ACTO SEGUNDO
Salen VULCANO y JULIÁN, de gala
VULCANO:
Ventura te dé Dios, hijo,
que el
saber importa poco,
dijo
una vieja.
JULIÁN:
Estoy loco,
Vulcano, de regocijo.
Venturosa acierto fue
el
dejar mi patria cara
entonces; pues en Ferrara
riqueza
y padres hallé,
y
sobre todo un portento
de belleza
y hermosura.
VULCANO: Como
agora tu ventura
no
halle nuevo impedimento,
u
otro ciervo te parezca
que
algún embuste te diga,
oficio
te hace de amiga
la
Fortuna, y que te ofrezca
aquese bien es forzoso.
JULIÁN: Un mes
ha que estoy casado.
Quien
ha tan dichoso estado,
nombre
le da de enfadoso;
paréceme que en el cielo
estoy
por un tiempo breve.
VULCANO: No hay
casado que no lleve
con
grande gusto y consuelo
en
flores noches y días
pero
después se marchitan
los
gustos, glorias se quitan;
o menguan
las alegrías;
o
bien faltando la hacienda,
causa
de muchos desvelos;
o
sobreviniendo celos,
fuerte
y pesada contienda
en
casados; pero en ti,
que alcanzas
tanto poder
y tan
divina mujer
que te
adora más que a sí,
todo
el tiempo será igual
aunque
vivas dos mil años.
JULIÁN: ¡Oh, bien hayan los engaños,
que aquel herido animal
monstruosamente hablando,
lleno
de espanto escuché!
Pues
por ellos me ausenté
donde
me estaba aguardando
tanto bien. Y venturosa
la
noche apacible y clara
que
entré dentro de Ferrara,
adonde
con cautelosa
emboscada dar quería
muerte
al duque algún traidor,
si yo
con el gran valor
que mi
pecho noble cría
no
me pasara a su lado
y su
vida defendiera.
Causa
en mi dicha primera
por
donde el duque me ha honrado
con
oficios en su casa,
y con
la bella Laurencia
cuya
divina presencia
mi
pecho de amor abrasa.
VULCANO: ¿Ya
no volverás jamás
a
Albania?
JULIÁN:
Vulcano, no,
que así
pienso vencer yo
mi estrella.
VULCANO:
Sí, vencerás;
que
del cielo no está ya
que
hayas de ser parricida.
JULIÁN: Si yo,
Vulcano, en mi vida
de
volver no tengo allá,
ni
ellos acá han de venir,
pues no
saben dónde estoy,
¿cómo
puede ser?
VULCANO:
Yo soy
una
bestia.
JULIÁN:
Así ha de huir
el
sabio, que serlo quiere,
aunque algún
gusto le cueste,
su mal
influjo celeste,
porque
fama y nombre adquiere
con
hacerle resistencia.
VULCANO: ¿Y la
bella Irene?
JULIÁN:
Calla,
que
andas muy necio en nombralla
adonde
vive Laurencia.
Mas,
porque memoria ajena
no me
divierta, entra y di
que
quien la ama más que a sí
su
beldad de gloria llena
la
queda aguardando fuera.
Pero
aguarda; yo entraré,
y el
parabién ganaré
que de
su boca me espera.
[VULCANO]:
Comparaba un discreto el casamiento
a un
soldado que en la playa alienta
por regalarse en una y otra venta
el
tiempo del sabroso alojamiento.
Llega a embarcarse lleno de contento
porque
el oro que lleva le alimenta;
métenle
en un presidio a buena cuenta
donde pasa veinte años de tormento.
Cásase un hombre, y en sus alegrías
se
verán bien aquestos mismos daños,
pues por lograr sus locas fantasías,
del cuerdo ejemplo o
de necios engaños
escoge
un cielo de tan breves días
por un
infierno de tan largos años.
[Cuando va a entrar JULIÁN, hace que] ve a
FEDERICO
[JULIÁN]: No
hay gusto en esta vida
que no
tenga pensión al mismo unida;
y
estímanse los gustos
no
porque son destierros de disgustos
ni por
tener tal nombre,
sino
por ser tan breves en el hombre.
De
Federico, el hermano
del
duque mi señor, pecho tirano,
¿no
apercibes desvelos?
¿Desvelos dije? ¡Si parecen
celos!
Federico, en efeto,
con
Laurencia está hablando en gran secreto.
Y
pienso, --¡ay, suerte mía!--
que su
amor como amante pretendía
antes que yo llegase,
y sus cándidas manos enlazase.
Y es fácil argumento,
pues él
quiso impedir mi casamiento
diciendo que era agravio
hecho a
la sangre del difunto Octavio,
padre
de mi Laurencia,
ofrecerla con tanta inadvertencia
a un
hombre forastero.
Sus
crïados son éstos; callar quiero
y retirarme a un lado.
Salen dos criados de FEDERICO, ARNESTO y ENRIQUE
ARNESTO: Un hora
y más habemos esperado,
y de
salir no acaba.
ENRIQUE:
Arnesto, no te espantes; que hablaba
a esta mujer divina,
y no
porque es casada ya declina
la
afición de su pecho.
ARNESTO: Ella es
noble mujer, y yo sospecho
que es
porfïar en vano.
ENRIQUE: Pues si
él no la alcanzare, o por tirano
o por
amor, yo quiero
perder
la vida.
JULIÁN:
(De congoja muero). Aparte
ENRIQUE:
Entremos dentro, Arnesto,
y si
sale, veremos.
Vanse los criados
JULIÁN: Yo estoy puesto,
oyendo
estas razones,
en
piélago de varias confusiones.
Que ha
de alcanzarla, dice,
o por
fuerza o por amor. Soy infelice,
pero
también soy noble,
y no es
mi corazón de piedra o roble
para
sufrir la injuria
que me
pretende hacer. Reviente en furia
el
animoso pecho
pues de
amante leal volcán se ha hecho,.
Y si él --¡oh, cielo!-- por tirano
o por
amor ha de gozar su mano,
yo, por
cortés airado,
le he
de hacer desistir de tal cuidado.
Entrar
a estorbar quiero
su
plática celosa, y pues primero
mis desdichas me han hecho,...
mas ya salen los dos. Sosiegue el pecho.
Salen LAURENCIA, FEDERICO, VULCANO, ARNESTO y
ENRIQUE
LAURENCIA:
Cuando mi esposo faltó,
fue muy
justa cortesía,
señor,
que asistiese yo.
FEDERICO:
Escuchad, por vida mía.
LAURENCIA: Mi
esposo, pues, ya llegó;
la
merced recibirá
con que
tanto le honráis ya.
FEDERICO: Sólo
que escuchéis os pido.
LAURENCIA: En
presencia del marido
demás
la mujer está,
porque ella ha de callar,
y él hablar por ella. Es dar
un rato
de padecer
que no
hay ninguna mujer
que no sea amiga de hablar.
Hoy
el señor Federico,
esposo,
por más honraros,
como
aquí os lo significo,
ha
venido a visitarnos.
JULIÁN: Y por
superior publico
tal
merced.
LAURENCIA:
Lo que yo os pido,
esposo, es que agradezcáis
tal favor.
A LAURENCIA
FEDERICO:
Estoy perdido
de amor
porque ya os vais.
LAURENCIA: Aquí
queda mi marido.
FEDERICO: Dios
os guarde.
A FEDERICO
LAURENCIA:
La razón
me ha
obligado a lo que veis.
A LAURENCIA
FEDERICO: Cumplid
vuestra obligación,
pero
esta noche veréis
la
fuerza de mi afición.
Vase LAURENCIA
Pues, Julïán, ¿cómo os va
con el
nuevo casamiento?
Menos
gusto tendréis ya,
si es
que no dura el contento
en
casados.
JULIÁN: Bien está
en
bárbara, humilde gente,
que por
algún accidente
se
casa, suele pasar,
no
entre gente noble. El mar
con una
misma corriente
se
está siempre, y tan lleno
y de
pesares ajeno
como
aquel primero día
que la
Sacra Monarquía
lo puso
arenoso freno.
Y el
sol, aunque ha tiempo tanto
que
desde el celoso manto
se va a la tierra a alumbrar,
no
muestra ningún pesar
cuando
el fugitivo espanto
de
las tinieblas se ausenta.
Y así,
señor, el casado
que
honor y opinión sustenta
nunca
se siente enfadado
de
aquel bien quien suyo aumenta,
porque él ha de parecer
el mar
que siempre ha de ser
uno
mismo, y ella el sol
que ha
de librar su arrebol
en el pesar y el placer.
FEDERICO:
¡Tanto sol y tanto mar!
¿Vos
estáis enamorado?
JULIÁN: Siempre
sol lo ha de llamar
si no
es que haya algún nublado
que la
pretenda eclipsar.
Mas
esto aparte, quisiera
que
aquesta gente se fuera,
que
quiero, si es vuestro gusto,
deciros
un poco.
FEDERICO:
Es justo.
¡Hola!
ENRIQUE: ¿Señor?
FEDERICO:
Idos fuera.
VULCANO: ¿Y
yo también?
JULIÁN:
Tú también.
VULCANO: (De
aquí pues, que no me ven, Aparte
he de escuchar a los dos).
Vanse los criados
FEDERICO: Ya se
han ido.
VULCANO:
(Plegue a Dios Aparte
que
todo esto pare en bien).
JULIÁN:
Señor Federico, el mundo
está de
malicias lleno,
y con
ellas siempre juzga
lo malo por lo que es bueno
y
justo. Yo soy un hombre
noble
que decir no quiero,
como
otros suelen hacer,
que soy
príncipe encubierto
cuando
estoy en tierra extraña.
Al fin, soy un caballero
cuya
nobleza en Albania
calificada la tengo.
Di
muerte por un disgusto
a un
mancebo hidalgo y deudo
del
gobernador. Ya veis
si es
acertado remedio
poner
tierra en medio cuando
es
fuerza de algún suceso
contrario. Llegué a Ferrara
una
noche en tan buen tiempo
que
puedo decir que el duque,
mi señor y hermano vuestro,
tiene
vida por mi espada;
pues a
matarle salieron,
yendo
de noche rondando,
él
solo, cuatro encubiertos
traidores, diciendo: "¡Muera
nuestro injusto y fiero dueño!"
Yo, que
a la parte más flaca
la
nobleza de mi pecho
me
inclinó, saqué la espada
y a su
heroico lado puesto
le
defendí como pude
hasta que todos huyeron,
aunque
dejaron reliquias
de sus
pechos en el puesto.
Por
aquesta honrada acción,
el
duque, príncipe excelso,
su
secretario me hizo
y de villas y de pueblos
de su estado señor
propio,
y en
fin el último premio
fue
ofrecerme por esposa
a
Laurencia, hija del muerto
Octavio, duque que fue
de
Villamarín. No quiero
deciros
más, pues que sois
testigo
de estos sucesos.
He
sabido desde hoy,
y de
crïados, no menos,
de
vuestra casa, que amante
y galán
en cualquier tiempo
que
Laurencia estuvo libre
con
pensamientos honestos
pretendíais su hermosura.
Perdonadme si me atrevo
a
acción tan libre con vos,
mas
mirando como cuerdo
que la
honra en opiniones
viene a
ser un cierto género
de
afrenta, y que de esta afrenta
está,
señor, el remedio
en
vuestras manos, que siempre
dieron
honra y no supieron
quitarla a los que se amparan
de tan
magnánimo pecho,
os
suplico humildemente,
así del
sagrado imperio
de
Alemania seáis señor
y
vuestros heroicos hechos
en
alabastro esculpido
el
mundo los deje eternos,
que
aunque yo carezca agora
de tal merced, deis remedio,
con no visitar mi casa,
a mi
honor, que ya resuelto
y
desenfrenado el vulgo,
malicia
concibe, viendo
que mi
casa visitáis
sin
estar presente el dueño.
Bien
sé, señor Federico,
lo
mucho que en esto pierdo,
pues dabais a aquesta casa
honor y
gloria con veros.
Mas ya vos sabéis también
que malas lenguas han hecho
más afrenta a hombres ilustres
que honrarle pueden sus hechos.
Perdonadme y
advertid,
como
noble y como cuerdo,
que con
el honor soy algo
y soy
nada si le pierdo.
FEDERICO: No sé,
por Dios --¡oh, villano!--
como la
cólera templo.
¿Tú,
con capa de humildad,
me
dices atrevimientos?
¿tanta
soberbia has cobrado
que a
tu señor, a tu dueño,
pues lo
soy si lo es mi hermano,
hablas tan tosco y soberbio?
¿Un advenedizo libre,
que
apenas quién es sabemos,
me dice
a mí que su casa
no
visite, loco y necio?
¿Qué
confïanza te ampara?
¿A un
segundo de un imperio
hablas así? Los señores
somos
como el sol del cielo.
En la
casa más altiva
y
edificio más soberbio
entra
el sol, y por entrar,
goza
resplandor febeo
su mendiga
oscuridad.
Los
superiores sujetos
los
imitan, pues la casa
del
vasallo más soberbio,
del
potentado más rico,
entramos; y entrando dentro,
goza la
casa de luz
de
honras y de riquezas, siendo
estimada por tener
nuestra
potestad adentro.
Yo soy
el sol de Ferrara,
y como
sol, entrar puedo
donde
quisiere.
JULIÁN: Yo soy
un
nublado opuesto
a ese
sol, y cuando el sol
quiera
con poder violento
deshacerme con los rayos,
abriré
el preñado seno
y
arrojaré contra él
rayos a
su fuego opuestos.
FEDERICO: ¿Qué
dices?
JULIÁN:
Lo que has oído.
FEDERICO: ¿Tú
tienes atrevimiento
para
hablarme a mí, villano?
JULIÁN: Yo soy tan buen caballero
como vos; aunque es verdad
que
siendo aquí forastero
no
conocéis mi nobleza.
Y yo
por hermano os tengo
del
duque, y sé que lo sois,
que no
está el serlo, os advierto,
el ser caballero un hombre.
FEDERICO: Pues,
¿en qué está?
JULIÁN:
En saber serlo.
FEDERICO: ¡Vive
Dios!
JULIÁN:
Cuando presumas
sacar
el luciente acero,
no ha
de ser aquí.
FEDERICO:
¡Traidor!
JULIÁN: Aquese
nombre es ajeno
de mi
valor. Cuando el duque,
mi
señor, se enoje de esto,
yo le
diré que en agravios
donde
el honor corre riesgo
no
conozco superior.
Ven,
que en el campo te espero,
como
caballero noble.
FEDERICO: Pudiera
excusar, no siendo
tú mi
igual, el desafío,
pero
excusarme no quiero;
y así,
esta noche a las diez,
porque
igualmente pretendo
darte
muerte; que podrían
mis vasallos y escuderos
viéndonos reñir agora
hacerte pedazos. Luego,
te aguardo a la margen fría
del
bullicioso arroyuelo
donde
ayer tarde estuvimos.
JULIÁN: La hora
y el sitio acepto.
FEDERICO: (¡Vive
Dios!, que he de venir, Aparte
mientras me aguarda en el puesto,
a gozar
su bella esposa).
JULIÁN:
(Mataréle, ¡vive el cielo!,
Aparte
aunque
su hermano se enoje
y me
castigue soberbio).
FEDERICO: Tú te
acordarás de mí
esta noche.
JULIÁN:
Yo te creo,
mas tú
no te acordarás
si yo
salgo con mi intento.
Vanse y sale VULCANO
VULCANO:
¡Desafïados quedaron!
Aquí
fuera bueno un ciervo
que
profetizara el fin
de este
infelice suceso.
Mi ama
sale acá fuera;
callar
lo que he visto quiero
y
seguir a mi señor.
Dios
ponga en paz estos pleitos,
porque
yo temo por Dios
que
Federico soberbio
a él y
a mí, si le acompaño,
nos ha
de dar pan de perro.
Sale LAURENCIA
LAURENCIA: Con
un disgusto pesado
me ha
dejado la visita
de
aqueste necio que incita
mi amor
tan bien empleado;
y lo
que más mi cuidado
esfuerza en esta ocasión
es
decirme la razón
que
percibí: "Bien hacéis,
pero
esta noche veréis
la
fuerza de mi afición".
¡Válgame Dios!, si pretende
esta
noche riguroso
matar a
mi amado esposo,
porque
su afición me ofende.
Aquesto
avisado entiende
mi temor del corazón.
Clara
es la definición
pues mi
dijo: "Bien hacéis,
pero
esta noche veréis
la
fuerza de mi afición".
Decirlo a mi esposo quiero
porque
viva recatado,
pero,
¿qué sueño pesado
me
sobreviene ligero?
A su
impulso lisonjero
bien
quisiera resistirme.
¿Qué
haré? ¡Qué quiere rendirme!
Más
alcance, pues advierte,
victoria, que de otra suerte
no es
posible divertirme.
Recuéstase [y sale JULIÁN]
JULIÁN:
Venturoso y desdichado
en esta
ocasión he sido,
pues de
un tapiz escondido,
de lo
que tiene trazado
mi
enemigo me ha informado.
Apenas
de aquí salió
cuando
en el palacio entró
del
duque, y a dos traidores,
testigos de sus amores,
de
aquesta suerte habló:
"Amigos, mi gloria es cierta
si
vuestro favor me ayuda;
hoy la
fortuna se muda
y abre
a mi ventura puerta
con
Julïán ". Puse alerta
el
sentido como oí
mi
nombre y prosiguió así:
"Aquesta noche he aplazado
desafío
porque ha andado
muy
soberbio contra mí.
A
las diez dije que fuese
a cierto puesto a esperarme;
mas no
ha de verme ni hablarme
aunque
a mi valor le pese.
Antes,
mientras estuviese,
aunque
toca en tiranía,
él
aguardando, podría
gozar su bella mujer;
pues no
hay humano poder
que
resista mi porfía.
Vosotros iréis conmigo,
y
mientras amor concierta
mi
bien, guardaréis la puerta
del
valor de mi enemigo.
¿Paréceos bien lo que digo?"
Dijeron
todos que sí.
¡La
turbación que sentí!
Pues no me he tornado loco,
o tengo mi honor en poco
o ya no
soy lo que fui.
Agora, honor, pedir quiero
que me
aconsejéis. ¿Qué haré?
¿Saldré
al puesto? ¿Para qué,
si
vuestra desdicha espero?
Pues, ¿qué he de hacer? "Considero
que
será mejor estar
en
vuestra casa y guardar
la joya
que tanto amáis".
Honor,
¡bien me aconsejáis!
Quedarme quiero y callar.
Que
pues él no ha de salir,
no
sentirá mi flaqueza.
Mas,
¿qué estrella, que en pureza
vence las que en el zafir
supo pintar y esculpir
el Mejor Autor, es ésta
que sobre la mano puesta
la
cabeza delicada
está
ajena y descuidada
del
disgusto que me cuesta?
Mi
esposa es. ¡Piadosos cielos!
Pregunta es ésta celosa.
Decidme, ¿mi bella esposa
está
culpada? En mis celos,
y entre
densos paralelos,
parece
que siento hablar
y decir, "¿Tú has de pensar
de una mujer tan honesta
tal
liviandad como aquésta?"
¡Necio
soy! Quiero callar.
¡Bella esposa!
[Habla LAURENCIA como] entre sueños
LAURENCIA:
(Corazón, Aparte
más
tormento no me deis,
"que aquesta noche veréis
la
fuerza de mi afición".
¡Ay,
Federico!)
JULIÁN:
Ilusión
me
parece lo que veo.
Lleve,
tirano, trofeo
de mi
vida, el golpe fuerte
de la
muerte, que en la muerte
haré más dichoso empleo.
"Que aquesta noche verá
la
fuerza de mi afición",
dice. ¡Ay de mí!
LAURENCIA:
(Corazón, Aparte
bueno
está, ya bueno está.
Grande
la afición será,
pero no
será pagada).
JULIÁN: ¡Ésta
es la casa y honrada!
¡Vive
Dios!, que está temiendo
que el
traidor de quien me ofendo
no la
estime. ¡Oh, suerte airada!
LAURENCIA:
("Que aquesta noche veréis
Aparte
la
fuerza de mi afición".
¡Plegue
a Dios que haya ocasión
en que
mi esposo...)
JULIÁN:
¿Qué hacéis,
pecho
noble, si ya veis
vuestro
deshonor tan claro,
que no
matáis? Mas reparo
en la
mitad de mi furia,
que dos
me han hecho la injuria,
y en
medio del rigor paro.
Que bien me dijo el traidor,
en
medio de mi pesar,
que me
había de acordar
de esta
noche porque Amor,
para
darme más dolor,
tenía
ya concertadas
las dos almas; mas burladas
quedarán en sus amores,
que para incastos
traidores,
hay
valor que vibra espadas.
Sale VULCANO
VULCANO: No
puedo hallar a mi amo.
JULIÁN: ¡Oh,
Vulcano, a qué buen tiempo
viniste!
VULCANO: En
toda mi vida,
de
haber hecho, no me acuerdo,
otro
tanto.
JULIÁN:
Ven acá.
VULCANO; ¿Qué
tienes? Sosiega el pecho,.
JULIÁN: Yo
conozco tu lealtad
muchos años ha, y por eso
me atrevo a fïar de
ti
casos de honor como éstos.
VULCANO: Hasta
que pierda la vida
te
serviré. Pierde el miedo.
JULIÁN: Ensilla
luego un caballo,
porque ausentarme pretendo
por
cierta ocasión, y advierte
que
esta noche has de estar puesto
en
centinela.
VULCANO:
(Eso es malo, Aparte
que soy
hombre de buen sueño).
JULIÁN: Y
cuando yo diere un silbo,
tienes
de abrirme al momento
la
puerta falsa.
VULCANO:
A esas horas
las
principales no acierto.
JULIÁN: Esto
has de hacer, que me va
la vida
y honor en ello.
VULCANO; Yo lo
haré. Pierde cuidado.
JULIÁN:
¡Laurencia!
LAURENCIA:
¿Quién es? ¿Qué es esto?
JULIÁN: Yo,
querida esposa,
que con
grande prisa vengo
a despedirme de ti.
LAURENCIA:
¿Despedirte?
JULIÁN:
No voy lejos.
Manda
el duque, mi señor,
que
parta luego al momento
y a la
duquesa de Mantua,
de
quien le dijo un correo
que
pasaba hacia Milán
de sus
estados, un pliego
lleve. Perdona, señora,
que no
son suyos aquéllos
que
sirven.
LAURENCIA:
No quiero ser
porfïada en deteneros,
supuesto que es imposible.
JULIÁN: (¡Cómo
se consuela presto!) Aparte
Adiós.
LAURENCIA: Los brazos me dad,
y vuélvaos con el
cielo.
A VULCANO
JULIÁN: Ven a sacar el caballo,
y mira
que te encomiendo
el
secreto y el cuidado.
VULCANO: Tendré
cuidado y secreto.
JULIÁN: (¡Vive
Dios, que he de matarlos Aparte
porque
mi honor viva eterno!)
VULCANO: En
sacándole el caballo,
luego
al punto voy derecho
a
hartarme de dormir
para
estar después despierto.
Vanse [JULIÁN y VULCANO]
LAURENCIA: Si
Federico aquesta noche intenta
mostrar la fuerza de su amor gallardo,
con
razón dudo, temo y me acobardo
viendo
que Julïán de mí se ausenta.
Ajeno amor batalla me presenta,
pero
con mi valor vencerla aguardo;
ya el cielo se reboza el manto pardo
y en
vez de luz la oscuridad ostenta.
De
mi casa la puerta cerrar quiero
y
prevenirse de armas mi honor piensa;
mas
estas armas no serán de acero
sino de no querer hacer ofensa
al
santo honor, que con aquesto espero
tener
al mismo cielo en mi defensa.
Sale un criado [ARNESTO]
ARNESTO: Dos
ancianos peregrinos
preguntan por mi señor.
LAURENCIA: No sé
qué impulsos de amor,
con mil
afectos divinos,
siento en el alma. No está
mi
esposo en casa, mas di
que
entren.
ARNESTO:
Ya vienen aquí.
Salen LUDOVICO y ROSAMIRA de peregrinos
LUDOVICO:
Desdicha nuestra será
el
no hallarle.
LAURENCIA:
¿Qué se ofrece,
nobles
peregrinos, hoy
en mi
casa?
LUDOVICO:
¡Loco estoy!
Ya,
Rosamira, parece
que
al ver aquesta mujer
tan
agradable y piadosa,
veo la
joya preciosa
que fui
infeliz en perder.
Tuvimos nuevas, señora,
en
Albania, nuestra tierra,
que un
hijo, que se destierra
de
nuestros ojos agora,
que
se llama Julïán,
estaba
en Ferrara y que ésta
es la
casa.
LAURENCIA: La respuesta
mis
brazos os la darán.
Padres venturosos,
del que
adora el alma,
vengáis
en buena hora
hoy a
nuestra patria.
Julïán
mi esposo
de Ferrara falta
porque
a la señora
duquesa
de Mantua
fue a
llevar del duque
embajada y cartas.
Pero ya
que soy
la
mitad de su alma
desde el día primero
que
vino a Ferrara,
hoy
sabré hospedar
con la
misma gracia,
con el
mismo gusto,
con las
mismas ansias
y amor
que lo hiciera
cuando aquí se hallara.
ROSAMIRA:
Venturoso ha sido
tras
desdichas tantas
en haber hallado
mujer tan gallarda.
LUDOVICO: Por los
ojos mismos,
vidrieras del alma,
se le ve el amor,
voluntad y gracia.
LAURENCIA: Entrad,
padres míos,
servíos
de esta casa,
pues
sois dueños de ella,
adonde
os aguarda
opulenta cena
que podrá envidiarla
en su
casa el duque
que nos
rige y manda.
LUDOVICO: Esposa
de aquél
que por
tierras varias
nos
trae desterrados,
la
infinita carga
de edad y de penas
que
nunca nos faltan
cansados nos trae,
y así más gustara
descansar un poco.
LAURENCIA: Nuestra
misma cama
por no
deteneros,
padres,
os aguarda,
que yo
para mí
en la
misma sala
otra
haré después.
LUDOVICO:
Rosamira, amada.
ROSAMIRA:
Entremos adentro
que
aunque mi hijo falta
con ver
a su esposa
se
consuela el alma.
LUDOVICO: Vamos,
hija mía.
LAURENCIA; (Con
aquesta guarda Aparte
mi
honor va seguro
de
entrar en batalla).
Vanse. Sale
VULCANO
VULCANO: Aquesta noche parece,
más que
estotras, que me ha dado
mayor sueño y más pesado,
pero siempre así acontece
cuando uno tiene qué hacer;
y fuera
de eso bebí
tanto vino que perdí
el
poder decir y hacer.
Ya
serán las diez, y pienso
asistir
aquí escondido
solo
yo. No estoy dormido
a poder
de vino inmenso.
Traspié. ¡Bellaca señal!
¿Quién
me rempuja? Caí.
¡Sí,
por Dios! Hálleme aquí
el
rocío universal
de
la aurora soberana.
Silban
¡Silbitos! ¡Linda quimera!
Quien
nos ronda, sea quien quiera,
aguarde
hasta la mañana.
Silban
¿Otro? ¡Lleve el diablo, amén!
Quien
de aquí se revolviere,
y venga
lo que viniere
que el
sueño me sabe bien.
La
cabeza se me anda.
Las
estrellas voy mirando;
con
ellas estoy danzando
la
chacona y zarabanda.
La
luna lleva el compás
con su
cara de pastel.
¿Qué quieres, sueño crüel?
Que tan
pertinaz estás.
Sale JULIÁ:N con linterna
JULIÁN:
¡Vive Dios!, que Vulcano, descuidado,
a
saltar por las tapias me ha obligado.
Y
merece en su honor este desprecio
un
hombre cuerdo que se fía de un necio.
Todos
se han recogido, ¡santos cielos!
¿Si
aquél que causa mis rabiosos celos
habrá
entrado en mi casa? ¿Quién lo duda?
Pues trujo para hacerlo infame ayuda.
Valeroso puñal, tiempo es agora
que de
la sangre bárbara y traidora
que me
ofende vengues. Descalzo quiero
entrar
en mi aposento, donde espero
saber si mi sospecha es cierta o vana.
Pero
cierto será. Por ser tirana,
la luz
quiero dejar aquí escondida,
y
cuando haya de ser noble homicida
por
ella volveré. Valedme, cielos;
que a
esto me obligan mis honrado celos.
VULCANO: ¿Quién,
diablos, anda hablando a tales horas?
¡Oh,
quien tuviera aquí dos cantimploras
de agua
fresca, que aunque es manjar de ranas,
le
apetezco muy bien por las mañanas.
¿Quién,
diablos, trujo luz? Si es algún crïado
de
estos a quien la sarna da cuidado
y
dormir no les deja, y quiere darme
culebra. Mas, ¡por Dios!, que no ha
de hallarme.
La luz
he de matar. Buen soplón hago.
Al
sueño vuelvo a dar carta de pago.
Sale JULIÁN con la daga ensangrentada
JULIÁN: Ya en sus pechos cautelosos,
fuentes de traidora
sangre,
manché
el puñal varias veces.
Sabe
Dios que al ir a darles
me
detuvieron el brazo
mil
impulsos celestiales.
¿Celestiales, dije? Miento.
El amor
era constante,
que a Laurencia tuve cuando
no
entendí que era mudable.
Mas
amor, cuando hay agravios
que al
honor, bello diamante
entre
los bienes del hombre,
le
parten en varias partes
y de
hermosísima piedra
mortal
veneno le hacen.
No hay
afición que se estime;
no hay
amor que sea constante,
hermosura que se acuerde,
ni
belleza que se ensalce.
Quiero
volver a saltar
las
tapias que al jardín salen
y subir
en mi caballo,
que
atado dejé en la calle,
e ir la
vuelta de Milán.
¿Mas,
quién está aquí?
VULCANO: ¡No pasen
por encima de las gentes!
JULIÁN: Vulcano
es. Levanta, infame.
VULCANO: ¿Quién
es?
JULIÁN:
Tu señor.
VULCANO: ¡Por Dios!,
que me
dormí como un padre.
Perdóname, señor mío.
JULIÁN:
¿Tienes, Vulcano, la llave
de la
puerta falsa?
VULCANO:
Sí.
JULIÁN: Pues,
dámela luego.
VULCANO:
¿Vaste?
JULIÁN: No me preguntes ya nada.
VULCANO: Vesla
aquí.
JULIÁN:
Honor, ya vengastes
vuestra
afrenta; agora falta
Hace que va. Sale
Laurencia con luz y detiénele
que del
peligro me escape.
Cielos, ¿qué ilusión es ésta?
LAURENCIA: Esposo
mío.
JULIÁN:
¿Qué haces
por
acostar a estas horas?
¿Hay
confusión semejante?
LAURENCIA: Estaba
haciendo oración
e iba
agora.
JULIÁN:
Escucha aparte.
Dime,
¿quién son dos que ocupan
mi
noble lecho?
LAURENCIA:
Has de darme
primero
albricias.
JULIÁN: Sí, haré.
LAURENCIA: Pues son, esposo, tus padres
que en busca tuya han
venido,
pasando
tierras y mares.
JULIÁN:
¡Válgame Dios! ¡No lo creas!
LAURENCIA: Pues
llega, esposo, a mirarles.
JULIÁN: ¡No los
descubras!
LAURENCIA:
¿Qué tienes?
JULIÁN: ¡No los
quiero ver!
LAURENCIA: ¿Qué traes?
Corren una cortina, y en una cama se ven los padres
de JULIÁN
Aquesta
cortina encubre
sus
presencias venerables.
¿Pero qué es esto que miro?
Cubiertos están de sangre.
¿Quién
de tan grande desdicha
ha sido
el autor cobarde?
JULIÁN: Yo,
Laurencia, yo fui aquél
que
este puñal arrogante
manché en su pecho inocente,
pensando --¡terrible trance!--
que
eran Federico y tú.
LAURENCIA: Pues,
tirano, ¿qué señales
de
liviandad viste en mí
para
traición semejantes,
parricida desleal?
El
mismo sol cuando sale
bordando con rayos de oro
el
pabellón de diamantes
no es
tan puro, no es tan casto,
como
yo; que imito a Dafne,
a Semíramis, y a Porcia
en la
honestidad constante.
Y
huélgome, ingrato esposo,
que tan
a tu costa halles
el
desengaño presente.
JULIÁN: Ay,
Laurencia, no me hables
con palabras
rigurosas
cuando
de esta fresca sangre
cada
gota es una flecha
que
pasa de parte a parte
mi
corazón afligido.
Abrase
la tierra y trague
en su
seno el más mal hombre
que en
el mundo puede hallarse.
Caigan
del globo celeste
rayos
fuertes y arrogantes
que
desvanezcan en humo
y a la
fresca región bajen
un
ingrato parricida,
un
viborezno que sale
por su
madre a tener vida
y mata
a la misma madre.
¡Oh, constelación divina!
¡Oh, efectos irremediales
de rigurosas estrellas!
Bien puedo este nombre darles,
pues
yo, avisado del cielo,
dejé mi
patria y mis padres,
y
bajando altivas sierras
y
surcando varios mares
a
extraña tierra pasé
sólo por asegurarles
de esta
presente desdicha;
y hoy
vienen a visitarme
donde
mi puñal sangriento
hizo
efecto semejante.
Congojas siente el alma tan mortales
que quiere su pesar dejar la
cárcel.
¡Oh
efectos de mi estrella
que
habéis podido más que mi inocencia!
Mas yo
la culpa tuve
pues
muerte no me di cuando lo supe.
¡Ay,
padres del alma mía!
Mas,
¿para qué os llamo padres?
Pues es
de este nombre indigno
quien tales obras os hace.
Mi inocencia perdonad.
Mas,
¿qué perdón es bastante
a tan enorme delito
y
sinrazón tan notable?
¡Con
qué furia daba yo
en vuestros pechos leales
puñaladas rigurosas!
¿No hablárais entonces, padres?
¿No dijérais "hijo mío,
Ludovico soy"? --¿Qué haces?--
¿"Y Rosamira también
que
venimos a buscarte
por no
hallarnos sin tu vista"?
Vieras
entonces trocarse
el
rigor en tierno amor,
mis enojos en süaves
palabras, las puñaladas
en abrazos paternales.
¡Ay, de
mí, que pierdo el juicio!
Por
cierto, buen hospedaje
al fin
de vuestro camino
en casa
de un hijo hallasteis;
puñaladas por regalos,
enojos por amistades,
riguridad por ternezas,
y
muerte al fin por lealtades.
Congojas siente el alma tan mortales
que
quiere su pesar dejar la cárcel.
¡Oh
efectos de mi estrella
que
habéis podido más que mi inocencia!
Mas yo
la culpa tuve
pues
muerte no me di cuando lo supe.
Cubre, que no quiero verlos,
esos cuerpos miserables;
y este puñal riguroso
que hizo crueldad
semejante
le
deposite en mi pecho.
LAURENCIA:
Detente, esposo. ¿Qué haces?
JULIÁN: ¿Qué
importa que un parricida
se
desespere y se mate
a
semejante delito?
No ha
de haber perdón que baste.
LAURENCIA: ¿Tú eres cristiano?
JULIÁN: Bien dices.
Dios es piadoso. Bien haces
en reprender mis errores.
A Roma parto al instante
a que
el vicario de Cristo
perdone
yerro tan grave.
Tú en
Ferrara quedarás.
LAURENCIA: ¿Yo tenía
de quedarme
en
Ferrara de esta suerte
para
que tú conformases,
receloso de mi honor,
tus mentiras por verdades?
Contigo he de ir donde fueres;
que mujer que quiere y
sabe
ha de
seguir al marido
en los
bienes y en los males.
VULCANO: Yo,
también, he de seguirte.
JULIÁN: En el puerto hay muchas naves;
una de ellas para Roma
nos
dará breve pasaje.
Ven,
esposa; procuremos
darles
sepulcro bastante
a estos
cuerpos inocentes.
Señor
mío, perdonadme.
Salen FEDERICO y otro
FEDERICO:
¡Detente! [¡Esperad!
¡Detente!]
JULIÁN: ¡A qué
buen tiempo llegaste
para
que vengue mi enojo
en tu
vida miserable!
FEDERICO:
Federico soy.
JULIÁN:
¿Qué quieres?
FEDERICO: Quiero,
villano, matarte
para
quitarte una joya
que más
que las Indias vale.
JULIÁN: En otro
tiempo sintiera
que me
dijeras pesares;
pero
agora que este pecho
de
fuego arroja volcanes,
agradezco, Federico,
que de esa suerte me hables.
Quita LAURENCIA a uno de los criados la espada
LAURENCIA: Al uno
quité la espada.
¡Ea,
esposo, mueran! ¡Dales!
Riñen
JULIÁN: ¡Así
llevaréis la joya
que
habéis venido a robarme!
VULCANO: Yo,
como no tengo espada,
estoy
libre de estos trances.
Mételos a cuchilladas y dicen dentro
FEDERICO: ¡Muerto
soy!
VULCANO:
Ya Federico
con su
vida ha dado al traste.
JULIÁN: Quien a
su padre mató,
no es
mucho que a ti te mate.
VULCANO:
Cumplióse la profecía
del
ciervo que habló en el valle.
JULIÁN: Ven,
Laurencia, con Vulcano.
LAURENCIA: Ya te
sigo.
VULCANO:
Si me hablare
algún
ciervo alguna vez
y
desdichas me anunciare,
¡juro a
Cristo que al momento
tengo
de meterme fraile!
FIN DEL ACTO SEGUNDO