ACTO SEGUNDO
Dicen dentro el CONDE y salen luego él y el
ALMIRANTE
CONDE: ¡To,
to, llama los sabuesos!
ALMIRANTE: Di,
conde, lo que deseas.
CONDE: Unir mi
sangre a la tuya
y que
mi mano merezca
la de
Blancaflor, tu hermana.
Días ha
que esto te ruegan
mis
ojos. Tú lo dilatas.
No sé,
Almirante, cuál sea
la
ocasión.
ALMIRANTE;
Amigo, conde,
Blancaflor ha de ser reina
presto
de Francia; que Carlos
se ha
de desposar con ella.
Dulce
cosa es el reinar.
¿Quién
por imperios no deja
los altos merecimientos
de un
vasallo?
CONDE:
¿Cómo intenta
casarse
el emperador
cuando
están en competencia
sus
canas y años? ¿Ya olvida
la
miserable tragedia
del
matrimonio pasado?
Un
filósofo de Grecia
llamó
comedia a la vida
que en
dos horas representa
larga
edad. ¿Quién no diría
que era
ayer cuando la griega
Sevilla
fue repudiada?
Ya tres
lustros se cuentan
que son
quince años; un soplo
es la
edad humana. Escena
de
comedia es esta historia.
Aun propiedad
no tuviera
en un
teatro, y al fin,
entre
las ondas terrenas
ella y
Florante murieron
en un
bajel que a la vuelta
se
perdió.
ALMIRANTE:
Ya lo sé todo;
y que su padre con Persia
tiene
guerras, y por eso
dilató
el hacernos guerra.
CONDE: Si con
estos años menos
se
murmuró que quisiera
casarse, ¿con quince más
tercer
matrimonio intenta?
¡Vive
Dios, que no hace bien
y que
parece flaqueza.
ALMIRANTE: Conde,
si a cazar venimos
porque
Carlos se entretenga,
no es
bien que nuestros discursos
con las espadas fenezcan.
¡Y vive
Dios, que hace bien!
Vase el ALMIRANTE
CONDE: No
será, si puedo. Tema
será ya
mi pretensión
y no
amor; entre estas peñas
coronadas de lentiscos
y silvestres madreselvas
quiero descansar; que el monte,
con el
calor de la siesta,
me ha
fatigado, y el sueño
en las ramas lisonjea
los ojos. Ladrón le llaman
de la
media vida. Tenga
su
tributo, pues le infunde
la
madre naturaleza.
Échase a dormir, y salen LAURO y la REINA
Sevilla vestida de labradora
LAURO: ¿Cómo
en aquestas montañas
pasar
tantos años dejas,
gran
señora, sin que vamos
a los
imperios de Grecia?
Cuando
de aquellos traidores
yo te
amparé en esa cueva,
y a
Florante sepultaron
en las
faldas de esa sierra,
me
parece que fue ayer
y tanto
los años vuelan
que un
siglo es un breve día.
Disfrazada, al fin, me ordenas,
que
llamándote Dïana,
tu
fingido padre sea.
Pariste
un hijo que el sol
en él
no ve diferencia,
y humildemente le crías,
pues hoy bajó a esas aldeas
a vender carbón. ¿Qué es esto,
Sevilla
hermosa? Gran reina
de
Francia, ¿cuándo tendrán
fin tus
desdichas inmensas?
REINA: Padre,
que este nombre debo
a quien
me ampara y sustenta
con su
trabajo, no quise
que
ojos mortales me vean
después
que a Carlos perdí
con tal
desdicha y afrenta.
Aquí
espero a que Luís
llegue
a ser hombre que pueda
volver
por mi honor, y vivo
en
estos montes contenta.
Mas,
¿qué es esto? ¿No es el conde
éste
que al sueño se entrega
sin ver
que tiene enemigos?
¡Él
es! Mi venganza sea
este
peñasco, mis manos
han de romper su cabeza.
Toma una peña
Traidor
conde, una mujer
no es
mucho que así se atreva
cuando
ha perdido su fama
por tu
mentirosa lengua.
Muere,
infame.
Al echarle la peña, sale LUIS de villano con
espada ceñida y la detiene
LUIS:
Espera, madre.
¿Qué
traición es la que intentas?
¿A un
hombre que está dormido
se
atreve de esta manera?
¿Muerte
quiere dar villana
a quien
las leyes respetan
del
reposo humano? Diga
si le
ha hecho alguna ofensa;
que
aquí estoy yo, que la vengue
de
bueno a bueno con ésta
que he
comprado del dinero
del
carbón. ¡Hombre, despierta!
REINA: Hijo,
burlarme quería...
(Empeñarle no quisiera;
Aparte
que aun
es niño).
LUIS:
Hombre, levanta,
profundamente no duermas.
Despierta al conde
CONDE:
¡Válgame Dios! ¡Qué
ilusiones Aparte
el
sueño me representa!
¿Qué
temores y fantasmas
han perturbado mi idea?
Soñé a
Florante, y soñé
como le
enterré en las peñas
de este
monte, que sepulcro
me
demandaba que fuera
en
sagrado. Un delincuente,
¿qué no teme?
¿Qué no sueña?)
LUIS: Antes
que aquéste se vaya,
dígame,
madre, de veras
si le
ha ofendido, que quiero
matarle
y satisfacerla.
REINA: No,
hijo.
LAURO: ¡Gallardo
joven!
CONDE:
(Admiración y tristeza
Aparte
me da
este sitio. Aquí fue
donde
se ausentó la reina.
Quiero
ausentarme de aquí;
que las
memorias dan penas
y no hallo satisfacciones
a tan notables ofensas
como hice al cielo y al
rey,
y a
aquella inocente reina.
A
Carlos voy a buscar).
Vase el CONDE
LUIS: (Pienso
que lícito fuera Aparte
matarle
en duda, que creo
que sus
agravios me niega,
desconfïando de mí).
REINA: Vete,
hijo, enhorabuena
a
descansar del camino.
No hay
agravio que yo sienta.
Vase LUIS. Sale
GILA
GILA: Sola
estoy sin ti, Dïana.
REINA: Yo
quiero que me diviertas
de una
gran melancolía.
LAURO: Haced
las dos de esas hierbas
y flores dos ramilletes,
que os agraden y entretengan.
Vase LAURO
GILA: Bien ha
dicho, y entretanto
cantemos aquella letra
que te
agradó muchas veces.
Siéntanse las dos
REINA: Yo
lloraré mientras suena,
Gila, tu voz; y estas flores
su
color rústico muestran
Hace un ramillete y canta GILA
GILA:
"Carlo Magno el emperante
heredero no tenía,
y casó
con una reina
que se
llamaba Sevilla".
Sale CARLOS Magno, de caza, y canta la
REINA
REINA:
"Ella fue de alto linaje,
mayor
fuera su desdicha,
porque
un traidor Magancés
le
acusó de alevosía".
CARLOS: (¿Villanas cantan la historia Aparte
de mi
antigua adversidad?
Aun en
esta soledad
me es
verdugo la memoria).
Cantan las dos
"A su padre le volviera
desdichada y condolida,
preñada
del emperante
en la
mar se moriría".
CARLOS: (En
curso salen veloz Aparte
entre piedades y enojos
las lágrimas por los ojos
llamadas de aquella voz).
Callad, villanas
sirenas.
No cantéis tales historias.
Mucho me afligen memorias,
mucho me enternecen penas.
REINA: (Carlos es. ¡Cielos supremos Aparte
ya de mi mal no me quejo.
¿Qué quiere el honrado viejo?)
Cantamos lo que sabemos.
¡Oh,
si en algún cortesano
que con
el rey ha venido,
tome estas flores
que han sido
matizadas de mi mano.
Dale un ramillete
CARLOS:
(Mirando estoy un espejo Aparte
de mi
trágico placer.
¡Válgate Dios por mujer!)
REINA:
(¡Válgate Dios el buen viejo!)
Aparte
Vanse las dos mujeres
CARLOS:
Divertido en mis pesares
más que
en la caza que sigo,
hablando a solas conmigo
perdí
monteros y pares.
Adoro la soledad,
y las
veces que la veo,
como
objeto del deseo
me
lleva la voluntad.
Pero
aunque blasone yo
con
esfuerzos de mancebo,
doy a
la edad lo que debo,
el
monte me fatigó.
Estos robles y estos pinos,
que a
servir al hombre nacen,
sombras apacibles hacen
a las peñas y caminos.
Sirvan aquí de
doseles,
a un
rey lleno de pesares,
en
tanto que en anchos mares
no me sirven de bajeles.
Siéntase y dice dentro LUIS
LUIS:
¡Arre, burra de un ladrón!
¿Con la
carga te has echado?
¡Nunca
topen verde prado!
¡Véngate mi maldición!
¡Arre! ¡Qué con este afán
Sale fuera
viva un
hombre en esta sierra,
pudiendo ser en la guerra
mochiller o capitán!
¡Ah,
buen viejo! ¡Ah, padre mío!
Ayúdame
a levantar
esta
burra que al pasar
ese
arroyo pobre y frío,
sin
decir oxte ni moxte
con el
carbón se me ha echado.
Mas no venga, padre honrado.
(No
quiero que se disguste Aparte
que
está muy viejo, y cansarle
no
quiero agora).
CARLOS:
(El rapaz Aparte
me ha
dado grande solaz.
Casi
estoy para ayudarle
a
salir de su fatiga).
LUIS: Ya,
padre, mi primo viene.
CARLOS: (Padre
llama a quien no tiene Aparte
quien
de veras se lo diga).
LUIS: Anda, primo, que el jumento
en el
agua se arrojó.
Dentro ZUMAQUE
ZUMAQUE: ¡Más
que en habrándole yo
que se
levanta contento!
¡Arre!
LUIS: Os entendéis los dos.
ZUMAQUE: Es grande habilidad la nuestra.
CARLOS: En esta
gente se muestra
la
providencia de Dios.
¡Ah,
niño!
LUIS:
Con ese nombre
a
responder no me obliga.
CARLOS: ¿Cómo
quieres que te diga?
LUIS: ¡Ah,
mancebo! ¡Ah, gentilhombre!
Que ya salí de mantillas,
y soy hombre hecho y derecho
que este monte viene
estrecho
a las
altas maravillas
de
mis grandes pensamientos.
No soy,
si pobre nací,
de los
que viven aquí
como
unos brutos contentos.
Esfera mayor alcanza,
aunque
carbonero soy,
mi
espíritu, y mientras doy
principio a tal esperanza,
en
los montes me entretengo
viendo
que mi patria son,
aunque
a vender el carbón
a la
corte voy y vengo.
CARLOS: ¿Y
tú no ves que es locura
entregarse a devaneos?
¿Qué
importan altos deseos
si,
teniendo sangre oscura,
eres
pobre?
LUIS: Yo leí
historias de hombres que fueron
príncipes, aunque nacieron
tan
pobres como nací.
CARLOS: Luego, ¿tú sabes leer?
LUIS: Y
escribir.
CARLOS:
¿Quién te enseñó?
LUIS: La
madre que me parió;
que el
padre no pudo ser
porque no le he conocido.
CARLOS: ¿Cómo
te llamas?
LUIS:
Luís.
CARLOS:
(¿Siempre, memorias, venís
Aparte
contra
mI? Este nombre ha sido
el
que pensaba decir
al hijo
que Dios me diera.
Sucedió
de otra manera,
no
debió de convenir).
¿Qué años tienes?
LUIS: Quince son
los que a estas hierbas
cumplí.
CARLOS: (Tantos
años ha que fui Aparte
desdichado. Entre el carbón
y la
mucha soledad
de este
monte y de esta vega
da Dios
hijos, y los niega
al
cetro y la majestad
de
los reyes. ¡Oh, misterios
de
Dios, monarca fïel!
¿Qué
importan reinos sin él?
¿Sin él
qué importan imperios?)
¿Y
en el monte, a qué te inclinas?
¿Qué te
entretiene? ¿Qué sabes?
LUIS: Sé
derribar muchas aves
que en
el viento peregrinas,
al
sol amenazan guerra
y con
su luz compitiendo,
pasan
volando y rïendo
de los
que están en la tierra.
Esta
soberbia verás
que les
quito, y luego trepan
cayendo, para que sepan
que
puede la industria más.
Un
arco vibro albanés,
en que ejercitado fui,
cuya
flecha es un neblí
que las
derriba a mis pies.
CARLOS: (El
rapaz es extremado. Aparte
Infeliz
al nacer fue).
LUIS: Pues,
aquí donde me ve,
soy
también enamorado.
CARLOS: ¿Hay
carboneras hermosas?
LUIS:
¿Carboneras? ¡Bueno es eso
para mi
humor! Con exceso
es
afrenta de las rosas,
pompa de la primavera,
blasón del mismo valor,
que
para tener amor,
bástame
que yo la quiera.
Pues, no pretendiendo más,
amar a
mis solas puedo
una
condesa, sin miedo
de que se enfade jamás.
CARLOS: ¿Y
habrá quien a mi calor
y
cansancio le conceda
un
vidrio de agua?
LUIS:
¡Y que pueda
beberla
el emperador!
Que
aunque soy un carbonero,
un
limpio cristal traeré,
de
quien envidioso esté
este
arroyo lisonjero.
CARLOS: Es
la sed muy invencible.
LUIS: Y con
ella no hay reposo.
CARLOS: (¡Qué
muchacho tan hermoso!) Aparte
LUIS: (¡Qué
viejo tan apacible!) Aparte
Vase LUIS
CARLOS: Con
una merced que el cielo
hubiera
usado con vos,
rapaz,
fuéramos los dos
los más
dichosos del suelo.
Con
ser hijo del que padre
habéis
llamado por viejo...
Pero
estas lágrimas dejo
conformar. Sólo me cuadre
con
la voluntad divina.
Sale BLANCAFLOR de caza, con un venablo en la
mano
BLANCAFLOR: (El
deseo de reinar Aparte
con
ocasión de cazar,
a estas
sendas me avecina.
¿Cuántos años ha que aspiro
a ser
reina, sin que enfado
ni
templanza me hayan dado
aquellas canas que miro?
Ya
lo comienza a tratar
el rey
con el almirante.
Ponerme
quiero delante.
Ocasión
le quiero dar.
En
esas dos casarías
esperaré los monteros.
CARLOS: Huelgo,
sobrina, de veros
haciendo estas bizarrías
en
el monte. Yo cansado,
viejo
al fin, en esta sombra
me divierto.
BLANCAFLOR:
Quien se nombra
César
francés, no ha llegado
a
envejecerse jamás.
CARLOS: Las tristezas y los años
son, Blancaflor,
desengaños
del consuelo
que me das.
Siéntate sobre estas peñas
mientras que llega la gente.
Siéntase BLANCAFLOR y salen LUIS con un
vidrio de agua en un plato de barro y la REINA con un plato de
fruta y una toalla al hombro
LUIS: Es un viejo tan prudente
que
respeto nos enseña.
REINA:
(Carlos es. Viendo a su lado Aparte
tan
bizarra dama, siento
un
linaje de tormento
que mi
placer ha turbado).
LUIS: Coma, señor, de la fruta,
que
sobre pálida hierba
fresca
y dulce se conserva
contra
el tiempo en esa gruta;
y de
aqueste cristal beba,
que
nace en esos alcores,
y tropezando entre flores,
tributo
al Ródano lleva.
Bebe CARLOS
CARLOS:
Beber quiero solamente.
BLANCAFLOR: Dame
esa toalla, amiga.
REINA: A ser
descortés me obliga,
¿piensa
que no somos gente?
Que
sabré dársela crea
al buen
viejo, y señor mío,
si es
su padre o si es su tío;
que yo
no sé quién se sea.
CARLOS:
Razón tiene la serrana.
BLANCAFLOR: Y aun hermosos ojos tiene.
REINA:
¡Válgame Dios! ¡Cómo viene
con sus
mejillas de grana!
¿Hace burla del carbón,
arrebol
de estas montañas?
CARLOS: No se
burla. Tú te engañas.
Hermosos y graves son.
REINA: ¡Ah, señor, no los alabe!
No dé celos a esa dama
porque
es pasión que quien ama
disimularla no sabe.
CARLOS: ¿Has
amado?
REINA:
A mi marido,
el
padre de este rapaz.
CARLOS: ¿Y sois
casados en paz?
REINA: Un
traidor nos ha vendido.
CARLOS: Pues
en esta edad que ves,
me caso. Amor me convida.
REINA: ¡Por su
vida!
CARLOS:
¡Por mi vida!
REINA: (Él lo juró, ¡verdad es!) Aparte
No haga tal.
CARLOS:
¿Por qué, serrana?
REINA: Viejo
que busca hermosura,
prisa
da a su sepultura,
dice el
proverbio.
BLANCAFLOR:
(¡Ah, villana! Aparte
Mal
te haga Dios).
REINA: ¿Y es
su merced
la novia?
BLANCAFLOR: Sí.
REINA: ¿Y él
la quiere?
CARLOS:
Como a mí.
REINA: Novia
tendrá para un mes.
BLANCAFLOR:
Vete, necia.
REINA:
Voyme sabia.
CARLOS: Vete;
ya que la memoria
en ti
ha leído una historia
que me
atormenta y agravia.
(Piedad, cielos. Tu rigor
siempre
espanta y maravilla.
La
hermosura de Sevilla,
lo trágico
de mi amor
me has acordado en los ojos
y en la voz de esta
mujer).
REINA: (Yo me voy a padecer Aparte
celos, agravios y
enojos).
Vase la
REINA
LUIS: (No
es mi desdicha crüel.
¿Quién
dirá que tengo amor
a la
hermosa Blancaflor,
condesa
de Mirabel?
¿Un
carbonero se atreve
bárbaramente a mirar
tanto
sol, y tanto mar,
abismos
de luz y nieve?)
CARLOS: (El
agua no agradecí). Aparte
¡Ah,
Luisico!
LUIS:
¿Mi señor?
CARLOS: Toma en
señal de mi amor
este
famoso rubí.
LUIS: No vendo el agua.
CARLOS: No es precio
lo que
debo agradecer.
LUIS: Tómole
para no ser
Tómale
con vos
descortés y necio.
Y pues ya es mío, señor,
aunque está en vuestra presencia,
--¡pardiez!-- con vuestra licencia,
le he
de dar a Blancaflor;
porque el ánimo me inclina
más a
dar que a recibir.
Y a ser
el mismo zafir
de
aquella esfera divina,
os
le presentara así
con
humildad y con fe.
Tomadla
por cuyo fue.
No la
recibáis de mí.
Tómale
BLANCAFLOR: Yo
le acepto, y a dinero
te le pretendo pagar.
LUIS: Eso es,
señora, afrentar
un
honrado carbonero.
CARLOS:
Según eso, ¿la condesa
es el
sujeto extremado
que te
tiene enamorado?
LUIS: Y que
el alma lo confiesa.
CARLOS:
Pues, ¿cómo tienes amor
a quien
ser mi esposa espera?
LUIS:
¡Pardiez! Señor, aunque fuera
mujer
del emperador,
a
ser la reina Sevilla
que
dicen murió en la mar
y que
se pudo llamar
la flor
de la maravilla,
que
apenas a Francia vio
cuando
sin qué ni por qué
a
buscar su muerte fue,
pudiera
quererla yo;
que
mi amor es una acción
de un
ánimo generoso
que
reverencia lo hermoso
con
debida adoración.
Es
un estimar aquello,
que
como el sol resplandece,
y al mismo Dios se parece
en lo
soberano y bello.
Sale el ALMIRANTE
ALMIRANTE: Está
vuestra majestad
a la
sombra retirado,
y este
monte he fatigado
buscándole.
CARLOS: Soledad
Levántanse
y
descanso pretendía
cuando
encontré a Blancaflor.
LUIS: (¡Que
es éste el emperador,
y que
no le conocía!
Vergonzoso voy).
Salen la
REINA y LAURO
REINA: ¿Estás
en mi
intento?
LAURO:
Sí, señora.
REINA: Haz,
pues, que se ausente agora
Luís.
LAURO:
¡Ah, nieto! ¿No vas
a cobrar aquel dinero
del
carbón. Baja por él
al
valle de Mirabel.
LUIS: Luego
voy.
Vase LUIS
LAURO:
Aquí te espero.
REINA: El
almirante ha venido.
Lauro,
escucha, escucha atento.
Si
tratan del casamiento
que mi
nuevo mal ha sido.
ALMIRANTE: Ya
que ha salido mi hermana
a ser de estos horizontes
sol humano, y de estos montes
una segunda Dïana,
ya
que dichosa y que bella
ha
merecido tu amor,
dale la
mano, señor,
si te
has de casar con ella.
Mira
que el tiempo ligero
va deshaciendo
tu edad
cuando
es fuerza y es piedad
que nos
des un heredero.
CARLOS:
Decís, almirante, bien;
reina
será vuestra hermana.
Hablan recio
LAURO:
¿Casaros queréis, Dïana?
¡Malos antojos os den!
A mis manos moriréis
antes de casaros hoy.
REINA:
Casaréme. Libre soy.
LAURO: Eso
no. No os casaréis.
REINA:
Favorézcanme, señores,
porque
mi padre me mata.
LAURO: Hija
ruín, hija ingrata,
¿agora andáis en amores?
Salen
BARUQUEL y ZUMAQUE
ALMIRANTE:
Villanos, ¿qué es esto?
LAURO: ¿Qué?
Her
josticia en lo que pasa
porque
soy rey en mi casa.
No ha
de casarse.
CARLOS:
¿Por qué?
LAURO: Otra
vez casada ha sido,
fuése
su marido al puerto
y no
sabemos si es muerto.
¿Bueno fuera que el marido
viniese a casa mañana
y con
otro la hallase?
REINA: ¿Pues,
qué importa que me case?
LAURO: ¿Qué
importa? La que es cristiana,
hasta saber si es muy cierto
que
murió el primer marido,
no se
casa.
REINA:
Él no ha venido
en
quince años. Luego es muerto.
LAURO:
Necia, no; que puede ser
que su
padre le entretenga
en su
tierra, y que no venga
y
siempre sois su mujer.
CARLOS: ¿Con
quién se quiere casar?
ZUMAQUE:
Conmigo, y con su mercé.
BARUQUEL:
Agradecida a mi fe,
la mano
me quiere dar
sin duda. Prima, porfía.
ZUMAQUE: Prima,
dé voces; que yo
la he
querido bien.
BARUQUEL:
¿No vio
este
tonto? ¿Qué diría
de
él la gente? Enalbardado,
calla.
ZUMAQUE: Si
bestia nací,
¿quiéreme la novia a mí
acaso
para letrado?
ALMIRANTE:
¿Cuál de los dos quiere ser
su
marido?
LAURO:
Este muchacho.
Señala a ZUMAQUE
BARUQUEL: Todo el
mundo está borracho.
¿Qué
haya gusto de mujer
tan
perverso que es forzoso
en este
mundo importuno
que en
naciendo tonto uno
haya de
venturoso!
ZUMAQUE: ¿Está contento?
BARUQUEL:
Estoy lleno
de
pesar. ¿Tú has de casarte?
¿No
será mejor matarte?
ZUMAQUE: No,
juro a Dios, ni aun tan bueno.
CARLOS:
Dejadlos casar.
LAURO:
Señor,
aun hay
otro inconveniente;
que es
el novio su pariente
y será
poco temor
de
nuestra iglesia romana
que
casarse con él piense
sin que
el papa lo dispense.
Cásese
como cristiana.
CARLOS:
¡Ea! Bien decís, andad.
ALMIRANTE: Basta
un rato de villanos.
ZUMAQUE:
Presumidos cortesanos,
todos
hambre y vanidad.
¿Y
cómo quedamos, tío?
¿Está la novia quisada?
BARUQUEL: Quien
quiso ser mi cuñada,
hará
cualquier desvarío.
Vanse los villanos
ALMIRANTE: Gran
señor, pase adelante
la
merced que nos hacías.
Cásate.
CARLOS:
Melancolías
han
turbado mi semblante.
Si
un rústico carbonero
a la
religión atiende,
y
dispensación pretende,
lo
mismo, almirante, quiero.
Sale el CONDE
CONDE:
Insigne emperador, cuya corona
por
timbre tiene el orbe de la tierra,
Grecia
se atreve ya, Grecia blasona
que
infestando ese mar, nos dará guerra.
Los
moradores de la ardiente zona,
y los que en islas bárbaras encierra
el Nilo, respetaron como
fuego
las
sacras lises que amenaza el griego.
De
leños y de velas coronado,
el mar
parece populosa selva,
que
desnudó el invierno y la ha nevado
para
que el sol de abril plata disuelva.
Si el
poder de dos Asias se ha juntado,
tema el
lirio francés, huyendo vuelva,
levantando en los golfos orientales
promontorios de líquidos cristales.
El
griego emperador con Persia tuvo
guerra
prolija en obstinada furia,
y por
esta razón suspensa estuvo
la
atrevida venganza de su injuria.
Y
aunque su armada zozobrando anduvo
por las trémolas ondas de Liguria
venció su dicha y arribó
con ella
a las
ásperas peñas de Marsella.
CARLOS: Aunque
llueva desdichas y pesares
el
cielo, que los temo no presumas;
surquen las ondas ya, pueblen los
mares
azotando las pálidas
espumas,
que si
en aplauso de mis doce pares
la fama
ejercitó lenguas y plumas,
respetadas del tiempo sus memorias,
coronarán mis flores
de victorias.
Aun hay valor y
fuerzas que prevengo
en el
ánimo insigne, que fue asombro
de huestes africanas, siempre tengo
la
católica iglesia con el hombro.
No me
enflaquece, no, el discurso luengo
de mi
pasada edad. Carlos me nombro
el
magno, que este título excelente
a Alejandro y a mí nos da la gente.
Si
con Sevilla usé piedad funesta,
ya a
Grecia la envïé. Su adversa suerte
más
suspiros y lágrimas me cuesta
que
perlas ese arroyo al margen vierte.
Si la
ocasión de su venganza es ésa,
pídale
al ancho mar su triste muerte,
no a
mí, que con el alma, aunque ofendida,
estimé
su beldad y amé su vida.
ALMIRANTE: Si a
Quinto Máximo Fabio
llamaron hijo de Marte,
porque
es el vencer un arte
de
capitán cuerdo y sabio,
una
industria te he de dar
para
que al griego no temas.
CARLOS: Vencer
con estratagemas
no es
vencer sino engañar.
ALMIRANTE:
Cuantas victorias ha dado
el
arte, famosas fueron,
porque
en efecto vencieron
y
sangre no han derramado.
Si
las griegas armas son
a las
nuestras superiores,
haga el
arte vencedores,
dénos
la industria opinión.
Aparte el ALMIRANTE y CARLOS
Ricardo viene a vengar
a su
hija, cosa es cierta;
publiquemos que no es muerta,
y esto
se puede esforzar;
porque he visto esa serrana
que con
grande maravilla
es
semejante a Sevilla.
Si es
que en la memoria humana
con
los años no ha faltado,
hablarémosla, señor,
que
quizá tendrá valor
para
fingir.
CARLOS:
Ya me ha dado
las
mismas memorias hoy.
Y por
si esto tiene efeto,
esté
entre los dos secreto.
ALMIRANTE: El
mismo secreto soy.
Vanse
todos. Salen BARUQUEL y LAURO
BARUQUEL: Ya de las montañas baja
el cortesano escuadrón
de
cazadores, que a todos
nos
tienen inquietos hoy.
Sentémonos a comer,
que se
va poniendo el sol.
Sale ZUMAQUE
ZUMAQUE: Ni
comemos, ni me caso.
¡Qué
desdichado soy!
LAURO: ¿Falta
pan? Vendrá Luís,
que a
Mirabel descendió
a
cobrar para comer,
el
dinero del carbón.
ZUMAQUE: Espada
compró una vez.
Os
vendrá, si place a Dios,
con el
yelmo de Mambrino.
Sale LUIS
ZUMAQUE: Helo;
que viene.
LUIS:
¡Hucho ho!
¡Hucho
ho!
BARUQUEL:
Llamando viene
aves
del viento veloz.
Loco es
aqueste rapaz.
LAURO: ¿Traes
pan, nieto?
LUIS:
Abuelo, no;
que
compré con el dinero
un
famosísimo halcón.
¡Hucho
ho! ¡Pardiez que dicen
que
allá en Noruega nació!
BARUQUEL: Dime,
¿estás endemoniado?
Carbonero cazador,
hijo de
algún gerifalte
o de
algún esmerejón,
¿qué
pájaros te engendraron?
¿Qué
demonio te engañó
para dejarnos sin pan?
¡Qué te
daré un mojicón,
vive
Dios!
LUIS:
Calla, animal,
que
pretendo hartaros hoy
de
perdices o palomas
y aun
de garzas. ¡Hucho ho!
ZUMAQUE:
Pajarero, hijo de puta,
¿no
debéis saber que soy
vuestro
padre casi, casi?
Y si me
enojo,... ¡Por Dios,
que me
enojé! ¿Qué gallina,
mujer
de un gallo cantor,
habéis
comprado? ¿Qué ganso?
........................ [ -ó]
¿Pajarotes nos traéis?
BARUQUEL: En tu
mismo corazón
se cebe
ese gavilán.
¿Tú,
eres el otro español
que no teniendo camisa
compró
unos guantes de olor?
¿Eres
el otro escudero,
que
faltándole ración,
compró
un libro de cocina
con las
calzas que vendió?
LUIS: ¡Hucho ho!
ZUMAQUE:
¿Qué estás hucheando?
¡Sáquente de dos en dos
los ojos cuervos y buhos!
¿Eres algún toreador?
Yo voy por el cernicalo,
--¡noramala para vos!--
que yo sé lo que he de hacer.
LUIS:
Zumaque, espera.
ZUMAQUE:
Vos sois
el
verdadero Zumaque.
Vase ZUMAQUE
BARUQUEL: De
caballero pelón
hacéis
caravanas ya.
Gavilán,
galgo y amor
y el
estómago vacío.
LAURO: (¡Oh,
real inclinación!) Aparte
Mirando adentro
BARUQUEL: Zumaque
lo ha remediado;
otra
tenemos peor.
Con
plumas y capirote
dentro la olla lo zampó.
¡Par
Dios, que estará famosa!
Tendrá
el caldo buen sabor
con las
tripas y pigüelas.
¡Qué
donoso salchichón!
Sale ZUMAQUE
ZUMAQUE: ¡Pardiez!,
que dejo la olla
que
puede el emperador
comer
de ella el avechucho!
Luego
que sintió el calor,
olla
podrida la hizo
con el
perejil que echó.
Déjenla
cocer un rato.
Sale la
REINA
REINA: ¿Qué es
esto?
BARUQUEL:
Un hijo traidor
al pan
que come...
LAURO:
Luisico
nos ha
comprado un azor.
REINA: (Dios te deje crecer, hijo, Aparte
y llegues a ser garzón
tan
valiente que te llamen
el
infante vengador.
Un
traidor tiene a tu madre
sin marido y sin honor.
¡Oh, qué bien vengado
había
el
conde su bofetón!)
Llora
LAURO: No
llores, hija.
BARUQUEL:
Sí, llore
la que
tal hijo parió,
y la
que tiene tal gusto
que a
esta bestia tiene amor.
Llore lágrimas de sangre;
llore y
ciegue.
ZUMAQUE:
¡Socarrón,
no ha
de llorar sino reír!
BARUQUEL: ¿Qué a
ser mi competidor
se
atreva este bruto? Espera,
que he
de pegarte.
Amenázale con un palo y él
huye
ZUMAQUE: Eso no,
porque
yo sabré huír.
BARUQUEL: Ganado
me ha su temor
por la
mano. Si esperara
un
momento, huyera yo.
Sale el ALMIRANTE
ALMIRANTE:
Serrana, que a estas montañas
das
belleza y resplandor,
escucha.
REINA:
Diga qué quiere
cortesmente y sin traición.
ALMIRANTE: Sabe,
que viene Ricardo
contra tu rey y señor,
demandándole su hija
porque
hasta aquí no creyó
que es
muerta. Tú la pareces
con tan
viva perfección,
que
engañarás a los griegos.
Hacerte queremos hoy
la
reina Sevilla. Dime
si
tendrás maña y valor
para
fingir que eres ella
y
engañarlos?
REINA:
¿Por qué no?
Reina
he sido yo de veras;
que en
estas montañas soy
reina
las Pascuas y mando
a
cuantos hacen carbón.
ALMIRANTE: Haráte
Carlos merced.
REINA: Sí,
pero guardar mi honor
es lo
primero.
ALMIRANTE: Si un santo
es el
rey, ¿quién lo dudó?
Vamos a
palacio y esto
secreto
esté.
REINA:
Padre, adiós.
A mi
hijo le encomiendo;
a París
agora voy;
que me importa.
LAURO:
Adiós, Dïana.
LUIS: Madre,
¿qué es esto? Pues, ¿vos
os vais
con un cortesano
sin
mirar el pundonor
de una
mujer que es honrada?
REINA: Necio,
¿cuidado te doy?
Dondequiera soy Dïana.
ALMIRANTE: (Ella
muestra en la facción Aparte
maña y
osadía).
LUIS:
Madre,
muy
determinada sois.
REINA: Hijo,
queda en hora buena.
BARUQUEL: Prima,
no olvide a los dos.
LAURO: Hija,
sucédate bien.
ZUMAQUE: Mujer,
viudo y solo estoy.
LAURO: (Dios
dé a la reina Sevilla Aparte
venganza de aquel traidor).
Vanse todos
FIN DEL SEGUNDO ACTO