5.
Finalmente, ¿cómo inculturar?
Por tratarse de un
encuentro, la inculturación no se decide sobre la mesa de una oficina, a base
de un programa eficaz y técnicas automáticas. La interculturación será fruto de
una espiritualidad de apertura y de discernimiento, que se atreva a vivir una
serie de tensiones. Una tensión que mantenga fidelidad creativa al carisma
recibido y auténtico deseo de plasmar ese carisma vivido de forma totalmente
nueva en otras culturas; una tensión creada por el deseo de vivir la unión
espiritual y cordial de un instituto religioso en una desconcertante y
amenazadora diversidad cultural; una tensión provocada por la apertura a toda
cultura que no puede hacer abstracción del hecho de que predicar a un Señor
casto, pobre y obediente es ir contra toda cultura humana. Al asumir estas
tensiones, la vida consagrada promueve la inculturación con atención siempre
renovada al discernimiento orante y con la dolorosa paciencia que supone y
exige toda evangelización.
Es gozoso comprobar cómo, a través de la hospitalidad y la solidaridad, la
inserción y el diálogo de la vida diaria y de la experiencia de Dios, la vida
consagrada lleva el don de Cristo vivo al encuentro de hombres y mujeres de
toda cultura hacia una ciudad santa en la que, en las riquezas de las naciones,
Dios será todo en todos. En
este sentido, la interculturación es una promesa escatológica, lo que no quiere
decir que sea irreal, aunque sí que no es de este mundo; porque nosotros
plantamos, regamos, pero sólo el Señor da la plenitud de Vida.
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