ACTO PRIMERO
Salen don GONZALO y don SANCHO, riñendo sin
echar mano
SANCHO: ¿No
soy tu hermano mayor,
villano?
GONZALO:
Ni soy villano,
don
Sancho, ni soy menor
sino
sólo en ser tu hermano,
pues es mi razón mayor.
Sola la honra es
nuestra madre
y tú quieres que te cuadre
el ser
caballero honrado.
El
valor nos ha engendrado.
El
valor es nuestro padre.
Y
así preferirme quiero
que
cuanto el valor a ti;
pues,
aunque eres caballero,
de la
honra y valor nací
con ser
el valor primero.
Dos
veces hemos nacido.
Dos
madres nos han parido:
doña Elvira
es la primera
y la
honra es la postrera.
Ilustres las dos han sido.
Mas, desengañarte
quiero;
que si
naciste en el mundo
fue, aunque noble y caballero,
de la segunda el segundo,
de la
primera el primero.
Y
así trátame mejor,
don
Sancho, que si menor
de la
primer madre fui,
de la
segunda nací
primero. Soy el mayor.
SANCHO: Rapaz, hablador sin rienda,
¿luego estoy por ser
primero
sin
honra, valor ni prenda?
GONZALO: No,
pero fuiste el postrero
aunque
primero en hacienda;
que
no porque me ganaste
la mano
en nacer llevaste
el
valor con que me quedo,
que yo,
Sancho, la honra heredo
si tú
la hacienda heredaste.
Nuestro padre es noble y rico
y de su
hacienda y valor
dos
mayorazgos publico:
de la
honra es el mayor,
y de la
hacienda el más chico.
De éstos el uno heredas,
concediéndote que puedas
escoger
por ser mayor.
Luego
yo heredo el valor
pues
con la hacienda te quedas.
SANCHO: Di,
bachiller atrevido,
antes que tú, ¿no he salido?
¿No has
de comer por mi mano?
GONZALO: Trátame
como a tu hermano.
SANCHO: No lo
eres, desconocido.
GONZALO:
¡Vive Dios, si me provocas!
¡Si
hablas, don Sancho, en mi mengua!
Mas
esas palabras locas
haré
arrancando tu lengua...
¡Te
abra esta espada mil bocas!
SANCHO:
Espera, hablador grosero.
Castigaráte mi acero.
GONZALO: Si no
te mata mi mano.
SANCHO: No me
tengo por tu hermano.
GONZALO: Ni lo
estimo ni lo quiero.
Sale don RAMIRO, padre de los dos
RAMIRO: ¿Qué
es esto? ¿Qué enojo vano
incita vuestro
furor,
don
Gonzalo, con tu hermano?
¿Contra
tu hermano mayor?
GONZALO: ¿He de
sufrir que villano
me
llame? ¡No! Que me fundo
aunque
la hacienda perdí
por salir postrero al mundo,
que de
tu valor nací
tan
honrado aunque segundo.
Y no
es justo que mi hermano,
que por
cualquier ocasión,
[de su
nacimiento ufano]
con
razón y sin razón,
me
llame infame y villano.
SANCHO: ¿Qué
te parece el humillo
del
rapaz?
GONZALO:
Trátame bien
--que
ya no puedo sufrillo--
si no
quieres que te de[n]
hoy
sepultura en Trujillo.
RAMIRO:
Loco, ¿a tu hermano mayor...?
¿No
basta que estoy yo aquí?
GONZALO: Pues,
porque yo sea menor,
¿soy de menos valor?
RAMIRO: Sí,
en todo
sois inferior.
Al
mayorazgo, ¿no es llano
que
cualquier menor hermano
tiene
de estarle sujeto
y
tratarle con respeto?
GONZALO: ¡No,
padre, no! ¡Qué eso es vano!
Lo
que al hermano heredero
obedecer sólo es
no
porque nació primero
sino
por el interés
de su hacienda y su dinero.
Y
como no estimo aqueso,
por más
rico le confieso
no por
más noble o mejor
porque
estimo mi valor
más que
el tesoro de Creso.
La
sangre que honra a mi hermano,
ésa
propia me honra a mí.
El
valor que gana, gano.
Tan
noble como él nací.
Como él
soy Altamirano.
Como Altamirano [tiro]
al
valor por quien suspiro;
que es
lo que ennoblece a un hombre.
Altamirano es mi nombre
y, por
aquesto, alto miro.
Y así
el valor me destierra
donde
con hartas ventajas
le
ganaré por la guerra
[contra
los moros alhajas
si ya
de aquí me destierra].
RAMIRO:
Vete, atrevido villano,
a la
guerra. ¿Adónde vas,
pues,
alto? ¡Qué altivo [y] vano!
¡Qué de
tu altivez caerás
aunque
eres Altamirano!
En
la guerra ese furor,
mezclándole
con valor,
honroso
te será allí
y no
despreciando aquí
tu
propio hermano mayor.
Vete
de mi casa, inquieto,
[vete a
conquistar los moros]
pues no quiés vivir sujeto;
que el que hereda mis
tesoros
ha de
guardarme respeto.
Don
Sancho es de mi valor,
de mi
hacienda el sucesor;
y,
pues, me ha de suceder,
le
tienes de obedecer
como a
tu hermano mayor.
O te
vede la [encomienda],
o con
debida humildad
pon en
tu soberbia enmienda;
porque
a quien dejo mi hacienda
le dejo
mi libertad.
GONZALO:
Honra, padre, tu heredero;
que por
no ver mi deshonra,
partirme a la guerra quiero
donde
pienso ganar honra
por mi
brazo y por mi acero.
Que
aunque dejes tu [riqueza]
a don
Sancho que es cabeza
de tu
linaje y estado,
yo voy muy bien heredado,
pues heredo tu
nobleza.
Ésta
es hacienda estimada
y la
que en mis armas pinto,
pues
como tanto me agrada
me
mejora en tercio y quinto
con
darme sólo esta espada.
Que
aunque es yerro en los combates,
cuanto
tú, don Sancho, trates
de tu
hacienda y tu regalo,
la
volverá don Gonzalo
oro de
dos mil quilates.
Goza
de tu hacienda y tierra
y
adiós, riguroso padre,
cuyo
enojo me destierra;
que,
pues la honra es mi madre,
mi
herencia ha de ser la guerra.
RAMIRO:
Hágate el cielo piadoso
en las
armas venturoso,
en las hazañas un sol,
en la lealtad español,
en las
victorias famoso,
y de
suerte te aventaje
de la
honra al dulce vuelo,
que el
moro a tus pies abaje,
y con
apellido nuevo
fundes
un nuevo linaje;
que
si mi enojo importuno
te destierra, sabe Dios
que no
es por odio ninguno,
pero
riñendo los dos
tengo
de perder el uno.
Vase [don GONZALO]
Así,
pues, ninguno os doma.
Éste por remedio toma
mi
amor, Sancho, porque temo
que
seréis Rómulo y Remo
aunque
no es mi hacienda Roma.
SANCHO:
Pierda el amor a la tierra,
señor;
que sus desvaríos
le
darán seso si yerra;
que
otros más soberbios bríos
sabe
dominar la guerra.
Allí
le harán humillarse.
RAMIRO: En
Burgos han de juntarse
los que
ricoshombres son
de
Castilla y de León
donde
parte a coronarse
Alfonso el rey, sexto [agora],
por ser
él el sucesor
de don
Sancho, al que en Zamora
mató Vellido traidor,
y por
quien Castilla [llora].
Tu
hermano va allá, sin duda.
Bien es
que cual padre acuda
a sus
cosas, y así quiero
proveerle de dinero.
Ven,
don Sancho, la ira muda
en
fraterno amor.
SANCHO: Tu gusto
es el mío.
RAMIRO: Ya has tardado
en consolar mi disgusto.
Ricote, aquese crïado
que se
parta a Burgos gusto
para
que busque a tu hermano;
que,
pues va a ser cortesano,
y a ver
este riguroso,
quiero vaya como hijo
y al
fin como Altamirano.
¿Qué
te parece?
SANCHO: Muy bien.
No le
fea yo presente,
y
cuanto tengo le den.
RAMIRO: Ricote,
pues, diligente
le
buscará. Sancho, ven.
Vanse y gritan dentro como que andan cazando
doña BLANCA, SANDO y MENDO, cazadores
SANDO:
Ataja, Mendo, el jabalí cerdoso
primero
que le esconda el bosque espeso.
MENDO: La red
ha roto y huye presuroso
hacia
ti, Sando. ¡Va, suelta el sabueso!
BLANCA: Tira el
venablo, Sando valeroso.
MENDO: Espada
tienes, rompe espalda y hueso;
que si hacia mí su suerte le
encamina,
el
pecho le abrirá mi jabalina.
Hermosa doña Blanca, hacia ti parte.
BLANCA: Morirá
si mi brazo no le yerra.
SANDO: ¡Oh,
bella esposa del famoso Marte,
cosióle
su venablo con la tierra.
Salen todos tres, doña BLANCA con vaquero y
daga en la cinta, y SANDO y MENDO, cazadores
BLANCA: Pásale
el corazón de parte a parte.
MENDO: Deja
estos cerros; parte a la sierra,
casta Dïana, Palas española,
pues
para el moro vil tú bastas sola.
BLANCA: A mi
padre Ricardo le presenta,
pues
por matarle yo, le daré gusto;
que
mientras su calor la siesta asienta,
herida con la luz de sol
augusto,
en esta
sombra dormiré contenta
al son
de aquesta fuente.
SANDO: Todo es
justo
cuanto
pide tu boca soberana.
Selva, guarda el sueño a vuestra Dïana.
Vanse los dos y queda doña BLANCA
BLANCA: ¡Oh,
santa soledad, esposa activa
del
gusto, del descanso y del sosiego,
a ti
las llaves de mi pecho entrego
porque [co]n libertad [en] tu corte
viva!
Hanme dicho que Amor tus gustos priva,
que
acierta a ceñir las armas, aunque ciego,
que
tira flechas de amoroso fuego,
y que a
quien más resiste, más cautiva.
Mientras tuviere ser, tú eres mi dueño.
Sirva
al Amor quien ama en hora buena;
que no
he de desobedecer a quien desdeño.
Con
libertad en esta selva amena
libre del fiero Amor gozaré el sueño;
porque
el amante, aun cuando duerme, pena.
Échase. Salen don
GONZALO, de camino, y
RICOTE, criado
RICOTE: Al
fin, señor, he venido
en tu
seguimiento al trote.
GONZALO: Agora,
amigo Ricote,
tu
lealtad he conocido.
Como
enojado dejé
a mi
padre y a mi gente
y me
partí de repente,
de
llamarte me olvidé.
Y
aunque, cual ves, me partí
solo y
desapercibido,
ninguna
cosa he sentido
sino
caminar sin ti.
RICOTE: Vivas mil años, señor,
por merced tan señalada;
que a fe que no vales
nada
sin mis enredos y humor,
y que me estimes el
gusto,
pues cuando estás estrecho,
mis trazas te dan provecho
y mis disparates gusto.
Juntos nos hemos crïado
desde niños, y me empeño
y te reconozco dueño,
pues tu
pan me ha sustentado.
No
ha de haber quien nos divida
sino la
muerte, señor,
porque
el verdadero amor
es un
juro de por vida.
En
fin, con abrazos ciegos
tu
regalo me encargó
y al despedirme
me dio
una
alforja de consejos:
que
delante la honra lleves,
que
acrecientes tu valor,
y
aunque gruña el acreedor
que
siempre seas el que debes.
Y
eso a mi cargo lo deja,
que no
ha de quedar ropero,
mercader, sastre o platero
que no
tenga de ti queja.
GONZALO: Ya en tus disparates das.
RICOTE: Haré
trampas de mil modos,
y
cuando debas a todos,
serás
el que deberás.
Díjome, al fin, que a tu tierra
no
vuelvas más a sus ojos
si no
lleno de despojos
y
victorias de la guerra.
GONZALO: No
haré, Ricote; que aspiro
a la
honra que me asalta.
Alta
está la fama y alta
mi
suerte y ventura miro;
mas,
dejando esto, ¿no hablaste
a mi
doña Elvira al partirte?
RICOTE: Aqueso
quiero decirte:
de tal
suerte la enojaste
por
no despedirte de ella,
que con
notable rigor
de tu mal
fundado amor
e
inconstancia se querella.
Díjome, que a no ser vano
tu
amor, en esta ocasión
sufrieras la condición
por su
causa de tu hermano.
Mas,
pues que así de su tierra
te has
desterrado, también
al
Argel de su desdén
doña
Elvira te destierra,
que
sirvas al rey Alfonso
como
valiente soldado,
porque
su amor te ha cantado
como
afinado un responso,
y en
fe de que ya tu trato
le
enfada y busca otro amor,
para
olvidarte mejor,
te
vuelve a dar tu retrato.
Vesle aquí.
Dale el retrato
GONZALO: Amigo leal,
gusto
en traerle me has dado;
que es
bien que vaya el traslado
donde
va el original.
Como
lo dejé en mi tierra,
aunque
de vida incapaz,
sintió
quedarse en la paz
partiéndome yo a la guerra.
Y
aun se debió de correr
cuando
vio que me ausentaba,
y en el
poder lo dejaba
de tan
mudable mujer.
Que
me olvide y dé la mano
no es
causa que me acobarde,
que lo
que habré de hacer tarde
más
vale hacerlo temprano.
Venid, retrato sencillo,
libre
del amor doblado
de una
mujer; que aun pintado
no
quiero estar en Trujillo;
que
si en las dulces marañas
del
juvenil gusto y trato
fuisteis de mi amor retrato,
lo
seréis de mis hazañas.
RICOTE:
Pues, ¿dónde hemos de parar?
GONZALO: Ricote,
en Burgos se apresta
el rey
Alfonso gran fiesta
porque
se va a coronar
en
ella su real persona,
por
sucesor de su hermano
que en
el cerco zamorano
perdió
la vida y corona.
Allí, según la razón
se
juntarán brevemente
los ricoshombres y gente
de
Castilla y de León.
Al
fin, la corte encierra
como
mapa el mundo largo
[y allí
pienso buscar cargo]
con que
partirme a la guerra.
No
por mi linaje y nombre,
que
aunque él no merezca amor,
el
propio esfuerzo y valor
es el
que ennoblece a un hombre;
y
tengo esto por tan llano
que
hasta hacer alguna hazaña
famosa,
no sabrá España
que me
llamo Altamirano;
porque para que te asombre
lo que
me ves intentar,
desde aquí me has de llamar
el Caballero Sin Nombre.
RICOTE:
Mientras no falta el dinero,
no
habrá, señor, que te iguale;
que lo
que el dinero vale
eso
vale un caballero;
mas
si la pobreza tosca
a tu
faltriquera llama,
ni
tendrá nombre ni fama
porque
no hay nombre sin mosca.
Haz
tú como caballero
que no
te falte el honor;
que yo haré trampas, señor,
como no falte el dinero.
Pero, escúchate, que he visto
allí
una persona echada.
GONZALO: Espera.
RICOTE:
Tienta la espada.
¡Mujer
es, por Jesucristo!
GONZALO: ¡Qué
hermoso rostro, Ricote!
RICOTE: ¿No
escuchan? ¡Qué remilgado
que lo
dice! ¿Hate picado
del
dios machín el virote?
GONZALO: No
sé.
RICOTE:
Vestida viene de caza,
y hame
parecido bien;
que por
casarte Cupido
te ha
puesto aquesta añagaza.
GONZALO: No
hay quien su poder resista.
Venga y coja mis despojos.
RICOTE: ¿Qué
hiciera abiertos los ojos
pues
que te vence sin vista?
Pero
quizá a estar despierta
no te
hiciera suspender.
GONZALO: ¿Por
qué?
RICOTE:
Porque puede ser
esta
niña vieja o tuerta.
Gritan dentro
VOZ 1: ¡Guarda el oso que furioso
le
derriba al colmenar!
VOZ 2:
¡Silvio, acógete al pinar!
VOZ 1: [¡Baja
al valle!] ¡Guarda el oso!
Sale el oso
RICOTE: ¿Oso
hay por aquí? ¡Malo!
GONZALO: ¿Qué
temes? ¿Qué hay que te asombre?
RICOTE: ¡Una
bestia que no es hombre!
¿Quién
no teme, don Gonzalo?
Hele aquí, por Dios, no aguardes.
GONZALO: Saca la
espada, lebrel.
Echa mano
RICOTE: [........................
-el].
El huír
no es de cobardes.
Vase
GONZALO:
Huye, que yo basto y sobro
para
tan chica conquista;
que
tengo un sol a la vista
con
cuya luz valor cobro.
Adórola por mi dueño
y así
quiero castigar
a quien
pretende inquietar
su
hermoso descanso y sueño.
Solo, tu sueño defiendo,
Dafne cazadora
y casta,
que
para mí sólo basta
el
verlo aunque esté durmiendo.
Durmiendo harás que se asombre
el oso
más temeroso;
que
mejor rendirá un oso
quien durmiendo rinde un hombre.
Ya
la luz de tu belleza
le hace
huír y retirar;
mas
aunque huya, ha de quedar
a tus plantas su cabeza.
Tras él iré aunque sin
mí;
aunque
de parte es mi muerte
que
temo que he de perderte
en
partiéndome de aquí.
Mas
en este breve rato
que de
tu vista me alejo
despertaréis; que --¡ay!-- os dejo
el alma
en este retrato,.
Él
te dirá quién yo soy;
que pues el alma te he dado.
Yo sólo seré el pintado
pues
sin alma y vida voy.
Vase [GONZALO tras
el oso] y déjale el
retrato en las faldas, y despierta doña BLANCA
BLANCA:
Extrañamente he dormido
y
extraños sueños han sido
cuidados a mi cuidado,
desvelos a mi sentido.
Soñaba que amor airado
por
burlarme de su fuego,
salió
verdad y el sosiego
durmiendo me había robado
y
que, con una pintura
sin
dueño, en el corazón
tomaba
la posesión
su
llama y mi desventura.
Despertóme el alboroto
tocando
el alma a rebato;
mas,
--¡ay!-- que éste es el retrato
que el
pecho y alma me ha roto.
¿Cuyo, Amor rapaz, pequeño?
No diré
en esta ocasión
que los
sueños sueños son
porque
este sueño no es sueño.
¡Qué
hermoso talle! ¡Qué rostro!
¡Válgame Dios! ¿Quién dejó
para
que muriese yo
en mi
poder este rostro?
¿Pintóte acaso mi sueño,
agradable y dulce tabla?
¿Quién
eres? ¿Dónde vas? Habla.
¿Cómo se
llama tu dueño?
¿Dónde está el original
de
quien eres el traslado?
Que
quien aquí te ha dejado
contigo
se hallaba mal,
no
sin causa, en un desierto.
¿Quién te trajo o te dejó?
Pero,
¿qué pregunto yo
si en
un instante me has muerto?
Temo
en mirarle. Recelo,
adoro,
quiero, ¡ay de mí!
¿Quién
fue el que te trujo aquí?
¿Llueve retratos el cielo?
Pero
si con testimonio
de que
del cielo caíste,
belleza
de ángel trujiste
pero
fuego del demonio.
Lástima, Amor, de mí ten.
Dime a quién amo siquiera;
pues
soy la mujer primera
que amó
sin saber a quién.
Salen RICARDO, viejo, MENDO y SANDO, cazadores
RICARDO: Del
rey Alfonso es hermana.
MENDO:
¿Qué? ¿No es hija suya?
RICARDO: No.
Don
Fernando la engendró
en una
hermosa bretaña
y el
rey, su hermano, me escribe
que se
la lleve a la corte.
SANDO: No habrá
quien su gusto acorte
si
aquesas nuevas recibe.
Oye;
que despierta está.
MENDO: Y de
suerte divertida
que no
vio nuestra venida.
RICARDO: El
corazón le dirá,
para
que el gusto reporte,
que
trocará ya de espacio,
el
verse allá en el palacio
y la
caza por la corte.
SANDO: No
sé qué en la mano mira;
que con
la vista elevada
está,
señor, transportada.
RICARDO: A esta
parte te retira;
que
entre esta zarza escondido
quiero
ver qué novedad
entristece su beldad
y
suspende su sentido.
[Escóndense]
BLANCA: ¿No
estaba durmiendo yo
libre
del Amor ingrato?
Pues,
¿quién, tirano retrato,
en mis faldas te dejó?
Mas por quitarme la
vida
viniste, esto es cosa cierta,
y por temerme despierta
me
acometiste dormida.
Mas
aunque presa en tus lazos
hoy mi
libertad rendiste,
pues a
matarme viniste
te
tengo de hacer pedazos.
Toma una piedra
Con
aquesta muda piedra
hoy a
deshacerte acudo,
castigaréte por mudo
que
quien no habla no medra.
Pues
que en tu vista me abraso,
el
fuego es bien que así apague,
¡quien
tal hace que tal pague!
Quiere darle
Mas
--¡ay!-- que yo lo paso
y
ese mi enojo y rigor
y el
brazo y piedra retiro;
que
sacaré más si tiro:
tú la
herida y yo el dolor.
¡Has
de pagarme tributo!
No es
bien maltratarte así;
que si
piedras siembro en ti,
de
piedras cogeré el fruto.
Ya el
alma te ha retratado;
que
eres Campaspe de Apeles.
Amor
puso los pinceles,
el
pecho la tabla ha dado.
Pues
que de paz te recibo,
haya
paz; que es desconcierto
romper un retrato muerto
que ya
está en el alma vivo.
Métele en el pecho. [Salen los tres]
RICARDO: Mala
caza es ésta, Mendo.
No es
de Dïana ese trato.
¡Doña
Blanca con retrato
y
extremos de loca haciendo!
MENDO:
Aquí, Sando, hay algún dolo,
ésta es
la Dafne crüel;
mas por
no verse laurel
querrá
ser dama de Apolo.
RICARDO:
Ahora bien, decirla quiero
de su
prosapia el valor
porque
se resfríe su amor
a los
principios primero
que
posesión venga a darle
en el
alma a donde ha entrado;
porque el
amor arriesgado
no hay
fuerzas para arrancarle.
Hija, de las sombras echada
entre las flores y yerba,
cuando la medrosa cierva
paciendo está descuidada,
¿de cuándo acá perezosa?
Blanca,
¿la caza te cansa
y a la
sombra fresca y mansa
duermes
segura y ociosa?
Huye
del sitio florido
pues tu
ejercicio es mejor;
que debajo de la flor
está el
áspid escondido.
Mas
si te hubiese picado
alguno,
el pecho dormida,
cuya
ponzoñosa herida
te
hubiese así transformado,
el
pecho te he de mirar.
Enseña;
que la experiencia
de
ensalmos me ha dado ciencia
con que
te pueda curar.
BLANCA:
Pues, ¿por descansar un rato
está la
caza ofendida?
RICARDO: Sí, que ya he visto la herida,
doña
Blanca, y el retrato.
Sácale el retrato del pecho
No
en balde a dormir te trajo
a la
sombra, campo y flor,
que es
amigo de ocio Amor
y enemigo del trabajo.
Un
retrato te embaraza
el alma
y la voluntad.
¿La
caza no es castidad?
Di,
¿por qué dejas la caza?
Mas,
pues al Amor ingrato,
hija,
tan rendida estás,
Venus
en Chipre serás
y
Adonis en el retrato.
Deja
esa vana afición
y si el
amor te acongoja,
¡arroja
el retrato, arroja!
Haz
cuenta que es Acteón
y
que castigas los yerros
de su
amor loco y protervo;
porque
convertido en ciervo
le
despedacen tus perros.
¿Qué
es de su original
de
aquese retrato? Dí.
BLANCA: No
temas, señor, que aquí
después
que un sueño mortal
me
tuvo afligida un rato,
lo
hallé en mi regazo solo.
No
juzguéis que en mí haya dolo,
ni que el dueño del retrato
le
conozco ni he deshecho
la
deshonra que tú me has dado.
RICARDO: Retrato
tan bien guardado
que le
escondas en el pecho,
[................. -ego].
¡No,
Blanca, no puede ser!
¿Cómo
no te ha de encender
si
traes en el pecho fuego?
Si
en él tu fe no idolatra,
arrójale en testimonio
de
aunque él sea Marco Antonio,
tú no
quieras ser Cleopatra.
En
la bella Ingalaterra,
la Gran
Bretaña primero
cuyas
antiguas hazañas
viven a
pesar del tiempo,
tuvo tu
abuelo infelice
patria,
honra, hacienda, esfuerzo;
mas
faltóle la ventura
sin la
cual es todo viento.
Su
antigua estirpe y linaje
fue del
ilustre Roberto,
capitán
del [rey] Artús,
rey de
Bretaña supremo.
El gran
Jacobo de Escocia
dio a
Mengarda en casamiento,
hermana
suya tan bella
que fue
Adonis y Venus.
Rico, pues,
tu abuelo ilustre
con tal
esposa y contento
gozaba
su alegre estado
a quien
duró poco tiempo.
Fue,
pues, el caso que el rey
de
Ingalaterra, Guillermo,
se enamoró
de Mengarda,
y
buscando a su amor medios,
servíala, ya con promesas,
ya con
presentes, con ruegos,
con
amenazas, con cartas,
con
mensajes, con terceros;
mas saliendo
todo en vano
y
arreciando más el fuego,
hizo
fácil su imposible
que no
hay imposible a un cetro.
Fue así
que envió a llamar,
a media
noche, fingiendo
que
para grandes negocios
le
importaba su consejo.
Vino
descuidado y solo.
Metióle
en el aposento
donde a
la reina su esposa
dejó
segura, durmiendo.
Estaba
oscura la sala
por
orden del rey, diciendo
que
importaba que guardase
sin luz
aquel aposento.
[Quedó]
ignorando que allí
la
reina durmiese, y cierto
que el rey
allí le dejaba
para
algún caso de peso.
Oyó a
deshora que el rey,
con
alboroto y estruendo,
"Matad al traidor," decía,
"que mancha mi honor y cetro."
Aquel adúltero
crüel
cuyo
hollar, con paso presto,
a la
luz, voces y grita
salió
desnudo el acero.
Y
apenas los de la guarda
de
aquesta suerte le vieron
cuando...
BLANCA:
¿Matáronle?
RICARDO: Al punto.
Quedó
allí pedazos hecho.
Prendió
a la reina inocente
el rey.
BLANCA:
¡Lastimoso exceso!
RICARDO: Y sin admitir descargos,
lágrimas, conjuros, ruegos,
él mismo le dio
garrote
siendo
cordel el cabello.
De tan
grande desventura
murió
al fin.
BLANCA:
¡Tirano fiero!
RICARDO: Este
golpe de Fortuna,
aunque
de tropel vinieron,
no
pudieron derribar
de
Mengarda el casto pecho.
Viendo
que del rey lascivo
los
infames pensamientos
tiraban
a su deshonra,
menospreció el casamiento
que
Guillermo le ofrecía
con la
corona y el cetro.
Huyendo
se vino a España
cual la
viuda de Siqueo.
Vino tu
abuela preñada
de tu
madre y parió luego
que a
España llegó un retrato
de un
ángel hermoso y bello.
Dióle
por nombre Garciunda
después
que el bautismo excelso
le dio
la gracia excelente
del
primero sacramento.
Fuése a los pies de Bermudo,
el rey de León,
pequeño
en
estado aunque en valor
tan
grande que llegó al cielo.
Contóle
su historia triste
y sus
trabajos sintiendo,
le hizo
merced de estos valles
y
señora de estos cerros.
Quedó
tu madre Garciunda
en mi tutela
y gobierno,
y
criéla aunque serrano,
doña
Blanca, como viejo.
Su
ejercicio era la caza
diversas veces midiendo
los montes que el Betis ciñe
con las flechas de los ciervos.
Encontróla el rey
perdida,
que
habiendo un venado muerto,
las
perlas de su sudor
depositaba en un lienzo.
Dióle
cuenta de su amor
con los
ojos lenguas hechos,
que son
las puertas del alma
y
plumas del pensamiento.
Supe
que era el rey y supo
lo que
era amor, pero luego
que su
gentileza vio,
su
libertad rindió al cuello.
Los robles fueron testigos
de sus amorosos yerros;
aunque yerros por amores,
y con
un rey pesan menos.
Dióme
aparte larga cuenta
de su
amoroso suceso,
y
encargóme su regalo
mil
mercedes prometiendo.
Fuése. Al fin llegó del
parto
el
tanto temido tiempo,
y
cuando saliste al mundo,
salió de
él tu madre al cielo.
Murió
de parto y dejóme
de
llanto y tristeza lleno
el
cargo de tu crïanza,
y de tu
hacienda el gobierno.
Avisé
al rey de su muerte,
al cual
hallé tan enfermo
que ya
en el último trance
daba a sus hijos sus reinos.
[A] Alfonso, rey de
Aragón,
apartándole en secreto,
tu
crïanza le encargó
debajo
de juramento;
mas no
pudo el rey Alfonso
cumplir
con su mandamiento
por
estorbarlo don Sancho,
rey de
Castilla soberbio.
Sucedió, pues, que a don Sancho
en el
zamorano cerco
dio
muerte Vellido Dolfos,
y no
habiendo otro heredero
volvióse Alfonso a Castilla.
Y agora
en Burgos ha hecho
que se
junten cortes reales
de todo
su estado y reino.
Acordóse que su padre
le
encomendó que tu aumento
y tu
honra procurase,
y
envïándome este pliego
me
manda llevarte a Burgos
a donde
sus caballeros
y
grandes se juntan todos
y
querrá con uno de ellos,
el más
famoso, casarte;
éste
es, Blanca, tu suceso.
Por
madre vienes de reyes,
tu
padre fue rey supremo,
mira
pues si es justa cosa
que el
valor que heredas de ellos
te le
manche ese retrato.
Levanta
los pensamientos
hasta
Burgos, doña Blanca,
que allí
te guardan los cielos
un
esposo cuyos ojos
hagan
tu renombre eterno.
BLANCA:
Extraña historia me tenías guardada,
Ricardo
amigo, a quien por padre tuve,
y extrañamente me has dejado
alegre
aunque en parte me has
dejado triste,
con la
tragedia que Fortuna hizo
con mis
abuelos y de mi muerta madre.
¿Al fin
que soy del magno Fernando hija?
RICARDO: Y del
famoso Alfonso eres hermana.
BLANCA: (Adiós, árboles, selvas, bosques,
ríos, Aparte
arroyos, prados, cerros, valles,
montes;
adiós, caza querida, que
me fuerzan
a que
vuestra quietud y gusto trueque
por el desasosiego de la corte;
adiós,
retrato, que si aquí te dejo
es por
cumplir con tus perseguidores,
y
porque llevo el vivo acá en el alma.
Del
alta rama de este roble duro
quiero colgarte no por la dureza
que en mí has hallado, pues de cera
he sido,
sino para que quedes por
trofeo
de mi
primero amor y porque digas
a su
original y luz si la tienes
que a Burgos parte quien con él se
queda).
RICARDO: ¿Qué
haces, doña Blanca?
BLANCA: Doy, Ricardo,
satisfacción a tus paternas quejas,
y a mi
extendida libertad venganza,
y a esta imagen ejemplar castigo.
RICARDO: Eres
Fénix
en discreción como en belleza.
Vamos,
y prevendremos el camino
para
Burgos que si serrana has sido
ya de hoy más serás hija
cortesana.
BLANCA:
Vamos. (¡Ay, bella imagen de mi
vida, Aparte
siendo
tu dueño el rey de mi esperanza,
en la
corte de Amor me verá alegre,
y
aquesta soledad mi corte fuera
si a tu
vista pagara mi alma parte
porque
a donde está el rey está la corte.
Vanse y sale con GONZALO con la cabeza del oso
GONZALO:
Aunque corté la cabeza
de este
animal atrevido,
una
hora ha que ando perdido
por
esta inculta maleza.
Salud
de aquella belleza,
corte
de mi pensamiento,
era el
sol de mi contento
que
durmiendo me alumbró.
¿qué
mucho si el sol faltó
que
como ciego ando a tiento?
Pero, ¿cúya es esta sombra?
¿No
sirvió a mi bien de cama?
Su
pabellón fue esta rama
y esta
yerba fue su alfombra.
Pues
quien mi esperanza asombra
¿adónde
fue? ¿Quién me ha hurtado
el
tesoro que había hallado?
¿Durmiendo no quedó aquí?
Mas yo
he sido el que dormí
y el
tesoro fue el soñado.
Árboles, que de mi esperanza,
mi bien
durmiendo quedó.
¿Dónde
está quién os le hurtó?
¿Qué es
de vuestra confïanza?
Partióse; mas la venganza...
¡Qué os
despedaza y despoja!
Con
justa razón se enoja;
pues
bien pudiérades ser
Argos
hoy de una mujer
poniendo un ojo [en] cada hoja.
Pues
la perdisteis de vista,
a
desnudaros acudo,
Derriba con la espada las ramas
que
quien me dejó desnudo
no es
bien que de hojas se vista.
No hay
roble que me resista
cuando
de vengarme trato;
pero
--¡cielos!-- ¿Mi retrato
no es
éste? ¿Quién le colgó
de este
roble? ¿En qué pecó
para
darle tan mal trato?
Venid acá, mi traslado,
¿por qué delito o malicia
os
ahorca la justicia?
¿En qué
hurto os han hallado?
Pero de
haberos dejado
aquí,
juzgó el juez ingrato,
sin
duda por desacato,
pues a
tal rigor le obliga
quien
la estatua me castiga
ahorcándome el retrato.
Harto caro os ha costado
mi
amorosa pretensión;
pues estáis como Absalón
de los cabellos colgado.
Nació para el desdichado
la
horca, dice el refrán.
Como a
tal, colgado os han.
Privar
como Amán quisisteis,
la
ambición de Abnor tuvisteis,
y el castigo como Amán.
Descuelga el retrato y guárdalo en el pecho.
Sale RICOTE con la espada desnuda, dando voces
RICOTE:
¡Muera el oso, aparte, muera!
¡Afuera, que estoy furioso!
GONZALO:
¡Borracho! ¿Qué fiera u oso?
RICOTE: El que
te acometió era.
[Yo
quiero matarle agora].
¡Muera!
Y vámonos, que es tarde.
GONZALO: Pues,
baste huyendo, cobarde.
Yo, ha
que le maté una hora.
¿Y
agora sales con eso?
RICOTE: ¿Murió
ya?
GONZALO:
Ya le maté.
RICOTE: La
cólera me dejé
en
Trujillo.
GONZALO:
Y aun el seso.
RICOTE: Por
esa ocasión huí
hasta volverla a cobrar.
Cobréla
y vengo a matar
agora
el oso. Mas, dí,
¿qué
es de la ninfa dormida?
GONZALO: ¡Ay,
Ricote amigo, huyó!
RICOTE: ¿Y no
sabes dónde?
GONZALO: No,
aunque
la sig[o. Descuida].
RICOTE: Este
monte está encantado.
Vamos a Burgos, señor.
Id a ver. Deja el amor;
que eres en él desdichado.
Las armas dan calidad;
mas el amor honra poco.
¡Alto, a la guerra!
GONZALO: Eres loco,
y así dices la verdad.
Vamos, que astuto te
llamo,
pues del
amoroso golfo
me
sacas cual otro Astolfo;
mas,
¿cómo saldré si amo
sin
poder saber quién es?
¿Quién
durmiendo me ha vencido?
RICOTE: En
aqueste monte ha sido
el conde
Martín Velés.
FIN DEL PRIMER ACTO