ACTO PRIMERO
Sale IRENE como que sale a un jardín
IRENE:
Jardín hermoso y rico,
que en
belleza compites
con
aquél que celebra
la
antigüedad en Chipre;
rosales, que en defensa
de las rosas felices
de espinas os armáis
agudas y sutiles;
hermosas clavellinas,
vergonzosas de oírme,
pues las hojuelas blancas
de púrpura se tiñen;
mosquetas olorosas
que
estrellas parecistes
en
cielo de esmeralda
si hay
cielo tan humilde;
cándidas azucenas
dignas
de que os estimen
por
ricas, pues naciendo
grano
de oro ofrecistes;
Artemisa gallarda,
vistosos
alhelíes,
altivos
girasoles,
que del
sol fuisteis linces;
sabed
todas que Irene,
que es
la que aquesto os dice,
palabras tan süaves
requiebros tan humildes
adora a Julïán.
Mas, ¿qué es esto? ¿Yo os dije
tan guardado secreto?
La
vergüenza me oprime
que
aunque la lengua calle
los
ojos lo repiten.
Pero
consolaráse
mi
pensamiento firme
con
pensar solamente
que es
el suceso insigne.
Un
papel me ha envïado
y no he
podido abrirle,
por el
temor de un padre
que celoso me sigue.
Vos,
jardín, solamente
sois testigo apacible;
sed noble, y el secreto
a nadie se publique.
Aquéste
es el papel;
la nema
rompo humilde
y
comienzo a leer
discursos que así dicen:
Lee
Decísme, hermosa Irene,
que por
el grave rigor
de un
padre, mi grande amor
justo
galardón no tiene.
Esta
disculpa previene
poco
amor que aunque he pensado
que tu
padre el ser te ha dado;
que
pienses también es justo
que el
parentesco del gusto
es
parentesco doblado.
Quien ama, Irene, de veras,
si no
nace de accidente
este
amor, a inconveniente
no
mira. Si tú quisieras,
a mil
daños te opusieras,
cuanto
más a un rigor leve
de un
padre que mostrar debe,
como
padre, algún rigor;
porque
no hay constante amor
hasta
que el rigor le pruebe.
Apenas tu rostro vi
cuando
al mirarte cegué,
y por
mostrarte mi fe
toda el
alma te ofrecí.
Saber
quisiera de ti
si has
de pagarme; o si no,
vuélveme el alma, que yo
si esto
no vengo a escuchar,
por
fuerza se la he de dar
al
mismo que me la dio.
Ha estado escuchando VULCANO lo último
VULCANO: ¡Qué
conforme está con Dios
ese
desdichado amante!
IRENE: ¿Quién
es?
VULCANO:
Cierto sobre estante.
IRENE: ¿Vos
sois?
VULCANO:
¡Qué donoso vos!
IRENE:
¿Cómo habéis entrado aquí?
VULCANO: Abierta
la puerta hallé,
y por
aqueso me entré.
Tened lástima de mí,
y no
os enojéis, señora;
que
ciertos presagios malos
me
andan anunciando palos
y
pienso que ésta es la hora.
IRENE: Idos
fuera.
VULCANO:
Aunque un perrengue
de
Guinea o un lacayo
que
exceda en altura a un mayo
mi
pobre cuerpo derrengue,
a
palos no quiero irme,
ya que
mi dicha halló entrada,
sin deciros mi embajada.
IRENE: ¿Qué
tenéis vos que decirme?
VULCANO: Que
Julïán, mi señor,
tan
amante cuanto cruel,
la
respuesta de un papel
os
pide... --cese el rigor--
os
pide tan solamente...
--Pienso que ya os enojáis
y en
altas voces llamáis
a la
lacayuna gente--
y
juntamente me dijo...
Espántase VULCANO
¡Válgame Dios!
IRENE: ¿Qué te altera?
VULCANO: Algún
palo pensé que era
de
algún lacayo prolijo.
IRENE: ¿Qué
os dijo más?
VULCANO: Saber quiere,
no es
ésta mala señal,...
--Señora, si huelo mal
súfralo
cuanto pudiere--
Dijo
que si acaso vos
responder no habéis podido,
que
hoy, por sentirse afligido...
--efectos del ciego dios--
con su padre va a la quinta
que
junto a la vuestra está,
que hagáis vos por ir allá
pues veis el amor que os pinta.
Y él entonces
disfrazado,
fingiendo que va a cazar,
sus padres podrá dejar
y os hablará sin cuidado
del vuestro, que tanto
os cela,
donde
sabrá la respuesta
de vos
misma.
IRENE:
¿Hay más?
VULCANO: Aquésta
es mi
embajada.
IRENE:
Recela
el
alma.
VULCANO:
No receléis
de
decirme vuestro intento.
IRENE: ¿Tener
agradecimiento,
que es acción noble, sabréis?
VULCANO: Es
un bárbaro villano
cualquiera que no agradece.
IRENE: Mucho
Julïán merece
por
galán y cortesano,
pero
no sé si me atreva
a descubrirme
con vos.
VULCANO: ¿Cómo
es eso? ¡Vive Dios!,
que
aunque vuestro padre mueva
y
convoque más parientes
que ha
tenido el padre Adán,
que
todos no bastarán
a sacarme
de los dientes
una
palabra, y aquésa
ha de
ser un nones duro
como un
hueso. Aquesto juro
por la
vida de Teresa
de
Brillones, madre mía.
IRENE: ¿Cómo
os llamáis?
VULCANO:
¿Yo? Vulcano;
que
tuve un padre romano
que por
costumbre tenía
ponernos por apellido
el
nombre de un dios, y así
Vulcano
me llamó a mí
que es un dios muy conocido.
IRENE:
¿Sois bien nacido?
VULCANO: No sé
si nací
bien o si no.
La
comadre que lo vio
dará
testimonio y fe;
pero
soy cristiano viejo,
aunque
como mal tocino
si no
es magro. Ni del vino
bebo
cuando no es añejo;
y
pinto en mi noble escudo,
aunque
enemigo del agua,
unos
hierros y una fragua.
IRENE: Que
sois honrado no dudo.
¿Una
fragua?
VULCANO:
Ya infiero
que
pondréis inconvenientes;
mas
póngola por parientes
de
Vulcano, dios herrero.
En hacer esto hago bien
por imitar muchos hombres,
que hurtando ajenos nombres
hurtan las armas también.
IRENE:
Bueno está. A vuestro señor
decid
que tenga esperanza,
que si
el que porfía alcanza,
porfïar
no será error.
Y
que a mi padre diré
que,
pues poco está distinta
la suya
de nuestra quinta,
me
lleve donde podré,
pues
tiene de ir disfrazado,
decirle
mi pensamiento.
VULCANO: Salto y
brinco de contento,.
IRENE:
Advierte que esté guardado
el
secreto.
VULCANO:
El alma propia
será su custodia y guarda.
IRENE: Adiós.
VULCANO:
Ya no me acobarda
ningún
negro de Etïopia
ni
lacayo giganteo,
pues me
parto como un rayo.
IRENE: ¡Mi
padre, ay de mí!
VULCANO: Un desmayo
me
cubre mortal y feo.
Peor
es la recaída.
¿Qué he
de hacer?
IRENE:
Perdida soy.
VULCANO: Una
traza viendo estoy
que ha
de venir a medida.
Sale ALEJANDRO, viejo
ALEJANDRO:
¿Dónde se pudiera hallar
a
Venus, si no entre flores
donde
pájaros cantores
la
puedan lisonjear?
Mas,
¿quién está aquí?
IRENE: (¡Ay de mí! Aparte
Industria, a tu favor pido).
VULCANO: A muy
bien tiempo he venido,
por
bien empleado di
el
aguardar. ¿No es el padre
vuesa
merced de esta dama?
ALEJANDRO: Sí,
soy.
VULCANO:
Pues hoy tuve fama
que
esta señora y su madre,
pues
ahora va de aquí...
ALEJANDRO: ¿Su
madre? Pluguiera a Dios;
que hoy
se cumplen años dos
que su
compañía perdí.
VULCANO:
Cogióme, Dueña sería.
ALEJANDRO: ¿Dueña?
IRENE:
(Mi desdicha ordena). Aparte
VULCANO: O era
algún capón en pena
porque
barbas no tenía.
ALEJANDRO: En efecto, ¿qué buscáis?
VULCANO: Tuve,
como dije agora,
fama
que aquesta señora
a quien
vos "hija" llamáis,
era
mujer muy curiosa;
y así a
informarme he venido
si unas piedras que he traído
de la
Escitia calurosa
las
quiere ver y comprar,
si
alguna de ellas le agrada.
ALEJANDRO: ¿Dónde
están?
VULCANO:
En la posada,
porque
acabo de llegar
en
este punto.
ALEJANDRO: Y decid,
¿Qué virtudes tienen?
VULCANO: Muchas,
porque son piedras machuchas.
ALEJANDRO: Parte
de ellas referid.
VULCANO: Una,
que se llama --el nombre
se me
olvida-- así berruga,
que
dentro de una tortuga
se la
vino a hallar un hombre,
trayéndola en el sombrero
un
calvo no lo será.
ALEJANDRO: ¿Cómo
así?
VULCANO:
Se le caerá
el
cabello todo entero.
ALEJANDRO: ¿Y
eso no será peor?
VULCANO: No,
señor, que bien mirado,
mayor
gala es ser pelado
que
calvo.
ALEJANDRO:
¡Qué lindo error!
VULCANO: Otra
llaman chinfonía,
pero
pesa mucho.
ALEJANDRO:
¿Cuánto
VULCANO: Seis o
siete arrobas.
ALEJANDRO:
¿Tanto?
¿Y tan
lejos la traía?
VULCANO:
Tiene virtud tan notable
que
ella se viene tras mí.
ALEJANDRO: Tal
maravilla no vi.
VULCANO: No yo
tampoco.
ALEJANDRO:
¡Admirable
grandeza!
VULCANO: Esta piedra hará
nacer
barbas a un capón.
ALEJANDRO: Tendrá
grande estimación.
VULCANO: Siete
millones valdrá.
ALEJANDRO:
Pues, ¿cómo se hace el remedio?
VULCANO: Sin
algún peligro o daño,
ha de tomar
cada un año
el
capón adarme y medio
de
aquesta piedra, y molida
la ha
de beber en un vaso
de
vino, y a aqueste paso
el día
que esté bebida
toda
la piedra, tendrá
más
barbas que un ermitaño.
ALEJANDRO: Si ha
de tomar cada un año
adarme
y medio, será
forzoso el vivir millones
de
años.
VULCANO: A
pocos place.
Por aquesto sólo se hace
para
inmortales capones.
Otra
piedra aquésta es
--la
que se maneja más--
que en
el Pece Nicolás
halló
un rubio calabrés.
Llámase zarabullí.
Con
aquesta no hay mujer
difícil
de pretender.
ALEJANDRO: Ya de
aquesa piedra oí.
VULCANO:
Aunque sea un Lucrecia,
si
aquesta piedra preciosa
toca,
la hace amorosa.
Le
estima, le adora y precia
al
que la tiene, y se va,
aunque
no quiera, tras él
amante
amorosa y fiel.
ALEJANDRO: Eso
imposible será,
porque ni aun el cielo puede
vencer el libre albedrío.
VULCANO: Esta
piedra, señor mío,
a
cuantas ha habido excede
en
tocando a la mujer
que
menos gusto apetece.
Luego,
al momento, parece
que aquel oculto poder
la
expele la garipundia,
la
dispone, la aconseja,
y sobre
todo, la deja
más
süave que una enjundia.
¿Otra?
ALEJANDRO: No
me digas más,
pues
ninguna he menester.
VULCANO: Libre
me quisiera ver.
IRENE: Haz
cuenta que libre estás.
ALEJANDRO: Idos
con Dios.
VULCANO:
Él os guarde.
Yo voy
de contento loco.
Adiós.
ALEJANDRO:
Esperad un poco.
VULCANO: (Si ha
de haber palos no es tarde). Aparte
ALEJANDRO:
¿Hija?
IRENE:
¿Qué mandáis, señor?
ALEJANDRO: Hoy por
divertirte quiero,
sirviendo yo de escudero,
que
vayas a Miraflor,
nuestra quinta, donde pienso
estar
cuatro o cinco días.
IRENE: Dais a
las tristezas mías,
con
eso, consuelo inmenso.
VULCANO:
(Todo se negocia bien). Aparte
ALEJANDRO: Vete a
prevenir mejor.
IRENE: (Dile
aquesto a tu señor). Aparte
Vase [IRENE]
VULCANO: (Sí,
haré). Aparte
Sí, me voy también.
ALEJANDRO:
Perdonadme, caballero.
VULCANO: Antes
quisiera, por Dios,
que me
perdonárais vos.
A que
me mandéis espero.
ALEJANDRO: La
piedra zarabullí,
con
quien no hay mujer segura,
he menester.
VULCANO:
Mi ventura
es el
serviros; aquí
os
la traeré.
ALEJANDRO:
Tengo amor
a
cierta dama, y quisiera
que la
piedra parte fuera
para aplacar su rigor.
VULCANO:
(Perdido está el mundo ya). Aparte
ALEJANDRO: Yo os
la pagaré muy bien.
VULCANO: (Basta
que Matusalén Aparte
enfermo
de amor está,
mas
cogeré el dinerillo).
ALEJANDRO: Id sin
hacerme aguardar.
VULCANO: (¡Vive
Dios!, que le he de dar Aparte
un
pedazo de ladrillo).
Vanse y salen JULIÁN en su hábito de
villano y ROSAMIRA y su padre LUDOVICO de campo
LUDOVICO: No
por estar en la quinta
apartado de la corte
es bien
que el vestido dejes,
Julián.
JULIÁN: Los que son nobles
no por el vestido humilde
se
encubren y desconocen.
El
metal que engendra el sol
no por
estar entre el bronce
ni
entre el pardo plomo pierde
de su
valor, porque entonces
entre
metales humildes
más se
muestra y se conoce.
Ni el
resplandor del diamante
no por
engastarse en cobre
deja de
ostentar belleza
en
fulgidos resplandores.
Supuesto esto, aunque yo vista
este sayal tosco y pobre
no
perderé de quien soy,
que
nunca el valor se esconde.
ROSAMIRA: La
novedad me ha admirado.
LUDOVICO: Querrá
decir que los robles,
las sendas y los peñascos,
y las malezas del monte,
como
salir quiere a caza,
le
obligan que el traje tome
del
vestido labrador.
JULIÁN: Mis
pensamientos conoces
como
padre, al fin.
ROSAMIRA: Pues tú,
¿no has cercado este horizonte
otras veces adornado
de tus vestidos mejores
hecho segundo
Narciso
si no
verdadero Adonis?
JULIÁN: Importa
en esta ocasión
que
deje el vestido noble,
porque
ha venido una fiera
a la
espesura del monte
que se
ceba solamente
en
altivos corazones
y a los
humildes perdona
para preciarse de noble.
Yo, que
cazarla pretendo
con la
industria que altas torres
y pirámides excelsas
por el suelo humildes pone,
dejo el gallardo
vestido,
y
aquéste he escogido pobre,
para
que no haciendo caso
de mí
no muestre rigores;
y yo a
mi salvo la venza
y dueño
suyo me nombre.
ROSAMIRA: Mira,
hijo, lo que haces,
que en estos ásperos bosques
hay muchas fieras crüeles
y hay animales feroces.
Mira no
sea causa alguna
que tus
años se malogren,
y que
tu temprana muerte
tus
ancianos padres lloren.
Ya te he dicho muchas veces
que he soñado varias noches
que te he perdido; no quieras
que las que son ilusiones
parezcan después verdades.
JULIÁN: Ésos
son vanos temores
nacidos
de la afición
paternal; el que dispone
sobre
todo es Dios. De Dios
son dependencias conformes
los sucesos de esta vida,
las desdichas de los
hombres.
Si de Dios, padres, está
el
perderme, aunque en las torres
más fuertes e inexpugnables
me guardéis, las abre y rompe
una palabra de Dios,
y me
perderéis entonces.
Pero si
de Dios no está,
los
poderes superiores
del
mundo no bastarán,
aunque
se convoque el orbe
amenazando con iras.
castigando con rigores.
LUDOVICO: Es verdad, hijo, mas piensa
que Dios ha dado a los
hombres
libre
albedrío. Con éste
deben
los cuerdos varones
prevenirse a las desdichas
y resistir a sus golpes
antes que a su puerta
lleguen,
que no
porque hay opiniones
que
está el fin determinado
al
punto que nace el hombre
es
justo que se remita
al fin
que Dios lo dispone.
Obrar
bien es acertado,
y
librarse de ocasiones
donde
peligra la vida.
Es de
prudentes y nobles
si,
viviendo de esta suerte,
vienen
sucesos atroces,
sufrirlos considerando
que son
del cielo favores;
mas tomarlos con las manos
es acción bárbara y torpe.
JULIÁN: Vuestros consejos, señor,
por justos los reconoce
el alma.
ROSAMIRA:
¿Tienes de ir solo?
JULIÁN: Vulcano y dos cazadores
han de ir conmigo.
ROSAMIRA:
Y la vuelta,
¿cuándo
ha de ser?
JULIÁN:
Esta noche.
ROSAMIRA: Plegue
a Dios que sea por bien.
LUDOVICO: Entra
en la quinta y no llores,
que no
va a tierra enemiga,
sino a
cazar a esos bosques.
Vanse [LUDOVICO y ROSAMIRA]
JULIÁN: Ya sé
que ha de ser la caza,
si es
que el amor me socorre,
la
mejor que se haya visto
entre
amantes cazadores.
Mucho
se tarda Vulcano,
mas no tarda si tuvo orden
para
hablar a Irene hermosa
y
escucharla sus razones
mansamente, si querrá,
para
que mi amor se logre.
Si
vendrá a la quinta, cielos,
permitid que no me estorbe
ningún
suceso esta dicha.
Aquí un
arroyuelo corre
de una
fuente despeñado
que
está en la cumbre del monte.
Subir
quiero porque den
a mis ansias superiores
fresco
alivio sus cristales.
Mas,
¿qué voz es la que se oye?
Canta dentro
MÚSICO:
"¿Dónde vas el cazador?
¿Dónde
vas, triste de ti,
tú que
a tu padre y tu madre
has de
dar mísero fin?"
JULIÁN: ¿Sí
habla esta voz conmigo?
Sí,
pero no puede ser.
¿Yo
tengo a quien me dio el ser
de dar
mísero castigo?
¿Yo
tirano? ¿Yo enemigo?
¿Con
mis padres? Eso no.
Mil
veces la voz mintió,
pero ya
vuelve a cantar.
Atento
quiero escuchar
si es
que el temor me engañó.
Canta
MÚSICO:
"Airado contra tus padres,
como
bárbaro gentil,
esconderás en sus pechos
el
acero entre el rubí."
JULIÁN: ¿Yo, en los pechos inocentes
de mi padre y madre viejos,
siendo
piadosos espejos
donde
se miran prudentes
mis
acciones obedientes,
había
de ensangrentar
el
acero, ni matar
a los
que vida me dieron?
¿A los que el ser me infundieron
el ser
había de quitar?
¿Qué
bárbaro hiciera tal
con
otros brutos iguales?
¿Si
vemos los animales
sin
discurso racional
tenerse afición igual
con los
que les dieron ser?
Pues
yo, que llego a tener
entendimiento, ¿tenía
de
intentar tal tiranía?
Ilusión
debió de ser.
¿Qué mal mis padres me hicieron
para darles tal castigo?
Sin
duda algún enemigo
de los
que envidia tuvieron
al
valor que conocieron
en mí
por darme pesar
esto ha
querido cantar
adonde
lo oyese yo;
pero si
no le tragó
el
monte, le he de buscar,
y
castigar su osadía;
mas un
ciervo, feliz suerte,
quizá
buscando su muerte
camina
a la fuente fría.
Seguiréle aunque se fía
de
superior ligereza.
Ya se
esconde en la maleza
del
monte. Bruto animal,
el
golpe de este puñal
repara. ¡Brava destreza!
Tírale
Todo
el cuerpo le pasó
el
puñal que le tiré,
y tan
penetrante fue
que
luego al punto cayó.
En los
ramos pienso yo
su
centro y sepulcro ha sido.
Levanta unos ramos como puerta de cueva y
vése una cabeza de ciervo clavada con un puñal y
dice uno detrás
VOZ: ¿Qué
miras?
JULIÁN:
Pierdo el sentido.
¡Vive Dios!, que el ciervo ha hablado,
el
cabello se ha erizado,
y el
alma se ha suspendido.
VOZ: No
tengas por gran hazaña
lo que
hoy en matarme has hecho,
pues
que se guarda en tu pecho
otra
más fiera y extraña.
Que un
hombre que le acompaña
tal
crueldad, que ha de matar
sus
padres y ha de intentar
caso
tan duro y acerbo,
no es
mucho que mate un ciervo
saliendo al monte a cazar.
Cúbrese
JULIÁN: El
primero fui del mundo;
no hay
de este caso otro ejemplo.
Ya me
admiro si contemplo
que no
me traga el profundo.
¡Oh,
portento sin segundo!
La pena
y dolor me inquieta;
y el
corazón se sujeta
a la
desgracia ya dicha,
pues
que para mi desdicha
un animal
fue profeta.
La
voz también me avisó,
pero a
la voz no creí;
al
difunto ciervo sí,
pues
era mudo y habló.
¿Para
qué el cielo me dio
ser? ¿Para qué me formasteis,
padres? ¿Por qué me crïasteis,
un
tirano que os advierte
que
engendrasteis vuestra muerte
el día
que me engendrasteis?
Vosotros me disteis ser,
y yo he llegado a escuchar
que os le tengo de
quitar.
Pues parricida he de ser,
venga todo el mundo a
ver
aqueste
prodigio aquí
donde
culpado no fui.
Pues, sin que interés me cuadre,
he de
matar padre y madre,
y los
quiero más que a mí;
pues
ponerme yo a pensar
que
ellos podrán causa darme
tan
fuerte que ha de obligarme
a ello
es filosofar,
causa
donde pueda hallar
mil
castigos que me den,
porque
reparo también
que el
hijo bueno y leal
si el
padre le trata mal
ha de servirle más bien.
Éste
es astro riguroso,
sin
duda, que compelerme
tiene
algún día y ponerme
en caso
tan lastimoso;
pero si
al astro furïoso
un hombre sabio atropella,
y
deshace, pisa y huella
sus
efectos, yo seré
sabio
agora y venceré
los
efectos de mi estrella.
Vive
Dios, que he de dejar
mi patria, y tengo de ir
donde
no pueda cumplir
lo que
he llegado a escuchar.
Tú,
Irene, has de perdonar;
que
aunque es de nobles y buenos
el no
emprender hechos ajenos
de quien son, también sabrás
que no
es bien perder lo más
por
quedarse con lo menos.
Sale VULCANO
VULCANO:
Cansado ya de buscarte,
quise a
la quinta volverme.
Dame albricias.
JULIÁN:
Calla, necio,
si no
quieres darme muerte.
VULCANO: Bueno
es eso cuando yo,
sólo
por obedecerte
y
servirte, entré en la casa
de la
bellísima Irene.
Aunque
el padre me halló dentro,
supe
astuto defenderme
con
zarabullí y berruga,
preciosas piedras de oriente.
Y
cuando al fin a la quinta
la he
traído para verte,
y te
está esperando junto
a aquel
peñasco eminente,
dejando
al viejo ocupado
en los
arroyos y fuentes
de la
quinta, ¿dices eso?
JULIÁN: Efectos
son de mi suerte.
El
cuidado te agradezco,
pero
vuelve, y dile a Irene
que se
vuelva con su padre
y me
perdone; que quieren
los
cielos que no sea digno
de gozar
la blanca nieve
de su
mano. Pero escucha;
no
vuelvas. Porque si vuelves
y ella
al oír tus palabras
el corazón enternece,
y por sus divinos ojos
algunas lágrimas vierte,
podrán
tal fuerza tener
que
basten a detenerme.
VULCANO: ¿Qué
quieres hacer?
JULIÁN: Dejar
la
patria.
VULCANO:
¿Estás loco?
JULIÁN: Advierte.
Tienen mis padres en mí
un verdugo de sus
muertes
y
quiero serles piadoso.
VULCANO: ¿Qué
dices?
JULIÁN:
Oye, atiende.
¿Ves,
Vulcano, este ciervo
que
yace herido de muerte,
que
vertiendo roja sangre
las esmeraldas convierte
en rubíes?
VULCANO:
Ya le veo.
JULIÁN: Pues,
éste, amigo, al quererle
descubrir de entre estos ramos
me
habló.
VULCANO:
¿Qué dices?
JULIÁN: Advierte
que me
dijo que a mis padres
daría
rigurosa muerte.
VULCANO: El
hablar no es maravilla
que
aunque son callados siempre,
hay muchos ciervos que hablan.
Mas lo que puede moverte
y
admirarte es el decir
que en
un noble pecho puede
caber
maldad semejante.
JULIÁN: El
presagio es evidente;
y
cierto que entre esos olmos
y esos
pinos siempre verdes
oí una
voz que cantaba
las exequias de dos muertes
y de mi desdicha.
VULCANO:
Y bien,
¿qué
determinas?
JULIÁN:
Valiente
pienso
ser aquesta vez
contra
efectos tan crüeles
de mi
estrella. Dos caballos
saca, Vulcano, a la fuente
a quien
circuyen altivos
cuatro
funestos cipreses,
y trae
también dos vestidos
que en
una maleta lleve.
VULCANO: Pues, ¿te has de ir sin despedirte?
JULIÁN: Sí, amigo, que son muy fuertes
las lágrimas en mujer,
y podrían detenerme.
VULCANO: ¿Dónde
tienes de ir?
JULIÁN: Adonde
nuestra
fortuna quisiere.
VULCANO: Vamos,
pues.
JULIÁN:
Padres, adiós.
Adiós,
bellísima Irene,
y si te
dejo perdona,
que
amor de padres me mueve.
VULCANO: Adiós,
Albania, que un ciervo
de ti desterrarnos quiere,
que
alcanzan los ciervos mucho
por
animales pacientes.
Vanse y sale IRENE de campo
IRENE:
Descuidado amante ha sido
Julïán,
pues descuidado
mi padre lugar me ha dado
y él
gozarlo no ha querido.
Opinión cierta es la mía
que el
que tiene más amor
en
alcanzando un favor,
parte
del amor enfría.
Aunque según se ha mostrado
Julïán,
advierto ya
que
inconveniente tendrá
que
también le haya estorbado.
Mas
con todo ha de aguardar
mi
pensamiento amoroso,
pues mi padre cuidadoso
me
ofrece tanto lugar.
Arroyos murmuradores
me
convidan y esta murta
y el
jazmín que al ámbar hurta
aromáticos olores;
toda
la selva da sombra
y
aqueste verde laurel
sirve
de solio y dosel
y
aquestas flores de alfombra.
Aquí
me quiero sentar.
Mas,
¿quién viene?
Sale LAURA
LAURA: ¿Cómo es esto?
¿Ya le
has hablado tan presto?
IRENE: Ni aún
le he comenzado a hablar,
Laura.
LAURA:
Pues, mejor te ha estado;
que yo
pensé maliciosa
que a Julïán amorosa
ya por
dueño habías nombrado
de
tu honor, y él como ingrato
te
dejaba. Y no te asombres
que lo
piense; que en los hombres
es muy
común este trato.
IRENE: ¿Qué
dices?
LAURA:
Que en dos caballos
de
ligereza tan brava
que el
viento atrás se quedaba
envidioso de mirarlos,
él y
un crïado que tiene
el camino van siguiendo
de
Ferrara, y van diciendo:
"Adiós, patria. Adiós,
Irene".
IRENE: ¡Ay,
ingrato, falso enemigo!
LAURA: Con más
razón lo sintieras
si ya
tu dueño le hicieras
y te
diera este castigo;
mas
si no te debe nada,
quede
esta afición en calma.
IRENE: ¡Ay,
que me ha llevado el alma,
que es
la joya más preciada!
¿Podrá
verse ya?
LAURA:
No sé,
mas salgamos de estos ramos;
podrá ser que los veamos
subir
la cuesta.
IRENE:
¿Qué haré
sin
el alma que me lleva?
LAURA: Tu amor
ha quedado en calma.
IRENE: A no
haberle dado el alma
me la
quitara esta nueva.
Vanse y
salen JULIÁN de camino,
galán, y VULCANO
VULCANO:
¿Estás loco?
JULIÁN:
¿Qué sé yo?
VULCANO: Pues
apenas te resuelves
a
partirte cuando vuelves.
JULIÁN: De
Irene se me acordó,
y al
punto que me acordé
de su
rostro por quien peno,
monte
fue que no fue freno
el que
al caballo tiré.
VULCANO: ¿Y tus padres?
JULIÁN: No me acuerdes
historia de tal pesar.
Déjame
agora lograr,
si
puedo, mis años verdes
con la bellísima Irene.
VULCANO: Yo
entendí que había hablado
de
camino otro venado
de
tantos que el monte tiene
y
que vinieses mandó.
JULIÁN: No seas
necio ni pesado.
VULCANO: ¿Es
mucho que hable un venado
a quien
un ciervo le habló?
JULIÁN:
Escucha, que de esa peña
van
bajando dos mujeres.
VULCANO: La una
es por quien mueres.
JULIÁN: Gloria
y gusto amor me enseña.
Dentro [hablan] las dos
IRENE:
Plegue a Dios, falso enemigo,
que sin
poder enfrenallo
te
despeñe tu caballo
y
mueras por más castigo.
VULCANO:
Todas estas maldiciones
a ti
van encaminadas.
JULIÁN:
Palabras son regaladas.
VULCANO: Con
capa de bendiciones.
IRENE: Plegue a Dios, pues me engañó
tu tierno hablar, dulce y
blando,
que mueras,
traidor, rabiando
y que
acabes como yo.
Y
ruego...
LAURA:
Basta el rigor.
IRENE: ...que
pues causaste mis daños
que
vivas inmensos años
para
que pagues mi amor.
Salen IRENE y LAURA
JULIÁN: ¿A
quién son, divina Irene,
maldiciones semejantes?
IRENE: A ti,
ingrato.
JULIÁN:
¿A mí? ¿Por qué?
IRENE: Porque
otra vez no me engañes;
¿no dijiste, Laura...?
LAURA: Calla.
Yo pude acaso engañarme.
JULIÁN: ¿Yo te he engañado?
IRENE: Tú, pues,
pues a
decirme envïaste
que por
supremo favor
a la
quinta con mi padre
viniese, porque querías,
disfrazado, en ella hablarme.
Y
cuando por verte vengo,
y entre
murtas y arrayanes
a mi
viejo padre dejo,
y salgo
al monte a buscarte,
me dice
Laura que tú
y ese
pícaro que traes
a tu
lado en dos caballos
que
desafían al aire
vais
camino de Ferrara,
diciendo con voces grandes:
"Adiós, patria. Adiós Irene".
JULIÁN: ¡Ése es engaño notable!
¿Yo había de dejar tus ojos?
¿Yo, Irene, di, apartarme
había
de tu presencia?
Laura,
mira que engañarte
pudiste.
LAURA: Yo
lo confieso.
VULCANO: Este
ejemplo sólo baste.
Sacó un
día un caballero
de la
casa de sus padres
una moza,
y la justicia
hizo
diligencias grandes.
Y un
sastre, porque no hay cosa
en que
no se hallen los sastres,
vio
salir desde algo lejos
a
caballo un caminante,
y puso pies en pared
con
juramento muy grande
que era
el galán y la moza;
y fueron luego a buscarles
los padres y la justicia
con alboroto notable,
y hallaron en tres borricos
un cardador y dos frailes.
Y así pudo Laura
hacer.
JULIÁN: ¿Yo,
partirme? ¿Yo ausentarme
de tus
ojos donde tiene
depositados diamantes
Amor, como en tus mejillas
sartas de rojos granates?
¿Estaba yo sin jüicio?
IRENE: No
pienses que has de engañarme
otra
vez.
VULCANO:
Ea, leona,
ten
lástima de este amante
más que
un francés afligido
que le
han quitado el dinare.
Laura,
ruégaselo tú.
LAURA: No es
bien que el tiempo se pase
en
demandas y respuestas
cuando
no podrá hallarse
tan
presto ocasión tan buena.
IRENE: ¿Tienes
de irte?
JULIÁN:
¿Qué ignorante
ha de
dejar bienes ciertos
por
buscar dudosos males?
IRENE: ¿Serás
mi esposo?
JULIÁN:
Seré
tu
esclavo mientras durare
aquesta
alma que es tan tuya
y en tu
amor seré constante.
IRENE: Tuya
soy; tuya es mi vida.
Haz,
Julïán, que se trate
el
casamiento, si gustas,
con el
tuyo y con mi padre.
JULIÁN: Y entre
tanto, ¿qué he de hacer?
IRENE: Esta
semana he de estarme
en la
quinta disfrazada,
y
podrás en ella hablarme,
y
algunas veces de noche.
JULIÁN: Dame
una mano en que estampe
mi boca
en señal del bien
que el
amor promete darme.
IRENE: El alma
y la mano es tuya.
VULCANO: ¿Has de
irte agora?
JULIÁN: No hables.
No me
iré aunque sea cierto
el dar
la muerte a mis padres.
Salen LUDOVICO y ROSAMIRA
LUDOVICO: Muy
bien ocupado estás,
hijo.
JULIÁN:
Mi ventura grande
quiso
que al bajar del monte
tan
dichoso encuentro hallase;
hija de
nuestro vecino
Alejandro, que a holgarse
hoy a
este campo ha venido,
es la bella Irene.
ROSAMIRA:
Un ángel
es, por
mi vida.
LUDOVICO:
Con verte,
hijo Julïán, deshaces
nuestras profundas
tristezas.
ROSAMIRA: Dios,
hijo querido, sabe
lo que
he sentido esta ausencia,
si
ausencia puede llamarse
estar
ausente dos horas.
JULIÁN:
(¡Fuerte y riguroso trance!
Aparte
¡Que
haya yo de dar la muerte
a dos tan queridos padres,
y
sabiéndolo no huya
de
ocasión tan fiera y grave!
Crüel soy, mas ¿qué he de hacer
si la hermosura notable
de
Irene es freno que tira
mis
pensamientos leales?
Mas,
por un breve deleite
que tan
fácil puede hallarse
en
cualquier tierra, ¿he de ser
patricida? ¡Oh, gusto
infame!
¡Oh,
bárbaro pensamiento!
¡Dura
ley! ¡Crueldad notable!
Muera
el amor, y la vida
de mis
padres --que Dios guarde--
permanezca). Hola, Vulcano.
VULCANO: ¿Qué
mandas? ¿Hay huracanes?
¿Hate vuelto a hablar el ciervo?
IRENE: ¿Qué
tienes, mi bien?
JULIÁN: (¡Oh lance Aparte
fiero! ¿Que yo he de partirme?
¿Yo he
de atreverme a dejarte?
No te
quiero nada. Vete,
que yo
sabré reportarme
y
evitar las ocasiones
y
disgustos de mis padres).
ROSAMIRA: Hijo
mío, a descansar
entra,
que muero por darte
mil abrazos.
JULIÁN: (¿Este amor Aparte
paternal, esta
entrañable
afición
no me enternece?
Que
sepa yo que inmutable
es la
sentencia que el cielo
tiene
dada, y por amante
necio
no quiero vencer
los
efectos miserables
de mi
rigurosa estrella).
Vulcano
amigo, oye aparte.
VULCANO: Válgate
el diablo por ciervo
si un
momento nos dejases.
JULIÁN: ¿A dónde están los caballos?
VULCANO: Entre
aquellos verdes sauces.
JULIÁN:
Vámonos, luego.
VULCANO:
¿Qué dices?
JULIÁN: Adiós,
Irene. Adiós, padres.
LUDOVICO: ¡Hijo
mío!
IRENE: ¡Julïán!
JULIÁN: Dos amores me combaten,
Irene, mía. Señora.
IRENE: ¿Qué
dices?
JULIÁN:
Quiero quedarme.
ROSAMIRA: ¿Dónde
vas?
JULI&Aacue;N: Partirme quiero.
IRENE: ¡Mi bien!
JULIÁN:
Morir es más fácil
que
ausentarme.
LUDOVICO:
Hijo querido,
¿qué
haces?
JULIÁN:
Si he de matarte,
quiero
hüir de la ocasión.
Ven, Vulcano. Irene, padres,
a
tierra extraña me voy.
Unos y
otros, perdonadme,
que
porque viváis los dos
quiero
de Albania ausentarme.
Vase JULIÁN
LUDOVICO: ¿Qué es
esto, Vulcano, amigo?
VULCANO: No os
daré razón bastante,
mas de
que un hermano ciervo
de esta
manera nos trae.
Vase VULCANO
IRENE: ¡Ah,
traidor, que has engañado
mi
libertad libre y fácil!
ROSAMIRA: ¡Ay,
hijo, que con tu ausencia
has de matar a tus padres!
LAURA: Ya en los ligeros caballos
suben los dos. Ya se parten.
Dentro [dice JULIÁN]
JULIÁN: Adiós,
patria. Adiós, Irene.
Adiós,
padres.
IRENE:
¡Ah, inconstante!
LUDOVICO: Hijo
mía, aguarda. Espera.
IRENE:
Aguarda, fingido amante.
[Dice JULIÁN] desde lejos
JULIÁN: Para
que viváis los dos,
venciendo
yo los combates
de mi
rigurosa estrella,
me
ausento así. Perdonadme.
LUDOVICO: ¡Hijo!
IRENE:
¡Julïán!
ROSAMIRA:
¡Mi hijo!
[Dice VULCANO] desde lejos
VULCANO: No
tienen ya que llamarle,
que el
ciervo le habla al oído
y dice
que no se pare.
JULIÁN: Adiós,
adiós.
ROSAMIRA:
Ya no se oye.
IRENE: ¡Ah, hombres falsos y mudables!
ROSAMIRA: Tú has
desterrado a mi hijo.
IRENE:
Vosotros le desterrasteis.
ROSAMIRA: Plegue
a Dios que no le goces.
IRENE: Plegue
a Dios que él mismo os mate
a
puñaladas crüeles,
pues su
ausencia ha de matarme.
FIN DEL ACTO PRIMERO