ACTO TERCERO
Salen CARLOS y ÁNGELA
ÁNGELA: Al amor que vive
en mí
es imposible que llegues.
Mira Carlos, no me niegues
pues yo he negado por ti
a mi patria la presencia,
a mi lengua la verdad,
al alma la libertad,
y a mi madre la obediencia.
Ella quiere que al sosiego
dé el pecho libre y sencillo.
Amé y no puedo encubrillo
porque el mismo amor es
fuego.
Rico marido quisiera
para darme, y yo, no avara,
por un Midas te juzgara
si rico de amor te viera.
¿Hay más bien? ¿Hay más riqueza
que fe de eterno valor,
que el oro puro de amor,
que las piedras de firmeza?
CARLOS: Es inmensa mi
afición,
y fuera no amar ansí
faltar méritos en ti
o en mí el uso de razón.
Si sobra merecimiento
en tu rostro singular,
por fuerza tengo de amar
o estar sin entendimiento.
Y amándote, y siendo amado,
¿qué bien de más excelencia
que rica correspondencia
del objeto
deseado?
Con tu cabello que agravios
da al sol de rayos ardientes,
con las perlas de tus dientes
y los rubíes de tus labios,
con la flor de tu hermosura
y el fruto de mi esperanza,
¿qué rey, qué príncipe alcanza
más riqueza y más ventura?
Sale ALEJANDRO
ALEJANDRO: No es amor el que me obliga
venir aquí satisfecho,
que amor no cabe en el pecho
donde reina la fatiga.
Es mostrarme agradecido
a doña Ángela y a ver,
por milagro, una mujer
que de veras ha querido).
ÁNGELA: Toma, que amor
no consiente
que yo te niegue la mano.
Danse las manos CARLOS y ÁNGELA
CARLOS: Es un favor soberano;
tuyo seré eternamente.
ALEJANDRO: (El que vive muchos años
tiene verdadera ciencia,
porque es madre la experiencia
de dichosos desengaños.
Tal he visto; mas, ¿qué espanto
concibo de esto que pasa,
si en mi desdichada casa
sospecho que hay otro tanto?
Aquí y allí, sin sosiego,
mi desdicha cruel porfía.
¡Mal haya el hombre que fía
en la mujer ni en el juego!)
ÁNGELA: Entra, a mi
madre visita,
porque su estado acomoda
y a la sombra de su boda
la dulce nuestra permita.
CARLOS: Entro pues.
Vase CARLOS
ALEJANDRO:
(No es hombre sabio
el que a esto puede callar.
La venganza he de ensayar
de mi doméstico agravio.
Conozca y eche de ver
mi honra dudosa y mi fama;
que quien no sufre a su dama,
mal sufrirá [a] su mujer).
Ingrata a la humana suerte,
sirena de nuestra edad
cuya voz es la beldad,
cuyo engaño es nuestra muerte,
áspid que en el campo ameno
entre hierbas y entre flores
de lisonjeros amores
tienes oculto el veneno,
basilisco que en extrañas
riberas vomitas ira,
que matas a quien te mira
y a cuantos miras engañas,
Sale CARLOS a la puerta
basilisco, áspid, sirena
que regalas los sentidos,
ojos, narices, y oídos,
en agua, flores y arena,
¿qué te hice, -- di crüel --
para que engañes mi pecho?
O di, ¿Carlos, qué te ha hecho
porque le engañes a él?
ÁNGELA: ¡Jesús, y qué
sobresalto!
Hombre, ¿qué dices, qué quieres?
¿En qué te ofendí? ¿Quién eres?
O, ¿vienes de seso falto?
ALEJANDRO: Falto de seso venía
cuando tu voz me engañaba,
cuando tu beldad amaba
y cuando tu amor creía.
Cuerdo estoy si este amor pierdo;
que tú, víbora malina,
das la llaga y medicina.
Loco vine y vuelvo cuerdo.
ÁNGELA: ¡Hombre, vete de
esta casa;
que no entiendo tus razones!
ALEJANDRO: Cenizas son y carbones
de aquella pasada brasa.
No son celos, porque ha sido
relámpago nuestro amor
que queda sin resplandor
cuando apenas ha nacido.
No son locuras las mías
causadas de tu mudanza,
sino una justa venganza
de la intención que tenías.
Tú me quisiste engañar
y en breve tiempo fingiste
mucho amor. Sirena fuiste;
yo no te quiero escuchar.
Vase [ALEJANDRO]
ÁNGELA: ¿Hay locuras semejantes?
¿Cómo sufrís esto, cielos?
CARLOS: ¿Locuras llamas los
celos
de los míseros amantes?
Mujer falsa, sin piedad,
cuya alma está sin temor,
cuyo pecho sin amor,
cuya lengua sin verdad...
¿Qué disculpa ni qué excusa
tendrás ya para tu daño,
si es evidente el engaño
y uno de los dos te acusa?
O yo el engañado soy
o Alejandro, esto es ansí.
Pues, si me engañas a mí,
desobligado me voy;
si la verdad es la mía,
también te dejo infïel,
que quien le ha engañado a él,
me engañará a mí otro día.
ÁNGELA: Oye, espera.
CARLOS:
Entre sus penas
Alejandro te llamó
sirena. ¡Bien dijo! Y yo
no quiero escuchar sirenas.
Vase [CARLOS]
ÁNGELA: ¿De qué
infiernos ha salido
este hombre tan porfïado,
que en mis ojos ha turbado
la paz y amor que han tenido?
¿Qué Alejandro liberal,
en furia y en desatino,
es el que a mi casa vino
por mi desdicha y mi mal?
Salen GÓMEZ y la MADRE
MADRE: ¿Qué
tienes, niña?
ÁNGELA:
¿Esto pasa?
¡Venganza pienso tener!
El enfadoso de ayer
ha vuelto otra vez a casa
más loco y desatinado.
MADRE: ¿Alejandro?
ÁNGELA:
Sí.
MADRE:
¿Quién es
este Alejandro?
GÓMEZ:
¿No ves
que es hijo del desposado?
MADRE: ¿De
Marcelo?
GÓMEZ:
Sí, y recelo
que gran hacienda ha perdido.
ÁNGELA: ¡De eso quedó sin sentido!
GÓMEZ: A casa viene Marcelo.
MADRE: Vete
adentro.
ÁNGELA:
¿Qué se pierde
que me vea?
MADRE:
Es buen consejo
que el caballo, y más si es viejo,
no quiere paja si hay verde.
Vase ÁNGELA
Déme un libro, Gómez.
GÓMEZ:
¿Cuál?
MADRE: Cual quisiere puede ser,
porque es por bien parecer.
Ya sabe que leo mal.
Salen MARCELO y ROQUE
ROQUE: Digo que le
vi salir
de esta casa agora.
MARCELO:
Puedo
de esa suerte entrar sin miedo
y con cólera reñir.
ROQUE: ¿Es tu
casa?
MARCELO:
Halo creído
como agora lo
verás.
Dale [GÓMEZ] un libro a la
MADRE
ROQUE: Y tú el primero
serás
que pinta viejo a Cupido.
MARCELO: ¿Siempre tan bien
ocupada?
¿Siempre leyendo, señora?
MADRE: Doy a los libros una hora.
MARCELO: ¿Quién es?
MADRE:
Fray Luis de Granada.
ROQUE:
(Estas dueñas son traidoras.
Una vi yo el otro día
que en San Martín se ponía
a rezar la[s] unas
horas
con ademanes y gestos,
y ya estirando las cejas
en medio de cuatro viejas
más graves que cuatro cestos.
Después entré de repente
en su casa y la hallé
aprendiendo el abecé
de un sacristán, su pariente).
Siéntanse los dos, y ROQUE, junto a la
silla de MARCELO
MARCELO: Mal, señora, habéis
cumplido
lo que me ofrecéis a mí.
¿Qué quiere Alejandro aquí?
Y don Diego, ¿qué ha
querido?
No deis, señora, lugar
que la vecindad murmure.
Procurad que se asegure
de vuestro honor singular.
MADRE: Es vuestro
hijo importuno,
y coléricas nos tiene,
porque a dar enfados viene
sin que le llame ninguno.
[A MARCELO]
ROQUE: ¿Es muy
sorda?
MARCELO:
Mucho.
ROQUE:
¿A vieja
acortar queréis la toca?
MARCELO: ¡Que haya creído esta loca
que enamorado me deja!
MADRE: (¡No seáis
sorda! Esto me huele
a burla).
ROQUE:
Dile ternezas.
[A ella]
MARCELO: Dándome celos
empiezas,
pero amor hacerlo suele.
[A MARCELO]
ROQUE: Mamando
está tus engaños.
Mujer de cuatro sentidos,
vaya al Jordán por oídos
y déjese allá cien años.
MADRE: (Pagarme
tienen escote
de la burla, ambos a dos).
Por detrás de la silla vio el libro ROQUE
ROQUE: Señor, señor, ¡vive
Dios!,
que es el libro Don Quijote.
MARCELO: ¡Ah, embustera!
¿Y no sabrá
conocer qué letras son?
ROQUE: Yo le quiero dar lección.
¡Ea, niña! "Be...a..., Ba."
MADRE: (¿Esto
escucho? ¡Y que me viese
el libro este otro bellaco!)
[A ella]
MARCELO: Si los celos me traen flaco,
razón será que me pese
que aun mi hijo os venga a ver
y sienta aquí regocijo.
MADRE: (Éste, por guardar su
hijo,
mi honor intenta perder.
Pagarámelo, si puedo...)
Después, mi señor, que os vi,
sólo vos vivís en mí,
y por vuestra esclava quedo.
[A MARCELO]
ROQUE: Si en ella
vives, tú estás
allá en Castilla la Vieja.
MADRE: ¿Qué habláis los dos a la
oreja?
¿Murmuráis de mí?
MARCELO:
Jamás
supe qué era murmurar.
cuanto más de quien adoro.
[A MARCELO]
ROQUE: Eso fuera ser tú moro,
pues venías a adorar
el zancarrón de Mahoma.
MADRE: (¡No seáis sorda! Por
mi vida,
que la venganza está urdida.
Miren pues con quién se toma).
ROQUE: Pregunta
cuándo ha de ser
la boda.
MARCELO:
Casi no creo
que de mi ardiente deseo
el dulce fruto he de ver.
Con gran alborozo estoy.
MADRE: Aunque a bellacos les
pese,
quisiera que luego fuese.
(Y no seré yo quien soy
si por las mismas heridas
no hago que sea verdad
su burla).
MARCELO:
Con brevedad
uniremos nuestras vidas,
pero con tal condición
que visitaros no tiene
mi hijo.
MADRE:
(A eso va y viene,
como es esa su intención).
Ansí, señor, ha de ser.
Y en fe de esto, antes que os vais,
quiero que a Ángela veáis.
¡Mira, que te quiere ver
tu padre! ¡Sal acá, niña!
MARCELO: Ya la he visto y me ha agradado.
ROQUE: ¡Una hija te ha pegado!
Ella es de casta de tiña.
Sale ÁNGELA
ÁNGELA: ¿Qué me mandas?
MADRE:
Reconoce
a tu padre y tu señor.
ÁNGELA: Es para mí gran favor.
MARCELO: Sus años con gusto goce.
Angel es en la hermosura
como lo es en el nombre.
Dichoso, dichoso el hombre
que espera tanta ventura.
ÁNGELA: Lisonjas son,
cortesanas.
MADRE: (El cebo le he puesto ya.
Si pica, él se acordará
muy bien de las sevillanas).
MARCELO: (¡Qué tez hermosa y
serena!
En su color soberana
derrama Amor nieve y grana
a la clavel y azucena.
En el sol resplandeciente
de sus ojos, vivir pudo
Amor, que como desnudo
busca la región ardiente.
Su edad verde es de manera
que mayo en sus ojos
vive.
porque las flores recibe
de esta humana primavera).
Roquillo, ¿qué te parece?
ROQUE: Casi, casi tan hermosa
como mi dama.
MARCELO:
¿No es cosa
de admiración?
MADRE:
(El padece.
A propósito le tengo
la red; que es muchacha y bella.
Si cae esta vez en ella,
yo le doy con la de Rengo).
¿Qué te parece, señor?
MARCELO: Un árbol lleno de flores,
y que en él mata de amores
su hermosura al mismo Amor.
[La MADRE y
MARCELO pasan a un lado]
MADRE: Escucha,
Marcelo, aparte.
Algo sorda y algo vieja
soy, y la edad no me deja
valor para regalarte.
Esta muchacha es hermosa,
hija de padres honrados,
honestos son sus cuidados,
que es modesta y virtüosa.
Cásate con ella, y yo,
que bien te quiero, Marcelo,
viviré alabando al cielo
por la dicha que le dio.
MARCELO:
(Más apacible beldad
jamás en mis años vi.
Un Jordán es para mí,
que ha renovado mi edad.
Si es como rayo el amor,
que en un brevísimo instante
rompe el mármol más constante
con su violento furor,
¿qué mucho que la hermosura
de una mujer peregrina
cause tan presto rüina
en una edad ya madura?
Rico soy; ella me agrada.
Murmuren de mí esta vez;
que he de pasar mi vejez
en juventud regalada).
Señora, tu yerno soy.
MADRE: ¿No te quieres informar
de su virtud singular?
MARCELO: Por informado me doy.
MADRE: Pues, de
esta manera sea
porque conviene el secreto;
que quiero guardar respeto
a un señor que la desea:
dale a un amigo poder,
desposaráse con ella,
vendrás tú después a vella,
y llevarás tu mujer
sin gastos y sin rüido.
MARCELO: Dices bien, y escribir quiero
en este libro primero,
padres, nombre y apellido
para que el poder se haga.
Saca un libro
de memorias y va escribiendo
MADRE: (Él ha venido al
reclamo.
Ángela también me llamo.
La burla esta vez me paga).
MARCELO: ¿Ángela de qué?
MADRE:
De Heredia.
(Ella Mendoza se llama
como su padre. ¡Qué trama
para urdir una comedia!)
MARCELO: ¿Y su padre?
MADRE:
Don Andrés
de Heredia. (Mi padre fue).
MARCELO: ¿Su madre?
MADRE:
(El nombre diré
de mi madre). Doña Inés
de Soria. ¿Ya no lo sabes?
MARCELO: Preguntélo por no errar.
MADRE:
(Vos veréis qué es engañar
mujeres nobles y graves).
MARCELO: Hecho está el
apartamiento.
Con el poder vendrá luego
un notario.
MADRE:
Es mi sosiego
este noble casamiento.
MARCELO: Yo te prometo,
señora,
grandes albricias.
MADRE:
No mandes
a tu hechura albricias grandes.
MARCELO: ¿Por qué no, si eres Aurora
de aquel sol que tú me das?
Roque, vamos.
ROQUE:
¿Es delito
preguntar lo que has escrito?
MARCELO: Eso después lo sabrás.
Vanse haciendo cortesía a ÁNGELA
MADRE: ¡Oh, cómo
tiene embelecos
la corte en su confusión!
Estatuas los hombres son
que fantásticos y huecos,
sin sustancia y sin bondad,
no tienen más que apariencia,
y ansí la sabia experiencia
es crisol de la verdad.
ÁNGELA: ¿Cómo,
madre? ¿Ya no quiere
desposarse?
MADRE:
¿Ha de querer
que el ardid de la mujer
al de los hombres prefiere?
Luego salgo.
Vase la MADRE
ÁNGELA:
Dulce
Amor,
que al alma vas por los ojos,
traeme a Carlos sin enojos;
afloja el arco al rigor.
Sale GÓMEZ
GÓMEZ: Ya lo
traigo, en que me vi
de persuadirle rogando.
ÁNGELA: Buenas albricias te
mando.
Sale CARLOS y vase GÓMEZ
CARLOS: Con violencia vuelvo aquí.
ÁNGELA: Carlos, aquél
que se llama
verdadero enamorado
no ama bien si no ha estimado
la autoridad de quien ama.
De estimar suele nacer
no dar crédito al engaño,
procurar el desengaño,
y escuchar para saber;
que hay engaños
aparentes,
y de amorosos recelos
nacen obstinados celos
y opiniones diferentes.
Alejandro estaba loco
porque se ve sin hacienda.
CARLOS: Al fin, ¿quieres que no entienda
lo que con las manos toco?
Este tiene la mujer
que contra la luz del día
niega rebelde, y porfía.
¡Y, en efecto, ha de vencer!
Sale don DIEGO
DIEGO: (Si habrá
el amor mitigado
los favorables enojos
de aquellos hermosos ojos
de quien flechas ha tomado.
La cólera del amante
es como nube de mayo
que llueve, truena y da un rayo,
y se serena al instante.
Ve
a los dos
Confïanza tan incierta,
¿cuándo en el mundo se ve?
No me han visto; dicha fue
no estar cerrada la puerta).
ÁNGELA:
¿Rompí, en efecto, los lazos
de tus engaños?
CARLOS:
Ya creo
las verdades que deseo.
ÁNGELA:
Toma en albricias los brazos.
Abrázanse
DIEGO:
(¡Qué sea tan bestia yo
que creyese a esta mujer!)
ÁNGELA: Háblal[e], que puede
ser
que no te diga de no.
Vase CARLOS
DIEGO: Lindamente
se ha vengado
de los celos que le di,
sierpe libia, que hay en ti
veneno disimulado
entre labios de claveles.
Vuelve CARLOS a la puerta
¿Cuándo traidor cocodrilo
lloró en el margen del Nilo
con engaños más crüeles?
¿Ayer quejas en los labios,
ayer lágrimas y amor;
hoy abrazos, hoy rigor,
hoy desdenes, hoy agravios?
No me quejo que faltase
en ti amor, que en la mujer
ordinario suele ser.
Quéjome de que empezase...
ÁNGELA: ¿Qué infernal
persecución
es la que en mi daño pasa?
¡Es Babilonia mi casa,
es abismo, es confusión!
¿De qué Nuncio de Toledo,
de qué hospital de Valencia
se han soltado, con violencia,
tantos locos? Ya no puedo
resistir los golpes fieros
de mi fortuna.
DIEGO:
¿Y querrás
disculparte, y negarás
tus abrazos lisonjeros?
Brazos traidores y bellos
diste a Carlos con amor,
y aun es la culpa mayor;
que le rogaste con celos.
ÁNGELA: ¿Qué te importa,
hombre o demonio
sin ley ni buena crïanza?
DIEGO: Luego, ¿dirás que es
venganza,
pues, llamarlo testimonio
no puedes?
ÁNGELA:
Vete de aquí.
¿Qué? ¿No tuviese cerrada
yo mi puerta?
DIEGO:
A mi pasada
dulce libertad volví.
Voyme, y dejo tu galán
con quien de mi amor te ríes,
pero advierte que me envíes
esas memorias que están
neciamente en tanto olvido.
ÁNGELA: ¿Qué me dices, monstruo fiero?
DIEGO: (Bien verá que ya no quiero,
pues mi cadena le pido).
Vase [don DIEGO]
ÁNGELA: ¿Hay tan oscura
quimera?
Ya se fue, gracias a Dios.
CARLOS: ¿Dos veces, Ángela? ¿Dos?
¿Y de una misma manera?
¿A ver esto me has traído?
¿Fue lo pasado tan poco?
¿También don Diego está loco?
¿También su hacienda ha perdido?
¿No fue éste su caso, acaso?
Tú, crüel, lo pretendiste
porque sin duda creíste
que con tus celos me abraso.
¡Que vale para quien eres!
Acomete a irse y ásele de la capa ÁNGELA
ÁNGELA: Mira que aquéste don Diego
anda por mí sin sosiego,
pero yo...
CARLOS:
Engañarme quieres.
"¡Ayer quejas en los
labios!
¡Ayer lágrimas y amor!
¡Hoy abrazos! ¡Hoy rigor!
¡Hoy desdenes! Hoy agravios!"
¿No te dijo? Aquéstas son
palabras de pretendiente
o de quien agravios siente
porque está en la posesión.
Tira de la capa y vase
ÁNGELA: ¿Qué? ¿No
me quieres oír
satisfacción a tu agravio?
¡Muero! ¡Desespero! ¡Rabio!
¡Oh, cómo cansa el vivir!
Vase
[ÁNGELA]. Salen MARCELO, ALBERTO y un NOTARIO
MARCELO: Haráse este poder de
la manera
que he dicho, y yo lo otorgo;
que en efecto me caso porque tengo
un hijo, y hele inquieto.
Quizá sosegará viendo casado
al que heredar espera.
ALBERTO: No eres tan viejo tú que andes errado,
Marcelo, en esa acción.
MARCELO:
Advierte, Alberto,
que aunque eres novio sólo de prestado,
no te turbas. La madre está algo moza
y pudieras errar, pero trae tocas
de viuda, y fácilmente
conocerás su hija, sol de oriente.
ALBERTO: Advertido estoy. Bien, vamos
notario.
MARCELO: Secreto es necesario.
NOTARIO: Sabrémosle
tener.
Vanse [ALBERTO y el NOTARIO]
MARCELO:
¡Dichoso día!
Sale ALEJANDRO
ALEJANDRO: Nació de mi crüel melancolía
horrendo monstruo, al fin. Nació mi daño.
¡Dichoso el que en extraño
imperio o mar se aleja,
y aquel paterno amor pone en olvido!
¡Dichoso el que se deja
la patria y varios reinos peregrina
sin ley ni disciplina!
MARCELO: Alejandro, ¿qué tienes?
ALEJANDRO: Una joya que yo, mísero loco,
con un vestido di (mi amor confieso),
y también la cadena de diamantes
hallé en un escritorio
de Isabela. ¡Ay, honor!
¿Por dónde vino?
Mi agravio aquí es notorio.
MARCELO: Investiguemos, pues, ese camino.
El caso es grave; disimula, hijo.
Toma dineros por si te conviene
hacer más diligencias.
Dale una bolsa
Yo, por mi parte, voy sin regocijo;
que el caso melancólico me tiene.
(Buscando esta experiencia
agora pienso ver si el sentimiento
le olvida de su juego y mocedades).
Vase [MARCELO]
ALEJANDRO: ¡Salid, salid verdades,
salid a plaza ya! ¿Si no dio Roque
la rosa de diamantes a doña Ángela
y a Isabela la dio? No es verosímil.
Y la cadena de diamantes, ¿cómo
a Isabela volvió si fue don Diego
aquél que la ha ganado?
Mi muerte sabré de él o mi cuidado.
Sale ROQUE
ROQUE: De don Pedro un recado
te espera.
ALEJANDRO:
Di, ¿qué quiere?
ROQUE:
Que en su casa
hay agora, señor, un grande juego,
y esquitarte podrás.
ALEJANDRO:
Vete,
demonio.
Demonio tentador, ¿juego me nombras
entre las negras sombras
del dolor que me trae arrepentido?
ROQUE: (¿El juego da al olvido
con dineros? ¡A fe que está trocado!)
ALEJANDRO: Ven acá, Roque. ¿Diste...
ROQUE:
¿Qué?
ALEJANDRO:
¿...la rosa
de diamantes a aquella
sevillana?
¡La verdad, la verdad!
ROQUE:
¿Pierdes el seso?
¿Cómo sales con eso?
¿Tú mismo, no dijiste que alababa
el vestido y la flor cuando te hablaba?
ALEJANDRO: Vete, bien dices.
ROQUE:
(Ya la rosa ha visto.
Al fin hacen los celos
que mude inclinación).
Vase ROQUE
ALEJANDRO:
¡Ah, santos cielos!
¿Don Diego, no será quien le ha envïado
la cadena? Esto es cierto.
Alguno la ha ganado
en mi deshonra pródigo. Soy
muerto.
Sale ROQUE
ROQUE: Señor.
ALEJANDRO:
¿Otro recado?
ROQUE: Doña Ángela te ruega
que la vayas a ver.
ALEJANDRO:
Demonio, vete;
que ya no ama ni juega,
ni jugará jamás hombre tan necio.
Ni la estimo ni precio.
ROQUE: (Bueno va esto, a fe).
Don Diego viene.
Sale don DIEGO y vase ROQUE
ALEJANDRO: (Su lengua ha de ser la que
condene
o absuelva mis agravios.
Mi desdicha o mi bien está en sus labios).
DIEGO: Alejandro, un negocio de
importancia
a tu casa me trae.
ALEJANDRO:
(Decirme quiere
mi deshonra, sin duda). Aquí me tienes.
DIEGO: Mi amigo fuiste siempre, y me
confío.
ALEJANDRO: (Ya llega el dolor mío).
DIEGO: Acuchillar tenemos, esta
noche,
un hombre que me enfada.
ALEJANDRO:
En hora buena.
¿Y quién es él?
DIEGO:
Es Carlos.
ALEJANDRO:
(¡Qué camino
para no darme pena!)
Toma de mí venganza.
DIEGO: Amaba a Ángela yo, con
esperanza
de su boca nacida;
mas ya su fe, su vida,
adora a Carlos, y aun le da, sin duda,
lo que estafa a los otros. La cadena
que perdiste y gané, como no es muda,
diciendo que era buena,
ya que no dada, me sacó prestada.
Cobraréla esta tarde
y después buscaremos
al andaluz cobarde.
ALEJANDRO: En este mismo puesto nos veremos.
DIEGO: Adiós.
Vase [don DIEGO]
ALEJANDRO:
Averiguados
mis agravios están y mis
cuidados.
Carlos anoche suspiró a mi puerta,
y Carlos en mi calle está de día.
Ángela quiere a Carlos. Cosa es cierta.
Testigo de ella ha sido el alma mía.
Pues si ella le regala, ella le ha dado
la joya y la cadena,
y a mi casa infelice la ha envïado.
¡Oh, casa de tahur, casa bien llena
de agravios, deshonor, melancolía,
cuán poco duró en ti nuestra alegría!
Sale ISABELA
ISABELA: Como al enfermo
agrada
el alba alegre y luz resplandeciente
de su cara rosada,
y el líquido cristal de clara fuente
alegra al peregrino
fatigado del áspero camino,
ansí, señor, me alegra
vuestra venida a casa, aunque es aurora
que absconde nube negra.
No os he visto, señor, alegre una hora
en aquestos dos días.
No eclipsen nuestro amor melancolías.
ALEJANDRO: Como al enfermo enfada
la noche oscura, que del sol ausente,
a mí la luz templada;
y como en el estío el sol ardiente
fatiga al peregrino
en su prolijo y áspero camino,
ansí me dan
enfado
tus lisonjas, tu voz y tus amores.
ISABELA: Blanca miel ha sacado
la solícita abeja de las flores
en el pradillo ameno,
y la araña en la flor halla veneno.
La flor, ¿qué culpa tiene
si el daño está en el pecho y no en su hoja?
Amor cándido viene.
Si amo, me alegra amor; y amor te enoja.
Condena tus errores.
No culpes a mi voz ni a mis amores.
ALEJANDRO: ¡Qué ejemplos tan vulgares!
¡Qué argumentillos necios y cansados
para aumentar pesares!
ISABELA: Comunícame ya tantos
enfados.
Si es público el efeto,
¿por qué a la causa das tanto secreto?
ALEJANDRO: En su principio es fuente
dormida entre esmeraldas aquel río
que en su espalda consiente
la máquina admirable de un navío.
Mi agravio es hoy infante.
Si más vida le doy, será gigante.
¡Hola!
ROQUE:
¿Señor?
ALEJANDRO:
La puerta
con vigilancia guarda, ya que ha estado
a mi desdicha abierta.
Salga del pecho mi dolor callado,
y en confusos desvelos
la honra y el amor paran sus celos.
Isabela, yo estimo
en mucho tu valor, tu virtud creo.
En el alma la imprimo;
mas debo sujetarme a lo que veo
porque el discurso halla
al crédito y la vista en cruel batalla.
La controversia es fuerte.
Escoge, pues, con ánimo sencillo,
la verdad o la muerte.
En tus labios están la vida y cuchillo.
O entrega la garganta,
o dime la verdad piadosa y santa.
ISABELA: Si tú quieres
verdades,
¿cómo las pides con rigor y pena?
¿Con muerte persüades
que diga la verdad a la que es buena?
Pregunta, dulce amigo,
que si quieres verdad, verdades digo.
Asela del brazo
ALEJANDRO: ¿De quién has recibido
la rosa y la cadena de diamantes
que yo, ¡ay de mí!, he
perdido?
ISABELA: A preguntas, oh infiel, tan ignorantes,
no debe dar respuesta
una mujer tan noble y tan honesta.
Suéltase del brazo con ira
Pregúntalo a Marcelo,
tu padre y mi señor.
[Sale
MARCELO]
MARCELO:
Hijos, ¿qué es esto?
ALEJANDRO: Salir ya de un recelo,
laberinto crüel, dolor molesto.
Apártalo a un lado
MARCELO: Si sereno tus ojos,
tus celos, tus sospechas, tus
antojos,
¿qué me prometes?
ALEJANDRO:
Amo
tanto a Isabela, y su beldad adoro,
aunque ingrata la llamo,
que, pues no puedo dar montañas de oro,
te juro y le prometo
de no entregarme más al juego inquieto.
Su luz me niegue el cielo
y la tierra sus frutos diferentes;
su blando y dulce hielo
vuelvan en mármol para mí las fuentes;
iguale con
porfía
a la pena de Tántalo la mía;
con vanas ilusiones,
con fantástico horror y devaneos,
perturbe mis acciones
el pálido temor, y mis deseos
en tierna flor cortados
hallen por fruto míseros cuidados;
incierto peregrino
por varios campos, mares
extranjeros,
a fuerza del destino
pase los años de mi edad ligeros,
si a liviandad ni a juego
las dulces horas del vivir
entrego.
MARCELO: Deseo tuvo un santo
de ver, si bien de lejos, el infierno,
lugar de eterno llanto.
Entre sueños le vio y el pecho tierno
de miedo quedó helado
como si vivo fuera y no
soñado.
Yo quise, oh hijo mío,
que vieses el infierno de un agravio
y el loco desvarío
de tu vida, enmendases como sabio;
que a ver este mal llega
quien no honra a su mujer y amor le niega.
El vestido y la rosa
a Isabela entregó este fiel crïado,
y con burla graciosa
la cadena a doña Ángela ha sacado,
y yo rondé tu puerta
por darte celos yo.
ALEJANDRO:
Mi dicha es cierta.
Los celos del amante,
como disgusto dan y no deshonra,
no es mal tan importante;
mas como tocan en el gusto y
honra
celos de hombres casados,
¡vive Dios!, que aun en burlas son pesados.
Perdóname, Isabela,
si la razón fue esclava de los ojos.
De rodillas
No aborrece quien cela,
dudé mas no creí vanos antojos,
y sujetos a errores
están nuestros sentidos exteriores.
ISABELA: Señor, señor,
levanta;
esas palabras y esta acción ignoro.
ALEJANDRO:
Eres noble, eres santa.
ISABELA: Soy quien siempre te amó.
ALEJANDRO:
Yo quien te adoro.
ROQUE: Y yo la culpa toda,
y ansí seré la vaca de la boda.
ALEJANDRO: No serás. Bien te quiero.
MARCELO: Pues, yo, para un paterno regocijo,
hoy convidaros quiero.
Me caso en conclusión. Perdona, hijo,
que la vejez convida
a sosiego y a paz la humana vida.
ALEJANDRO: A tu gusto sujeto
viviré eternamente.
ISABELA:
Y yo a tu esposa
tendré amor y respeto.
ALEJANDRO: Dínos, señor, quién es.
MARCELO:
Moza y hermosa.
ROQUE: (Con la sorda te
casas.
En tiempo de uvas frescas
comes pasas).
Vanse. Salen ÁNGELA y su MADRE
MADRE: ¿Qué graves
melancolías
son las que ya te congojan?
¿Este necio amor de Carlos
es tu pena y es tu gloria?
No te agradan mis consejos,
y ansí, pobre, triste y sola
pasarás mísera vida
si con Carlos te desposas.
Toma ejemplo en mi esperanza,
ejemplo en mi industria toma;
pues me caso ricamente
más vieja y menos hermosa.
ÁNGELA: ¡Oh, mal haya la avaricia!
Por ella mis ojos
lloran
los favores que a don Diego
di, del oro codiciosa.
Ya Carlos, lleno de celos,
falsa y mudable me nombra,
y en aparentes
razones
mezcla quejas rigurosas.
MADRE: De esa suerte viuda estás.
Ángela, ponte estas tocas
que ya me cansan a mí;
que parecer quiero moza.
Prueba la viudez un día;
quizá con ella gozosa,
no querrás el otro estado.
Ya aborrecerás las bodas.
ÁNGELA: ¿Tan de gusto estoy que
quieres
hacer máscara y chacota?
MADRE: Hermosa estarás con ella,
y tu cara será rosa;
que en la nieve sale más
la púrpura de las hojas.
Quítase las tocas la MADRE y póneselas la hija
ÁNGELA: Si para mí Carlos muere,
viuda quiero ser una hora.
En tanto que sé si tiene
vida su amor...
MADRE:
Linda cosa.
Sale GOMEZ
GOMEZ: Un notario está a la puerta.
MADRE: Aquí comienza mi historia).
ÁNGELA: Las tocas me quito...
MADRE:
Calla,
que, a fe que no te conozcan...
Salen ALBERTO y el NOTARIO
ALBERTO: Marcelo Gentil me envía
a vuestra casa, señoras,
con un poder y un notario.
Bien sabréis a qué.
MADRE:
(Yo sola
puedo saber la ocasión).
ALBERTO: Vos, pienso que sois su esposa.
A ALBERTO
NOTARIO: Harto mejor es la
viuda,
y aun me parece más moza.
ALBERTO: Madrastra será, no madre,
y me río de una cosa:
que nos encargó Marcelo
no trocásemos las novias
y eligiésemos la viuda.
Más valiera errar.
NOTARIO:
La otra
es un ángel.
ALBERTO:
Gustos son.
NOTARIO: Concluyamos, pues, que es hora.
¿Quién es doña Ángela Heredia?
Sin duda sois vos.
MADRE:
La propia.
NOTARIO; ¿Vuestro padre?
MADRE:
Don Andrés.
NOTARIO: ¿Vuestra madre?
MADRE:
Inés de Soria.
ALBERTO: Pues, en nombre de Marcelo
os doy la mano.
MADRE:
Y lo otorgan
también mi palabra y mano.
NOTARIO: Viváis edades no cortas.
De ellos doy fe, y esto
es hecho.
ALBERTO: Voy a dar nuevas gozosas
a Marcelo.
Vanse ALBERTO y el NOTARIO
MADRE:
Y yo le espero;
que ya el alma se alboroza.
Quiera Dios que bien lo lleve.
ÁNGELA: Alza, Gómez, estas tocas,
que he estado con gran vergüenza.
GOMEZ:
Todo es disfraces en bodas.
¡Cómo me huelgo! Y en tanto
que aquesta planeta corra,
no pierdo las esperanzas
de casarme.
MADRE:
Es una cosa
casarte, Gómez, o yo...
GOMEZ: Entre la una edad y otra,
yo apostaré que no hay
de diferencia tres horas.
Sale CARLOS
CARLOS: Por esas calles se dice
que Ángela, infiel, se desposa,
y aunque ofendidos mis ojos
se abrasan porque la adoran,
¿es verdad, Ángela ingrata,
que te has de casar agora
con Marcelo? ¿Qué mudanza
tu entendimiento trastorna?
¡Con un hombre a quien el tiempo,
con sus alas voladoras
dio más plata en el cabello
que la Fortuna
en su bolsa?
¿Con un viejo?
MADRE:
¡Paso, paso!
Que esas injurias me tocan.
ÁNGELA: Mira, Carlos, que es mi madre
la que se casa.
CARLOS:
Perdona.
Salen don DIEGO y don LUIS
DIEGO: Cobrar quiero mi
cadena;
que una niña estafadora
no ha de hacer suertes en mí
con engaños y lisonjas.
LUIS:
Bien haces, pues que sabemos
que con las razones propias
que me sacó mi cadena,
te engañaba codiciosa.
MADRE: Estos me cansan. Azar
tengo en estas dos personas.
Salen MARCELO, ISABELA, ALEJANDRO, ALBERTO, ROQUE y
FABIÁN
GOMEZ: Si van oliendo la
fiesta,
entrará la corte toda.
ROQUE: Dan lugar al desposado.
¡Plaza, plaza!
MADRE:
¡Aquí fue Troya!
Líbreme Dios de sus iras).
[A MARCELO]
ALBERTO: Si la viuda es más
hermosa,
¿por qué, di, no la escogiste?
MARCELO: No digas, necio, tal cosa;
que a mi mujer no se iguala
la misma luz de[l] aurora.
ROQUE: Oye, señor, si ha de haber
música alguna en la boda,
trae trompetas y campanas
porque la novia las oiga.
ALEJANDRO: ¡Que con Ángela se case
mi padre! ¡Suerte dichosa
en razón de su hermosura!
ISABELA: Y dice que no la dota.
[MARCELO] habla con ÁNGELA
MARCELO: ¿Qué piloto llega al puerto
tras del furor de las olas,
con cuya nave los vientos
jugaron a la pelota,
más alegre que yo llego
a tus ojos de quien sombras
son el sol y las estrellas
con que la noche se adorna?
ÁNGELA: No es razón que a mí tan presto
me hagáis, señor, tantas
honras.
Hablad primero a mi madre.
MARCELO: Tu discreción me aficiona.
Dices bien. (¡Cortés mujer!)
ÁNGELA: (Noble padrastro).
MARCELO:
Señora,
la bendición, la licencia,
y el sí vuestro perfecciona[n]
mis bien logrados deseos.
MADRE: Vuestra soy.
MARCELO:
(Suegra piadosa).
Pues que de esta cortesía
fuisteis maestre, ya es hora
que deis, Ángela, esa mano.
ÁNGELA: Daréla, pues que me importa.
Toma, Carlos.
MARCELO:
"¿Toma Carlos?"
¿Qué cosa es Carlos?
ÁNGELA:
Se nombra
mi esposo ansí, ¿no lo ves?
MARCELO: ¿Qué es esto, Alberto?
ALBERTO:
¿Eso ignoras?
Es libre y busca marido.
MARCELO: ¿Qué es libre?
ALBERTO:
¿De eso te enojas?
ROQUE: Boda de invierno es la
nuestra
porque
s[e] aforra con otra.
MARCELO: ¿Qué confusión es aquésta?
¿Estamos en Babilonia?
ALBERTO: Con Ángela te has
casado.
¿Qué te espantas y alborotas?
ÁNGELA: Con doña Ángela de Heredia.
Yo soy, señor, de Mendoza.
Mi madre es la desposada.
MARCELO: ¡No se usara en
Etïopia
tal maldad!
MADRE:
Señor, paciencia;
que en esta ocasión importa.
Si me quisisteis primero,
no os mentí. Yo soy la propia.
MARCELO: ¿También Ángela te llamas?
CARLOS: Señor, sí. Cosa es notoria.
ROQUE: El casamiento es ninguno.
MADRE: ¿Por qué?
ROQUE:
Porque siendo sorda,
no oyó bien lo que se hizo.
MARCELO: No alegas mal.
MADRE:
¿Soy yo boba?
Más oigo que todos juntos.
ROQUE: ¡Venga a examen, vieja loca!
MADRE: Vos sois el loco, lacayo.
ROQUE: ¡Oyóme esta vez! Va
otra
un punto más bajo en tono
y la dueña Quintañona
se casa con Galaor.
MADRE: ¡Mentís, mandil de fregonas.
Si Marcelo es quintañón,
yo soy moza y muy bien moza.
ROQUE: ¿Ésta es sorda? En toda
España
no hay jabalí que más oiga.
MARCELO: Si no es sorda, menos mal.
Ángela de Heredia, toma
la mano; que si es destino,
no hay fuerzas
contradictorias.
DIEGO:
Pues, agora pido yo,
doña Ángela de Mendoza,
mi cadena.
ÁNGELA:
¿Cómo,
cómo?
DIEGO: Digo que pido mi joya.
ÁNGELA: Si la llevó el alguacil,
y después que no lo ignoras,
confesaste ya tenerla,
¿qué me pides?
FABIAN:
Esta historia
me toca a mí.
DIEGO:
¿Qué alguacil?
¡Qué confusión! ¡Qué memorias!
ÁNGELA: Aquí est&aaccute; el
señor Picón.
¡Oh, como vino en buena hora!
¿No le ha dado la cadena?
ALEJANDRO: Esto, don Diego, me toca.
La cadena tengo yo;
vos tendréis el valor.
DIEGO:
Sobra.
ALEJANDRO: Y la casa del tahur
enmienda y fin tiene agora.
ROQUE: Vuestras mercedes
perdonen,
y aquí gracia y después gloria.
Laus Deo
FIN DE LA
COMEDIA