ACTO PRIMERO
Salen MARCELO y ALEJANDRO
MARCELO: Hijo, que único
heredero
de mi casa y de mi honor
has nacido, no es amor
la pasión con que te quiero.
Un afecto es, más asido
al alma. Aunque dije mal
--amor es, mas sin igual.
Amor singular ha sido.
La escuela de mis verdades
y consejos te ha crïado,
pero tu error te ha llevado
por juegos y mocedades.
Jugabas lo que tenías,
y no tenías también,
y tierno quisiste bien
cuantas mujeres veías.
Contrario amor suele estar
al juego, y en tu sosiego
ni el amor divirtió el juego
ni el jugar venció al amar.
En una y [en] otra guerra,
que el juego y amor son lides,
siempre estabas como Alcides,
un pie en el mar, otro en tierra.
Remedio, por mil caminos,
intenté en vano a mi pena,
y al fin hallé el que refrena
juveniles desatinos.
Caséte con Isabela
de quien fui tutor y a quien
ha aprovechado más bien
la doctrina de mi escuela.
En su rostro, en su cordura,
con singular eminencia,
aun están en competencia
la virtud y la hermosura.
Ha durado la alegría
en tu casa, en quien estoy
como huésped, hasta hoy.
Éste es el octavo día.
En la casa del tahur
se dice que dura poco.
Pues ya los umbrales toco
de la muerte, y su segur
siento casi a la garganta,
¡dulce muerte me acomoda!
Haz cuenta que siempre es boda.
Dure, oh hijo, esta paz santa.
Yo, en mi casa y retirado,
mirar tu enmienda pretendo;
procedo bien advirtiendo
que ya mi hacienda te he dado.
Tuya es ya la renta mía;
no tengo más que dejarte.
Sólo reservo la parte
que al alma me convenía.
Si le perdieres, apela
al hospital y no a mí.
Hacienda y mujer te di.
Buen dote trujo Isabela.
Bien sé que cuerdo dispones
el gobierno de tu casa;
que el error del joven pasa
con nuevas obligaciones.
Bien sé que el dichoso estado,
en que ya vives contento,
despierta tu entendimiento
y nueva razón te ha dado;
pero nunca inútil es
el buen consejo.
ALEJANDRO:
Señor,
agradecido a ese amor,
beso mil veces tus pies.
Yo con Isabela vivo,
preso de amor. ¿Qué cuidado
vencerá un enamorado?
¿Ni qué juego al que es cautivo?
Mucho estimo tus consejos,
que al fin me doctrinan y aman.
Vejeces los mozos llaman
lo que prudencia los viejos;
pero a mí ya me recrea
tu elección. No la condeno,
que siempre el consejo es bueno
aunque menester no sea.
Adentro ROQUE y dos MÚSICOS
ROQUE: Brindis,
sos músicos.
MÚSICO
1:
Mía
es la obligación. Espera,
ya la paga.
ROQUE:
¡Oh, quién tuviera
una boda cada día!
MARCELO: Tus amigos te visitan
si te alegran tus crïados.
Yo me voy, hijo. Los
hados
vida feliz te permitan.
Vase [MARCELO]. Salen don DIEGO, don LUIS, y
CARLOS
DIEGO: Aun huele a
boda la casa.
ALEJANDRO: ¡Oh, don Diego! ¡Oh, don Lüís!
¡Qué tarde a verme venís!
LUIS: Mientras que la
octava pasa
de esta doméstica fiesta,
no era ocuparte razón.
ALEJANDRO: La amistad, la obligación,
en ningún tiempo molesta.
¿Quién es aquel gentilhombre?
DIEGO: De Sevilla y caballero,
y nuestro amigo.
ALEJANDRO:
Yo quiero
que mío también se nombre.
LUIS: Hanos
dado a conocer
una dama sevillana...
No mujer, no cosa humana...
Ángel es, que no mujer.
Aquí a Madrid ha venido
con su madre a proseguir
ciertos pleitos.
DIEGO:
Y a decir
que sola Sevilla ha sido
la madre de la hermosura.
LUIS: Con este
conocimiento
de Carlos, en su aposento,
en amistad casta y pura,
tenemos conversación.
Rífanse dulces y aloja,
y pasamos la congoja
de las siestas.
ALEJANDRO:
No es razón,
señor Carlos, que yo sea
de tal amistad ajeno.
CARLOS: Si para servir soy bueno,
serviros mi alma desea.
ALEJANDRO: Mi persona y esta
casa
están a vuestro servicio.
Salen los dos MÚSICOS y ROQUE con una taza y un jarro
ROQUE: ¡No es boda donde hay
jüicio!
DIEGO: ¡Hola! ¡Mirad lo
que pasa!
ALEJANDRO: Roque y dos músicos son.
Mi boda están celebrando,
más bebiendo que cantando.
LUIS: No es mala la
ocupación
si cantan mal, pues bebiendo
no cantarán.
ALEJANDRO:
Son malditos.
ROQUE: No es, oh músicos
mosquitos,
voz la vuestra sino estruendo.
Zumbadme en estos oídos,
bailaré.
ALEJANDRO:
¡Loco, despierta!
ROQUE: La boca sola está
alerta
mientras duermen los sentidos.
ALEJANDRO: ¿A qué habéis salido aquí?
ROQUE: Para danzar, ¿no lo
ves?,
en tus bodas.
ALEJANDRO:
¡Lindos pies
de danzar!
LUIS:
Serán ansí
bacanales, no himeneos.
ROQUE:
¿No veis los que representan?
¡Qué bailecillos inventan
de visajes y meneos!
En
ellos, si consideras,
dos diferencias se ofrecen;
que allá borrachos parecen
y aquí lo estamos de veras.
Allá se dejan caer,
tuercen el cuerpo al desgaire,
dan traspiés, burlan del aire
que el danzar debe tener.
¿Qué oficios hay inventados
que no se imiten allí?
Parecen, bailando ansí,
o locos o endemoniados.
No hay cosa en la vida humana
que no baile a su despecho.
La matemática han hecho
bailarina escarramana.
Una araña, roja y fiera,
en Italia he visto yo,
y cualquiera que picó
baila de aquesta manera.
Y pienso que no se engaña
un señor muy avisado
que dice que se han pasado
las tarántulas a España.
ALEJANDRO: Y aun hacen esos errores,
que en España renovemos
bailes que culpados vemos
en los antiguos autores.
ROQUE:
Cantad, músicos panarras,
que ya me voy meneando.
MÚSICO 1: Reventaremos cantando.
ROQUE: Eso hacen las
cigarras.
Cantan. Baila ROQUE
MÚSICOS: "Cualquier
casamiento
alegra la casa,
como no se casen
el vino y el agua.
Goza de Isabela,
hermosa y gallarda,
el nuevo Alejandro,
honra de su patria.
Haya muchos siglos
placer en su casa,
como no se casen
el vino y el agua."
ALEJANDRO: Basta, basta, que este día
no estáis para nada buenos.
DIEGO: De vino los tiene
llenos
vuestra dichosa alegría.
Tanta os dé vuestra mujer
que nunca podáis mirar
ni la cara del pesar
ni la espalda del placer.
Años del fénix no visto
viváis con ella, Alejandro,
los de Nestor, los de Evandro,
los de Príamo y Egisto.
El tiempo que corre aprisa
tardo movimiento tenga,
y al fin vuestra muerte venga
envuelta entre sueño y risa.
ALEJANDRO: Deseos son lisonjeros
de una voluntad pagada.
Tráeme la capa y la espada;
que con estos caballeros
saldré un rato.
LUIS:
Es honra nuestra.
MÚSICO 2: En otra boda os veáis.
ALEJANDRO: Mala música
tengáis.
¡Que sí tendréis si es la vuestra,
que yo no quiero enviudar!
Vanse
los MÚSICOS y ROQUE
LUIS:
No, ¡plega a Dios! Antes sean
tantos tus hijos que vean,
de los cielos y del mar,
luces y arenas iguales
a su número, y de flores
se coronan vencedores
en mil batallas navales.
Uno en la guerra crüel
ciña de roble su frente,
otro sabio y diligente
en la escuela, de laurel.
Uno suba en la conquista
de alguna empresa cristiana,
y otro en la corte romana
sagrada púrpura vista.
[Sale ROQUE en capa y sombrero]
ALEJANDRO: Dulce cosa es el casarse
si tal parabién se espera.
ROQUE: Si quisiere salir
fuera,
su merced, a pasearse,
Pónele su misma capa y sombrero [a ALEJANDRO]
no se habrá visto jamás
tan galán.
LUIS:
¿Qué has hecho, loco?
ALEJANDRO: A cólera me provoco.
Cansado borracho estás.
ROQUE: En éste, tu
alegre estado,
de un modo estamos tú y yo.
ALEJANDRO: Luego, ¿estoy borracho?
ROQUE:
No,
pero estás...
ALEJANDRO:
¿Qué estoy?
ROQUE:
Casado.
Pues si yo mal no me
acuerdo,
la mujer al vino imita;
porque en un momento quita
el seso al hombre más cuerdo.
Que se pueden comparar
oí a un discreto decir,
pues tal vez hacen reír,
y tal vez hacen llorar.
¿No has visto qué dulcemente
entra el vino por la boca,
y cuando a las tripas toca,
qué fuerte y bravo se siente?
La mujer, cuando se casa,
entra muy mansa, porque es
vino al beberse, y después
no hay quien la sufra en la casa.
Como vino puro ha sido
la que a ser ligera empieza,
pues se sube a la cabeza
del desdichado marido.
Una diferencia alego:
que el vino viejo ha de ser,
mas si es vieja la mujer,
leña es, seca, ¡vaya al fuego!
Un cortesano bizarro,
de estos melífluos decía
que él en la mujer querría
las calidades del jarro:
limpio ha de ser, sano y nuevo.
Y ansí mujer linda o fea,
ya que es vino, jarro sea,
que de otra suerte no bebo.
Salen ISABELA y FABIÁN. Sacan de vestir a
ALEJANDRO
ISABELA: ¿Dónde, con tal
diligencia?
FABIÁN: Dicen que salir quería.
ISABELA: ¿Vais fuera?
ALEJANDRO:
Sí, gloria mía;
mas no sin vuestra licencia.
Es forzoso acompañar
mis amigos.
DIEGO:
Servidores
suyos y vuestros.
ISABELA:
Señores,
míos os podéis llamar.
Van vistiendo [a] ALEJANDRO
CARLOS: (¡Mujer
divina! El extremo Aparte
de hermosura manifiesta.
Ángela es ángel, mas ésta
es de otro coro supremo.
¿Qué superior jerarquía
contiene este ángel? En mí
siento, después que la vi,
nueva suerte de alegría).
ISABELA: Por parecer
desposado,
lleva más joyas, si quieres.
Envidiarán las mujeres
mi felicísimo estado.
La cadena de diamantes
llevarás.
ALEJANDRO:
A mucho obligan
tus joyas.
ISABELA:
Quiero que digan
como hay mujeres, amantes
de sus maridos.
CARLOS:
(¡Qué grave Aparte
honestidad y qué hermosa
compostura! No vi cosa
a l[os] ojos más süave).
Apartados [ALEJANDRO y LUIS]
ALEJANDRO: Mi curiosa
inclinación
ver esa Ángela desea.
LUIS: ¿Hay más, sin que
se vea?
ALEJANDRO: ¿Y a cualquier conversación
está apacible? ¿O se espanta?
LUIS: Con un honesto
recato,
es agradable su trato.
ALEJANDRO: ¿Y su madre?
LUIS:
Es una santa.
Argos es de la muchacha,
pero aplica su atención
a libros de devoción,
y es sorda.
ALEJANDRO:
¡Famosa tacha!
CARLOS: (Gloria inspira,
si la veo. Aparte
Rige mis ojos razón,
que el ver con delectación
cerca está de ser deseo).
Vanse. [Quédanse ISABELA y ROQUE]
ISABELA: ¿Qué amigos, Roque,
son éstos?
ROQUE: Los amigos que se usan.
En el trabajo se excusan,
y en la dicha son molestos.
Todos son de la manera
que fáciles golondrinas,
que nos buscan, peregrinas,
en la verde primavera.
Vinieron de allende el mar
buscando el mayo templado,
y antes del diciembre helado,
van a otra parte a cantar.
Facilidad semejante
en nuestra sombra se vea,
que nos sigue y nos rodea
sin dejarnos un instante,
y aunque de nosotros nace
cuando el sol su luz no niega,
apenas la noche llega
cuando vana se deshace.
Éstos vienen y se alejan
según los tiempos prosiguen:
en el próspero no[s] siguen,
y en el adverso nos dejan.
Los primeros han de ser
que a los juegos o a las damas
le lleven.
ISABELA:
¡Ay, Roque! Si amas
a tu señor...
ROQUE:
¿Qué [he] de hacer?
ISABELA: Suplicarle muy de
veras
que vuelva presto.
ROQUE:
Yo voy.
ISABELA: Síguele.
ROQUE:
Podenco soy,
que sé bien sus madrigueras.
Vanse. Salen ÁNGELA y su madre con un libro
MADRE: Ángela.
ÁNGELA:
¿Señora?
MADRE:
Escucha
una madre que desea
que vivas felicemente,
que prósperos años tengas.
Hermosura y gallardía
te dio la Naturaleza,
hidalga sangre tus padres,
el Tiempo su primavera.
Juventud gozas florida,
sólo la Fortuna
ciega
contra tus méritos, hija,
te ha negado su riqueza.
Supla el arte a la Fortuna,
y la buena diligencia
engendre en ti la ventura
que te niegan las estrellas.
En la corte estás, que es mar
donde el diligente pesca,
el venturoso trïunfa,
y el desdichado se anega.
Buen anzuelo es la hermosura,
muchos golosos se ceban;
aspira a un gran casamiento,
tiende la red lisonjera.
De este mañoso edificio,
la primera baja sea
conservar la buena fama
de castísima doncella,
la virtud y honra delante;
porque así a su sombra
puedas
envolver un favorcillo,
dos palabras, cuatro letras.
Aquí el recibir no es mancha
que la virtud nos afea;
gracia es tomar si se hace
con donaire y gentileza.
A cuantos te pretendieren
es razón que favorezcas
con tanta astucia que duden
si es amor el que les muestras.
Suele un semblante apacible
engañar al que desea;
da esperanzas, pero tales
que presto se desvanezcan.
Cuando algún rico galán
a tu propósito veas
herido ya del amor,
hasta las plumas la flecha
envida con casamiento,
y si se retira, deja
de escucharle; un ventanazo
le pique más o divierta.
A nadie tengas amor,
porque estando libre puedas
a tu mano levantarte
y ser lince en las cautelas.
Muchos quieren engañar,
y la pobrecilla necia
que en lazos de amor se halla,
rendida al engaño queda.
Ese Carlos que ha venido,
según dice, el alma llena
de esperanzas y de amores,
mira que es pobre. Huye, tiembla.
¡Cuartana me da en pensarlo?
Ni de burlas, ni de veras
le escuches; que amor de un pobre,
voz traidor es de sirena.
Yo, mi hija, me [he] fingido
sorda aquí, y es bien que entiendas
la causa. No es sin misterio
que sorda y devota sea.
Si una madre es algo esquiva
y sus hijas guarda y cela
sin permitir que les digan
una palabrilla tierna,
luego dicen los mozuelos
que como zánganos cercan
esta miel de la hermosura:
"Sierpe se finge la vieja,
todo es arte, ya entendemos.
¡A fe que si el oro viera
que más blanda se mostrara."
Cánsanse y la empresa dejan.
Si la madre es apacible
y no se espanta ni altera
de que digan sus deseos
y honradamente pretendan,
luego dicen: "¡Oh qué madre!
Para obispo ha de ser buena.
¡Oh qué mitra de papel
previenen a tu cabeza!"
Disfámase con aquesto,
y da ocasión que se atrevan
a querer más que favores
los que a sus hijas pasean.
Buen remedio, sorda soy,
y a su encanto las orejas
tengo como áspid tapadas;
hablen, pidan, penen, mueran.
Los libros de devoción
serán de mi honor defensa;
que los hipócritas hoy
el mundo tras sí se llevan.
Mostraré de cuando en cuando
la condición zahareña,
con esto no me disfaman
ni de pretender se alejan.
Sorda seré a sus intentos;
bien oiré cuando convenga.
Advertiréte de todo
con mi prudente cautela,
Todo el mundo es trazas, hija,
¿quién no finge? ¿Quién no inventa?
Los astutos enriquecen
y los modestos no medran.
ÁNGELA: Atentamente he escuchado
tu lección, pero me enseñas
una bárbara doctrina
que aun no la saben las fieras.
Dices que no tenga amor;
leyes injustas ordenas
contra la razón del alma
que al mismo Amor se sujeta.
¿Qué discurso es poderoso
contra las divinas fuerzas
de Amor? ¿Cuándo no es vana
nuestra mortal resistencia?
Aman los brutos, y amor
simples palomas nos muestran
cuando el aliento se hurtan
con los picos y las lenguas.
La tórtola en verdes ramas
con arrullos ama y cela,
y si ha perdido el amante,
gime
siempre en ramas secas.
Los músicos ruiseñores
que cantan con diferencias
no articulados motetes,
¿quién, si no Amor, los gobierna?
Las cosas inanimadas
aman también, que la hiedra
ama al fresno, al olmo verde
ama la vid opulenta.
Con recíprocos amores
las altas palmas engendran
unos pálidos racimos
dentro de pardas cortezas.
MADRE:
Esas son bachillerías
que aprendes en las comedias.
No irás más a los teatros;
que eres presumida y necia.
Ama al oro. Ama a tu madre.
Ama la virtud honesta.
ÁNGELA: (¡Ay, Carlos! ¿Cómo es
posible Aparte
no querer hasta que muera?)
Salen ALEJANDRO, LUIS, don DIEGO y CARLOS
LUIS: La
licencia que da la cortesía
y proceder urbano de esta casa
nos ha puesto osadía
para entrarnos ansí.
ÁNGELA:
Fueran ingratos,
los que no lo hicieran, al deseo
que mi madre ha tenido de serviros.
MADRE: Bien dice aquél
proverbio: que está el lobo
en la conseja. Agora en este punto
yo y Angelica hablábamos de todos.
DIEGO: Pues, ¿hay en qué serviros?
MADRE:
Le reñía
a esta muchacha porque trae diamantes;
que no son las sortijas de
doncellas,
pues que señales son del matrimonio.
Y en aqueste propósito decía
que en viniendo los tres, os suplicara
le rifárades ésta. Muestra, niña.
Tómale una sortija
CARLOS: Por tocar un anillo de tal
mano,
todos lo rifarán.
ALEJANDRO:
Y yo el primero.
CARLOS: Alejandro, señoras, nuestro amigo
viene a ofrecerles por crïado vuestro.
Llega, Alejandro.
ALEJANDRO:
Vuestras manos beso.
MADRE: ¿Y se llama Leandro?
Enamorado
está obligado a ser con ese nombre.
ÁNGELA: Alejandro se llama, no
Leandro.
MADRE: Liberal ha de ser si es
Alejandro.
CARLOS:
Vengan los naipes, pues.
ÁNGELA:
Trae naipes. ¡Hola!
DIEGO: ¿Y en cuánto ha de rifarse,
mi señora?
MADRE: ¿Qué me lo habéis de
dar? Quien lo ganare
haga su voluntad.
ÁNGELA:
No dicen eso.
LUIS: ¿En cuánto ha de
rifarse?
MADRE:
Él ha costado...
¿Cuántos escudos, Ángela? ¿Cuarenta?
DIEGO: Pues, rífese en cincuenta.
MADRE:
¡En ciento basta!
DIEGO: No hay sordo que oiga mal en
su provecho.
En cincuenta decimos.
MADRE:
Todo
es vuestro.
ALEJANDRO: (¡Qué divina mujer! ¡Qué bellos
ojos! Aparte
Mi corazón es cera; fácilmente
se da al hermosa objeto
cuando su proporción amable siente.
Confieso mi flaqueza,
confiésome indiscreto;
mas no niego que puede esta belleza
rendir los corazones, no de cera,
de bronce inculto. De una airada fiera
refrene la razón. ¡Locos antojos!
¡Qué divina mujer! ¡Qué bellos ojos!)
CARLOS: (Válgate Dios, amén, por
casadilla! Aparte
Olvidarla no puedo.
Pensaba que con ver a Angela hermosa
las especies borrara
que en la memoria conservé dichosa,
y a la luz de su cara
desengañado quedo
de aquella competencia que en el alma
sentí dudosamente.
Isabela venció. Doyle la palma.
Hermosa es más la ausente.
¿Si ya la novedad no maravilla?
¡Válgate Dios, amén, por casadilla!)
Sale GÓMEZ con naipes
GÓMEZ:
Aquí tienen las horas, sus mercedes,
donde el oficio rezan al dïablo.
Cófrade fui en un tiempo;
destrüido me tienen sus figuras,
que mil maravedís perdí en un año.
DIEGO: No fue mortal el daño.
LUIS: ¿Cómo se rifará?
CARLOS:
Que el peor la pague
y habrá quínola sola.
Pónense en un bufete a jugar
ALEJANDRO: Jamás rifa gané. No vale
mano.
DIEGO: La primera será si aquésta
gano.
[Aparte la
MADRE y ÁNGELA]
MADRE: Acero son tus ojos y los
lleva
tras sí la imán de Carlos. Teme, hija,
que es como el árbol el amor del alma,
vara tierna al principio,
después árbol copioso en cuyos ramas
hacen nido las aves,
y el mar rompen osados.
Corta este amor con frágiles raíces.
ÁNGELA: Señora, ¿qué me
dices?
¿Aún mirar no me dejas?
MADRE: Somos profetas las que somos
viejas.
DIEGO: Cincuenta.
LUIS:
Flux.
CARLOS:
Primera.
ALEJANDRO:
Veinticinco.
Páguela yo en efecto. Es evidencia,
si juego, he de perder, y más si es rifa.
MADRE: ¿Quién la ganó?
LUIS:
Quien volverá a su dueño
la piedra que, excedida en hermosura,
ufana está en su mano.
(¡Dichoso yo si gano
la voluntad con ella
del cielo de quien es cándida estrella!)
A vuestra mano vuelve
el diamante que ya la luz perdía.
ÁNGELA: No lo recibiré, por vida mía.
MADRE: Rapaza, no seas
necia.
¿No
ves que es grosería?
Los caballeros usan dar las rifas
y el tomar no se excusa.
Acaba.
ÁNGELA:
Pues, si se usa...
Tómala
ALEJANDRO: Aquí, señora, van cincuenta
escudos
dichosos más que el dueño que tenían.
ÁNGELA: Que perdiésedes, cierto me ha
pesado.
Ya tengo yo el diamante;
servíos, Alejandro, del dinero.
MADRE: Rapaza, no seas
necia.
¿No ves que es grosería?
Los caballeros usan pagar rifas,
y el tomar no se excusa.
Tómalos.
ANGELA:
Pues, si se usa...
Toma el bolsillo
DIEGO: (Sin haberla perdido, estoy
picado). Aparte
GÓMEZ: ¿Los naipes?
ALEJANDRO:
Jugaremos.
GÓMEZ:
¿El barato
de los naipes?
LUIS:
Juguemos.
GÓMEZ:
¿Naipes?
DIEGO:
¡Ea!
MADRE: Alerta, hija mía,
que enriquece en un día
un juego de estos una casa honrada,
si la del jugador deja abrasada.
Pónense
a jugar. Ellas se asientan en dos sillas y dejan una
vacía en medio, que ha de haber tres, y la vieja está
con un libro
leyendo
ÁNGELA: (Con una nueva
tibieza Aparte
hallo en Carlos la afición.
Quiero hablarle, que es pasión
de nuestra naturaleza.
Ya tímidas, ya atrevidas,
somos con varios extremos;
queridas
aborrecemos,
y amamos aborrecidas).
Carlos.
CARLOS:
¿Señora?
ÁNGELA:
Esta silla
te espera.
CARLOS:
¡Linda esperanza!
Siéntase en la silla de en medio y lo mismo han de
hacer todos
[después]
ÁNGELA: Tu tristeza, tu
mudanza,
oh Carlos, me maravilla.
Más alegre me mirabas
y con más amor te veía.
Mientras la culpa no es mía,
sin duda que más amabas.
CARLOS: Angela admirada
dejas
el alma que te rendí.
Siempre me quejé de ti,
¿cómo de mi amor te quejas?
[La
MADRE habla] como que está leyendo en voz alta
MADRE: "¡Oh,
necia, loca atrevida,
que no tomas los consejos
de los padres y los viejos,
que son luces de la vida!
¿Por qué tu amor lisonjero
se abate ansí a la pobreza?
Ama, hija, la riqueza
de un esposo verdadero."
¡Lindo libro! ¡Qué bien hace
discursos! Doblo la hoja.
CARLOS: ¿Con quién tu madre se enoja?
ÁNGELA: Cuando algo le satisface
lee en voz alta.
CARLOS:
Si te oyó...
ÁNGELA: Si me oyera, me matara.
¡Jesús!
ALEJANDRO:
¿Por qué no repara?
CARLOS: Suerte Alejandro ganó.
ÁNGELA: ¿Quién es éste?
CARLOS:
Uno que tiene
una mujer de los cielos.
ÁNGELA: ¿Y proceden de esos
celos
las tristezas con que viene?
"¡Una mujer de los cielos!"
¡Fue terneza y melodía!
¡Trocado estás, a fe mía!
Donde hubo amor, nacen hielos.
CARLOS: Dame nadie más
cuidado.
LUIS: Más.
CARLOS:
Quiero a ninguna más.
DIEGO: Más.
LUIS:
Más.
CARLOS:
¡Qué terrible estás!
¡Para mi amor...
ALEJANDRO:
¡Si ha parado...
CARLOS: ¿Trueco yo, o
acaso niego?
ALEJANDRO: Una por otra.
ÁNGELA:
¿Has oído?
En mi causa han respondido.
CARLOS: ¿Es tu oráculo aquel juego?
Jugar quiero, y perderé
por no escuchar tus porfías.
Levántase CARLOS, y vase a jugar
MADRE: ¡Ah! ¡No llegues a mis días!
ÁNGELA: Otra vez me enmendaré.
ALEJANDRO: ¡Los naipes! Nada han de
dar.
Soy gaitero desdichado.
No hay dinero de contado.
GÓMEZ: Pues, sáquenlo sin contar.
Don LUIS se retira del juego con una cadena de oro
MADRE: Don Luis
gana. Está advertida.
Con pena nos has tenido,
don Lüís. Pues no has
perdido,
siéntate aquí por tu vida.
Divierte un rato a Angelica
porque no me estorbe a mí.
LUIS: (Amor después que la
di Aparte
la sortija, porque pica
el dar como juego y celos.
Siéntase en medio de las dos
Quizás, como soy llamado,
soy escogido).
ÁNGELA:
Yo he estado
con sobresalto y recelos
no perdieses, y te había
sortija y dinero ya
prevenido, y todo está
a tu servicio, ¡a fe mía!
LUIS: Antes,
señora, gané
esta cadenilla.
ÁNGELA:
Es buena.
LUIS: Tuyos son dueño y
cadena
después que tu sol miré.
[La
MADRE habla] como que lee
MADRE:
"¡Lindo punto! Hija, no pase
la ocasión."
LUIS:
Que yo nací
sólo para amarte a ti
.................[-ase]
Vése claro, pues jamás
supe de amor hasta amarte.
ÁNGELA: ¿Nunca amaste en otra parte?
Leyendo [la
MADRE]
MADRE: "¡Que lejos del punto
vas!
Oye, hija, vuelve al caso.
Mira que yo no te entiendo."
LUIS: ¡Con qué afecto está
leyendo,
alto una vez y otra paso!
ÁNGELA: ¿Cómo no ha de
estar dudoso,
que de amor el dulce efeto
carece un hombre discreto,
galán, mozo y dadivoso?
Quien a mí, con ser doncella
de quien sólo ser amado
puede sacar, hoy me ha dado
una sortija y tras ella
esa cadena me ofrece,
¿qué no habrá rendido?
MADRE:
"¡Ansí!
Al punto vas por ahí!"
LUIS: No rinde quien no
merece.
Sale ROQUE y pónese a verlos jugar. subido sobre algo
ROQUE: Tras mi
señor he venido,
Baldovinos, que he sacado
por el rastro. Y si ha jugado,
rastro de sangre habrá sido.
En la estacada está puesto;
desnuda tiene la espada,
y la cadena preciada
tiene por escudo y resto.
La espada esgrime y baraja,
y su contrario ha parado.
Suertes blancas han tomado.
¡Más y más; que hiende y raja!
¡Oh, qué sota! ¡Oh, qué herida!
¡Que le han dado por la cara!
¡Vive Dios, que la repara
¡Caballo! ¡Troya es perdida!
Al decir "caballo" es con un grito
DIEGO: ¿Quién da
voces?
ALEJANDRO:
De esa suerte
loco estás, siendo mi azar,
si acaso me ves jugar.
ROQUE: Y cuando pierdes sin
verte,
¿qué azar hay?
GÓMEZ:
No se nos meta
Sancho Panza a esta aventura.
ROQUE: Pensé que eras la figura
que quitan a la carteta.
GÓMEZ: Figura y
caballo soy
pues que me da pesadumbre
un lacayo.
ROQUE:
Medio azumbre
hará la paz.
GÓMEZ:
Tras ti voy.
Naipes.
Vanse GÓMEZ y ROQUE
ÁNGELA:
De mi voluntad
poca retórica he sido,
pues [con] ella [he] conocido,
sin más arte, la verdad.
Confieso que el cielo ordena
que ame ya quien libre estaba,
y en señal de ser tu esclava,
comprar pienso una cadena,
como ésa, que en mi cuello
diga como tuya soy.
[Siempre como comentando su lectura]
MADRE: "¡Oh, qué bien!"
LUIS:
Si ésta te doy,
más vengo a ganar en ello,
pues la señal será mía.
ÁNGELA: Yo la estimo, pero sea
de modo que no la vea
mi madre. ¡Que me daría
solimán!
MADRE:
(Para la cara). Aparte
LUIS: Nueva invención es de
amor
que el esclavo eche al señor
la cadena.
Dale la cadena
ÁNGELA:
Cosa es clara
que el señor es quien la da.
Finge que vuelves al juego.
Disimula.
LUIS:
Amor es fuego.
Mal encubrirse podrá.
Con dicha a esta casa vengo
si en ella misma gané
oro y amor, piedra y fe.
Levántase y vuelve a jugar y don DIEGO se retira del
juego con
una cadena grande, [la] de ALEJANDRO
ÁNGELA: (¡Víctor madre! ¡Ya la
tengo!) Aparte
ALEJANDRO: ¿Os levantáis? ¡Vive
Dios,
que es vil quien juega y soez!
DIEGO: Quiero ganar una vez.
CARLOS: Ya no jugamos los dos!
[A Ángela]
MADRE: La cadena
de diamantes
gana don Diego. Ésta es
presa importante.
[A la
MADRE]
ÁNGELA:
Armo, pues,
dos conceptillos amantes.
MADRE: A dos
capítulos llego,
de grande gusto, mas ésta
me divierte y me molesta.
Entreténla aquí, don Diego.
Siéntase [don DIEGO] en medio
DIEGO: Hoy estoy
de dicha. Amor,
prósperos fines ordena.
Fortuna me dio cadena,
dame tú alegre favor.
ÁNGELA: ¡Jesús, qué
desasosiego!
¡Qué inquietud y qué agonías,
temerosa que perdías,
padecí este rato!
DIEGO:
Luego,
¿cuidado te dio, señora,
mi pérdida o mi ganancia?
ÁNGELA: No es lisonja, ni es jactancia.
A mi madre dije agora,
"Madre, si don Diego pierde,
mis joyuelas le he de dar
porque se pueda esquitar
y porque de mí se acuerde.
Pero quiso Dios, que es bueno,
alegrarme en tal mal rato.
DIEGO: (Esto es pedirme
barato. Aparte
En diez doblas me condeno).
Ángela tus oraciones
dado mis ganancias han.
Si el diezmo a la iglesia dan,
recibe estos diez doblones.
ÁNGELA: ¿Diez
doblones? ¡Ah, don
Diego!
¿Barato he de recibir
de quien tengo de servir?
¡A qué poca estima llego
contigo! Doncella soy;
con madre celosa vivo.
Solamente amor recibo,
y amor solamente doy.
Sabe el cielo que quisiera
tener que darte un tesoro,
que sin piedras y sin oro
rica con amarte fuera.
DIEGO: Ángela, a
tantas mercedes,
¿qué te puedo responder?
Tu esclavo eterno he de ser.
Herrarme la cara puedes;
mas antes que se me olvide,
no soy a tu madre ingrato.
Quiero darle este barato.
¡Ah, señora!
MADRE:
¿Quién me impide?
DIEGO: Voluntad
buena me excusa.
Toma.
MADRE:
Nada he de tomar.
ÁNGELA: Caballeros usan
dar
barato.
MADRE:
Pues, si se usa...
Tómalo
ALEJANDRO: ¡Ah, socarrona maldita!
¡Vieja engañosa infïel!
¡Estafadora crüel
que las haciendas nos quita!
¡Ah, sota, yo te maldigo!
Siempre tu azar me mató.
MADRE: (¡Qué sobresalto me
dio! Aparte
Pensé que hablaba conmigo).
ÁNGELA: ¿Irás, tierno
enamorado,
y a tu dama le darás
la cadena, y le dirás,
"Ésta en tu nombre he ganado?"
DIEGO: No tengo
dama, a fe mía.
ÁNGELA: Si eso fuere ansí,
felice
quien su voluntad te dice.
Leyendo tres versos
MADRE: "Siempre venció la
porfía.
Duro es el monte y se ablanda
a las uñas de las
fieras."
¡Oh, si este libro leyeras!
¡Qué buenas cosas nos manda!
ÁNGELA: Como es joya de
mujer
más que de hombre esa cadena,
alguna dama no buena
luego te finge querer.
Tú, que no eres zahareño,
consideras que es ganada,
dásela, queda obligada,
tú con dama y yo sin dueño.
¡Ah, don Diego! ¡Nunca
yo
venido a Madrid hubiera!
DIEGO: No es cadena que la diera
tan fácil.
ÁNGELA:
Quien la ganó
nada pone de su casa,
y más tú, que liberal
eres a Alejandro igual.
MADRE: "No pienso yo que eso
pasa."
DIEGO: Sólo es
tuya, que con esto
los diamantes son felices.
ÁNGELA: ¡Qué tibiamente lo
dices!
No aceptaré. (Envido el resto). Aparte
Haz, por tu vida, una cosa.
La palabra me has de dar
que la tienes de guardar
para dársela a tu esposa
cuando te cases.
DIEGO:
La doy.
ÁNGELA: Eres blando y lisonjero.
Ahora bien, guardarla quiero;
tu depositaria soy.
Ni la has de dar, ni jugar;
ni escritorio ha de tenella.
DIEGO: (Hoy salí con buena
estrella; Aparte
esto sin duda, es amar).
ÁNGELA: En tanto que te
casares
y tu boda se concluya,
en memoria de que es tuya,
Vase quitando la cadena [a DIEGO]
idolotrados altares
serán estos eslabones,
y quien el alma te da
mejor te la volverá.
En buena parte la pones.
DIEGO: Si el alma
que es más preciosa
tienes allá de amor llena,
segura está la cadena.
Dásela
ÁNGELA: Cosa es clara.
MADRE:
(Es clara cosa). Aparte
LUIS: Sobre
palabras no juego.
ALEJANDRO: Mi palabra vale más
que el oro de otros.
LUIS:
Estás
de enojo y cólera ciego.
ALEJANDRO: Sea enojo o lo que fuere,
mi palabra es de más precio
que tu caudal, y es un necio
el que otra cosa dijere.
Vase sin cintillo en el hombro.
CARLOS: Yo, sólo el
cintillo gano
con toda aquesta mohina.
LUIS: Tu casa es cosa divina;
en ella no meto mano.
Vendré, mis señoras, luego.
CARLOS: ¡Linda quimera, por Dios!
No habréis de reñir los
dos.
Vase don LUIS
ÁNGELA: Más es su amigo don Diego,
Carlos, espera. Él irá.
¡Corre, don Diego!
DIEGO:
El perder
le disculpa.
Vase don DIEGO
ÁNGELA:
¿Es su mujer
la que llamándote está?
CARLOS: De tu error me
maravillo.
¿A eso vuelves?
ÁNGELA:
Sí, que veo
en ti un ardiente deseo
de gozar este cintillo
sólo porque es del marido
de la "mujer de los cielos."
CARLOS: ¡Oh, qué impertinentes celos!
ÁNGELA: Celos no, codicia ha sido.
CARLOS: El cintillo y
todo el oro
del mundo estimo yo en eso.
Arroja el cintillo y vase
ÁNGELA: Carlos, oye.
MADRE:
Este suceso
vale para mí un tesoro.
Levántalo la
MADRE
ÁNGELA: Escucha.
MADRE:
¡Qué necia amante!
¡Déjale!
ÁNGELA:
Tu fe es muy poca,
Carlos.
MADRE:
¡Angela, estás loca!
ÁNGELA: ¡Qué terrible!
MADRE:
¡Qué ignorante!
Vanse. Salen ALEJANDRO y ROQUE
ALEJANDRO: ¿Nos siguen?
ROQUE:
Persona alguna
parece y en casa estás.
ALEJANDRO: ¿Has visto, Roque, jamás
tal estrella, tal fortuna?
¿Qué adversos astros serán
éstos que al fuego me inclinan,
y rigor me determinan?
ROQUE: Las estrellas de
Vilhán.
Sólo sé, y ando acertado
que el tahur necio o astuto
es el animal más bruto
que en el campo ha rebuznado.
¿Qué mono en agua ha caído,
donde se pudo ahogar
porque no sabe nadar,
que un charco no haya temido?
¿Qué mula dio un tropezón,
o cayó en un hoyo acaso,
que no huya de aquel paso
con mulesca discreción?
¿Qué borrico adelfas come
y dolor de tripas tiene,
que si a ver adelfas viene,
en su boca asnal las tome?
¿Qué zorra, mi prima fiel,
en un gallinero entró,
donde muerta se fingió,
que vuelva otra vez a él?
No hay bruto que no escarmiente
de una vez, y el jugador,
como obstinado en su error
su daño mismo no siente.
ALEJANDRO: Dices bien, y tanta ha
sido
en esto mi obstinación,
que sólo me da pasión
que del juego me he venido.
ROQUE: Pues,
volverse en conclusión.
ALEJANDRO; Qué jugar no queda,
¿cómo?
ROQUE: Si como te hiciste momo
te hubieras hecho bufón,
vestido y dientes quedaban.
Soldado me has parecido
de agua dulce, que ha venido
donde sus padres estaban.
Sale con plumas brïoso
y hundiendo casi la tierra,
dice: "¡A la guerra, a la guerra!"
Galán, soberbio y furioso
piérdese de mal pagado,
vuelve y camisa no tiene.
Dícenle: "¿De adónde
viene?"
Responde muy mesurado,
"De la guerra." De este modo
saliste de joyas lleno,
hecho un Narciso o Vireno,
cuello y puños a lo godo.
Daban los diamantes llamas,
y al brillar sus luces vivas,
soberbio dijiste que ibas
a jugar y a matar damas.
Ya si llegan a saber,
como pensativo estás,
de adonde vienes, dirás:
"De jugar y de perder."
ALEJANDRO: Roque, basta, que no soy
mármol.
Sale ISABELA
ROQUE:
Mi señora sale.
ALEJANDRO: ¿Qué vergüenza hay que se iguale
a la que sintiendo estoy?
ISABELA: Mi señor, ¡estás aquí
y avisar no mandarás?
¿Cómo vienes? ¿Cómo estás?
¿Qué tristeza es ésta? Di.
¿Traes salud?
ALEJANDRO:
Señora, sí.
ISABELA: ¿Y honra?
ALEJANDRO:
También.
ISABELA:
Di la suerte:
¿qué mal puede haber tan fuerte
que turbe nuestras acciones
si faltan las dos pasiones
que abren camino a la muerte?
ALEJANDRO: Vengo sin joyas.
ISABELA:
Señor,
no es caso tan riguroso
que en ánimo generoso
deba engendrar tal dolor.
Joyas tengo de valor.
[A ROQUE]
Pide el cofrecillo luego.
Éntrase ROQUE
Vuelve, si gustas, al juego,
porque si en esto consiste
el dejar de estar tan triste,
quiero comprar tu sosiego.
ALEJANDRO: Amor te debo, y finezas
no ordinarias, mi Isabela.
Tu buen ánimo consuela
mis errores y tristezas.
ISABELA: No te daré las
riquezas
que se escriben del rey Midas,
pero joyas guarnecidas
de infinita voluntad.
ALEJANDRO: Pase, Isabela, tu edad
el término de las vidas.
Sale ROQUE con un cofrecillo
ISABELA: Esta rosa de
diamantes,
y estos dos apretadores
puedes tomar, y estas flores
a mi afición semejantes.
Toma esta cintura.
ALEJANDRO:
(Amantes, Aparte
envidiad tan grande amor).
[ROQUE y ALEJANDRO hablan a un lado]
ROQUE: ¿Cómo lo tomas, señor?
ALEJANDRO: Picado estoy, y porfía
mi estrella.
ROQUE:
(¿Qué cortesía Aparte
no estragará un jugador?)
ALEJANDRO: ¡Ah, Roque! Con tu
licencia,
esta rosa has de llevar
a Ángela (que al jugar Aparte
y al perder en su presencia,
sentí de amor la violencia).
Descortés salí.
ROQUE:
(¿Esto pasa? Aparte
ALEJANDRO: Di que el perder en su casa
fue ganar.
ROQUE:
(¡Qué desvarío!) Aparte
ALEJANDRO: Y ansí en barato le envío
flores que su sol abrasa.
Cúbrela, que no la vea
Isabela.
[A ella]
Adiós, señora,
yo vuelvo dentro de una hora,
que el alma veros desea.
¿Qué fortuna habrá que sea
contraria a joyas que dio
un amor que igual no vio?
Vase [ALEJANDRO]
ISABELA: Dime, Roque, una verdad.
¿Fue fineza o necedad,
ésta que agora hice yo?
ROQUE: Necedad, y
la mayor
que una burra prieta ha hecho.
ISABELA: Quise sosegar su pecho.
ROQUE: ¿Joyas das a un jugador?
ISABELA: Yo no las di, sino Amor.
ROQUE: Pues, yo del agua vertida
tengo la media cogida.
Guarda, Isabela, esta rosa,
y no lo sepa, que es cosa
que me costara la vida.
Vase [ROQUE]
ISABELA: Al pacífico mar su
leño entrega
marinero feliz, y en salvamento,
a pesar de las aguas y del viento,
coronado de flámulas navega.
Otro se atreve al mar, y apenas llega
cuando sufre el rigor de este elemento.
Tal es a la mujer el casamiento;
una se salva en él, otra se anega.
Vívese en paz y amor cuando hay ventura,
mas cuando el hado con rigor porfía,
¿qué pueden la virtud y la hermosura?
No sé qué tal será la suerte mía;
sé que dice el proverbio: "Poco dura
en casa del tahur el alegría."
FIN DEL ACTO PRIMERO