"Señora mía de la Candelaria,
que yo
no os pido la vida larga,
sino
remedio para mi alma".
HORACIO: Ya es tarde. No cantéis más,
que es hora que
descanséis.
MARÍN: Mejor es que nos dejéis.
LAURA: Grande
bailarín estás.
MARÍN:
Hasta que amanezca el día
he de bailar.
FABRICIO: No hay lugar.
Volvamos a descansar,
Horacio, a la casería,
para
que al amanecer
a la
ermita nos volvamos.
Aparte MARÍN y
JULIA
MARÍN: En vano
este lance echamos.
JULIA: No sé
qué tengo que hacer.
Cerca de las doce son,
y mi
amante no ha venido.
Por mí
habrá puesto en olvido
tan
antigua devoción.
MARÍN: No
dejará de venir,
señora,
aunque al alba sea.
JULIA: Pues
quien hablarle desea
más
trazas ha de fingir.
HORACIO: ¿No
vienes?
LAURA: No hay que aguardar.
JULIA: Hasta
que amanezca el día,
con tu
licencia querría
quedarme junto al altar,
porque con esa intención
vine a
la ermita.
MARÍN: Así fue.
HORACIO: Pues
contigo quedaré.
MARÍN: (¡Vive
Dios, que es socarrón!) Aparte
JULIA:
¿Para qué quieres tener
mala
noche?
HORACIO:
¿Aqueso lloras?
No hay
hasta el día cuatro horas.
JORGE: Nosotros, ¿qué hemos de hacer?
HORACIO:
Solos aquí nos dejad.
OCTAVIO: ¿Solos
quedaros queréis?
HORACIO: Por
nosotros volveréis,
y el
almuerzo aparejad.
JULIA: (Por
guarda de vista queda Aparte
mi
padre en esta ocasión).
FABRICIO: Si así
los viejos son,
miedo
tendréis.
JULIA: (¡Qué no pueda Aparte
apartarle de mi lado!)
HORACIO: No hay
que temer junto a Dios.
Id con
Él.
JORGE:
Quede con vos.
MARÍN: Id
cantando por el prado.
Cantan
MÚSICA:
"A la vela va la niña
y arde
de amor.
Ruego a
Dios que no se le apague
la
llama del corazón".
Vanse
HORACIO: Por
gusto tuyo me quedo
no con
falta de cuidado,
porque
a aquel amor pasado
que
tuviste tengo miedo.
Jamás tan devota fuiste,
aunque
discreta y honesta.
JULIA:
(Ninguna justa respuesta Aparte
a su
malicia resiste).
¿Malo es quedarme a rezar?
HORACIO: ¿Cuánto
va que te ha pesado
de que
yo quede a tu lado?
Que a fe que te he de engañar.
JULIA: Que reces será mejor.
Cierra la puerta.
HORACIO: Ya queda
junta
no más, porque pueda
hallar
lugar tu temor.
Dime, Julia, una verdad.
Como
amigo lo suplico.
¿Estimas de Federico
el
deseo y voluntad?
¿Cásaste de buena gana
con él?
JULIA:
Responder quisiera,
pero
temo.
HORACIO:
¿Qué te altera?
Nadie escucha, es cosa llana,
sino
la imagen que está
en el
altar, y en cualquiera
parte
la imagen te oyera.
Nadie
por mí lo sabrá.
JULIA:
Pues, señor, la verdad es
que Carlos... mas ¿qué rüido
es
éste?
HORACIO:
Puede haber sido
ilusión
tuya después.
JULIA:
Pasos de caballo son.
Corriendo viene.
HORACIO: Es así.
Escondámonos aquí
hasta
saber la ocasión.
Escóndense detrás de una cortina
JULIA: A la
puerta se ha parado.
HORACIO: Ruego a
Dios que algo no cueste
tu
oración.
JULIA:
(Carlos es éste. Aparte
Corriendo viene y turbado).
Sale CARLOS turbado, sin sombrero y capa, mirando
atrás
CARLOS: Si
puede valer la iglesia
a
delincuente tan torpe
vuestro
amparo, Virgen santa;
sea
quien mi daño estorbe
que la
divina justicia
tras de
mí furiosa corre,
dejando
el ramo de oliva
y
empuñando el limpio estoque.
Un ministro suyo viene
para
ejecutar el golpe
en mi
alma, en quien se venga
con
engaños y traiciones.
Permitid, piadosa madre,
que el
sagrado manto toque,
corriendo el velo que cubre
tan
claro y seguro norte.
Corre CARLOS la cortina, y aparécese una
IMAGEN de Nuestra Señora en pie y con el Niño en
los brazos
¡Oh,
sagrado y limpio templo,
espejo
que no se rompe
entrando Dios, que no cabe
en
tantos celestes orbes!
Échese CARLOS al pie del altar
Humillado a vuestros pies,
a quien
la luna se postre,
pues el claro sol os ciñe,
porque estrellas os
coronen,
sin
osar mirar al Hijo
que mis
culpas reconoce,
y en
vuestros piadosos brazos
parece
que el rostro esconde,
os
suplico que seáis
el
procurador que abogue
en un
pleito en que no pido
justicia, aunque tanto importe.
Negué a
Dios, negué la fe,
y delitos tan atroces
causaron codicia y celos,
muchas veces vencedores.
No me oso volver al Niño,
aunque,
de pecho tan noble,
pudiera
esperar mi pecho
obras
que fueran mayores.
A vos
vuelvo sin dejaros.
Pedidle
que me perdone;
que los
tesoros de Dios
no es
posible que se agoten.
Oliva
soy; poned paz
de
David, altiva torre,
donde
pienso hacerme fuerte
contra
infernales legiones.
Suena música dentro, y vuelve la IMAGEN el
rostro al Niño
IMAGEN: ¡Hijo
mío!
JESÚS:
¿Madre amada?
IMAGEN: Mirad
qué amorosos nombres,
para
que no me neguéis
piedad
para pecadores.
Escuchad de este culpado
estas
dolorosas voces,
pues
sois pontífice sumo
para
conceder perdones.
Mirad
que es devoto mío,
y el que de mí se socorre,
por ser
vuestra madre, es justo
que nuevas mercedes goce.
JESÚS: ¡Oh, madre! ¿Cómo es posible
que me
pidáis que perdone
al que
por vanos deleites
blasfemó mi santo nombre?
IMAGEN:
¡Perdonad y dad lugar
que con
su vida se acorte
su
esperanza, y que padezca
de
edades tantos millones!
CARLOS: ¡Ay de
mí! ¡Misericordia!
Híncase de rodillas Nuestra Señora
delante de su Hijo
IMAGEN: Rey mío, por los temores
que tuve cuando os
llevaba
a
Egipto huyendo de Herodes,
por las
entrañas que fueron
morada,
aunque limpia, pobre,
que no
se condene quien
a
vuestra esclava se acoge.
Levántala el Niño
JESÚS: ¿Qué
pediréis, madre mía,
de esa
suerte que no otorgue?
Levantad, querida madre.
No
aguardéis a que me postre.
Yo le
perdono por vos.
No
oscurezcáis vuestros soles
divinos, que donde están
no es
posible que haya noche.
Volvedme, madre, a los brazos;
que no
hay trono más conforme,
y no me
hallo sin ellos,
porque
esas manos me toquen.
Vuélvele a tomar en los brazos como antes,
con mucha música, y cúbrese la cortina
IMAGEN: Volved, mi Jesús querido,
al humilde pecho
donde
os
guardo.
JESÚS:
Sois, madre mía,
el
amparo de los hombres.
HORACIO:
Indignos ojos, ¿qué veis?
JULIA: Muda de
piedad y miedo,
mover los pasos no puedo.
CARLOS: Ya,
amor, no me venceréis,
pues
tengo tan buen amparo.
JULIA: Déjame
llegar, señor.
HORACIO: Digo
que alabo tu amor.
Por
vencido me declaro.
Salgamos.
CARLOS:
No sé si estoy,
con
esto que he visto, en mí.
¡Ay,
cielos! ¿Quién está aquí?
HORACIO: Vuestro
amigo humilde soy.
JULIA:
Sosegaos; no os alteréis.
CARLOS: Señor
Horacio, señora,
¿en
esta ermita a tal hora?
HORACIO: Por
estar adonde estéis
no
es menester dilatar
el bien
con largas razones,
pues en
tales ocasiones
el silencio suele hablar.
El
dulce coloquio he oído
aquí,
escondidos los dos;
y pues
os perdona Dios,
que me
perdonéis os pido.
Rencor os tuve mortal,
pero reducirme es bien;
que si
Dios os quiere bien,
¿quién
os ha de querer mal?
Y si
la pobreza ha sido
causa
del grave pecado
que
Dios os ha perdonado,
que mandéis mi hacienda os pido.
Julia es vuestra, aunque fue mía,
y
vuestra esclava se nombre,
porque
no se iguale a un hombre
tan
querido de María.
El
estar yo aquí será
por
divina permisión,
porque
Dios con el perdón
hacienda y mujer os da.
Por
hijo echaros querría
la
bendición, y he de ver
que no
será bien caer
sobre la de Dios la mía.
CARLOS:
Señor, tras de tanto bien
que
pudo aquéste eclipsar,
no le
dejo de estimar
y
vuestra oferta también.
Si
algún disgusto os he dado
con mi loca pretensión,
os pido
humilde perdón.
HORACIO: Él todo
os ha perdonado.
CARLOS: ¡Qué
fácil, dulce María,
mi
pobreza remediáis!
JULIA:
¿Dudoso, señor, estáis?
CARLOS: Por ver
que no os merecía.
Tocan dentro y salen cantando los que se entraron
antes. Cantan
MÚSICA:
"Con el sol hermoso,
a ver
otro sol,
se
levantan las avecillas.
Cantan y bullen fuentes al
son".
HORACIO: Muy
bien venidos seáis
con la
venida del día,
que ya
con vuestra alegría
una
boda celebráis.
LAURA:
¿Cómo?
FABRICIO:
¿Qué es esto?
MARÍN: ¡Señor!
¡Casado
con Julia!
CARLOS: Sí.
MARÍN: Que lo
quise decir.
HORACIO: Vi
que es
el gusto lo mejor,
y
así no quise forzar
el que
en Julia conocéis.
JORGE: Largos años os gocéis.
HORACIO: Todos
le habéis de abrazar.
Sale GARAVÍS corriendo
GARAVÍS: Para
avisaros corriendo
desde
Génova he venido.
JORGE: ¿Qué
tienes? ¿Qué ha sucedido?
GARAVÍS: Que no
me creeréis entiendo.
Federico, mi señor,
entró
en su casa turbado,
y sin
aguardar crïado
para
apearse mejor.
Aun
de apearse no acaba
cuando,
como el mismo viento,
llegó
corriendo al convento
de San
Francisco, y la aldaba
toca
con tanto rumor
que,
aunque a deshora, le abrieron,
que en
la voz le conocieron.
Pidió a
voces confesor,
y a
aquellas horas se puso
a
confesar.
MARÍN:
¿Eso pasa?
GARAVÍS: Dejéle,
y volvíme a casa
donde quedé más confuso,
porque todas las
pinturas
que eran demonios mostraban,
y roncos aullidos daban
entre las negras
molduras.
Todo
se volvió en carbón,
hasta
no sé qué dinero
que me
dio aquel caballero
su
amigo.
HORACIO:
Señales son
que
era del demonio todo.
CARLOS: Al fin
Federico pide
el
hábito.
MARÍN:
Bien lo mide,
si se
libra del demonio.
CARLOS: ¡Qué
riquezas que heredaba!
MARÍN: En tu
servicio me quedo;
que
siempre [le] tuve miedo
y mudo
y confuso estaba.
FABRICIO:
¡Raro suceso!
JULIA: Yo quiero
darte a
Laura por tu esposa.
MARÍN: De mano
tan generosa
nuevas
mercedes espero.
GARAVÍS: Ve
al lugar porque te asombres.
HORACIO: Vamos.
MARÍN: ¡Qué confuso estaba!
CARLOS: Y aquí
la comedia acaba,
no el
amparo de los hombres.
FIN DE LA COMEDIA