JORNADA TERCERA
Salen doña INÉS y un
PAJE
INÉS: Dile
a mi hermano el Marqués
que yo
acabé de llegar
agora.
PAJE: Voyle
a buscar.
Vase el PAJE
INÉS: ¡Qué
mala, qué necia es
la
vida de las aldeas,
donde, pasados tres días,
hermosas melancolías
hacen hermosuras feas!
Y
así tan sólo ha de ser
para
divertir antojos,
dando
apetito a los ojos,
que
aumenten el gusto al ver
de
esta corte la grandeza,
de esta
heroica majestad,
adonde la
variedad
compite
con la belleza.
¡Qué
cansadas soledades!
¡Qué
gustos tan enfadosos!
Con
razón llaman dichosos
los que habitan las ciudades.
Salen un ESCUDERO viejo y don GUTIERRE
ESCUDERO:
¿Dónde vas?
GUTIERRE:
A mi señora
doña
Inés.
ESCUDERO:
Y ¿es bien tomarse
licencia, llegar y entrarse?
GUTIERRE:
Impórtame hablarla agora
y tengo licencia suya.
ESCUDERO: Y ¿es
con azogue en los pies?
Espera.
GUTIERRE:
(Porque el marqués Aparte
los
casamientos concluya,
la
avisaré del estado
en que mis cosas están,
y así mis ojos verán
mi firmeza en mi
cuidado.)
INÉS: ¿Qué
es esto?
GUTIERRE: ¿Señora mía?
INÉS: ¿Quién
sois? ¿Con qué atrevimiento
os
metéis en mi aposento
GUTIERRE:
Ignorancia fue la mía
porque entendí hallar en él
quien
mejor me recibiera.
INÉS: Y
¿quién en mi casa fuera
poco
honesta y poco fiel?
GUTIERRE: Mi
señora doña Inés,
que me
tiene honesto amor,
me
recibiera mejor.
INÉS: ¿Quién?
GUTIERRE:
La hermana del Marqués.
INÉS: Pues
¿a quién estáis hablando?
¿Venís
en vos? ¿Estáis ciego?
¿Yo amor a vos?
GUTIERRE:
¿A qué llego?
INÉS: ¿Loco
estáis?
GUTIERRE:
¿Qué estoy mirando?
¿Tiene otra hermana el marqués?
¿Sois
vos?
INÉS:
¿Qué decís?
GUTIERRE: ¡Señora!
¿Sin la
que el alma adora?
Mi
señora doña Inés
hizo
mi suerte dichosa,
hizo un
mar de mi alegría,
soy tan suyo y es tan mía,
que trata de ser mi
esposa.
INÉS:
¡Jesús!
ESCUDERO:
Señora, ¿qué tenéis?
INÉS: La risa
tener no puedo;
pero
andad, que tengo miedo
de que
en furioso no deis.
GUTIERRE: (Ya
me mira con igual Aparte
enmienda de su desdén.)
Volved
a mirarme bien,
trataréisme no tan mal.
INÉS:
(¡Buen humor!)
Aparte
GUTIERRE: Y a mi señora
doña
Inés...
ESCUDERO:
(¡Cuento galano!)
Aparte
GUTIERRE: ...le
diréis que el valenciano
la
espera.
ESCUDERO:
¿No os oye agora
mi
señora doña Inés?
GUTIERRE: (¡De
confuso estoy perdido!) Aparte
INÉS: (Y
parece bien nacido, Aparte
supuesto que loco es.)
Sale el MARQUÉS
MARQUÉS: ¿Qué
es esto? ¡Suceso extraño!
(Mas
prevenido, si puedo, Aparte
dando
lazos al enredo,
daré
fuerzas al engaño.)
GUTIERRE: ¡Oh,
señor Marqués! ¿Aquí?
MARQUÉS: ¡Señor
mío! ¡Prima mía!
GUTIERRE: Espero
a vueseñoría.
INÉS: ¿Prima
me llamáis a mí,
hermano? ¡Válgame Dios!
MARQUÉS: ¿Qué
dudas? He sospechado
que mi
prima habrá gustado
de
entretenerse con vos.
Pero
por mi hermana ve,
logrará
vuestra esperanza,
con tu
licencia, Costanza.
Vanse el
ESCUDERO y el PAJE. Hablan INÉS y el
MARQUÉS
aparte
INÉS: ¿Qué es esto?
MARQUÉS: Calla.
INÉS: Sí, haré.
MARQUÉS:
Conocerás entre tanto,
prima,
al señor don Gutierre.
GUTIERRE: Para
que de mí destierre
esa
confusión y espanto.
MARQUÉS:
Vuestros intentos sabía
mi
prima, y tuvo trazada
esta
burla.
GUTIERRE:
Ya pesada
al alma
le parecía.
INÉS: Y la
pasara adelante...
(Seguir
quiero sus quimeras) Aparte
si tú
ayudarme quisieras
con
estilo semejante.
GUTIERRE: Cuando tú quisieras verme
de mis
engaños gustando,
fuera
el tratarme burlando,
de
veras favorecerme.
INÉS:
Estimo tal cortesía.
Al oído
MARQUÉS:
(Favorécele diciendo
que es
gentil hombre.
INÉS: Ya entiendo
lo que
él callando decía.)
Lo
que yo con veros quiero
es sólo
haceros saber
que en
vos me admiro
de ver
un tan gentil caballero.
GUTIERRE: Esa
merced recibí
de muy
contento, dudoso.
(Muchas veces soy dichoso; Aparte
todas se mueren por mí.)
Salen el
ESUDERO y el PAJE
ESCUDERO: No
está en casa mi señora
doña
Inés.
GUTIERRE:
Pues ¿dónde está?
MARQUÉS: Otro
día lo estará.
GUTIERRE:
(Sospechoso quedo agora.)
Aparte
PAJE: Don
Gonzalo; un caballero...
GUTIERRE: ¿Es mi
primo?
MARQUÉS:
Espera un poco.
PAJE:
...quiere hablarte.
MARQUÉS: No te alteres.
GUTIERRE:
Quedaron entre nosotros
disgustos no averiguados;
que
impedimentos forzosos,
cuando salimos los tres,
el poder hablarnos solos
estorbaron.
MARQUÉS: Es así;
pero no es razón tampoco
que os
encontréis en mi casa.
GUTIERRE: Ya al
respeto me acomodo
que la
debo.
MARQUÉS:
Por aquí
te ve,
pues con esto sólo
se
excusa el inconveniente
de
veros.
GUTIERRE:
Y yo le abono,
pues
siempre el obedecerte
será en
mí lance forzoso.
INÉS: (¡Qué
satisfecho me mira!) Aparte
GUTIERRE: (Tras
mí se la van los ojos.) Aparte
Vase don GUITERRE
INÉS: ¿Qué
es esto, hermano?
MARQUÉS: Después
lo
sabrás; vete.
INÉS: ¿En qué locos
devaneos me has metido?
MARQUÉS: Daréte
parte de todos;
vete
agora.
INÉS:
Adiós.
MARQUÉS: Adiós.
INÉS:
(Enredos son amorosos.)
Aparte
Vase doña INÉS. Sale don GONZALO
GONZALO: Señor
marqués, ¿has sabido
quién
soy yo?
MARQUÉS:
Ya te conozco
por principal
caballero.
GONZALO: Tan
honrado como todos
cuantos
al ceñir la espada
ponen
la boca en el pomo.
MARQUÉS: Yo lo
creo.
GONZALO:
Pues agora
sígueme, y podremos solos,
apurando las verdades,
desvanecer los antojos.
MARQUÉS: Que aquí las averigüemos
por más útil reconozco;
porque
si al campo salimos
con
públicos alborotos,
siendo
yo el desafïado,
volvería vergonzoso
no
sacando las espadas,
aunque
sin causa, en mi abono;
y
pesárame infinito,
aunque
no por temeroso,
porque
honestos pensamientos
amorosamente pongo
en
mujer que es sangre tuya.
Lugar
es secreto y solo
éste;
declárame aquí
lo que
te tiene quejoso;
y si
conformes verdades
tú preguntas, yo respondo,
no
quedando rastro alguno
de obligaciones ni enojos,
podremos quedar los dos,
y si no, en el campo
solos,
con la
ventura del uno
verán la muerte del otro.
GONZALO: Dices muy bien; y así, digo
que descompuesto y
furioso,
a la
casa de mi tío
hoy le
perdiste el decoro
y el
respeto a una mujer
que es
mi prima, y a mí y todo,
diciendo, presente yo,
arrogancias que me corro
de
referirlas.
MARQUÉS:
Escucha:
¿disparates de un celoso
tienes
por culpas, amigo,
teniendo disculpa un loco?
¿A un
amante se la niegas,
con
celos lebrel rabioso,
tigre
fiero, áspid pisado,
león
pardo, bravo toro,
monte
que levanta ofensas,
mina
que revienta enojos,
volcán
que fuego vomita,
centro
que exhala demonios?
Si en
tu prima, que es mi cielo
-- cuyos amores adoro
--
honrados servicios premio
y honestos favores gozo,
cuando
la vi en casa tuya,
¿fue
mucho, atrevido y pronto
morder
la razón el freno
y dar
la rienda al enojo?
Y si
tras aquel suceso,
con estilo milagroso,
me
envió disculpas suyas,
tan del
alma, que las lloro,
en su
ofensa arrepentido,
¿será
mucho si conformo
tu
voluntad con la mía,
y me sujeto y me postro
a ti,
por ser primo suyo,
aunque
sin razón quejoso,
pudiendo estarlo de ti,
cuya
mudanza fue asombro,
pues ya
de doña Mencía
siendo
prometido esposo,
cuando,
en esta confïanza,
aquella
luz de estos ojos
te
señaló para suyo,
suponiendo que piadoso
no la
admitieras, y así
dejara
a su padre en todo
satisfecho, y no ofendido,
tú,
inconstante y engañoso,
lo
admitiste acelerado,
dejando
a un ángel hermoso
el peso
de esta desdicha
en el
alma y en los hombros?
GONZALO: Jamás
en mi pecho engaño
hubo,
Marqués; oye, pongo
todo el
cielo por testigo
verdadero y poderoso.
Yo
adoro a doña Mencía,
como
las parras al olmo,
como los indios al sol
y los avaros al oro;
mas díjome don Gutierre,
que de
necio pasa a loco,
que tú
casabas con ella,
y él
con tu hermana, y yo formo
de esto
con razón agravios,
y a
vengarlos me dispongo,
tomando
en doña Brïanda
un sí
que fuera dichoso
a no
haber en cuatro amantes
tan
conocidos estorbos.
MARQUÉS: Vio a mi
hermana don Gutierre,
que con
ojos amorosos
debió
mirarle al descuido,
y estos efectos y otros
fundarían en su idea
disparates tan costosos.
GONZALO: Presto
los he conocido.
MARQUÉS: Cuando
no, el suceso propio
pudiera
desengañarte;
con
razón amigos somos.
GONZALO: Y por
tu gusto y por mí,
que a
mis pensamientos torno,
de no
ofender tus intentos
doy
palabra.
MARQUÉS:
Y yo la tomo.
GONZALO:
Procurando con mi tío
que no
me sirva de estorbo
la
palabra que le di.
MARQUÉS:
Comuniquemos el cómo
con los
nortes que nos guían.
GONZALO: Vamos
presto; que es forzoso
correr
eso por mi cuenta.
MARQUÉS: Y por
la del cielo y todo.
¡Ay,
Brïanda de mi vida!
GONZALO: ¡Ay, Mencía de mis ojos!
Vanse y
salen doña BRIANDA y doña
MENCÍA
MENCÍA: Yo
quedo bien satisfecha
de lo
que estuve quejosa.
BRIANDA: Y yo
muero temerosa,
con
pesar y con sospecha
de
lo que habrá sucedido
cuando
salieron de aquí,
porque
a todos tres los vi
del uno
el otro ofendido.
MENCÍA:
Descuido notable fuera
ver
daño en cualquiera; ¡ay, Dios!,
descuido fue de las dos
no
enviar quien los siguiera.
BRIANDA:
Lucía se puso el manto
y fue a
decirle al marqués
disculpas mías.
MENCÍA: ¿Y pues?
BRIANDA: De lo
que tarda me espanto.
¡Qué
de males, prima mía,
causa el loco devaneo
de tu
hermano!
MENCÍA:
Ya lo veo;
pero
¿en qué lo fundaría?
BRIANDA: En
su ciega inclinación
de
estrella tan peregrina,
que lo
mismo a que le inclina,
da por
hecho en su opinión.
MENCÍA: ¡Qué de pesares nos dan
sus confusiones y engaños!
BRIANDA: ¡Que a
costa de nuestro
daños
en terrible punto están!
MENCÍA: Pues hasta aquí sus extremos
bien se pudieran sufrir;
en lo
que está por venir
los
temo.
BRIANDA:
¡Ay, prima!, ¿qué haremos?
MENCÍA: Ya
tengo determinado
de hablar
claro con mi tío,
y de don Gonzalo y mío
contarle el amor pasado,
y
dando fuerza al valor,
entre el llanto y las razones,
diré sus obligaciones,
que se atreven a mi
honor;
que
siendo tan justo y sabio,
si mis
desventuras ve,
¿cómo
es posible que dé
libre
camino a mi agravio?
BRIANDA: Yo,
aunque pierda el respeto,
no verá
humana esperanza,
en mi
firmeza mudanza,
ni en
su voluntad efeto;
primero seré arrojada,
tras el
rigor de mi estrella,
de esta
casa, y cuando en ella
viese
la puerta cerrada,
por
las ventanas saldría
volando, que no son malas
de mi
corazón las alas
para
darle al alma mía;
y
cuando no fuese así,
sus
paredes ofendidas,
de mi
llanto enternecidas,
derribaré sobre mí.
MENCÍA:
Basta, mi prima; no llores.
Buscaremos otros medios;
que no sirven de remedios
los llantos ni los temores;
y pues tan conformes son
tu propósito y el mío,
ya para hablar con mi tío
voy a
esperar ocasión;
y no
desconfíes, no,
de que
ha de ser tu consuelo.
Vase doña MENCÍA
BRIANDA: Ve,
prima, y détele el cielo,
como te
lo diera yo.
Viendo en mi amorosa llama
tan
constantes pareceres,
¿quién no alaba las mujeres?
¿Quién las mujeres
infama?
Con
pasión debe entenderlo
el que
que no sabe entender
que es
un monte una mujer
si se
determina a serlo.
Sale LUCÍA con manto
LUCÍA:
Cansada vengo.
BRIANDA: ¿Qué has hecho,
Lucía,
que te has tardado?
LUCÍA: Hablé
al marqués, y ha quedado
de tu
valor satisfecho,
y
hasta dejarle en su casa
no le
dejé de los ojos.
BRIANDA: ¿Hubo
ocasiones de enojos?
LUCÍA: Oye, y
sabrás lo que pasa.
Salen don GUTIERRE y TADEO
GUTIERRE: Algo
sospechoso quedo,
con
venir desengañado.
TADEO: (Ésta
es Lucía, yo he dado Aparte
al
través con el enredo.)
Pónesele la capa delante
GUTIERRE:
Quita, ¿qué haces?
TADEO: ¿Señor?
LUCÍA: Don
Gutierre; ¡ay cielo santo!
¿Qué
haremos?
BRIANDA:
Cúbrete el manto.
No te
vayas; que es peor.
GUTIERRE: ¿Por
qué la capa me pones
delante? Quita, ¿estás loco?
TADEO: (Si me
escapo, no haré poco, Aparte
de
palos o mojicones.)
GUTIERRE:
¿Señora?
TADEO:
(Ayúdeme Dios.) Aparte
BRIANDA: Bien
hace en hacerlo así,
pues
quizá, viéndome a mí,
tiene
vergüenza por vos.
GUTIERRE:
(Como se ve desprecïada, Aparte
está
ofendida. Y ¿de qué
la he
de tener? No lo sé.)
¡Pero
señora embozada,
esperad!
Va a descubrirla
BRIANDA:
Estáis extraño;
¡qué
cortesía tan poca
es la
vuestra!
GUTIERRE:
Éste me toca
para
cierto desengaño.
Perdonadme.
BRIANDA:
Estad, por Dios.
TADEO: ¡Qué
mal conocéis su antojo!
Si le
miran con un ojo,
hasta
descubrir los dos,
es
imposible parar,
o morir
en la demanda.
LUCÍA: (Pues
tan importuno anda Aparte
otra
vez lo he de engañar.)
Descúbrese el manto
TADEO:
(¡Perdido soy!)
Aparte
GUTIERRE: ¡Cielo Santo!
De
confuso pierdo el seso.
BRIANDA:
(Gustara de tal suceso,
Aparte
si no
me costara tanto.)
LUCÍA: Con
causa estáis suspendido,
pues
por la vuestra, señor,
ha
llegado a estos extremos
mi
honesta reputación,
medrosa
y mal informada
de lo
que pasastes hoy,
porque desnudos aceros
mudos
pregoneros son.
Oyendo
que procedía
vuestra
indecisa cuestión
por
causa de una mujer,
imaginé
que era yo,
con
razón, por haber visto
el
marqués para con vos
en el
alma y en mis ojos
tan
grande demostración,
y
sabiendo que venía
con
enojo y con rigor
a mi
presencia, temí
su indomable condición;
no por
guardar esta vida,
que es
vuestra, mas porque no
aventuréis el perderos,
que es
la desdicha mayor.
De una
crïada tomé
este
vestido mejor,
para no
ser conocida
de la
gente que me vio;
volando
por esas calles,
hasta
llegar donde estoy,
a los
pies de vuestra prima,
que es
mi propio corazón.
Cuando
entrastes, esperaba
más
soledad y ocasión
de
tener menos vergüenza;
pero ya
que me obligó
el
darme vos tanta prisa,
me
descubrí, porque doy,
segura, tan buen lugar
a Tadeo
en mi opinión,
que ha
de quedar con los tres
el
secreto de los dos.
Amparadme, pues que tiene
tanta
disculpa mi amor,
en vos tan bien empleado,
como gentil hombre sois.
GUTIERRE: No
podrán, señora mía,
acompañando mi voz,
ni la
tierra con sus plantas,
ni con
sus rayos el sol,
ni el
cielo con sus estrellas,
aunque
el Supremo Hacedor
a todos
les diera lenguas,
como
les da admiración,
publicar mis alegrías,
y
encarecer la razón
por
quien, puesto a vuestros pies,
mil
veces dichoso soy.
Cuando
hallé que en vuestra casa
faltábades, ya me dio
mil
pronósticos el alma,
entre
regalo y temor.
Mi
prima y amiga vuestra,
pues a
su cargo tomó
el
serviros y ampararos,
podrá
hacerlo mientras voy
a dar
cuenta de estas glorias
a mi
tío; que pues son
tan
honradas, que por mí
empleará su valor.
BRIANDA:
Esperad.
GUTIERRE:
Cosas tan grandes
no
consienten dilación.
Vase don GUTIERRE
TADEO: Loco
está. ¡Jesús mil veces!
BRIANDA: Y
confusa quedo yo.
TADEO: ¿Trazarán
muchos demonios
tan
temeraria invención?
Vislumbre de rayo ha sido,
que en
un punto nos dejó
atónitos y confusos.
BRIANDA: Dirále
cuánto pasó
a mi
padre; ¿en qué me pones?
LUCÍA: Salí de
mi obligación
con
sacaros de este aprieto;
lo
demás hágalo Dios.
BRIANDA: Probaré
si cuerdamente
con
nueva imaginación
suspenderé su esperanza.
Vase doña BRIANDA
LUCÍA: Locura,
dirás mejor.
TADEO: ¡En
grande peligro estamos
Lucía!
LUCÍA:
Pues di, ¿qué haremos,
Tadeo?
TADEO:
Pereceremos,
Lucía,
si no picamos;
mi
amo me ha de moler,
si
nuestros embustes sabe.
LUCÍA: No dudo
yo que me acabe
mi
viejo; mas ¡soy mujer!
¿Adónde iré, siendo tal?
TADEO: Donde
yo vaya también;
que a fe que te quiero bien.
LUCÍA: Y yo no
te quiero mal;
mas,
¿dónde me llevarás?
TADEO: Donde
nos guíe una estrella.
LUCÍA:
Advierte que soy doncella.
TADEO: Pero en
el nombre no más.
LUCÍA: Bueno es eso; en ocasión
que
convenga a mi entereza
yo
probaré mi limpieza
con
bastante información.
TADEO:
¿Y,¿será para tomar,
pasada
la pesadumbre,
el hábito
o la costumbre
tan
fácil de profesar?
LUCÍA: ¿Eso
dices?
TADEO:
Eso digo,
porque
poco satisface,
y una
prueba que se hace
con
sólo un falso testigo.
LUCÍA:
Honrada soy.
TADEO: ¿Puede ser
aquí
dos veces crïada?
LUCÍA: Donde
quiera, si es honrada,
sabe
serlo una mujer.
TADEO:
Luego, ¿podrás serlo mía?
LUCÍA: Si puedo;
y placiendo a Dios,
santos
seremos los dos
que
caeremos en un día.
Sale don GUTIERRE a la puerta
GUTIERRE:
Mientras mi tío ocupado.
TADEO: Yo soy
tuyo.
LUCÍA:
Yo soy tuya.
Abrázanse TADEO y LUCÍA
GUTIERRE: ¿Qué
habrá que no me destruya?
TADEO: Vamos.
Vanse TADEO y LUCÍA
GUTIERRE:
¡Sin alma he quedado!
¿Qué
he visto? ¡Ay cielo! ¡Extrañas
confusiones!
¿Son
cosas sucedidas, o soñadas?
¿Cuerpos vivos? ¿Fantásticas
visiones,
burlas dudosas, veras apuradas,
seguros daños, vanas
ilusiones
ya en
mi locura por mí mal fundadas?
¿Soy
yo, yo, en mi ciega fantasía?
¿Son
las tinieblas luz? ¿La noche es día?
Mas,
¿por qué, deslumbrado y temeroso,
lo que
vieron mis ojos pongo en duda?
No es
dudosa la luz del sol hermoso,
ni se
escurece la verdad desnuda.
Con
gusto tan villano, y vergonzoso;
mujer
es quien me afrenta y quien se muda.
¡Y yo
en tan grande injuria, es lo más cierto
que por
ser desdichado no estoy muerto!
¿Quién vio en una mujer un apetito
tan
vilmente a sus ojos empleado?
¿Quién
le ha visto soñado? ¿Quién escrito?
¿Y
quién pudiera verle imaginado?
¿Hará
por mí la fama su delito
público
al mundo en tiempo limitado,
para
que no olvide con infausto lloro
las dos
que amaron el Caballo y Toro?
¡Cielo! ¡En una mujer tan vil despojo!
Cuando
prendada de mi amor venía,
¿qué
demonio infernal la dio el consejo?
¿Hombre
tan bajo en competencia mía?
¿Si me
engañó la luna del espejo?
¿Fue
imposible engañarse cada día
tantos
espejos vivos? ¿Tantos ojos
que me
rindieron almas por despojos?
¿No
tuvieron por mí amantes desvelos
viudas,
libres, casadas y doncellas?
Cielos,
pues que miráis mis desconsuelos,
responded, respondedme a mis querellas.
¿Para mirarme a mí no
vistes, cielos,
lucir a
mediodía las estrellas,
y
darles su lugar el sol hermoso,
no sé
si comedido o vergonzoso?
Pues, ¿cómo una mujer, otra Lucrecia,
al
parecer, en casta y bien nacida,
cuando
tan bien mis partes mide y precia,
que se
arroja tras mí ciega y perdida,
con un
lacayo así lasciva y necia,
mi amor
ofende y de quien es se olvida?
¿Si
todo fue ficción? Mas, cielo santo,
¿cómo
es posible que me engañe tanto?
¡Ah falsas! ¡Ah enemigas regaladas!
¡Ah, mujeres! ¿A mí tales
enojos,
a quien siempre adoró
vuestras pisadas?
¿A este
pacto común de vuestros ojos,
todas
en una con razón culpadas,
en vez
de amantes célicos despojos,
esto le
dais por tálamo en sus bodas?
¡Fuego,
fuego crúel abrase a todas!
Loco
estoy, ciego estuve. ¡Ay cielo mío!
¿En qué
vino a parar mi confïanza?
¿Y
dónde parará midesvarío
si no
doy al agravio mi venganza?
Pues mi
propio valor me infunde brío
para la
ejecución de esta esperanza,
¡vive
Dios que han de ver, pues peno y rabio,
primero
mi venganza que mi agravio!
Sale TADEO, y don GUTIERRE saca la daga y cierra con
él
TADEO: La
noche oscura espero solamente
para
picar de casa con Lucía.
GUTIERRE:
¡Infame, vil!
TADEO:
Señor, espera, tente.
GUTIERRE: ¿Tú a
doña Inés, traidor? ¿Tú a cosa mía
te
atreves?
TADEO:
(Él nos vio; que habrá que cuente Aparte
para...)
GUTIERRE:
Acaba, ¿no dices?
TADEO: Sí, diría.
Sí, ¿Qué diré? Mas tu rigor me amaga,
y me
vas a la lengua con la daga.
Sosiégate, oh cautela bien venida,
para
volver en mí con pies de plomo
vea la
daga yo queda y vestida,
y tú verás en mi verdad, el cómo
me
matas sin razón.
GUTIERRE: Ya te doy vida
por un
rato no más.
TADEO: Y yo la tomo,
como
prestada de tu hidalgo pecho,
hasta
dejarte en todo satisfecho.
Por
aquellos resquicios una dueña
vio a
doña Inés cuando conmigo hablaba,
de
quien tuvo sospecha no pequeña;
que si
la conocía la obligaba.
Hízome
con los ojos una seña,
y
viéndola que entonces acechaba,
quisimos dar con nuevo fingimiento
el
disfraz del vestido al pensamiento.
Y
así, para que oyera, y se engañara,
que era
cosa tan mía, que mi esposa
la
llamaba, lo hice, y cosa es clara
que una
mujer tan principal y hermosa,
aunque
fuera mi amante, no tratara
de ser
esposa mía; y justa cosa
será
que mi verdad de esto se arguya,
y más
viniendo muerta a serlo tuya.
GUTIERRE:
Tienes razón, por Dios; ciego y turbado
me pude
persuadir un imposible.
TADEO: (¡Con
qué facilidad le persúado!) Aparte
GUTIERRE: ¡Que
aún crédito no diera a lo visible,
si
viera la grandeza de su estado!
Perdóname, Tadeo.
TADEO: Eres terrible;
cuando
yo por servirte, si me toca,
voy
vomitando el alma por la boca.
GUTIERRE:
Vete; que viene mi tío.
TADEO: No me
hables de esto; el por qué
sabrás
después.
GUTIERRE:
No podré
ser
dueño de mi albedrío.
TADEO: (De
buena escapé; y si llego Aparte
a ver
fenecido el día,
procuraré con Lucía
tomar
las de Villadiego.)
Vase TADEO. Sale
don PEDRO
PEDRO: Don
Gonzálo me dirá
de todo cuanto pasó
cuál
fue la causa, aunque yo
pienso
que la alcanzo ya.
GUTIERRE: Del
no haberte obedecido
escucha
disculpas mías,
señor,
y en mis alegrías
mira un
sol recién nacido.
Ya
la hermana del marqués,
esta
mujer milagrosa,
es mi
esposa.
PEDRO:
¿Vuestra esposa?
GUTIERRE: Y luz
de mis ojos es.
PEDRO:
¿Cómo, con tal brevedad?
GUTIERRE: Dicha
fue mía, señor,
y es como rayo el amor,
que abrasa la voluntad;
apenas recién venido,
tales, por mis dichas, son
mis partes, que mi opinión
pudo llegar a su oído.
Quiso verme, y sabedor
de esta
dicha, vi a su hermano,
que,
como gran cortesano,
me hizo
tan gran favor,
que
me dio luego lugar
de que la viera y hablara,
dando
ocasión en su cara
para
morir y matar.
Quedó prendada de mí,
y obró
tanto su cuidado,
que con
paso acelerado
vino a
buscarme.
PEDRO: ¿Aquí?
GUTIERRE:
Aquí, donde espero tu favor,
pues
tan poderoso es
contra
el poder del marqués,
que en
efecto es gran señor.
PEDRO:
Sobrino, estáisme contando
cosas,
que por Dios, que entiendo
que yo
las oigo durmiendo,
o vos
las soñáis velando.
GUTIERRE:
Aunque este bien por extraño
parece
incierto, yo soy
tan dichoso,
que te doy
a la
vista el desengaño.
Ven, y a doña Inés verás
que mi prima con cuidado,
en su
pecho y a su lado
la
guarda.
PEDRO:
No digas más;
¿que en efecto no es locura?
GUTIERRE: No es
sino dicha.
PEDRO: ¿Eso pasa?
Todo el
honor de esta casa
habéis
puesto en aventura;
bien
por Dios, buena querella
defendemos.
GUTIERRE:
¿No lo es?
PEDRO:
Favoréceos el marqués
en su
casa, y vos en ella,
con
amistad más traidora,
que os
ciega vuestra pasión,
le habéis
pagado; así son
las
amistades de agora,
entrar amigablemente
en casa
el mayor amigo
con
entrañas de enemigo,
o el
más cercano pariente,
y
luego en ella poner
los
ojos con fe liviana,
cuando
menos en la hermana,
en la
hija o la mujer.
Y el
que sale satisfecho
de su
amoroso interés,
publicándolo después,
se precia de haberlo hecho,
y
con necia bizarría,
hace, y
con vil corazón
de la
villana traición
pomposa
caballería,
sin
mirar que la vileza
dislustra
la calidad,
porque
la fidelidad
es el
sol de la nobleza.
GUTIERRE: Señor, si las intenciones
tratos maridables son,
si es engaño, no es
traición.
PEDRO: Los engaños son traiciones;
fíase el otro de vos,
y el
casaros sin su gusto
con su
hermana, ¿será justo,
siendo
engaño? Bien, por Dios;
hacer falsas amistades,
¿es cosa
de caballeros?
Bien
lucirán los aceros,
si
escurecen las verdades.
¿Por
ventura el engañar
un
caballero vilmente
es cosa
perteneciente
al
oficio militar?
¿A
qué famosa jornada
sirviendo a su rey se aplica?
¡Qué
diestro trazar de pica!
¡Qué
bravo blandir de espada!
GUTIERRE: ¡Señor!
PEDRO: Callad, y tened
vergüenza de un pensamiento
tan
bajo, y en mi aposento
os
retirad, y esconded
mientras yo pensando estoy
contra
este daño algún modo
de
proceder.
GUTIERRE:
Si no en todo,
en
parte corrido estoy.
Vase don GUTIERRE
PEDRO: ¡Oh
edad dichosa, en quien de la esperanza
jamás
se vio a la fe opuesta la duda,
porque
era entonces la verdad desnuda
espejo de la humana confïanza!
¡Ni
cuándo en la amistad hubo mudanza,
dejó la
competencia puesta en duda,
ni tuvo
el tiempo la paciencia muda,
mientras clamó el agravio a la venganza!
Ya
agora el más repúblico y más grave
de
lisonjas y engaños se previene,
para
pagar las honras que recibe;
habla de ciencias el que no las sabe,
blasona
de valor quien no le tiene,
y
honras sustenta quien de afrentas vive.
Sale doña MENCÍA
MENCÍA: A
tus pies vengo afligida,
tío,
señor, aunque padre,
pues en las obras lo eres,
es más justo que te
llame.
Impídeme la vergüenza.
¿Si nos
oyen? A esta parte
escucha
mis desventuras,
perdona
mis libertades.
Don
Gonzálo y yo, señor,
como en
casa de su madre
nos crïamos igualmente,
y en tal iguales edades,
fueron tan unos los gustos,
siendo tan una la sangre.
Tiernamente nos quisimos
con
entrañas semejantes,
y crecieron con los años
obligaciones tan grandes,
que
pasaron nuestro amor
a
extremos tan importantes,
que
pueden, señor, agora
suspenderme y obligarme
a que afligida los sienta,
y
vergonzosa los calle.
Dióme
palabra de esposo,
y
niégamela, por darte
gusto a
tí, que le has mandado
que con
tu hija se case.
Señor,
si es tu sangre mía,
mira
mejor lo que haces,
pues también mi honor es tuyo,
y en tu nombre perderáse,
si yo
quedase perdida.
Mi
justicia Dios lo sabe,
y a don
Gonzalo, que viene,
le
pregunta estas verdades.
PEDRO: ¿Quién
vio tales confusiones?
Pienso
que serán bastantes
para
acabarme una vida
ya tan
cerca de acabarse.
Oíd,
sobrino.
Sale don GONZALO
GONZALO:
Señor.
PEDRO: ¿Miráis
entre los cristales
de
estas lágrimas que veis
alguna
cosa importante
a nuestro honor? Hablad claro
pues ellas tan claras salen.
GONZALO: Ni yo
desmentiros puedo,
ni es
justo, señor, negarte
lo que
le debo a mi prima;
mil
créditos puedes darle.
PEDRO: Y el no
decírmelo a mí,
¿no habrá
sido disparate?
¿Para
qué le hiciera yo
deslumbrando de ignorante?
Sale el MARQUÉS
MARQUÉS: Solo,
señor, con un hombre
de tu experiencia y tus partes
pudieran usar las mías
de llaneza semejante,
y a tu
valor y a tus pies
atreverme, y humillarme,
dando
el alma a los deseos
y la
boca a las verdades.
Óyeme
piadosamente,
sin
ofenderte y turbarte;
que los
yerros amorosos,
si no
afrentan, aunque maten,
quien
los siente los perdona,
pues los dora quien los hace.
Yo, señor, desde aquel
día
tan dichosamente amable,
pues
que pudo hacerle cielo
en esta
tierra aquel Ángel,
hija
tuya y dueño mío,
y honor de las tres edades,
ha que adoro su
hermosura,
a la del sol semejante.
Vila,
vióme, y fue de suerte,
que
pienso que en un instante
a
recebirse en los ojos
salieron las voluntades.
Creció
nuestro amor por puntos,
¡mira en dos años cabales,
y en
dos tiernos corazones,
si
habrá llegado a ser grande!
Y
considera después,
más
advertido, y más padre,
si es
cosa, señor, que pueda
compadecerse y llevarse;
que tu
hija, siendo mía,
ponga
el gusto en otro amante,
en otra
mano la palma,
y la
dicha en otra parte.
A mí me
le da, señor,
pues podré a tus nietos darles,
para crecer, tu valor,
lustre
antigua y limpia sangre;
y mi
hacienda y mis estados
ya es
conocida, ya saben
su
estimación y grandeza
del mundo en las cuatro partes.
Y si en
los inconvenientes
que en
otra ocasión topaste
reparas
agora, yo
te
ofrezco, porque se allanen,
de que
en mi segundo hijo
será mayorazgo aparte,
el de
tu estado y tu hacienda,
por
quien podrá tu linaje
en tu
nombre y en tu tierra
preferirse y dilatarse.
Y si
Dios fuere servido
en doña Brïanda darme
un hijo
no más, que sólo
nuestras casas heredase.
Ese
pondrá tu apellido,
aunque
es la mía más grande,
señor,
en primer lugar.
Y si te
fuese importante
que yo
mude el nombre mío,
blasones y calidades,
el
gusto, el alma, y el ser
por
servirte y contentarte,
si es
posible, lo haré yo;
pero en
cambio de esto, dame
a tu
hija, que es mi gloria,
o entre
mis penas mortales
me
verás muerto a tus pies,
que por
ello he de besarte.
PEDRO: Señor
marqués, ya es correrme
tal género de obligarme.
(En
punto están estas cosas, Aparte
que me
obligan a que allane
por
este camino solo
las
demás dificultades.)
Señor,
no estoy tan caduco,
que no entienda que es honrarme
el
emparentar conmigo
personas tan principales;
si lo
excusé, ya la causa
sabréis, mas agora haráse
pues esos inconvenientes
gustáis los dos que se
allanen.
Pero,
con vuestra licencia,
quiero
suplicaros antes,
perdonéis a don Gutierre
un
atrevido dislate,
pues los yerros amorosos
ya vos los calificastes
por tan dignos de perdón.
MARQUÉS: Para
todo seréis parte,
pues yo
soy del todo vuestro.
PEDRO:
¿Sobrino?
Sale don GUTIERRE
GUTIERRE:
¿Señor?
PEDRO: Besadle
la mano
al marqués.
GUTIERRE: La boca
pondré
a sus pies.
MARQUÉS: Abrazadme.
(¿Qué
puede haber sucedido?) Aparte
GONZALO: ¿Qué es
aquello?
MENCÍA: Ellos lo saben.
PEDRO: Y vos
decidle a Brïanda
que
salga, y consigo saque
mi
señora doña Inés.
GUTIERRE: Donde
su nieve me abrase.
GONZALO: Ya mi
prima viene allí.
Sale doña BRIANDA y uno de los CRIADOS que
salieron al principio con don PEDRO, que traen a TADEO y
LUCÍA,
vestidos de camino ridículamente
CRIADO: Con
estos dos que escaparse
quisieron con tanto miedo,
que a
traerlos me obligase.
LUCÍA:
Perdidos somos, Tadeo,
alegraremos las calles.
TADEO: Ya me
parece que escucho,
"Quien tal hace, que tal pague."
GUTIERRE: No hay
que recelar, señora;
llegad,
llegad, que ya sabe
vuestro
hermano que sois mía.
PEDRO:
Sobrino, ¿es burla, es donaire
de los
vuestros?
GUTIERRE: No, señor.
Mi
señora,
PEDRO:
Andad, dejadme;
ridículas son, por Dios,
vuestras cosas, ¡qué os engañen
de esa suerte! ¿No sabéis
que ésa
que tenéis delante
es
Lucigüela...
LUCÍA: ¡Ay de mí!
PEDRO: ...mi
crïada?
GUTIERRE:
(¡Duro trance! Aparte
Rabiando estoy, de corrido;
mas,
para después vengarme,
disimular quiero agora.)
TADEO: (Él me
mira; mataráme.) Aparte
MARQUÉS: (Apenas
tengo la risa.) Aparte
BRIANDA:
(Enojado está mi padre.)
Aparte
MENCÍA: (Sentirá los desvaríos Aparte
de mi hermano.)
GONZALO: Dan pesares.
MARQUÉS: La que
allí viene es mi hermana,
a
quien, para que llegase
a
tiempo, previne yo.
Sale doña INÉS y toda la compañía
PEDRO: Como
ser bien, no llega tarde.
BRIANDA: Seas
mil veces bien venida.
INÉS: Mis
señoras, perdonadme
el no
hacer esto agora.
TADEO: Lucía,
¿si se olvidasen
de
nosotros?
LUCÍA:
Plegue a Dios.
INÉS: (Ya se
dispone a mirarme.) Aparte
GUTIERRE: (Pues
me mira, cosa es cierta Aparte
será de
mí enamorarse,
y
comenzarán las veras
porque
las burlas se acaben.)
PEDRO:
Marqués, porque estos sucesos
en dichosos fINÉS paren,
don
Gonzalo con su prima
a su
tiempo casaráse.
GONZALO: ¿Vendrá
la dispensación?
MENCÍA: No menos que por los aires.
PEDRO: Y vos
honrad esta casa;
a doña
Brïanda dadle
la mano
y la fe de esposo.
MARQUÉS: Suma
gloria.
BRIANDA:
Dicha grande.
LUCÍA: Y tú y
yo, ¿no nos casamos?
TADEO: Ya lo
estamos; toca, baste.
PEDRO: Don
Gutierre, pues tan ciego,
tan desvanecido y fácil,
de sí
mismo se enamora,
con su
parecer se case.
GUTIERRE: No seré
menos dichoso
por
ello y con no casarme.
Del
Narciso en su opinión
aquí la
comedia acabe.
FIN DE LA
COMEDIA
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