JORNADA SEGUNDA
Salen el CONDE y GAULÍN su
criado
CONDE:
¡Notable navegación!
si no
pasara por mí,
no
creyera tal.
GAULÍN: Yo sí;
y si
mayor confusión,
--después
de tanto tormento--
es ver
un navío seguro,
sin
piloto, Palinuro,
que sin
embate ni viento,
tan
sosegado tomase
puerto
en esta playa, caso
que
ahora parece acaso.
CONDE: ¡Que se
fuese y me dejase!
GAULÍN: Que
es gran maravilla, pienso,
o
alguna extraña aventura.
CONDE: ¡Qué
prodigiosa hermosura!
GAULÍN: ¿De qué
estás, Señor, suspenso?
CONDE: El
sentido he de perder.
GAULÍN: (Él ha
dado en mentecato). Aparte
CONDE: ¡Oh peregrino retrato,
oh
bellísima mujer¡
GAULÍN:
Señor, que te echas a pique
haciéndole al juicio quiebra;
¿no ves
que te dio culebra,
la
fiera por alambique
vuelta en dama, y que sin duda,
fue
algún espíritu malo?
CONDE: A un
ángel, Gaulín, la igualo;
de ese
pensamiento muda.
GAULÍN: Con eso me desbautizo,
me
enfurezco, me remato;
¿enviaste aquel retrato?
¿no ves
que fue ruido hechizo?
pues
luego ver una fiera,
y transformarse
en mujer,
--aunque no hay mucho que hacer--
¿quién,
sino el diablo, lo hiciera?
Entrarnos en un navio
desarbolado, y al punto
verlo con jarcias, pregunto,
¿quién
pudo hacerlo, amo mío?
no
ver quien lo gobernaba,
quién
lo sacó y guió
hasta
aquí, pregunto yo,
¿quién
lo hizo, Señor?
CONDE: Acaba,
Fortuna.
GAULÍN: ¡Gentil despacho!
¡Linda
urdiembre y mejor trama,
retrato,
nao, fiera y dama,
fortuna.
CONDE:
Calla, borracho.
GAULÍN: ¡Yo
de hambre y sed, vive el cielo!
tengo
ya lánguido el bulto.
CONDE: Ahora,
Gaulín, dificulto
el comer.
GAULÍN:
¡Qué gran consuelo
fuera para mí el hallar
una
santa chimenea!
Mas,
¡vive Dios!, que humea
hacia
allí, no hay que dudar.
CONDE: ¿Qué? ¿Estás loco?
GAULÍN: No estoy
loco.
CONDE: De tu
humor me maravillo.
GAULÍN:
Morirás; hay un castillo
bellísimo.
CONDE:
Espera un poco;
dices bien, yo he de ir allá.
Mirando el CONDE hacia donde estará pintado
un castillo
GAULÍN: Vamos,
aunque sea al abismo.
Contigo, al infierno mismo
no
temeré, claro está;
porque es cierta conclusión,
que
contradición no implica,
que
quien anda en la botica,
ha de
oler al diaquilón.
CONDE:
Entra, pues.
GAULÍN: Ya, Señor, entro,
si
puedo; que el miedo sabio
azoga
el aliento al labio,
mas, él
se quedó allá dentro.
Entran en el castillo y salen ALDORA y ROSAURA
ALDORA: Ya,
en el castillo le tienes;
¿qué
intentas hacer ahora?
ROSAURA: Darme
de mi dicha, Aldora,
venturosos parabienes.
ALDORA: Y en
fin, ¿mañana has de dar
a los
príncipes audiencia?
ROSAURA: Sí,
aunque es vana diligencia,
........................[ -ar].
ALDORA: Pues
ya viene allí.
Mirando a la puerta de la derecha
ROSAURA: Procura
que no
nos vea.
ALDORA: Es error;
ven.
Va[n]se y salen el CONDE y GAULÍN
temblando
GAULÍN:
Buen ánimo, señor,
que
dizque todo es ventura;
mas,
no sé si me resuelva
a
parecer alentado;
porque
aún no se me ha olvidado
el
leoncillo de la selva.
CONDE: Hermosa estancia, Gaulín,
y
vestida ricamente.
Mirando las paredes
GAULÍN: Sí, mas
no hemos visto gente
en sala
ni camarín,
patio, tinelo o cocina;
de su
distrito apacible,
ni un
ápice comestible;
cosa
que me desatina.
CONDE:
¿Hambre tienes?
GAULÍN: Claro está
que es
contrario poderoso;
¿tengo yo cuerpo glorioso,
como
tú, señor? mas ya,
Saquen una mesa sin que se vea quién, con
mucho aparato y ponen una silla arrimada al paño
sin
ver ni oir quién la pone,
silla y
mesa tienes puesta;
grandiosa ventura es esta,
que la
suerte te dispone.
CONDE: Cosas son éstas, Gaulín,
que no le dejan recurso
a la razón ni al discurso,
encaminados a un fin.
Miro
varios accidentes,
cuyas
conjeturas son
para el
alma confusión.
GAULÍN: Lo
mejor es que te sientes.
Todos los medios que has visto,
te guiaron a este
empeño;
come,
no se encoge el dueño
de
casa; por Jesucristo,
agradece el hospedaje,
aunque
sea cumplimiento.
CONDE: No
entiendo tanto portento.
GAULÍN: Come,
pese a mi linaje.
CONDE:
¡Válgame Dios, si no fuera
mi corazón tan valiente!
GAULÍN: No seas
impertinente,
que la
comida te espera.
CONDE: Por
no parecer ingrato,
me
mostraré agradecido.
Mas,
por Dios...
GAULÍN: Ya me he comido
yo con
los ojos un plato.
CONDE Que
escusara el beneficio,
excusado el bienhechor.
GAULÍN: No des
en eso, Señor;
acaba.
CONDE:
Pierdo el jüicio.
GAULÍN:
Siéntate.
Siéntase y quitan la toalla de encima por
dentro de la mesa
CONDE:
Siéntome, pues.
GAULÍN: Y esto,
¿no lo hace el diablo?
pues, por Dios, que no soy
Pablo
ni Onofre; mi amo
es.
Música a fuer; de Señor
te
tratan.
Tocan instrumentos y cantan
CONDE:
Déjame oir.
GAULÍN: Que nos
dejara mugir,
fuera
el regalo mayor.
Canten y coma el CONDE los platos que le sirven por
debajo de la mesa
CONDE:
Dulce engaño, ¿dónde estás?
que
ciego ignoro la parte,
donde
mi amor puede hallarte.
Cantan dentro
[VOZ]:
"Si me buscas me hallarás¯
CONDE: ¿Si
me buscas me hallarás?
el
final de aquella letra,
toda el
alma me penetra.
GAULÍN:
Advierte que cantan más.
Una voz dentro canta
[VOZ]:
"Si acaso ignoras de amor
esta
enigma venturosa,
en la más dificultosa
más se
conoce el valor;
no te
parezca rigor
la duda
que viendo estás.
TODOS:
"Si me buscas me hallarás"
CONDE: Al
alma me hablan; gran día,
Gaulín,
para ti.
Comiendo el CONDE siempre
GAULÍN: Es preciso,
si
lleno esté paraíso.
CONDE: Come
éste; por vida mía;
pues
esta licencia da,
el ver
que nadie nos ve.
Apártale una empanada que estará a
una esquina de la mesa
GAULÍN: Dios te
dé vida; que a fe,
que la
deseaba ya.
Al tomarla, ábrela y salen cuatro o seis
pájaros vivos de ella
¿Qué
es esto? burla excusada;
luego
que empanada vi,
por
Dios vivo, que temí
que me daban, en pan, nada.
CONDE:
Pues, ¿qué fue?
GAULÍN: Nada presumas
que
fue, pues en un momento,
los pájaros en el viento
forman abriles de plumas;
volaron, en
conclusión.
Bebe el CONDE y al darle el vaso a GAULÍN se
lo quitan de la mano
CONDE:
Brindis.
GAULÍN;
Salutem et pacem,
aunque
sin razón me hacen,
digo
que haré la razón.
CONDE: ¿Qué
es esto?
GAULÍN: Qué puede ser
sino la mala ventura
que me
sigue y me procura
desbautizar y ofender?
¿Soy
zurdo, o soy corcovado?
¿cómo
me tratan así?
CONDE: Come,
Gaulín, come aquí
en este
plato, a este lado.
Pásase GAULÍN al otro lado
Huéspedes somos los dos;
quizá
aquí estarás seguro.
Al comer del plato que le aparta el CONDE se lo
quitan de la mano
GAULÍN: ¡Oh
maestresala perjuro,
quien
te viera! ¡Vive Dios,
que
este es rigor inhumano!
CONDE: Calla,
y el semblante alegra.
GAULÍN: Pues
lleve el diablo a mi suegra;
¿soy
camaleón cristiano?
¿para esto nos han traïdo?
mal
haya, amén, la venida.
Vuelven a cantar
CONDE:
¿Cantan? oye, por mi vida.
GAULÍN: Oye tú, pues has comido.
Música dentro
[VOZ]:
"Probé lágrimas vertidas
y
enjutos ojos serenos,
y sé
que no cuestan menos
lloradas que detenidas."
CONDE:
Buscaré; pues que me animan,
esta
dicha.
GAULÍN:
De la mesa
he de
tomar esta presa;
Al ir a meter la mano en el plato se la agarran
¿por
qué? ¿por qué me lastiman?
¿qué te he hecho? ¿qué te he hecho,
mujer, hombre o
Satanás?
Suéltanle la mano, levántase el CONDE
y quitan la mesa
¿No
comes más?
CONDE:
Ya no más.
GAULÍN: Hágate
muy buen provecho.
Tú
has comido; y, ¡ay del triste
que
está en ayunas!
CONDE: ¡Prodigios
me
suceden!
GAULÍN:
Vive Dios,
que
estoy hambriento y mohino.
Ya es de noche y encerrados
en esta trampa o castillo
estamos, sin luz, sin camas;
por
Dios, que pierdo el jüicio;
parece,
señor, que adrede,
aún mas
presto ha anochecido
que
otras veces.
CONDE: No te aflijas.
GAULÍN: ¡Gran
flema! ¡gentil alivio!
encerrados y sin luz;
sin
saber la parte o sitio
dónde estamos; claro está
que
este es encanto o hechizo
del
Demonio, o por lo menos
estamos
entre enemigos
de la
fe.
CONDE: Aunque sean demonios,
resistirlos.
GAULÍN:
¿Resistirlos?
yo no
estoy para reñir,
y tengo
el bulto vacio,
y no haré más; ¡Dios me valga!
Sale ROSAURA a oscuras y tropieza al salir
ROSAURA:
Tropecé, ¡Dios sea conmigo!
GAULÍN: No tan
malo; ¿oyes, Señor?
Temblando GAULÍN, con miedo
A Dios
nombró.
CONDE: Ya lo he
oido;
¿quién
va allá?
ROSAURA:
¿Quién habla aquí?
CONDE: Un
hombre.
ROSAURA:
Pues ¿qué motivo
le ha traïdo a profanar
de mi
palacio el retiro?
CONDE: La Ocasión.
ROSAURA:
¿De qué manera?
CONDE: Yo lo
ignoro, por Dios vivo.
ROSAURA: Pues, ¿quién
os trujo?
CONDE: No sé.
ROSAURA: ¿Qué
buscáis?
CONDE:
Un laberinto.
ROSAURA: Y,
¿quereis salir de él?
CONDE: Sí,
si vos me dais luz e hilo.
ROSAURA: Ahora
bien; sosegaos, Conde.
CONDE:
¡Válgame Dios! ¿quién os dijo
quien
soy?
ROSAURA:
Quien lo sabe.
CONDE
Basta;
que
digáis, os suplico,
quién
sois.
ROSAURA:
Soy una mujer
que os
quiere.
CONDE:
El favor estimo.
GAULÍN: ¡Plegue
a Dios que por bien sea!
ROSAURA: Ya, que
le paguéis aspiro.
CONDE: Si
aspiráis a eso, no
desluzgáis el beneficio
en
ocultaros de mí.
ROSAURA: El
ocultarme es preciso
por
algún tiempo.
CONDE: Es rigor.
ROSAURA: Es
fuerza.
CONDE: ¡Oh qué barbarismo!
¿Queréisme bien?
ROSAURA: Os adoro.
CONDE: Pues,
¿qué teméis?
ROSAURA: A vos mismo.
CONDE: ¿No
sois digna de mi amor?
Decid.
ROSAURA:
Sugeto sois digno
de
mucho amor.
CONDE:
Pues, ¿por qué,
cuando
me tenéis rendido
en vuestro poder y estáis
satisfecha de lo dicho,
me
negáis vuestra hermosura,
privando el mejor sentido
del
gusto en su bello objeto?
ROSAURA: No
apuremos silogismos;
confieso que es el más noble;
más
pronto, más advertido
que los
demás; pero yo,
para
acrisolar lo fino
del oro de vuestra fe,
árbitro
hago el oïdo
en su
jüicio, afianzado
de mis
dichas lo propicio
con
misterioso decoro;
demás que ya me habéis visto
y os he
parecido bien.
CONDE: ¿Yo?
¿cuándo?
ROSAURA:
No he de decirlo;
tiempo
vendrá en que sepáis
quién
soy y lo que os estimo.
GAULÍN: (Brava
maula; ¡vive Dios! Aparte
que lo
cogió al esportillo.)
CONDE: ¿Que al
fin, no queréis que os vea?
ROSAURA: No
puedo.
CONDE:
¡Raro capricho!
ROSAURA: Conde,
creedme y queredme.
Ciego
es amor.
CONDE:
Ciego y niño,
cuya
materia alimenta
los
espíritus visivos
de dos
que se corresponden.
ROSAURA: Débaos
yo haberme creído,
pues me
debéis lo que os quiero.
CONDE: ¿No me
obligáis?
ROSAURA: Sí, os obligo
ahora
descansad; el lecho
os
espera.
CONDE: No es alivio
el
lecho para quien tiene
tan
desvelado el jüicio.
ROSAURA: Pues
que os desveléis me importa;
que
para cierto designio,
os he
después menester.
CONDE: Si
valgo para serviros,
dichoso
yo; ahora estaré
contento y agradecido.
ROSAURA: Ea,
entráos a reposar,
que una
antorcha os dará aviso,
seguidla.
CONDE:
Esperad, oid.
ROSAURA: No
puedo, adiós.
Vase
CONDE: ¿Has oïdo
lo que
me pasa, Gaulín?
GAULÍN: Y estoy
temblando de oirlo.
CONDE: ¿Quién será aquesta mujer?
GAULÍN: Bruja,
monstruo o cocodrilo
será,
pues tanto se esconde...
allí
viene el hacha; asido
de tí
me tengo de entrar.
CONDE: La luz
por mi norte sigo.
GAULÍN: Yo la
tuya por mi sol.
Sale ALDORA con una hacha y va guiando al CONDE y
al entrarse GAULÍN; ella le agarra
ALDORA: ¿Dónde
vas tú?
GAULÍN:
¡San Patricio!
donde
su mercé mandare;
siguiendo iba cierto amigo,
a quien
un ángel o un cielo
hoy
hace amigable hospicio.
Mas,
dónde su mercé está,
(Virtud
quiero hacer el vicio, Aparte
¡Oh
gran necedad del miedo!
no he menester, imagino,
más favor.)
ALDORA:
¿Ángel o cielo?
GAULÍN: Sí,
Señora.
ALDORA:
¿Habéisla visto?
GAULÍN: No,
Señora.
ALDORA:
Siempre habláis
de
cabeza.
GAULÍN: Pues, ¿qué he dicho?
ALDORA: Nada;
que rata, ratera,
Roma,
raída, ronquillo...
GAULIN: ¡Oh!
ALDORA:
Raposa, raída, rana,
relamida...
GAULÍN:
¡San Remigio!
ALDORA: ¿No es
esto hablar?
GAULÍN: Do, re, fa,
mi, sol
--la piedad te pido--;
un
rastrojo, un remendón,
un
repostero, un rengifo,
un
repollo.
ALDORA:
Bien está.
GAULÍN: Y tu
esclavo...
ALDORA: Ven conmigo;
que de
todas estas erres
has de
llevar un recibo.
GAULÍN:
¿Relámpagos a estas horas?
sobre
mi dio el remolino.
Vanse y salen EMILIO y ROBERTO de Transilvania
ROBERTO: Como
quien dice amor dice impaciencia;
hoy,
que Rosaura hermosa nos da audiencia,
a esta
justa de amor, aventurero
vengo,
Emilio, el primero.
EMILIO: Quien
primero en grandezas siempre ha sido
primero, claro está, será elegido.
ROBERTO: No me
prometo de mis dichas tanto.
Sale FEDERICO de Polonia
FEDERICO: ¡Si me
premiase amor, pues sabe cuánto
lo
deseo!
Sale EDUARDO de Escocia
EDUARDO:
De amor los tribunales,
solicitamos hoy con memoriales.
FEDERICO: ¿Qué
hay, famoso Roberto?
ROBERTO: De amor
al triunfo incierto,
tres
concurrimos; ¡lance peligroso!
FEDERICO: Si el
mérito se advierte,
yo
estoy desconfïando de mi suerte.
ROBERTO: Pues,
si el común proverbio mi fe es fuerza
yo,
príncipe, seré feliz por fuerza;
si al
fin, como mujer, Rosaura elige,
si ya no es que deidad mayor la
rige.
EMILIO:
Caballeros, su alteza.
Salen ROSAURA, ALDORA y acompañamiento
FEDERICO: ¡Qué
majestad!
EDUARDO:
¡Qué garbo!
ROBERTO: ¡Qué belleza!
EMILIO: Aquí
están, gran Señora,
los príncipes heroicos.
ROSAURA: ¡Ay Aldora,
que han de cansarse en
vano!
EMILIO: El
escocés, polonio y transilvano.
ALDORA: No excuses agasajos repetidos.
ROSAURA: Sean
vuestras altezas bien venidos.
ROBERTO: Quien
ya os pudo ver, no se ha excusado
de ser
en cualquier tiempo bien llegado.
ROSAURA: Lisonja
o cortesía,
es de
estimar; sentaos, por vida mía.
Después de haberse asentado ROSAURA, van
tomando asientos diciendo cada uno estos versos
cogiéndola en medio
EDUARDO: A tal
precepto, mi obediencia ajusto.
ROBERTO: Soy
vuestro esclavo.
FEDERICO: Obedecer es
justo.
ROSAURA:
Supuesto que el rüido
de la
fama ligera os ha traído,
¡oh
príncipes excelsos! que la fama
clarín
es ya que llama,
por
dote o por belleza, al casamiento,
y el
mío solicita vuestro intento,
cualquiera digresión es excusada;
admitiros me agrada,
sea el
buscarme gusto o conveniencia;
hablad.
ROBERTO:
¡Qué gran valor!
EDUARDO: ¡Qué gran prudencia!
ROBERTO: Habla
tú, Federico.
FEDERICO: Por no
ocupar el tiempo, no replico.
Yo soy,
Rosaura hermosa,
Haciendo la cortesía se levanta
de la
provincia fértil y abundosa
de Polonia heredero;
no con
riquezas obligaros quiero,
párias
de plata y oro;
aunque
es grande el tesoro
que hoy
dispende mi padre Segismundo
por el
mayor del mundo;
que el
más rico, según mi sentimiento,
es el
vivir pacífico y contento,
de su
reino leal obedecido,
de todos los extraños bien querido.
Yo, pues, como publico,
soy,
Señora, el polonio Federico.
Esto
que soy, a vuestra alteza ofrezco,
y sé
que no merezco
aspirar
a la gloria
de
estar un solo instante en tu memoria;
mas,
básteme la dicha que interesa
mi fe,
con oponerse a tanta empresa.
EDUARDO: Mi
nombre es Eduardo,
Levántese y hace cortesía
mi reino Escocia, que en la gran Bretaña
se
incluye, a quien el Talo, poco tardo,
de
perlas riega, de cristales baña;
cerca
le asiste el irlandés gallardo,
provincia
hermosa, que, sujeta a España
participa feliz de su grandeza,
esfuerzo, armas, virtud, valor, nobleza;
no
dilatado mucho, mas dichoso
por la
fertilidad, riqueza, asiento,
belleza
y temple de su sitio hermoso,
por
suyo a vuestra alteza lo presento;
poco
don, pero muy afectuoso,
y si
igualarle a mi deseo intento,
a todos
los del uno, al otro polo
no hay
duda, excederá su valor solo.
ROBERTO: Yo
soy, bella Emperatriz,
aquel
prodigio a quien llama
Alcides
fuerte la Europa,
invencible Marte el Asia;
cuyos
hechos tiene impresos
el
tiempo en la eterna España
de las
memorias, porque
se
inmortalicen preclaras
las
mías, asunto ilustre
de la
voladora fama,
que hoy noticiosa ejercita
plumas, ojos, lenguas,
alas,
vista, relación y
vuelo
en
publicar alabanzas
a mi
nombre; finalmente,
Roberto
de Transilvania
soy,
cuyo famoso reino
en sus
términos abarca
cuatro
grandiosas regiones,
que son
Valaquia o Moldavia,
que todo es uno, la Servia,
la Transilvania y
Bulgaria,
reinos
distintos que incluye
el gran
imperio de Dacia.
De estos, pues, soy heredero,
hermosísima Rosaura;
hijo
soy de Ladislao
y de
Aurora de Tinacria,
y más,
me precio de ser
inclinado a lides y armas
que de los reales blasones
de sus ascendencias
claras;
pues
ya, diez y siete veces
me ha
mirado la campaña
armado,
sin que me ofenda
de
enero la fría escarcha,
de
julio el ardiente sol,
con su
hielo o con sus llamas.
Tiembla
África de mi nombre,
sabe mi
esfuerzo Alemania,
Dalmacia teme mi brío,
venera
mi aliento España.
Perdona
si te he cansado
en mis
propias alabanzas;
que no
suele ser vileza,
cuando
a las verdades falta,
tercero
que las informe,
razones
que las persuadan.
Yo, pues, Rosaura divina,
ese
imperio y el del alma,
libre a
tu belleza ofrezco,
rendidas sus arrogancias,
sujetas sus bizarrías,
sus vanidades postradas;
justo rendimiento, pues
eres deidad soberana.
ROSAURA:
Príncipes valerosos,
estimo
los intentos generosos
que han a vuestras altezas
obligado,
puesto
que asunto soy de su cuidado,
y en
tan justo afecto se acrisola;
y
quisiera tener, no un alma sola,
sino
tres que ofreceros con la vida;
que es
bien que al premio el interés se mida
por
deuda o cautiverio;
mas no
tengo más de una y un imperio
que ofrecer a los tres. La
elección dejo
a los de mi Consejo;
esto se
mirará con advertencia
de mi
decoro y vuestra conveniencia;
y
puesto que ninguno ha de ofenderse,
despacio podrá verse
el que
ha de ser mi dueño.
Levántanse todos
ROBERTO: Soy
contento.
EDUARDO: ¡Claro
ingenio!
FEDERICO:
¡Divino entendimiento!
Sea
como lo ordenas.
EDUARDO: Tu precepto
es ley
en mi respeto.
ROSAURA:
Quedaos; que no quiero deteneros.
Van acompañándola hasta la puerta
representando siempre
ROBERTO: Señora,
en todo es justo obedeceros,
Vanse la princesa ROSAURA por su puerta y los
demás
por otra y salen el CONDE y GAULÍN
CONDE: ¿Qué
dices?
GAULÍN:
Digo que oí
lo que
te he dicho.
CONDE: No sé;
¿Constantinopla?
GAULÍN: Eso fue.
CONDE: ¿Que es
Constantinopla?
GAULÍN: Sí.
CONDE: ¿Tú,
en fin, estás bien
hallado?
GAULÍN: ¿No he
de estar, si duermo y como
sin
pagarle al mayordomo
distribución ni cuidado?
CONDE: De mis
dichas participas.
GAULÍN: Claro
está y tener procuro
en mi
estómago a Epicuro
y a Heliogábalo en mis tripas;
yo no sé por dónde
viene,
quién lo guisa o quién lo da;
mas sé
que en entrando acá
es
bueno el sabor que tiene.
Guarde Dios cierta marquesa,
que no
veo, sin embargo
que
tomó muy a su cargo
las
expensas de mi mesa
desde la noche que entramos;
pero,
dejando esto aparte,
he
querido preguntarte
mil
veces, no sé si estamos
seguros de qué nos dio;
escucha
a fuer de convento,
¿cómo
te hallas?
CONDE: Muy contento.
GAULÍN: ¿Viste
ya la tal mujer?
CONDE: No.
GAULÍN: ¿Qué
dices?
CONDE:
Lo que te digo.
GAULÍN: Pues,
¿por qué?
CONDE: Porque no quiere.
GAULÍN: ¿Amante
de miserere
te
has hecho?
CONDE:
Mis dichas digo.
GAULÍN: ¿Y
la quieres bien?
CONDE: La adoro.
GAULÍN: ¿Sin
verla, Señor?
CONDE: Sin vella.
GAULÍN: ¿Y
Lisbella?
CONDE:
No hay Lisbella;
perdóneme su decoro.
GAULÍN: Y,
¿el retrato y fiera?
CONDE:
Espera;
vengo
Gaulín, a entender
que es
esta hermosa mujer
mi
bella adorada fiera;
porque haciendo reflexión,
de los
sucesos pasados
en la
memoria y notados
equívocos y canción,
y
otras mil cosas, es ella.
GAULÍN: Ésa es
ignorancia clara,
porque
no se te ocultara,
siendo
una mujer tan bella.
CONDE: Con
fe de que la he querido,
sea o
no sea.
GAULÍN:
Bien mirado,
tú
estás muy enamorado,
pero
muy mal avenido.
La
fiera no es maravilla
querer;
mas, ¿quién no se pasma
de que
ames una fantasma,
buho,
lechuza, abubilla,
sin
saber si es moza o vieja,
coja,
tuerta, corcovada,
flaca,
gorda, endemoniada,
azafranada o bermeja?
por
Dios, que es un desaliño
de los
más lindos que vi.
CONDE: Yo
adoro, Gaulín, allí
un
espíritu divino.
GAULÍN:
¡Espíritu! guarda fuera.
CONDE: Un
entendimiento claro,
un
ingenio único y raro,
de quien mi fe verdadera
hoy
se halla tan bien pagada,
que
aprehende y con razón,
que es
la mayor perfección
su
hermosura imaginada;
igual al entendimiento
será
toda, es evidencia.
GAULÍN: Yo
niego la consecuencia
y
refuto el argumento,
pues
jamás oí igual cosa,
ni es
posible que se vea;
siempre
la discreta es fea
y
siempre es necia la hermosa.
CONDE: Si
de iguales perfecciones
consta
la hermosura; ella
es la
más discreta y bella.
GAULÍN:
Disparate, aunque perdones;
tú
la miras con antojos
de
hermosura.
CONDE:
El alma ve,
y el
alma ha de hacer más fe
que el
crédito de los ojos.
GAULIN: ¡Qué hayas dado en inocente!
Ya la noche se ha llegado;
yo me
acojo a mi sagrado.
CONDE: Parece
que siento gente.
GAULÍN: Es
fuerza, que ha anochecido.
Yo temo
que me han de dar
mil
palos y he de pagar
por lo
hablado, lo comido.
CONDE:
Calla, necio.
GAULÍN: Ya me voy.
Adiós,
¡oh que miedo llevo!
hoy me
ponen como nuevo.
Vase y sale ROSAURA
ROSAURA: ¿Conde?
CONDE:
¿Quién me llama?
ROSAURA: Yo soy.
¿Cómo te hallas desde anoche?
CONDE: Como
quien libradas tiene,
en tu
amor las esperanzas
de su
vida o de su muerte;
como
quien vive de amarte,
como
quien sin verte muere,
y entre
la gloria y la pena
el bien
goza, el mal padece.
Pues si
nada de esto ignoras,
pues si
todo esto aprendes,
¿cómo a mis ojos te niegas?
¿has juzgado, --acaso--
aleves
las lealtades, los efectos
de mis verdades corteses?
que si es así, vives
tú,
dueño
amado, que me ofendes
en
imaginarlo, aún más
que me
obligas con quererme.
ROSAURA: Conde,
amigo, Señor, dueño,
aunque
pudiera ofenderme
de tu
poca fe, después,
de tan grandes y solemnes
juramentos, como has hecho,
de no hablar con esa leve
materia, ni procurar
de
ninguna suerte verme
hasta
que ocasión y tiempo
nuestras cosas dispusiesen,
préciome tanto la tuya;
¡oh
Conde! y tanto me debes,
que
disculpo lo curioso
de tu deseo impaciente,
con los achaques de amor,
que en ti flaquezas
parecen.
A la
fuerza de tus quejas,
he
satisfecho mil veces
con decirte que soy tuya
y que
presto podrás verme;
--o sea
razón de estado,
o
forzosos intereses
de mi
voluntad, o sea
prueba de mi corta suerte--.
Hagan más crédito en ti
de amor las hidalgas leyes,
que el antojo de un
sentido,
a quien
no es justo deberle
crédito
tal vez los cuatro.
Supuesto que engaña y miente;
los
demás están despiertos,
y si
ahora la vista duerme,
no quieras
que por mi daño
y por
el tuyo despierte.
Esto,
Conde, importa ahora;
bien es
que tu amor se esfuerce
en las
dudas, que el valor
nunca en ellas desfallece.
Y
porque veas que yo,
aún
siendo forzosamente,
por mujer, más incapaz
de aliento, más flaca y
débil;
fío más de tus verdades
y de la fe que me
tienes,
que tú
de mí te aseguras,
quiero
revelarte, --advierte--
un
secreto, confïada
en que
indubitablemente
te
volveré a mis caricias
victorioso, ufano, alegre.
Francia
está en grande peligro,
el
inglés cercada tiene
a París, del Rey, tu tío,
famosa
corte eminente.
Ha
sentido el Rey tu falta,
--como
es justo--, pues no puede,
sin tu
valor, gobernar
su desalentada gente.
Ésta,
Conde, es ocasión
que
dilación no consiente;
ve a
favorecer tu patria,
haz que
el enemigo tiemble,
que se sujeten sus bríos,
que su
arrogancia se enfrene;
prueba
es ésta de mi amor,
pues
siendo el gozarte y verte
mi
mayor dicha, procuro,
Partinuplés,
que me dejes,
porque
quiero más tu honor
que los
propios intereses
de mi
gusto; esto es amarte.
Al
arma, pues, héroe fuerte;
ea, gallardo francés,
ea,
príncipe valiente,
bizarro
el escudo embraza,
saca el
acero luciente,
da
motivo a las historias
y a tu
renombre laureles.
Al arma
toca el honor;
la fama
el ocio despierte,
el
triunfo llame a las glorias
de tus
claros descendientes;
pueda el valor más en ti
que de
amor los accidentes;
desempeña belicoso
la
obligación de quien eres;
porque
yo te deba más
y porque el mundo celebre
mis finezas y tus bríos,
que unas triunfan y otras
vencen.
CONDE: (Entre
el amor y el temor, Aparte
no sé
lo que me sucede.)
Al fin,
Señora, ¿que Francia
está en
peligro eminente?
ROSAURA: No hay
duda, Conde; al remedio.
CONDE: Si tú
me animas, ¿qué teme
mi
amor? Mas, ¿podré llegar
a
tiempo, cuando tan breve
remedio
pide el peligro?
ROSAURA: Eso,
Conde, es bien que dejes
a cargo
de quien dispone
tus cosas; en ese puente
del
río, que este castillo
foso de
plata guarnece;
hallarás armas, caballo,
y quien te encamine y lleve
en breve espacio.
CONDE: ¿Que al fin
te he de dejar? ¡Lance fuerte!
ROSAURA: Esto
importa por ahora;
tiempo
queda para verme,
si acaso mi amor te obliga.
CONDE: Haz de
mí lo que quisieres.
ROSAURA: ¿Sabes que me debes mucho?
CONDE: Sé que
he de pagarte siempre.
ROSAURA: ¿Sabes
que el alma me llevas?
CONDE: Sé que
he de morir sin verte.
ROSAURA: ¿Serás
mío?
CONDE:
Soy tu esclavo.
ROSAURA: ¿Serás
firme?
CONDE:
Eternamente.
ROSAURA:
¿Olvidarasme?
CONDE:
Jamás.
ROSAURA:
¿Volverás con gusto?
CONDE: Advierte
que sin
tí, no quiero vida.
ROSAURA: Pues,
adiós.
Vase
CONDE: Adiós.
Si excede
la
obligación al amor,
en mi
ejemplo puede verse;
pues
hoy, porque mi honor viva,
me
solicitó la muerte.
Vase
FIN DE LA
SEGUNDA JORNADA