Cap.

 1      2|   sembradas acá y acullá por un cielo hermoso y purísimo, se teñían
 2      2|         volveré contra el mismo cielo! -¡Oh, Dios mío! -murmuró
 3      2|       ahora sería como caer del cielo para arrastrarse entre las
 4      4|         todas las estrellas del cielo, y ese reguero de maldición
 5      4|       doloroso -; ¡pluguiera al cielo que sólo en boca de la plebe
 6      4|        las manos y, los ojos al cielo -. ¡Oh vanidad de las grandezas
 7      4|       explanada con el azul del cielo por fondo. Un montón confuso
 8      4|         en cara alguna vez! -El cielo os guarde, buen caballero -
 9      7| encontraban con las suyas en el cielo, mientras sus corazones
10      7|      otros cuidados que los del cielo. El coro estaba oscuro y
11      7|         como penaba por vos, el cielo me ha dado fuerzas. No 
12      7|        que os volváis contra el cielo, cuya autoridad ejerce mi
13      8|  corazón. Id con Dios, y que el cielo os guarde, porque jamás
14      8|        consumirá como fuego del cielo. Tú saldrás del techo paterno
15     10|     recortan sobre el fondo del cielo parece una estrecha atalaya
16     10|       limpia y sin mancha en el cielo de nuestra orden -replicó
17     10|           que el primer don del cielo es el valor que todavía
18     10|         quien todo el poder del cielo y del infierno apenas fue
19     11|        y levantando los ojos al cielo, se volvió entonces a Martina
20     11| destinaban, levantó los ojos al cielo retorciéndose las manos,
21     11|       si recibiera un aviso del cielo, y volviéndose a su criada
22     11|       Lemus, cuya vida colme el cielo de prosperidad. Y con una
23     11|       días baja la majestad del cielo -replicó el monje, y vete
24     11|         llamaría mi esposa. -El cielo os guarde, noble don Álvaro;
25     13|       tampoco la dicha baja del cielo para regocijar nuestros
26     13|            ay! ¡yo he caído del cielo!... ¿quién me levantará?..., ¡
27     13|         los ojos y las manos al cielo, y dijo: -Gracias te sean
28     15|        me harían dar gracias al cielo de mi prisión. -Según eso,
29     17|       ha desarmado la mía... El cielo sabe que mi fin sería muy
30     18|       también para su viaje. El cielo estaba cubierto de nubes
31     18|       pensase subir otra vez al cielo por la escala mística del
32     18|       con singular expresión. -¡Cielo Santo!, ¿estáis en vos? ¿
33     19|       dulzura -, porque sabe el cielo que ni con el pensamiento
34     19| estrellas y caer despeñadas del cielo, y quedarse el universo
35     19|         sujeta! Sin embargo, el cielo sabe cuán inefable es el
36     19|         los ojos y las manos al cielo -; ¡allí nos reuniremos
37     21|        voz, sin duda venida del cielo, inspiró desde luego varias
38     21|         mi cuello! Pluguiera al cielo que semejante paso me humillara, ¡
39     21|      pecho descubierto. Sabe el cielo, gallardo joven, que mi
40     22|     entrar en el Temple, cuando cielo y Tierra parecían conjurados
41     22|       en día se quebrantaba; el cielo y la tierra de consuno parecían
42     23|    fuese al Purgatorio, sino al Cielo en derechura. -¿A pedir
43     23| cruzando las manos y mirando al cielo -, ¡conque vive mi señor;
44     24|         dueño de sus penas y el cielo no le probaría en la escuela
45     24|     sino por la mía. ¡Quiera el cielo perdonarme! Siempre le había
46     25|         con los ojos alzados al cielo y con acento religioso y
47     26|       exclamó él, levantando al cielo su espada que apretaba convulsivamente. -
48     27|        perro de Saldaña! ¡Ni el cielo ni el infierno me lo arrancarían
49     28|      entonces, dando gracias al cielo por el descubrimiento que
50     29| infortunio había disipado en el cielo de sus pensamientos los
51     29|  religión y reconciliado con el cielo? -Ha muerto como había vivido -
52     29|         pero su juez está en el cielo, y a su clemencia sin límites
53     29|          levantando los ojos al cielo y poniendo la mano sobre
54     29|           Doña Beatriz, sabe el cielo que en mi vida entera vuestro
55     29|      tan menguado el don que el cielo te concede; escúchame. Cuando
56     30|   inevitable de su orden que el cielo abandonaba en sus altos
57     31|      adornaban sus márgenes; el cielo estaba surcado de nubes
58     31|       vez en cuando sus ojos al cielo, como si le rogase que los
59     31|         y castigarme, ángel del cielo -contestó su padre abrazándola -,
60     32|     profeta, se había caído del cielo. ~ ~ ~
61     33|    donde hacían sus nidos, y el cielo mismo, hasta entonces encapotado
62     33|        los diversos colores del cielo, así el espectáculo del
63     33|     lago, levantó los brazos al cielo y enseguida se hincó de
64     35|         con un solo aldeano. El cielo estaba puro; el sol recién
65     35|         de doña Beatriz como el cielo de la tierra. Acabó, por
66     35|      ese lago en que se mira el cielo como en un espejo, y como
67     35|        mis pesares, y cuando el cielo me mostró un vislumbre de
68     35|       parece que es una voz del cielo la que habla por su boca,
69     35|        la luna, en la mitad del cielo, parecía al mismo tiempo
70     35|       el abad -, ¡no permita el cielo que con esa tibieza acuda
71     35|        brotar sangre. ¡Tenga el cielo piedad de nosotros! Volvió
72     35|     pudiera amaros un ángel del cielo, o vuestra madre si la tuvierais. ¡
73     36| conformaos con los decretos del cielo. En esa cartera escribía
74     36|         que me llamaba desde el cielo y, me decía: "Beatriz, Beatriz, ¿
75     36|       siguiente pasaje:~ ~ ¡Oh, cielo santo!, ¡está absuelto de
76     36|        del mundo, y yo tengo un cielo dentro de mi corazón! Yo
77     37|         allí nadaban. Estaba el cielo cargado de nubes de nácar
78     37|        derechura guiaba a aquel cielo que tan claro se veía allá
79     37|    dirigido llorosas miradas al cielo, al lago, a las montañas
80     37|      Alzad la vista y veréis el cielo; mirad a vuestros pies y
81     37|    seréis mi esposa delante del cielo y de los hombres. ¡Mi esposa! ¡
82     38|      como si por un decreto del cielo el castigo siguiese inmediatamente
83     38|   reflejando los accidentes del cielo, parecía de oro líquido
84     38|    volverme locamente contra el cielo, hoy que se han disipado
85     38|    vuestra profecía! ¡Quiera el cielo perdonarme! -¿Eso dudáis,
86     38|     nuestra vida; ¡pluguiese al cielo que la muerte nos igualase
87     38|      que había sembradas por el cielo se disiparon y, por último,
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