ACTO SEGUNDO
Salen el
REY don Alfonso y don DIEGO
Ordóñez
DIEGO:
Desterraste al Cid, señor,
y todos
por varios modos,
maldiciendo tu furor,
se van con él.
REY: ¡Vayan todos!
Que
solo quedo mejor.
Dejadlos; que su arrogancia
y mi
enojo les destierra,
que no
será de importancia.
Haciendo a los moros guerra
hallan
en ella ganancia.
Allí
pueden dar señal
de su
inquieto natural
con
belicosos efetos;
que
entre vasallos inquïetos
peligra
el respeto real,
y
cuando nadie quedara
sino
vos, bastante es
don
Diego Ordóñez de Lara
para un
rey.
DIEGO:
Beso tus pies.
REY: Vuestra
nobleza es bien clara.
Sale don GONZALO acuchillándose con el
CAPITÁN de la guarda y otros
GONZALO: No
hacéis, cobardes, si es cierto
que
vengando vuestra mengua
tenéis
manos como lengua.
CAPITÁN: ¡Válgame Dios, que me ha muerto!
Cae muerto a los pies del REY
GONZALO: Vos
érades el valiente.
Sí, mas
sólo en la apariencia.
REY: ¿Espada
en mi presencia?
¡Aquí
de mi guarda, gente!
¡El capitán de la guarda
muerto
delante de mí!
¡Ah, de
mi guarda, acudí!
¿Qué
temor os acobarda?
¡Prended aquese traidor!
GUARDA 1: Rinde
las armas.
GONZALO:
¿A quién?
GUARDA 2: A
nosotros.
GONZALO:
¡Harto bien!
Llegad
si os deja el temor.
Sólo
reconoce al rey
el filo
de esta cuchilla;
que es quien
mi servicio humilla
como la
coyunda el buey.
A
sólo el rey la he de dar;
quitaos viles lisonjeros;
que quien arma caballeros
bien los puede desarmar.
A esos reales pies la arrojo.
Castiga
mi honrada furia
si el
dar venganza a mi injuria
te
causa, señor, enojo.
REY:
¿Quién eres?
GONZALO: No más de un hombre
que, saliendo de su tierra,
vino a
servir a la guerra.
REY: ¿Cuál
es tu nombre?
GONZALO: El Sin Nombre.
REY: ¿Y
el nombre propio?
GONZALO: No intento
decirlo, con tu licencia,
que si
quiere tu inclemencia
castigar mi atrevimiento,
y
porque maté ese hombre
manda
hacerme algún ultraje,
por no
afrentar mi linaje
no
quiero decir mi nombre.
REY: ¿Por
qué, siendo prohibido,
a
aqueste lugar entraste
y a mi
capitán mataste
aquí?
GONZALO:
Por descomedido.
Quiso intentar mi deshonra,
pero
nadie la intentó
sin
pagar como él pagó;
que
aunque sin nombre, tengo honra.
REY: ¿En
qué te quiso agraviar?
GONZALO: En que
pidiendo licencia
para entrar en tu presencia
y tus
reales pies besar
no
sólo me la negó
sino
que viendo la instancia
que
tuve, con arrogancia
la mano
para mí alzó.
Darme intentó un bofetón
mas di
al intento importuno
tal
pago que fue todo uno
el
morir y su intención.
REY: Y tú
también morirás
y tu
loco atrevimiento
será en
mi corte escarmiento
con que
teman los demás.
Lastímome de tu suerte
que te
he cobrado afición,
pero no
hallo razón
con que
librarte de muerte.
No
en vano fue establecida
la ley,
pues es caso llano
que al
que en palacio echa mano
pierda
por ella la vida.
Y no
sólo mano echaste
sino en
presencia del rey,
menospreciando
la ley,
a su
capitán mataste.
Y
agrava más el delito
el ser
hecho en ocasión
que de
mi coronación
se
alegra aqueste distrito;
que
temo, y con fundamento,
pues
que con sangre has manchado
la
corona que me han dado,
mi fin
ha de ser sangriento.
Con
todo aqueso, no sé
lo que
miro en tu persona
que me
vence y aficiona.
Lástima
te tengo a fe.
Librarte el alma codicia
pero
siéntome acusar
que
cuando empiezo a reinar
no
empiezo a guardar justicia.
Darte
castigo es mejor;
muere,
amigo, y ten paciencia,
que a
veces es la clemencia
más
dañosa que el rigor.
Pero
por no aguar la fiesta
no
quiero que mueras hoy.
Prendedle.
GONZALO:
La vida doy
por la
honra que me cuesta.
REY:
Llevad a aquese difunto
cuya
funesta memoria
el
descontento y la gloria
del reinar
ha puesto junto.
[Llévanle preso a GONZALO]. Llevan el
cuerpo del difunto y sale un PAJE y luego un MORO
PAJE: Un
moro quiere, gran señor, hablarte
de
parte de Jarife, rey de Mérida.
REY: Déjale
entrar.
MORO:
Alá guarde tu vida,
aquésta
me mandó dar en tu mano
el rey de Badajoz, Baabdalí.
REY:
Muestra.
Sale RICOTE
RICOTE: (Entre
la trulla que conduce el moro Aparte
yo
vengo; que me han dicho que mi dueño
está en
palacio condenado a muerte.
De él
pienso he de sacar alguna traza
con que
librarle de esta desventura).
REY: Mirad,
don Diego, lo que el rey me escribe.
Lee
DIEGO: "Hazén Jarife Baabdalí, rey de
Mérida
y Badajoz, a Alfonso, de
este nombre rey de
Castilla y de León: Sabed, pues,
famoso
rey, después de darte el parabién
de
los reinos que tan justamente heredas y mereces, y
ofrecerme con perpetuas
paces por tu amigo,
te
suplico no permitas dar amparo en tus reinos
al
Infante Suleimán, mi hijo; que
queriéndole imposibilitar de la sucesión
de
mis estados, por ser el menor de tres
que tengo, me ha
intentado dar la muerte con una conjuración,
que Alá
ha descubierto, y con haber castigado
los
cómplices, sino es en él, que es la cabeza
por
haberse ido, a lo que me dicen, a favorecer-
se de
ti. Entrégamele preso y pagaréte
tributo
cada año y si no, desde aquí te publico
la
guerra y prometo de ir antes de un mes a
cercar a
Trujillo, que parte raya con mis
reinos. Creo
no
despreciarás el tenerme por tributario.
Alá
guarde tu vida. De Badajoz a de junio del año
[ ... ] según cuenta de los alarbes de y
según la vuestra de los cristianos de
[....].
Hazén
Jarife Baabdalí
REY: Dile a
tu rey que estimo como es justo
la
amistad y tributo que me ofrece,
que
siento como propios sus trabajos,
y que
si viene Suleimán, su hijo
a
ampararse de mí, haré que mire
lo que
a su padre y [su] señor [se] debe,
negándole
el socorro, gente y armas
que
teme le han de despojar el reino;
mas que
prenderle y entregarle luego
a su
rigor y cólera no es justo
lo haga
un rey en cuyo amparo pone
un
príncipe su vida. Que yo espero
sosegarle de suerte que le pida
el
debido perdón de su delito,
y que
pienso en la guerra que amenaza
vencer
escuadras y banderas moras.
Aquesto
le dirás por mi respuesta.
MORO: Harélo
así. Mahoma sea en tu guarda.
RICOTE: (Este
moro ha de ser motivo y causa Aparte
de que
mi industria libre a don Gonzalo).
Sale RICARDO, de camino
RICARDO: Da los
pies, gran señor, a tu crïado,
ayo de
doña Blanca, hermana tuya,
que
como mandas vine yo a servirte
y a
traerte la infanta que entre peñas
me tuvo
por su padre tiempos muchos.
REY: ¡Oh, mi Ricardo, alzad pues! Y mi hermana,
¿dónde
queda?
RICARDO:
Media legua sola,
que
quisiera volar con sus deseos
a darte
el parabién del nuevo reino.
REY: Alto, pues,
castellanos y leoneses.
Salid a
recibir a doña Blanca;
salidla
a recibir; que desde el muro
de mi
alcázar veré su hermosa entrada,
y
tendré por agüero felicísimo
su
venida si estaba temorosa
por ver
a mis pies muerto el de mi guarda.
DIEGO: Vamos.
RICARDO:
Vamos [todos, que ella nos aguarda].
Vanse todos menos RICOTE
RICOTE: Bravas
quimeras tengo imaginadas
después
que aqueste moro a Burgos vino.
Yo
libraré a mi amo de la cárcel.
Váyase
el moro agora, que me importa.
A
consolar quiero ir a don Gonzalo;
que
tendrá ya tragada la escalera;
mas yo le libraré. Que yo sé el modo;
que soy Ulises griego y no Ricote.
Vase. Sale don
GONZALO, preso
GONZALO: ¿Qué
importa que la bala disparada
sobrepuje a las nubes con su vuelo
si, al
caer[se] con más golpe en el suelo,
la he
de postrar su indignación pesada?
¿Qué
importa que la nave ya engolfada
en la
borrasca con mortal recelo
amaine,
arroje al mar y pida al cielo,
si al
fin está a las olas condenada?
¿Qué
importa, pues, que mi ánimo engañado
me
prometa el valor en que me fundo,
si al
fin me ha puesto en este triste estado?
¿Qué
importa que por honra salga al mundo
si todo
le persigue al desdichado
y yo soy en desdichas sin segundo?
Sale RICOTE
RICOTE: ¡Muy
buen lance hemos [dado]
en
salir de nuestra tierra!
¡Bien podemos por la guerra
fundar
linaje y estado!
Aquí
estás, gracias a Cristo.
En esto
había de parar.
Tus colores y el lugar
donde has de morir he visto.
En medio la plaza llana
te
tienen la horca puesta,
y el
rey sólo por su fiesta
te da
vida hasta mañana.
¡Muy
bien te ha honrado Castilla!
¡Muy bien
has vencido al moro!
Ya,
señor, tu muerte lloro.
¿No
escuchas la campanilla?
Pues, no es aquella voz vana
que
dice, porque te asombre,
"Den, por Dios, para un hombre
que han de ajusticiar mañana."
¿Qué
hemos de hacer, don Gonzalo?
GONZALO: Sufrir
la muerte. No llores.
RICOTE: Sin bubas tendrás sudores.
Mañana tomas el palo.
Estabas de seso falto
cuando
mataste aquel hombre.
¿Altamirano es tu nombre?
Mañana
te pondrán alto.
GONZALO: No
en vano, Ricote amigo,
cual
ves, mi nombre encubrí,
pues,
muerto, mi nombre aquí
no
tendrá ningún testigo.
Ni
podrá el tiempo tirano,
ya que
con muerte me infama,
afrentar jamás la fama
ni el
nombre de Altamirano.
Sólo
afrenta el hado un hombre
que
gusta de padecer
esta
muerte por tener
por
nombre el que está Sin Nombre.
Venga el verdugo y cuchillo
que en
defensa de un agravio
doy mi
enojo por muy sabio.
Vete,
Ricote, a Trujillo,
y di
que aunque de mi tierra
saliste
para buscarme
que ha
sido imposible hallarme
que me
habré muerto en la guerra.
Mas, pues que te has de ir intento,
porque en algo me
despenes,
heredes
mis pocos bienes;
breve
será el testamento.
Esta
cadena te doy
y en
cada eslabón quisiera
que un
sol engastado fuera.
Desterrado y preso estoy.
Mal
con prisiones y pena
te
pago, yo lo confieso;
mas,
¿qué puede dar un preso
sino
grillo y cadena?
No
ha querido el cielo ingrato
darme
más que darte pueda.
Sólo el
retrato me queda.
Toma
también mi retrato
porque persuadido estoy
de que
el verle en mi poder
señal
que le pueda ser
jamás
de saber quién soy.
Toma, que en él hallarás
de
desdichas un abismo;
que
pues me doy a mí mismo
no
tengo que darte más.
Mas, déjale, que aun pintado
debo
ser al mundo odioso
y nunca
serás dichoso
si vas
con un desdichado.
Sácale fuera de aquí
y
rásgale, que me fundo
en que no quede en el mundo
memoria
alguna de mí.
Dame
un abrazo y adiós.
RICOTE: ¿Adiós
dices de esa suerte?
¿Luego
ha de poder la muerte
dividirnos a los dos?
No
tiene vida Ricote
pues la
vida te dará,
¡vive
Dios!, o perderá
la
lengua por el cogote.
Guarda allá tus eslabones,
que
aunque tu largueza alabo,
sin
cadena soy tu esclavo,
mi amor
sirve de prisiones.
¿Yo
dejarte por Trujillo?
¿Eso
habías de pensar?
Piensa
que te he de librar
y toma
tu cabestrillo;
que
a la lealtad que te muestro
tiene
el oro por [nuestra],
que de
mí doy grande muestra
pues
desprecio este cabestro,
que
sólo aqueste traslado
por
verte siempre recibo,
pues basta estar preso vivo
sin que
estés preso pintado,
y
esa cara macilenta,
sin
miedo, al cielo levanta.
GONZALO: La
muerte no es quien me espanta.
RICOTE: Pues,
¿quién te espanta?
GONZALO: La afrenta.
RICOTE:
Pues, ésa no te alborote;
que con
la vida te [brindo].
GONZALO:
¿Qué? ¿Has de librarme?
RICOTE: ¡Qué
lindo!
Mal conoces a Ricote.
Vanse. Salen el
REY don Alfonso y doña
BLANCA, de camino, don DIEGO, RICARDO y otros
REY: Dos
fiestas hacen cumplidas
el
reino en esta ocasión;
que
son, hermana querida,
mi alegre coronación
y
vuestra alegre venida.
Y
con ser aquesto así,
no sé,
doña Blanca, aquí
cuál es
mayor de los dos;
del
veros venir a vos
o el ver coronarme a mí.
Pero
mayor gusto siento
en
vuestra vista, pues ella
hace
cierto el pensamiento
que
sois, doña Blanca bella,
el
blanco de mi contento.
BLANCA: Llenan la vista y caudal
de su
valor liberal
los
reyes como tu alteza
el día
que en su cabeza
ponen
corona real.
Hoy
quisiste coronarte
y así no es mucho que heredes
la largueza que ha de
honrarte
y que
en día de mercedes
me
quepa tan grande parte.
El
de la mano horadada
te
llaman porque rasgada
de hacer
mercedes quedó,
pero en
ser tu hermana yo
quedó
la mejor librada.
Esto
me sobra, señor,
no
quieras con mano franca
hacerme
tanto favor,
que soy
Blanca y una blanca
es de
pequeño valor.
REY: Sois
hija del rey Fernando
mi
padre y señor, y cuando
más de
aquesto no os sublime,
es
razón de que os estime
quien os
estaba esperando.
Fuera que vuestra persona
por mí
mismo, en confïanza,
y de
tal suerte os abona,
que
valéis aunque sois Blanca
más que
toda mi corona.
Mi
padre, cuando murió,
vuestra
honra me encargó,
y así casándoos colijo
dar muestras que buen hijo
[de nuestro padre soy
yo.]
Id,
hermana, a descansar;
que pues
dentro en mi palacio
os [he] hecho aposentar;
vuestros negocios de
espacio
podremos comunicar.
BLANCA: Beso
tus pies.
Vase
DIEGO:
(¡Quién bastara Aparte
a contentar mi ventura
si su
nombre sangre honr[ara],
gozando
aquesta hermosura,
don
Diego Ordóñez de Lara!)
REY: Pues, don Diego, ¿qué os parece
de mi hermana?
DIEGO: Que merece,
--¡Qué
sublime!-- vuestra alteza
la
discreción y belleza
que en
su valor resplandece.
Hoy
la octava maravilla
en doña
Blanca se encierra.
REY: Aunque
veis que así se humilla
sangre
real de Inglaterra
junto
con la de Castilla,
por
parte de madre es
mujer
del reino inglés.
DIEGO: Cuando
nada de eso fuera,
por ser
tu hermana pudiera
ser de
inmortal interés.
Y
cuando eso no bastara,
tú ni
tu ilustre ventura,
está
cierto que [acertara]
solamente su hermosura
a que
el mundo la adorara.
REY:
¡Extraño encarecimiento!
¿Queréisla bien?
DIEGO: A pensar
que no
fuera atrevimiento
el
poner en tal lugar
mi atrevido pensamiento,
no
sé si Amor y su asalto
viéndome de esfuerzo falto
me
sujetara a su ley,
pero es
hermana del rey
y no
oso subir tan alto.
REY: Pues, don Diego, de mi mano
os
quiero honrar. Doña Blanca
es
vuestra.
DIEGO:
Por lo que gano
hoy de
aquesa mano franca,
te
quiero besar la mano.
REY: Mi cuñado habéis de ser;
que
vuestro mucho valor
no se
puede engrandecer
menos que con tal favor
y con tan noble mujer.
DIEGO: Beso tus pies.
REY: Será igual
este casamiento honroso,
pues
hoy da mi mano real
a mi
hermana noble esposo
y a vos
mujer principal.
Sale una MUJER, cubierta de luto. Híncase
de
rodillas a los pies del REY
MUJER: A tus pies, rey poderoso,
como al más seguro puerto
me
acojo, porque es forzoso
te
acuerdes de que fue muerto
a estos
propios pies mi esposo.
Tu
capitán perdió aquí
la
vida, y yo el bien perdí
a tus pies, y el atrevido
aquí a tus pies han tenido
a mí y a tu corte así.
Cortó el hilo mi esperanza,
y en uno
cortó dos cuellos.
Justicia a tus pies se alcanza
y no me
quitaré de ellos
hasta
que me des venganza.
REY: ¿Qué
es lo que me pides pues?
MUJER: Que la
muerte, señor, des
a quien mi esposo mató
o
muriendo con él yo
será el sepulcro tus pies.
REY: Si
por tu ruego importuno,
a tu
esposo diera Dios
la
vida, fuera oportuno
matarle. No mueran dos.
Basta
que ya es muerto el uno.
Perdónale y de mi mano
un
esposo cortesano
te daré
con quien olvides
la
memoria del que pides
venganza,
mujer.
MUJER: Es en vano.
REY: ¿No
le quieres perdonar?
MUJER: Mi
lealtad es de tal ley
que no
es para sobornar.
O haz
justicia o no seas rey
pues no mereces reinar.
Tú quieres que el vulgo note
tu piadosa remisión
y por
puntos se alborote.
REY: ¡Hola,
dadle en la prisión
al
homicida un garrote!
MUJER:
¡Vivas mil años.
Vase
REY: La guerra
más
peligrosa que encierra
en sus naciones el orbe,
el mar que las naves
sorbe,
los
temblores de la tierra,
de
un rayo la furia airada,
el
basilisco que mira
o la
víbora pisada
no se
iguala con la ira
de una
mujer agraviada.
Sale RICOTE, lacayo
RICOTE:
¿Helo de decir afuera?
Basta ya el disimular;
que no
es bien que por callar
así el
hijo de un rey muera.
Mahoma, rey, sea contigo.
DIEGO: ¿Qué
loco es éste?
RICOTE: ¿Yo, loco?
Váyase muy poco a poco
que yo
sé lo que me digo.
Yo
soy moro de nación.
Por tal desde hoy, rey, me ten,
y aquel mancebo también
que
tienes en la prisión.
Basta decir, que del rey
su
padre huyéndose vino
por no
sé qué desatino
que
quiso hacer en su ley.
Se
fingió y mudando el traje
de
moro, quiso, señor,
valerse de tu favor
y
teniendo por ultraje
que
tu capitán quisiese
impedirle así el entrar
a
hablarte y negociar
antes
que el moro viniese,
[el]
que su padre envïó,
tan
colérico le vi,
que sin
advertir que aquí
estabas, muerte le dio.
Pues, temiendo el furor
de tu
cólera y creyendo
que ser
tu ley mansa viendo
que le
entregáis al rigor
de
su padre, que es un hombre
notablemente crüel,
por
librarse, señor, de él
te negó
su patria y nombre.
Y que
ampararse de ti
y
servirte pretendió;
él es
Suleimán y yo
su moro
Zaquizamí.
No
pretendas que le maten.
REY:
Suspenso oyéndote estoy;
casi
crédito te doy.
¡Hola,
su muerte dilaten
hasta que se sepa cierto
lo que
aquéste me ha contado.
Muestras das de fiel crïado
por si
el príncipe no es muerto.
Mucho estimo tu lealtad.
Para
moro mucho vales.
RICOTE: Somos los moros leales.
(¡Mamóla su
majestad!) Aparte
REY: Será
Suleimán mi amigo.
Del rey
su padre el furor
di que
no le dé temor.
Vanse
RICOTE: ¡Mahoma
vaya contigo!
No hay quién mis trazas reporte
cuando las he menester.
¡Por Dios, que he de revolver
de esta vez toda la
corte!
Vase y sale doña BLANCA
BLANCA: Si
cuando dejé el bosque no dejara
en él
la libertad que estimo y quiero,
y de la
rama de un roble grosero
con un
retrato el alma do colgara,
no pongo
duda yo que me agradara
la
corte, el rey, el noble, el caballero;
que en
el palacio rico y lisonjero
la caza
y primer vida sepultara.
Mas,
--¡ay!-- que aquel retrato me ha robado
cuanto gusto tenía y dame enojos,
sin él,
la corte, el rey y su estado.
Atéla a un roble duro por despojos;
mas,
¿qué me sirvïó dejarle atado
si está
dentro las niñas de mis ojos?
Sale RICOTE
RICOTE: Sabe
Dios, a lo que entiendo,
que la
forastera dama
a quien
hermana el rey llama
es la
que hallamos durmiendo.
Extrañas quimeras trato
si esto
es verdad, pero aquí
está
sola. Es ella, sí,
que
ahorcado dejó el retrato.
Y
fue sin duda señal
que
quien colgaba el traslado
supo
estaba sentenciado
[a]
ahorcar el original.
Échale
Quiérole echar en el suelo
y
esconderé[me] después,
y
cuando pase a sus pies,
que le
vuelva [a] hallar recelo.
De
verle así de repente
declarará en breve rato
si ama
al dueño del retrato
o
no. Traza es excelente.
BLANCA:
Extrañas melancolías
me ha
causado el ver la corte
para
que el contento acorte.
Decid,
locas fantasías,
¿qué
esperanza es la que entabla
el amor
que conserváis?
Mis
pensamientos, ¿amáis
acaso
más de una tabla?
¿Sólo amáis una pintura?
Olvidadla un poco; pues
ésta es
la corte que es
de
memorias sepultura.
Sepultad la vuestra un rato;
que no
hay quien la resucite;
pues
para que no os incite,
ahorcado dejé el retrato.
No
vendrá. Pierde el recelo;
que
bien atado quedó.
Mas,
¿qué es lo que miro yo?
¿No es
éste que está en el suelo?
RICOTE: (Con
aquesto a mi señor Aparte
le doy
libertad doblada.
¡Oh,
qué buena maquinada
le he
dado al maquín Amor!
Ya
vio el retrato. Creerá
que ha
venido por el viento
por
arte de encantamiento.
¡Oigan! ¡Qué elevada está!)
BLANCA:
¡Válgame el cielo! ¿Qué veo?
¿No es
la imagen a quien di
las
llaves del alma? Sí.
Mas,
¿si me burla el deseo?
¿Podrá ser que [pasó acá]
lo que
adora el pensamiento?
¿Suele
retratar el viento
si la
empresa al caso va?
Imagen, ¿por qué me asombras
o
sombra conmigo vas?
Un cuerpo tengo, no más.
No
puede tener dos sombras.
¿Por
qué solo te han dejado?
¿No
tienes dueño? ¿Qué es de él?
O es
bárbaro o es crüel.
Mas, ¿sabes
lo que he pensado?
Que
adrede aquí te dejó
quien
mis desvelos concierta
como
muchacho a la puerta
para
que te críe yo.
¡Qué lástima que me has hecho!
De suerte me has de obligar
que te tengo de crïar
como a
niño y darte el pecho.
Otra
vez te le di yo,
cuando
en el bosque te vi;
mas
apenas te le di
cuando otro te destetó.
Aunque eres grande, sospecho,
para
comida tan blanda;
porque
[a] niño que tanto anda,
necedad
es darle el pecho.
[Sale RICOTE de su escondite]
RICOTE: ¡Válgate el diablo el retrato!
Escondióte alguna bruja;
pues
aunque fueras aguja
te
hallara. ¡Qué mentecato
soy! Siempre sola la bota
tengo
cuidado en guardar;
que siempre tengo de andar
con la
faltriquera rota.
Mas, ¿qué me canso en buscar
si soy bestia
desdichada?
En mi
vida perdí nada
que la
volviese a cobrar.
BLANCA: (Un hombre busca en el suelo Aparte
no sé
qué)
RICOTE:
¡Qu&eaccute; así perdiese
el
retrato!
BLANCA:
(Mas si fuese Aparte
de
aquéste el retrato, --¡cielo!--
sería fácil conocer
su
querido original).
RICOTE: ¡Qué
desdichado animal!
¡Las
barbas he de perder
una
vez yo! ¡Voto a...!
BLANCA: ¡Hola!
¿Qué buscáis?
RICOTE: Lo que no hallo.
Para
jumento o caballo
me
falta sólo la cola.
¡Oh,
infelice!
BLANCA: ¿Qué buscáis?
RICOTE: Al
diablo. Un retrato busco,
y
buscándolo me ofusco.
Pero
vos lo preguntáis,
señora. Perdón os pido;
que no
miré quién me hablaba
con el
enojo que estaba.
BLANCA: Pues, ¿cómo
aquí habéis perdido
dentro [en] palacio el retrato?
RICOTE: Entré
para dar un pliego
de
importancia aquí a don Diego,
y en
sólo un momento y rato
que
estuve, [yo] le perdí.
BLANCA: ¿Y cuyo
era? ¡Por mi cuidado!
RICOTE: Persona
es, bien conocida.
BLANCA:
¿Conocida aquí?
RICOTE: No aquí.
BLANCA:
Pues, ¿dónde?
RICOTE: En su natural.
BLANCA: ¿Quién
es?
RICOTE:
Un hombre encubierto
que por
temor de ser muerto
anda
así.
BLANCA:
¿Y es principal?
RICOTE: Tan
principal como vos.
BLANCA: ¿Cómo
yo?
RICOTE: ¡Cómo vos, pues!
BLANCA: ¿Y no
me diréis quién es?
RICOTE: Muy
bien lo hiciera, por Dios.
Dijo
que andar [al recato]
le
importa la vida.
BLANCA: ¿Así?
Pues,
si me decís a mí
quién
es [os] daré el retrato.
RICOTE:
Mas... No, nada.
BLANCA: Yo os prometo
de
dárosle.
RICOTE:
¿Callaréislo?
BLANCA:
Callarélo [si diréislo],
con un
inmortal secreto.
RICOTE:
Pues, yo os daré noticia,
aunque
ser mudo me dijo.
Del rey
don García es hijo.
BLANCA: ¿Del
rey?
RICOTE:
Del rey de Galicia.
Don Alfonso, el rey tu
hermano,
traza
verle despojado
del
reino que le ha quitado,
no sé
si como tirano.
Le
tiene preso de suerte
que el
verle causa dolor,
y al
príncipe, mi señor,
busca
para darle muerte;
que
como a Galicia hereda,
le
quiere quitar la vida
porque
el reino no le pida
ni
moverle guerra pueda.
Él fue quien durmiendo os vio,
y a
quien sentisteis dormida.
Por
defender vuestra vida
de una
fiera que os salió
a
daros muerte crüel,
le fue el
ausentarse grato
dejándoos allí el retrato
y toda
su vida en él
y en
pago del pecho noble
con que
a la fiera mató.
Vuelto
a buscaros halló
su
imagen colgada a un roble.
Hasta Burgos ha venido
por vos
con peligro cierto
y por
no ser descubierto
nunca a
hablaros se ha atrevido.
Aunque lo aflige el dolor
y pena
de no saber
si le
habéis de aborrecer
o
estimar su firme amor.
Teme
que con pecho ingrato
premiáis el amor que os digo,
y en
pena de su castigo
le ahorcasteis el retrato.
Este
temor y recelo
le da
pena tan crüel
que
para sacarle de él
yo eché
el retrato en el suelo.
Pues
su original os ama
no
hagáis que su bien se acorte
si
asiste más en la corte
peligra
su vida y fama.
Esta
noche ha de robaros
por el
jardín del palacio
consideradlo de espacio
y podréis
determinaros.
No
puedo aguardar respuesta
porque
mi señor me aguarda;
si el
terror os acobarda
amor el
camino apresta.
Vase
BLANCA:
Espérate, aguarda, escucha.
Fuése.
¿Qué haré? Que el temor,
honra,
venganza y amor
andan
en confusa lucha.
Si
me voy quedo sin fama,
si se
va quedo sin vida,
es
forzosa su partida
y es insufrible mi llama.
¿Iréme? No; que es deshonra.
Pues,
¿he de morirme aquí
sin
verle jamás? No. Sí.
Viva
amor; mas viva mi honra.
Cualquier cosa me convence;
ya el
deseo, ya el honor;
pero
puede más amor.
Iréme. Viva quien vence.
Vase. Salen don
GONZALO y dos GUARDAS
GUARDA 1: El
rey quien sois ha sabido,
Suleimán de Badajoz,
y
aunque el delito es atroz
la vida
os ha concedido.
Dice
que aunque de otra ley,
se os
tendrá siempre el decoro
en su
corte que al rey moro,
Jarife.
GONZALO:
¿Qué moro rey?
La
persona habéis errado.
¿A
quién el rey os mandó
decir
eso? Porque yo
soy
cristiano bautizado,
errados venís.
GUARDA 2: Señor,
en
balde disimuláis.
Ya sé
que quién sois negáis,
persuadido del temor
que
a vuestro padre tenéis,
creyendo que en su poder
el rey
os ha de poner;
mas,
porque os alegréis
de
aquese peligro vano,
os
promete nuestro rey
que
como toméis la ley
de
Cristo y seáis cristiano,
os
dará bastante gente
para
cobrar vuestra tierra
y hacer
a Jarife guerra.
GONZALO: (¿No es
la maraña excelente? Aparte
Ahora bien quiero admitirlo;
pues,
en que moro han dado
o es sueño
o está encantado
el
mundo si no es Trujillo).
Sale RICOTE
RICOTE:
(Aquí los guardas están. Aparte
Mi amor
estará espantado
de ver
lo que he marañado).
¡Oh, mi
señor Suleimán,
guárdate Mahoma, amén!
Al rey
he dicho tu nombre
y quién
eres. No te asombre;
que yo
miro por tu bien
y
era grande necedad,
y en mí
culpa conocida,
que te
quitasen la vida
por no
decir la verdad.
GONZALO:
(Ricote anda por aquí. Aparte
Ya no
hay porque me alborote).
¿Qué
enredo es éste, Ricote?
RICOTE: Tu moro
Zaquizamí
soy. Basta el disimular,
y ven a
besar la mano
del
rey; mas no seas cristiano
que es
lo que te he de rogar
porque, si dejas la ley
de
Mahoma, desde hoy
al rey
tu padre me voy.
Esto
quiere Alfonso el rey.
Sé
buen moro.
GONZALO: Ya no puedo
disimular; mas fingí
mi
estado porque temí
mi deshonra;
mas, pues quedo
seguro y en libertad,
al rey invencible iré
y los pies le besaré
por su liberalidad.
Que
soy Suleimán confieso.
Si al
contrario de esto dije,
fue por
temor que a Jarife
no me
envïase el rey, preso.
GUARDA 1:
Pues, infante, ya no estáis
preso. El rey os quiere ver,
y por
extenso saber
si en
esto os determináis
de
ser cristiano.
GONZALO: De espacio
en todo
lo miraré,
y en mi
propio traje iré
de
mañana a su palacio.
Decidle que las prisiones,
que me
quitan este puesto,
me las
ha en el alma puesto
en
tantas obligaciones.
Y
que, aunque el cuerpo confiesa
librarse de estas paredes,
entre
sus largas mercedes
mi
libertad queda presa.
RICOTE: Bien
se traza.
GUARDA 2: Pues, nosotros
nos
vamos.
GUARDA 1:
De aquí adelante
nos
mandad, famoso infante.
Vanse
GONZALO: Alá
vaya con vosotros.
Mi Ulises encantador,
dame aquesos fieles brazos.
RICOTE:
Dejémonos de lampazos
y
huyamos de aquí, señor.
GONZALO: La
vida te debo, amigo.
RICOTE: Otra
maraña hay urdida,
que
querrás más que la vida.
GONZALO: ¿Más
que la vida?
RICOTE: Sí, digo.
GONZALO: ¿Qué
cosa hay que más importe?
RICOTE: Yo te
lo contaré agora;
que la
ninfa cazadora
que
adoras está en la corte.
GONZALO:
¿Aquí en Burgos?
RICOTE: Aquí.
GONZALO: Calla.
¿La
dormida?
RICOTE:
La dormida,
y está
por tu amor manida.
GONZALO: ¿Por
mí? ¡Jesús!
RICOTE: ¡Santa Olalla!
Por ti, pues, y la has de hablar
esta noche, aunque es
hermana
del
rey, por una ventana
y aun
la tienes de robar
antes de una hora.
GONZALO: ¿De una hora?
RICOTE: De una
hora, pues.
GONZALO: ¿Cómo? Di.
RICOTE: ¿No serán
las doce?
GONZALO: Sí.
RICOTE: Pues
ven y sabráslo agora.
Ven,
y sabrás la maraña
que
tengo de nuevo urdida.
GONZALO: Deudor
te soy de la vida.
No hay
tal lacayo en España.
RICOTE: Soy,
al menos, tu Ricote.
GONZALO: Vamos,
que no tienes par.
RICOTE: A fe,
que se ha de acordar
Burgos
y el rey de Ricote.
Vanse y sale doña BLANCA a una ventana
BLANCA: Noche,
por ser oscura, a amor propicia,
si acaso tus estrellas hechas ojos
vieren que un hombre roba
mis despojos,
de
aqueste yerro calla su justicia.
Cintia divina, así de la avaricia
de tu esposo Plutón y sus enojos,
libren los cielos tus cabellos
rojos,
que calles si me roba el
de Galicia.
Paredes altas, no digáis las quejas
que me hace dar el ciego
amor que encierro
si
acaso tenéis lengua como orejas.
Jardín, si de tus flores me destierro,
no lo
digáis a nadie. Duras rejas,
callad mis yerros, pues que [yo]
soy hierro.
Salen don GONZALO y RICOTE como de noche
RICOTE:
Aquesto le dije al fin,
y sin
aguardar respuesta
me
partí. La puerta es ésta.
Ésta es
la cerca y jardín.
Aquesta reja imagino
que cae
a su propia cuadra,
[................... -adra]
El
cielo te abra el camino
para
gozar a tu dama
y si
no, ¡alto de aquí!
GONZALO: ¿Ella
no me quiere?
RICOTE: Sí.
GONZALO: Pues si
de veras me ama,
no
será el miedo o temor
bastantes a detenella
que por
todo esto atropella
cuando
es necesario Amor.
Tira
una piedra, Ricote.
RICOTE: Adiós
ya. Ventura va.
Una
peladilla piedra
como la
que da Torote.
¡Ah,
de la reja! ¿Sois vos
la
infanta, señora?
BLANCA: Sí;
mas no,
pues no vuelvo en mí.
RICOTE: Aquí
venimos los dos,
el
príncipe y el crïado.
GONZALO: ¿Qué
príncipe?
RICOTE:
¿Quiés callar?
Que
venimos a llevar
respuesta de aquel recado.
GONZALO:
Enredador, ¿de qué rey
me has hecho hijo de nuevo?
RICOTE: Del de
Galicia, y me atrevo
a
hacerte nieto de un rey.
Calla y sirve estos potages;
que así tu amor se
remedia
haciendo en esta comedia
diferentes personajes,
y
habla si has de roballa.
GONZALO: Es de
manera el temor
que
tiene a vuestro rigor
mi lengua,
que tiembla y calla.
Sólo
sé decir que es cierta
mi
nueva ventura y vida
si como
rendís dormida
admitís
mi amor despierta.
Y
que si a mi fe leal
pagáis
con desdén ingrato,
lo que
hicisteis del retrato
haréis
del original.
Que
de estas rejas colgado,
siendo
verdugo el cordel,
de una
Anajarte crüel
seré un
Ifis desdichado.
BLANCA:
Aunque me impide el amor
y me
ataja la vergüenza
a
esforzarme ya comienza,
príncipe, vuestro valor.
Mi
pecho os estima y ama;
la
voluntad está ciega
que
mucho entregue su fama
a quien
el alma le entrega.
Con
sólo veros recibo
contento y gusto doblado;
que si
enamoráis pintado
en vos idolatro vivo.
Vuestra soy, negarlo es vano,
y pues
es cierto mi amor,
mi
fama, mi ser y honor
está
puesta en vuestra mano.
RICOTE: Dejemos los cumplimientos,
y pues hay lugar agora,
bajad primero, señora,
que se
sepan mis intentos.
Porque está de nuestra vida
la
muerte pared en medio.
GONZALO: Al fin
es ya sin remedio
sin vos
es muerte la vida.
O
venid o me matad,
o
quedad, señora, a Dios.
BLANCA: Mal
podrá vivir sin vos
quien
os dio la voluntad.
Perdone el mundo tirano
que lo
contrario dispone
el rey,
mi hermano. Perdone
que lo
que aquí pierdo, gano.
[.................. -enda]
en ir,
principe, con vos.
RICOTE: Por el hombre,
dijo Dios,
su
padre, madre y hacienda
dejar tiene la mujer.
BLANCA: Que os
he de seguir al fin.
RICOTE: La
puerta está del jardín
abierta, no hay que temer.
Con
la punta de la daga
arranqué la cerradura.
BLANCA: Ya
bajo.
GONZALO:
Dio a mi ventura,
Amor
niño, justa paga.
BLANCA: Ya estoy
en vuestro poder.
GONZALO: Y yo en
la gloria mayor
que me
pudo dar amor.
RICOTE:
¡Ofreceos a Lucifer!
Dejaos de aquesos requiebros
y
salgamos de palacio.
Os los diréis más despacio;
que
entre tomillos y enebros
[..................... -oso]
GONZALO: Dadme
aquesa blanca mano,
mi doña
Blanca, pues gano
tal
dicha en ser vuestro esposo.
BLANCA: Esta
palma os da la palma
de mi
ya rendida fe,
pues es
justicia que os dé
la mano
quien os da el alma;
mas
aunque la mano ofrezco,
estoy
algo temerosa
no
estorbe el ser vuestra esposa
vuestro
deudo y parentesco.
Sois
hijo de don García,
rey de
Galicia, mi hermano,
y temo
daros la mano.
RICOTE: ¡Buen
temor por vida mía!
Para
que no te alborote
agora
ese impedimento,
en
aquese casamiento
o[s]
dispensará Ricote.
Vamos
de aquí.
Salen el REY don Alfonso, disfrazado como de noche
y don
DIEGO Ordóñez delante
REY: Soy rey mozo
y así, don Diego,
confieso
que
soy, aunque rey, travieso.
RICOTE: ¡Nuestro
gozo está en el pozo!
No
habéis querido salir
de este
lugar en una hora
hasta
que ha venido agora
quien
nos hará descubrir.
Señor, ¿qué habemos de hacer?
¡No más si el cielo me escapa
de este
peligro.
GONZALO: Mi capa,
sé,
Ricote defender
cuánto y más a quien adoro.
RICOTE: Mira
por tu vida pues,
que no
nos valdrá después
fingirte gitano o moro
para
librarte de muerte.
REY: Vive
hacia aquí una mujer
que lo
es de un mercader
y es su
belleza de suerte
que
cual Elena es hermosa,
y cual
Penélope casta.
Ni mi
poder la contrasta
ni mi
persuasión la acosa,
y de
suerte me aficiona
que al
mercader le daría
por tan
bella mercancía
no sé
si cetro y corona.
DIEGO: No
creyera jamás yo,
señor,
que en el mundo hubiera
Penélope que dijera
a medio
sí, de un rey, no.
El
intento de ésta es claro,
pues
como tu amor entiende
si por
Lucrecia se venda
es por
vender siempre caro.
¿Cómo se llama?
REY: Belisa.
DIEGO:
Volvámonos a palacio
que si
la olvidas de espacio
ella te
rogará a prisa.
Ellas las lecciones dan.
REY:
Rondarla quiero; que es ley
que quien no sirve por rey,
sirva
al menos de galán.
BLANCA: ¡El
rey es, mi hermano! ¡Ay, cielo!
¿Qué he de hacer?
GONZALO: No hayas temor;
que yo
os guardaré.
DIEGO: Señor,
que
suena gente recelo.
REY:
Dices verdad. Allí están
hablando no sé qué gente.
Quiero
ver si soy valiente
una
vez, que soy galán.
¡Ah,
caballeros!
GONZALO: ¿Quién llama?
REY: Quien
en aquesta ocasión
pretende saber quién son.
RICOTE: Son dos
hombres y una dama.
REY:
¿Dama?
RICOTE:
Dama y cortesana.
GONZALO:
¿Quieres callar?
RICOTE: No, por Dios.
REY: ¿Quién
es ella, quién los dos?
RICOTE: Ella
del rey es hermana.
REY: ¿Del
rey?
DIEGO: ¡Lindo disparate!
GONZALO: ¿Qué es
lo que dices Ricote?
REY: ¿Y ellos, quién son?
RICOTE: Don Quijote,
y yo soy don Alpargate.
REY: ¡Por Dios, que se fisgan de [mí]!
Digan, ¿quién es?
GONZALO: Un hombre.
REY: ¿Cómo
se llama?
Echan mano
GONZALO: El Sin Nombre.
REY: ¿Sin
Nombre se llama?
GONZALO:
Sí.
REY:
Pues, quien aun nombre no tiene,
no es
bien que lleve mujer.
O la
dama ha de perder
o la
vida.
GONZALO:
A prueba [viene].
DIEGO: ¡Dos son! ¡Bien puedo ayudarte!
GONZALO: El que
Sin Nombre se llama
sabe
defender su dama.
DIEGO: Luz
viene por esta parte.
GONZALO: Pues
huyes, miedo me cobras.
REY: ¡Por
Dios, que es valiente el hombre!
Aunque
dice que es Sin Nombre,
no
diremos que es sin obras.
Vanse el REY y don DIEGO
RICOTE: Ya
se han retirado. [Vamos].
¿No
alabas mi habilidad?
Hoy con
la misma verdad
al rey,
tu hermano, burlamos.
¿Qué
te parece el valor
de tu
esposo?
BLANCA:
Que le dan
por
valiente y por galán
el
premio Marte y Amor.
A
Alcides su fuerza igualo.
RICOTE: Un don
Gonzalo te quiere,
que al
que agraviar te quisiere,
le dará
un pasagonzalo.
FIN DEL ACTO SEGUNDO