JORNADA PRIMERA
Cantan dentro la siguiente copla, y salen ARIADNA y
FEDRA,
Infantas, y LAURA y CINTIA, criadas
CORO 1: "En
la hermosura de Fedra,
y en
la beldad de Arïadna,
muestra Amor que hay mayorías
donde no caben ventajas;
porque
de Amor conozcan en las hazañas,
que
sin dejar despojos, consigue palmas."
ARIADNA: ¿Quién
esta música ordena,
Cintia?
CINTIA:
¿Quién puede ordenarla,
sino el
Príncipe de Epiro
y el de Tebas, que con tantas
demostraciones os sirven,
y en cuestiones cortesanas
apurando los discursos,
por dar
a entender sus ansias,
lo que
por sí mismos lloran,
por ajenas voces cantan?
Y como sois Fedra y tú,
aun más que en la sangre,
hermanas
en la
belleza, os festejan
con
iguales alabanzas,
y no
como algunos necios,
cuya adoración cansada,
sólo
piensa que a una sirve
con lo
que a todas agravia.
FEDRA:
Cortesana es la atención;
mas
oye, que otra vez cantan.
CORO 2: "En
el Príncipe Teseo,
muestra la Fortuna varia
que
puede haber vencimientos,
sin
precederles batalla;
porque Fortuna ordena que, en sus hazañas,
haber pueda despojos, sin lograr palmas."
ARIADNA: ¿Qué es
esto? ¿Qué tristes voces,
con
cláusulas concertadas,
parece
que contradicen
lo que
las otras cantaban?
CORO 1: "Pues
cuando forman sus luces
competencias soberanas,
sin
quedar una vencida,
quedan victoriosas ambas."
FEDRA: ¡Oh, qué distintos afectos
explican sus
consonancias;
que
aquí cantan lo que penan,
y allí
penan lo que cantan!
CORO 2: "Tan infelizmente muere,
que
aun no merecen sus ansias
que
otro logre por trofeos
el
fruto de sus desgracias."
ARIADNA: ¡Qué
altivo sentir! ¡Qué bien
muestra
en tan noble arrogancia,
que no
merece ser pena,
una
pena tan hidalga!
CORO 1: "Porque
cuando es el exceso
imposible en beldad tanta,
recíprocamente vencen
todo
aquello en que se igualan."
FEDRA: Buena
letra; y el estudio
es
imposible que hallara
proposición más atenta
ni
prueba más ajustada.
CORO 2: "No
siente el héroe la muerte;
la
afrenta sí, que es infamia
que tan bajamente muera
quien nació a vida tan alta."
ARIADNA: Bien
dice, porque sin duda
que
suelen ser, en el alma,
más
sensibles que el morir,
del
morir las circunstancias.
ARIADNA Y
MÚSICA: "¡Porque
Fortuna ordena que en sus hazañas,
haber pueda despojos, sin lograr palmas!"
FEDRA Y
MÚSICA: "Porque de Amor conozcan en las
hazañas,
que sin dejar despojos,
consigue palmas!"
ARIADNA: ¿Cúyas
serán estas voces?
LAURA: Sin
duda, como este alcázar,
empezando en un palacio,
en un
laberinto acaba
de tan
intrincadas vueltas
y
entretejidas lazadas
que el discurso las ignora
aunque
las toque la planta,
pues
jamás ha entrado a verlas
atención tan desvelada
a quien
no turben las señas
de sus
indistintas cuadras,
porque con tal artificio
las
dispuso aquella sabia
industria de su arquitecto,
que,
unas con otras trabadas,
son unas, y otras parecen;
son iguales, y son varias
-- prueba de esta verdad sea
el que, sirviendo su
estancia
de
triste prisión, adonde
de tu
padre la venganza
a los
atenienses pone,
para
que de sangre humana
se alimente el Minotauro,
monstruo de formas contrarias,
no
tiene más puerta que
su
dificultad, por guarda --
y como
aqueste año estuvo
la Fortuna tan airada
contra Atenas, que dispuso
que
cayese la inhumana
suerte
en su Príncipe mismo,
Teseo;
por cuya causa
su
dolorosa familia,
viendo
que tu padre trata
de
entregarlo al fiero monstruo,
y que
un joven que de tantas
prerrogativas el Cielo
adornó
-- y cuando esperaban
que a
sus bélicos alientos,
a sus
ínclitas hazañas,
cuando
no dichosa vida,
alta
muerte coronara --
hoy es
tan triste despojo
de la
ignominiosa Parca,
que el
que ayer mandaba un reino
sirve a
un bruto de vïanda;
y execrando
la injusticia
con que
Fortuna le trata,
dicen que es, en sus desdichas,
sólo de su muerte causa.
LAURA y
MÚSiCA: "¡Porque
Fortuna ordena que, en sus hazañas,
haber pueda despojos, sin lograr palmas!"
ARIADNA: ¡Oh,
qué dolor en mi pecho
han
causado tus palabras!
Que le
falta la nobleza
a quien
la piedad le falta.
No sé
qué atractivo tiene
lo infeliz
para las almas
altivas, que sólo el serlo
por
recomendación basta.
¿Qué
mucho, si perfecciona
la
miseria a la gallarda
potencia de la piedad,
haciendo que al acto salga?
Pues en el más noble pecho,
en la condición más
blanda,
fuera
inútil la piedad
si
faltara la desgracia.
¿Y
cuándo, Laura, llegó
el
Príncipe?
LAURA:
Ayer, con tanta
majestad, como pudiera
quien a
coronarse entrara;
pero
aún no le ha visto el rey,
y así
es forzoso que haga
el
Embajador de Atenas
la entrega.
FEDRA:
¡Suerte inhumana!
CINTIA: Pero ya
tu padre, a quien
los
Príncipes acompañan,
a
recibir al cautivo sale aquí.
FEDRA: Pues,
Ariadna, si tú gustas,
esperemos a ver una tan extraña
maravilla.
ARIADNA:
Ya obedezco
tu
gusto, no por la causa
de ver
al preso ateniense
a quien
los hados maltratan,
sino
por hablar a Baco,
cuya
presencia gallarda
va en
mi pecho a sus finezas
asegurando la paga.
FEDRA: No diré
yo de Lidoro
eso, pues sus tiernas ansias
tanto más me desobligan,
cuanto obligarme más
tratan.
Y tengo
en esto razón,
pues demás de ser cansadas,
finezas que hace el abuso
deberlas sin aceptarlas,
con tan
grande improporción
como querer que en las damas
sea
preciso el deberlas
y
voluntario el pagarlas,
se
ofende mi vanidad,
de que
quiera su ignorancia,
forzándose a ser querida
obligarme a ser ingrata.
Salen el rey MINOS, BACO y LIDORO, príncipes, RACIMO,
lacayo, y TEBANDRO,
capitán
MINOS: ¡Hijas!
LIDORO Y
BACO: ¡Beldades divinas!
MINOS: El
cariño con que os ama
mi amor,
no me ha permitido
que
pueda tener el alma
contento, sin que vosotras
lo gocéis.
ARIADNA Y
FEDRA: Tus reales plantas
besamos por tal favor.
ARIADNA: Y después de darte gracias,
¿cuál es el gusto, Señor,
a que,
con novedad tanta,
nos
convida tu cariño,
y tu
prevención nos llama?
Pues es
cierto que después
que mi
hermano, en quien estaban
de tu
reino y de tu amor
fundadas las esperanzas,
murió de los atenienses
a las cautelosas armas,
nunca
oímos en tu voz,
nunca
vimos en tu cara
el semblante sin tristezas,
ni sin
quejas las palabras.
MINOS: De lo
mismo que refieres,
pudieras bien, Arïadna,
claramente inferir cuál
es de
mi gusto la causa;
pues el ofendido, sólo
cuando
se venga descansa.
Murió
en Atenas mi hijo
-- ¡ay, infeliz prenda amada,
no el
referir me avergüence
tu
muerte, que no desaira
su queja el que la pronuncia
a vista
de la venganza --
y
aunque mi valor pudiera
haberle
dado a mi saña
bastante satisfacción;
pues ha
tres años que airada,
mi justa cólera tuvo
a
Atenas tan apretada,
que
después de otros partidos
la
forcé a que me entregara
todos
los años por feudo
siete
doncellas gallardas
y siete
nobles mancebos,
aquellos a quien tocara
la
suerte entre todo el reino,
sin que
de entrar en la infausta
suerte
tuviese ninguno
excepción, ni reservada
aun la
persona estuviese
del
Príncipe y las Infantas;
para
cuya ejecución,
ministros de confïanza
cada
año a Atenas envío
que
echen suertes, y al que salga,
fuercen
a venir a Creta,
donde
tengo en las entrañas
del
Minotauro el sepulcro
que mi
enojo le señala;
y
aunque pudieran templar
en
parte, mi enojo, tantas
malogradas juventudes,
cuyas
vidas desdichadas
más que
alimento a la fiera,
se lo
han dado a mi venganza,
he
quedado satisfecho
nunca,
que no se restaura
con
muchas que no lo son,
una
frente coronada;
hasta
que hoy, que la Fortuna,
para
Atenas tan contraria
cuanto
favorable a Creta,
hizo
que la suerte airada
en el
Príncipe cayese;
porque
en iguales balanzas,
si fue
Príncipe el difunto,
lo sea
el que satisfaga
también
por su infeliz muerte,
y no
quede Atenas vana
de
tener Príncipe, cuando
por su
causa, en Creta falta.
Muera
Teseo, y con él
mueran
de su infame patria
las que
en su valor tenían
bien
fundadas esperanzas;
que no
poco lisonjeo
mi enojo, al pensar que acaba
toda la
vida de un reino
reducido a una garganta.
ARIADNA: Felices
edades vivas
porque
vean que no empaña
en ti
el ardor del acero,
la
prudencia de las canas.
FEDRA: Y
porque conozca el mundo
que vio
tu sangre agraviada,
que el
clamor de aquella sangre,
con
otra sangre se aplaca.
BACO: Yo,
Señor, quedo corrido,
pues con victorias tan altas,
le dejáis a mi valor
que os
pueda servir en nada.
LIDORO: Yo no, pues antes, señor,
me dará vuestra
enseñanza,
para
facultad de triunfos
tantas lecciones de hazañas.
MINOS: Cuánto, Príncipes invictos,
esa voluntad, el alma
os
estima, no encarezco,
hasta
que la satisfaga
con
debida recompensa;
que
queda muy desairada
la
deuda que no se dice
con las
voces de la paga.
BACO: Gran
señor, vuestra promesa
por
satisfacción me basta;
pues
quien promete, ya da
de
contado la esperanza.
MINOS:
Escucha, Tebandro, a solas.
TEBANDRO: ¿Qué me
ordenas?
Hablan en secreto
LIDORO: Soberana
Fedra,
miradme siquiera;
y no
penséis que mis ansias
os lo
piden por alivio;
que es
tan poco interesada
mi
fineza, que aun tan leve
alivio
escrupulizara,
a no
saber que tenéis
gusto
en mis penas; y para
que
logréis el gusto, quiero
que lo
tengáis con mirarlas.
FEDRA: La
intención de darme gusto
os
estimo, mas se engaña
vuestro
discurso, si piensa
que el
veros penar me agrada;
que
bien puede una mujer
que al
mor no se avasalla
hacer
alarde de altiva,
sin
hacer gala de ingrata.
LIDORO: Según
eso, yo, Señora,
podré
tener confïanza,
no de
merecer, que aquesto
fuera
presunción bastarda,
sino de
saber que puedo
servir,
sin que en esto haga
ofensa
a vuestro decoro;
que es
alivio para un alma
el
saber que los servicios,
si no
merecen, no cansan.
FEDRA:
Valerme, Príncipe, quiero
de
vuestras mismas palabras,
pues
con ellas me excusáis
la
vergüenza de formarlas;
de
donde sacar podréis
la consecuencia bien clara
de que,
quien no ofende
amando
en amar no desagrada.
LIDORO: Según
aqueso, Señora,
bien
pudiera mi esperanza.
FEDRA: ¿Qué?
LIDORO:
Alentarse a vuestras luces
feliz...
FEDRA:
No prosigáis, basta;
que una
cosa es permitirla,
y otra
cosa es alentarla.
LIDORO: Grosero
anduve; perdón
os pide
mi voz, que errada,
esperanza dijo, donde aun
no es
lícito nombrarla;
pero
advertid que si tengo
alguna,
no es tan villana,
que
atenta a sus conveniencias
sólo
siga lo que alcanza,
sino otra que, negativa,
alcanzar espera nada;
que hay
esperanza que vive
de no
tener esperanza.
MINOS:
Tebandro, haz que venga luego
el
Príncipe.
Llégase TEBANDRO al paño y salen TESEO, LICAS,
embajador,
y ATÚN, criado de Teseo
LICAS: Ya a tus plantas
tienes al embajador
de Atenas, cuya desgracia
le dio
tan infausto cargo
y
comisión tan extraña,
como
que por feudo tuyo
su
mismo Príncipe traiga;
acción
de tanto dolor,
que a
haber sido voluntaria,
hubiera
antes escogido
la
muerte, que la embajada.
MINOS: Alza
del suelo, que quiero
guardarte en todo las sacras
exenciones que se deben
a embajador.
LICAS: Excusadas
son tus mercedes, Señor,
con quien no puede
aceptarlas;
que
estando el Príncipe aquí,
no era
razón que gozara
honores
en su presencia
un
vasallo; y más con tanta
desgracia, como estar él
en una
suerte tan baja,
como la
de prisionero,
y yo
gozando las altas
preeminencias de mi cargo.
MINOS:
Discretamente reparas;
mas haz
que llegue Teseo,
que
aunque de verle la cara
tuve
nunca la intención,
porque
es en los reyes gracia
dejarse
ver, y los reos
no es
bien lleguen a lograrla,
con
todo quiero esta vez,
incitado de su fama,
ver al
Príncipe, y saber
de su
boca sus hazanas,
para
que mejor se temple
lo
ardiente de mi venganza,
viendo
cuán grande es la ofrenda
que
sacrifico a sus aras.
ATÚN: Por
cierto que es el favor,
como de
su buena cara.
LICAS: Llegue,
Señor, Vuestra Alteza,
que el
Rey espera.
TESEO: ¡Ah, tirana
Fortuna! Aquí está, Señor,
tu
prisionero.
MINOS:
Repara
que
aunque vienes como reo,
mi
benignidad te trata
este
rato como a libre.
ATÚN: Y
también besa tus patas
un Atún,
que a ser comido
viene
por concomitancia,
si no
mandas otra cosa.
ARIADNA: (¡Qué
presencia tan gallarda! Aparte
¡Ay,
infeliz! ¡Quién pudiera
darle
libertad!)
FEDRA: (El alma Aparte
se me
ha enternecido al verle.
¡Quién
su libertad comprara,
aunque
costara mi vida!
MINOS: Haz,
Teseo, de las altas
proezas
tuyas la suma.
TESEO: La suma
de mis desgracias
pudieras decir más bien;
mas, pues gustas de escucharlas,
atiende.
MINOS:
Prosigue.
FEDRA: (¡El Cielo Aparte
te libre!)
ARIADNA:
(¡El Cielo te valga!) Aparte
TESEO: Atiende
para que sepas,
en dos
acciones contrarias
en lo
vario de una suerte,
lo que
pierdo y lo que ganas.
¡Generoso Rey de Creta,
a cuyos
gloriosos hechos
sirven
de cortos archivos
las
bibliotecas del tiempo;
glorioso legislador,
cuyo
acertado gobierno,
como da
leyes al orbe,
dará al
abismo preceptos,
porque
podrá tu justicia,
valor,
rectitud y celo,
introducir la concordia
en el
mismo desconcierto;
cuyas
veneradas leyes
tendrán
padrón tan eterno
que
estés en su ejecución
reinando después de muerto!
Yo -- aunque
ya sabes quién soy --
referir
de nuevo quiero
mi
nombre, por si el olvido
le
sepulta, que es muy cierto
que
nadie conoce al que
ve en
baja fortuna puesto.
Yo,
pues, el Príncipe soy,
que de
Atenas heredero,
antes
pago sus pensiones
que
gozo de sus imperios.
Poco te
he dicho en decir
que soy
príncipe, pues pienso
que es
más que decir monarca
decirte
que soy Teseo.
Y con
razón, pues haber
nacido
príncipe excelso,
se lo
deberá a la sangre
y no a mis merecimientos.
Y no he de estimar yo más
-- aun siendo mi padre mesmo --
aquello
que debo a otro,
que no
lo que a mí me debo.
Que
entre ser príncipe y ser
soldado, aunque a todos menos
les
parezca lo segundo,
a lo
segundo me atengo;
que de
un valiente soldado
puede
hacerse un rey supremo,
y de un
rey -- por serlo -- no
hacerse
un soldado bueno.
Lo cual
consiste, Señor,
si a
buena luz lo atendemos,
en que
no puede adquiriese
el
valor, como los reinos.
Pruébase aquesta verdad,
con
decir que los primeros
que
impusieron en el mundo
dominio, fueron los hechos,
pues,
siendo todos los hombres
iguales, no hubiera medio
que
pudiera introducir
la
desigualdad que vemos,
como
entre rey y vasallo,
como entre noble y plebeyo.
Porque pensar que por sí
los
hombres se sometieron
a
llevar ajeno yugo
y a
sufrir extraño freno,
si hay
causas para pensarlo,
no hay
razón para creerlo;
porque
como nació el hombre
naturalmente propenso
a
mandar, sólo forzado
se
reduce a estar sujeto;
y haber
de vivir en un
voluntario cautiverio,
ni el
cuerdo lo necesita
ni quiere sufrirlo el necio.
Aquél,
porque en su cordura
halla
de vivir preceptos,
y
aquéste, porque le tiene
su
necedad satisfecho;
pues no
verás ignorante,
en
quien el humor soberbio
no
llene de presunción
los
vacíos del talento.
De
donde infiero, que sólo
fue
poderoso el esfuerzo
a
diferenciar los hombres,
que tan
iguales nacieron,
con tan
grande distinción
como
hacer, siendo unos mesmos,
que
unos sirvan como esclavos
y otros
manden como dueños.
Luego
no será altivez
que
cuando le debo al Cielo,
de
nacimiento y valor
tan
conformes privilegios,
me
precie de mi valor
más que
de mi nacimiento.
Y
porque veas con cuánto
fundamento hacerlo puedo,
escucha. Apenas había
en mi
rostro el primer vello
dado
las honrosas señas
del
corazón y del seso,
cuando
en vez de acompañarme
de los
pulidos mancebos
que en
la juventud de Atenas
eran de
la gala espejos,
de
Hércules me acompañé;
que más
quiso mi ardimiento,
que preceptores de galas,
tener de hazañas maestros.
Alcancé en su compañía,
entre
otros muchos trofeos,
el
vencer las Amazonas;
y no
sin causa el primero
de
todos mis triunfos llamo
éste,
Señor, porque creo
que el
vencer a una mujer
es el
mayor vencimiento;
porque
¿cómo vencer a
un
enemigo que a un tiempo
aprisiona con la vista
y lidia
con el acero?
Y
cuando hermosa no sea,
basta
ser mujer, que el serlo
es
suficiente ventaja;
pues
demás de sus alientos,
pelean
de parte suya,
mi
lástima y mi respeto.
Demás de
que es muy difícil,
alcanzado ya el trofeo,
saber
lograrlo con aire,
porque
es menester un pecho,
para
conseguir, altivo,
y para
gozar, modesto;
que
desluce la victoria
el que
quiere, desatento,
que lo
que costó un peligro
se
logre con un desprecio.
Yo en
Epidauro privé
de la
vida al hijo fiero
de
Vulcano, a quien el vulgo
apellidó Corineto.
Yo di
muerte en Maratón
al
toro, que de tu reino
siendo
destrucción, pasó
a ser
de Atenas incendio.
A la
gran Tebas libré
de la opresión de aquel fiero
Creonte, cuya impiedad,
opuesta
a todos los fueros
humanos, no consentía
dar
sepultura a los muertos.
Maté
también a Escirón
y a Procusto, bandoleros
tan sin
piedad, que el segundo
en un
inhumano lecho,
en que
astuto recibía
los
incautos pasajeros,
el que
era lecho de alivio,
hizo potro
de tormento;
pues,
al que grande venía,
cortar
mandaba al momento
toda la
cantidad que
le
sobraba, y al pequeño,
con no
menor tiranía,
mandaba
extender los miembros,
hasta
que los nervios rotos,
o
descompuestos los huesos,
ajustaban la medida
que
aquel tirano había hecho
determinada mensura
al
tamaño de los cuerpos.
No era
de Sinis menor
la
crueldad, con que sangriento
bárbaramente abusando
de las
fuerzas de que el Cielo
liberal
quiso dotarle,
hizo de
ellas instrumento
para su
ofensa mayor
-- ¡oh, humano discurso ciego,
qué no
intentará tu error! --
pues
obligando violento
a dos
árboles distantes,
a que
besasen el suelo
con las superiores ramas,
y
atando después en ellos
al
peregrino, soltaba
los árboles; y ellos luego,
por cobrar su rectitud,
se
apartaban con tan presto
movimiento que quedando
dividido por el medio
el
cuerpo, ignoraba el alma
por
algún rato el suceso.
Mas
diole el Cielo el castigo
en mi
brazo, para ejemplo
de que
Él que sufre remiso,
también
castiga severo.
De las
victorias y triunfos
que
alcancé en el casamiento
de mi
amigo Piritoo,
cuando
los centauros fieros,
o pervertidos
del vino
o
incitados del deseo,
quisieron robar su esposa,
no me
alabo; porque siendo
el que
es verdadero amigo
"yo" -- y no "otro yo," porque temo
que es llegar
a decir "otro,"
suponer
otro sujeto --
y
siendo suyo el agravio,
es
evidente argumento
de que
también era mío,
y que
yo reñí con ellos
como
ofendido y celoso;
luego
la acción de vencerlos
no fue
prueba del valor
tanto,
como del despecho
celoso,
que no hay alguno
cobarde, si tiene celos.
Por
darle gusto a este mismo
amigo,
que con imperio
gobernaba mis acciones
tanto
como mis afectos,
bajando
al abismo, quise,
a pesar
del Cancerbero,
robar a
Plutón su esposa,
que, aunque no logré el intento,
no
perdí por eso el lauro;
que en
los casos tan inciertos,
conseguir, toca a la dicha,
pero
intentar, al esfuerzo.
Pero la
mayor victoria
fue,
Señor, que amante tierno
de la
belleza de Elena,
la
robé. No estuvo en esto
el
valor -- aunque el robarla
me
costó infinitos riesgos --
sino en
que, cuando ya estaban
a mi
voluntad sujetos
el
premio de su hermosura
y el logro de mis deseos
de sus lágrimas movido
y obligado de sus ruegos
la volví a restituir
a su Patria y a sus deudos,
dejando
a mi amor llorando
y a mi
valor consiguiendo
la más
difícil victoria,
que fue
vencerme a mí mesmo.
Aquéstos, Señor, han sido
los prodigios, los portentos
que de mí canta la Fama,
sin
otros que no refiero
o
porque son muy sabidos
o
porque yo no me acuerdo;
porque
como no pensé
jamás hacer lista de ellos,
nunca
tuve de contarlos
cuidado, sino de hacerlos.
Éste he
sido, gran Señor;
pero ya
a tu saña expuesto,
sólo me
acuerdo de que
no soy
más de un prisionero.
Sirva
mi altivez, mi sangre,
mis blasones, mis trofeos,
de que quedes de tu enojo
dignamente satisfecho,
y quede
libre mi patria
de tan
doloroso peso
como
este infeliz tributo;
que yo
moriré contento,
si con
mi muerte la libro
de tan
inhumano feudo.
MINOS:
Admirado me ha dejado,
mas no me podrá ablandar;
haz, Tebandro, ejecutar
lo que
te tengo mandado.
Venid, Príncipes.
LICAS: Atienda,
Señor,
Vuestra Majestad,
que no
es bien que una crueldad
tan
alto decoro ofenda;
y
advierta, si de Androgeo
quiere
la sangre vengar,
que no
ha de resucitar
con la
muerte de Teseo.
Cuando la condición fiera
admitió el reino al rendirse,
¿quién
pudiera persuadirse,
que en
el Príncipe cayera?
Cayó
en él, ¡fiero rigor!,
y él,
sin hacer resistencia,
fió de
vuestra clemencia
lo que
pudo en su valor.
Pues
si en armas se pusiera,
¿quién dudará que constantes
muriéramos todos, antes
que el Príncipe se
rindiera?
Pero
si tan comedida
su
atención, quiso mostrar
que
estima en más conservar
la
palabra que la vida,
¿por
qué por una venganza,
quiere
Vuestra Majestad
pagar
con una crueldad,
debiendo una confïanza?
Perdón os pido postrado,
Señor,
pues si perdonáis,
con
perdonarle, quedáis
más
noblemente vengado;
y no
sin satisfacción,
porque antes, la tendréis doble,
que no
hay para un hombre noble
castigo, como el perdón.
Pues
-- de su error convencido --
vive,
siempre avergonzado
de
verse beneficiado
de aquel a quien ha ofendido.
Haced, pues, Señor, de modo
que
vida al Príncipe deis,
que
como a él le perdonéis,
disponed del reino todo.
FEDRA:
(Quizá le perdonará Aparte
mi
padre con lo que ha oído.)
ARIADNA: (Quizá
escogerá un partido, Aparte
de los
muchos que le da.)
ATÚN:
(¡Que este viejo, por capricho, Aparte
se muestre
tan enemigo!)
MINOS:
Príncipes, venid conmigo.
Tebandro, lo dicho, dicho.
BACO: Ya
yo voy. (¡Condición fiera!) Aparte
LIDORO: Ya te
sigo. (¡Rigor grave!)
Aparte
Vanse el rey MINO, BACO y LIDORO
ARIADNA: (¡Oh!
¡Acabe yo, y él no acabe!) Aparte
FEDRA: (¡Oh!
¡Muera yo, y él no muera!) Aparte
RACIMO: Yo
me voy a desquitar
de lo
mucho que he callado,
pues he
salido al tablado
a solamente callar.
Vase RACIMO
TEBANDRO:
Príncipe, afuera a esperaros
voy,
que querréis con suspiros,
de los
vuestros despediros,
y no
quiero embarazaros.
Vase
LICAS:
Esperad, Señor; apenas
puedo
razones formar.
¿Así se
ha de despreciar
a un
heredero de Atenas?
¿Con
el Príncipe y conmigo
se ha
de usar tal tiranía?
¡Mal
haya aquel que confía
en
piedad del enemigo!
Mas
¿qué me quejo, si medio
no hay en penas tan atroces?
¿Ni qué me canso en dar
voces,
cuando no les doy remedio?
Mas, ¡vive Dios!, Rey
injusto,
que pues eres su
homicida,
has de
pagar con la vida
haber
tenido este gusto.
Pues
a Atenas mi coraje
va, y
mi venganza, a alistar
soldados,
para vengar
de su
príncipe el ultraje.
Yo
voy a que Atenas fuerte
castigue a Creta atrevida;
y pues
no le doy la vida,
al
menos vengue su muerte.
Príncipe, si a dilatarse
llega
del Rey la venganza,
y os
libro, la confïanza,
con vos
ha de coronarse.
Vase
ATÚN:
Gentil alivio, Señor,
te
quiere aqueste hombre dar.
Déjese usted ahorcar,
que yo
quedo por fiador.
Quedan TESEO, FEDRA y ATÚN, LAURA. ARIADNA
y CINTIA, al paño
FEDRA: Solo
el Príncipe ha quedado.
TESEO: ¡Ay
infelice de mí!
FEDRA: ¿Si
podré hablarle?
TESEO: ¡Que aquí
haya mi
valor llegado!
FEDRA: Yo
llego, ¡pena mortal!
Mas pues es fuerza que muera,
déle mi piedad, siquiera,
el
pésame de su mal;
que cuando está desvalido,
y
sujeto a una inclemencia,
no se
opone a la decencia
consolar a un afligido.
Llégase
Príncipe, si en un extraño
pecho, piedad puede haber,
bien podéis de mí creer,
que me duele vuestra
daño.
Infanta de Creta soy,
y
aunque mi sangre ofendéis,
más a
mi piedad debéis
aun de
las señas que os doy.
Y me holgara hallar un medio
para
poderos librar,
que yo
no os quisiera dar
pésame,
sino remedio.
ARIADNA: Con
Teseo -- ¡qué dolor! --
allí,
Cintia, Fedra está;
escuchemos, que quizá
será
piedad y no amor.
TESEO: Yo
Señora, la piedad
os
estimo del consuelo,
que mal
pudiera en un cielo
faltar
la benignidad;
y de
modo, Infanta bella,
mi fe
os queda agradecida,
que
quisiera tener vida
para
serviros con ella.
Mas
pues no tengo, al deberos
para
tanta recompensa,
recibid
vos la vergüenza
de no
tener qué ofreceros.
FEDRA: No
os quite la confïanza,
Príncipe, esta desventura,
que
mientras la vida dura,
tiene
lugar la esperanza.
Nunca la Fortuna
queda
se
está, y si abatido os veis,
antes
que vos acabéis
podrá
volverse la rueda.
Y
así, pensad que habrá medio
de
remediar pena tanta,
que
entre el hierro y la garganta,
puede
caber el remedio.
ARIADNA: Que
quiere librarlo infiero,
mas yo
se lo estorbaré.
CINTIA: ¿Por
qué, Señora?
ARIADNA: Porqué
lo
libraré yo primero.
TESEO: ¿Con
qué pagaré el cuidado
de
favor tan desmedido,
sí aun
queda lo agradecido,
por lo
corto, desairado?
¡Oh!
¡Quién con vida se hallara
y a
vuestros pies la pusiera,
que yo
por vos me muriera
aunque
nadie me matara!
Mas
siempre os lleváis la palma
de ser
mi dulce homicida;
pues ha
de quitar la vida
por
fuerza, quien roba el alma.
ARIADNA:
¿Ves, Cintia, cómo rendido
enamorándola está?
CINTIA: Calla,
Señora, que hará
aquello
de agradecido.
ATÚN: Una
muerte muy galana
es la
que escoges, Señor,
que por las muertes de amor
nunca se dobló campana.
Y
digo, si permitir
quieres
tan dichosa suerte,
que de
ésa que llamas muerte,
también
me quiero morir,
y
aun quiero que se dé prisa
ese
inhumano rigor;
porque
es morirse de amor,
como
morirse de risa.
Vuelto a LAURA
Y más cuandó en vos he hallado
quien la muerte me dará.
LAURA: El toro
le quitará
a
vuested de ese cuidado,
y
verá cómo le saca
el alma
con gran decoro.
ATÚN: ¿Para
qué quiero yo toro,
si tú
puedes estar vaca?
LAURA: ¿Y
el nombre?
ATÚN: Atún me han llamado.
LAURA: El toro
dará de él cuenta,
que de
carne se sustenta.
ATÚN: A bien
que yo soy pescado.
LAURA: En
ser carnicero emplea
todo su conato fiero.
ATÚN: Más que
sea carnicero,
como
pescador no sea.
FEDRA:
Príncipe, puesto que vos
el
postrero habéis de ser
de los
siete del tributo,
que a
aqueste monstruo crüel,
por
mandado de mi padre
se dan,
no desconfiéis,
que en
este tiempo se puede
algún
camino ofrecer
para
salvar vuestra vida,
y yo lo
procuraré
por
cuantos caminos haya
de
conseguirlo, y creed
que me
importa que viváis,
más de
lo que vos podéis
pensar.
TESEO:
Pues ¿por qué, Señora?
FEDRA: No me preguntéis por qué,
que lo
que yo no declaro,
no es
bien que vos procuréis
descifrarlo; y si allá a solas,
de las
premisas que veis,
sacáis
alguna ilación
que juzguéis que os está bien,
sacadla
allá en hora buena,
mas no
me la consultéis.
TESEO y ATÚN hablan aparte
ATÚN:
Enamórala, Señor,
pues
tan rendida la ves,
que
podrá ser que te saque
de
peligro tan crüel.
TESEO: ¡Ay,
Atún, que no me atrevo!
ATÚN:
¿Melindres gastas también?
No
pensé que eras tan dama;
pero
déjate querer
al
menos, y hazte de cuenta
que
ella el Príncipe Fedro es
y tú la Infanta Tesea.
TESEO:
¿Quieres dejarme?
ATÚN: Sí haré,
que no
soy la Infanta
yo
para
quererte tener.
TESEO: Según
aqueso, Señora,
lícitamente podré
soltar
a mi pensamiento
las
riendas.
FEDRA:
Eso no sé;
porque
ya eso es consultar,
y fue
lo que os ordené
no
hacer conmigo.
TESEO: Pues yo
el
secreto guardaré
de los
discursos que hiciere,
con
tanto cuidado, que
lo
sienta el corazón, sin que
lo
llegue el labio a saber.
FEDRA: Pues en
aquesto quedamos;
y
adiós, porque sentiré
mucho
que hablando con vos,
alguno
me llegue a ver.
TESEO: Pues
adiós, Señora.
FEDRA: Adiós.
TESEO: Pero
escuchad.
FEDRA:
¿Qué queréis?
TESEO: Que,
pues me habéis dado
vos
licencia para que dé
libertad al pensamiento,
también
al vuestro soltéis
las
riendas, para que ya
que yo,
por obedecer,
no os
puedo decir mi pena,
de vos
misma la escuchéis.
FEDRA:
Príncipe, adiós.
TESEO:
Pues, Señora,
¿por
qué no me respondéis?
FEDRA: Porque
os está bien a vos.
TESEO: ¿No
responder, me está bien?
FEDRA: Sí,
porque si yo respondo,
precisamente ha de ser
que no,
y sólo con callar
os
excuso este desdén;
porque
es el no repugnar,
un
tácito conceder.
TESEO: Pues
adiós, Señora.
FEDRA: Adiós.
TESEO: (¡Qué
divina!) Aparte
FEDRA:
(¡Qué cortés!) Aparte
Vanse TESEO y FEDRA
ATÚN: ¿Oyes,
Laura?
LAURA:
¿Qué querrá
el
señor Atún?
ATÚN:
Querré
que
este escabeche de atún
lo
aderece tu laurel.
LAURA: Nos
veremos más despacio.
ATÚN: Pues,
¿por qué no puede ser
luego?
LAURA:
¿Por qué me pregunta?
¿No
sabe que es menester
mil
años de rendimiento
para obligar mi altivez?
ATÚN: ¿Mil
años menester son?
Pues
perdóneme vuested,
porque
no puedo ser yo
amante
Matusalén.
LAURA: ¿Luego
quieres desistirte
de mi
amor?
ATÚN: Sí.
LAURA: ¿Pues no ves,
que
todo aqueste rigor
no ha
sido más que querer
probar
la fe de un lacayo,
si es
que en lacayos hay fe?
ATÚN: Está muy
bien; pero mira
no te
acontezca otra vez
quererte fingir señora,
porque
no se avienen bien
la
tizne del estropajo
y el
humo de la altivez.
LAURA: Pues
adiós, picaril brío.
ATÚN: Adiós,
fregatriz desdén.
Vanse, y
salen ARIADNA y CINTIA
ARIADNA: ¿Qué
es aquesto, cielo injusto?
¿Qué es
lo que pasa por mí,
que lo
acierto a padecer
y no lo
sé definir?
¡Ay de mí,
que mal sabe hablar, quien sabe
sentir!
Apenas, Amor tirano,
de tus flechas conocí
que las hace más agudas
quien las quiere
resistir,
cuando
vi
que
sabes hacer más daño que herir.
No
siento, no, que pasaras
mi
corazón varonil,
ni que
del alado arpón
que
vibra tu aljaba vil
el
sutil
oro, de mi sangre esmalte el carmín,
Ni
que pudiese tu engaño
a mi
altivez persuadir
que
consistía el vencer
en
dejarse antes rendir;
que el
servil,
fuera sin
celos estado feliz.
Lo
que sí siento, es que, cuando
al
ateniense gentil,
del
reino de mi albedrío
la
investidura le di,
hallo
aquí
que
muero por quien no muere por mí.
CINTIA: ¿Qué
es lo que dices, Señora?
Recóbrate y vuelve en ti,
que se
niega al remediar
quien
se da toda al sentir.
ARIADNA: Yo he
de librarlo, pues tengo
para que
se libre, ardid;
que
aunque de Fedra sea amante,
mi amor
no ha de permitir
que
para mí,
si le
adoro, sea amante infeliz.
CINTIA:
¿Cuál es el medio que tienes
para librarlo?
ARIADNA:
Es sutil,
porque
con un hilo sólo,
ha de
triunfar y vivir;
pues en
la líd,
sabrá
al fiero monstruo soberbio rendir.
Sale BACO y quédase al
paño
BACO: Si no me miente el deseo,
la voz
de Arïadna oí,
que
triste se lamentaba.
Quiero
escuchar desde aquí,
puesto
que no me ha sentido,
que
quizá podré inferir
de sus voces su dolor.
CINTIA: Señora,
no estés así,
que
aunque sea de tu hermana
amante,
al que tú a rendir
has
llegado tu albedrío,
no
faltará algún ardid
para que
atento a tu amor
la
deje, y te quiera a ti.
BACO: ¡Al
amante de su hermana!
¿Qué es
esto? ¡Triste de mí!
Que lo
quisiera saber
y no lo
quisiera oír.
CINTIA: Mas di,
¿no quieres a Baco?
ARIADNA: ¿Tal
llegas a proferir,
cuando
me ves abrasar,
cuando
me miras morir,
y
cuando al galán de Fedra
de
manera me rendí,
que aun
libre no me quedó
la parte de discurrir?
Y así,
deja los consejos,
si es
darme gusto tu fin
-- que en un amor obstinado,
es
ofender, advertir --
y ve
que quiero buscar
medios
para conseguir
mi
intento.
CINTIA:
Vamos, Señora,
que
razón es preferir
al que
tú tienes amor,
al que
te le tiene a ti.
Vanse, y
salen BACO y RACIMO
BACO: ¿Tal agravio llego a ver
y
persevero en vivir?
Sin
duda es por carecer,
o de
alma con que sentir,
o de
vida que perder.
Cuando a esta injusta tirana
con mayor
fineza adoro,
hallo
que quiere, liviana,
al
amante de su hermana,
que
claro está que es Lidoro.
¿Que
este ultraje sufra aquí
mi
dolor? ¡Ah, ingrata fiera!,
ya que me dejas así,
¿no me
dejaras, siquiera,
por
quien te quisiera a ti?
Que
aunque tan ingrata estás,
es tan
noble mi despecho,
que
juzgo que siento más
que los
celos que me das,
la
ofensa que a ti te has hecho.
RACIMO: Bien
lo has gritado, Señor;
sosiegate y ten cordura,
mas no es culpable el furor,
que si Amor solo es
locura,
¿qué serán vino y amor?
Y
aunque es tan grande insolencia,
si la
consecuencia saco
no te
ofendo, que en conciencia
no es
mucha la diferencia
entre
ser toro y ser Baco.
Aunque también te confieso
que es
cosa muy enfadosa
que te
carguen con exceso,
en la
cabeza otra cosa,
sobre
su ordinario peso.
BACO:
¡Loco, atrevido, villano!
¿Cómo
mis ansias reprimo?
RACIMO:
Detente, Señor, que es llano
que si
tú aprietas la mano,
corre
peligro el Racimo.
Mas
un remedio he pensado,
con que
tendrá linda medra
tu
amor.
BACO: Pues di, ¿qué has hallado?
RACIMO: Que tú
enamores a Fedra,
con que
quedarás vengado.
BACO: Como
tuya es la locura.
RACIMO: Pues
qué, ¿te parece malo?
Requiebra tú su hermosura
y
taparás la rotura
con
cuña del mismo palo.
BACO:
Hacerlo quiero al instante;
que
aunque tus locuras toco,
no es
razón que a nadie espante
el ver que apetezca un loco
consejos de un ignorante.
Ven,
pues, para que advertido,
si mi
dicha a Fedra topa
le diga
mi amor fingido.
RACIMO: Ella
viene allí, que ha sido
caer en
la miel la sopa.
Sale FEDRA
FEDRA: Por
si acaso se quedó
de
Teseo algún crïado
en esta
cuadra, de quien
tenga
noticia... Mas Baco
está
aquí, volverme quiero.
RACIMO: Señor,
acude al reclamo,
y mira
no se te vuele
el
pájaro de la mano.
BACO: Temo no
acertar, Racimo.
RACIMO: ¿Qué
importa? Llégate errando,
que
repite para amante,
quien cursa de mentecato.
Haz
cuenta que eres poeta
y que
te hallas en un paso
de
comedia, donde es fuerza,
sin
estar tú enamorado,
fingir
otro que lo esté,
y díle soles y rayos,
ansias, desvelos, respetos,
temor, silencio y cuidado,
y atención sin esperanza,
que es
lo que corre en palacio,
y verás
cómo lo aciertas.
BACO: Yo llego.
Hermoso milagro,
en cuyas aras divinas
sirve el mismo Amor
postrado
de
víctima a vuestro culto,
porque
fuera desacato
que
ardiera a incendio tan puro
menos divino holocausto.
FEDRA:
Agradecida a la sangre
estoy,
Príncipe, pues hallo,
que por
serlo de Arïadna
merezco
favores tantos.
Sale LIDORO y quedase al paño
LIDORO:
Buscando el desdén de Fedra
vengo
siguiendo sus pasos,
que
siempre son los desdenes
imán de
los desdichados.
Mas con
el Príncipe allí
de
Tebas, la miro hablando;
no
quiero salir tan presto,
que es
exponerme a que airado
me
desprecie su desdén,
y a mí
me basta el trabajo
de
sentirlo, sin que sepa
otro,
que estoy desairado.
BACO: No
dudéis de la fineza
con que
os adoro, si acaso
por
estimar a Lidoro
me
desdeñáis.
FEDRA:
¿Desde cuándo
he
querido yo a Lidoro?
LIDORO: ¿Qué es
esto? ¡Celos, a espacio.
No deis crédito al veneno,
hasta
que apuréis el vaso!
FEDRA: Pues
vos, Príncipe, ¿a Arïadna
no
servís?
BACO:
No vuestro labio
la
nombre, porque es hacer,
contra las leyes de urbano,
que yo
quebrante grosero
los
términos cortesanos.
Verdad
es que, a los principios,
por
congruencias de estado,
publiqué su galanteo;
pero después de miraros
(¡Ay
Cielos, qué mal me animo!) Aparte
¿quién
es de juicio tan falto
(¡Que
así ofenda lo que adoro!) Aparte
que no
se os rinda?
Sale LIDORO y saca la espada
LIDORO: A un agravio
tan
grande, sólo el acero
reconviene.
BACO:
De mi brazo
tendrás
el justo castigo.
FEDRA: ¡Qué
empeño tan apretado!
¡Ah de la
guarda! ¿Qué es esto?
RACIMO: ¡Por
Dios que tienen entrambos
lindos
filos de reñir!
Mas si
rompen a mi amo
la
cabeza, será bueno
ver,
una vez en el año,
que
tenga los cascos rotos
quien
tiene tan buenos cascos.
Sale el rey MINOS y envainan las espadas
MINOS: ¿Qué es
esto?
LOS DOS:
Nada, Señor.
MINOS: ¿Qué
fue, Fedra?
FEDRA: Que indignados
(Aquí es forzoso fingir) Aparte
por una
cuestión que acaso
se
excitó, sin intención,
estando
los dos hablando
cada
uno de las grandezas
y
blasones de su estado,
paró en
porfía, porque
cada
uno intentaba el lauro
para su
patria, lo cual
ocasionó que, empeñados
de
argumento en argumento,
se
encolerizasen tanto
que... pero ya tú los viste.
MINOS: Puesto
que no ha habido agravio
de por
medio, yo os suplico
depongáis el temerario
ímpetu
que aquí os incita.
LIDORO: Por mí,
Señor, acabado
está, pues vos lo mandáis.
BACO: Yo en obedecer no os hago
servicio, Señor, alguno,
pues
que no estoy enojado
con
Lídoro, ni ofendido.
MINOS: Pues
vamos, Príncipes.
BACO: Vamos.
FEDRA: (Mucho
llevo que temer.) Aparte
MINOS: (Mucha
sospecha me han dado.) Aparte
LIDORO: (De
celos y agravios muero.) Aparte
BACO: (De
cólera y celos rabio.) Aparte
RACIMO: (Y yo
me muero de risa, Aparte
de ver
tan grandes menguados.)
LIDORO: (Mucho
temo que reviente Aparte
el
volcán en que me abraso.)
BACO: (Mucho
temo que se asome Aparte
esta
pasión a los labios.)
MINOS: (Mucho sentiré que pase Aparte
el empeño a mayor daño.)
FEDRA: (Mucho
sentiré que sirva Aparte
Baco a
mi amor de embarazo.)
RACIMO: (Mucho temo que de sed Aparte
he de
beberme a mi amo.)
FIN DE LA
PRIMERA JORNADA