IntraText Índice | Palabras: Alfabética - Frecuencia - Inverso - Longitud - Estadísticas | Ayuda | Biblioteca IntraText |
Link to concordances are always highlighted on mouse hover
El lamentable efecto causado por mi canto no podía sino entristecerme. ¡Ay, música! ¡ay, poesía! - me repetía regresando a París -, ¡qué pocos corazones hay
que los comprendan!
Mientras hacía estas reflexiones, me golpeé la cabeza con la de un pájaro que
volaba en sentido opuesto al mío. El choque fue tan rudo e imprevisto, que
caímos los dos sobre la copa de un árbol que, por fortuna, se encontraba allí.
Después de habernos sacudido un poco, miré al recién llegado esperando una
querella. Vi, con sorpresa, que era blanco. A decir verdad, tenía la cabeza
algo más gruesa que la mía y, en la frente, una especie de penacho que le daba
un aspecto heroico-cómico; además, llevaba la cola al aire, con gran
magnanimidad; no me pareció en absoluto dispuesto a combatir. Nos saludamos muy
cortésmente, nos presentamos excusas mutuamente, después de lo cual iniciamos
una conversación. Yo me tomé la libertad de preguntarle su nombre y de qué país
era.
-Me sorprende - me dijo - que no me conozca. ¿No es usted uno de los nuestros?
-Realmente, señor - contesté - yo no sé de cuáles soy. Todo el mundo me pregunta y me dice lo mismo; debe ser que han hecho una
apuesta.
-Usted bromea - replicó -; su plumaje le sienta demasiado bien como para que yo
no conozca a un colega. Usted pertenece infaliblemente a la raza ilustre y
venerable que llaman en latín cacuata, en lengua culta kakatoès, y en
jerga vulgar cacatois.
-A fe mía, señor, que es posible y que eso sería un gran honor para mí. Pero
hágase a la idea de que no lo soy y dígnese decirme a quién tengo la gloria de
hablarle.
-Soy - contestó el desconocido - el gran poeta Kacatogan. He realizado grandes
viajes, señor, travesías áridas y crueles peregrinaciones. No es desde ayer
desde cuando hago rimas, y mi musa ha padecido desgracias. He tarareado en
tiempos de Luis XVI, señor; he gritado por la República, he cantado
notablemente al Imperio, he alabado discretamente a la Restauración, e
incluso he hecho un esfuerzo en estos últimos tiempos y me he sometido - no sin
esfuerzo - a las exigencias de este siglo sin gusto. He lanzado al mundo pareados
picantes, himnos sublimes, graciosos ditirambos, piadosas elegías, dramas
melenudos, novelas rizadas, vodeviles empolvados y tragedias calvas. En una
palabra, puedo presumir de haber añadido al templo de las Musas algunos
galantes festones, algunas sombrías almenas y algunos ingeniosos arabescos. ¡Qué quiere! he envejecido. Pero aún rimo vivamente,
señor, y, aquí donde me ve, soñaba con un poema en un canto, que no tendrá
menos de seiscientas páginas, cuando usted me hizo un chichón en la frente. Por
lo demás, si puedo serle útil en algo, estoy a su servicio.
-Realmente, señor, sí puede - repliqué - pues me ve en este momento en una gran
confusión poética. No me atrevo a decir que sea poeta,
y sobre todo tan gran poeta como usted - añadí saludándolo -, pero he recibido
de la Naturaleza
una garganta que me pica cuando me encuentro a gusto o cuando tengo penas. A
decir verdad, ignoro por completo las reglas.
-No se inquiete por eso - dijo Kacatogan - yo las he olvidado.
-Pero me ocurre una cosa enojosa - dije - y es que mi voz produce en los que me
escuchan más o menos el mismo efecto que la de un tal Jean de Nivelle en...
¿sabe lo que quiero decir?
-Sí lo sé - dijo Kacatogan - conozco por mí mismo ese extraño efecto. Desconozco
la causa, pero el efecto es incuestionable.
-Y bien, señor, usted me parece el Néstor de la
poesía, ¿no conocerá, se lo ruego, algún remedio contra ese penoso
inconveniente?
-No, - dijo Kacatogan -, por mi parte, no he podido encontrar ninguno. Cuando
era joven, me atormentaba mucho porque me silbaban siempre; pero a mi edad, ya
no pienso en ello. Creo que esa repugnancia procede de que el público lee a
otros y no a nosotros; eso le distrae...
-Yo pienso como usted; pero admitirá, señor, que es muy duro para una criatura
bienintencionada, hacer que la gente huya tan pronto como él entona un buen
movimiento. ¿Querría hacerme el favor de escucharme y de decirme sinceramente
su opinión?
-Con mucho gusto - dijo Kacatogan -, soy todo oídos.
Me puse a cantar de inmediato y tuve la satisfacción
de ver que Kacatogan no huía ni se quedaba dormido. Me miraba fijamente y, de
vez en cuando, inclinaba la cabeza con gesto de aprobación, con una especie de
susurro adulador. Pero pronto me di cuenta de que no me estaba escuchando, sino
que pensaba en su poema. Aprovechando un momento en el que yo tomaba aliento,
me interrumpió de repente.
-¡He encontrado la rima! - dijo sonriendo y moviendo la cabeza -; ¡es la
60.714ª que sale de este cerebro! ¡Y se atreven a decir que me estoy haciendo
viejo! Voy a leerle esto a mis buenos amigos, voy a leérselo, y ya veremos lo
que dicen.
Mientras hablaba, emprendió vuelo y desapareció, aparentando no acordarse ya de
haberme conocido.