ACTO TERCERO
Salen ENRICO y el DUQUE de Calabria
ENRICO: ¿Tan
solo quiere salir
vuestra
alteza?
DUQUE:
Para ver
esta
divina mujer
que
sujetar y rendir
pudo
a mi valor, conviene
el poco
acompañamiento.
ENRICO: En
Calabria yo no siento
mujer
humilde que tiene
tanta belleza.
DUQUE:
Yo sí,
que su
belleza miré
y su
hermosura adoré
y ciego
el alma la di.
¿No
has visto una hermosa perla
que en
una concha se guarda
que el
que la ve se acobarda
cuando
pretende cogerla
porque mira la fealdad
de la
concha y no repara
en la
piedra hermosa y clara
que da
luz y claridad
dentro de ella?
ENRICO:
Sí, señor.
DUQUE: Pues si
a ti te ha sucedido,
tú la has visto y el vestido
indigno
de su valor
no
te ha hecho reparar
en el
precioso joyel
que se
guarda dentro de él
digno,
Enrico, no de estar
en poder de un potentado
como
yo, sino en el pecho
del
mayor monarca.
ENRICO:
Hecho
será
suyo el darla estado
conveniente a su hermosura
y
sacarla de pobreza.
DUQUE: Si me
admite su belleza
por mi
gloria y su ventura,
yo
sé que en Calabria toda
no
habrá más rica mujer.
ENRICO: El que
pretende vencer,
de su
interés se acomoda
mas,
¿qué traje trae?
DUQUE: No igual,
como te
he dicho, a quien es.
ENRICO: Mucho
me admiro.
DUQUE:
¿No ves
envuelto en tosco sayal
el oro? Pues de ese modo
la
contemplo, hermosa y vella.
Pues el oro hermoso es ella
y viste sayal y todo
un saco que hasta los
pies
la
cubre gallarda viste,
y una toca en color triste
que
nube de su sol es.
¿No
has visto el sol esculpido
de
nublados, y el mostrarse
más
hermoso al apartarse
de
rayos de luz vestido?
Pues así me pareció
esta
mujer que al mirar
sus
blancas manos sacar
cuando
el sayal descubrió;
pensé, con ansias iguales
en mi
gloria indiferente,
que las
mangas eran fuente
y las manos los cristales.
Pero aguarda, que aquí
vienen,
de
cierto pobre cargados,
dos
hombres que a mis cuidados
dar
algún alivio tienen.
ENRICO: ¿Estos pobres?
DUQUE:
Sí, que a veces
la
acompañan.
ENRICO:
¿Y has sabido
si es
alguno su marido?
DUQUE: ¿Por
inconveniente ofreces
eso
a mi valor?
ENRICO:
Yo no,
pero
aunque humilde, el marido
ha de
ser siempre temido.
DUQUE: Nunca
mi valor temió.
Sacan JULIÁN y VULCANO al DEMONIO en hábito de
pobre y ellos a lo humilde y VULCANO gracioso
VULCANO: Si
yo pasare de aquí,
me
lleven diez carabelas
de
diablos.
JULIÁN:
¿No te consuelas,
Vulcano, con verme a mí
pasar el mismo trabajo?
Suéltale [al DEMONIO]
VULCANO: Tú que
fuiste parricida
sufre;
mas yo, que en mi vida
he
muerto un escarabajo,
¿por
qué tengo de hacer
penitencia a tu compás?
JULIÁN: Más con
Dios merecerás.
VULCANO: No
quiero más merecer;
cuando aqueste pobre o diablo
pesara
poco, pudiera
llevarle una legua entera.
DEMONIO: (Mi
ardid de este modo entablo Aparte
Temiendo que Julïán,
que en
trabajos no desmaya,
de mis
manos no se vaya,
salí
del negro volcán
donde padezco y sentí
porque
de nuevo le cobre
el
traje de humilde pobre,
aunque
yo soberbio fui.
Y
poniéndome a sus ojos
enfermo
hoy a su hospital
me
lleva para su mal,
pues le
ha de costar enojos,
si
yo puedo, esta obra pía).
VULCANO: Di,
pobre de Bercebú,
¿haste
hartado de alajú?
¿Comiste cazuela fría?
¿Henchiste el buche de arroz?
¿Cómo
pesas tanto? Di.
JULIÁN: Sufre
por amor de mí.
VULCANO: Sufra
un diablo tan atroz
trabajo.
DEMONIO:
No puedo más.
VULCANO: Y fuera
de esto, este rufo,
el
pobre diablo echa un tufo ,
que
como yo voy detrás
lo
siento medianamente,
que no
hay diablo que le aguarde.
JULIÁN: No por
eso se acobarde;
yo iré
atrás.
VULCANO:
No me atormente.
¡Vive Dios, que ha de llevarle
la
madre que le parió,
porque si le llevo yo
le he
de estrellar en la calle!
DEMONIO:
Mire, hermano.
VULCANO:
No se llegue.
¡Oh,
qué tufo endemoniado!
¿Tiene
el hígado dañado?
¿Tiene algún mal que se pegue?
DEMONIO: (Sí,
tendré, Julïán hermano, Aparte
si
pretendes santos fines).
VULCANO: Busque
cuatro palanquines
que
yo...
JULIÁN: No
ha de ser tirano.
VULCANO: Más tirano es quien porfía
en
llevar este demonio,
pues su
olor da testimonio
que del
infierno es espía.
DEMONIO:
Hermano, no sea crüel.
Yo,
pues cerca está de aquí,
poco a poco iré.
VULCANO:
Eso sí.
¡Cuerpo
de Cristo con él!
JULIÁN: Yo,
para causarle asombros
pues no
me quiere ayudar,
le
quiero, hermano, llevar,
aunque
más pese, en los hombros.
DEMONIO:
Mire, hermano.
JULIÁN:
Calla vos,
que yo
hago lo que debo;
pues
cuando así un pobre llevo,
entiendo que llevo a Dios.
Échasele al hombro y llévale
VULCANO: A
las hermanas narices
de
Julián lástima tengo.
Basta
que yo también vengo
por más suertes infelices
a mortificar mis huesos.
DUQUE: Más la
ocasión me disculpa,
quiérole hablar.
VULCANO:
¿Tengo culpa
yo
acaso de sus sucesos?
DUQUE: No
sé si ha de conocerme,
hermano...
VULCANO:
(¿Cuándo hermanamos? Aparte
¡El duque es!)
DUQUE:
Los dos llegamos...
VULCANO: (Algún
bien pretende hacerme). Aparte
DUQUE:
...solamente a que nos diga
quién
es aquella mujer
que con
él pasaba ayer,
llena de pena y fatiga,
por
palacio.
VULCANO:
Mas, ¿qué viene
derretido, que diré
como
Usiría me dé,
de
aquello mucho que tiene?
DUQUE:
(¿Conocido me ha?) Aparte
Tomad
este
bolsillo.
VULCANO:
¡Mi Dios
eterno!, bien sabéis vos
mi
mucha necesidad.
Parece descortesía
no tomarlo. ¡Ay, mi Jesús,
si peco
más, venga el plus!
Y
estéme atento, Usiría.
Porque tengo alguna prisa,
os diré
en breves palabras
la
historia más prodigiosa
que ha sucedido en Italia.
La
mujer que preguntáis
es de
Ferrara, y se llama
Laurencia, que con aquél
que
agora de mí se aparta
con
aquel pobre en los hombros,
la casó el duque en Ferrara;
que
aunque veis en traje humilde,
hay
nobleza que acompaña
sus
honestos pensamientos
que al
sol en pureza igualan.
Julïán,
que aqueste nombre
tiene
el marido, por causa
de
malévolos planetas,
hallando en la misma cama
sus dos
padres, que a buscarle
fueron
los dos desde Albania
de
donde él es natural,
pensando que era su amada
esposa
y un caballero
de
quien receloso estaba,
celoso
y determinado,
con la
daga abrió en sus almas
puerta
de corales rojos,
por donde salieron causa
de que
agora baje al mundo
por
provincias tan extrañas.
Pues
movido del delito
y de la
justicia sacra,
temeroso en una nave
que en
el puerto de Ferrara
halló,
con su casta esposa
y
conmigo al mar se embarca.
Tomó
puerto en Roma, adonde
perdón
le alcanzó del papa
del
cometido delito
que le
atormentaba el alma.
De allí
fue a Jerusalén
descalzo y la casa santa
visitó
y unos lugares
que
adoran por cosas sacras.
Fue a
la Virgen del Orito,
y
rodeando la Francia
no
quedó imagen divina
que
devoto no adorara.
Y no
contento con esto
pasó a
la fértil España,
donde
en el monte primero
altas
peñas levantadas
aserraron serafines,
vio la
virgen soberana.
La
capilla angelical
de
Zaragoza la llana
vio
también. Y desde allí
pasó a
la Peña de Francia
y a la
magna Guadalupe,
que son dos cercanas casas
y entrambas maravillosas.
Visitó al patrón de
España,
y al
fin, para no cansaros,
dos
meses ha que a Calabria
llegó,
tierra que dio ser
al
apóstol de las barbas
bermejas, adonde hizo
de la
limosna ya llegada
en
estas extrañas tierras
un
hospital donde ampara,
hospeda
y cura a los pobres,
dándoles comida y cama.
Y por
la ciudad lo busca
de
limosna cuando falta;
y
cuando pobres tullidos
no pueden ir, se les carga
en sus hombros, y les lleva
donde mil alivios
hallan.
Ésta
es, gran señor, su historia.
Si
acaso, como declaran
vuestros ojos y el cuidado
de la
pregunta, en el alma
os toca
de amor el fuego
de su
esposa, quiero en paga
de este
bien que me habéis hecho
desengañaros. No es tanta
dificultar el llegar
con la
mano a la estrellada
región
celeste y sacar
centro de luz de sus sacras
presencias como vencer
a
Laurencia hermosa y casta.
Pues,
fuera de ser quien es,
habéis
de saber que trata
en
cosas de Dios, no más;
y con ellas se regala.
La
mayor parte del día
la
oración continua santa;
la otra
parte da al alivio
de los
pobres que la llaman.
Un
grave cilicio tiene,
sus
carnes haciendo en blancas
clavellinas manchas rojas
que la
ponen más gallarda.
Ella es
una santa, en fin;
por
eso, desengañada
vuestra
afición, no prosiga
en tan
imposible causa.
Y pues
lo he contado todo,
aquí la
historia se acaba.
Quedaos
a Dios porque es tarde,
que en
el hospital me aguardan.
Vase [VULCANO]
DUQUE:
Confuso, Enrico, he quedado.
ENRICO: Con lo
que ha dicho, se acaba
su
afición recién nacida.
ENRICO: Sí,
Enrico, que a cosas santas
debe
tenerse respeto.
Santa
es Laurencia. No trata
ya mi
amor de pretenderla,
aunque
pretende ampararla.
De mi
hacienda la he de dar,
Enrico,
limosna tanta
que no
sea menester
que la
busquen en Calabria.
Los que
a Dios servir pretenden,
nunca
las cosas que Él guarda
para sí
se han de querer,
que es
soberbia disfrazada.
Vamos,
Enrico.
ENRICO:
Con menos
amor
vas ya.
DUQUE: Tú te engañas.
Agora
voy más rendido;
mas con
diferencia extraña,
que
antes la adoré hermosa
y agora
la estimo santa.
Vanse y salen LAURENCIA con un candil y
JULIÁN con el demonio a cuestas
JULIÁN:
Aquese candil, Laurencia,
cuelga
en aqueste portal,
y saca
aquí un cabezal
para
este pobre.
Vase [LAURENCIA]
DEMONIO:
(¡Impaciencia! Aparte
Mas sobra cuando reparo
que es
causa mi tiranía
de que
éste en obra tan pía
descubra fervor tan raro;
mas
yo le haré desistir,
si
puedo, de aqueste oficio).
Sale LAURENCIA con un cabezal
LAURENCIA: Ya está
aquí.
JULIÁN:
Das claro indicio
de lo
que deseas servir
a
Dios, Laurencia querida.
Amigo,
ánimo mostrad,
por mi
vida, y descansad
pues
que la noche os convida.
DEMONIO: ¿Qué
descanso ha de tener
el que
siempre está penando?
JULIÁN: Los
pobres vienen llegando.
Sale VULCANO con una jeringa
VULCANO:
Aguárdate, Lucifer.
JULIÁN:
Hermano ¿adónde camina?
VULCANO: Diz que
aguarde hasta mañana
hasta
que le venga gana
de
echarle la melecina,
gentil flema en mi conciencia,
y
decirme en voz sonora;
no murmure por agora,
vuesa
merced, de mi ausencia.
JULIÁN:
¿Quién es ése?
VULCANO:
¿No interpreta
en el
modo de hablar
quién
me ha podido enojar?
Aquese
diablo o poeta,
o lo
que es, que está escribiendo
sobre
la cama sentado.
JULIÁN: ¿Aqueso
le da cuidado?
VULCANO: Yo me
enfado y me ofendo
si
le viere estar mirando
al
cielo y luego bajarse,
concomerse y menearse
varios
visajes formando
perdiera el seso; pues luego
cuando
mi solicitud
iba a
darle la salud
me dijo en lenguaje griego,
"Vuélvasela a la
cocina
y
échala a pobres diversos.
Digo
que olerán mis versos
si me
echa la melecina".
JULIÁN: Pues
vuélvala, hermano, allá
si ya
su intención ha visto.
VULCANO: Aquesto
no, ¡vive Cristo!,
que
pues se ha hecho el gasto ya
aqueste pobre que trujo
la
tiene de recibir.
JULIÁN: Eso
tiene de decir.
VULCANO: Pobre
que parecéis brujo,
apercíbete.
DEMONIO:
¿Qué quiere,
hermano?
JULIÁN:
¿Hay tan gran porfía?
VULCANO: Que
toque esta chirimía
de la
suerte que quisiere,
él
tiene bellaco olor
como yo
lo ha mostrado ya,
y
aquésta le limpiará
de todo
superfluo humor.
JULIÁN: ¿No
ves que se moriría?
VULCANO: Si ésta
no es buena, otra habrá
que la
vida le dará
de chinas y de agua fría.
Voy
por ella.
LAURENCIA:
Aguarda, hermano.
Salen un COJO y un CIEGO
CIEGO: Alabado
sea el Señor.
COJO: Para
siempre le dé honor,
amigo,
el linaje humano.
VULCANO:
¿Cuántas bolsas se han rapado
esta
tarde, hermano ciego?
CIEGO: Si a
tener vista no llego,
¿cómo
tendré ese cuidado?
VULCANO: Él
es ciego como yo,
y el
hermano cojo, a fe,
que es
devoto de Noé.
¿Con
cuántas buenas cayó
la
romana?
COJO:
Con muy pocas.
VULCANO: El
doctor me ha consolado;
lindamente habréis brindado.
JULIÁN: Aquesas palabras locas
refrene.
DEMONIO:
Si no se muda,
grande
es mi mal.
JULIÁN:
¿Qué le dio?
DEMONIO: No
nada.
VULCANO:
¿No digo yo
que ha
menester el ayuda?
Cojo
y ciego entre los dos
le
tened.
DEMONIO:
¡Oh, dura suerte!
VULCANO: Si no
le tenéis muy fuerte,
os la he de echar a los dos.
JULIÁN:
¿Quiere que me enoje yo?
VULCANO: Si le
va en ello la vida.
CIEGO: La
Virgen esclarecida
de
quien la Vida nació
sea
bendita.
TODOS:
Amén.
DEMONIO: (Infierno, Aparte
tu príncipe está rabiando).
VULCANO: Por
Dios, que me está tentando
de
hacer un garrote tierno
y
darle cuarenta palos.
COJO: Oh,
Perucho, bien venido,
buen día os habréis tenido.
CIEGO: Todos, amigo, son malos
para
el pobre.
VULCANO:
¿Qué, no ha habido
gran
cosecha de mendrugo?
COJO: No ha
faltado.
CIEGO:
Que me arrugo
que
estoy ya casi dormido.
COJO: Y yo
también a tu lado,
¡par diez!, que me he de engullir,
Perucho, antes de dormir,
un
mendrugo que ha quedado.
JULIÁN:
Siéntate, Laurencia mía,
y con
aquestos extremos
pobres
de Dios platiquemos.
LAURENCIA: Eso
mismo pretendía.
Sale una MUJER con un niño
MUJER: Acá estamos todos.
JULIÁN: Hola,
volved a entrar luego vos
y decid.
Loado sea Dios.
VULCANO: No ha
sido aquesta vez sola.
MUJER: Que
he andado necia confieso.
Loado
sea Dios.
JULIÁN:
Eso sí.
Adentro
estaréis, no aquí.
VULCANO: ¿Dónde
se hubo el contrapeso?
Mas,
¿qué acierto quién fue el padre?
JULIÁN:
Vulcano, no seas pesado.
MUJER: ¿Quién?
VULCANO:
Sacristán o donado,
si no
es que no sois su madre.
MUJER: Mal
profetizas.
Sale un ESTUDIANTE
ESTUDIANTE:
Loado
sea el
Señor.
JULIÁN:
Y lo ha de ser.
VULCANO:
¡Escolar! Mas, ¿qué ha de haber
aquesta
noche nublado?
Sale un SOLDADO
SOLDADO:
Bendito Él de lo alto sea
por
largos años.
VULCANO:
Ya escampa;
el
soldado es de la hampa.
SOLDADO: ¿No hay
más luz?
VULCANO:
Vaya a Guinea
si
quieres más luz, hermano.
SOLDADO: Pues
¡vive Dios!, ignorante,
que si
saco la tajante,
que de
un revés inhumano
os
envíe yo a cenar
con
Bercebú.
Andan a palos
JULIÁN:
¿Qué es aquesto?
VULCANO: ¡Aquí
de los pobres presto!
CIEGO: A palos
lo he de matar.
JULIÁN:
¡Amigos, hola! ¿Qué habéis?
COJO: Todos
por ti lo han dejado.
SOLDADO: ¡Vive
Dios!, que me han quebrado
cinco
costillas o seis.
JULIÁN: Ea,
volvéos a sentar
todos
aquí. Pensad vos.
Se
viene a tratar de Dios,
no a
reñir ni a pelear.
SOLDADO:
Mañana será de día,
y con
luz sabré vengarme.
VULCANO: ¡Par
Diez!, que no he de apartarme
de toda
la pobrería.
Canta la MUJER
MUJER:
"Ya se sale Julïán
un
martes por la mañana
afligido, triste y solo
de aquesa
tierra de Albania.
Sus
padres deja, a su tierra
y
camina hacia Ferrara;
la
causa porque se ausenta
os diré
sin faltar nada".
JULIÁN: ¿Quién
canta mi historia triste?
VULCANO: Aunque tu historia se canta
nadie
sabe que eres tú.
Es una
mujer que canta
por
espantar sus pesares
sentada
sobre la cama,
porque
quien canta es adagio
que sus
tristezas espanta.
COJO: ¿Quién es este Julïán?
VULCANO:
Duérmanse ya, noramala,
o
callen.
DEMONIO:
Rezando está,
¡rabio,
infierno!
VULCANO:
¿Y él no calla?
Mas, que
le tengo de echar
la
melecina si habla.
Canta la MUJER
MUJER:
"Por no matar a sus padres
hace
aquesta ausencia larga,
porque
un ciervo cierto día
le
dijo, estando en la caza
atravesado un puñal,
--Que
me mate no me espanta
un
hombre que ha de dar muerte
a los
padres que más ama--".
COJO: Bien
canta, por vida mía.
VULCANO: ¿Quién
os mete a vos si canta
bien o
mal?
JULIÁN:
¡Que ya mi historia
anda en
lenguas de la fama!
[¡Ay], Señor, tened piedad
de mí!
DEMONIO:
Fervoroso llama
a Dios.
LAURENCIA: Hermano, ¿qué tiene?
DEMONIO: Cierto
desmayo lo causa.
LAURENCIA: Alguna
cosa que coma
haz,
Julïán, que le traigan.
JULIÁN: Acudo a
lo más ligero,
Vulcano. Unos huevos traiga
para
que conforte el pecho.
VULCANO: Mejores
fueran diez balas
de
arcabuz que le hicieran
diez
bocas en las entrañas.
Canta la MUJER
MUJER: "Y
la noche que llegó
matar
al duque intentaban;
él llegó a favorecerlo,
y ellos vuelven las espaldas.
Honróle el duque por ello
por
esposa regalada,
dando
la mujer más bella
que en
el mundo tiene fama".
Sale VULCANO con los huevos
VULCANO: Tome y
reviente con ellos.
DEMONIO: Mi
hambre, amigo, aunque es tanta,
ningún manjar apetece.
JULIÁN: ¿No los quiere?
DEMONIO:
No.
VULCANO: Pues vaya,
agora
le quiero más.
Sórbeselos
Pero
mire con qué cala
me los sorbo yo.
JULIÁN: ¡Ay, Laurencia!
¿Y quién entonces pensara
tal
desdicha?
LAURENCIA: Amado esposo,
pon en
Dios tus esperanzas.
VULCANO: ¿Qué le
parece?
DEMONIO:
Muy bien.
JULIÁN:
¿Comiólos?
VULCANO:
Como tarasca
los
engulló.
JULIÁN:
Di si quieres
más.
VULCANO:
¿Quiere más?
DEMONIO:
Esto basta.
VULCANO: Mejor
fuera decir sí
para
que viese la gracia
que
tengo en sorberme huevos.
SOLDADO: ¿No
callarán?
COJO:
Todos callan.
Canta la MUJER
MUJER:
"Tenía un hermano el duque
que
antes que fuera casada
Laurencia, la pretendía
con una
afición extraña.
Recelóse Julïán
de sus amorosas ansias,
habiendo a su esposa oído
unas
dudosas palabras".
JULIÁN: Aquésas
fueron mi muerte.
Cuando
tú dormida estabas,
pensando yo que en mi afrenta
las decías, toda el alma
me
movieron para dar
triste
fin a mi desgracia.
LAURENCIA: Afrenta
fue que me hiciste.
Nunca
es cuerdo quien bien ama.
SOLDADO: Aquesta
jacarandina
ha tenido veinte pausas.
¿No
callarán con los diablos?
COJO: No se
aflija.
DIEGO:
Todos callan.
Canta la MUJER
MUJER:
"Fingió que el duque, su dueño,
a la
duquesa de Mantua
le envïaba con un pliego,
y no
salió de Ferrara.
Vinieron aquella noche
a verle
a su misma casa
sus
padres de peregrinos,
que
ella les puso en su cama;
y apenas
eran las once
cuando
saltando las tapias
de su
casa, Julïán
entró
sin luz en la cuadra.
Llegó a
su cama, y tentó
dos
bultos que en ella estaban;
y pensando ser su esposa
y el
galán que le agraviaba,
dio en
sus inocentes pechos
infinitas puñaladas,
prodigio que sucedió
en la
ciudad de Ferrara".
ESTUDIANTE: Suceso notable
fue.
SOLDADO: Ya
estará de aquél el alma
en los
infiernos ardiendo.
MUJER: ¿Por
qué?, si fue por desgracia.
COJO: Porque
sí.
VULCANO:
¡Linda disputa!
COJO: Mirara
él, noramala,
primero lo que hacía.
Si
fuera mi camarada,
que es
ciego y ver no podía
adónde
los palos daba,
aun
podía tener disculpa.
CIEGO: El
tiene bellaca causa
en el tribunal
de Dios.
DEMONIO: Todos
aquéstos amparan
mi
parte.
JULIÁN:
¡Ay, Laurencia mía!
Todas
aquestas palabras
son
balas de pieza gruesa
que las
entrañas me pasan.
LAURENCIA: No os
aflijáis, dulce esposo.
VULCANO: Necios
dignos que una albarda
tome posesión en todos,
¿Dios no es piadoso?
DEMONIO: No es causa
ésta
para que intervenga
su misericordia sacra.
VULCANO: También
[él] sale, hediondo,
a meter su cucharada;
pues, venid acá almofrej.
¿O es Dios o no es Dios?
CIEGO: Repara
en lo
que dices.
VULCANO:
Si es Dios,
todo lo
puede y allana
su
poder. Y suponiendo
que
Dios, causa de las causas,
lo
puede todo, y estando
cierto
que su Soberana
Majestad se inclina más
a la
piedad que a la sacra
justicia, porque ninguno,
aunque
ofendido le haya
con más
pecados que el mar
en su
centro arenas guarda,
ha de
percibir cobarde
secreta
desconfïanza.
Un
monarca de este mundo,
que es
una hormiga, es un nada,
comparado a la Deidad
del
Soberano Monarca,
cuando un vasallo le ofende,
cuando
un súbdito le agravia,
¿no
sabe templar su enojo
y le
perdona y ampara
imitando a Dios? Pues si
hace
un
hombre acción tan hidalga,
un
Dios, dependencia sola
de
todas causas humanas,
con
hazaña más altiva,
con más
superior ventaja
ha de
exceder esta acción.
Adonde
más se señala
el ser de Dios es en dar
a los
delitos, que espantan
por
enormes y porfiados,
perdón; que en las cosas bajas
y humildes no muestra Dios
su clemencia sacrosanta
tanto como en las injurias
más superiores y extrañas.
Ven como son unos necios.
JULIÁN: Ay,
Laurencia, estas palabras
con ser
de sujeto humilde
me
vuelven al cuerpo el alma.
DEMONIO: (Consuelo apercibe luego, Aparte
palabras que a mí me matan.
Mas yo le he de hablar a solas.
Haré que aquéstos se
vayan
de este
patio, revolviendo
la
noche serena y clara
con
agua, piedra y granizo).
Dentro ruido de truenos
VULCANO:
Escolar, ¡par Dios que anda
rebosándose ya el cielo
de
nubes negras y pardas!
Y si
llueve, ¡vive Cristo!,
que os he de moler.
SOLDADO:
Preñadas
nubes
de su seno arrojan
piedras
envueltas en agua.
Ruido dentro
COJO: El
cielo se viene abajo.
CIEGO: ¡Ea!, a
recoger las mantas
y caminar hacia dentro.
JULIÁN: ¡Ea!,
Laurencia, ¿qué aguardas?
Entra a
dormir, que yo quiero
hablar
solas dos palabras
a este
pobre.
LAURENCIA:
Yo obedezco.
VULCANO: ¡Oh,
escolar!, para estas barbas
que os
tengo de visitar
los
huesos con una tranca.
Vanse
todos y quedan JULIÁN y el
DEMONIO
JULIÁN: Ya cesó
la tempestad;
no os
levantéis de la cama.
DEMONIO: Algo
aliviado me siento:
no
importa nada el dejarla.
JULIÁN: Venid
acá, hermano mío.
¿Cómo
sabéis vos que el alma
de
aquel Julïán que hizo
tan
gran delito en Ferrara
no puede
salvarse, si es
Dios
piadoso?
DEMONIO: En muchas aulas
adonde muchos doctores
asisten de ciencias
varias
se ha
consultado este caso,
y todos
juntos declaran
que es
imposible salvarse.
JULIÁN:
¿Propusieron la ignorancia
que
tuvo de aquel delito?
DEMONIO: No hay
abono que le valga,
que la
ignorancia en el hombre
no
quita el pecado.
JULIÁN:
Salgan
de mis
ojos si es verdad
copiosos arroyos de agua.
DEMONIO: E hizo
el pecado más grave
en no
matarlos en gracia.
JULIÁN: ¿Qué
dices?
DEMONIO:
Que en el infierno
un
santo varón, que a Italia
enriquece, los ha visto
penar
en ardientes llamas.
JULIÁN: ¡Ay de mí! ¡Divinos cielos!
¡Tiembla el juicio! ¡Teme el alma!
Mis
padres penando están.
Pues
tú, Julïán, ¿qué aguardas?
Que
aguardo la pena misma,
que
aguardo las mismas llamas;
pues
con ser Dios tan piadoso
no hay
piedad que a mí me valga.
DEMONIO: Con
vuestra licencia, quiero
recogerme.
JULIÁN:
El cielo os haga
más
dichoso que yo soy.
DEMONIO: (No
espero dichas; venganzas Aparte
apetezco solamente,
pues en vengarme de un alma,
me
vengo de Dios agora.
Para
que aquestas palabras
tengan
más confirmación,
ha de
ver entre mil llamas
la
figura de su padre
que soberbio
le amenaza).
Vase [el DEMONIO]
JULIÁN:
¿Adónde se esconderá,
Dios
eterno, mi malicia
si ya
por vuestra justicia
condenada el alma está?
Trágueme en su centro oscuro
la
tierra o el mar más fuerte,
pero de
ninguna suerte
de vos
estaré seguro.
Gran
Señor, si muerte di
a mis
padres en pecado,
no los
maté con cuidado.
Bien sabéis vos que hüí
varias tierras por no hacer
cierta
la desdicha mía
desde
el infelice día
que lo
comencé a temer.
Pues
si hüí como sabéis,
¿por
qué no me perdonáis?
¿Por
qué de piedad no usáis
pues
este oficio tenéis?
Si
estaba ya decretado
que
esto había de ser por vos,
y vos sois Dios, ¿cómo a Dios
puede un hombre
desdichado
resistir? ¡Señor! ¡Señor!
Ruido dentro
Perdonadme. Mas, ¿qué es esto?
Que el
rumor triste y funesto
pone en
mi pecho temor.
¡Ay
de mí!, la tierra fría
se
abrió, y salir de ella veo
un
bulto mortal y feo
que
hacia mí sus pasos guía.
Aunque la infernal presencia
desconocerla me cuadre,
pienso
que es mi padre.
Sale el que hizo a LUDOVICO lleno de llamas y
cadenas y adviértese que es el DEMONIO
LUDOVICO: ¿Padre
osa
llamar tu prudencia
a
quien te hizo tanto bien
y tú
tan mal me pagaste?
Pues al
cuerpo me mataste
y al
alma, ingrato, también.
Seis
puñaladas me diste
con el
sangriento puñal
de cuyo
golpe mortal
bajar
al centro me hiciste.
En
tu cama con sosiego
aquella
noche me vi,
y al
amanecer por ti
estaba
en cama de fuego.
Dios
el alma me infundió,
y tú,
ingrato, con matarme
fuiste bastante a quitarme
la vida
que Dios me dio.
Maldito el infeliz día,
ingrato, que te engendré,
pues
ese día formé
tu
desdicha con la mía.
Mas si puedo algún consuelo
en el
infierno tener
es que
te tienes de ver
en el
mismo desconsuelo.
Silla prevenida está,
aunque
tú ufano lo ignoras,
cercada
de abrasadoras
llamas
que el infierno da.
No pienses que por servir
a los pobres con amor
has de aplacar el rigor
del que aquí me hizo
venir.
Quédate en tu manifiesto
engaño,
hijo enemigo,
pero
advierte que te digo
que has
de acompañarme presto.
Vase [LUDOVICO (DEMONIO)]
JULIÁN: ¿Qué
más claro testimonio]
de mi
desdicha prevengo
si ya por tan cierto tengo
ser
esclavo del demonio?
Daréme muerte inhumana;
mas de
esto, ¿qué bien espero?
Si Dios
es hoy justiciero
piadoso
será mañana.
Mas si ya estoy condenado
y silla
está prevenida,
acábese
ya la vida
y con
ella mi cuidado.
Pero, ¿a Dios no llaman fuente
de
misericordia? Sí.
¿Qué importa
si para mí
cesa su
dulce corriente?
Pues, ¿en Dios puede cesar
la
misericordia? No.
Porque
a faltar, bien sé yo
que se
había de condenar
la
mayor parte del mundo.
Pues si
en Dios piedad se halla,
fuerza
es el manifestalla.
Pero si
ya en el profundo
estoy, ¿quién me ha de valer?
Mas,
hasta que desasida
esté el
alma de la vida,
¡porfïar hasta vencer!
Es justo. Divino Dios,
o
volvedme a lo que fui
antes
de nacer o aquí
alcance
el perdón de vos.
Salen LAURENCIA y el NIÑO JESÚS, de pobre
LAURENCIA: Si a
Julïán vais buscando,
aquí
Julïán está.
NIÑO:
Desconsolado estará,
mas yo
lo iré consolando.
JULIÁN:
¿Laurencia?
LAURENCIA:
Este Niño hermoso
os busca.
JULIÁN:
¡Rostro divino!
NIÑO: Vengo
agora de camino
en
extremo caluroso,
y
quisiera descansar
en
vuestro hospital.
JULIÁN: Quisiera
que un rico palacio fuera
para
mejor hospedar
vuestra persona; que es cierto
que un
ángel representáis.
¿Qué
tenéis? ¿En qué pensáis?
NIÑO: Un mal
que traigo encubierto
me tiene así.
JULIÁN: Ojos serenos,
decidle, que en mis porfías
olvido desdichas mías
por curar males ajenos.
¿Qué dolor tenéis?
NIÑO: De amor.
JULIÁN: ¿Y amor os hace penar?
NIÑO: Amor
pobre me hace andar
entre
el frío y el calor.
JULIÁN:
¿Tenéis padre?
NIÑO:
Y madre tengo.
JULIÁN: ¿Dónde
sois? Quiero saber.
NIÑO: De la
ciudad del placer.
JULIÁN: Esa es
la que no prevengo
yo
para mí.
NIÑO:
¿Por qué no?
JULIÁN: Porque
Dios, justo y piadoso,
por un
caso riguroso
al infierno
me arrojó.
NIÑO: ¿Al
infierno? Vivo estáis.
JULIÁN: ¿Qué
importa si definido
está el
fin?
NIÑO:
¿Por quién lo ha sido?
JULIÁN: Por Dios.
NIÑO: Vos os engañáis.
JULIÁN: Y mis padres desdichados
por su
mandamiento eterno
padecen
en el infierno.
NIÑO: Esos
miedos son formados
de
la ilusión. ¿Qué diréis
de
vuestro engaño notorio
si agora en el purgatorio
a
vuestros dos padres veis?
JULIÁN: Si
al uno he visto cercado
de
fuego, será imposible.
NIÑO: A mi
poder infalible
nunca
imposible se ha hallado.
Alzad los ojos. Veréis
vuestros padres, Julián,
adonde purgando están
sus
culpas.
Descúbrense arriba en dos cubos pintados de
llamas, puestos de rodillas a LUDOVICO y a ROSAMIRA
JULIÁN: Poder tenéis
para
tanto, Niño hermoso.
No
conoceros fue error.
Vos
sois mi divino autor;
vos
sois mi Dios poderoso.
Cantan arriba
"¿Cuándo será aquel día,
Señor
de tierra y cielo,
que de
este fuego libres
vuestra
vista gocemos?"
NIÑO: Presto
veréis mi gloria,
que hoy
pïadoso pretendo,
en pago
de la muerte
que un
hijo os dio, poneros
por la
gran penitencia
que en
este mundo ha hecho,
en las celestes sillas
que prevenidas tengo.
Julïán, no desmayes;
ten
valeroso pecho.
Dios
soy, y precio más
tener
el nombre excelso
de
amante y de piadoso
que no
de justiciero.
El
traje dejo humilde
y en el
de Dios me quedo
y
delante de ti
subo a
mi sacro asiento,
llevando de camino
a tus
padres contentos;
pues hoy por ti les cumplo
su penoso deseo.
Deja la capilla pobre y queda con tunicela y va
subiendo hasta ponerse entre los cubos y sale el DEMONIO
y los
pobres tras él y VULCANO
VULCANO:
¿Dónde, diablos, va este pobre
tan
aprisa?
DEMONIO:
Ya no es justo
que
sufran mis impaciencias
más
penas de las que sufro.
Arroja la capa [el DEMONIO]
Dios
eterno, ¿qué es aquesto?
No te
espantes si divulgo
por
inciertas tus sentencias,
aunque
te precias de justo.
Tú
bajas del sacro solio,
bordado
de rayos puros
del
sol, y en un hospital
que
edificó un hombre injusto,
un
parricida tirano,
te
hospedas y das seguro
de su
salvación. Tu amor
mucho
vale y puede mucho,
pero
ese divino amor
no en
sujetos como el suyo
has de
emplearle. Tú sabes
si te
ha ofendido en el mundo.
Mejor
quedo pues me toca
también
por maldad que impuso
este
ingrato, pues mató
con el
acero robusto
a sus
padres inocentes
y a
Federico, segundo
hermano del de Ferrara,
por
testimonio que impuso
a su
inocencia. Pues, ¡cómo
de los celestes coluros
bajas para regalarle
y darle
en sus penas gusto?
¿No fuera
mejor mostrar
de tu
justicia el agudo
acero
desenvainado
y
arrojarle a los profundos
donde
su maldad pagase
entre
el vaporoso humo
de resina y alquitrán?
¿Qué es esto, Señor? Ya es mucho
amor el que al hombre
muestras,
y ya es, Señor, sin segundo
el rigor con que me
tratas
en mis penas y disgustos.
NIÑO: Fiero
dragón, enemigo
del
hombre, cuyo amor pudo
desterrarme de los cielos
a los
trabajos del mundo,
si
Julïán me ofendió,
por eso
alcanzó discurso
para
hacer penitencia
pues en ella excedió a muchos.
Ya le
perdono, y por él
el
tiempo a sus padres cumplo
que
habían de estar penando.
Venid a
mi lado, justos,
escogidos de mi padre.
DEMONIO: Venid a
mi lado, injustos,
cuantos
mordaces dragones
sois
tormento del profundo.
NIÑO:
Gozad mi gloria, contentos.
DEMONIO: Gozad
mi tormento oscuro.
NIÑO: Fiestas
os hacen los cielos.
DEMONIO: Llantos
os ofrece y humo.
NIÑO: Los paraninfos os abren
las puertas.
DEMONIO:
Cerrojos duros
suenan. Mi puerta se ha abierto.
NIÑO: Ya entráis en el reino justo.
DEMONIO: Yo
entro en mi reino también,
porque más secuaces juntos
lloren también los agravios
que nos hace el amor tuyo.
Ábrese un infierno, y salen llamas para
entrar el DEMONIO en él.
Suben las almas
y el NIÑO
en su apariencia
VULCANO: Él va
muy bien despachado.
JULIÁN:
Laurencia mía, ¡qué gustos
siente
el alma!
LAURENCIA:
¿No te dije
que era
Dios piadoso?
JULIÁN: Tuvo
misericordia de mí
su
sacro amor.
VULCANO:
Luego al punto
tengo
de quemar la cama
donde
estuvo el perro sucio.
CIEGO: Bien
haréis.
VULCANO:
No sé qué diera
por haberle echado al punto,
entonces, la melecina.
JULIÁN: ¡Ea!,
amigos, todos juntos
hemos
de dar a Dios gracias
de este
bien. Luces al punto
sacad,
y en la iglesia entremos.
LAURENCIA:
Agradecimiento es justo.
VULCANO: Lo que
falta de esta historia
es que
el duque que esto supo
dio renta a aqueste hospital,
y en él acabaron juntos
muy santamente los dos.
Los yerros y faltas que hubo,
perdonen vuesas mercedes;
así libres del astuto
Patillas se vean la hora
que partieren de este
mundo.
FIN DE LA COMEDIA