ACTO SEGUNDO
Salen
JULIO, CHIRIMÍA y don ENRIQUE
ENRIQUE:
A esta pobre casa, amigos,
se redujo mi grandeza.
Temblando está mi cabeza
de mis fuertes enemigos,
no de mis culpas. Ya sí
pienso que a ellos mismos hoy
da lástima lo que soy
como envidia lo que fui.
[El agua que inunda el orbe
del piélago se desata
y en golfos de nieve y plata
tantas máquinas se sorbe.
Baña con curso ligero
montes y valles sombríos
y al fin, al fin hecha ríos,
vuelve a su centro primero.
Los hombres son de esta suerte:
de polvo y de nada nacen
y así su pompa deshacen
en la desdicha y la muerte].
Los crïados que tenía
y mi casa han ilustrado
como sombras me han dejado
al caer la luz del día.
[Por no poder sustentar
algunos, los despedí,
y otros me dejan a mí
viendo que no han de medrar].
A los dos se ha reducido
mi familia y aparato.
JULIO: Yo,
mi señor, aunque ingrato
no soy al bien recibido,
como el hombre siempre aspira
a su bien y conveniencia,
te vengo a pedir licencia.
ENRIQUE: Nada me espanta
y admira
después de mi adversa suerte.
Tú eres, Julio, el hombre a quien
hice en mi vida más bien.
JULIO: La
pobreza es civil muerte.
El Conde ocupa tu puesto,
pues sabes que soy fïel
suplícote que con él
me acomodes porque en esto
sabes, mi señor, que acierto.
ENRIQUE: Bien
está. Lo que deseas,
Julio, haré; porque me veas
hacer bien después de muerto.
A CHIRIMÍA
¿Y quién duda que también
licencia me pedirás,
pues confieso que jamás
de mí recibiste bien?
Razón al menos tendrías.
CHIRIMÍA: Si reparas en los
nombres,
notarás que no son hombres
ingratos los Chirimías.
Yo nací de buena gente;
desciendo por línea reta
de un bajón y una corneta
y un soplador excelente.
Porque acompañar solía
a escribanos y alguaciles,
neblís de garras sutiles,
me llamaron Chirimía.
Pero aquesto, en conclusión,
me da grande pesadumbre.
Polvo, ni caldo, ni lumbre
soplé por no ser soplón.
Y con pocos intereses
te sirvo, dilo tú mismo,
diez años ha que en guarismo
montan ciento y veinte meses,
pero en cuentas castellanas,
tomando papel y pluma,
lo que te he servido suma
quinientas y diez semanas.
Y si la cuenta confías
de un zángano entretenido,
te dirá que te he servido
tres mil y seiscientos días.
Y si todo aquesto ignoras,
te sacará de la duda
la aritmética menuda:
son ochenta y seis mil horas.
Servirte siempre imagino
como lo he hecho hasta aquí.
Soy español y comí
tu pan y bebí tu vino.
Yo también seguirte quiero
vivas gordo y mueras flaco,
y no como este bellaco
ingratonazo y grosero.
Asado estés en dos hornos:
no tengas honra ni fama.
¿Hombre que Julio se llama
qué ha de hacer sino bochornos?
Sale un CRIADO
CRIADO:
Señor don Enrique, aparte
quiero una palabra.
ENRIQUE:
Di.
CRIADO: Señor don
Enrique, aquí
vendrán esta noche a hablarte
dos Príncipes y el secreto
es de importancia.
ENRIQUE:
Esperando
estaré con gusto.
CRIADO:
Cuando
esté en silencio perfeto
la noche con vigilancia,
han de venir recatados.
Haz retirar los crïados.
ENRIQUE: En buena
hora. De importancia
es la cautela.
Vase el CRIADO
(Ya empieza Aparte
a obrar mi falsa caída.
¡Cielos, amparad la vida,
el estado y la grandeza
de Alfonso, mi buen señor!)
CHIRIMÍA: Ludovico viene.
Sale LUDOVICO
ENRIQUE:
Venga,
porque su amistad detenga
a mi desdicha el rigor.
¿Quién en mis males mostrara
pecho magnánimo y rico
sino el magno Ludovico,
nuevo Marqués de Pescara?
¿Quién pudiera ser primero
en levantar a un caído
sino aquél que sólo ha sido
el amigo verdadero?
[Para que llorar no pueda
me honra el cielo de este modo
porque no me falte todo
pues tal amigo me queda.
No dije bien; y ante digo
y es decirlo justa ley
que nada me quita el Rey
pues me deja tal amigo].
¿Quién duda, señor Marqués,
que te haya dado tristeza
la desdicha y la pobreza
que en aquesta casa ves?
Pero la Fortuna
esquiva
no me tiene de vencer.
Déme más que padecer
como Ludovico viva.
LUDOVICO:
Don Enrique, todo pasa.
Un día sigue a otro día
y muy en vano porfía
la Fortuna.
Que esta casa
reconozca me ha mandado
el Rey, y en efecto quiero
ser en servirle el primero.
Leed este papel cerrado,
que es suyo.
ENRIQUE:
Entrad, mi señor.
LUDOVICO: Yo la he de
reconocer.
CHIRIMÍA: (¿Que esto un amigo
ha de hacer?) Aparte
JULIO:
(Verse un hombre en tanto honor Aparte
hace mudar condición).
CHIRIMÍA: (¡En crïados mal
nacidos!) Aparte
ENRIQUE: Alma, ser, vida
y sentidos
de mi Rey y vuestros son.
Entrad a reconocer
casa que riega mi llanto.
LUDOVICO: Ved el papel
entretanto
porque habéis de responder.
Vase LUDOVICO
ENRIQUE:
Sello del Rey, yo confieso
que alegre el alma dispongo.
Sobre mi cabeza os pongo;
con el alma y boca os beso.
Lee
"No soy Rey si me faltáis,
mi Enrique. Sin vos, ¿qué valgo?
Si de nuevo sabéis algo
me avisad y cómo estáis.
Si tenéis amigo fiel
voy investigando ya,
pero nunca lo
será
el que lleva este papel.
César solicita, amigo,
que a mi palacio tornéis.
Feliz vos que conocéis
al amigo y enemigo".
Trae recado con que escriba.
Vase CHIRIMÍA
¡Oh, gran Rey, cuánto te debo!
¡Nuevo Numa, César nuevo!
¡Siglos tu grandeza viva!
Dentro
CHIRIMÍA:
Señor, Conde, ¿es alguacil?
¿Qué busca por los rincones?
(Ojos tiene porquerones
Aparte
y alma corcheta sutil).
¿Es ya su curiosidad?
Pues, ¿qué mira? No tenemos
sino dos grandes extremos
de pena y necesidad.
Todo el Rey nos lo ha quitado
por bellacos y malsines.
¿Qué busca? (Amigos rüines
Aparte
nos trujeron a este estado).
Salen LUDOVICO y CHIRIMÍA detrás
LUDOVICO: Tu
humor bufonesco y frío
no debe extenderse tanto;
que se ofende el sacrosanto
mandato real.
CHIRIMÍA:
Conde mío,
grave y enojado estás.
LUDOVICO: Ministros que son
severos
de los hombres chocarreros
no deben gustar jamás.
ENRIQUE:
Pídeme el Rey dos papeles
y aquí dónde están le aviso.
Ya que la Fortuna quiso
darme estrellas tan crüeles
que influyen adversidades,
suplico, señor Marqués,
a vueselencia, pues es
tan amigo de verdades
que ampare allá mi virtud
tan perseguida.
LUDOVICO:
Sí, haré.
Ya al Rey, mi señor, hablé.
CHIRIMÍA: Así sea tu salud.
ENRIQUE:
Julio servirle desea.
Suplícole le reciba
en su servicio. Así viva
largos años.
LUDOVICO:
Julio sea
mi crïado.
JULIO:
A tal merced
dé el alma correspondencia.
ENRIQUE:
Los pies beso a vueselencia.
LUDOVICO: Dios guarde a
vuestra merced.
Vanse LUDOVICO y JULIO
CHIRIMÍA:
¡Vuesa merced! ¿Vuesa -- qué?
Baje un rayo que le queme.
¡A don Enrique V y M,
habiendo sido V y E?
¿Vueselencia ayer, y hoy
vuestra merced?
ENRIQUE:
El Marqués
sabe muy bien ser cortés.
Enrique de Avalos soy
solamente y
no me toca
agora otra cortesía.
Ten paciencia, Chirimía.
CHIRIMÍA: Coso a dos cabos mi
boca.
ENRIQUE:
(Al Rey he avisado ya Aparte
la junta que han aplazado
esta noche. Bien cerrado
va el papel. No le abrirá).
Sale CÉSAR y vase CHIRIMÍA
César generoso y rico,
¿venís con otro papel
tan riguroso y crüel
como el Conde Ludovico?
¿Venís a llevarme preso
a más estrecho cuidado
ya que por cárcel me han dado
la ciudad?
CÉSAR:
No vengo a eso;
pues cuando su majestad
tan rigurosos
decretos
ejecutar me mandara,
con lágrimas y con ruegos
del Rey al Rey apelara
o me quitara primero
de este corazón la vida,
la cabeza de este cuello.
No soy ministro del Rey.
Solo a visitaros vengo,
con su licencia; que agora
más os amo y más os
quiero.
Cuando en el verano alegre
está rico, está soberbio
el árbol con cuya pompa
el sol padece desprecios;
[cuando sus flores compiten
con las estrellas del cielo,
en su verde majestad,
blasón hermoso del tiempo;
cuando en su gallardo fruto
roba el color lisonjero
al topacio y el rubí
rojo y pulido bosquejo;]
¿Qué mucho que el pajarillo
que de sus pimpollos tiernos
contra pájaros rapantes
tiene su amparo y sustento
no quiera apartarse de él?
Mas cuando llega el invierno
derribando la hermosura
que abril y mayo le dieron,
[y cuando las inclemencias
de las aguas y los vientos
en arrugadas cortezas
le dejan desnudo y feo;
cuando las aves le esquivan
por encogido y por seco
sin ver que otra primavera
galas le dará a su tiempo,]
entonces si que se muestra
aquel amor verdadero,
[aquel instinto piadoso
y bruto conocimiento]
de la viuda tortolilla
que entre las ramas trofeos
en que mostró su poder
el fiero enojo del cierzo
vive triste y muere alegre.
Así yo, cuando los cielos
con sus astros favorables
prosperidad te infundieron
no hice mucho en ser tu amigo.
[Si los príncipes del reino
como al sol los girasoles
a tu voluntad atentos
del aliento de tu boca]
pendían, y mi provecho
entre las honras hallaba
de tu amistad, o a lo menos
parecer ambición pudo
lo que era amor. Pero luego
que la Fortuna
y los hados
se te mostraron adversos;
[y en la noche de tu dicha
cual vanas sombras huyeron]
cuando te dejaron todos,
tórtola soy que te muestro,
buscando tus secos ramos,
tu dolor y sentimiento.
[Por ti mismo te he querido:
para el amor de mi pecho
lo que fuiste eres agora
y aún eres más, pues teniendo
magnánimo corazón
mereces renombre eterno
de varón constante y fuerte:
un Hércules y un Teseo,
otro Pílades y Orestes,
otro prodigioso ejemplo
en
los anales del mundo
de tierna amistad seremos].
Bien sé que al Rey no ofendiste.
En mi mismo pensamiento
reconozco tu lealtad;
que vivifica dos cuerpos
un alma sola, y así,
siendo tú otro yo, bien puedo
decir que traición no hiciste
pues que yo traición no he hecho.
Envidia te ha derribado,
que es rayo, aborto del trueno,
que en lo poderoso y alto
funda su poder violento.
[Hoy el Rey, como hombre al fin
sujeto a humanos afectos
pasó su amor a otros polos
como el sol a otro hemisferio].
Yo, Enrique, pobre no estoy;
hacienda heredada tengo.
Dueño eres de ella, pues eres
alma de su mismo dueño.
Si acaso estás temeroso
del enojado y severo
semblante del Rey, a España
pasarnos los dos podemos.
[Corramos una fortuna
Suframos los dos el peso
de la herida que te oprime
girando en fatales vuelcos].
Joyas tengo y dos caballos
que español cristal bebieron
en las orillas de Betis,
[uno blanco y el otro negro
que a los del alba parecen].
Huyamos los dos en ellos
a otro clima, a otra región,
a otros mares, a otros reinos,
a otro Rey que reconozca
tus grandes merecimientos,
y a otro Rey que niegue oídos
a envidiosos
lisonjeros.
ENRIQUE: Dichosa mi
adversidad,
pues es la piedra en que pruebo
los quilates de tu amor.
Con el alma te agradezco
la generosa intención
pero no me oprime el
miedo,
la conciencia está segura,
y espero en Dios que algún tiempo...
(Pero, secreto, detente. Aparte
No te atrevas al silencio.
Sale CHIRIMÍA
CHIRIMÍA: Aquí ha llegado,
señor,
a la puerta un escudero
de la Condesa.
ENRIQUE:
¿De cuál?
CHIRIMÍA: Eso es lo que yo no
entiendo.
"La Condesa,
mi señora,
-- me dijo -- tiene deseo
de ver al señor Enrique",
y volvió la espalda luego.
ENRIQUE: De Elena debe
de ser
que el enojo de los celos
serenó con mis desdichas.
Porcia, como pobre, entiendo
que mi estado pretendía
y ya habrá dado a los tiempos
su esperanza y su cuidado.
CÉSAR: Si ha
sido amor verdadero
el de Elena, con su estado
vivirás rico y contento.
ENRIQUE: Del amor y la
amistad
un examen voy haciendo.
Amor, descúbrete agora.
Haz tu valor manifiesto
pues la amistad sacrosanta
su verdad ha descubierto.
Vanse. Salen ELENA e ISABEL
ISABEL:
¿Cómo es posible, mi Elena,
que ya no te comunique,
con las desdichas de Enrique,
el Amor alguna pena?
[¡Pobre Enrique y alegre estás!
¡Enrique sin su privanza,
Enrique en tanta mudanza,
y tú no lo sientes más!]
ELENA:
Isabel, una verdad
quiero que sepas agora:
ni se rinde, ni enamora
mi soberbia voluntad.
Nunca supe qué es amor
y aquel fingido cuidado
era una razón de estado
y un designio superior.
Hablando afecto, no amaba;
mi aumento así pretendía
porque ser mujer quería
del que este reino mandaba.
Cayó y así te prometo
que mi intención hizo pausa
porque cesando la causa
ha de cesar el efeto.
ISABEL:
Si aspiras a ser mujer
de privado, Ludovico
es ya generoso y rico
y tu dote viene a ser
el mejor del reino. Intenta
rendirle a tu voluntad
con estado y majestad.
El mismo Rey hará cuenta
de ti según lo que veo.
Lo que te he dicho procura.
En riqueza y hermosura
serás el sol y el
trofeo
de Nápoles.
ELENA:
Dices bien.
mi gallarda presunción
aconseja al corazón
que lo sienta así también.
Pero Ludovico
tiene
amistad a Enrique, fiel,
e intercediendo por él
pienso que a mi casa viene
porque me envïó un recado
diciéndome que tenía
que hablar conmigo este día
un negocio, y he pensado
que le pretende casar
conmigo, sin duda alguna
pensando que su fortuna
así se ha de mejorar.
Pero son grandes engaños
si esto Enrique imaginó.
¿Mujer de hombre pobre yo,
Isabela? ¡Malos años!
ISABEL:
La condesa Porcia viene.
ELENA: Como
la doy alimentos
y está pobre, por momentos
me
está pidiendo.
ISABEL:
Ella tiene,
conforme a su calidad
la riqueza y la hermosura.
Prima es tuya; honrar procura
tu sangre con tu lealtad.
Sale PORCIA
PORCIA:
Yo he de volverme de priesa.
La silla espere.
ELENA:
En buen hora
vengas, Porcia.
PORCIA:
Mi señora,
mi bien, amiga, Condesa,
[no
vengo como solía
a recibir tus favores;
que son las penas mayores
que están en el alma mía].
Amor mandó que viniera
a pedirte, como suelo,
a pesar de mi desvelo
y basta que Amor lo quiera.
ELENA:
Desdichas, pena, dolor,
lágrimas, desasosiego,
humos son de oculto fuego.
¡Mátenme si no es Amor!
PORCIA:
¡Ay, prima! Tú has
acertado.
Amor es. De amores lloro;
sino que está quien adoro
muy pobre y necesitado.
Perdóname mis ternezas
porque son finas verdades.
ELENA:
Dilas, prima, necedades:
afectos no, ni finezas.
¡Porcia ha de amar obligando!
¿Sangre de un rey procedida
ha de comprar ser querida?
Dime, prima, dime: ¿cuándo
has visto ilustre mujer
con ese cuidado vil?
¿De qué romana gentil
se oyó tal? ¿Tú has de querer
hombre pobre, siendo tales
sus partes que amor te sobre?
Pobre tú y tu amante pobre,
¿no es juntar dos hospitales?
[Amor que forzosamente
por fin tiene el casamiento
no debe ser tan violento,
tan necio y tan imprudente.
Tu hermosura y calidad
fuerza es que causen cuidados
a príncipes con estados,
con riqueza y majestad].
Rica soy, estado tengo,
pero más rico ha de ser
quien me quiera por mujer.
PORCIA: Incapaz,
Elena, vengo
de consejo. Tú me das
dos mil ducados de renta;
que tu mano me alimenta.
Dame una joya no más.
No quiero más alimentos.
No quiero más que me des
como ostente amor al que es
alma de mis pensamientos.
ELENA:
A tanta resolución
yo no tengo otra respuesta,
Porcia amiga, sino ésta.
Estas dos sortijas son
giros y esferas del día
y esta joya es relevante.
En ella brilla un diamante
que al mismo sol desafía.
Cuatro mil escudos valen.
Por ellas te los darán.
Luces son que
enjugarán
perlas que del alba salen.
Toma, prima.
PORCIA:
Yo he de ser
tu esclava y en serla gano.
ELENA: ¿Qué
tienes en esa mano?
Tiene una banda
PORCIA: Diéronme
una nueva ayer
de pesadumbre. Tenía
un cuchillo que fue rayo.
Siguió al pesar un desmayo.
Caí, cortéme y había
de escribir hoy un papel
acerca de mi cuidado
y no podré. Trae recado
y escribirásle, Isabel.
ELENA:
Yo seré tu secretaria
y aprenderé por si amare
alguna vez.
PORCIA:
Quien hallare
esa quietud necesaria
al vivir, no quiera bien.
No inquiete, no, su memoria
pues se pierde en esta historia
el alma y vida también.
ELENA:
Nota, prima, que en tu estilo
darás a mi pensamiento
o doctrina o escarmiento.
PORCIA: ¡Felice
ignorancia!
ELENA:
Dilo,
de
veras.
PORCIA:
Escribe, pues.
ELENA: Ve
diciendo.
PORCIA:
"Sabe el cielo,
[mi señor..."
Salen LUDOVICO y JULIO
LUDOVICO:
Nada recelo;
que cierta mi dicha es
si alcanzo lo que pretendo].
Con Elena me está bien
desposarme.
JULIO:
A ella también.
LUDOVICO: Reparo que está
escribiendo.
ELENA:
["Si es tu afición verdadera,
bien la encareces así"].
ISABEL: Señora, el
Conde está aquí.
ELENA: (¡Y
cómo si no
estuviera Aparte
si viene a lo que imagino!)
A ELENA
ISABEL: Dile a
boca o por papel
como le quieres a él.
ELENA: Sin
duda me determino.
PORCIA:
A solas sabrás mejor
si te quiere. Doy lugar.
LUDOVICO: Si he venido yo a
estorbar
volveréme.
PORCIA:
No,
señor.
Vase y llévase el papel escrito
LUDOVICO:
Señora, sin tu licencia
hasta donde está me he entrado.,
ELENA: Venir
puede, confïado,
a su casa, vueselencia.
LUDOVICO:
Señora, mi amor os digo
sin retóricos rodeos;
que no pueden mis deseos
con un tan grande enemigo
reposar. En conclusión,
puesto que el alma os adora,
alcance el Conde, señora,
lo que Enrique quiere.
ELENA:
Son
inútiles pensamientos
porque os digo que elegí
otro vos por dueño, y si
entendéis bien mis intentos,
no os obligue el amistad
a hacer contra vos; y digo
que es bien que mire el amigo
primero su utilidad.
Atrévome a aconsejaros
por quereros bien, y en esto
no puede un amor honesto
más claramente mostraros
su intención.
LUDOVICO:
(¡La obligación Aparte
de la amistad me ha acordado!)
ELENA:
Habiéndome declarado,
triste estáis. ¿Por qué razón?
LUDOVICO:
[Porque decís, mi señora,
que vos con Enrique estáis
en esa opinión.
ELENA:
No vais
bien, porque mi pecho adora...
el que digo... y me holgara
que así de vos lo supiese.
LUDOVICO: ¿Y no queréis que me
pese?
ELENA: No,
si estimáis la fe mía].
ISABEL:
Enrique ha entrado.
ELENA:
(Esperando
Aparte
la respuesta estaba).
Adiós,
por no estar entre los dos
adorando y despreciando.
Conde, ya os dije mi pena.
Perdonad mi atrevimiento
y haced este casamiento
porque os sirva siempre Elena.
Sale ENRIQUE
Enrique, el Conde os dará
respuesta a vuestra intención ;
que, pues me vio el corazón,
lo que en él pasa os dirá.
Vase ELENA
LUDOVICO:
Podré decir que no eres
desdichado en todo, pues
tuya la Condesa
es.
ENRIQUE:
¡Oh, blasón de las mujeres!
LUDOVICO:
Con gran fe, con gran prudencia
te está amando.
ENRIQUE:
¿Quién podía
darme nuevas de alegría
que no fuese vueselencia?
LUDOVICO:
(Corrido estoy y afrentado; Aparte
que conserve Elena amor
a un hombre medio traidor
y que a mí me ha despreciado.
ENRIQUE:
Irle tengo acompañando
si gusta.
LUDOVICO:
¿No he de gustar?
Vanse los dos
CHIRIMÍA: ¡Que se deje
acompañar
Ludovico! Estoy rabiando.
Sí, ¡vive Dios!
JULIO:
¿No me ves,
que he de ir delante?
CHIRIMÍA:
¿Esto pasa?
JULIO: ¿Cómo
va de hambre en casa?
CHIRIMÍA: Yo te lo diré
después.
JULIO:
Tente.
CHIRIMÍA:
Julio, si hasta aquí
Chirimía me
llamé,
Mayo me llamo.
JULIO:
¿Por
qué?
CHIRIMÍA: Por ir delante de
ti.
Vanse
los dos, CHIRIMÍA delante, y salen
PORCIA y CELIO escudero
PORCIA:
¡Ce, Chirimía! ¡Ah, crïado
de Enrique! Fuése y no oyó.
Tras el Conde va, y entró
aquí. ¿Si me habrá buscado?
Que es tanto lo que le quiero
en desearle servir
que luego tiene de ir
a buscarle un escudero.
Tome, Celio, vaya presto
tras Enrique y dale a él
estas joyas y papel.
Dale una caja
CELIO:
¡Mátenme si amor no es esto!
Vanse y
salen CHIRIMÍA y ENRIQUE
CHIRIMÍA:
A oscuras nos deja Febo.
¿Quieres luz?
ENRIQUE:
Sí, tráela apriesa.
CHIRIMÍA: Luz te traeré
portuguesa.
ENRIQUE: ¿De qué suerte?
CHIRIMÍA:
Vendrá en sebo.
Ya la que labró de abeja,
blanca cera entre miel pura,
en ti se ha vuelto gordura
de un chivato o de una oveja.
Esta Fortunilla vil
a sebo nos trae de cera.
Plega al cielo que no quiera
bajar de sebo a candil.
Y aun según es la Fortuna
aun de eso podrá quitar,
pues que nos vendrá a dejar
a los rayos de la luna.
ENRIQUE:
Naturaleza los da
para ausencia de los días.
CHIRIMÍA:
Son excelentes bujías
para lechuzas.
Sale CELIO
CELIO:
¿Está
don Enrique en casa?
CHIRIMÍA:
Sí.
CELIO:
Entro, pues. Tus manos besa
mi señora la Condesa
y esto envía para ti.
Vase
CHIRIMÍA:
Caja y papel con respeto
besándolo te
dejó
y las espaldas volvió.
No vi azogue tan inquieto.
El de hoy es, y se va
sin decirnos qué Condesa
aunque tantas te dan presa.
ENRIQUE: El papel nos lo
dirá.
CHIRIMÍA:
Voy por luz humilde y baja
antípoda de la miel,
no para ver el papel
sino para abrir la caja.
Vase
ENRIQUE:
Finezas serán de Elena
que hoy con discreto cuidado
en su amor disimulado
rebozó tan bien la pena.
Sale CHIRIMÍA con luz
CHIRIMÍA: Lo
que da mujer es viento.
Tesoros de duende son.
No se nos vuelva carbón.
Abre la caja con tiento.
ENRIQUE:
Veré el papel.
CHIRIMÍA:
¡Pesia
tal!
Abre la caja. ¿Qué lees?
¡En tu vida brujulees
las nuevas del bien o el mal!
Lee
ENRIQUE:
"Sabe el cielo, mi señor,
las lágrimas y la pena..."
Letra es ésta de mi Elena.
¡Oh, qué finezas de amor!
"...que me ha costado el rigor,
con que la Fortuna
fiera
trata fe tan verdadera,
que no tiene culpa, no,
hombre que tal mereció
que yo le estime y le quiera.
Esas joyuelas te envío
que son humildes trofeos
de mis gigantes deseos.
Recíbelas, dueño mío;
que yo en el tiempo confío
que al discurrir y volar
tu dicha ha de mejorar
por bien diferentes modos.
Y cuando te falten todos,
yo no te puedo faltar".
CHIRIMÍA:
¿Firmó?
ENRIQUE:
Cuando viene a ser
de una persona querida,
la letra tan conocida,
la firma no es menester.
¡Oh, soberana mujer!
Tú serás de aquí adelante
blasón que la fama cante.
Poetas, los que decís
que es vario animal, mentís.
Veis aquí mujer constante.
Si en estado lastimoso
hay mujer que no me niega,
callad vos, Elena
griega,
pues hay Paris más dichoso.
CHIRIMÍA: Abre ya; que no
reposo
hasta ver la rica alhaja
que a Muza envïó Daraja.
ENRIQUE: Más estima un
alma fiel
las
finezas del papel
que las joyas de la caja.
CHIRIMÍA:
¡Por Dios, que brillan!
ENRIQUE:
Yo vi
en su pecho aquesta joya,
las veces que, como Troya,
a su misma luz
ardí.
CHIRIMÍA: Son diamantes finos.
ENRIQUE:
Sí.
No digas locuras ya
aunque en las piedras no está
la fineza o la riqueza.
CHIRIMÍA: Pues, ¿dónde está?
ENRIQUE:
En la fineza
de la mujer que las da.
Llaman dentro
CHIRIMÍA:
Cierra la caja; que creo
que vuelven por ella.
ENRIQUE:
Vete
a dormir.
CHIRIMÍA:
¿De qué clarete
me ves borracho?
ENRIQUE:
Deseo
quedar solo; que peleo
con mis tristezas a solas.
CHIRIMÍA:
Voy a arrojar a las olas
del sueño que es mar profundo.
Vase
ENRIQUE: Aquí empieza a
ver el mundo
las cautelas españolas.
Ya está abierto. Entre quién es.
Sale el REY embozado
REY:
¿Estáis solo?
ENRIQUE:
Solo
estoy.
¿Quién es?
REY:
Vuestro amigo soy.
¿No me conocéis, Marqués?
ENRIQUE:
Arrojaréme a tus pies
lleno de gozo y espanto,
viendo que es a favor tanto
incapaz el alma
mía
como a celeste armonía,
como a milagroso encanto.
REY:
[Alza, amigo.
ENRIQUE:
No te espante
si no te obedezco y digo
que es decir, "Levanta,
amigo",
decir que no me levante;
porque ese nombre gigante
no me ajusta. Hormiga fui.
REY:
Levanta, Enrique.
ENRIQUE:
Eso sí.
REY:
Eres vasallo
leal.
ENRIQUE: Ese nombre es
celestial
y es, gran señor, para mí...]
REY:
Avisásteme que tienes
junta esta noche en tu casa
y quiero ver lo que pasa
escondido en ella.
ENRIQUE:
Vienes
a asegurar en tus sienes
la corona merecida.
Vienes a darme la vida.
REY:
Vengo, a lo menos, a verte;
que ésa es la causa más fuerte,
Enrique de mi venida.
¿Cómo estás?
ENRIQUE:
Como sin mí,
sin ti en esta ausencia corta;
mas si mi ausencia te importa
y te dejo a ti por ti,
bueno estoy estando así.
REY:
Yo, Enrique, como he tenido
sin ti el amor escondido
entre aparentes enojos,
vengo a exhalar por los ojos
el contento reprimido.
¿Examinaste
la fe
de alguna dama?
ENRIQUE:
Supuesto
que es amor casto y honesto,
sin vergüenza lo diré.
Sí, señor.
REY:
¿Y quién fue?
ENRIQUE: La condesa
Elena.
REY:
Enrique,
cuando el reino pacifique,
con ella te casarás.
ENRIQUE: Siglos del
Fénix y más
el cielo te comunique.
Esconde aquí tu valor;
que a la puerta siento gente.
REY:
La primera vez que siente
este pecho algún temor
es ésta.
ENRIQUE:
¿Por qué, señor?
REY:
Porque recelo perder
este reino y no poder
hacerte bien.
ENRIQUE:
Si perdida
fuere antes de eso mi vida,
no te queda qué temer.
Esconde el REY, salen embozados TARANTO y SALERNO,
y LUDOVICO se quede arrimado y embozado
TARANTO:
¿Podemos entrar? ¿Están
recogidos los crïados?
ENRIQUE: Sí, señores
embozados.
seguramente podrán
entrar.
SALERNO
¡Y nos maravillas
viéndote alegre y constante!
ENRIQUE:
¡Oh, Canciller! ¡Oh, Almirante!
Vueselencias tomen sillas.
Yo príncipes he esperado
mas no tan grandes. ¿Quién es
el embozado?
TARANTO:
Después
hablará; que es un crïado.
¿Posible es que a tal fortuna
Enrique de Avalos venga,
y que rostro alegre tenga
hombre que pisó la luna?
¿Estos desprecios padece,
y alegre sufre esta injuria?
¿Cómo no crece la furia
al mismo modo que crece
la adversidad? Esta casa
y esta luz agravios son
de un magnánimo varón.
De la injusticia que pasa
son testigos.
SALERNO
Don Enrique,
a consolarte y a verte
venimos, para ofrecerte,
sin que el día lo publique,
nuestras haciendas y vidas
y consentir no queremos
que lleguen a tales extremos
fortunas no merecidas.
ENRIQUE:
Príncipes, alegre estoy,
aunque otra dicha no espero,
las veces que considero
que en nada culpado soy.
TARANTO:
¡Esa es mayor injusticia!
¡Ese es el mayor agravio!
El castigo sufre el sabio
mas no sufre la malicia.
Don Enrique, hablemos claro.
¿Queréis dar a vuestro honor,
con un estado mejor,
honra, nobleza y reparo?
[Y pues {vos} sois tan discreto
y venido a tal miseria,
para hablar de esta materia
no hay que encargaros secreto].
ENRIQUE:
La Naturaleza
es tal
que a los brutos enseñó
a querer su bien, y yo
alma tengo racional,
[y he de apetecer lo mismo.
Salir con ansias deseo
del estado en que me veo;
mas hay en medio un abismo],
de grandes dificultades.
TARANTO: Ese es próvido
temor,
pues no aventuras honor.
Si a aquesto te persüades
con un impulso eficaz,
y los hombres de esta tierra
hijos somos de la guerra,
¿para qué queremos paz?
Nuestro ánimo el mundo vea.
De estado nos mejoramos
si los tres el reino damos
a Carlos que lo desea.
De este gallardo francés
firmas en blanco tenemos,
y en su nombre te ofrecemos
porque tu ayuda nos des,
un estado poderoso
en este reino.
ENRIQUE:
Yo aceto
esa merced y prometo
de concurrir animoso
a esta acción, y certifico
que imposibles venceré.
LUDOVICO: Agora sí que podré
descubrirme.
ENRIQUE:
¡Es Ludovico!
LUDOVICO: No
esperé menos jamás
de tu corazón fïel.
REY:
(Ni yo esperé menos de él. Aparte
Prosigue. Descubre más).
ENRIQUE:
¿Qué es lo primero que está
trazado?
SALERNO:
Juntar conviene
nuestra gente y la que tiene
nuestro primo, y él vendrá
en dando al francés aviso.
ENRIQUE: ¿Y qué capitán
valiente
ha de gobernar la gente?
LUDOVICO: ¿Quién si no
tú? Pues que quiso
la militar disciplina
aprender reglas de ti.
ENRIQUE: Acepto el
cargo.
REY:
(Y así Aparte
no temeré la rüina
de mi reino).
ENRIQUE:
¿Por qué
parte
se ha de comenzar la guerra?
SALERNO: Por Calabria,
que es la tierra
mas sujeta al son de Marte.
ENRIQUE:
Pues, dadme una firma de ésas
del francés, dos veces franco,
porque pueda yo en lo blanco
asegurar sus promesas.
TARANTO:
Bien has advertido, Alabo
tu sagaz prudencia ya.
Toma un papel en que va
firma de Carlos Octavo.
ENRIQUE:
Famoso Rey, a quien puedo
decir que oyéndome estás
pues con una firma das
mercedes, horror y miedo,
mi Rey eres, y protesto
que aunque aventure mi honor,
que me tengan por traidor,
te obedezco y sirvo en esto.
Oyeme, Rey liberal,
si aquí alcanza tu poder,
yo te prometo de ser
eternamente leal.
Este cargo que he aceptado,
en servicio tuyo fue
porque mi lealtad y fe
ningún vasallo ha igualado.
Recibe, Rey, mi deseo
pues puedo decir que aquí
estás si me escuchas.
REY:
(Sí, Aparte
ya lo he entendido y lo creo).
LUDOVICO: Ya
que a la ayuda del Rey
prometes poner efeto,
de esta verdad el secreto
debes guardar.
ENRIQUE:
Esa es ley
[de todos los conjurados;
yo la estimo y reverencio:
al secreto y al silencio
estemos juramentados].
Y así por la ley sagrada
que adora y sigue el cristiano
por el cielo soberano
y por la cruz de esta espada
juro y digo que este intento
de mi boca no sabrán
sino sólo los que están
oyendo mi juramento.
[Juro por Dios trino y uno
so pena de que esta espada
en mi sangre esté manchada,
de no tratar con ninguno,
fuera de aquellos que estamos
presentes, nuestra intención
y aquesta conjuración.
LUDOVICO: Todos así lo
juramos].
TARANTO:
Quédese para otro día
la sesión en este estado;
que ya pienso que ha llorado
sus perlas el alba fría
e importa que no nos vean
para que no se publique.
LUDOVICO: Bien dice.
Adiós, don Enrique.
ENRIQUE: Como mis ojos
desean
suceda todo. (¿Quién vio Aparte
tal conflicto, tal contraste?)
Vanse todos y sale el REY
REY:
¿Por qué no les preguntaste
que habiéndoles hecho yo
tantas mercedes, por qué
ánimo traen malicioso?
ENRIQUE: Por no hacerme
sospechoso;
que ya lo consideré.
[Y pues mi lengua atrevida,
al parecer y opinión
de estos tres, hizo traición,
quítame, señor, la vida.
REY:
¿Qué dices, Enrique? Calla,
porque el Rey más singular
la vida puede quitar
pero no puede alargalla.
Sólo a Dios se reservó
y yo quisiera tener
trocado aqueste poder
en ti sólo, porque yo
el poder de Dios quisiera
para darte vida tal
que pareciera inmortal
ya que infinita no fuera].
ENRIQUE:
A tu amor no correspondo
sin que los brazos me des.
REY:
Mas gente siento, Marqués.
Otra vez aquí me escondo.
Escóndese y sale CÉSAR
CÉSAR:
No vengo como solía
en
tu amistad confïado,
porque soy tan desdichado
que ese bien que yo tenía
ya me ha faltado, y así
pues tanta desdicha tengo
a que me des muerte vengo
para vengarme de ti.
Tu amigo fui, y ¡vive Dios!,
que con tirana impiedad
si ha de borrar la amistad
con la sangre de los dos.
ENRIQUE:
César, ¿qué traes?
CÉSAR:
Un
dolor
a los infiernos igual.
De día te hallé leal;
de noche te hallo traidor.
¿Qué he de tener si esto pasa
para más desdicha mía?
Estas joyas te traía
cuando salir de tu casa
hombres embozados vi.
Dióme cuidado el suceso.
Temí tu daño y por eso
a los dos reconocí.
El de Taranto y Salerno
eran éstos y yo sé
que esta visita no fue
de piedad y de amor tierno.
¡A estas horas y estos dos
de quien con causa sospecho
que traen veneno en el pecho
contra mi Rey! ¡Vive Dios!
¡Que no es visita de amigo!
Indicios y amagos son
de alguna conjuración
que se ha tratado contigo.
Y siendo de aquesta suerte,
muera el uno si reñimos,
porque nos digan que fuimos
amigos hasta le muerte.
[Que no es razón que vivamos:
tú, porque traidor has sido,
ni yo, porque te he tenido
por leal. Solos estamos].
Mete mano. Haz lo que digo;
que dirán contra mi honor
que Enrique ha sido traidor
y que César fue su amigo.
Si acaso me dieres muerte,
con estas joyas podrás
escaparte y me darás
vida así para no verte
cometer traición alguna;
y si te matare yo,
tu delito te mató
que no tu adversa fortuna.
Acábese con la muerte
amistad tan engañada.
ENRIQUE: Detén, amigo,
la espada.
CÉSAR: No
soy tu amigo, y advierte
que estados puede quitar
el Rey con razón o furia,
pero no es aquesta injuria
de quien se debe vengar
el vasallo, porque el Rey
es un dios, aunque pequeño.
De nuestras vidas es dueño.
Su gusto es su misma ley.
[No te engañen ni aconsejen
con máscara de venganza
a hacer alguna mudanza
y en el peligro te dejen].
Mira qué has hecho y, ¡por
Dios!,
que es Él que vida ha de darnos,
o que habemos de matarnos
o has de jurar que estos dos
en tu casa no han de entrar
otra vez.
ENRIQUE:
Yo, César, juro
que tu honor está seguro
y que te debes fïar
de mi amistad.
CÉSAR:
Ni te creo;
ni te abono.
Sale el REY
REY:
Yo le fío.
CÉSAR:
¡Válgame Dios, señor mío!
¿Cómo en esta casa os veo?
REY:
Porque quiero que los tres
hagamos estrechos lazos
de amistad. Dadme esos brazos.
CÉSAR:
Dame tú, señor, los pies.
REY:
Mi parte quiero tener
entre dos amigos tales.
CÉSAR:
Diles vasallos leales.
REY:
César, silencio.
CÉSAR:
He de ser
un Argos que calla y vela.
Ya alenté y cobré la vida.
¡Vive Dios, que es su caída
cautela contra cautela!
FIN DEL SEGUNDO ACTO