Cap.

 1      4| peligroso viaje. El descanso del monje y la gloria y pompa mundana
 2      4|       entró el abad. Era este un monje como de cincuenta años,
 3      4|    maldiciente? -¡Ah! -repuso el monje con el mismo calor, aunque
 4      4|         Miradlo bien -le dijo el monje -, mirad bien uno de los
 5      4|    palabra. -Hijo mío -añadió el monje, pensadlo bien y apartaos,
 6      4|        amáis? -Nada -contestó el monje -, yo no contribuiré a consolidar
 7     11|        atropellado -respondió el monje, que no respetas ni la santidad
 8     11|       asiendo el escapulario del monje con el mayor extremo del
 9     11|  Escuchadme, hijo mío -añadió el monje con más ternura de la que
10     11|   majestad del cielo -replicó el monje, y vete seguro de que mientras
11     11|       dio un corto silbido, y un monje lego, que estaba escondido
12     13|         gesto de repugnancia. Un monje anciano de Carracedo, muy
13     13|       mucha congoja y anhelo. El monje le tomó entonces el pulso
14     13|       sido teatro, por orden del monje de Carracedo, que con tan
15     17|       excusaba con el enardecido monje. El conde de Lemus se llegó
16     29|        Sí, hija mía -contestó el monje, y por la misericordia de
17     29|       así, hija mía? -replicó el monje, todavía sois joven y quizá
18     30|          maestre don Rodrigo. El monje determinó, desde luego,
19     31|    inmediatamente por el anciano monje de Carracedo, que ya la
20     32|         a don Álvaro. El anciano monje, a quien no se le ocultaba
21     34|     silencioso. Había pensado el monje presentarse, desde luego,
22     35|      pecho. Entonces Martina, el monje y su padre la incorporaron
23     35|          contrario -respondió el monje -, antes es preciso amortiguar
24     35|     habitación, menos el anciano monje y Martina. Don Álvaro no
25   Conc|        de su autoridad. El nuevo monje podía tener como hasta treinta