ACTO PRIMERO
Suenan
clarines y atabales y salen el ALMIRANTE y
BLANCAFLOR, su hermana, con mascarilla pendiente de un
lado del
rostro
ALMIRANTE:
Blancaflor, ¿qué novedad
es
ésta? Cuando venimos
a
París, la que compite
en
majestad y edificios
con
Roma y Nápoles, vemos
en
públicos regocijos
la gran
ciudad, y la causa
ni la
entiendo ni adivino.
Varios
instrumentos suenan,
galas
no ordinarias miro,
y no
hay monsiur que no lleve
un
fénix gallardo y rico
por penacho en su cabeza.
En los balcones y nichos
se previenen luminarias
para
que dé el artificio
competencia a la noche
con el
día.
BLANCAFLOR:
No imagino
la
ocasión de tantas fiestas.
ALMIRANTE: ¿Si es
admirable prodigio,
con que
el cielo corresponde
a la
intención que has traído
de ver
a Carlos?
BLANCAFLOR:
No soy
tan
dichosa yo.
ALMIRANTE:
En los signos
celestes,
cuando naciste
--si la
ciencia y el jüicio
de los
hombres no se engañan--
matemáticas peritos
hallaron que has de ser
reina
de Francia. Sobrinos
somos
de Carlos. ¡Qué mucho!
Hijos no tiene. En el hijo
castigó, como Trajano,
la
muerte de Valdovinos,
y ya en
madejas de nieve,
haciendo el tiempo su oficio,
mira pendiente la barba
compitiendo con un siglo
su
dichosa edad. Pudiera,
aplicando los sentidos
y afectos de tu hermosura,
querer casarse contigo.
Por
esto, hermana, por esto
a la
corte te he traído
a que
la mano le beses;
porque
los cielos divinos
no en
balde te dan belleza,
poca
edad y airoso brío.
Y
cuando ellos te negasen
sucesión, aumentos míos,
te
llevarán el cuidado,
dando a
mi dicha principio;
que
pudieras persuadir
a
Carlos Magno mi tío
me
nombrase sucesor
del cristiano y del antiguo
reino
de Francia, de quien
soy
Almirante. Designios
son los nuestros bien fundados;
no son vanos ni
exquisitos
pensamientos, que en los aires
trepan
a su principio.
Aplica
al uso francés
en el
rostro, que a Narciso
más que
su imagen matara,
la
mascarilla, que he visto
venir
los Pares de Francia
hacia
acá.
Pónese la mascarilla
BLANCAFLOR: Y
aun imagino
que
Carlos viene con ellos.
ALMIRANTE:
Fortuna, si bien me quiso
tu
condición inconstante,
agora, agora te pido
que al Amor hurtes las flechas
si no te las presta él
mismo.
Salen CARLOS Magno, emperador, y caballeros todos
galanes
Déme
vuestra majestad
su
mano.
CARLOS:
Almirante, amigo,
en alas
de mi deseo
puedo
decir que has venido,
pus
cuando darte quería
de mis
intentos aviso,
o mi
fortuna o tu amor
el
cuidado me previno.
¿Quién
es aquella madama
que
acompañáis?
ALMIRANTE:
Señor mío,
Blancaflor, mi hermana.
Llega
al
rendimiento debido
al
supremo emperador
del
mundo.
Derriba la mascarilla
BLANCAFLOR:
Turbada miro
la
cesárea majestad
a quien
humilde suplico
me dé
la mano.
CARLOS:
Sobrina,
aunque viejo,
no me olvido
de ser
galán, y bien sé
que han de ser los brazos míos
lo que yo os tengo de
dar;
y de la
vejez recibo
esta
licencia. No fuera
tan
descortés y atrevido
siendo
joven, claro está.
Abrázala
ALMIRANTE: (Amor,
gallardo principio
das a
mi industria. Prosigue,
y
flechas de fuego vivo
enciendan la riza nieve
de su
pecho).
CARLOS:
Cuando admiro
la
singular hermosura
que el
cielo pródigo y rico
dio a
Blancaflor, mi silencio
es
retórico artificio.
Mudo
alabo esta belleza,
mudo
esta deidad estimo.
Mas,
¿qué elocuencia bastara?
Sobrina, callando digo
mucho
más.
BLANCAFLOR:
Soy vuestra esclava.
CARLOS: El
secreto regocijo
de París
y de mi pecho
agora
pienso deciros.
Escuchad, parientes.
BLANCAFLOR:
(Si es Aparte
el
corazón adivino,
reina
de Francia soy ya.
Rayo mi
hermosura ha sido).
CARLOS: Por la
muerte de Carloto,...
(¡Ay,
qué funesta principio! Aparte
Pero
habiendo sido justa,
mal me
enternezco. Prosigo).
...quedando sin heredero,
pasé a mi edad que por siglos
puede
numerarse agora,
cuando
tanta nieve miro
en esta
barba pendiente,
si bien
el heroico brío
de mi
juventud lozana
y el
generoso y altivo
vigor
permanecen siempre,
murieron, que así lo quiso
el
cielo, mis doce pares,
por
quien los franceses fuimos
asombro
de los humanos,
famosos
desde los rizos
cabellos del alba hermosa,
hasta
el sepulcro más frío
del sol
en el occidente.
Bien es
que testando vivos
sus
hijos, dirá la fama
de los
franceses lo mismo.
Yo, pues, que a los largos años
con el ánimo resisto,
viéndome sin heredero,
que es
natural apetito
de los
reyes, he tratado
--¡Oh,
cuán alegre lo digo!--
de
casarme con Sevilla,
más que
humano ángel divino,
hija
del grande Ricardo,
el
poderoso y el rico
emperador del oriente.
Por embajador envió
al hijo de Galalón,
mi
cuñado, y solicito
con
dicha mi casamiento,
pues
fácilmente consigo
mis
deseos, porque el conde
de
Maganza también hizo
su
embajada, que a Marsella
con la
desposada vino.
Esto,
amigos, hasta agora
de mis
labios no ha salido;
que a
veces el pecho humano
es
oscuro laberinto.
Fui
secreto a recibirla;
las manos allí nos dimos.
Y una quinta de un
jardín,
--dije jardín, paraíso--
fue de mis alegres bodas
tálamo verde y florido.
Diez
días en ella estuve,
y a la
santa que es asilo
de
pecadores, aquella
que
lavó a los pies de Cristo
sus
culpas, humildemente
un
sucesor he pedido.
Víneme
a París a donde
solemnidades previno
mi
cuidado, porque sea
día
famoso y festivo
el de
su entrada. Ya llega.
Ya mis secretos publico;
ya soy fénix remozado,
y ya
pienso que eternizo
mi
imperio. No os espantéis,
vasallos, deudos y amigos,
de que
en la vejez me case;
que
esto de muchos se ha visto
y tal
vez vimos un hombre
a la palma
parecido,
que en
arrugadas cortezas,
cargada
de años y siglos,
si en
la juventud estéril,
da los
pálidos racimos
de su
fruto. En la vejez
forma
el águila su nido
y sus
hijuelos alienta
con más
calor, con más brío.
Y no
siempre la consorte
del que
es anciano marido
imita a
la verde hiedra
que
derriba el edificio.
No
siempre parece al mar
que el
movimiento continuo
de las
olas va venciendo
la
eternidad de los riscos.
Aguila,
mar, hiedra, palma
en
lazos de amor tejidos,
imitan hoy maridajes
de diamantes y jacintos.
Hoy a la reina
Sevilla
en la
corte recibimos.
Hoy
llega el sol del oriente
hasta
el polo de Calisto.
Hoy Carlos, el que de magno
el
renombre ha merecido,
de
nuevo se ve triunfando
en
dichoso regocijo.
ALMIRANTE:
(Desvaneció nuestro intento).
Aparte
BLANCAFLOR: (Tarde,
Almirante, venimos). Aparte
ALMIRANTE: Gran
señor, la enhorabuena
te doy
alegre, aunque envidio
al hijo
de Galalón,
conde
de Maganza. Mío
pudiera
ser el favor
de
haber a Francia traído
al sol de Constantinopla.
Mucho
la estimáis. No fío
en
hijos de Galalón.
¡Quiera
Dios...!
CARLOS:
Basta, sobrino.
¿Cómo
murmuráis así
del hombre que más estimo?
ALMIRANTE: Dije
mal, señor, perdone.
CARLOS: No me
espanto; que enemigos
fueron
vuestros padres. Ya,
salgamos a recibirlos.
Tocan. Vanse y
salen el CONDE de Maganza, la reina
SEVILLA, TEODORO, de camino, y criados
CONDE: Mi
señora, cerca estamos
de la
ciudad de París,
donde eres ya flor de lis
que con respeto adoramos.
Esta flores, estos ramos
que
ponen treguas amenas
entre
las rubias melenas
del
sol, y esta clara fuente
cuyo
cristal transparente
da
silvestres azucenas,
serán rústica floresta,
mientras al mar español
se va
despeñando el sol,
y pasa
la ardiente siesta.
Vecina
montaña es ésta
a la
metrópoli y corte,
donde a
tu regio consorte
has de
coronar la frente
cuando
vienes del oriente
a las
provincias del norte.
REINA:
Conde, aunque llegar deseo,
y
quiere mi honesto amor
ver a
Carlos, mi señor,
que es
el último trofeo
de mi
esperanza, ya veo
que con
los rayos que tiende
el sol,
abrasa y ofende,
teniendo, aunque es verde mayo,
una flecha
en cada rayo
con que
los montes enciende.
Pasemos en hora buena
la
siesta aquí.
CONDE:
(Dame, Amor Aparte
atrevimiento y valor
para
declarar mi pena;
ya que
mi desdicha ordena
que
esta griega bizarría
confunda en el alma mía
el
discurso y la razón.
Hablemos, que en la ocasión
el
respeto es cobardía).
Vosotros podéis bajar
a ese valle a coger flores
que los celestes colores
del iris han de envidiar.
Pues
sobre ellas ha de estar
la
reina nuestra señora.
Si
reposar quiere agora,
sembrad
aquí flores bellas;
porque
parezcan estrellas
en los
campos del aurora.
TEODORO:
Vamos.
Vase TEODORO con los criados
CONDE: (Echélos
de aquí Aparte
para
gozar la ocasión.
Animo,
pues, corazón.
Temblando estoy. ¡Ay de mí!
Otras
veces me atreví
y
cuando ya el pensamiento
entre
la voz y el aliento
salió
del alma y llegó
a los
labios, se turbó
desvanecido en el viento.
Pero
agora no ha de ser
cobarde
Amor de esta suerte.
Venga
la vida o la muerte,
alegre
me he de perder).
Presto,
señora, has de ver
a la
primavera hermosa
junto
al invierno.
Estará la
REINA sentada y recostada, y salen
LAURO, VIEJO, GILA y BARUQUEL, carboneros
LAURO: ¿Qué cosa
puede
impedir que veamos
nuesa
reina cuando estamos
en
ocasión tan dichosa?
¡Pardiobre, que la he de ver!
BARUQUEL: Yo
también, si antes no ciego.
CONDE: (Bella
deidad, fénix griego, Aparte
hermosísima mujer,
helarme
siento y arder.
¡Oh,
qué rústicos tiranos!)
¡Ah,
rústicos! ¡Ah, villanos!
Mal os haga Dios.
De
rodillas
LAURO: A veros
llegan estos carboneros,
que aunque tiznan, son
cristianos.
Necio estoy. Tú sabes más
y eres más desvergonzada.
GILA:
Señora,...ya estoy turbada.
BARUQUEL: La
primer mujer serás
que
tuvo empacho jamás.
Señora,
vuestra ventura
os trae
por esta espesura.
Vete,
Gila, mientas hablo,
que me pareces al diablo
si
estás junto a su hermosura.
Digo, señora suprema
de
Francia, que desde aquí...
¿Todavía estás aquí?
GILA:
¿Conmigo tienes la tema,
y estás turbado?
CONDE:
(Si es tema Aparte
la
desdicha). ¡Ea, dejad
que
duerma su majestad.
REINA:
Déjalos; que me entretengan.
CONDE: (¡Qué
estos carboneros vengan Aparte
a
impedir mi voluntad!)
BARUQUEL:
Señora, pues va a reinar,
remediar podrá mil cosas.
Las que
no fueren hermosas
salgan
luego del lugar.
Mande
también azotar
cien
despenseros si vive.
Prive
de oficio y reprive
tres pícaros cegarrones
que pregonan relaciones,
y ahorque a quien las
escribe.
No olvide a los taberneros,
así Dios les dé ventura.
Uno hay
que se llama el cura,
porque
cristiana los cueros.
Yo le
vi entre dos enteros.
A uno
dijo, estando él solo,
"visbaptizaré"
y probólo.
Era
fuerte, ardió la fragua
y
zampóle luego el agua
respondiendo él mismo, "volo."
CONDE:
(¡Qu&eaccute; sufro, ardiéndome yo, Aparte
a estos
hijos de estas peñas!)
Hácelas señas que se vayan
........................ [
-eñas].
GILA: No
queremos irnos, no.
BARUQUEL: Pues
que licencia nos dio
su
majestad para vella,
no la
cansemos.
GILA:
En ella
mucha
gracia y beldad vi.
LAURO: Ya nos
vamos, Malgesí.
Vanse los carboneros
CONDE:
(¡Favorézcame mi estrella!
Aparte
Esta
vez me determino).
Reina,
si un grave deseo...
Sale ZUMAQUE
ZUMAQUE:
Malpariré si no veo
la
reina que va camino.
También madre me ha parido.
CONDE: (¡Otro
estorbo? ¡Vive Dios! Aparte
¡Qué
tengo...!)
ZUMAQUE:
¿Cuál de los dos
es la
reina?
CONDE:
(¡Qué ha venido Aparte
este monstruo a deshacer
ocasión tan dulce y clara!)
ZUMAQUE: Éste
tiene mala cara,
aquélla debe de ser.
De rodillas
Oigame; que hablarla quiero,
aunque
so tonto, en jüicio.
Aquí
tiene a su servicio
este
pobre carbonero.
Cara
tiene matizada,
colorada y amarilla,
como se
llama Sevilla
puede
llamarse Granada.
REINA: ¡Qué
sencillez! ¡Qué ignorancia!
CONDE:
(¡Flechas tirándome está!) Aparte
ZUMAQUE: ¿No han
sonado por allá
los
carboneros de Francia?
CONDE:
Vete, bárbaro.
ZUMAQUE:
No soy
barbero, ni en mi linaje
rapó
nadie.
CONDE:
(¡Qué un salvaje Aparte
me
impida! ¡Rabiando estoy!)
REINA: ¿Y
cómo te llamas, di?
ZUMAQUE: Mal,
señora, preguntó,
que
nunca me llamo yo,
otros
me llaman a mí.
REINA: ¿Y
es tu nombre?
ZUMAQUE:
¿Cuál, el mío?
Zumaque, nombre es de pila;
mi
prima se llama Gila.
Lauro
se llama mi tío,
y mi
hermano Baruquel.
CONDE: Vete,
que nos das calor.
ZUMAQUE: Pergeño tiene traidor.
Señora,
guárdese de él.
Vase ZUMAQUE
CONDE:
Amor, pues que ya se han ido
dame
dicha y osadía;
si
dicen que es tiranía
la
beldad porque ha vencido
el alma que libre ha sido
con
potestad rigurosa;
cuando
algún amante osa
decir
su pena a su dama,
no es
la culpa de quien ama
sino de
quien es hermosa.
Y, pues, lenguas mudas son
los ojos en el amante,
que dicen con el
semblante
las
ansias del corazón,
si yo
en alguna ocasión,
después, señora, que vi
tu
hermosura, descubrí
con los
ojos mi fe pura,
culpa
tu gran hermosura
y no me
culpes a mí.
Sé
bien que ya me entendiste
las veces que te han hablado
mis ojos y mi cuidado.
De mi
silencio supiste
que
estar turbado, estar triste
en tu
divina presencia
es una
muda elocuencia,
y a decir las penas graves
que ya de mis ojos sabes,
los labios tienen licencia.
REINA:
Conde, cuando escucho tal,
estamos... --¿Quién tal creyó?--
o tú
loco o sorda yo.
Hablas
mal o entiendo mal.
No son
de cuerdo y leal
conceptos tan atrevidos,
y
pienso entre dos sentidos
y entre
dudosos agravios,
o que
han errado tus labios
o que
mienten mis oídos.
CONDE: Ni te admire, ni te espante
que
adore un sol soberano.
Corazón
tienes humano,
no le
tienes de diamante.
Despreciar joven amante
cuando
dueño anciano tienes,
no es
justo. Mira que vienes
a hacer
una unión gentil
del
enero y del abril.
No prosigan tus desdenes.
Nadie nos oye ni ve,
y este silencio tendrán
cuantas
cosas viendo están
tu
ingratitud y mi fe.
Secreto
amante seré.
Argos
soy de tu opinión.
REINA: Estos árboles que son
testigos de mis enojos,
harán de las hojas ojos
para mirar tu traición.
Las
cosas inanimadas
y
brutos, si aleve fueres,
han de publicar quién eres
con lenguas desenfrenadas:
esas cumbres empinadas
con peñascos atrevidos
al sol,
los prados floridos
con sus rosas naturales,
las fuentes con sus cristales,
las fieras con sus
bramidos.
CONDE: Vanos tus recelos son
y aunque reina eres mujer.
REINA: Tú,
traidor. Mas, ¿qué ha de ser
un hijo
de Galalón?
CONDE: De
griega es esa razón;
y si tu
amor me desprecia,
bien sé
que no eres Lucrecia;
que si va a decir verdad
jamás hubo honestidad
en las mujeres de Grecia.
REINA:
Conde Magancés, tú mientes.
CONDE: Eres hermosa y mujer.
No agravias.
REINA:
Debes de ser
cobarde. ¿Agravios no sientes?
CONDE: Pues,
para que no me afrentes,
la mano
te he de besar.
REINA: Ella te
sabrá matar.
CONDE:
Desagráviame un favor.
Dámela.
REINA: Toma, traidor.
Dale un bofetón
CONDE: ¿Qué
paciencia ha de bastar?
¡Vive Dios!
REINA:
Al mismo juro
que no
temo y que la muerte
sabré
darte.
CONDE: (De esta suerte Aparte
se
convirtió un amor puro
en
odio. Vengar procuro
el
agravio y bofetón.
Disimulad, corazón,
encubrid el sentimiento.
Ya será aborrecimiento
lo que
fue dulce pasión).
Sale TEODORA
TEODORA:
Carlos viene.
REINA:
Di el contento,
el bien
y el dueño que estimo,
la
salud con que me animo,
el alma
con que me aliento.
Salen CARLOS, el ALMIRANTE, FLORANTE y
acompañamiento, y detrás BARUQUEL, ZUMAQUE y
GILA
CARLOS: Si el
alma y el pensamiento
estaban
acá, señora,
no he
estado sin vos una hora.
REINA: Todo se
debe a mi amor.
CARLOS: Joven soy con tal favor.
Abrázanse
REINA: Esclava
soy que os adora.
CARLOS:
Después que en Marsella fui
dueño
de vuestra beldad,
cautiva
la voluntad,
vivo en
vos, no vivo en mí.
REINA: Desde
entonces hasta aquí
no vi
el rostro del placer.
A ellos
CARLOS: Para
estimar y querer
prendas que son más que humanas,
no me embarazan las canas.
Galán soy de mi mujer.
Llegad a besar los tres
mano de quien soy amante.
Dad la mano al almirante,
hijo de
Oliveros es.
Llegan a besar la mano
ALMIRANTE:
Postrando espero a tus pies
los
rayos del mismo Febo.
CARLOS: Conde,
¿qué tienes de nuevo?
¿Cómo,
aquí, tristezas graves
si lo
que te quiero sabes,
si
sabes lo que te debo?
Abrázame. ¿Cómo vienes?
CONDE: Vasallo
tuyo, señor.
CARLOS: Y así
es mi gusto mayor
porque
sé que salud tienes
para
coronar tus sienes
de
diademas de laurel.
Vamos a París, que en él
todo el
pueblo nos desea.
ALMIRANTE: Honra,
señora, esta aldea
que se
llama Mirabel.
Es muy gallarda y es mía.
CARLOS: Ya sé
que es alegre y bella,
pasemos
la noche en ella;
que
entrar en París de día
ya no es posible, y sería
entristecer su esperanza.
ALMIRANTE: Con
honras que nadie alcanza
Blancaflor y yo quedamos.
CARLOS: Vamos,
reina. Conde, vamos.
CONDE:
(Trazando iré mi venganza).
Aparte
Vanse y quedan los villanos
BARUQUEL:
Corte será Mirabel
esta
noche con los dos.
¡Ay, buen rey!
ZUMAQUE: ¡Válgame Dios!
¿Qué caldo magro es
aquél?
BARUQUEL:
Carlo Magno di. El señor
y
emperador de la mar.
ZUMAQUE: ¡Y ver
que se ha de casar
tan
viejo un emperador!
Ya
va la novia enviudando
desde
aquí hasta Mirabel.
Ella
moza y viejo él,
mala
ventura les mando.
¡Pero, a fe que es bien hermosa!
BARUQUEL: ¡Calla,
bestia! Que es locura
delante
de esta hermosura
alabar
así otra cosa.
Muchas veces yerra...
ZUMAQUE: Una
cualquiera marquesota cae.
BARUQUEL: Donde
Gila está, no hay
que
alabar gracia ninguna.
GILA: Dos
mojicones, y aun tres
te
daré. ¡Socarrón eres!
BARUQUEL: Dime
cuanto tú quisieres,
como un
favor no me des.
GILA: Sí,
lo haré, cara de lobo.
ZUMAQUE: Si él
no la quiere ni ocupa,
acá
habrá quien no la escupa.
Luego
dirán que so bobo.
BARUQUEL:
Aquellos requiebros son
los que
me traen cuidadoso.
Perdido
estoy de celoso.
GILA: Ya te
entiendo, bellacón.
Sale LAURO
LAURO: Cada
cual su carbón saque,
llevémosle a Mirabel.
.................. [ -el].
Date
priesa tú, Zumaque;
que
en las cocinas del rey
esta noche ha de venderse.
BARUQUEL: Si va
Gila, ha de perderse
que no
hay respeto ni ley
jamás en los cortesanos.
GILA: ¿Quién
te mete a ti conmigo?
Las orejas, enemigo,
te he de arrancar con mis manos.
BARUQUEL:
Téngala, tío; que es fiera
una
mujer si se enoja.
LAURO:
Haréisme que un palo coja.
¿Siempre andáis de esta manera?
ZUMAQUE:
Baruquel es socarrón.
Piensa, tío, que te engañan
y si de
día se arañan,
cardas
a la noche son.
BARUQUEL: ¿Pues tú murmuras de mí,
bestia indómita?
ZUMAQUE:
No hay tal,
porque
soy hombre tal cual.
Tu
hermano mayor nací.
BARUQUEL:
Daréte un palo.
ZUMAQUE:
Hablador,
no dará
ni aun dos.
LAURA: Prometo
que si
voy...
ZUMAQUE: Tenga respeto
que soy
cabeza mayor.
Vase todos y salen el CONDE y AURELIO
CONDE: Mi
venganza prevengo
del
modo que te digo, porque tengo
un
desprecio, una injuria
que me
están provocando a rabia y furia.
AURELIO: ¿Y con
qué fundamento
verosímil harás tan grave intento?
CONDE: Cuando
en Marsella estaba
la
reina, y ver a Carlos deseaba,
yo
mismo remitía
las cartas, que ella amante le
escribía.
Una de
éstas guardé, pensando en ella
engañar
mi esperanza,
imaginando que mujer tan bella
a mí me
la escribía.
¡Fuerza
de amor o gran melancolía!
Un
testigo ha de ser de su delito
la
carta, que mudando el sobreescrito,
he
imitado su letra,
rompiendo la cubierta que tenía.
AURELIO: No
digas más. Tu intento se penetra
y
Carlos viene acá. Tu sangre es mía,
mi
ayuda y mi favor no he de negarte.
CONDE: Vete
antes que entre por esta otra parte.
Vase AURELIO.
Salen CARLOS y el ALMIRANTE
CARLOS: Yo
te prometo, Almirante,
que tan
gustoso me veo,
que
sólo vivir deseo,
para
ser perpetuo amante
de
la reina. Siempre un viejo
ama con
mayor cuidado
porque
es un amor fundado
en prudencia y en consejo.
Ama aquel ser infinito
del
alma, a amarse dispuesto,
no
tiene su amor honesto
mezcla
de torpe apetito.
Por
la fe de hombre de bien
que fue
Jordán para mí
el
casarme. Nunca fui
tan
galán y mozo.
ALMIRANTE:
Den
a tu
majestad, señor,
vida
del fénix los cielos.
CARLOS: Si no
hay torpeza de celos,
dulce
cosa es el amor.
CONDE:
Hablarte a solas querría.
CARLOS: Vete,
Almirante.
Vase el ALMIRANTE
(Sospecho Aparte
que
trae el conde en su pecho,
según
su melancolía,
algunas quejas o agravios
de la
reina, y me pesara
que
decírmelas osara.
¿Cómo
cerraré sus labios?
Ya
hallé modo). Conde, amigo,
si
estimarte tanto es justo,
¿qué
cosa ha de darme gusto
que no
la goce contigo?
Ese
caballo que al sol,
aunque
bruto, desafía
que en
campos de Andalucía
le
engendró el viento español,
me
presentaron ayer.
Y ésta
es la misma cuchilla
que dio
espanto y maravilla
al
mundo. ¿Quiéresla ver?
Saca la espada
Mira
un rayo de cristal.
No
forjó acero tan fuerte
en su
guadaña la muerte.
Al que
me dijere mal
de
mi espada o mi caballo,
o mi
mujer... ¡vive el cielo!,
que le
echaré por el suelo
la
cabeza.
CONDE:
(Tiemblo y callo. Aparte
Parece que me ha entendido).
El
caballo he de mirar
de
espacio para estimar
lo que
de tu gusto ha sido.
(Perdiendo voy la esperanza Aparte
de
vengarme, mudo el labio.
Vuelvo,
sintiendo mi agravio
y
temiendo la venganza).
Vase el CONDE
CARLOS:
¡Vive Dios! Que era sospecha
lo que
ya es en mí cuidado.
Confuso
y atravesado
el
corazón de una flecha
me
dejó. A solas quería
hablarme. No dijo nada.
Claro
está que de mi espada,
y el
caballo no sería.
¡Qué
terrible sobresalto!
Mas mi
fe dudar no debe.
¡Ay de
mí! Un rayo se atreve
al
edificio más alto.
Y
bien puede el deshonor
ser
parecido a la muerte
igualando de una suerte
al
monarca y al pastor.
Mal digo, mal he pensado,
mal discurso, entiendo
mal.
¡Jesús! ¿Yo, sospecha tal?
¡Loco
estoy! ¡Estoy turbado!
Sale el CONDE a la puerta
CONDE:
Pensativo y sospechoso
el rey
se está paseando.
Yo también
estoy dudando
atrevido y temeroso.
Perdida la vida tengo
si de
él la reina es creída;
y así
aseguro mi vida
y de la
injuria me vengo.
Llega [y pónese] de rodillas
Gran señor, desnuda luego
la
espada de más fiereza
y
córtame la cabeza.
CARLOS: ¿Qué
dices, Conde?
CONDE:
Que llego
a
tus pies sólo a morir
fidelísimo
vasallo.
CARLOS: De esa
suerte, del caballo
mal me
vienes a decir.
CONDE:
Pluguiera a Dios, gran señor,
que no
fuera mi cuidado
mayor.
CARLOS: (¡Viejo desdichado! Aparte
¡Miserable emperador!
¡Triste rey! ¡Hombre infelice!
¡Pobre
esposo! Antes del trueno
sentí
el rayo de horror lleno.
Mal de
la reina me dice.
Y ya es fuerza el escuchar
porque con preñez contada
una
nueva desdichada
más
tormento suele dar).
Conde, ya sabéis que soy
el
primer hombre del mundo;
no reconozco
segundo
en
Asia, y a Africa doy
espanto con estas canas.
Muchas fueron mis victorias
en las mortales memorias.
No son mis obras humanas.
Europa temió mi
diestra.
Todo
está para caer
y todo
se ha de perder
con una
palabra vuestra.
Mirad bien lo que decís,
porque
espera mi Sevilla,
una
octava maravilla,
una sexta flor de lis;
y
más crédito he de dar
al
honor que en ella vi
que a
vuestra lengua, y así
volvedlo, conde, a pensar.
CONDE: A mi
amor y obligación
no correspondo callando.
Tened
ánimo escuchando;
que yo
verdad y razón
he
de tener si os refiero
lo que
sentimos los dos.
CARLOS: Conde,
por amor de Dios,
que lo
miréis bien primero.
Tened lástima de mí
que
adoro a la reina. Amigo,
conde,
rogando os obligo.
Ved qué
contáis.
CONDE:
Lo que vi...
CARLOS:
Decid. Echada es la suerte.
Nazcan
ya de mi temor,
si es
verdad, mi deshonor,
si es
mentira, vuestra muerte.
CONDE:
Griega fue Elena, y hermosa,
y dicen
que no fue buena.
Sevilla
es griega y Elena.
CARLOS: ¡Oh,
vejez poco dichosa!
CONDE: Mal
se disimula amor;
a
Teodoro, su crïado,
este
papel he quitado.
Dásele
Bien
conoceréis, señor,
su
letra y cuando el papel
llegó a
mis manos, ya había
sabido
su alevosía.
CARLOS: ¡Oh,
qué trance tan crüel!
"A Teodoro" dice aquí.
Suspended, infames celos,
vuestro
rigor. Tened, cielos,
misericordia de mí.
Lee
"Mi dueño sois verdadero,
de
veros el ser recibo;
sin vos
muero, con vos vivo.
En mis
brazos os espero."
La reina no he de firmar,
"vuestra esclava," sí, "Sevilla."
¡Qué no
tuviese mancilla
de mi
vejez el pesar!
¿Si
leyeron bien mis ojos?
¿Si
dijeron bien mis labios?
Para leer sus agravios
nadie
ha menester antojos,
porque la desdicha alienta
los espíritus visivos.
¿Hay fundamentos más vivos
para dar a tal afrenta
todo
crédito?
CONDE:
Señor,
de
noche este griego pasa
a su
cámara y abrasa
la Troya de vuestro honor.
Decid que vais a París
esta
noche, y volved luego.
Veréis
mi verdad.
CARLOS:
Un ciego,
¿qué ha
de ver? Tarde venís.
¡Dolor grave! ¡Dolor fuerte!
Pero
acabaréisme presto,
porque
es, sin duda, que en esto
viene
marchando la muerte.
No
pudo el tiempo acabar
mi vida
con su rigor,
y ha
llamado al deshonor
para
poderme matar.
Voy
a tomar tu consejo.
A París diré que voy.
Pasos
de hombre ciego doy.
No
acierto a andar. ¡Pobre viejo!
Vase CARLOS
CONDE:
Perdone la inocencia de la reina
que
quiero conservar así la vida;
porque sus quejas no me maten antes.
Sale TEODORO
TEODORO: Conde y
señor.
CONDE:
(Venir en este tiempo Aparte
Teodoro
es para mí feliz agüero).
Harásme
un gran placer.
TEODORO: Servirte quiero.
CONDE: Sabe,
Teodoro, pues que de mi dama
un
pequeño rubí favor ha sido.
En el
camino le agradó a la reina.
No supe
decir "no", y agora temo
parecer
en presencia de su dueño.
Una
cosa has de hacer. Dos mil escudos
galardón te serán. Ya está la
reina,
cansada
del camino, en dulce sueño.
Carlos
se fue a París. Tú podrás sólo
en su cámara entrar, y pues se quita
al
entrar en su cama las sortijas,
y las pone debajo el almohada,
sin temer que despierte,
has de sacarme
el rubí
que te digo. No me atrevo
a pedir a la reina don tan corto,
para no
descubrir que es de mi dama.
En
silencio está todo, amigo.
TEODORO: Basta,
ya lo
entendí muy bien, y entraré luego.
Déjame
el cargo a mí.
CONDE: Lo prometido
tendrás
sin falta, y esperando quedo.
Entra
con desenfado. Entra sin miedo.
Vase TEODORO
Traidor
me ha de llamar el que supiere
el prodigioso atrevimiento mío;
reciba
un bofetón, sienta una injuria,
y
errando por amor, tema su muerte
cualquiera que mi intento me culpare
y podrá
disculparme. Carlos viene.
Ayúdeme mi ingenio y osadía.
Sale CARLOS con una vela encendida
CARLOS: Conde,
ya vengo a la desdicha mía.
Del
silencio y del sueño vi ocupados
los ojos de mis deudos y crïados.
¡Oh, si ya a nunca
despertar durmieran
mis
ojos esta vez y esto no vieran!
CONDE: Detrás
de este cancel podrás ponerte.
CARLOS: ¡Qué
venga yo a acechar mi propia muerte!
No he
temido jamás si no es agora.
Temblando está una mano
vencedora.
CONDE: No
difirió Teodoro la partida.
Mira
adentro, señor.
CARLOS:
¿Qué? ¿Tenga vida
quien
esos pasos da? ¡Si son antojos,
o me ha
cegado el llanto de los ojos!
Teodoro
llega al lecho más honrado,
y
pienso que a la reina ha despertado.
Deja caer el candelero
¡Más no
quiero mirar! ¡Mátame luego,
que
viendo tal, ni muero ni estoy ciego!
Mátame,
conde, aunque inmortal me han hecho;
pues no
ha faltado el corazón del pecho.
Mi
agravio y deshonor, mi mal es cierto;
no
tengo honor, pues no me caigo muerto.
CONDE: Al
traidor mataré. ¡Muera Teodoro!
Vase el CONDE
CARLOS: ¡Qué me
pueda ofender mujer que adoro!
¡El
ánimo y valor pierdo! ¿Qué espero?
Dentro
TEODORO: ¡Qué me
matan! ¡Jesús, Jesús, que muero!
CARLOS: Cuando
dudé mi mal, enternecido
estaba
con razón, pero sabido,
valor
haya en la pena y osadía.
Sale el CONDE
CONDE:
(Secreta queda así mi alevosía).
Aparte
CARLOS: La vida
y el honor, conde, te debo;
siempre
te quise bien, esto no es nuevo.
Aconséjame, pues.
CONDE:
Antes que sea
su
venida más pública y la vea
todo el
concurso popular, desvía
a la reina de mí. A su patria envía
la
griega, que ofendió imperio latino.
En sus mismos bajeles en que
vino
puede volverse
luego. Si la pena
ordinaria de Francia la condena
a muerte, ¿qué piedad no uses con ella?
CARLOS: Bien me
aconsejas. Llévenla a Marsella
y desde
allí navegue el Mar Terreno.
Del ser
y del vivir me siento ajeno.
Sale FLORANTE con una hacha encendida y la espada
desnuda en la mano
FLORANTE: Voces
sentí, diciendo "que me matan,"
y no sé
dónde fueron.
CARLOS: Oh, Florante,
a tu
mísero rey tienes delante.
Ni dudes, ni preguntes, ni repliques.
Lleva a Sevilla al mar y
en los bajeles
que
surcaron con paz ondas crüeles,
navega
a la ciudad de Constantino,
y
entrégala a su padre, su destino
fatal
esto causó; ella misma sabe
y la
causa dirá de acción tan grave.
FLORANTE: Lo que
mandas haré.
CONDE: (Muchos errores Aparte
ocasiona un horror. A mis amores
pasados
pienso dar fin peregrino
saliéndola a robar en el camino).
Sale la REINA Sevilla
REINA:
Cuando, mis ojos despiertos,
a
lástimas me levanto,
he
salido con espanto,
tropezando en cuerpos muertos.
¿Qué
podrá ser? Dulce dueño,
¿aquí
estáis? Viéndoos, señor,
ni me
turbará el temor
ni el
sobresalto del sueño.
CARLOS: (¿Es posible que he de hallar Aparte
culpa en beldad tan inmensa?
¿Es posible que hay
ofensa
en
valor tan singular?
Mas,
¿qué dudo si es mujer?
Mas,
¿qué dudo si lo veo?
[Mas,
¿qué dudo si lo creo?]
Mas, ¿qué dudo se he de ser
en
la vejez desdichado?)
REINA: ¿Vos en
tal melancolía?
¿Vos
confuso, rey?
CARLOS:
Desvía.
REINA:
¿Conmigo estáis enojado?
CARLOS: (En
mi pecho poco sabio Aparte
matar
al amor pretende
el
agravio, él se defiende,
pero
vencerá el agravio.
El
honor le hará vencer;
no la
quiero ver ni hablar;
que son
sirenas del mar
lágrimas de una mujer).
Vuélvela las espaldas
REINA: Mi
señor, mi rey, mi esposo,
mi
gloria, mi bien inmenso,
¿qué es
lo que os tiene suspenso?
¿Qué es
lo que os tiene quejoso?
¿Vos os receláis de mí?
¿Qué causa turbaros pudo?
Mas,
¿qué pregunto? ¿Qué dudo
cuando
miro al conde aquí?
CARLOS:
Parte luego con Florante.
REINA: ¿Dónde
me mandas partir?
CARLOS: A
Constantinopla has de ir.
REINA: ¿Cómo
podrá un pecho amante
ausentarse de vos hoy?
Advertid, señor, que espero
daros
presto un heredero.
Encinta sin duda estoy.
¿De
tan súbitos agravios
causa,
señor, no me das?
CARLOS: De ti
misma lo sabrás.
NO la
sepas de mis labios.
REINA:
Vuelve el rostro.
CARLOS: Es imposible.
REINA: Conde,
piedad.
CONDE:
¿Yo, señora?
REINA: Carlos,
mirad que os adora
esta
infeliz.
FLORANTE:
¡Qué terrible
suceso!
CARLOS: (Verla querría. Aparte
el
rostro pienso volver).
¡Ah,
peregrina mujer!
REINA: ¡Ah,
señor!
CARLOS:
(¡Ah, honra mía!) Aparte
REINA:
Conde, cause en ti mudanza
el ver que te estoy rogando.
CONDE: Con mi
rey estoy callando.
FLORANTE: ¡Gran
desdicha!
CONDE:
(¡Gran venganza!) Aparte
REINA:
¿Cómo me ausentas de ti?
CARLOS: Amor
sabe lo que siento.
REINA: ¡Muerta
voy!
CONDE:
(Ya estoy contento). Aparte
CARLOS: ¡Ay,
qué hermosura!
REINA: ¡Ay de mí!
Vanse
todos
FIN DEL PRIMER ACTO