JORNADA TERCERA
Sale el CONDE y GAULÍN diciendo dentro
GAULÍN:
Para, para, tente, espera,
Pegaso
o Belerofonte
del
infierno. Vive Dios,
Sale
que
temí que de este golpe,
dábamos
en el profundo.
Lástima
es que se malogre
aquel
triunfo, con volvernos
tan
presto a ser motilones
de este
convento de amor,
donde
servimos a escote
por la
comida.
CONDE:
¡Ay Gaulín!
GAULÍN: No te
quejes, no provoques
el
cielo; pues tú lo quieres.
CONDE: Está mi
gusto tan dócil,
tan sujeto, tan rendido
a esta
mujer, no lo ignores,
que
aunque ella no lo trujera,
como
ves, yo hiciera entonces
alas de
mi pensamiento,
y viniera a sus prisiones
satisfecho y obediente.
GAULÍN: No sé
qué hermitaño monje
pueda
amar la reclusión
como
tú; guarda no obre
mi
relación, pues Lisbella
sabe
los tales amores
y queda
hecha un basilisco.
No sé
cómo te dispones
a
olvidarte de tu prima.
CONDE: Ya,
Gaulín, no me la nombres;
por
este imposible muero.
GAULÍN: Quiera
Dios que no le llores
con
ambos ojos después.
¡Qué
necios somos los hombres!
Con una
sola engañifa,
con una
lágrima, un voyme
que nos
hace una mujer,
--¡oh quién las matara a coces
a todas!-- nos despeñamos;
no hay razón que nos reporte,
cera se
hace el que es diamante,
y el
que es de acero, cerote.
¡Oh
cual quedaría Lisbella,
--Válgame Señor San Cosme--
viendo nuestra fuga!
CONDE: ¿Qué hay?
GAULÍN:
¡Notables resoluciones!
Ya
estás en tu propia esfera.
CONDE: Bien la
suerte lo dispone,
pues llego
al anochecer
al
castillo.
GAULÍN:
Señor, ¿oyes?
algo
tienen de Noruega
estos
obscuros amores;
pues de
la luz de tus días,
no
gozas más de las noches.
CONDE: ¡Quién
saliera de estas dudas!
Ciega
tengo de pasiones
el alma
y lleno el sentido
de
penas.
GAULÍN:
Pues ya es de noche;
¿cómo
el ángel de tinieblas
no sale
a hacerte favores?
que ya
sabrá que has venido.
Mas
escucha, pasos se oyen
en esta
cuadra, chitón;
pongo a los labios seis
broches.
Sale ROSAURA
ROSAURA: ¿Conde,
mi Señor?
CONDE: ¿Mi dueño?
ROSAURA: Dame
tus brazos.
Abrázanse
CONDE: Prisiones
dulces y dichoso yo.
ROSAURA: Hoy, de
mi jardín las flores,
vi
alegres más que otras veces,
y dije,
"Bien se conoce
mi dicha, pues que mostráis
tan
vivos vuestros colores
dando
al Conde bienvenidas."
Luego,
en los ramos de un roble
alternaba un ruiseñor
celos,
dulzuras y amores;
y dije, oyendo su canto,
"¡Qué bien das en tus
canciones
la bienvenida a mis
dichas!"
Oí el
murmureo conforme
de una
fuente que en cristal
desatadas perlas corre,
y viéndola tan risueña,
dije,
"Bien se reconoce
que
anuncias en tu alegría
de mis dichas los favores,
pues tan ufana te ríes
y tan
linsojera corres."
No fue
engaño del deseo,
pues
quiere el cielo que goce
la
mayor gloria, que es verte.
¿Cómo te has hallado?
CONDE: Oye:
como sin el sol el
día,
como
sin luces la noche,
como
sin fulgor la aurora,
triste,
tenebrosa y torpe.
Tú,
¿cómo has estado?
ROSAURA: Escucha:
como
sin lluvia las flores,
como sin flores
los prados,
como sin verdor los montes,
suspensa, afligida y
triste.
GAULÍN: ¡Qué gastan de hiperbatones!
Infeliz lacayo soy,
pues he prevenido el orden
de la falsa, no
teniendo
dama a
quien decirle amores.
Descuidóse
la poeta.
Ustedes
se lo perdonen.
ROSAURA:
Siéntate y dime el suceso
de tu
victoria.
GAULÍN:
¿Es de bronce
mi amo?
Siéntanse en unas almohadas de estrado
CONDE:
Oye pues.
ROSAURA: Ya escucho.
Sorda
estés, Dios me perdone.
CONDE:
Partimos, como ordenaste,
yo y Gaulín en dos veloces
hipogrifos, si no
fueron
dos
vivas exhalaciones.
A París
hallé cercada
de
enemigos escuadrones,
alegres
porque la miran
sin
resistencia que importe;
porque
mi tío, aunque hacía,
ya con
ruegos, ya con voces,
oficio
de general,
poniendo
su gente en orden,
sin
valor ni resistencia
se
hallaban sus años nobles,
por
tantas causas rendidos
del
tiempo a las invasiones.
Rompí del campo enemigo
la
fuerza y tomando el nombre
del
ejército francés,
procuro
que su desorden
se
reduzca a mi valor,
pudiendo en sus corazones
tanto
mi valiente afecto,
que en
tres horas vencedores
nos
vimos de la arrogancia
de los
escoceses y bretones.
Llegó
mi tío y Lisbella,
y
viéndome, --no te enojes--
él
contento, ella admirada
de
verme... atiende... --¡durmiose!--
Digo,
pues; ¿oyes, Señora?...
¡qué ocasión, Gaulín!
GAULÍN: Pues, Conde,
no la
pierdas, que es locura.
CONDE: Por
salir de confusiones
vive
Dios, que a tener luz,
intentara,
aunque se enoje,
saber... ah, Señora, ¿duermes?
GAULÍN: ¿A qué
aguardas? ¿a que ronque?
¿es
bodegonera acaso?
en
aquellos corredores
se
determina una luz;
¿voy
por ella?
CONDE:
Sí, no; ¿oyes?
vuela;
mas no.
Levántase
GAULÍN: Acaba ya;
¿no es mujer y tú eres
hombre?
¿te ha de matar?
CONDE: Dices bien;
ve por
ella.
GAULÍN:
Resolvióse;
salgamos de esta quimera.
Vase
CONDE: ¡Gran
yerro intento, pasiones!
a mucho
obliga un deseo
si tras
un engaño corre;
¿es posible que yo,
--¡Cielos!--
falte a mis obligaciones
por lisonjear mi gusto?
Sale GAULÍN con una vela encendida
GAULÍN: Ésta es
la luz.
CONDE:
Acabóse;
en esta
curiosidad
sé que
mi muerte se esconde;
mas ya,
estoy en la ocasión;
de esta
vez mi fe se rompe...
Dame
esa bujía.
GAULÍN: Toma.
CONDE:
Venzamos, amor, temores.
¡Válgame Dios, qué belleza
tan
perfeta y tan conforme!
Excediose todo el cielo,
extremando los primores
de
naturaleza en ella.
¿No ves
la fiera del bosque,
Gaulín?
GAULÍN:
Admirado estoy;
¡qué
divinas perfeciones!
CONDE:
Bella esfinge, aún más incierta
después
de verte, es mi vida;
a
espacio matas dormida,
aprisa
vences despierta.
Confusa
el alma concierta
sus
daños anticipados;
que si
males ignorados
un sol
el pasado advierte,
ya para
anunciar mi muerte
dos
soles miro eclipsados.
Hermosísimo diseño
del
soberano poder,
¿de qué
te ha servido hacer
en
negarte tanto empeño?
¡Oh,
bien haya, amén, el sueño,
que suspendió tus cuidados!
Engaños son excusados;
que arguye malicia
clara,
querer
esconder la cara,
si
matas a ojos cerrados.
ROSAURA:
Prosigue, Conde, prosigue...
Medio dormida
¡Ay
Dios! ¿Qué es esto? Engañome
tu
traición. ¿Qué has hecho, ingrato?
Levántase
GAULÍN: Hija en
casa y malas noches
tenemos.
ROSAURA:
Mal caballero,
¿conmigo trato tan doble?
Falso, aleve, fementido,
de humildes obligaciones;
¿qué atrevimiento esforzó
tu
maldad a tan disforme
agravio, engañoso, fácil?
Sale ALDORA
ALDORA: ¿Qué
tienes? ¿por qué das voces,
Rosaura
hermosa? ¿qué es esto?
ROSAURA: Aldora,
a ese bárbaro hombre
haz
despeñar, por ingrato,
traidor, engañoso enorme.
Muera
el Conde; esto ha de ser,
aunque
a pedazos destroce
el
corazón que le adora,
con
puros afectos nobles.
Esta es
forzosa venganza,
aunque
la pena me ahogue;
porque
ya sin duda advierto,
pues malogré
mis favores,
que del
vaticinio infausto
es
dueño el aleve Conde.
Muera
antes que lo padezca
mi
imperio; desde esa torre
hazle
despeñar al valle;
pues
ofendió con traiciones
tanto
amor.
ALDORA:
¡Ofensa grave!
Es
francés, no es bien te asombre;
que
jamás guardan palabra.
CONDE:
Oye.
ROSAURA: No
hay satisfaciones
a tal
traición, a tal yerro.
GAULÍN: Por
Dios, que tú la reportes,
Señora.
ROSAURA:
¿También tú hablas,
crïado
vil?
GAULÍN: Sabañones;
¡mal
haya mi lengua, amén!
CONDE: Ya que
el castigo dispones,
advierte...
ROSAURA: ¿Qué he de advertir?
CONDE: Amor...
ROSAURA:
¿Qué satisfaciones?
CONDE:
Acuérdate...
ROSAURA: No hables más.
CONDE: De los
dichosos favores...
ROSAURA: ¡Oh
atrevido! Presto, Aldora;
que con
sus mismas razones
está
incitando mis iras
para
que venganza tomen.
Quítale
ya de mis ojos;
acaba o
daré mil voces
a los
de mi guarda; ¡hola!
GAULÍN: Sancti
Petri, ora pro nobis.
ALDORA: Ven,
Conde, conmigo presto.
CONDE: Ea,
desdichas, de golpe
me despeñad,
porque fui
del
carro del sol, Faetonte.
Vanse,
salen al son de cajas y clarines LISBELLA
con espada, sombrero de plumas y soldados
LISBELLA: Ya
es fuerza, heroicos soldados,
ya es
tiempo, vasallos míos
que
pruebe Constantinopla
vuestros esfuerzos altivos;
y que
en su arenosa playa,
--a quien llaman los antiguos
Nigroponto--, echen sus
anclas
nuestros valientes
navios.
Esa
voluble montaña,
esa
campaña de pinos,
esa
escuadra de gigantes,
ese
biforme prodigio,
que se
rige con las cuerdas
y
gobierna con el lino,
quede surto en las espumas
de ese
margen cristalino.
Supuesto que sabéis todos
o la
causa o el designio
que,
alentando a mi esperanza,
da a mi
jornada motivo,
no ha de saltar nadie en tierra;
que a
ninguno le permito
que me
sirva o acompañe;
solos
Favio y Ludovico
me
asistirán, porque sean
de mis
alientos testigos;
y verá Constantinopla,
y verá
el mundo que imito
a
Semíramis, armada
de
ardimientos vengativos;
y verá
también Rosaura,
cómo
valerosa aspiro
a
destruïr sus imperios
si no
me entrega a mi primo.
Ea
pues, vasallos nobles,
puesto
que, muerto mi tío,
soy
vuestra reina, mostrad
de
vuestro acero los filos;
pues si
no me entrega al Conde
vuestro
rey, vuestro caudillo,
¡vive
Dios!, que en la experiencia
ha de hallar mal prevenidos
mis enojos y sus daños,
mis celos y sus delirios,
mi rigor y sus pesares,
mis iras y sus delitos.
UNO: Todos
te obedecerán.
OTRO: Todos
morirán contigo.
LISBELLA: Pues
vamos a prevenir
mi
venganza o mi castigo;
rayo
ardiente desatado,
de
cuyos obscuros giros,
primero
el rigor se siente
que se
previene el ruïdo.
Vanse y salen GAULÍN y el CONDE medio desnudo
GAULÍN:
Mira, Señor, que es locura
estimar
la vida en poco.
CONDE: Claro
está, Gaulín, que es loco
quien
perdió tal hermosura.
GAULÍN: Si
ella te quisiera bien,
no era
fineza en rigor;
que en
lo que verás de amor
más te
engañó.
CONDE:
Dices bien.
GAULÍN:
Alégrate, pese a tal,
que a
tu vida es de importancia;
mira
que te espera en Francia
tu
Lisbella.
CONDE:
Dices mal.
GAULÍN: ¡Con qué rabia y qué desdén,
la tal
Rosaura, mandó
matarte, y cómo mostró
que era
falsa!
CONDE:
Dices bien.
GAULÍN: No des tan flaca señal
de tu amorosa querella;
apela
para Lisbella,
que es
muy bella.
CONDE: Dices mal;
villano, infame, atrevido,
tú
tienes la culpa, tú.
Va trás él
GAULÍN: ¡Oh
fiera de Bercebú,
nunca
tú hubieras nacido!
¡Ah
Señor, Señor por vida
de
Rosaura, no me des!
CONDE: Pierda
yo la vida, pues
hallé
la ocasión perdida.
¡Muerto estoy!
GAULÍN: ¿Que vivo
estás?
CONDE: ¡Vivo
yo! ¡qué vano intento!
Yo no
toco, yo no siento.
Llégate, llégate más.
GAULÍN: Aquí
estoy bien.
CONDE: ¿Dónde está
mi
vida?
GAULÍN:
Gentil historia:
en tí
mismo.
CONDE:
¿Y mi memoria?
GAULÍN: Tu
Rosaura, de ella sabrá.
CONDE: ¡Ay
dulce amorosa llama!
¡qué me abraso, que me hielo!
¡Socorro, socorro, cielo!
Sale ALDORA, en una apariencia, en que se
subirán con ella los dos al fin del paso
ALDORA: ¿Conde?
¡ah, Conde!
CONDE: ¿Quién me llama?
ALDORA: Yo
soy.
GAULÍN:
Tramoya tenemos;
esto es
hecho.
CONDE:
¿Oiste hablar?
En el aire, sin verse
ALDORA: ¿Conde?
GAULÍN:
Prisa en condear,
¿dónde
nos esconderemos?
Señores, aquí es mi hora;
temblando de miedo estoy.
Ábrese la tramoya
ALDORA: ¿Conde?
CONDE:
¿Quién eres?
ALDORA: Yo soy,
la que
te protege, Aldora.
Baja al tablado
CONDE:
Hermosísima Señora,
precursora de aquel sol,
de
aquel oriente arrebol,
lucero
de aquella aurora,
¿es
posible que te veo?
ALDORA: Di,
¿cómo estás de esa suerte?
CONDE: Quien
desea hallar su muerte,
no hace en las galas empleo.
Mas dime, ¿qué novedad
de esta
suerte te ha traïdo?
ALDORA: Buscar
tu dicha.
CONDE: Yo he sido
dichoso, si eso es verdad.
ALDORA: Tú
has de sustentar por mí
un
torneo.
CONDE:
Justo empleo,
cuando
servirte deseo.
ALDORA: Carteles
puse, por ti,
de
que un príncipe encubierto,
sustenta que de Rosaura,
él sólo
la mano aguarda.
CONDE: Ya tu
pensamiento advierto.
ALDORA:
Diciendo que en calidad,
en valor y en bizarría,
y en
puesto la merecía.
CONDE: Ése soy
yo.
ALDORA:
Así es verdad;
el
reino se alborotó,
y Rosaura en tus ardores,
a los tres sus pretensores,
a salir les obligó
a la
defensa, fïada
de mí,
sospechosa que
de su
rigor te libré;
y aún
hasta ahora engañada.
El
tiempo se cumple ya
del cartel, mas no me espanto,
pues de
mi ciencia el encanto
la
jornada abreviará.
CONDE:
¿Ella está ya arrepentida?
¿qué
dice?
ALDORA:
Lo que has oido;
sólo a llevarte, he venido.
CONDE: Di
mejor, a darme vida.
ALDORA:
Vente conmigo, si quieres.
CONDE: Dichoso
mil veces soy.
GAULÍN: Más
loco que el Conde estoy;
demonios son las mujeres.
ALDORA: En tu esfuerzo, la sentencia
se
libra.
CONDE:
Su gusto sigo.
ALDORA: Pues
vente, Conde, conmigo.
Pónense con ella los dos
GAULÍN: Diablo
eres, en mi conciencia.
Van subiendo los dos en la tramoya y ALDORA con
ellos
Fuera de abajo, que sube;
y
aunque tan espacio y quedo,
puede
ser, que con mi miedo,
vapor
granice la nube.
Escóndese la tramoya y sale un VIEJO y
GUILLERMO con la valla y martillo
VIEJO: A
esta hermosa batalla
hoy
amor, ha de dar fin;
poned,
Guillermo Guarín,
hacia
esta parte la valla.
GUILLERMO: Aquí
estará bien.
VIEJO: Enfrente
está
del real balcón.
GUILLERMO: En no
haciendo colación,
no
trabaja bien la gente.
Ponen la valla
VIEJO:
Después beberás, Guillermo.
GUILLERMO: Mejor
fuera ahora.
VIEJO:
Acaba.
GUILLERMO: Nuestro
amo, tengo sed brava.
Mas
vale cuero que enfermo;
ya
está puesta deste lado.
VIEJO: Dame, pues, acá el martillo.
GUILLERMO: Hoy,
dos azumbres me pillo,
a cuenta de lo ganado.
VIEJO:
¿Quién es el mantenedor?
GUILLERMO: Sólo
dicen los carteles
que
sustenta a tres crüeles
botes
de lanza.
VIEJO:
¡Qué error!
GUILLERMO: Y a
cinco golpes de espada;
que en
valor y en calidad,
merece
la majestad
de la
princesa.
VIEJO:
No es nada.
Ea,
¿está fuerte?
GUILLERMO: Ya está
como ha
de estar.
VIEJO: Pues venid;
el que
ganare la lid,
buena
moza llevará.
Vanse y corren una cortina y descúbrese
ROSAURA sentada en un balcón con sus Damas y debajo unas
gradas donde estará sentado como juez EMILIO y tocan
chirimías, cajas y clarines
ROSAURA; ¿Qué
llegó, Celia, este
día?
CELIA: Sí,
Señora.
ROSAURA:
Triste vengo.
CELIA: No
haces bien, por vida tuya,
que alientes, Señora, el pecho.
ROSAURA: ¿Cómo es posible, ¡ay de mí!
si me falta en este
empeño
mi
prima Aldora? No sé
cual
sea su pensamiento.
Tocan cajas y clarines
EMILIO: Ya
viene el mantenedor;
mas a
caballo, ¿qué es esto?
ROSAURA: ¡Qué
novedades son estas!
mujer
es.
Sale LISBELLA a caballo y hace señas con un
lienzo blanco
EMILIO:
Y con extremo
hermosa.
ROSAURA:
Escuchad; que hace
seña de
paz con el lienzo.
LISBELLA:
Reina de Constantinopla,
a quien
hoy lo mas de Tracia
en tu
imperio reconoce
por
Señora soberana;
príncipes, duques y condes,
oid; con vosotros habla
una mujer sola, que
viene
de razón armada;
y porque sepáis quien soy,
yo soy Lisbella de
Francia,
hija soy de su delfín
y de Flor de Lis, hermana
de Enrico, su invicto
rey;
heredera soy de Galia,
reino a quien los Pirineos
humillan las frentes altas.
Dueño soy de muchos reinos,
y soy Lisbella; que basta
para
emprender valerosa
esta
empresa, aunque tan ardua.
Yo he
sabido, Emperatriz,
que
usurpas, tienes y guardas
al conde Partinuplés,
mi
primo y que con él tratas
casarte, no por los justos
medios,
sino por las falsas
ilusiones de un encanto;
y
deslustrando la fama,
le tiranizas y escondes,
le
rindes, prendes y guardas,
contra
tu real decoro.
Yo,
pues, que me halló obligada
a
redimir de este agravio
la
vejación o la infamia,
te pido que me le des,
no por
estar ya tratadas
nuestras bodas; no le quiero
amante
ya, que esta infamia
no es
amor, que es conveniencia,
pues es
forzoso que vaya
como legítimo rey,
supuesto que murió en Francia
mi tío,
de cuya muerte,
quizá
fue su ausencia causa,
y es el
Conde su heredero.
Esto,
emperatriz Rosaura,
vengo a
decirte y también
que
dejo una gruesa armada
en ese
puerto que está
a vista
de las murallas
de tu
corte; y si me niegas
a mi
primo, provocada,
no he
de dejar en tus reinos
ciudad,
castillo ni casa
que no
atropelle y destruya;
porque,
ya precipitada,
sin
poderme resistir,
seré
furia, incendio, brasa,
terror,
estrago, ruína
de tu nombre, de tu fama,
de tu
amor, de tu grandeza,
de tu
gloria y de tu patria.
Sale ALDORA y pónese al lado de
ROSAURA
ALDORA: ¿Esto
es verdad o afición?
EMILIO: ¡Oh qué
francesa arrogancia!
ROSAURA: Tú seas
muy bien venida.
Ya
culpaba tu tardanza;
¿has
oido el reto, Aldora?
ALDORA: Habla
como apasionada.
ROSAURA: Pues
prima, ¿qué te parece?
ALDORA: Fuerza
es que la satisfagas.
ROSAURA: Vuestra
alteza, gran Señora,
debajo
de mi palabra,
llegue
de paz.
Apéase LISBELLA y vaya por el palenque de
los que tornean
LISBELLA:
Voy de paz.
ROSAURA: ¡Ay Aldora,
que desgracia!
Seas
Lisbella, bien venida;
oye mis
verdades.
LISBELLA: Habla.
ROSAURA: Vuestra
alteza, gran Señora,
viene
ciega y engañada;
mal
informada, me culpa;
mal
advertida, me ultraja,
mi
casto crédito ofende,
mi
noble decoro agravia;
y
porque de lo que digo
quede más asegurada,
hoy de mis bodas será
testigo, si quiere honrarlas,
pues es
fuerza que me case
en
Polonia, Transilvania,
o
Escocia.
LISBELLA:
¿De qué manera?
ROSAURA: Un
torneo es quien señala
o decide
la elección
de su
efecto.
LISBELLA:
(¡Que engañada Aparte
de
Gaulín, viniese a hacer
una
acción tan temeraria!)
Digo
que quiero asistir
a tus
bodas, obligada
a
disculpa tan cortés,
y
satisfación tan clara.
Tocan y callen luego
EMILIO: Los
instrumentos publican
que
viene un aventurero.
Tocan y entra ROBERTO da la letra y lee
ALDORA
ALDORA: "Si el cielo sustento, en vano
temeré
mudanza alguna
del
tiempo ni la fortuna."
Tornean y después entra EDUARDO y hace lo
mismo y lee ALDORA
mientras echan las celadas
"No tiene el mundo laurel
para coronar mis sienes,
dulce
amor, si dicha tienes."
Tocan y entra FEDERICO y hace lo mismo que los
demás
ROSAURA: Ni
tengo eleción, ni tengo
sentido
con que juzgar,
porque
me falta el aliento.
EMILIO: Toma la
letra, Señora.
ALDORA: Venga,
dice así el concepto:
"Del mismo sol a los rayos,
águila
o Ícaro nuevo,
hoy a
penetrar me atrevo."
Tornean y dice EMILIO
EMILIO: El
mantenedor merece
la Emperatriz y el
imperio.
Alzan las celadas y dicen
ROBERTO: ¿Cómo,
cuando no se sabe
quién
es este caballero,
y es
traición no habernos dado
cuenta
a los aventureros?
ALDORA: Hable,
Señora, tu alteza.
ROSAURA: La
condición del torneo
fue,
que al que venciese en él,
como
fuese igual sugeto,
el
premio gozase.
FEDERICO: Yo
lo
remitiré al acero.
EDUARDO: Todos
haremos lo mismo.
ROSAURA: Decid
quién sois, caballero;
hablad
ya, pues es preciso.
Descubre la celada
CONDE: Soy el
Conde.
ROSAURA:
Amor, ¿qué es esto?
Bajan al tablado las damas
LISBELLA: Conde,
mi primo y Señor,
mira
que te espera un reino.
CONDE: Gózale,
Lisbella, hermana;
que sin
Rosaura, no quiero
bien
ninguno.
ROSAURA:
Yo soy tuya.
CONDE: Prima,
aquí no hay remedio;
Francia
y Roberto son tuyos,
¿qué
respondes?
LISBELLA: Que obedezco.
ROBERTO: Soy tu
esclavo.
EDUARDO: Y yo, Aldora
................... [-e-o].
ALDORA: Tuya es
mi mano.
ROBERTO: Si quieres,
Federico, serás dueño
de mi
hermana Rocisunda.
FEDERICO: Yo seré
dichoso.
GAULÍN: Bueno,
todos y
todas se casan;
sólo a
Gaulín, --¡Santos
Cielos!--,
le ha
faltado una mujer,
o una
sierpe, que es lo mesmo.
CONDE: No te
faltará, Gaulín.
GAULÍN: Cuando
hay tantas, yo lo creo;
mayor
dicha es que me falte.
TODOS: Y aquí,
senado discreto,
El
conde Partinuplés
da fin;
pedonad sus yerros.
FIN DE LA
COMEDIA