1.5. a nivel de la
vida consagrada en misión
Se han dado cambios profundos en
relación a la vida consagrada comprometida en la obra global de la misión,
excepto para los Institutos de vida contemplativa. Es posible detectar, por lo
menos, unas diez áreas problemáticas.
Con el
cese del mandato, los Institutos pasan de la responsabilidad total a la
responsabilidad sectorial. Dejan de ser responsables del conjunto de
los territorios y del apostolado. Sus compromisos tendrían que ser
estipulados por convenios entre el Instituto y el obispo. El paso es a menudo difícil. En
algunos lugares los misioneros se han sentido marginados.
Según el mandato se distinguía entre vida
religiosa y apostolado. En esta perspectiva, por vida religiosa se
entendían las prácticas comunitarias sobre todo los ejercicios
espirituales. Solamente estos actos dependían de los
superiores religiosos. El apostolado exterior dependía sólo de los vicarios apostólicos.
Con el Concilio se empieza a considerar la vida religiosa como un todo. Se
pasa así de la separación entre vida religiosa y apostolado a su
integración. Y esto en conformidad con la comprensión del carisma como
elemento que integra las distintas dimensiones.
El crecimiento del clero diocesano y la llegada
de varios Institutos en la misma iglesia local han favorecido otras
tendencias distintas. Los Institutos advierten la necesidad de asumir las
actividades más en sintonía con sus propios carismas y se dan cuenta de
que es necesario pasar de una vida religiosa sin diferencias en sus
actividades a una vida religiosa más atenta a las aportaciones específicas
del propio carisma y complementarias al carisma de los demás. La
realización es, sin embargo, difícil también por la edad y las costumbres
de los miembros religiosos. Para los Institutos exclusivamente misioneros el reto
estriba en encontrar el momento oportuno para desplazarse a otro sitio.
En las
Iglesias locales la presencia de los Institutos religiosos asume varias facetas.
Los que llegan eligen más fácilmente el tipo de apostolado, mientras que
las comunidades ya responsables del territorio parecen tener que tapar los
agujeros.
Los
Institutos, comprometidos en zonas geográficas diversas y por separado, se
encuentran más fácilmente. La copresencia ha favorecido la colaboración. Se
pasa así de la autonomía de cada Instituto a la colaboración
intercongregacional. Se organizan conferencias nacionales de los
superiores mayores y se fundan institutos de formación inicial y continua.
Esto ayuda a las congregaciones locales o más pequeñas. Crecen el diálogo
y la colaboración entre Congregaciones masculinas y femeninas, y con los
organismos laicales.
Cambia
paulatinamente la composición de las comunidades de vida consagrada.
Algunos institutos, cuya cuenca vocacional se limitaba a un país o
solamente a países occidentales, se han visto muy afectados por la crisis
vocacional. Para los Institutos internacionales el centro se ha desplazado
de manera determinante hacia el sur, donde se encuentran en predominio las
misiones ad gentes y donde mayores son las necesidades. Con la disminución
de las vocaciones en Europa y el crecimiento de las vocaciones locales, se
pasa de comunidades formadas por miembros en su mayoría extranjeros a comunidades
de miembros locales. Se impone la refundación o la inculturación de
provincias de vida consagrada, lo cual exige volver a organizar la vida
comunitaria, la comunión de bienes, la formación inicial y continua, el
apostolado sobre bases nuevas, que tomen en cuenta a los nuevos miembros
locales. También el paso del liderazgo a los locales conlleva ajustes
pastorales y personales.
En lo que
a los Institutos femeninos se refiere se asiste al crecimiento de las
comunidades locales diocesanas, desprovistas de fondos y de estructuras de
formación. Entre las comunidades internacionales emerge el deseo de una
debida participación en la programación pastoral y en la vida de la
Iglesia. En muchos países se advierte un malestar entre las religiosas,
porque a menudo se las considera como fuerza de trabajo y en un nivel
subalterno. No se
las consulta en la planificación pastoral y no se respeta el carisma.
Ha habido una crisis de identidad del consagrado
misionero, favorecida por numerosos cambios socio-religiosos, por nuevos
papeles no siempre claros, por los nuevos retos y por las nuevas ideas,
por las estructuras y los métodos de las diócesis emergentes.
Ciertos
hechos han sacudido a los misioneros, que se han planteado interrogantes
sobre la validez de los métodos pastorales. El retorno a formas de
supersticiones y más aún los genocidios en Africa central han sacudido a
muchos misioneros, que se han preguntado sobre la validez de la
evangelización en tantas sociedades.
Los
obispos están preocupados por asegurar el servicio de las comunidades
cristianas. A veces falta una programación, nacida de una visión objetiva
y valiente de la situación. Los convenios entre diócesis e institutos son
difíciles por las dimensiones pastorales y más aún por las económicas, y
por falta de claridad.
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