Mi Credo
Muchas veces hemos empleado la expresión CREO como sinónimo de una
convicción tan profunda que permite afrontar la vida con decisión y entusiasmo.
Evidentemente, puede tener una connotación de tipo estrictamente religioso:
«Creo en Dios... creo en Jesucristo... creo en el Espíritu...» Pero hay también
una fe (un credo) que, pudiendo tener referencias religiosas, expresa esas
certezas del corazón como producto de una experiencia. En su enunciado hay un
fuerte contenido de utopía. La realidad de la vida nos muestra que sin utopía
no suele darse entusiasmo, innovación, ni una fe esperanzada que nos impulse a
"optar por la vida". Quiero terminar esta circular expresándoos
"mi credo":
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Creo que el
Espíritu encendió en Marcelino un amor apasionado a Jesucristo y un celo
ardiente en propagar su Reino. Creo que éste es el fundamento de nuestro
origen como familia religiosa, porque «cada vez que veo un niño me asalta el
deseo de decirle cuánto lo ama Jesucristo». Y creo que ésta será siempre la
medida de nuestra razón de ser.
·
Creo que Marcelino aprendió en la escuela de María el
amor a la voluntad de Dios y que quiso, como Ella, hacer el bien sin ruido,
desde la sencillez y la humildad.
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Creo que también hoy el Espíritu y María sostienen
nuestra vida marista, acompañándonos en nuestro peregrinar, en nuestra
fidelidad y en nuestras incertidumbres. Creo que Ellos nos inspiran gestos y
acciones que recrean lo más auténtico del carisma que confiaron a Marcelino.
·
Creo que en este caminar colectivo seguimos recibiendo
el regalo de Hermanos y de mártires que, por inspiración del Espíritu y en
docilidad a Él, nos señalan nuevos horizontes de evangelio comprometido. Son los profetas de los que siempre
estaremos necesitados.
·
Creo que los
Hermanos de Africa, América, Asia, Europa y Oceanía, somos unos para otros, un
don del Señor. Nos sentimos llamados a vivir la herencia espiritual de san
Marcelino en la diversidad cultural, pero con «un solo corazón y un mismo
espíritu». En comunión de oración y de vida fraterna.
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Creo que hay
más riqueza en el Instituto de la que aparentemente podemos percibir y que,
gracias a muchas vidas generosas, aunque a veces ocultas, podemos esperar serena
y gozosamente un nuevo amanecer.
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Creo en el
poder evangelizador de una comunidad que testimonia la fraternidad y que se
abre a la más amplia comunidad eclesial. Es como levadura en la masa que actúa
silenciosamente.
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Creo que los
jóvenes y los pobres son imprescindibles en nuestra vida. Para estar junto a
ellos, para ser presencia de Jesús en medio de ellos, nos fundó Champagnat. Sin
cultivar, mediante hechos, el amor a ellos, dejaríamos de ser «sal que sazona y
luz que alumbra».
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Creo que la
persona de san Marcelino está llenando de sentido muchas vidas de Hermanos y de
personas seglares. Con su canonización nos hemos hecho más conscientes de que
él es un modelo de vida evangélica para la Iglesia universal. Creo que hay
motivos para esperar que nuevas formas de «ser marista» serán realidad.
Queridos Hermanos, pongamos
nuestra confianza en María, nuestra Buena Madre, y pidámosle que bendiga
nuestro Instituto y nos acompañe en este nuevo período capitular que hoy
comenzamos.
Hno. Benito Arbués
Superior General
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