IV. Problemática que
afecta hoy la Vida Consagrada en los territorios de misión
Estos varios cambios -
psico-sociológico, eclesiástico - así como los que afectan más inmediatamente
la Vida Consagrada misma, ha levantado también problemas en los territorios de
misión. Y me gustaría ahora tocar algunos de los más importantes que han sido
presentados al Dicasterio de la Misión. No es mi intención presentar todos
estos campos problemáticos, sino sólo aquellos que han sido presentados al
Dicasterio de la Misión con una cierta regularidad.
La
Teología de la Salvación. Hay ciertas ideas o nociones o
interpretaciones, convicciones, enseñanzas que no son enteramente claras
respecto a la "Teología de la Salvación" y que han condicionado
la vida y la actividad misioneras de estos Institutos y Sociedades. Me
gustaría dar (brevemente) algunos ejemplos de estas ideas o nociones o
interpretaciones, etc.
Cristo ha
dejado de ser considerado como el único Salvador de todos los seres
humanos. La mayoría de ustedes saben que esta tendencia de parte de
algunos autores ha dado lugar a varios debates, simposios internacionales
y a varios artículos y libros escritos sobre este problema, especialmente
en los años '80 y '90. En respuesta a este asunto, el
Santo Padre intentó en su Encíclica de 1990 "Redemptoris
Missio" presentar de una manera clara la enseñanza de Cristo
respecto a este tema. A esta Encíclica siguió en 1995 una serie de
"Instrucciones Catequéticas", que el mismo Pontífice dio
durante sus audiencias semanales en la primera mitad del año. Y el Papa
volvió sobre esta cuestión en varias ocasiones desde entonces, por
ejemplo en una charla que dio el 4 de febrero de 1998, titulada
"Cristo, el único salvador".
Además,
hoy, de varias maneras, se encuentran dificultades en la interpretación
del principio, expuesto también por Su Santidad en una de sus instrucciones
catequéticas semanales que él empezó en 1995, cuando recordó a los fieles
que el camino de la Salvación está esencialmente unido al Misterio de la
Iglesia. El Santo Padre es muy consciente de que esta verdad debe ser
explicada con cuidado, con su propia terminología y matices, pero él ha
insistido diciendo que la expresión "extra ecclesiam nulla
salus" sigue siendo verdad, hoy también, pero debidamente
entendida (RM 9, Catequesis misionera, 31 de mayo de 1995).
Y de
nuevo, se tiene la sensación o la opinión - quizá hasta la convicción de
parte de algunos - de que cualquier religión y todas ellas pueden ser una
manera válida de alcanzar la salvación. De aquí
que la urgencia de proclamación y conversión se haya debilitado de alguna
manera en la mente de muchos misioneros.
Todos estos
cuestionamientos que afectan a la función de Cristo, de la Iglesia y de la
religión a veces, y de distinta manera, han dado lugar a dudas o confusión
tanto de cara a la necesidad misma de Institutos misioneros "ad vitam"
o a la necesidad de Institutos que han pensado o están pensando en aceptar
alguna actividad misionera "ad gentes" como una de sus actividades
apostólicas, a comprometerse en actividades misioneras en el sentido de
evangelización directa y a predicar el Evangelio o la implantación de la
Iglesia. Además, en algunas instancias, se nos ha llamado la atención sobre el
hecho que algunos Institutos tienen grupos y situaciones en los que el
Evangelio y la Iglesia son o ausentes o insuficientes, y dirigen cada vez más
sus esfuerzos hacia distintas formas de diálogo interreligioso, actividad
ecuménica y promoción humana o proyectos de desarrollo más que hacia la
evangelización directa, aunque no excluyan este tipo de actividad misionera. Y esto
sin tener en cuenta que el Obispo los ha invitado a la diócesis para que se
dedicaran a la primera evangelización o para difundirla, o en sus fases
iniciales dentro de un contexto geográfico determinado, y como parte integrante
de la actividad pastoral diocesana.
De nuevo,
la relación de la CEP con varios Institutos Misioneros de Vida Consagrada
y las Sociedades de Vida Apostólica han revelado ciertas dificultades
respecto de su carisma que han surgido entre ellos y las actividades
apostólicas que los Obispos locales les habían pedido que emprendiesen y
que han causado una cierta reducción de la disponibilidad de sus
Institutos, del deseo y de su carisma fundante a comprometerse en una
actividad realmente misionera "ad gentes". Por ejemplo, vemos
que a estos Institutos los Obispos locales les piden que asuman la
responsabilidad de parroquias y obras que han sido ya implantados en la
diócesis o para cargos relativos a la conducción más eficaz de ciertas
estructuras u oficinas diocesanas en la Curia diocesana o en centros de
actividad pastoral. Es comprensible que estas tareas se confíen a
misioneros en las primeras fases de su existencia, pero con el pasar del
tiempo estas actividades tendrían que desempeñarlas los sacerdotes
diocesanos locales, permitiendo pues a los Institutos misioneros empeñarse
en su labor carismática de primera evangelización y a la implantación del
Evangelio entre "grupos y ambientes no cristianos, debido a la
ausencia o insuficiencia del anuncio evangélico y de la presencia
eclesial" (RM 34). Y así es posible seguir las directrices dadas
a los Institutos misioneros en el Documento Conciliar "ad
gentes" donde se habla del paso de territorios del "Ius
Commissionis" al status de una diócesis con sus estructuras
habituales: "Al cesar la encomienda del territorio, surge una
nueva situación. Establezcan entonces de común acuerdo las Conferencias
episcopales y los Institutos normas que regulen las relaciones entre los
Ordinarios del lugar y los mismos Institutos. La Santa Sede trazará los
principios generales que han de regular los acuerdos regionales o incluso
los particulares" (AG 32).
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