4. ¿A quién incumbe la tarea de la inculturación?

Hay que rendirse a la evidencia: sólo el portador de su propia cultura es capaz de inculturar e integrar el evangelio. Quien pertenece a otra cultura habrá de reconocer que es incapaz de comprender esa cultura en su totalidad. Sin embargo, a él le toca revelar en qué sentido debe orientarse el esfuerzo de la inculturación, a él le toca promoverla, a él le toca hacerla posible. Así, en el interior de la vida consagrada, sin imponer el estilo de vida de otra cultura, es preciso dejar crecer, madurar la sequela Christi en el respeto recíproco y fraternal de la mutua diferencia para hacer realidad, a una, el auténtico testimonio de Cristo vivo, de acuerdo con el carisma que el Espíritu nos ha confiado. Sería una ofensa a la otra cultura tratar de endulzar o mitigar las exigencias de la vida consagrada, como si sólo ciertas culturas fueran capaces de vivir en plenitud la vida consagrada.