ACTO SEGUNDO
Salen el REY don Fernando y algunos CRIADOS
con él
REY: ¿Qué
rüido, grita y lloro
que
hasta las nubes abrasa,
rompe
el silencio en mi casa,
y en mi
respeto el decoro?
Arias Gonzalo, ¿qué es esto?
Sale ARIAS Gonzalo
ARIAS: ¡Una
gran adversidad!
Perderáse esta ciudad
si no
lo remedias presto.
Sale Per
ANSURES
REY: ¿Pues qué ha sido?
ANSURES: Un enemigo...
REY: ¿Per Ansures?
ANSURES:
...un rapaz
ha
muerto al conde de Orgaz.
REY: ¡Válame
Dios! ¿Es Rodrigo?
ANSURES: Él
es, y en tu confïanza
pudo
alentar su osadía.
REY: Cómo la ofensa sabía
luego
caí en la venganza.
Un
gran castigo he de hacer.
¿Prendiéronle?
ANSURES: No, señor.
ARIAS: Tiene Rodrigo valor,
y no se dejó
prender.
Fuése, y la espada en la mano,
llevando a compás los pies,
pareció
un Roldán francés,
pareció
un Héctor troyano.
Salen por una puerta JIMENA Gómez, y por
otra DIEGO Laínez, ella con un pañuelo lleno de
sangre y él teñido en sangre el
carrillo
JIMENA:
¡Justicia, justicia pido!
DIEGO: Justa venganza he tomado.
JIMENA: ¡Rey, a tus pies he llegado!
DIEGO: ¡Rey, a tus pies he venido!
REY:
(¡Con cuánta razón me aflijo!
Aparte
¡Qué
notable desconcierto!)
JIMENA: ¡Señor,
a mi padre han muerto!
DIEGO: Señor,
matóle mi hijo.
Fue
obligación sin malicia.
JIMENA: Fue
malicia y confïanza.
DIEGO: Hay en
los hombre venganza.
JIMENA: ¡Y habrá en los reyes justicia!
¡Esta sangre limpia y
clara
en mis
ojos considera!
DIEGO: Si esa
sangre no saliera,
¿cómo
mi sangre quedara?
JIMENA:
¡Señor, mi padre he perdido!
DIEGO: ¡Señor, mi honor he cobrado!
JIMENA: Fue el
vasallo más honrado.
DIEGO: ¡Sabe
el cielo quién lo ha sido!
Pero
no os quiero afligir.
Sois
mujer. Decid, señora.
JIMENA: Esta
sangre dirá agora
lo que
no acierto a decir.
Y de
mi justa querella
justicia así pediré,
porque
yo solo sabré
mezclar
lágrimas con ella.
Yo
vi con mis propios ojos
teñido
el luciente acero;
mira si
con causa muerto
entre
tan justos enojos.
Yo
llegué casi sin vida,
y sin
alma, ¡triste yo!,
a mi
padre, que me habló
por la
boca de la herida.
Atajóle la razón
la
muerte, que fue crüel,
y
escribió en este papel
con
sangre mi obligación.
A
tus ojos poner quiero,
letras
que en mi alma están,
y en los míos, como imán,
sacan lágrimas de acero.
Y
aunque el pecho se desangre
en su
misma fortaleza,
costar
tiene una cabeza
cada gota
de esta sangre.
REY:
¡Levantad!
DIEGO:
Yo vi, señor,
que en
aquel pecho enemigo
la
espada de mi Rodrigo
entraba
a buscar mi honor.
Llegué, y halléle sin vida,
y puse
con alma exenta
el
corazón en mi afrenta
y los
dedos en su herida.
Lavé
con sangre el lugar
adonde
la mancha estaba,
porque
el honor que se lava,
con
sangre se ha de lavar.
Tú,
señor, que la ocasión
viste
de mi agravio, advierte
en mi
cara de la suerte
que se
venga un bofetón;
que
no quedara contenta
ni
lograda mi esperanza,
si no
vieras la venganza
adonde
viste la afrenta.
Agora, si en la malicia
que a tu
respeto obligó,
la
venganza me tocó
y te
toca la justicia,
hazla en mí, rey soberano,
pues es
propio de tu alteza
castigar en la cabeza
los
delitos de la mano.
Y
sólo fue mano mía
Rodrigo. Yo fui el crüel
que
quise buscar en él
las
manos que no tenía.
Con
mi cabeza cortada
quede
Jimena contenta,
que mi
sangre sin mi afrenta
saldrá
limpia y saldrá honrada.
REY:
¡Levanta y sosiegaté!
¡Jimena!
JIMENA:
¡Mi llanto crece!
Salen doña URRACA y el PRÍNCIPE don
Sancho, con quien los acompañe
URRACA: Llega,
hermano, y favorece
a tu
ayo.
PRÍNCIPE:
Así lo haré.
REY:
Consolad, Infanta, vos
a
Jimena. ¡Y vos, id preso!
PRÍNCIPE: Si mi
padre gusta de eso
presos
iremos los dos.
Señale la fortaleza...
mas
tendrá su majestad
a estas
canas más piedad.
DIEGO: Déme los pies vuestra alteza.
REY: A
castigalle me aplico.
¡Fue
gran delito!
PRÍNCIPE: Señor,
fue la
obligación de honor,
¡y soy
yo el que lo suplico!
REY: Casi
a mis ojos matar
al
conde, tocó en traición.
URRACA: ¡El
conde le dio ocasión!
JIMENA: ¡Él la
pudiera excusar!
PRÍNCIPE: Pues por ayo me le has dado,
hazle a todos
preferido;
pues
que para habello sido
le
importaba el ser honrado.
Mi
ayo, ¡bueno estaría
preso
mientras vivo estoy!
ANSURES: De tus
hermanos lo soy,
y fue
el conde sangre mía.
PRÍNCIPE: ¿Qué
importa?
REY: ¡Baste!
PRÍNCIPE: ¡Señor,
en los
reyes soberanos
siempre
menores hermanos
son
crïados del mayor!
¿Con
el príncipe heredero
los
otros se han de igualar?
ANSURES: Preso
le manda llevar.
PRÍNCIPE: ¡No
hará el rey si yo no quiero!
REY: ¡Don Sancho!
JIMENA:
¡El alma desmaya!
ARIAS: (¡Su
braveza maravilla!) Aparte
PRÍNCIPE: ¡Ha de
perderse Castilla
primero
que preso vaya!
REY: Pues vos le habéis de prender.
DIEGO: ¿Qué
más bien puedo esperar?
PRÍNCIPE: Si a mi
cargo ha de quedar,
yo su
alcaide quiero ser.
Siga
entre tanto Jimena
su justicia.
JIMENA:
¡Harto mejor!
Perseguiré el matador.
PRÍNCIPE: Conmigo
va.
REY:
¡Enhorabuena!
JIMENA:
(¡Ay, Rodrigo! Pues me obligas
Aparte
si te persigo
verás)
URRACA: (Yo
pienso valelle más Aparte
cuanto
tú más le persigas.)
ARIAS:
(Sucesos han sido extraños.)
Aparte
PRÍNCIPE: Pues yo
tu príncipe soy,
ve
confïado.
DIEGO:
Sí, voy.
Guárdete el cielo mil años.
Sale un PAJE, y habla a la Infanta [URRACA]
PAJE: A su
casa de placer
quiere
la reina partir;
manda
llamarte.
URRACA: Habré de ir;
con
causa debe de ser.
REY: Tú,
Jimena, ten por cierto
tu
consuelo en mi rigor.
JIMENA: ¡Haz
justicia!
REY: Ten valor.
JIMENA: (¡Ay,
Rodrigo, que me has muerto!) Aparte
Vanse, y salen RODRIGO y ELVIRA, criada de
JIMENA
ELVIRA: ¿Qué
has hecho, Rodrigo?
RODRIGO: Elvira,
una
infelice jornada.
A
nuestra amistad pasada
y a mis
desventuras mira.
ELVIRA: ¿No
mataste al conde?
RODRIGO: Es cierto;
importábale a mi honor.
ELVIRA: Pues,
señor,
¿cuándo
fue casa del muerto
sagrado
del matador?
RODRIGO:
Nunca al que quiso la vida;
pero yo
busco la muerte
en su casa.
ELVIRA:
¿De qué suerte?
RODRIGO: Está
Jimena ofendida;
de sus
ojos soberanos
siento
en el alma disgusto,
y por
ser justo
vengo a
morir en sus manos
pues
estoy muerto en su gusto.
ELVIRA: ¿Qué
dices? Vete y reporta
tal
intento; porque está
cerca
palacio y vendrá
acompañada.
RODRIGO: ¿Qué importa?
En
público quiero hablalla,
y
ofrecella la cabeza.
ELVIRA: ¡Qué
extrañeza!
Eso
fuera... ¡vete, calla!
...locura y no gentileza.
RODRIGO: ¿Pues qué haré?
ELVIRA: ¿Qué siento? ¡Ay, Dios!
¡Ella
vendrá...! ¿Qué recelo?
¡Ya
viene! ¡Válgame el cielo!
¡Perdidos somos los dos!
A la
puerta del retrete
te
cubre de esa cortina.
RODRIGO: Eres
divina.
Escóndese RODRIGO
ELVIRA:
(Peregrino fin promete
Aparte
ocasión
tan peregrina.)
Salen JIMENA Gómez, Per ANSURES, y quien los
acompañe
JIMENA: Tío,
dejadme morir.
ANSURES: Muerto
voy. ¡Ay, pobre conde!
JIMENA: Y
dejadme sola adonde
ni aun quejas
puedan salir.
Vanse Per ANSURES y los demás que salieron
acompañando a JIMENA
Elvira,
sólo contigo
quiero
descansar un poco.
Mi mal
toco
Siéntase en una almohada
con
toda el alma; Rodrigo
mató a
mi padre.
RODRIGO: (¡Estoy loco!) Aparte
JIMENA: ¿Qué
sentiré, si es verdad...?
ELVIRA: Di,
descansa.
JIMENA:
¡Ay, afligida!
¡Que la
mitad de mi vida
ha
muerto la otra mitad!
ELVIRA: ¿No es
posible consolarte?
JIMENA: ¿Qué
consuelo he de tomar,
si al
vengar
de mi
vida la una parte,
sin las
dos he de quedar?
ELVIRA:
¿Siempre quieres a Rodrigo?
Que
mató a tu padre mira.
JIMENA: Sí, y
aun preso, ¡ay Elvira!,
es mi
adorado enemigo.
ELVIRA:
¿Piensas perseguille?
JIMENA: Sí,
que es
de mi padre el decoro;
y así
lloro
el
buscar lo que perdí,
persiguiendo lo que adoro.
ELVIRA:
Pues, ¿cómo harás -- no lo entiendo --
estimando el matador
y el
muerto?
JIMENA:
Tengo valor,
y habré
de matar muriendo.
Seguiréle hasta vengarme.
Sale RODRIGO y arrodillase delante de JIMENA
RODRIGO: Mejor
es que mi amor firme,
con
rendirme,
te dé
el gusto de matarme
sin la
pena del seguirme.
JIMENA: ¿Qué
has emprendido? ¿Qué has hecho?
¿Eres
sombra? ¿Eres visión?
RODRIGO: ¡Pasa
el mismo corazón
que
pienso que está en tu pecho!
JIMENA:
¡Jesús! ¡Rodrigo! ¡Rodrigo
en mi
casa!
RODRIGO:
Escucha...
JIMENA: ¡Muero!
RODRIGO: Sólo
quiero
que en
oyendo lo que digo
respondas con este acero.
Dale su daga
Tu
padre el conde, Lozano
en el
nombre y en el brío,
puso en
las canas del mío
la
atrevida injusta mano;
y
aunque me vi sin honor
se mal
logró mi esperanza
en tal
mudanza
con tal
fuerza, que tu amor
puso en
duda mi venganza.
Mas
en tan gran desventura
lucharon a mi despecho
contrapuestos en mi pecho
mi
afrenta con tu hermosura;
y tú,
señora, vencieras
a no
haber imaginado
que
afrentado
por
infame aborrecieras
quien
quisiste por honrado.
Con
este buen pensamiento,
tan
hijo de tus hazañas,
de tu
padre en las entrañas
entró
mi estoque sangriento.
Cobré
mi perdido honor;
mas luego a tu amor, rendido
he
venido
porque
no llames rigor
lo que
obligación ha sido
donde disculpada veas
con mi
pena mi mudanza,
y donde tomes venganza
si es
que venganza deseas.
Toma, y
porque a entrambos cuadre
un
valor y un albedrío,
haz con
brío
la
venganza de tu padre
como
hice la del mío.
JIMENA:
Rodrigo, Rodrigo, ¡ay triste!,
yo
confieso, aunque la sienta,
que en
dar venganza a tu afrenta
como
caballero hiciste.
No te
doy la culpa a ti
de que desdichada soy;
y tal
estoy
que
habré de emplear en mí
la
muerte que no te doy.
Sólo
te culpo, agraviada,
el ver
que a mis ojos vienes
a
tiempo que aún fresca tienes
mi
sangre en mano y espada.
Pero no
a mi amor,rendido,
sino a
ofenderme has llegado,
confïado
de no
ser aborrecido
por lo
que fuiste adorado.
Mas,
¡vete, vete Rodrigo!
Disculpará mi decoro
con
quien piensa que te adoro,
el saber
que te persigo.
Justo
fuera sin oírte
que la
muerte hiciera darte;
mas soy
parte
para
sólo perseguirte,
¡pero
no para matarte!
¡Vete! Y mira a la salida
no te
vean, si es razón
no
quitarme la opinión
quien
me ha quitado la vida.
RODRIGO: Logra
mi justa esperanza.
¡Mátame!
JIMENA:
¡Déjame!
RODRIGO: ¡Espera!
¡Considera
que el
dejarme es la venganza
que el
matarme no lo fuera!
JIMENA: Y
aun por eso quiero hacella.
RODRIGO: ¡Loco
estoy! Estás terrible...
¿Me
aborreces?
JIMENA:
No es posible,
que
predominas mi estrella.
RODRIGO: Pues tu
rigor, ¿qué hacer quiere?
JIMENA: Por mi
honor, aunque mujer,
he de
hacer
contra
tú cuando pudiera...
deseando no poder.
RODRIGO: ¡Ay,
Jimena! ¿Quién dijera...
JIMENA: ¡Ay,
Rodrigo! ¿Quien pensara...
RODRIGO: ...que mi dicha se acabara?
JIMENA: ...y
que mi bien feneciera?
Mas,
¡ay Dios!, que estoy temblando
de que
han de verte saliendo...
RODRIGO: ¿Qué
estoy viendo?
JIMENA: ¡Vete y
déjame pensando!
RODRIGO:
¡Quédate, iréme muriendo!
Vanse los tres.
Sale DIEGO Laínez,
solo
DIEGO: No
la ovejuela su pastor perdido,
ni el
león que sus hijos le has quitado,
baló
quejosa, ni bramó ofendido,
como
yo por Rodrigo... ¡Ay hijo amado!
Voy
abrazando sombras descompuesto
entre
la oscura noche que ha cerrado...
Dile
la seña y señaléle el puesto
donde
acudiese en sucediendo el caso.
¿Si me
habrá sido inobediente en esto?
¡Pero no puede ser! ¡Mil penas
paso!
Algún
inconveniente le habrá hecho,
mudando
la opinión, torcer el paso...
¡Qué
helada sangre me revienta el pecho!
¿Si es
muerto, herido o preso? ¡Ay cielo santo!
¡Y
cuántas cosas de pesar sospecho!
¿Qué
siento? ¿Es él? Mas no merezco tanto;
será
que corresponden a mis males
los
ecos de mi voz y de mi llanto.
Pero, entre aquellos secos pedregales
vuelvo
a oír el galope de un caballo.
De él
se apea Rodrigo. ¿Hay dichas tales?
Sale RODRIGO
¿Hijo?
RODRIGO:
¿Padre?
DIEGO: ¿Es posible que me
hallo
entre
tus brazos? Hijo, aliento tomo
para en
tu alabanzas empleallo.
¿Cómo tardastes tanto? Pies de
plomo
te puso
mi deseo, y pues viniste,
no he
de cansarte preguntando el cómo.
¡Bravamente probaste! ¡Bien lo
hiciste!
¡Bien mis pasados bríos imitaste!
¡Bien
me pagaste el ser que me debiste!
Toca
las blancas canas que me honraste,
llega
la tierna boca a la mejilla
donde
la mancha de mi honor quitaste.
Soberbia el alma a tu valor se humilla,
como
conservador de la nobleza
que han
honrado tantos reyes en Castilla.
RODRIGO: Dame
la mano, y alza la cabeza,
a quien, como la causa, se atribuya
si hay
en mí algún valor y fortaleza.
DIEGO: Con
más razón besara yo la tuya,
pues si
yo te di el ser naturalmente,
tú me
le has vuelto a pura fuerza suya.
Mas será no acabar eternamente
si no
doy a esta plática desvíos.
Hijo,
ya tengo prevenida gente;
con
quinientos hidalgos, deudos míos,
que
cada cual tu gusto solicita.
Sal en
campaña a ejercitar tus bríos.
Ve,
pues la causa y la razón te incita,
donde
está esperando en sus caballos,
que el
menos bueno a los del sol imita.
Buena ocasión tendrás para empleallos,
pues
moros fronterizos arrogantes,
al rey
le quitan tierras y vasallos;
que
ayer, con melancólicos semblantes,
el
Consejo de Guerra, y el de Estado,
lo supo
por espías vigilantes.
Las
fértiles campañas han talado
de
Burgos; y pasando Montes de Oca,
de
Nájera, Logroño y Vilforado,
con suerte mucha, y con vergüenza poca,
se
llevan tanta gente aprisionada,
que
ofende al gusto, y el valor provoca.
Sal
les al paso, emprende esta jornada,
y dando
brío al corazón valiente,
pruebe
la lanza quien probó la espada,
y el
rey, sus grandes, la plebeya gente,
no
dirán que la mano te ha servido
para
vengar agravios solamente.
Sirve
en la guerra al rey; que siempre ha sido
digna
satisfacción de un caballero
servir
al rey a quien dejó ofendido.
RODRIGO:
¡Dadme la bendición!
DIEGO: Hacello
quiero.
RODRIGO: Para
esperar de mi obediencia palma,
tu mano
beso, y a tus pies la espero.
DIEGO: Tómala
con la mano y con el alma.
Vanse. Sale la
infanta doña URRACA, asomada
a un ventana
URRACA: ¡Qué
bien el campo y el monte
le
parece a quien lo mira
hurtando el gusto al cuidado,
y dando
el alma a la vista!
En los
llanos y en la cumbres
¡qué a
concierto se divisan
aquí
los pimpollos verdes,
y allí
las pardas encinas!
Si
acullá brama el león,
aquí la
mansa avecilla
parece
que su braveza
con sus
cantares mitiga.
Despeñándose el arroyo,
señala
que como estiman
sus
aguas la tierra blanda,
huyen
de las peñas vivas.
Bien
merecen estas cosas
tan
bellas, y tan distintas,
que se
imite a quien las goza,
y se
alabe a quien las cría.
¡Bienaventurado aquél
que por
sendas escondidas
en los
campos se entretiene,
y en
los montes se retira!
Con tan
buen gusto la reina
mi
madre, no es maravilla
si en
esta casa de campo
todos
sus males alivia.
Salió
de la corte huyendo
de entre la confusa grita,
donde
unos toman venganza,
cuando
otros piden justicia...
¿Qué se
habrá hecho Rodrigo?
Que con
mi presta venida
no he
podido saber de él
si está
en salvo, o si peligra.
No sé
qué tengo, que el alma
con
cierta melancolía
me
desvela en su cuidado...
Mas
¡ay!, estoy divertida.
Una
tropa de caballos
dan
polvo al viento que imitan,
todos a
punto de guerra...
¡Jesús,
y qué hermosa vista!
Saber
la ocasión deseo,
la
curiosidad me incita...
¡Ah,
caballeros! ¡Ah, hidalgos!
Ya se
paran y ya miran.
¡Ah,
capitán, el que lleva
banda y
plumas amarillas!
Ya de
los otros se aparta,
la
lanza a un árbol arrima.
Ya se
apea del caballo,
ya de
su lealtad confía,
ya el
cimiento de esta torre,
que es
todo de peña viva,
trepa
con ligeros pies,
ya los
miradores mira.
Aún no
me ha visto. ¿Qué veo?
Ya le
conozco. ¿Hay tal dicha?
Sale RODRIGO
RODRIGO: La voz
de la infanta era...
Ya casi
las tres esquinas
de la
torre he rodeado.
URRACA: ¿Ah,
Rodrigo?
RODRIGO:
Otra vez grita...
Por
respetar a la reina,
no
respondo, y ella misma
me hizo dejar el caballo.
Mas... ¡Jesús! ¡Señora mía!
URRACA: ¡Dios
te guarde! ¿Dónde vas?
RODRIGO: Donde
mis hados me guían,
dichosos, pues me guiaron
a
merecer esta dicha.
URRACA: ¿Ésta
es dicha? No, Rodrigo;
la que
pierdes lo sería.
Bien me
lo dice por señas
la
sobrevista amarilla.
RODRIGO: Quien
con esperanzas vive,
desesperado
camina.
URRACA: Luego,
no la has perdido.
RODRIGO: A tu
servicio me animan.
URRACA:
¿Saliste de la ocasión
sin
peligro, y sin heridas?
RODRIGO: Siendo
tú mi defensora
advierte
cómo saldría.
URRACA: ¿Dónde
vas?
RODRIGO:
A vencer moros,
y así
la gracia perdida
cobrar
de tu padre el rey.
URRACA: ¡Qué
notable gallardía!
¿Quién
te acompaña?
RODRIGO: Esta gente
me
ofrece quinientas vidas,
en
cuyos hidalgos pechos
hierve
también sangre mía.
URRACA: Galán
vienes, bravo vas,
mucho vales, mucho obligas;
bien me
parece, Rodrigo,
tu gala
y tu valentía.
RODRIGO: Estimo
con toda el alma
merced
que fuera divina,
mas mi
humildad en tu alteza
mis esperanzas marchita.
URRACA: No es
imposible, Rodrigo,
el
igualarse las dichas
en
desiguales estados,
si es
la nobleza una misma.
¡Dios
te vuelva vencedor,
que
después...
RODRIGO:
¡Mil años vivas!
URRACA: (¿Qué
he dicho?) Aparte
RODRIGO: Tu bendición
mis
victorias facilita.
URRACA: ¿Mi
bendición? ¡Ay Rodrigo,
si las
bendiciones mías
te
alcanzan, serás dichoso!
RODRIGO: Con no
más de recibillas
lo
seré, divina infanta.
URRACA: Mi
voluntad es divina.
Dios te
guíe, Dios te guarde,
como te
esfuerza y te anima,
y en
número tus victorias
con las
estrellas compitan.
Por la
redondez del mundo,
después
de ser infinitas
con las
plumas de la fama
y el
mismo sol las escriba.
Y ve
agora confïado
que te
valdré con la vida.
Fía de
mí estas promesas
quien
plumas al viento fía.
RODRIGO: La
tierra que ves adoro,
pues no
puedo la que pisas;
y la
eternidad del tiempo
alargue
a siglos tus días.
Oiga el
mundo tu alabanza
en las
bocas de la envidia,
y más
que merecimientos
te dé la Fortuna dichas.
Y yo me
parto en tu nombre,
por
quien venzo mis desdichas,
a vencer
tantas batallas
como tú
me pronosticas.
URRACA: ¡De
este cuidado te acuerda!
RODRIGO: Lo
divino no se olvida.
URRACA: ¡Dios
te guíe!
RODRIGO:
¡Dios te guarde!
URRACA: Ve animoso.
RODRIGO:
Tú me animas.
¡Toda
la tierra te alabe!
URRACA: ¡Todo
el cielo te bendiga!
Vanse. Gritan de
adentro los MOROS, y sale huyendo
un PASTOR
MOROS: ¡Li,
li, li, li!...
PASTOR: ¡Jesús mío,
qué de
miedo me acompaña!
Moros
cubren la campaña...
Mas de
sus fieros me río,
de
su lanza y de su espada,
como
suba y me remonte
en la cumbre de aquel monte
todo de
peña tajada.
Sale un REY MORO y cuatro MOROS con él, y el
PASTOR éntrase huyendo
REY MORO: Atad
bien esos cristianos.
Con más
concierto que priesa
id
marchando.
MORO 1:
¡Brava presa!
REY MORO: Es
hazaña de mis manos.
Con
asombro y maravilla,
pues en
su valor me fundo,
sepa mi
poder el mundo,
pierda
su opinión Castilla.
¿Para qué te llaman magno,
rey
Fernando, en paz y en guerra,
pues yo
destruyo tu tierra
sin
oponerte a mi mano?
Al
que grande te llamó,
¡vive
el cielo, que le coma,
porque,
después de Mahoma,
ninguno
mayor que yo!
Sale el PASTOR sobre la peña
PASTOR: Si
es mayor el que es más alto,
yo lo
soy entre estos cerros.
¿Qué
apostaremos -- ¡ay, perros! --
que no
me alcanzáis de un salto?
MORO 2: ¿Qué
te alcanza una saeta?
PASTOR: Si no
me escondo, sí hará.
¡Morillos, volvé, esperá,
que el cristiano os acometa!
MORO 3: Oye,
señor ¡por Mahoma!,
que
cristianos...
REY MORO: ¿Qué os espanta?
MORO 4: ¡Allí
polvo se levanta!
MORO 1: ¡Y allí
un estandarte asoma!
MORO 2:
Caballos deben de ser.
REY MORO: Logren,
pues, mis esperanzas.
MORO 3: Ya se
parecen las lanzas.
REY MORO: ¡Ea,
morir o vencer!
Toque dentro una trompeta
MORO 2: Ya
la bastarda trompeta
toca al
arma.
Dicen dentro a voces
VOZ:
¡Santïago!
REY MORO:
¡Mahoma! Haced lo que hago.
Otra voz dentro
VOZ: ¡Cierra
España!
REY MORO:
¡Oh, gran profeta!
Vanse y suena la trompeta y cajas de guerra, y
ruido de golpes dentro
PASTOR:
¡Bueno! Mire lo que va
de
Santïago a Mahoma...
¡Qué
bravo herir! Puto, toma
para peras. ¡Bueno va!
¡Voto a San! Braveza es
lo que
hacen los cristianos;
ellos
matan con las manos,
sus
caballos con los pies.
¡Qué
lanzadas! ¡Pardiez, toros
menos
bravos que ellos son!
¡Así
calo yo un melón
como
despachurran moros!
El
que como cresta el gallo
trae un
penacho amarillo,
¡oh lo
que hace! Por decillo
al
cura, quiero mirallo.
¡Pardiós! No tantas hormigas
mato yo
en una patada
ni
siego en una manada
tantos
manojos de espigas,
como
él derriba cabezas...
¡Oh,
hideputa! Es de modo
que va
salpicado todo
de
sangre moro... ¡Bravezas
hace! ¡Voto al soto! Ya
huyen los moros. ¡Ah, galgos!
¡Ea,
cristianos hidalgos,
seguildos! ¡Matá, matá!
Entre las peñas se meten
donde
no sirven caballos...
Ya se
apean... alcanzallos
quieren... de nuevo acometen...
Salen RODRIGO y el REY MORO, cada uno con los suyos
acuchillándose
RODRIGO:
¡También pelean a pie
los
castellanos, morillos!
¡A
matallos, a seguillos!
REY MORO:
¡Tente! ¡Espera!
RODRIGO: ¡Rindeté!
REY MORO: Un
rey a tu valentía
se ha
rendido, y a tus leyes.
Ríndesele el REY [MORO]
RODRIGO: ¡Toca
al arma! Cuatro reyes
he de vencer en un día.
Vanse todos, llevándose presos a los
MOROS
PASTOR:
¡Pardiós! Que he habido placer
mirándolos desde afuera;
las
cosas de esta manera
de tan
alto se han de ver.
Éntrase el PASTOR, y salen el
PRÍNCIPE don Sancho y un MAESTRO de armas con sendas
espadas negras, y tirándole el PRÍNCIPE, y tras
él, reportándole, DIEGO
Laínez
MAESTRO:
¡Príncipe, señor, señor!
DIEGO:
Repórtase vuestra alteza
que sin
causa la braveza
desacredita el valor.
PRÍNCIPE: ¿Sin
causa?
Al MAESTRO
DIEGO:
Vete, que enfadas
al
príncipe.
Éntrase el MAESTRO
¿Cuál ha sido?
PRÍNCIPE: Al
batallar, el rüido
que
hicieron las dos espadas,
y a
mí el rostro señalado.
DIEGO: ¿Hate
dado?
PRÍNCIPE:
No. El pensar
que a querer me pudo dar,
me ha
corrido, y me ha enojado.
Y a
no escaparse el maestro,
yo le
enseñara a saber...
No
quiero más aprender.
DIEGO:
Bastantemente eres diestro.
PRÍNCIPE:
Cuando tan diestro no fuera,
tampoco
importara nada.
DIEGO: ¿Cómo?
PRÍNCIPE:
Espada contra espada,
nunca
por eso temiera.
Otro
miedo el pensamiento
me
aflige y me atemoriza;
con una
arma arrojadiza
señala
en mi nacimiento
que
han de matarme, y será
cosa
muy propincua mía
la causa.
DIEGO:
¿Y melancolía
te da
eso?
PRÍNCIPE:
Sí, me da.
Y
haciendo discursos vanos,
pues mi
padre no ha de ser,
vengo a
pensar y a temer
que lo
serán mis hermanos.
Y
así los quiero tan poco,
que me
ofenden.
DIEGO:
¡Cielo santo!
A no
respetarte tanto,
te
dijera...
PRÍNCIPE: ¿Que soy loco?
DIEGO: Que
lo fue quien a esta edad
te ha
puesto en tal confusión.
PRÍNCIPE: ¿No
tiene demostración
esta
ciencia?
DIEGO:
Así es verdad.
Mas ninguno la aprendió
con
certeza.
PRÍNCIPE:
Luego, di.
¿Locura
es creella?
DIEGO: Sí.
PRÍNCIPE: ¿Serálo
el temella?
DIEGO: No.
PRÍNCIPE: ¿Es
mi hermana?
DIEGO: Sí, señor.
Salen doña URRACA y un PAJE que le saca un
venablo tinto en sangre
URRACA: En esta
suerte ha de ver
mi
hermano, que aunque mujer,
tengo
en el brazo valor.
Hoy,
hermano...
PRÍNCIPE: ¿Cómo así?
URRACA:
...entre unas peñas...
PRÍNCIPE: ¿Que fue?
URRACA: ...este
venablo tiré,
con que maté un javalí,
viniendo por el camino
cazando
mi madre y yo.
PRÍNCIPE:
Sangriento está. ¿Y le arrojó
tu
mano?
[Habla el PRÍNCIPE aparte a DIEGO
Laínez]
(¡Ay, cielo divino!
Mira
si tengo razón.
DIEGO: Ya he
caído en tu pesar.)
URRACA: ¿Qué te
ha podido turbar
el
gusto?
PRÍNCIPE:
Cierta ocasión
que me da pena.
DIEGO: Señora,
una
necia astrología
le
causa melancolía
y tú la
creciste agora.
URRACA:
Quien viene a dalle contento,
¿Cómo su disgusto aumenta?
DIEGO: Dice
que a muerte violenta
le
inclina su nacimiento.
PRÍNCIPE: ¡Y
con arma arrojada
herido
en el corazón!
DIEGO: Y como
en esta ocasión
la vio
en tu mano...
URRACA: ¡Ay, cuitada!
PRÍNCIPE:
Alteróme de manera
que me
ha salido a la cara.
URRACA: Si
disgustarse pensara
con
ella no la trujera.
Mas
tú, ¿crédito has de dar
a lo
que abominan todos?
PRÍNCIPE: Con
todo, buscaré modos
como
poderme guardar.
Mandaré hacer una plancha,
y con
ella cubriré
el
corazón, sin que esté
más
estrecha ni más ancha.
URRACA:
Guarda con más prevención
el
corazón. Mira bien
que por
la espalda también
hay
camino al corazón.
PRÍNCIPE: ¿Qué
me has dicho? ¿Qué imagino?
¡Que tú
de tirar te alabes
un
venablo, y de que sabes
del
corazón el camino
por
las espaldas! ¡Traidora!
¡Temo
que causa has de ser
tú de
mi muerte! ¡Mujer,
estoy
por matarte agora,
y
asegurar mis enojos!
DIEGO: ¿Qué
haces, príncipe?
PRÍNCIPE: ¿Qué siento?
¡Ese
venablo sangriento
revienta sangre en mis ojos!
URRACA:
Hermano, el rigor reporta
de
quien justamente huyo.
¿No es
mi padre como tuyo
el rey,
mi señor?
PRÍNCIPE: ¿Qué importa?
Que
eres de mi padre hija,
pero no
de mi fortuna.
Nací
heredando.
URRACA: Importuna
es tu arrogancia, y prolija.
DIEGO: El
rey viene.
PRÍNCIPE: (¡Qué despecho!) Aparte
URRACA: (¡Qué
hermano tan enemigo!) Aparte
Salen el REY don Fernando y el REY MORO que
envía RODRIGO, y otros que le acompañan
REY: Diego,
tu hijo Rodrigo
un gran
servicio me ha hecho;
y en
mi palabra fïado,
licencia le he concedido
para
verme.
DIEGO:
¿Y ha venido?
REY:
Sospecho que habrá llegado;
y en
prueba de su valor...
DIEGO: ¡Grande
fue la dicha mía!
REY: ...hoy
a mi presencia envía
un rey
por su embajador.
Siéntase el REY
Volvió por mí y por mis greyes;
muy
obligado me hallo.
REY MORO: Tienes,
señor, un vasallo
de
quien lo son cuatro reyes.
En
escuadrones formados,
tendidas nuestras banderas,
corríamos tus fronteras,
vencíamos tus soldados,
talábamos tus campañas,
cautivábamos tus gentes,
sujetando hasta las fuentes
de las
soberbias montañas;
cuando gallardo y ligero
el gran
Rodrigo llegó,
peleó,
rompió, mató,
y
vencióme a mí el primero.
Viniéronme a socorrer
tres
reyes, y su venir
tan
sólo pudo servir
de
dalle más que vencer,
pues
su esfuerzo varonil
los nuestros
dejando atrás;
quinientos hombres no más
nos
vencieron a seis mil.
Quitónos el español
nuestra
opinión en un día,
y una
presa que valía
más oro que engendra el sol.
Y en
su mano vencedora
nuestra
divisa otomana,
sin
venir lanza cristiana
sin una
cabeza mora,
viene con todo triunfando
entre
aplausos excesivos,
atropellando cautivos
y
banderas arrastrando,
asegurando esperanzas,
obligando corazones,
recibiendo bendiciones
y
despreciando alabanzas.
Ya
llega a tu presencia.
URRACA:
(¡Venturosa suerte mía!)
Aparte
DIEGO: Para
llorar de alegría
te
pido, señor, licencia,
y
para abrazalle, ¡ay Dios!,
antes
que llegue a tus pies.
Sale RODRIGO y abrázanse
¡Estoy
loco!
RODRIGO:
Causa es
que nos
disculpa a los dos.
Arrodíllase delante del REY
Pero
ya esperando estoy
tu
mano, y tus pies, y todo.
REY:
¡Levanta, famoso godo,
levanta!
RODRIGO:
¡Tu hechura soy!
A don Sancho, [el PRÍNCIPE]
¡Mi
príncipe!
PRÍNCIPE: ¡Mi Rodrigo!
A doña URRACA
RODRIGO: Por tus
bendiciones llevo
estas
palmas.
URRACA:
Ya de nuevo,
pues te alcanzan, te bendigo.
REY MORO:
¡Gran Rodrigo!
RODRIGO: ¡Oh, Almanzor!
REY MORO: ¡Dame
la mano, el mío Cide!
RODRIGO: A nadie
mano se pide
donde
está el rey, mi señor.
A él
le presta la obediencia.
REY MORO: Ya me
sujeto a sus leyes
en
nombre de otros tres reyes
y el
mío. (¡Oh, Alá, paciencia!) Aparte
PRÍNCIPE: El
"mío Cid" le ha llamado.
REY MORO: En mi
lengua es "mi señor,"
pues ha
de serlo el honor
merecido y alcanzado.
REY: Ese
nombre le está bien.
REY MORO: Entre
moros le ha tenido.
REY: Pues
allá le ha merecido,
en mis
tierras se le den.
Llamalle "el Cid" es razón,
y
añadirá, porque asombre,
a su
apellido este nombre,
y a su
fama este blasón.
Sale JIMENA Gómez, enlutada, con cuatro
ESCUDEROS, también enlutados, con sus lobas
ESCUDERO 1:
Sentado está el señor rey
en su
silla de respaldo.
JIMENA: Para
arrojarme a sus pies,
¿Qué
importa que esté sentado?
Si es
"magno," si es "justiciero,"
premie
al bueno y pena al malo;
que
castigos y mercedes
hacen
seguros vasallos.
DIEGO:
Arrastrando luengos lutos,
entraron de cuatro en cuatro
escuderos de Jimena,
hija
del conde Lozano.
Todos
atentos la miran,
suspenso quedó palacio,
y para
decir sus quejas
se
arrodilla en los estrados.
JIMENA: Señor,
hoy hace tres meses
que
murió mi padre a manos
de un
rapaz, a quien las tuyas
para matador crïaron.
Don
Rodrigo de Vivar,
soberbio, orgulloso y bravo,
profanó
tus leyes justas,
y tú le
amparas ufano.
Son tus
ojos sus espías,
tu retrete su sagrado,
tu
favor sus alas libres,
y su
libertad mis daños.
Si de
Dios los reyes justos
la
semejanza y el cargo
representan en la tierra
con los humildes humanos,
no
debiera de ser rey
bien
temido, y bien amado,
quien
desmaya la justicia
y
esfuerza los desacatos.
A tu
justicia, señor,
que es
árbol de nuestro amparo,
no se
arrimen malhechores
indignos de ver sus ramos.
Mal lo
miras, mal lo sientes,
y
perdona si mal hablo;
que en
boca de una mujer
tiene
licencia un agravio.
¿Qué
dirá, qué dirá el mundo
de tu
valor, gran Fernando,
si al
ofendido castigas,
y si premias al culpado?
Rey,
rey justo, en tu presencia,
advierte bien cómo estamos:
él
ofensor, yo ofendida,
yo
gimiendo, y él triunfando;
él
arrastrando banderas,
y yo
lutos arrastrando;
él
levantando trofeos,
y yo
padeciendo agravios;
él
soberbio, yo encogida,
yo
agraviada y él honrado,
yo afligida, y él contento,
él
riendo, y yo llorando.
RODRIGO:
(¡Sangre os dieran mis entrañas
Aparte
para
llorar, ojos claros!)
JIMENA: (¡Ay,
Rodrigo! ¡Ay, honra! Aparte
¿Adónde
os lleva el cuidado?)
REY: No haya
más, Jimena. ¡Baste!
Levantaos, no lloréis tanto,
que
ablandarán vuestras quejas
entrañas de acero y mármol;
que
podrá ser que algún día
troquéis en placer el llanto,
y si he
guardado a Rodrigo,
quizá
para vos le guardo.
Pero
por haceros gusto
vuelva a salir desterrado,
y
huyendo de mi rigor
ejercite el de sus brazos,
y no
asista en la ciudad
quien
tan bien prueba en el campo.
Pero si
me dais licencia,
Jimena,
sin enojaros,
en
premio de estas victorias
ha de
llevarse este abrazo.
Abrázale
RODRIGO: Honra,
valor, fuerza y vida,
todo es
tuyo, gran Fernando,
pus siempre de la cabeza
baja el
vigor a la mano.
Y así,
te ofrezco a los pies
esas
banderas que arrastro,
esos
moros que cautivo
y esos
haberes que gano.
REY: Dios te me guarde, el mío Cid.
RODRIGO: Beso tus heroicas manos.
(Y a Jimena dejo el
alma.) Aparte
JIMENA: (¡Que
la opinión pueda tanto Aparte
que
persigo los que adoro!)
URRACA:
(Tiernamente se han mirado;
Aparte
no le
ha cubierto hasta el alma
a
Jimena el luto largo,
¡ay
cielo!, pues no han salido
por sus ojos sus agravios.)
PRÍNCIPE: Vamos,
Diego, con Rodrigo,
que yo
quiero acompañarlo,
y verme
entre sus trofeos.
DIEGO: Es honrarme, y es honrallo.
¡Ay, hijo del alma mía!
JIMENA: (¡Ay,
enemigo adorado!) Aparte
RODRIGO: (¡Oh,
amor, en tu sol me hielo!) Aparte
URRACA: (¡Oh,
amor, en celos me abraso!) Aparte
FIN DEL ACTO SEGUNDO
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