1. Es
realmente la vida consagrada una inculturacion?
Puede serlo, pero no lo
será automáticamente. La vida consagrada ha promovido la acción misionera a lo
largo de los siglos con una generosidad ejemplar; pero sería históricamente
falso afirmar que la ha impulsado el deseo de poner el Evangelio en diálogo
abierto con los valores, positivos y negativos, que las culturas comportan. Con
frecuencia, el esfuerzo misionero no ha logrado integrarse en el seno de una
cultura y se ha mantenido como una presencia extranjera. Aun hoy, no es
demasiado difícil encontrar entre nosotros personas consagradas de gran entrega
que, sin oponerse radicalmente a la idea de inculturación, la consideran
prácticamente como poco realista y como una pérdida de tiempo y energías.
¿Llegará a ser posible
separar al Señor y a su mensaje de su original cultura judía? ¿Llegará a
poderse inculturar el patrimonio espiritual de un instituto religioso sin
renunciar a la cultura en la que nuestros fundadores recibieron su misión? No
hay que creer en una connaturalidad espontánea entre la vida consagrada y la
inculturación: un instituto religioso debe convencerse de que no cabe
evangelización sin inculturación y ha de empeñarse en descubrir la
transcendencia de las otras culturas que manifiestan que el Espíritu del Señor
llena el universo. Sobre todo a partir del Concilio Vaticano II, se constata
una seria toma de conciencia de la necesidad de la inculturación.
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