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VI
Es una tarde serena,
cuya luz tornasolada
del purpurino horizonte
blandamente se derrama.
Plácido
aroma las flores,
sus hojas plegando, exhalan,
y el céfiro entre perfumes
mece las trémulas alas.
Brillan abajo en el valle
con suave rumor las aguas,
y las aves en la orilla
despidiendo al día cantan.
Allá por el Miradero,
por el Cambrón y Visagra,
confuso tropel de gente
del Tajo a la vega baja.
Vienen delante don Pedro
de Alarcón, Ibán de Vargas,
su hija Inés, los escribanos,
los corchetes y los guardias;
y detrás, monjes, hidalgos,
mozas, chicos y canalla.
Otra turba de curiosos
en la vega les aguarda,
cada cüal comentando
el caso según le cuadra.
Entre ellos está Martínez
en apostura bizarra,
calzadas espuelas de oro,
valona de encaje blanca,
bigote a la borgoñesa,
melena desmelenada,
el sombrero guarnecido
con cuatro lazos de plata,
un pie delante del otro,
y el puño en el de la espada.
Los plebeyos, de reojo
le miran de entre las capas,
los chicos al uniforme,
y las mozas a la cara.
Llegado el Gobernador
y gente que le acompaña,
entraron todos al claustro
que iglesia y patio separa.
Encendieron ante el CRISTO
cuatro cirios y una lámpara,
y de hinojos un momento
oraron allí en voz baja.
Está el CRISTO de la Vega
la cruz en tierra posada,
los pies alzados del suelo
poco menos de una vara.
Hacia la severa imagen
un notario se adelanta,
de modo que con el rostro
al pecho santo llegaba.
A un lado tiene a Martínez,
a otro lado a Inés de Vargas,
detrás al Gobernador
con sus jueces y sus guardias.
Después de leer dos veces
la acusación entablada,
el notario a Jesucristo
así demandó en voz alta:
«Jesús, Hijo de María,
ante nos esta mañana
citado como testigo
por boca de Inés de Vargas,
¿juráis ser cierto que un día
a vuestras plantas divinas
juró a Inés Diego Martínez
por, su mujer desposarla?»
Asida a un brazo desnudo,
una mano atarazada
vino a posar en los autos
la seca y hendida palma;
y allá en los aires, «SÍ JURO,,,
clamó una voz más que humana.
Alzó la turba medrosa
la vista a la imagen santa.....
los labios tenía abiertos,
y una mano desclavada.