JORNADA PRIMERA
Tocan
cajas y clarines, y salen, empuñando
las espadas, ARCENIO, CLAUSO, y EMILIO,
deteniéndolos
ARCENIO:
Sucesor pide el imperio;
dénosle
luego, que importa.
EMILIO: Caballeros,
reportad
el
furor que os apasiona.
CLAUSO: Cásese
o pierda estos reinos.
EMILIO:
Esperad; razón os sobra.
ARCENIO: Pues si
nos sobra razón,
cásese,
o luego deponga
el
reino en quien nos gobierne.
EMILIO: Rosaura
es vuestra Señora
natural.
ARCENIO:
Nadie lo niega...
toca al
arma.
CLAUSO:
Al arma toca.
Tocan al arma y salen ROSAURA y ALDORA, y en
viéndola, se turban
ROSAURA: Motín
injusto, tened...
¿dónde
váis?
ARCENIO:
Yo, no...
CLAUSO: Señora...
ROSAURA: ¿No
habláis? ¿no me respondéis?
¿qué es
esto? ¿quién os enoja?
¿quién
vuestro sosiego inquieta?
¿Quién
vuestra paz desazona?
Pues,
¿cómo de mi palacio
el
silencio se alborota,
la inmunidad se profana,
la
sacra ley se derroga?
¿Qué es
esto, vasallos míos?
¿Hay
acaso en nuestras costas
enemigos? ¿Han venido
de
Persia bárbaras tropas
a
perturbar nuestra paz,
envidiosos de mis glorias?
Decidme
qué es; porque yo,
atrevida y fervorosa,
con
vosotros, imitando
las
ilustres amazonas,
saldré
a defender, valiente,
de
estos reinos la corona,
y aún
ofreceré la vida
con
resolución heroica,
porque
vosotros gocéis
la
parte que en esa os toca,
pacíficos y contentos.
No
hagáis, por mi amor,
ociosa
la razón de vuestro enojo,
en el
silencio que estorba
en mi
atención el informe;
hablad.
ARCENIO:
¡Qué cuerda!
EMILIO: ¡Qué hermosa!
ROSAURA: No me
neguéis la ocasión
del
disgusto.
ARCENIO:
Gran Señora,
bellísima emperatriz,
nuestro delito perdona;
que tú
sola eres la causa.
ROSAURA: Sea
agravio, sea lisonja
de
vuestro amor, el ser yo,
vasallos, la causa sola;
pues
está mi confïanza
de
vuestra lealtad heroica
satisfecha felizmente,
advertid que se malogra
la
intención mientras la ignoro;
responded.
EMILIO: Rosaura hermosa,
yo diré
a lo que han venido;
perdonad y oye, Señora.
Ya
sabéis la obligación
con que
de estos reinos gozas,
y que
por ella es preciso
tomar
estado. No ignoras
tampoco
que te ha pedido
tu
imperio que te dispongas
a
casarte, y te ha propuesto
el
príncipe de Polonia,
el de
Chipre y Transilvania,
Ingalaterra y Escocia.
Cásate,
pues que no es justo
que
dejes pasar la aurora
de tu
edad tierna, aguardando
de que
de tu sol se ponga.
Ésta es inolvidable ley,
y en tus años tan costosa,
que, a no de ejecutarla,
dicen
que
habías de ver tu corona
dividida en varios bandos,
y
arriesgada tu persona.
Elige
esposo, primero,
que la
fe jurada rompa;
porque,
de no hacerlo así,
tu
majestad se disponga
a
defenderse de un vulgo,
conspirado en causa propia.
Yo te
aconsejo, yo, justo;
tú,
emperatriz, mira ahora
si te
importa el libre estado,
o si el
casarte te importa.
ROSAURA: (No sé
cómo responderle; Aparte
tanto
el enojo me ahoga,
que
están bebiendo los ojos
del
corazón la ponzoña.
¡Hay
tan grande atrevimiento!
¡Hay
locura tan impropia!
¡Que
éstos mi decoro ofendan!
¡Que
así a mi valor se opongan!
pero no
tiene remedio;
porque
si las armas toman,
y
quieren negar, ingratos,
la
obediencia y la corona...
¿Cómo
puedo? ¿cómo puedo,
siendo muchos y yo sola,
defenderme? y no les falta
razón)
¡Ay querida Aldora,
si yo
te hubiera creído!
¿qué
haré?
ALDORA: Responde amorosa
que un
año te den de plazo,
y que
si al fin dél no tomas
estado,
les das licencia
para
que el reino dispongan
a su
elección.
ROSAURA:
(¡Ah vasallos! Aparte
si sois
traidores, ¿qué importa
rendiros con beneficios
ni
obligaros con lisonjas?)
EMILIO: Gran
Señora, ¿qué respondes?
ROSAURA:
Agradecida y dudosa
del
afecto y la elección,
me
detuve, mas agora
quiero
que escuchéis, vasallos,
porque
os quiero hacer notoria
la
causa que ha tanto tiempo,
que mis
designios estorba.
Ya
sabéis que este imperio,
generoso esplendor del hemisferio,
obedeció por dueño soberano
al
insigne Aureliano
mi padre, y que fue herencia
de su
real y antigua descendencia.
También
sabréis cómo mi madre hermosa
sin
sucesión dichosa
estuvo
largo tiempo, y que los cielos
con
devotos desvelos,
los dos
importunaban,
mas,
¡justas peticiones que no acaban!
ya se
ve, pues hicieron tanto efecto
las
generosas quejas de su afecto,
que el
cielo o compasivo o obligado,
les
vino a dar el fruto deseado;
mas,
fue con la pensión, ¡Oh infeliz suerte
de la
temprana muerte
de
aquella hermosa aurora
del Puzol. Rosimunda, mi Señora,
que de
mi tierna vida, al primer paso
la luz
oscureció en mortal ocaso,
dando
causa a comunes sentimientos.
Ya lo
sabéis, pues, escuchadme atentos.
Quedó
el Emperador, mi padre amado,
con
golpe tan pesado,
desde
aquel triste día,
ajeno
de alegría;
mas
viendo su presencia,
a pique
de perderse en la experiencia
de
dolor tan esquivo,
dio al
pesar, ni bien muerto ni bien vivo,
treguas, como cristiano,
pues
fuera intento vano
ser su
mismo homicida,
no
pudiendo animar la muerta vida
de su
adorada esposa;
suspendió, en fin, la pena lastimosa,
y
quiso, de mis dichas mal seguro,
investigar del tiempo lo futuro.
Consultó las estrellas,
miró el influjo de sus luces
bellas,
escudriñó curioso
el
benévolo aspecto, o riguroso
de
Venus, Marte, Júpiter, Dïana,
antorchas de esa esfera soberana,
o
llamas de ese globo turquesado,
que, es
de varios astrólogos mirado,
me
pronostican de opinión iguales,
mil
sucesos fatales;
y todos
dan por verdadero anuncio,
--¡Con
qué temor, ay cielos, lo pronuncio!--
que un
hombre, --¡fiero daño!--
le
trataría a mi verdad engaño,
rompiéndome la fe por él jurada,
y que
si en este tiempo reparada
no
fuese por mi industria esta corona,
riesgo
corrían ella y mi persona;
porque
este hombre engañoso,
con
palabra de esposo,
quebrantando después la fe debida,
el fin
ocasionara de mi vida.
Supe
después, --¡ay triste!-- de sus labios,
de mi
adversa fortuna los agravios;
y así,
por no perderos y perderme,
no he
querido, vasallos, resolverme
jamás a elegir dueño.
Mas ya,
que me ponéis en este empeño
--sea o
no sea justo--,
a daros
rey me ajusto.
Sepa el
de Transilvania,
Chipre, Escocia, y Albania,
Polonia, Ingalaterra,
que me
podré rendir, mas no por guerra;
que
esta dulce conquista,
sólo ha
de conseguirse con la vista
de una
firme asistencia,
blandura, agrado, amor, correspondencia;
obliguen, galanteen,
escriban, hablen, sirvan y
paseen;
rendirán mi desdén con su
porfía,
obligarán mi altiva bizarría;
y en
tanto, yo, advertida y desvelada,
huiré
aquella amenaza anticipada,
examinando el más constante y firme;
pues es
fuerza rendirme
al yugo
de Himeneo,
que
temo y que deseo
por
sólo asegurar vuestro cuidado.
Alcance,
pues, mi amor en vuestro agrado,
para
determinarme
a
morirme o casarme,
sólo un
año de término preciso;
y si al
fin de él halláredes remiso
mi temeroso intento,
o me
obligad por fuerza al casamiento,
o elegid rey extraño.
.....................................
Todos sois nobles y vasallos
míos;
ayudadme a vencer los
desvaríos
de mi
suerte inhumana,
pues
soy vuestra Señora soberana.
Examinemos quién será el ingrato,
que ha
de engañarme con perjuro trato;
busquemos
modo, suerte,
para
huír el influjo adverso y fuerte
de
aquella profecía esquiva, acerba
cuyo
rigor cobarde el alma observa.
Éste
es, nobles, mi intento;
éste es
mi pensamiento;
éste mi
ruego y estos mis temores;
estos,
de mi fortuna los rigores;
y ésta,
la ejecución con que restaura
tan
triste amago, la infeliz Rosaura.
EMILIO:
Emperatriz hermosa,
tu pena
lastimosa
sentimos como es justo;
y así,
tu majestad haga su gusto,
y
repare ese daño
en el
plazo de un año,
y en él
haga experiencia
de la
fe, la lealtad y la obediencia
con que
ha de hallar rendidas,
de sus vasallos las honradas
vidas.
Aqueste parecer de mi fe
arguyo;
ahora
vuestra alteza diga el suyo;
avise
de su intento.
ROSAURA: Sea
como os he dicho.
EMILIO:
Pues, contento
estoy
con esto, el reino se restaura;
¡Viva
la emperatriz, viva Rosaura!
¡Tu
nombre en bronce eterno el tiempo escriba!
¡Viva
la emperatriz! ¡Rosaura viva!
Tocan cajas y vanse
ALDORA:
Suspensa, prima, has quedado.
ROSAURA: No
tengo, Aldora, no tengo
satisfacción de mi suerte.
Aquellos anuncios temo,
y no sé
si he de elegir
algun
ingrato por dueño,
que el
alma que me amenaza
sea
bárbaro instrumento.
Quisiera yo, prima mía,
ver y
conocer primero
estos
caballeros que
mis
vasallos me han propuesto,
y si de
alguno me agrada
el
arte, presencia e ingenio,
saberle
la condición,
y verle
el alma hacia dentro,
el
corazón, el agrado,
discurso y entendimiento,
penetrarle la intención,
examinarle el concepto
de su
pecho, en lo apacible,
o ya
ambicioso o ya necio.
Mas, si
nada de esto puedo
saber, y me he de arrogar
al mar profundo y
soberbio
de
elegir por dueño a un hombre
que ha
de regir el imperio
del
alma con libertad,
o ya
ambicioso, o ya ciego,
¿qué
gusto puedo tener
cuando,
--¡ay Dios!-- me considero
esclava, siendo Señora,
y
vasalla, siendo dueño?
ALDORA:
Discretamente discurres;
mas es imposible intento
penetrar los corazones
y del
alma los secretos.
Lo mas
que hoy puedo hacer
por ti,
pues sabes mi ingenio
en cuanto a la mágica arte,
es
enseñarte primero,
en
aparentes personas,
estos
príncipes propuestos;
y si es
fuerza conocer
las
causas por los efectos,
viendo
en lo que se ejercitan,
será
fácil presupuesto
saber
cuál es entendido,
cuál
arrogante o modesto,
cuál
discreto y estudioso,
cuál
amoroso, o cuál tierno;
y así
mismo es contingente
inclinarte a alguno de ellos
antes
que con sus presencias
tenga
tu decoro empeño,
no atreviéndose a elegir.
ROSAURA: ¡Oh
Aldora, cuánto te debo!
si
hacer quieres lo que dices,
presto,
prima, presto, presto;
pues
sabes que las mujeres,
pecamos
en el extremo
de
curiosas de ordinario.
Ejercita tus portentos;
ejecuta
tus prodigios,
que ya
me muero por verlos.
ALDORA: Presto
lo verás; atiende.
ROSAURA: Con
toda el alma te atiendo.
ALDORA:
¡Espíritus infelices!
que en
el espantoso reino
habitáis por esas negras
llamas, sin luz y con fuego,
os conjuro, apremio y
mando
que
juntos mostréis a un tiempo,
de la
suerte que estuvieren,
a los
príncipes excelsos,
de
Polonia a Federico,
de
Transilvania a Roberto,
de
Escocia a Eduardo, de Francia
Partinuplés..., ¿bastan estos?
ROSAURA: Sí,
prima; admirada estoy.
ALDORA: Ea,
haced que en breve tiempo,
en aparentes figuras,
sean de mi vista objetos.
Vuélvese el teatro y descúbrense los
cuatro de la manera que los nombra
ROSAURA: Válgame
el cielo, ¿qué miro,
hermosa
Aldora? ¿qué es esto?
ALDORA: Éste
que miras galán,
que en
la luna de un espejo,
traslada las perfecciones
del
bizarro, airoso cuerpo,
es
Federico, polonio.
Va señalando a cada uno
Aquéste
que está leyendo
estudioso y divertido,
es
Eduardo, del reino
de
Escocia, príncipe noble,
sabio,
ingenioso y discreto,
filósofo y judiciario.
Aquél,
que de limpio acero
adorna
el pecho gallardo,
es el
valiente Roberto,
príncipe de Transilvania.
El que
allí se ve suspenso
o
entretenido, mirando
el sol
de un retrato bello,
es
Partinuplés famoso,
de
Francia noble heredero,
por
sobrino de su rey,
que le
ofrece en casamiento
a
Lisbella, prima suya;
príncipe noble, modesto,
apacible, cortesano,
valiente, animoso y cuerdo.
Éste es
más digno de ser
entre
los demás, tu dueño,
a no
estar, --como te he dicho--
tratado
su casamiento
con
Lisbella.
ROSAURA:
¿Con Lisbella?
por
eso, Aldora, por eso
me
lleva la inclinación
aquel
hombre.
ALDORA:
Impedimiento
tiene,
a ser lo que te digo.
ROSAURA: ¡Ay
Aldora! a no tenerlo,
otro me
agradara, otro
fuera,
en mi grandeza, empeño
de
importancia su elección;
pero,
si lo miro ajeno,
¿cómo
es posible dejar,
por
envidia o por deseo,
de
intentar un imposible,
aún
siendo sus gracias menos?
Vuélvase el teatro como antes y
cúbrese todo
Ya se
ausentó, y a mis ojos
falta
el agradable objeto
de su
vista, y queda el alma,
¿diré
en la pena o tormento?
digo en
el tormento y pena
de su
ausencia y de mis celos.
ALDORA: No sé
si le llame amor,
Rosaura, a tu arrojamiento,
y
parece desatino.
ROSAURA: Que es
desatino confieso.
ALDORA: ¿No es
galán el de Polonia?
¿no es
el de Escocia discreto,
gallardo
el de Transilvania?
ROSAURA: Si
consulta con su espejo
el de
Polonia sus gracias,
y está de ellas satisfecho;
¿cómo podra para mí
tener,
Aldora, requiebros?
Si es filósofo el de Escocia,
judiciario y estrellero;
¿cómo
podrá acariciarme,
ocupado
el pensamiento
y el
tiempo siempre en estudio?
Y si es
tan bravo Roberto;
¿quién
duda que batirá
de mi
pecho el muro tierno
con
fuerzas y tiranías,
siendo
quizá el monstruo fiero
que
amenaza la ruïna
de mi
vida y de este imperio?
ALDORA: ¿No es
peor estar rendida
a otra
beldad?
ROSAURA:
Es exceso
el que
propones, si sabes
que no
halla el común proverbio
excepción en la grandeza.
Yo lo
difícil intento;
lo
fácil es para todos.
ALDORA: Pues,
emperatriz, supuesto
que
Partinuplés te agrada,
todo
cuanto soy te ofrezco.
Yo haré
que un retrato tuyo
sea
brevemente objeto
de su
vista, porque amor
comience a hacer sus efectos;
ven conmigo.
ROSAURA:
Voy contigo;
desde
hoy en tu dulce incendio
soy
humilde mariposa,
tirano
dios, niño ciego.
Vanse y suena ruido de cazay sale el REY de Francia,
LISBELLA y el CONDE de Partinuplés y
GAULÍN y criados de caza todos
DENTRO: Al
arroyo van ligeros.
OTRO: Por esa
otra parte, Enrico,
Julio,
Fabio, Ludovico.
CONDE: Al
valle, al valle, monteros.
REY: ¡Qué
notable ligereza!
o hijos
del viento son,
o del
fuego exhalación.
CONDE: Descanse,
Señor tu alteza;
baste la caza por hoy.
REY: ¿Vienes
cansada, Lisbella?
LISBELLA: Como
siguiendo la estrella
del
sol, que mirando estoy.
REY: El equívoco me agrada;
ese
sol, ¿soy yo o tu primo?
LISBELLA: Tú,
pues en tu luz animo
la
vida, Señor.
GAULÍN: ¿No es nada
requebritos en presencia
de
quien a ser suyo aspira?
Mas, si
es justo, ¿qué me admira?
REY: Habla,
pues tienes licencia,
Partinuplés, a tu esposa.
CONDE: Cuando
sabe que soy suyo,
ociosa,
Señor, arguyo
toda
palabra amorosa;
porque, a mi entender, no hay mengua
en el
amable discreto,
como
empeñar el respeto
en lo
activo de la lengua.
El
que explica libremente
su
amor, la verdad desdice;
que
siente mal lo que dice,
quien dice bien lo que siente.
Yo,
que la luz reverencio
del sol
que en Lisbella adoro,
por no
ofender su decoro,
la
hablo con el silencio;
que fuera causarla enojos,
con
discursos pocos sabios,
volverla a decir los labios,
lo que
le han dicho los ojos.
REY: Bien
encarecido está,
sobrino, tu sentimiento.
LISBELLA: Y yo,
de oirte contenta,
también
primo, en mí será
el
silencio lengua muda,
que
acredite tu opinión.
Salen dos PESCADORES asidos de una caja
PESCADOR
1: Mía es.
PESCADOR
2: Mayor acción
tengo a su valor, no hay
duda,
pues
te la enseñé; y así,
la
caja, Pinardo es mía.
PESCADOR 1:
Saquemos de esta porfía,
su
alteza, pues está allí;
démosela.
PESCADOR 2:
Soy contento.
REY: ¿Qué es
esto?
PESCADOR 1: Este pescador
y yo
sacamos, Señor,
de ese
espumoso elemento,
esta
caja de una nave
que
pasó naufragio ya;
y por
salvarse quizá,
alijó
su peso grave;
mas,
aunque fue de los dos
hallada, y ambos queremos
su
valor, ya le cedemos
con gusto, Señor en vos.
REY: Dios
os guarde.
Rompen la caja y sacan un retrato de ROSAURA
CONDE: Abrirla
presto;
veremos
qué es.
PESCADOR 1: Sólo hay
un retrato.
GAULÍN:
¡Qué cambray!
CONDE: Echó el
cielo todo el resto
en
su hermosura.
PESCADOR 2: Pinardo,
no
trujimos mal tesoro.
PESCADOR 1: Calla;
que estoy hecho un mozo
de
rabia.
REY:
¡Pincel gallardo!
CONDE: Por
Dios, beldad peregrina
ostenta,
¡ay cielos!
GAULÍN: Extraña,
si
acaso el pincel no engaña.
LISBELLA: Rara
hermosura.
CONDE: Divina;
¿quién será aquesta mujer?
LISBELLA: ¿Es
gusto o curiosidad,
Partinuplés?
CONDE:
¡Qué deidad!
curiosidad puede ser;
que
gusto, fuera de verte,
ni le
estimo ni le quiero.
LISBELLA: Ya
parece lisonjero;
mas
quiero, primo, creerte.
Señor, una R y una A
tiene
aquí; ignoro el sentido.
GAULÍN: Pues
que me escuches te pido.
REY:
¿Sabeslo tú?
GAULÍN:
Claro está.
LISBELLA: Si
habla cualquiera por sí,
en la R dira
reina,
y en la A...
CONDE: En las almas reina.
LISBELLA: De Asia
o África.
CONDE: ¡Ay de mí!
que
es nombre propio imagino.
Puede ser...
GAULÍN: Oíd dos instantes,
los sentidos más galantes
de mi ingenio peregrino.
REY: Di
pues.
GAULÍN:
Llámase romana,
o
rapada o relamida,
rayada,
rota o raída,
rotunda, ratera o rana,
respondona o Rafaela;
Ramira,
ronca o rijosa,
Roma,
raspada o raposa,
risa,
ronquilla o razuela,
o
regatona o ratina.
Y si es
enigma más grave,
el A
quiere decir ave,
y la R, de rapiña.
REY: Como
de tu ingenio es,
la
conclusión de la cifra.
GAULÍN: Pues,
¿mas que no la descifra
Radomonte aragonés
con
más elegancia?
LISBELLA: (Celos Aparte
me está
dando el conde ingrato,
divertido en el retrato.)
CONDE: (¿Qué
es esto que he visto cielos? Aparte
Rendido está a los primores,
de
aquel pincel, mi sentido.)
GAULÍN: Muy
buena hacienda han traïdo
los
amigos pescadores;
bien
puede darles, Lisbella,
su
hallazgo.
CONDE:
Gaulín, desde hoy
sabrá Lisbella que soy
sombra
de esta imagen bella.
GAULÍN: Mira
que de exceso pasa
tu
locura.
CONDE:
(¡Qué rigor! Aparte
disimulemos, amor,
el
incendio que me abrasa.)
LISBELLA:
(¡Qué pague de esta manera Aparte
mi amor
el Conde!... ¿qué haré
cielos?
disimularé
su ocasión.)
DENTRO:
¡Guarda la fiera!
REY:
Aquella voz me convida...
venid,
sobrinos, conmigo.
LISBELLA: Ya
voy.
CONDE:
Yo, Señor, te sigo.
REY: Da el
retrato, por tu vida,
a
quien le guarde. Después
tendréis los dos premio justo.
Vanse
PESCADOR 1: El
saber que es de tu gusto,
es el
mayor interés.
Vase
CONDE: De
mi brazo y de mi aliento
no has
de poder escaparte,
si no
te esconde la tierra;
aguarda, fiera.
GAULÍN: No aguardes.
Sale el CONDE tras una fiera vestida de pieles vale
a dar y vuélvese una tramoya y aparece ROSAURA como
está pintada en el retrato
CONDE: Espera,
monstruo circero.
GAULÍN: ¡Señor,
que es gran disparate!
¡Hombre, que te precipitas
a
morir!
CONDE:
Temor infame,
esto ha
de ser; ¡todo el cielo
me
valga!
GAULÍN:
¡Bizarro lance,
que
buscando una fiera,
una
belleza se hallase
mi amo!
¿Qué más ventura?
¡Y que
yo nunca me halle,
si no
es uno que me mienta,
si no
es cuatro que me engañen,
cuarenta que me apeleen,
cuatrocientos que me estafen!
Sin
duda que esto consiste
en el
ánimo; animarme
quiero
y buscar mi ventura;
ya podrá ser que topase,
en vez
de moza, una sierpe,
y en
vez de un talego, un fraile.
Mas,
¿qué es aquello? mi amo
parece
que está en éxtasis,
o que a lo de resurrexit,
judio
asombrado yace;
yo
quiero ver que resulta
de
suspensiones tan grandes;
que, si
no me engaño, ya
parece que quiere hablarle.
CONDE:
Cuando fiera te seguí,
monstruo, mujer o deidad,
ignorando tu crueldad,
sólo a
un riesgo me ofrecí;
pero ya
descubre en ti
más
peligros mi flaqueza;
pues
cuando de tu fiereza
libre
examiné el rigor,
mal
podré, muerto de amor,
librarme de tu belleza.
Tu
hermosura y tu cautela
se han
conjurado en mi daño;
que una
se viste de engaño,
y otra
a la fiereza apela.
No en vano el temor recela,
dar
riesgos después de verte,
pues de
esta o de aquella suerte,
vienes
a ser mi homicida;
y si,
fiera cruel, das vida;
beldad
piadosa, das muerte.
¿Eres de este valle diosa?
¿eres
ninfa de este monte?
¿cuál
es el sacro horizonte
de tu
aurora milagrosa?
Muda
fiera, enigma hermosa
de
aquel retrato, que al arte
por
tuyo excede, ¿en qué parte
vives,
asistes o estás?
ROSAURA: Si me
buscas, me hallarás.
Desaparece ROSAURA
CONDE: Voy con
el alma a buscarte.
¿Por
qué a mis ojos te niegas,
bello
hechizo, hermoso áspid?
GAULÍN: Vive
Cristo, que a mi amo
le han dado con la del
martes.
CONDE: ¿Por
qué te escondes y dejas
burlada
mi fe constante?
"Si me buscas, me hallarás,"
dijiste, y cuando buscarte
quiero,
ligera desprecias
mis
esperanzas amantes.
¡Qué
haré, cielos! ¿qué he de hacer?
o
respóndedme, o mátadme.
Vase
GAULÍN: En
tanto que el Conde está
dando
suspiros al aire,
he de
buscar mi ventura,
siquiera por imitarle.
Ea, a
la mano de Dios,
venzamos dificultades
de
miedo, si acaso topan
mis dichas en animarme;
que será posible, pues,
a los atrevidos hace
fortunilla los cortijos,
que me
ayude favorable.
Quiero
ver; aquí no hay nada.
Busca, mira por el tablado y sale el CONDE
CONDE: Estos
verdes arrayanes
fueron
de su planta alfonbra,
siendo
del campo plumajes.
¡Vive
el cielo, que estoy loco!
GAULÍN:
Apostaré que dice alguien,
que esto es andar por las
ramas;
mas entre aquellos dos sauces
veo la sombra de un sol,
sin
nubes y con celajes.
Descúbrese ALDORA al otro lado entre unos
árboles
Vive
Dios, que di con él.
Todo el
cielo se me cae
encima,
que llueven glorias.
ésta es
runfla sin descarte,
perla
sin concha, y almendra
sin
cáscara, o ropaje
de
engaños ni de fiereza.
La muchacha es como un ángel.
¡Oh animal el más hermoso
de todos los animales!
CONDE: Aquí he
perdido mi bien,
y aquí, cielos, he de hallarle.
Bosques, fieras, espesuras,
campos, prados, montes, valles,
ríos, plantas, pajarillos,
fuentes, arroyos,
cristales,
decid, ¿dónde está mi
bien?
Vase
GAULÍN: Orlando
furioso, tate;
cada
loco con su tema.
Pues antes, reina, pues antes,
que me dé otro
trascantón.
Vala a coger y vuela y sale un león y coge a
GAULÍN y sale el CONDE
CONDE: ¿Dónde
iré?
GAULÍN:
Cielos, libradme,
ya que
mi amo no quiere.
CONDE: ¿Qué es
esto?
GAULÍN:
Es para la tarde.
Al ir a embestirle se desaparece el
león
CONDE: ¡Oh
fiero león, espera!
desvaneció en un instante
su
espantosa forma.
GAULÍN: ¡Ay Dios!
todo estoy hecho vinagre.
Mira, Señor, si me ha
herido;
que por
estos arrabales
parece
que estoy sudando
aunque
no aromas fragantes.
CONDE: No
estás herido, sosiega.
GAULÍN: ¿De
verdad?
CONDE:
¿He de engañarte?
GAULÍN: No,
pero será posible
que a
ti la vista te engañe,
pero no
el olfato a mí;
no acabo de santiguarme;
¡Jesús
mil veces, Jesús!
¡Qué
tierra de Barrabases
es esta
donde no hallamos
sino
fieras y animales,
que burlen y que aporreen!
CONDEL Confuso
estoy.
Suenan truenos
GAULÍN:
¿Yo cobarde?
pues
mira que truenecitos;
hoy
damos con todo al traste.
¿Si es
Tesalia o la engañosa
de
Circe? estancia agradable;
salgamos presto, Señor,
de
ella; que se cubre el aire
de nubes y exhalaciones.
CONDE: ¿Cómo es posible alejarme
de este sitio, si en él
dejo
del
alma la mayor parte?
GAULÍN: Déjala
toda y partamos;
que al
alma no han de tocarle
en un
pelo de la ropa.
A estos cuerpos miserables
es fuerza que les busquemos
albergue donde se
guarden;
fuera
de que, el rey, tu tío,
y tu
esposa han de buscarte,
y han
de estar perdiendo el juicio
de ver
que así los dejaste.
Rayo es
aquel; ¡Santa Prisca,
Santa
Bárbara, Sant Ángel!
salgamos presto de aquí.
CONDE: ¿Dónde
podrás ocultarte
de la
inclemencia del tiempo?
GAULÍN: Del
tiempo, en ninguna parte;
porque
todo está a cureña
rasa;
mas para librarte
de las fieras de estos montes
esta noche, allí nos hace
del ojo
una nao, que está
varada
en aquel paraje,
que
debieron de dejar
surta
allí los temporales,
y
aunque está desarbolada,
sin
jarcias y sin velamen
para
navegar, al menos
podrá,
esta noche albergarte
de las
fieras, como digo.
CONDE: Tus
miedos han de obligarme
a
perderme.
GAULÍN:
Acaba presto;
mira,
Señor, que es ganarte.
CONDE: Vamos,
si es ganarme.
GAULÍN: Ven;
que de
ti quiero agarrarme.
CONDE: Fiera
hermosa, aunque me voy,
presto
volveré a buscarte.
Vase
FIN DE LA
PRIMERA JORNADA