Cap.

  1      1|        hora comenzado. -Mendo -le dijo al picador -, has andado
  2      1|           sin pasión y sin enojo -dijo Millán metiendo baza -, ¿
  3      1|         callar, desventurado? -le dijo Nuño en voz baja, tirándole
  4      1|         lo conoció se sonrió y me dijo: vamos hombre, bien está;
  5      2|       ojos bañados en lágrimas, y dijo con una voz tan dulce como
  6      2|          al cabo de los cuales le dijo con profunda emoción: -Siempre
  7      3|     ocultaba a su penetración, le dijo en voz bastante alta:~ ~ -
  8      3|       pensamientos; así es que le dijo con rostro torcido: -¿Quién
  9      3|         trama infernal... Millán -dijo enseguida, con un tono de
 10      3|           castillo de Ponferrada -dijo torciendo el caballo y mudando
 11      3|     creerás tal vez, hijo mío -le dijo -, que el poder de los templarios,
 12      3|           oración y del silencio -dijo el maestre, vete a recoger,
 13      3|          triste hasta la muerte y dijo: "Padre, si puede ser, pase
 14      4|          concluida por último, le dijo con su voz enérgica y sonora: -
 15      4|  sonreírse con algo de desdén, y, dijo: -Mucho será que a tanto
 16      4|     silencioso. -Miradlo bien -le dijo el monje -, mirad bien uno
 17      4|          se levantó entonces y le dijo: -Vos sois testigo de que
 18      5|  desventura eterna. -Hija mía -la dijo don Alonso -, ya sabes que
 19      5|     destine. -Vuestra es mi vida -dijo doña Beatriz -, y si me
 20      5|    abrazada. -Hija mía, hija mía -dijo, por fin, en cuanto su congoja
 21      5|         en la ribera! -Madre mía -dijo la joven enjugando los ojos
 22      5|          último, al despedirse le dijo. -Pero, hija de mi vida, ¿
 23      6|          entrado en conversación, dijo al montero, que por respeto
 24      7|        voz le había causado, y le dijo con dulzura, pero con resolución. -
 25      7|          pues, que nos separemos -dijo doña Beatriz con un suspiro -;
 26      8|           diluvio de lágrimas, le dijo con la mayor angustia: -¡
 27      8|          Beatriz. Sin embargo, le dijo con dulzura: -Hija mía,
 28      8|      extraordinaria intención, le dijo con voz ronca: -Yo no puedo
 29      9|          asombrada doncella, y la dijo atropelladamente: -¡Quieren
 30      9|           alguna idea nueva, y le dijo alborazada: - ¡Albricias,
 31      9|        torno. -Pero, muchacha -le dijo, por fin -, ¿quién ha sido
 32      9|           quedó como pensativa, y dijo a su marido con aire muy
 33     10|           bueno tan temprano? -le dijo abrazándole estrechamente. -
 34     10|        examinarle atentamente, le dijo: -¡Por el Santo Sepulcro,
 35     10|    recorrió de una sola ojeada, y dijo, frunciendo el entrecejo,
 36     10|       entonces al templario, y le dijo: -¿No confiáis en que los
 37     10|          mano de su compañero, le dijo con un acento casi enternecido. -
 38     10|          la mano del anciano y le dijo conmovido: -Dichoso el que
 39     11|           entonces a Martina y le dijo con ceño: -¿Y cómo, loca,
 40     11|          enternecida y enojada le dijo: -¡Vamos, vamos, que ese
 41     11|        volviéndose a su criada le dijo: -¿Lo oyes, Martina? Esa
 42     11|          volviéndose a su ama, le dijo: -Vamos, señora, porque
 43     11|         que parecía de hielo y la dijo: -Todo está dispuesto, señora;
 44     11|           posible sus recelos, le dijo con voz algo trémula: -Doña
 45     11|         una mirada casi feroz, le dijo con tono duro y casi sardónico: -¿
 46     11|        lanzando sordos gemidos, y dijo: -Yo no obedeceré a mi padre. -
 47     11|           los ojos -, él mismo lo dijo. ¡Ah! -añadió enseguida
 48     11|         altivas son permitidos, y dijo con una frialdad irónica
 49     11|         desesperada violencia, le dijo con voz ronca: -¡Oh!, ¡no
 50     11|         Carracedo. -¡Cómo así -le dijo en tono áspero -, un señor
 51     11|           procurando serenarse le dijo: -Ya veis, padre abad, que
 52     11|           hechicera modestia y le dijo con su dulce voz: -No, padre
 53     11|          que sentía: -Don Álvaro -dijo -, doña Beatriz se quedará
 54     11|     cuando ésta se interpuso y le dijo con calma: -Deteneos, don
 55     11|         partiréis de ese modo -le dijo entonces -, no quiero que
 56     11|       Bien veis, venerable señor -dijo al abad -, que mi corazón
 57     11|         de un rey. -Doña Beatriz -dijo acercándose a ella y haciendo
 58     11|         besó entrambas cosas y la dijo: -La trenza la pondré dentro
 59     12|           interés, y al acabar le dijo: -Buen valedor has encontrado
 60     12|         nuestra orden! Don Álvaro dijo entonces a su tío que pensaba
 61     13|         ojos en su fiel criada le dijo en voz casi imperceptible: -¿
 62     13|           y las manos al cielo, y dijo: -Gracias te sean dadas
 63     15|              Mal aconsejado rey! -dijo el de Lara. -El mal aconsejado
 64     15|            Por fin, levantándose, dijo a su prisionero. -Don Álvaro,
 65     15|         aquella poción con que le dijo que reconciliaría el sueño.
 66     15|            pero nada oyó. "Vamos, dijo para sí, de esta vez sus
 67     15|          él con ojos airados s le dijo: -¡Mira, desgraciado!, ¡
 68     15|          condolido de su pena, le dijo: -Tú no has hecho sino obedecer
 69     16|           semblante de un difunto dijo, como sin saber lo que decía: -
 70     16|   exhalando un suspiro histérico, dijo con voz casi tranquila: -
 71     16|        herido de una idea súbita, dijo a Millán: -¿No has traído
 72     16|       atentamente le escuchaba le dijo entonces: -Cómo, señor, ¿
 73     17|            Ya veis, madre mía -le dijo -, que no es esto una determinación
 74     17|    asiendo la mano de su hija, le dijo con voz apagada: -Hace muchos
 75     17|          íntimo de sus entrañas y dijo: -¡Venga el conde ahora
 76     17|         palabra, señor caballero -dijo la joven, apartándole a
 77     17|          dirigiéndose al abad, le dijo: -¿Qué dudáis, padre mío?,
 78     18|   fantasías. Bien  yo lo que le dijo el abad de Carracedo, que,
 79     18|         Un caballero del Temple! -dijo ella como hablando entre
 80     18|   medianera. Que vengan al punto -dijo a Mendo -. ¡También la hora
 81     18|         quedaba su señora. "Pues, dijo éste, poco satisfecho de
 82     18|       alzó lentamente la celada y dijo con una voz sepulcral: -¡
 83     18|        acercó a doña Beatriz y le dijo con un acento al parecer
 84     18|           la lengua con que me lo dijo y el corazón por las espaldas.
 85     18|               Escuchadme todavía -dijo don Álvaro interrumpiéndola
 86     18|          una tristísima mirada le dijo con voz interrumpida por
 87     18|         efusión de su corazón, le dijo: -Beatriz, por Dios santo,
 88     18|              Dejadlos que vengan -dijo don Álvaro, cuyos ojos al
 89     18|        Bien veis que ya es tarde -dijo entonces don Álvaro -, pero
 90     19|       gota. -¡Martina! ¡Martina! -dijo en cuanto llegó -; ¿y el
 91     19|          Beatriz con el dedo y le dijo en voz baja con cólera: -¡
 92     19|           de las armas negras, le dijo: -¿Me perdonaréis, caballero,
 93     19|         se levantaba en su pecho, dijo al conde: -¿Es cierto lo
 94     19|        los encarnizados enemigos, dijo al conde con tranquila severidad: -
 95     19|          Y ahora, don villano -le dijo Saldaña con ira -, ¿qué
 96     19|           habemos de diferenciar -dijo don Álvaro -; pero tened
 97     19|         de tristeza y de ternura, dijo a don Álvaro: -Todo lo vais
 98     19|     espacio, hasta que don Álvaro dijo con un profundo suspiro: -
 99     19|       apacible y casi risueño, le dijo: -Vamos, señor, sosegaos. ¿
100     19|      Altísimo? -¿Qué queréis? -le dijo doña Beatriz -; vos buscabais
101     20|          con visible empacho y le dijo: -Don Álvaro, sin duda os
102     21|        que no tengo merecidas -le dijo don Juan, atajándole, por
103     21|           turbia! ¡Venid, venid! -dijo levantándose con tremenda
104     21|    repente a don Juan de Lara, le dijo con acento alterado: -¿No
105     21|           de repente su caballo y dijo a Saldaña con voz profunda: -
106     22|     agitación se recobró un poco, dijo a su sobrino con voz sentida: -¿
107     22|         obstáculos. -Hijo mío -le dijo con aparente tranquilidad -,
108     22|      Considerando que el Salvador dijo: "el que quiera ser de mi
109     22|        retiraron, tras de lo cual dijo el maestre: -Tu crimen es
110     23|           es primero. Martina -le dijo después con seriedad -;
111     23|           un conocido antiguo -le dijo al entrar -, con cuya vista
112     23|          género de transporte, le dijo levantándole: -No así, pobre
113     25|     apretándosela fuertemente, le dijo con los ojos alzados al
114     25|         atentamente. -Don Álvaro -dijo por fin con mal disimulado
115     25|         los ojos. -Don Álvaro -le dijo el anciano con severidad -,
116     26|          puerta de la barbacana y dijo con alta voz: -¡Conde de
117     26|           Sí, todavía hay más -le dijo Saldaña con voz de truene -,
118     26|          vosotros, infelices -les dijo el comendador -, ¿qué suerte
119     26|      castigo. Caballero Carvajal -dijo a uno de los suyos -, que
120     26|    encasquetado hasta entonces, y dijo: -Agradezco el dinero y
121     27|           y sagacidad. -Cosme -le dijo en cuanto le vio en su presencia -, ¿
122     27|         de borrar su liberalidad, dijo al cazador: -Doscientas
123     27|          conde miró con ceño y le dijo ásperamente. -¿Estás loco,
124     27|       iracundas disposiciones, le dijo rechinando los dientes y
125     27|           al cabo de un rato y le dijo amigablemente: -Andrade,
126     27|         morir. -Anda con Dios -le dijo el conde, y dispón todo
127     28|      entraremos juntos. -Al cabo -dijo otro -, yo no  bien por
128     28|     mirándole de hito en hito, le dijo: -Millán, ¿quieres hacer
129     28|          a caer bajo mi espada!" -dijo hablando entre sí, no bien
130     28|        Virgen santísima, váleme! -dijo el infeliz cayendo por el
131     28|        Soy yo, conde de Lemus -le dijo don Álvaro sosegadamente
132     28|            Cómo así, villano! -le dijo don Álvaro encendido de
133     28|          pues, tanto como sañudo, dijo a don Álvaro desenvainando
134     28|          garganta. -¡Ah traidor! -dijo el conde con la voz ahogada
135     28|           arrojando el escudo, le dijo: -Razón tenéis; ahora estamos
136     28|         punto lo que podía ser, y dijo en voz alta: -Síganme doce
137     28|           detuvo. -Don Álvaro -le dijo de nuevo Saldaña en cuanto
138     28|           nuestro, mal caballero -dijo al conde -, veremos si ahora
139     28|      mucho que huisteis de él -le dijo el comendador. -Mentís -
140     28| terrorífico silencio que reinaba, dijo a los sitiadores: -¡Ahí
141     29|     imponderable felicidad cuando dijo:~ ~ ~ ~¡Oh honor!, fiero
142     29|        Válgame Dios!, ¿qué será? -dijo para sí, después que salieron
143     29|         alcanzar a contenerse, le dijo: -Doña Beatriz, sabe el
144     29|       brillo de la enfermedad, le dijo con ansiedad: -¿Conque,
145     29|        saliendo de su estupor, le dijo con acento suave y persuasivo: -
146     29|           permiso para retirarme -dijo el religioso poniéndose
147     30|     frenando su ira como pudo, le dijo con voz cortada y ronca: -
148     30|        buen rato. -Don Álvaro -le dijo de nuevo el anciano -, ¿
149     30|         don Alonso. -Hijo mío -le dijo por último -, la venda ha
150     30|          respeto como llaneza, le dijo: -Dios os guarde, señor
151     30|          allí qué  yo qué cosas dijo que iban a hacer con vosotros.
152     30|         Andrade, porque, según me dijo el cura el otro día, los
153     31|          hasta el último velo, le dijo: -Noble don Alonso, fuerza
154     31|         exhaló un largo suspiro y dijo: -¡Dios no lo ha querido! -
155     32|            Comendador Saldaña -le dijo el arzobispo de Santiago -, ¿
156     32|   cadáveres. -Señor caballero -le dijo gravemente el arzobispo
157     32|             Sosegaos, Andrade -le dijo el obispo de Astorga -,
158     32|      nacido". -Señor de Bembibre -dijo entonces el inquisidor general
159     32|     confirmará. -No es necesario -dijo entonces el obispo de Astorga -,
160     32|        Deudos del conde de Lemus -dijo en alta voz el arzobispo
161     32|          pedir la del combate -le dijo Saldaña siempre con la misma
162     32|           cara como de azufre, le dijo: -¡En cuanto os dieren por
163     32|          tono. -Caballeros todos -dijo el inquisidor apostólico -,
164     33|           que guardó silencio, le dijo con acento sentido: -Beatriz,
165     33|        clavando en mí los ojos me dijo con una voz muy alta y dolorosa: ¡
166     33|           de un rato de silencio, dijo presentando la mano a su
167     33|       ceño. -Martina, Martina -le dijo con gran prisa -, algo debe
168     33|        buena gana me hubiera ido -dijo él -, pero el vejete de
169     33|   amenazando con el puño cerrado, dijo con una gran voz: -¡Ah,
170     35|         fuego de la calentura, le dijo: -¿Qué se hicieron la carta
171     35|       amado tanto? -Doña Beatriz -dijo gravemente el religioso -,
172     35|            juntando las manos, le dijo con el mayor encarecimiento: -
173     35|        corazón. -Doña Beatriz -le dijo gravemente el religioso -,
174     35|      nuevas has traído, amigo -le dijo el señor de Arganza. -¡Ah,
175     35|      Millán. -¡Ah, padre mío! -le dijo el apesadumbrado señor arrojándose
176     35|           un ímpetu de cólera -le dijo el abad bondadosamente.
177     35|     huésped, sosegándose un poco, dijo a los recién venidos: -No
178     35|       presentándose de repente le dijo: -Es un guerrero que me
179     35|        los ojos. -¡Cosa extraña! -dijo después de un breve silencio -,
180     35|          y Martina. Don Álvaro no dijo ni escuchó una sola palabra,
181     36|       Enseguida llamó a Martina y dijo que quería levantarse. El
182     36|            y entonces la joven le dijo asiéndole la mano: -Ahora
183     36|       cartera de seda verde, y le dijo: -Os había comprendido,
184     36|      habéis leído en mi alma! -le dijo con acento sentido y casi
185     36|            Tomad esta cartera -le dijo enseguida alargándosela -,
186     37|  brillantes aún que de costumbre, dijo con voz entera y gran rapidez: -¡
187     37|           alma para comprenderla, dijo al apenado caballero: -Don
188     37|            se acercó al abad y le dijo al oído, pero no tan paso
189     37|              Todo lo he oído! -le dijo con un acento que partía
190     37|    Recobraos, por Dios santo! -le dijo el abad con ansia -, poned
191     37|     tomando sus ideas otro curso, dijo por último, apartando la
192     38|        asiendo la de su padre, le dijo con acento sosegado: -Esta
193     38|             La desesperación! -le dijo ella como con asombro afectuoso -, ¿
194     38|           singular y, por fin, le dijo: -Leyendo estoy en ese corazón
195     38|           ardiente exaltación, le dijo cuán conveniente era que
196     38|           acertaba a contener, le dijo: -¡Pobre muchacha, que era
197     38|      Beatriz. -¡Cuántas veces -le dijo a don Álvaro -, habrás comparado
198     38|      verdadera. -¡Pobres gentes! -dijo conmovida -, ¡y cómo me
199     38|      hacia él su lánguida mirada, dijo a su esposo: -¿Os acordáis
200     38|          faltó, por último, quien dijo que la locura había vuelto
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