2.2. Teológicamente caminar con la Iglesia y su
magisterio
La Iglesia es un cuerpo vivo, que crece y se renueva. El
Espíritu es el protagonista de la vida y de la misión de la Iglesia. En ella los cambios no son un nuevo
comienzo radical, que borra la vida anterior. Las novedades forman parte del
crecimiento y se integran en la vida existente. La Iglesia crece en la vida y
en la conciencia de si misma, a pesar de que el camino no sea siempre recto. La
encíclica misionera ha intentado captar las novedades relativas a la misión,
integrándolas en la fe vivida entre las que es posible recordar la comprensión
de la salvación en Cristo, de la Iglesia y del Reino, de la misión y de sus
actividades, de la naturaleza y de la función de la vida consagrada.
I) La salvación en Cristo
Lo que ha desorientado mayormente el compromiso de la misión
ha sido una confusión difundida sobre el concepto de salvación. La
libertad de conciencia, el respeto por las personas, religiones y culturas, el
diálogo y la promoción humana han ensombrecido en muchos el concepto de
salvación en Cristo y la función de la Iglesia en la salvación. Por esto Juan Pablo II ha tratado el
tema de la salvación en Cristo en el primer capítulo de la encíclica Redemptoris
Missio. Cristo único salvador y mediador, expresión definitiva y completa
de la revelación (cfr. RM 4-6), ofrece una novedad de vida radical a los que lo
acogen (cfr RM 7) y al mismo tiempo alcanza a cada hombre de buena voluntad
ofreciendo su salvación (cfr RM 10). Por esto la Iglesia y cada discípulo de
Cristo no pueden menos de testimoniar el mensaje de Cristo (cfr RM 11),
respetando la libertad de las personas y los valores de las culturas (cfr RM
8).
II) Iglesia y Reino
La reflexión sobre la Iglesia ha sido central en la
reflexión del Vaticano II. Recordemos las dos Constituciones Lumen
Gentium y Gaudium et Spes, que constituyen el punto de partida de
los demás documentos conciliares. La Iglesia es vista como misterio, como comunión y como
misión. Nacida de la Trinidad, debe vivir por vocación esta vida divina y
transmitirla a toda la humanidad.
El Concilio ha asentado las premisas para profundizar en los
lazos entre Iglesia y Reino, tema central de la Buena Nueva de Cristo. Juan
Pablo II ha dedicado a este punto el segundo capítulo de su encíclica. En ese
contexto el Reino de Dios se considera en sus cinco acepciones o dimensiones:
es el proyecto de amor del Padre por la humanidad entera (cfr RM 12), es la
realidad que Jesús anuncia y realiza totalmente en su persona (cfr RM 13-16,
18), es realidad que se hace presente en la Iglesia aún sin identificarse con
ella (cfr RM 18), puede estar presente más allá de los confines eclesiales (cfr
RM 19-20), es orientada hacia la plenitud escatológica (cfr RM 20). Las distintas
dimensiones están unidas y "la dimensión temporal del Reino es incompleta
si no está en coordinación con el Reino de Dios, presente en la Iglesia y en
tensión hacia la plenitud escatológica. Las múltiples perspectivas del
Reino de Dios no debilitan los fundamentos y las finalidades de la actividad
misionera, sino que los refuerzan y propagan. La Iglesia es sacramento de salvación para toda la
humanidad y su acción no se limita a los que aceptan su mensaje" (RM 20). El
Reino de Dios en sus diversas dimensiones es el horizonte de la misión.
Otro elemento esencial de la eclesiología del Vaticano II es
su carácter misionero. La Iglesia es por su naturaleza misionera, afirma el
Concilio (LG 2,AG 2). Y esto aparece desde los comienzos que nos han
transmitido los Hechos de los Apóstoles (cfr RM 26-27). "Lo que se hizo al principio
del cristianismo para la misión universal, también sigue siendo válido y
urgente hoy. La Iglesia es misionera por su propia naturaleza, ya que el
mandato de Cristo no es algo contingente y externo, sino que alcanza al corazón
mismo de la Iglesia. Por esto, toda la Iglesia y cada Iglesia es enviada a las
gentes" (RM 62).
La comunión interna de las Iglesias locales no debe hacer
perder el impulso misionero hacia el interior (cfr RM 49, 62), conscientes de
que las Iglesias locales no existen en todas partes (cfr RM 37) y que siguen
siendo numerosos los pueblos y los grupos donde no ha llegado aún el evangelio
(cfr RM 3,20) e inmensas las necesidades misioneras (cfr RM 30,35,86).
III) El Protagonista y los colaboradores
El Espíritu Santo es el protagonista de la misión. Este tema
del capítulo tercero no reemplaza y no debilita el compromiso misionero de la
Iglesia, sino que lo sitúa en su justa perspectiva. Ciertamente, es el Espíritu
que da la fuerza para actuar el mandato (cfr RM 22-23), que guía la misión (cfr
RM 24-25), que hace misionera toda la comunidad eclesial (cfr RM 26-27), que
precede la actividad misma de la Iglesia porque está presente y actúa en todo
tiempo y lugar (cfr RM 28-29). Hace de la Iglesia su colaboradora (cfr
RM 9) y de los misioneros sus colaboradores (cfr RM 23,36). Exige, pues,
disponibilidad y santidad de vida (cfr RM 87). "Se es misionero ante todo por lo que se es
antes de serlo por lo que se dice y hace" (cfr RM 23), a ejemplo del mismo
Cristo (cfr RM 13). "La vocación universal a la santidad está
estrechamente unida a la vocación universal a la misión. Todo fiel está llamado
a la santidad y a la misión" (RM 90). "El verdadero misionero es el santo"
(ib). "Tal cooperación se fundamenta y se vive, ante todo, mediante la
unión personal con Cristo: sólo si se está unido a él, como el sarmiento a la
viña (cfr Jn 15,5), se pueden producir buenos frutos" (RM 77). Y es el
Espíritu quien forma en nosotros a Cristo (cfr RM 87).
Hoy los Institutos de vida
consagrada y en particular los misioneros no pueden actuar sin la aceptación
teórica y práctica que toda Iglesia local es por su naturaleza misionera, tanto
dentro de sus confines geográficos como en relación con el propio país,
continente y mundo.
IV) Naturaleza,
finalidad y urgencia de la misión
Uno de los aspectos que angustia
a los misioneros es el concepto mismo de misión ad gentes. La Congregación para la
evangelización de los pueblos por ejemplo, se define todavía según una
delimitación territorial, de la cual la encíclica da su interpretación.
"En los territorios confiados a estas Iglesias... hay vastas zonas sin
evangelizar; a pueblos enteros y áreas culturales de gran importancia en no
pocas naciones no ha llegado aún el anuncio evangélico y la presencia de la
Iglesia local" (RM 27a).
Pero en la encíclica el texto clave se encuentra en los
número 33-34, en los que se distinguen, desde el punto de vista de la
evangelización, tres situaciones: una situación pastoral para los cristianos,
una de nueva evangelización para los que han dejado de serlo, y una de misión
ad gentes para los que no han recibido el evangelio. "No es fácil definir
los confines y no es pensable crear entre ellos barreras o recintos estancados".
Aunque la única misión de la Iglesia se diferencia según las situaciones,
"sin la misión ad gentes, la misma dimensión misionera de la Iglesia
estaría privada de su significado fundamental y de su actuación ejemplar".
(cfr RM 34) Hay que tener presente que situaciones de misión ad gentes a grupos
no cristianos pueden encontrarse también en países tradicionalmente cristianos
(cfr RM 82).
La finalidad de la misión ad gentes es triple: "se
caracteriza como tarea de anunciar a Cristo y a su Evangelio, de edificación de
la Iglesia local, de promoción de los valores del Reino" (RM 34). Esta
triple finalidad se ha desarrollado en el contexto de las precisiones del Reino
(cfr RM 17-20). Este ensancharse de la finalidad conlleva consecuencias
importantes, porque puede haber verdadera misión aún cuando sea posible
promover sólo los valores del Reino (cfr RM 20,57).
La encíclica desborda de llamamientos sobre la urgencia de
la misión: por la novedad cristiana (cfr RM 7), porque la fe se fortalece
dándola (cfr RM 2), porque incide en la salvación de las personas, porque es el
deber primordial de la Iglesia (cfr RM 9). Es una tarea inmensa (cfr RM
35,37,40), por la que "no podemos permanecer tranquilos" (RM 86).
V) Actividades
complementarias para la única misión
Para comprender la misión es
importante también recordar los caminos o las actividades con las que se cumple
la misión misma. A ellas se dedica el capítulo V. "La misión es una
realidad unitaria, pero compleja, y se desarrolla de diversas maneras, entre
las cuales algunas son de particular importancia en la presente situación de la
Iglesia y del mundo" (RM 41). Se desarrollan así los temas del testimonio
(cfr RM 42-43), del primer anuncio (cfr RM 44-45), de la conversión y del
bautismo (cfr RM 46-47), de la formación de las Iglesias locales (cfr RM
48-50), de las comunidades eclesiales de base (cfr RM 51), de la inculturación
(cfr RM 52-54), del diálogo interreligioso (cfr RM 55-57), de la promoción
humana (cfr RM 58-59).
Estas diversas actividades o
caminos pueden verse en relación a tres finalidades de la misión. Cada una de
ellas forma parte de la misión y puede justificarla plenamente, en caso de
trabas impuestas a las demás formas. La libertad religiosa debería permitirlas
todas y la planificación pastoral debería tenerlas a todas en cuenta.
Hay dos principios importantes
en la presentación de las actividades misioneras. El primero concierne su jerarquía
por lo menos teórica, que concede al anuncio el primer lugar. "Todas las
formas de la actividad misionera están orientadas hacia esta proclamación que
revela e introduce el misterio escondido en los siglos y revelado en Cristo, el
cual es el centro de la misión y de la vida de la Iglesia, como base de toda la
evangelización. En la compleja realidad de la misión, el primer anuncio tiene
una función central e irremplazable, porque introduce en el misterio del amor
de Dios, quien lo llama a iniciar una comunicación personal con él en Cristo y
abre la vía para la conversión. La fe nace del anuncio, y toda comunidad eclesial
tiene su origen y vida en la respuesta de cada fiel a este anuncio. Como la
economía salvífica está centrada en Cristo, así la actividad misionera tiende a
la proclamación de su misterio" (RM 44).
El segundo principio es el criterio de la caridad, que concluye
el capítulo sobre los caminos de la misión. En última instancia es el
discernimiento de la caridad que debe impulsar las opciones concretas. "El
amor, que es y sigue siendo la fuerza de la misión, y es también el único
criterio según el cual todo debe hacerse y no hacerse, cambiarse y no
cambiarse. Es el principio que debe dirigir toda acción y el fin al que debe
tender. Actuando con caridad o inspirados por la caridad, nada es disconforme y
todo es bueno" (RM 60).
VI) Vida Consagrada en la Iglesia
Los sínodos de los últimos diez años han puesto de relieve
los estamentos del Pueblo de Dios: laicos, sacerdotes, consagrados.
Participando del mismo Cuerpo eclesial todos tienen tareas diversas y
complementarias dentro como fuera de la Iglesia.
En la teología de comunión reconocida por el Sínodo
extraordinario de 1985 como línea de fondo del Concilio afloró también la
realidad de los carismas. Pueden ser institucionalizados como en la jerarquía y
en el sacerdocio, pueden ser personales o también comunitarios. Así uno de los
criterios que define mejor la vida consagrada es el del carisma.
La vida consagrada es en su conjunto para la iglesia un
carisma, una manera de ser suscitada por el Espíritu y al servicio del Pueblo de
Dios. Pero también cada Instituto de vida consagrada tiene su propio carisma,
suscitado por el Espíritu y que se explica en las distintas modalidades de
espiritualidad, de misión, de vida fraterna, de organización.
Esta realidad de los carismas específicos y complementarios
propios de la vida consagrada incide en la inserción misionera. La encíclica
misionera deja clara esta visión. "En la inagotable y multiforme
riqueza del Espíritu se sitúan las vocaciones de los Institutos de vida
consagrada... La Iglesia debe dar a conocer los grandes valores evangélicos
de que es portadora; y nadie los atestigua más eficazmente que quienes hacen
profesión de vida consagrada en la castidad, pobreza y obediencia, con una
donación total a Dios y con plena disponibilidad a servir al hombre y a la
sociedad, siguiendo el ejemplo de Cristo" (RM 69).
Es evidente que la aportación específica de los carismas se
reconoce mejor en la exhortación apostólica Vida Consagrada. "La
vida consagrada está en el corazón mismo de la Iglesia, como elemento decisivo
para su misión" (VC 3). Toda forma de vida consagrada tiene una dimensión
misionera (Cfr VC 72). Tres son los elementos constitutivos de la misión
de la vida consagrada: la consagración (cfr VC 18,25,26-27), la misión
específica (cfr VC 72), la vida fraterna en común (cfr VC 21,50-51). Se inserta en la Iglesia particular,
dando su aportación específica. "La índole propia de cada Instituto
comporta un estilo particular de santificación y de apostolado, que tiende a
consolidarse en una determinada tradición caracterizada por elementos
objetivos" (VC 48). Ciertamente el carisma no es algo estático. "Se
invita pues a los Institutos a reproducir con valor la audacia, la creatividad
y la santidad de sus fundadores y fundadoras como respuesta a los signos de los
tiempos que surgen en el mundo de hoy. Esta invitación es sobre todo una
llamada a perseverar en el camino de santidad a través de las dificultades
materiales y espirituales que marcan la vida cotidiana. Pero es también llamada
a buscar la competencia en el propio trabajo y a cultivar una fidelidad
dinámica a la propia misión, adaptando sus formas, cuando es necesario, a las
nuevas situaciones y a las diversas necesidades, en plena docilidad a la
inspiración divina y al discernimiento eclesial" (VC 37). Se subraya el
discernimiento a los signos de los tiempos (cfr VC 73,79,81). "El Espíritu
llama la vida consagrada para que elabore nuevas respuestas a los nuevos
problemas del mundo de hoy" (VC 73).
La vida consagrada aporta algo especial a la misión ad
gentes y es fortalecida por ella (cfr VC 78). La vida contemplativa tiene un
rol especial (cfr RM 69,VC78). A todos los Institutos se abren los
campos de los servicios evangélicos en respuesta a los retos de los tiempos que
constituyen nuevos areópagos cfr VC 96-103, RM 37-38). En la opción concreta
los Institutos han de tener en cuenta los retos actuales respondiendo según su
propio carisma en el discernimiento (cfr VC 73,81).
Todos los consagrados y las consagradas llamadas a vivir su
carisma en un contexto nuevo tienen el deber de inculturarse, dando una
aportación especial por lo que hacen según su propio carisma (VC 80). No se
trata sólo de un proceso personal. La inculturación incumbe a los
Institutos, sobre todo en sus subdivisiones provinciales. Las circunscripciones
como las provincias no deben estar sólo en Africa y en Asia, sino que deben
convertirse en africanas y asiáticas en el respeto e igualdad de todos los
miembros.
Como conclusión de esta parte
diría que para colaborar en la misión de las Iglesias de manera eficaz es
necesaria una sólida visión misiológica, tanto de parte de los miembros de los
Institutos de vida consagrada como de parte de los obispos.
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