Cap.

  1      3|          entregarás una carta al abad de mi parte. Su carácter
  2      4|   plática que iba a tener con el abad de Carracedo pendían tal
  3      4|          en que solía recibir el abad a los forasteros de distinción.
  4      4|      cabo de los cuales entró el abad. Era este un monje como
  5      4|          sin mancilla -repuso el abad con una voz casi enternecida -;
  6      4|          buen rato, hasta que el abad, como hombre que adopta
  7      4|         Pues entonces -añadió el abad -, yo haré desistir a don
  8      4|    estuvo la honra -respondió el abad con vehemencia - en contribuir
  9      4|  vuestras máquinas de guerra. El abad le miró severamente, y sin
 10      4|       Álvaro, pero el ademán del abad y la ocasión en que le ponía
 11      4|      buen caballero -contestó el abad -, y os abra los ojos del
 12      5|          en su entrevista con el abad, todavía le causó sorpresa
 13      5|     fanatismo que en el alma del abad de Carracedo sofocaba un
 14      7|        la exacta comparación del abad de Carracedo, se asemejaba
 15     11|        con gran sorpresa suya al abad de Carracedo. -¡Cómo así -
 16     11|       Doña Beatriz -respondió el abad con reposo - estaba en una
 17     11|         le dijo: -Ya veis, padre abad, que todos los caminos de
 18     11|         profundo silencio que el abad interrumpió por fin con
 19     11|        doña Beatriz de manos del abad, usando si preciso fuese
 20     11|     romper en aquel instante. El abad, entonces, penetrado de
 21     11|        que el descubrimiento del abad y el inesperado cambio de
 22     11|         venerable señor -dijo al abad -, que mi corazón no se
 23     11|         de recibir un abrazo del abad, se alejó lentamente volviendo
 24     11|         mula delantera, montó el abad en su caballo, y emprendieron
 25     11|      habitación, en tanto que el abad daba la vuelta a Carracedo
 26     12|         tan a punto estuviese el abad de Carracedo para destruir
 27     12|         le movió a contárselo al abad, y éste, por las señas y
 28     12|     valedor has encontrado en el abad de Carracedo, y la desgracia
 29     12|          tormenta. Yo conozco al abad, y por mucha que sea la
 30     16|         consuelos religiosos del abad de Carracedo que acababa
 31     17|          mal a su extremidad, el abad de Carracedo, que como amigo
 32     17|         acentos, la enferma y el abad de Carracedo que estaba
 33     17|       trajo al noble huésped. El abad, mientras tanto, había estado
 34     17|        doncella, dirigiéndose al abad, le dijo: -¿Qué dudáis,
 35     17|        las sagradas palabras. El abad oyendo esto, aunque con
 36     17|         aquel sitio de dolor. El abad y don Alonso se quedaron
 37     18|           yo lo que le dijo el abad de Carracedo, que, por cierto,
 38     18|      voluntariamente delante del abad de Carracedo, que me dio
 39     19|      bien me lo predijo el santo abad de Carracedo, pero la venda
 40     19|       Beatriz y las amenazas del abad de Carracedo que tan tristemente
 41     21|       paredero de su sobrino. El abad le contestó manifestando
 42     24|         abrojos y sinsabores. El abad de Carracedo, que desde
 43     25|        sobrado a las fuerzas del abad de Carracedo y del señor
 44     27|      demanda la intervención del abad de Carracedo, justamente
 45     29|         pasaron recado de que el abad de Carracedo quería verla.
 46     29|        No fue tan dueño de sí el abad, pero la sorpresa de ver
 47     29|     disfruta salud -respondió el abad -, pero vuestro noble esposo
 48     29|         había vivido -exclamó el abad sin poder enfrenar su natural
 49     29|  pronunciadas estas palabras, el abad no fue dueño de su sorpresa.
 50     29|           Hija mía -respondió el abad conmovido a vista de tan
 51     29|     silencio, durante el cual el abad, mirándola de hito en hito,
 52     29|      colgada de las palabras del abad, fijos en él sus ojos que
 53     29|          ya es tarde! Quedóse el abad como de hielo al escuchar
 54     30|          era tan doloroso que el abad de Carracedo y don Alonso,
 55     30|        fue lo que sucedió con el abad y el señor de Arganza, que
 56     30|     Boeza y allí los dejó con el abad de Carracedo que los seguía
 57     31|         doña Beatriz recibió del abad y de su buen padre, acerca
 58     31|    vislumbre de felicidad que el abad le había mostrado. No desconocía,
 59     32|        que acudía al concilio el abad de Carracedo, y con ellas
 60     33|         cartas que recibimos del abad de Carracedo nos aseguran
 61     34|          unas cuantas lanzas del abad de Carracedo que volvían
 62     34|         a la quinta. El virtuoso abad le daba cuenta en ellos
 63     34|          le brindaba, más que el abad de Carracedo, y sus amigos,
 64     34|   descansaban las esperanzas del abad de Carracedo y las seguridades,
 65     34|       sólo las reclamaciones del abad y de los prelados, sino
 66     34| semejante desenlace, pero la del abad, del maestre, de Saldaña
 67     34|        al Bierzo en compañía del abad no volvió a pronunciar una
 68     34|        salió de Salamanca con el abad de Carracedo, desamparado
 69     34|      consuelos y reflexiones del abad; bien es verdad que los
 70     35|       hombre vendría enviado del abad. El forastero, que vio la
 71     35|       que, no sólo debe venir el abad, sino don Álvaro también
 72     35|          carta muy encarecida al abad encargándole la pronta venida
 73     35|         y entregar esta carta al abad de Carracedo, que si la
 74     35|    entonces de la predicción del abad de Carracedo, y de tal manera
 75     35|          misma mano la puerta al abad de Carracedo, que era el
 76     35|     ímpetu de cólera -le dijo el abad bondadosamente. Más alta
 77     35|          nosotros? -respondió el abad -, ¡no permita el cielo
 78     35|    iluminase aquel semblante. El abad, después de haberla mirado
 79     35|        recata de mis miradas? El abad, poseído de los mismo temores,
 80     35|           hija mía -respondió el abad -, sino que el Señor, que
 81     35|          no, hija mía -repuso el abad apresuradamente, ni él ni
 82     35|    consuelo que le dirigieron el abad y su padre, se salieron
 83     36|        acompañando al viajero el abad y el señor de Bembibre un
 84     36|        al entrar don Álvaro y el abad la despertó el relincho
 85     36|        pero en su lugar entró el abad de Carracedo. Doña Beatriz
 86     36|          en su brazo y en el del abad, bajó doña Beatriz la escalera
 87     36|    postración de sus fuerzas. El abad, viéndola un poco más sosegada,
 88     36|        se ha secado del todo. El abad, que acabó entonces su rezo,
 89     36|   corazón la cartera verde, y el abad, por su parte, respetando
 90     37|        Don Álvaro y el venerable abad no dejaban de acompañarla
 91     37|          pasado! Don Álvaro y el abad, como si saliesen de un
 92     37|          pie delante de ella. El abad, que había sorprendido el
 93     37|      detenidamente, se acercó al abad y le dijo al oído, pero
 94     37|         feliz padre! -exclamó el abad volviéndose hacia don Alonso,
 95     37|       ella, y forcejeando con el abad y los remeros que le detenían -, ¿
 96     37|          Dios santo! -le dijo el abad con ansia -, poned un freno
 97     38|       cumplir la palabra dada al abad de Carracedo y a los obispos
 98     38|          continuó volviéndose al abad -, ¡ved, ved como se cumple
 99     38|      Arganza -, y vos, reverendo abad, sabed que yo también quiero
100     38|          la llama de mi vida. El abad, aunque poseído de consternación,
101     38|       hizo entonces una señal al abad para que se apresurase a
102     38|        significó a su padre y al abad por más extenso las mandas
103     38|        noche despachó correos el abad a Carracedo y al monasterio
104   Conc|         hilo de su vida. El buen abad tardó poco en seguirle colmado
105   Conc|         llevasen a la cámara del abad, así lo hicieron. Largo
106   Conc|          todos nosotros; pero el abad con quien, según oímos de
107   Conc|    partió con consentimiento del abad a morar en la ermita, dejando
108   Conc|          a su estrecha celda. El abad, viendo cómo decaían sus
109   Conc|         tenían. En esto llegó el abad de esta santa casa vestido
110   Conc|     confiado todas esas cosas al abad bajo secreto de confesión,
111   Conc|       cuerpo a Bembibre, pero el abad no lo consintió, así por
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